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moderado para adam Empty Re: moderado para adam {Vie 28 Abr 2017 - 21:45}

Nunca entendí por qué la gente se empeña en llenar su casa de decoraciones. Los objetos que se acumulaban en aquella sala, desde cuadros a jarrones pasando por estatuillas y relojes, no hacían más que coger polvo. Es bastante obvio que su dueño no se encarga de limpiarlos, por lo que ignora esa desventaja de sus posesiones. Para él parecen significar una señal de estatus, o quizá un referente histórico.

¿Se sentirá a gusto entre tanto trasto? Cualquiera con un mínimo de torpeza hubiera tirado ya uno de esos jarrones de valor “incalculable”. Me siento en el butacón a esperar, intentando no pensar en la tonelada que debe pesar la lámpara de araña del techo. Una lámpara normal, con menos potencial de letalidad, hubiera suplido la misma función prácticamente sin riesgo.

Incluso la cristalera semicircular, que permite la vista a la calle, así como de la calle a la sala, es una suma tontería. Que se exponga a sí mismo, como a sus maravillas, a la calle, donde viven ladrones y gente malintencionada, es de valientes… o de estúpidos. Claro que en esta isla de enorme seguridad es poco probable que viva un alma malvada.

Podrían interesarme las pertenencias del señor Cuervo, si tuviera algún libro a la vista. Podría inferir conocimiento a partir de los dibujos de los jarrones, pero se tratan de escenas mitológicas o de carácter obsceno. ¿Qué necesidad había de dibujar a una mujer desnuda frente a una catarata? Quizás… haya una necesidad de belleza, de disfrute.

Idea a considerar guardada conjunto a referentes filosóficos.

Por fin, mi anfitrión apareció. Era un hombre largo, enjuto de carnes, de nariz ganchuda y vista cansada.  Su pelo caía a largos jirones  de una negrura abisal. Cuando empezó a hablar tosí para hacer patente mi descontento, y para permitirme pulsar, discretamente, el botón de mi dial oculto.

- Me llamo Alejo Cuervo- dijo. Aunque yo ya conocía ese dato. “-, disculpe si le hice esperar. Como puede ver soy extremadamente rico- pude notar una pizca de orgullo, máscara del terrible vacío que se intenta llenar con posesiones mundanas- y busco siempre ampliar mi colección. Me apasionan las antigüedades- se perdió en sus pensamientos durante una fracción de segundo-. Acompañeme por favor.

Me levanté de aquel sillón, alejándome de la terrible posibilidad de un tornillo mal colocado. Aquel hombre me llevó, tras varios pasillos de vanagloria, a su sanctasanctórum.

Dió la vuelta deliciosamente sobre su premio, rozando la mesa con sus largas manos. A pesar de los rumores de su existencia, no quería creer lo que estaba frente a mí. ¿Eso era…
- Esto, señor, es un fragmento de phoneglyph- Lo era.-. Lo encontré en las montañas del Red-line. Lamentablemente, el hombre anterior a usted ha desaparecido, y quiero que siga las pistas que él siguió hasta encontrarlo. Podría ir a su apartamento y buscar pistas a ver si encuentra algo útil que pudo dejar atrás. De todas formas, la loseta habla de un gran poder que está esperando a ser encontrado.- Lo ha leído-. Lamentablemente- como un falso ilustrado, repetía la palabra que más le gustaba del diccionario, sin ser, para nada, verdaderamente elocuente-, como puede observar, faltan fragmentos. Ahora bien, sabemos que la siguiente pista, la que busca su antecesor, está en Water Seven. Querría que usted tomara el relevo. Por supuesto, se le pagaría cuantiosamente por sus servicios.

Mis ojos se apartaron de la vitrina para echar un vistazo superficial a las otras. ¿Cuántos objetos de leyenda había en aquella enorme sala?
- Acepto el trabajo, pero quiero un veinte porciento por adelantado y cien mil berries para costear posibles gastos. – digo con malicia, arañando el dinero con mis manos. Debía hacerle creer que era una persona… “normal” ¿no? ¿Qué hay más normal que un mercenario sin demasiados escrúpulos?

Abajo, un vehículo motorizado, comúnmente conocido como coche en Dark-Dome, me esperaba. El chófer bajó su visera antes de poner rumbo a los apartamentos de los empleados.

Era obvio que Cuervo tenía prisas, siquiera había ordenado un registro de la figura que entró a su despacho horas después de  su petición por un canal de radio de dudosa legalidad. Esas prisas me habían permitido entrar en la instalación con armas, aunque no todas ellas eran convencionales, es más, sólo una tenía filo. La pregunta era… ¿por qué tenía tanta prisa? Aquí había algo turbio.

Y, a pesar de la interceptación del mensaje y el asegurarme de que no tendría competidores, tendría que preocuparme de las figuras que me seguirían. Cuervo no dejaría que otro hombre desapareciera ante sus narices. No perdería su premio ante “mí”, el señor August, un investigador privado lo suficientemente discreto y capaz como para llegar a la isla sin ser descubierto.

¿Cuántos hombres, presumiblemente tontos, ya que no confiaba en ellos para esta misión, servirían al señor Cuervo?

El apartamento era un reducto monótono y gris, perfecto para acomodar en un mismo sitio a los incontables técnicos de la isla. ¿Qué más puedes pedir aparte de electricidad, agua caliente y alojamiento gratis? Vivían mucho mejor de lo que se vivía en otras islas.
Bajé del coche y me acerqué a la ventanilla del conductor.

- Dame media hora y recógeme dos calles más abajo.- le dije, antes de adentrarme en el edificio.

No tardé mucho en inferir que aquel alejado edificio del complejo sólo hospedaba a una ínfima parte de su capacidad. Un vistazo a los nombres de las casillas de correo me bastó para determinar el patrón de comprobación más óptimo. Eso sí, me hartaría de subir escaleras.

Tras seis plantas y diez minutos de mi tiempo llegue a la desvencijada puerta azul del 7G. No habían intentado ocultar el fuerce de la puerta; la pregunta era ¿fue forzada hacia fuera, o hacia dentro? ¿Y cuándo?

Me detuve a mirar la descolgada estructura para tomar mis datos antes de entrar. Era una madera gruesa y, por el daño a la integridad de la puerta, fuertemente cerrada. Quienquiera que la hubiera abierto lo había hecho con una fuerza desmedida, y no demasiado elegantemente.

Al entrar, la delicada posición de una mesita sobre la que reposaba una planta encima de un mantelito me llamó la atención. Era una buena manera de asegurarse el no perder las llaves de sitio. Toqué las hojas de la planta, para cerciorarme de su vitalidad. El resto del apartamento, no era, ni de lejos, tan delicado como ese pequeño detalle.

La diminuta entrada daba paso directo a un salón, o más bien un estudio, en el que la silla caída demostraba la rapidez con la que alguien había tropezado con ella, o quizá, saltado de. La transicción  venía dada por una alfombra roja, más sucia en la parte proximal a la puerta. Evité pisarla, ignorando, por ahora, la cocina de mi izquierda.

El estudio, equipado con un escritorio con máquina de escribir y unas estanterías, era únicamente vivificado por la presencia de una enorme ficus,  que alegraba la separación entre los libros y el centro de trabajo.

La estantería amenaza con caerse, y no eran pocos los libros que se habían suicidado. Eché una ojeada a los datos que sus títulos me ofrecen, sin perturbar la escena, ni, por mi bien, el suave equilibrio de aquel contenedor de conocimiento. Después, deslicé mi vista sobre el espacio de trabajo, intentando comprobar si ocultaba alguna pista del paradero de mi antecesor. Justo antes de terminar, revisé la planta, que quizás, y para su desgracia, contendría restos de colillas de un escritor estresado y frustrado.

Continué mi camino por la estancia, que discurría hasta una puerta abierta al dormitorio. La estancia era pequeña, mejor iluminada que la anterior gracias a una gran ventana doble que enfrentaba a la cama. Estaba abierta, me asomé por ella para confirmar que no había sido usada para una evacuación de riesgo. Lo dudaba, pero no había que descartar nada.

La cómoda, que se estrechaba en el hueco de la puerta y la cama, estaba siendo vigilada por la atenta mirada de dos cuadros sin ojos. Uno, de una universidad, descansaba recio y  firme sobre la cama desecha; el otro, en el que se había pintado una corona de rey, estaba doblado sobre la cómoda.

Me recoloqué mis guantes antes de abrir con cuidado los cajones de la cómoda y comprobar cuanta ropa se había llevado el propietario del apartamento.

Era obvio pensar que se había marchado con prisas, por algo que había visto desde su ventana, quizás a altas horas de la noche, abriendo la puerta con el suficiente ímpetu como para descolgar el pequeño cuadro. El grande, por supuesto, no se vió inmutado por esta acción, tanto por su tamaño como por la seguridad con la que fue apostado para que no cayera sobre el durmiente bajo suya.

La pregunta era… ¿qué significaban aquellas dos imágenes? Una universidad, un lugar de conocimiento en el cual podría el técnico haber vivido grandes cosas…¿pero, era necesario que fuese tan grande? ¿Y la corona? ¿Qué podía significar la corona? No es una imagen muy común, como la de gatitos, caballos o paisajes. No, nada común.

Hechas las comprobaciones en los cajones, tocaba comprobar bajo la cama, por proximidad, para luego pasar a la parte posterior de los cuadros. Comprobar la corona sería sencillo, pero aquel monstruo de metro cincuenta me costaría un esfuerzo. Cerré la ventana y eché las cortinas  para operar en silencio con la ayuda del multiapoyo de mis cabellos. Con incontables manos todo era mucho más fácil. No era necesario cerrar la puerta por la disposición de la cámara, aunque mantuve un ojo precavido para ver si vislumbraba sombras de espionaje.

Tomando los datos que el espacio me ofrecía, era el turno de la cocina que debía conectar al baño. Una disposición poco común, pero debía de haber baño en cada casa, ¿no?. Seguro que podía inferir el tiempo de su salida por el estado de la comida de la nevera, y , porqué no, almorzar de paso. Uno piensa mejor con el estómago lleno.

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moderado para adam Empty Re: moderado para adam {Dom 30 Abr 2017 - 14:24}

No hay puerta que dé a un baño en aquella casa ni comida a la luz de la nevera. Me quedaré con hambre. Y por ello, faltándome el subidón del azúcar en sangre, no podré realizar una declaración rápida y profética, como uno de esos detectives de novela; tendré que ir dato por dato.

Las bisagras de la puerta determinaban que había sido forzada desde el exterior, probablemente por los matones del señor Cuervo. La planta estaba verde y vívida, confirmando que la huida del propietario había sido reciente, ya que una maceta pequeña, incluso de interior, necesitaría un riego mínimo de dos veces por semana. Esto, claro está, no era válido para el ficus, cuyo volumen de tierra le permitía ser regado más espaciadamente. Todo esto apuntaba, a que las prisas de mi contratista se debían a que mi “presa” no nos sacaba demasiada ventaja.

En el salón, los destrozos ocasionados revelaban que se había realizado la fuerza hacia la salida de la casa. ¿La razón? Para eso necesitaremos evaluar las pruebas del dormitorio, pero aún queda un objeto importante en la sala: la máquina de escribir.

¿Para qué se usa una máquina de escribir? Para redactar largos textos, como libros o informes; reemplazar a una letra inentendible, incluso para el propio escritor; o para tener un texto homogéneo del que no puedan inferir tu propia persona mediante la pseudociencia que es la grafología. Lo que más me escamaba era la ausencia de papel, lápiz, tinta y derivados en aquella mesa. ¿Quién se lo había llevado todo?

En el dormitorio, me esperaban pruebas más o menos obvias. En primer lugar, la ventana abierta no realizaba aportación más que la suposición de que alguien la había abierto para asomarse por ella, o , quizás, para ver algo en la distancia que ahora no estaba a la vista. La siguiente, la cómoda repleta de calzoncillos, y sólo calzoncillos, de talla mediana ordenados perfectamente. De esto, pude inferir el tamaño de mi presa, al menos en lo que caderas se refiere; y también su metódica actitud, al menos para la ordenación. Porque, lo que era la limpieza, como demostraron las enormes pelusas de debajo de la cama, no era lo suyo. Aunque, ¿para qué iba a mantener limpio algo que no se veía? Con tal de limpiar bajo la cama una vez al mes… Es un hombre práctico.

Por último, estaban los cuadros. El primero, una enorme foto de la universidad de Hillsmoure, me dio las caras y cuerpos de toda una promoción, aunque no vestían de una manera particular que me permitiera discernir entre alumnos y profesores; además, oculto en su parte trasera, la dedicatoria me proporcionó el nombre de mi presa, o, más bien, su apellido. Integrando esta información con la etiqueta del cajetín de correos, la probabilidad de que usara su nombre veraz, Alexander Gariburo, aumentaba.

Claro que también existía la remota posibilidad de que estuviésemos ante una mente criminal que hubiese creado una identidad falsa con los suficientes detalles como para preocuparse por comprar un cuadro de segunda mano, o manipularlo él mismo. Eso sería un poco paranoico… pero la probabilidad indica posibilidad.

Decidí apartar esta opción, por el bien de mi salud mental.


El segundo cuadro, la corona, había sido pintado con lápices de cera. Desde la distancia parecía un buen dibujo, de magnífico detalle, lo que me confirmaba que se trataba de una pieza que exhibía con orgullo. El papel, quebradizo y amarillento, revelaba que había sufrido las inclemencias del tiempo durante, al menos, unos diez años. ¿Se trataría de un dibujo con valor sentimental? Probablemente la primera obra exponible, con verdadero orgullo, y no ese orgullo de cuando un crío pinta cualquier cosa, de un más que probable familiar. ¿Significaría algo la ilustración? Sin los conocimientos de arqueología y mitología, no podía saberlo.

Volvamos al salón... Desde el dormitorio se apreciaba que el caos que había tirado la silla y desestabilizado la estantería era prácticamente lineal. De noche, cuando no quieres encender la luz por miedo a que determinen que te vas, incluso en tu propia casa, lo más normal es que te des de ostias contra todos los muebles. Eso fue probablemente lo que pasó.

Y ya sólo quedaba la información dada por la nevera. Uno suele comprar comida para varios días, por no dar excesivas vueltas. El que estuviera completamente vacía confirmaba que su huida era una acción que había planeado con tiempo. Algo que era respaldado por la ausencia de sus documentos escritos.

Había unas cuantas cosas que tenía que hacer en aquella casa antes volver al coche. Primero, tenía que colocar el mamotreto de cuadro en su sitio. Segundo, tenía que llevarme el cuadro pequeño para seguir investigando sobre él. Tercero, cogería los libros del suelo para tener una lectura entretenida durante el viaje a Water 7. Cuarto, el robar la máquina de escribir; tanto por información como por la utilidad que me ofrecería en el futuro. No iba a irme de esa casa sin nada, encima de que no había siquiera almorzado. Y quinto, tras tomar el ascensor cargado con las cosas, revisar si había correo que coger en el cajetín del señor Gariburo.

No había nada en aquel cajetín, por suerte para mí, porque no podría coger más cosas sin tener que usar mis cabellos. Caminé con tranquilidad hasta el coche, dos calles más abajo.

- Ponga rumbo a la universidad Hillsmoure.- ordené tras dejar con alivio el peso sobre el suelo del asiento de atrás.

Podría haber intentado interceptar el transporte de Gariburo, algún barco que saliera en el amparo de la noche. Pero, sin información suficiente como para delimitar cuál, era…, no imposible, pero sí muy difícil y llamativo. Además, si no le daba tiempo a mi presa… mi misión no tendría sentido, ni diversión.
- ¿Por casualidad no habrá un sitio donde pueda almorzar algo, no?- le pregunté al chófer durante el trayecto-. Es que tengo hambre.


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moderado para adam Empty Re: moderado para adam {Dom 30 Abr 2017 - 18:05}

El chófer es un mero autómata sin tiempo para el almuerzo. Pues nada, ya comeré cuando termine de investigar la universidad.

El edificio era una enorme planta de varias alas dispuesta en una elevación del terreno , era probable que contara con sótanos. La ancha escalera conducía a la entrada principal, unas altas puertas de cristal sobre las que reposaba el nombre en letras doradas “HILLSMOURE COLLEGE”. Para mi gusto, o mejor dicho, para el gusto de August, era un ejemplo de decadencia. ¿Y si alguien daba un portazo? Al carajo toda la entrada y quienquiera que recibiera la lluvia de afilados proyectiles.

Las alas del edificio, que se extendían a un lado y otro de la puerta, rebosaban de jardines bien cuidados que esperaban ser recordados en experiencias de juventud por aquellos muchachos y muchachas que rozaban la veintena que podían ver a través de las ventanas, todos sentados y atendiendo a las complejas lecciones. ¿Aleccionará el gobierno mundial a las mentes que deben pensar más allá de lo establecido? Probablemente, aunque no tanto, o no tan evidentemente, como a los otros dos cuerpos gubernamentales.

Entré por la puerta con cuidado y sigilo para encontrar ante mí con un pasillo. A mi izquierda, nada más entrar, el tablón de anuncios se hallaba repleto de carteles sin más contacto que un nombre, probablemente de los propios alumnos internos. Entre estos se nombraba al señor Gariburo, subastándose un pupitre en su clase. ¿Es que era un pupitre famoso? ¿Quizás las lecciones del profesor estaban muy cotizadas? Los demás anuncios también me eran un tanto… confusos.

Se vende Ford modelo T. ¿Qué era un Ford? ¿Importaba qué letra tenía en su modelo?

Se venden obras completas del profesor Ravenholls. Su nombre se repetía en la sección de arqueología de mi cerebro, así como en algunos de los tomos de la inclinada estantería de Gariburo. Seguro que se conocían si los dos trabajaban en la misma especialidad, en el mismo lugar. ¿Habría rivalidad o amistad? Probablemente de las dos.

Se venden 5000 ratas y 6000 serpientes. Llamar a Issaak Clark. ¿Qué llevaba a un hombre a tener tanto excedente en su animalario? Entiendo lo de las ratas, pero no lo de las serpientes. ¿Cuántos huevos pone una serpiente? Son ovíparas, u ovovivíparas, pero… ¿tantos? ¿Estarán ricos? Qué hambre tengo...

Se ofrecen lecciones de boxeo. Ver al entrenador. ¿Boxeo en una facultad de ciencias gubernamentales? Bueno, el estímulo físico siempre viene bien para mantener un cuerpo sano. Cuando todo esto termine a lo mejor me paso…

Al lado del tablón se encuentra una puerta, tras la que se escucha la voz del profesor. Es una de las clases que pueden verse desde fuera. Y poco más allá, hay una fuente para que los alumnos puedan saciar su sed.

Siguiendo recto se encuentra, ocupando un gran hueco del pasillo, una enorme vitrina de trofeos sobre la que está grabada la palabra “ARQUEOLOGÍA”. Dos chavales de uniforme, azul con pantalones negros, charlan animadamente ante la atenta mirada de un burócrata rígido y trajeado que anota en su libreta rápidamente. Incluso fuera de aquel expositor, las paredes estaban repletas de cuadros y menciones a la misma rama del conocimiento... Más tarde tendría que fijarme en las orlas para cercionarme del aspecto, incluso de su evolución a lo largo de los años, del señor Gariburo. M
ás al fondo del pasillo, a la altura de la siguiente clase, tres alumnos, dos chicos y una chica, socializan entre sí. O más bien socializan los muchachos, porque la chica está mirando al extraño que acaba de entrar en el edificio.

Si fuera yo mismo, llamaría más la atención. Difiero bastante del disfraz que llevo como señor August. Me he teñido el pelo de un castaño, dejando dos o tres fibras capilares canas, para darme un aspecto más maduro. Teñirse el pelo deja de ser un engorro cuando eres capaz de moverlo, la verdad. También he sustituido mi llamativo sobretodo rojo por una gabardina gastada de un marrón muy oscuro, a juego con mis guantes y sombrero fedora. Soy un reducto monótono de grises oscuros y tonos pardos. En resumen, un tipo de aspecto bastante mediocre que podía dar la pinta de CP, sin tener que serlo. El disfraz perfecto para una isla gubernamental, o para un lugar de bajos fondos. ¿Irónico, no?

Le guiñé un ojo a mi admiradora, es lo que hubiera el despreciable gañán de August y luego caminé por los pasillos para tener una pequeña charla con los muchachos cercanos a los protegidos trofeos.
- Disculpad, ¿a que viene lo del cartel de “Se vende un pupitre de la clase del señor Gariburo”? ¿Tan cotizadas están sus clases?
Mientras me hablaban, y discretamente, sin romper la normativa social, deslicé mi vista, no sólo para echar un vistazo a los premios, sino, también, a la chica.

Al final del pasillo, nominado por un letrero, se encontraba el gimnasio. Lugar de mi futuro proyecto de entrenamiento físico. Pero todo a su tiempo, aún estoy trabajando...


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moderado para adam Empty Re: moderado para adam {Lun 1 Mayo 2017 - 22:21}

Los alumnos me miran preguntándose quién era yo y qué hacía aquí. A pesar de todo, no suscité una respuesta violenta, ni siquiera curiosa.
- Ah, eso…- parecían divertidos. ¿Era todo una broma?-. Resulta que el profesor lleva desaparecido semana y pico. Normalmente se va a buscar reliquias en excavaciones y eso, pero nunca había tardado tanto en volver. Su clase esá al fondo a la izquierda, cerca del pasillo.
- Oh, ya veo, gracias.
¿¡Una semana!? ¿Quién había regado la planta entonces? ¿Y entonces  por qué estaba la puerta rota? La nueva variable rompía mis esquemas. Incluso, integrando la presencia de un vecino amable al cuidado de las plantas, todo se había vuelto más confuso.

Aquella muchacha, una jovial y prieta morena seguía mirándome mientras observaba con interés las orlas. Ahora tenía una cara que asociar a Gariburo, un hombre de la treintena,  de pelo castaño y que progresaba hacia el ligero sobrepeso asociado a la edad. Usaba gafas, aunque las fotos en las que salía permanecían colgadas de su cuello.

Me encaminé hacia la clase del señor Gariburo para darme de bruces contra los gritos de enfadados alumnos. La marabunta se apelotonaba en torno a la mesa del profesor, donde una mujer de aspecto frágil y desdeñado intentaba excusarse sin mucho éxito. Tal falta de respeto eliminaba la posibilidad de que fuera una profesora, probablemente sería la secretaria.
Entré decidido a la clase y alcé la voz de forma ominosa.
- ¡No toleraré esta falta de respeto en una institución gubernamental. ¡Siéntanse!
Las pocas figuras que callaron fueron reencendidas por las palabras de los atrevidos y maleducados.
- A mi usted no me dice que me siente. No nos moveremos de aquí hasta que nos firmen las notas!
- ¿Y usted quién es?
- ¿Quién se cree usted para ordenarnos? Siquiera es un profesor colegiado
- ¡Eso, eso! Usted no es nadie aquí.

¿Este era el futuro de las mentes del gobierno? Qué decepcionante… Carecen de disciplina. Guardada idea para consejo regulador.

Me vi forzado a salir antes de que la ira se tornara en consecuencias físicas. Pude ver, cuando la multitud se inclinó de nuevo hacia la pobre burócrata, una puerta bloqueada por los gritones demonios. Debía investigarla, pero... ¿cómo acceder a ella?Tendría que recurrir a una figura de autoridad que ellos respetasen.

- Buenos días señor…
Dejó su libreta por un segundo y me estrechó la mano.
- Buenos días, mi nombre es Marcus Hapacus. Soy el actual rector de la facultad.- dijo con el orgullo de un recién ascendido.
- Es un placer conocerle. ¿Conoce al señor Gariburu?- dije, señalando con el pulgar el foco del ruido.
- Sí, soy amigo suyo. O lo era, aún estamos esperando que aparezca- dijo, con preocupación en su voz.
- Ya sabe cómo es el señor Gariburo, se habrá encontrado con algo demasiado interesante como para dejarlo- comenté tranquilizador, saltándome el formalismo de darle mi nombre-. ¿Qué es lo último que se sabe de él?- comenté, imitando su preocupación, apelando al mismo sentimiento que necesitaba confesar.
- Aceptó un contrato para buscar un objeto de gran poder después de que el profesor Mulray comprara una estatua Totemalteka muy cara- dijo, y yo sabía que iba a continuar en el momento en el que mi inclinar de cabeza y mi gesto curioso le exigiera más información.- Lamentablemente, Gariburo le demostró que era falsa rompiéndola y enseñándole el travesaño de su interior. En mi opinión, Gariburo se excedió, considerando su situación.
- Pues sí- afirmé como él, para disponer de su favor-, podría haber hecho algo menos… abusivo. Pero bueno, cuando a uno no le escuchan suele tomarse las cosas de una manera más… violenta. Gariburo no estaba en un buen momento, ¿no? Se le veía bastante decaído…- profeticé como un adivino de feria, no tardaría en darme las respuestas que necesitaba.
- Pues verá, se contrató un geólogo que se creía muy ducho en arqueología; fue él quien le dijo a Mulray que comprara la estatua. Pareciera como que quisiera quitarle la plaza a Gariburo. Comprenderá usted su enfado.
Asentí repetidas veces antes de volver a tranquilizarle.
- Quizás haya aprovechado para visitar a unos parientes. ¿Sabe algo de la familia de Gariburo? Quizás podamos contactar con él…- el ruido aumentaba- . Porque, si esto sigue así, los alumnos le quemarán la escuela.
- Su padre, pero hace mucho que no se ven, y apenas habla de él. Respecto a los alumnos, tal vez podría decirles que el profesor Jhon Red está disponible para firmar sus notas. Será una venganza contra él por fallar en la tasación de la estatuilla.
- Claro, será un placer.
Empezaba a marcharse, pero le detuve con una petición más,  disfrazada con una excusa.
- Ah sí, ¿podría darme las llaves del despacho de Gariburo para planear las próximas clases?- dije haciéndome pasar por su suplente, seguro que ya habían pedido alguno.-. Creo que va a ser mejor el revisar sus notas en vez de preguntarles a esos… indisciplinados monstruitos.
- Si consigue despejar la marea..., está abierto- dijo más preocupado por atender otros asuntos-. Buena suerte.
Se marcha, sin sospechar nada. Todo había salido según lo planeado, ahora tenía sospechosos que considerar. Volví a la clase para declarar la buena nueva en voz alta.
- ¡ALUMNOS! Es competencia actual del Profesor Red el firmar los documentos pertinentes al señor Gariburo. Él se encargará de firmar sus notas. Quizás deban ir antes de que se vaya a casa... aunque podrían esperar a mañana
Se dispersaron con la velocidad del rayo entre rápidos agradecimientos, ahora eran problema del señor Red.  Iba a entrar en aquella desconocida sala, pero antes, debía de hacer una cosa.
- ¿Está usted bien?
- Sí, gracias- suspira-. Por fin se han ido y podré trabajar tranquila…
Le sonrío amablemente antes de dar un par de pasos hacia la puerta.
- Ah, ¿hay alguna carta hacia el señor Gariburo? Se supone que tengo que encargarme de su clase mientras no está. Seguramente haya recibido algún paquete o información para la clase…
- Toda su correspondencia está en su mesa, en el trastero de allí dentro- me dice señalándome la habitación.
Trastero es una palabra curiosa para referirse a lo que debería ser un despacho.
- Mil gracias. Por cierto, debería llegar entre hoy y mañana mi currículum y esas cosas... Ya sabe cómo es la burocracia… Acabo de ser llamado para todo esto...- balbuceé con ademanes cansados y aburridos mientras entraba al despacho.

Nada más entrar comprendí la elección de palabras de la señora. Aquello era un antro oscuro y cerrado repleto de cachivaches y libros polvorientos compactados en estanterías. Lo único que lo diferenciaba de un trastero era la presencia del escritorio, tan antiguo como las reliquias de los estantes. Una de las dos ventanas era inutilizada por la presencia de las librerías, la otra era la única responsable de la luz natural en aquella sala.

Decidí abrirla por el bien de mis pulmones. ¿Cuánto polvo se puede acumular en una semana?

Sobre la mesa del fondo se podían encontrar un den-den mushi, un ventilador y una enorme pila de documentos. Claro que, para acercarme a ella debería sortear toda aquella basura de interés arqueológico.

¿Tendría un trastorno acumulativo? Me pregunté a mi mismo, ya que el personaje de August no se preocuparía de darle una etiqueta correcta a un puto loco.
Me senté en la silla sacando mi DD-Meca, que manipularía para sonsacar todos los secretos a aquel objeto vivo,  y estudiaría aquellos papeles sobre la mesa. Como medida preventiva, estaría con el oído atento a los sonidos de alrededor… Sospechaba que aquella muchacha me haría una visita, aunque no del carácter que el salido de August querría.

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moderado para adam Empty Re: moderado para adam {Jue 4 Mayo 2017 - 9:58}

Los papeles no eran más que propaganda arrugada y sucia, extraída sin delicadeza de un cajetín en las idas y venidas al trabajo. Pero, entre la montaña, la piedra madre se mostró como un paquete cerrado. Estaba destinado al profesor Gariburo y carecía de remitente. Abrí con delicadeza el envoltorio para encontrarme con un grueso tomo gastado sin título impreso.

Lo ojeé con delicadeza para comenzar su estudio. Pero la anarquía con la que yace escrito, el código subyacente a los desvaríos es inteligible sin el estudio apropiado; sólo consigo inferir la finalidad del texto: Es una guía para encontrar un objeto llamado “La corona de las edades”.

El objeto del cuadro y la antigüedad que busca el señor Cuervo… todo comenzaba a tener sentido. Aquel dibujo era una promesa de un niño a su padre para encontrar un legendario tesoro.

¿Qué detonaría la actitud de Gariburo? Lo más probable era que su padre hubiese muerto sin lograr su sueño, dándole la epifanía, en forma de investigación legada, para que él, su único hijo, se sintiera obligado a cumplirlo. El ser humano sólo vive su realidad.

Mi contratante mencionó que se trataba de un objeto de gran poder. ¿Pero qué puede hacer una corona? Me interesa, pero no debe hacerlo por mi propio bien; podría verme arrastrado  en todo esto…

Era hora de marcharse, antes de que alguien viniera oportunamente a descubrir quién era ese “sustituto” del que no se sabía el nombre. Incluso aunque ello supusiera que aquella morenaca no conociera lo que era un hombre de verdad.

Sí, eso es lo que pensaría el “cerdo” de August, me dije, reafirmando y acotando los detalles de la personalidad a interpretar, tanto externa como internamente, de mi nueva y temporal identidad.

Con el libro bajo el brazo cogí como souvenir una máscara de aspecto maligno y primitivo. También tomé una imagen mental de aquella loseta bajo la ventana, que, aunque probablemente no significaba nada, quizás me valiera en un futuro para el desarrollo de signos de un código lingüístico. Cerré la ventana tras de mí al salir, echando el cerrojo con las facilidades que mi Semei Kikkan particular me otorgaba, y volví al coche.

- ¡OOGA BOOGA!- dije saltando como un bárbaro enmascarado desde la cobertura del propio vehículo hasta la ventana del conductor con la intención de asustarle.

Por muy profesional que el señor August fuera, no iba a perder la oportunidad de hacer ese tipo de tonterías…, le hacía falta divertirse a costa de otros tras la privación del contacto, contacto, contacto, de aquella interesada jovencita.

Me subí al coche y dejé las nuevas pertenencias a mi lado.

- Es hora de ir hacia el puerto, tendré que salir de aquí y necesitaré que llame al Señor Cuervo para que me proporcione un transporte justificado hacia alguna isla exterior. Desde ahí me mantendré en contacto por den-den mientras prosigo mi investigación. Ahora tengo que hacerle una pregunta importante- dije, inclinandome hacia su asiento. - ¿Dónde demonios puedo comer? Que hay hambre...


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moderado para adam Empty Re: moderado para adam {Sáb 6 Mayo 2017 - 16:22}

Tras un pequeño infarto todo fue mucho más rápido. El chófer realizó sus llamadas para concretarme los detalles del siguiente paso: El viaje hacia Water 7.
Cuando llegamos al hangar de aquella maravilla mecánica no podía siquiera creerlo. ¿Cómo iba una cosa tan grande a propulsarse por el aire? Y lo más importante, ¿cómo iba a aterrizar?

Sugerí otros medios de transporte, pero el trajeado conductor, ahora piloto, insistió. Estaba seguro de que iba devolverme aquella broma. Ser el señor August tenía también sus inconvenientes. Tras un despegue movidito, pero no más movidito de la cuenta, como pude ver por la tranquilidad de la azafata, surcamos el cielo en aquel desafío de la ingeniería. Me sentí aliviado de que aquel profesional de la aviación dejara pasar la pequeña bromilla sin consecuencias.

Estaba claro que el señor Cuervo tenía dinero y recursos; un buen puesto en el gobierno mundial que sustentaba sus caprichos y fruslerías…, por ahora. El avión, o hidroavión, como se me concretó, era un lugar para el lujoso descanso durante el trayecto.

La cena a bordo resultó una mezcla de nuevas experiencias; sushi, canapés y mini-rollitos fritos con verduras, todo un disfrute para los sentidos. Nuevas experiencias que se agotaban tras el primer, y único, bocado.

Tras el aterrizaje sobre el agua, porque no había pistas como en la isla de la que salimos, pusimos rumbo a tierra firme mediante un pequeño barco hinchable, de nuevo capitaneado por el chofer-piloto-capitán. ¿Cuántos vehículos sabía conducir ese tipo?

Decidí despedirme de los hombres de Cuervo para ir por mi cuenta hasta el punto con el que se suponía que debía encontrarme con mi contacto,  el Dr Schneider, en la iglesia de San Cucufato. Cargado con mis numerosos bártulos y suvenires paré a comprar una maleta, a un precio un tanto abusivo, y un mapa de la ciudad en las inmediaciones de las estaciones de tren marítimo. ¡Cómo sabían sacarle precio a los artículos que eran tan necesarios para la gente con prisas!

Redistribuidas las nuevas pertenencias, y con el disfraz añadido de un mapa innecesario para alguien nativo, comencé mi ruta a pie hasta la iglesia. Dos horas más tarde, con los hombros cargados y los pies ardiendo, llegué hasta el decadente edificio.

La plaza de San Cucufato era un reducto de paz entre los canales secundarios de los distritos; allí, rodeado de apartamentos vivienda, permanecía intacto la enorme nave blanca de techos altos. En el centro de la plaza, la fuente de San Cucufato, hacía de punto medio hasta restaurante “Le Coucufé”. En la terraza de aquel restaurante, disfrutando del buen día, cenaban de manera temprana una anciana vestida de rosa con un gato persa de cara plana; una pareja trajeada con caras y oscuras ropas de Jarmani y otra pareja, detrás de la anterior, que bebían sin parar un vino proveniente de un enorme cartón sobre la mesa.

¿Dónde estaría mi contacto? Me pregunté mientras sopesaba un rasgo de mi personaje: el gusto por el vino en cantidad, sin importar demasiado su calidad.

Las figuras redondeadas y el movimiento de coctelera captan mi atención cuando aparecen. Una mujer, sacada de las revistas más obscenas, se acerca a mí con una sonrisa.

Enormes, gargantuescos y blandos pechos botaban a cada paso que la imponente rubia desliza entre la corta tela de su minifalda negra. La dama sabía sacar partido a cada una de sus curvas, reduciendo cada acto a su versión más provocativa y lasciva. Me atrae, pero no puedo evitar el acordarme de otros pechos enormes y de una melena rubia que resultó ser más que problemática para mi misión. Al igual que esa vez, decidí contener cualquier intento por el bien de la misión… Aunque… August…

- Hola, soy la doctora Schneider- me extiendió su mano para darme un apretón.
Estaba claro que no iba a obtener eso. Tomando su mano y besuqueando hasta el codo, alcé las cejas en repetidos movimientos.
- ‘Anchanté”- dije en el más burdo acento.
- Traba…jaba con el profesor Gariburo, la última vez que lo vi estaba investigando algo de unos números romanos en la iglesia.

- Interesante, muy interesante- digo asomándome a su escote limitado por tan una escueta camiseta blanca. August ya había tomado la decisión de mirar algo más importante que sus ojos.

- Deberíamos entrar.

- Sí, sí sí…, usted delante- dije cogiendo mi maleta, con la fijación de seguir la guía de su trasero.

Detrás de la interpretación, mi mente sopesaba que aquella mujer fuera una distracción, un problema, una espía.

Los hechos hablaban por sí solos; alguien, además de Cuervo, andaba tras la corona. LA suposición de que habían sido los propios matones de mi contratista los que habían forzado la habitación se iba esfumando; aquel hombre debía disponer de los suficientes recursos como para conseguir una copia de la llave de un edificio diseñado repetitivamente por el gobierno. No sólo eso, sino que también, hacía más de una semana que Gariburo estaba fuera, haciendo innecesario el saqueo de su hogar por alguien que sabía de su estancia fuera de la isla. Y, sobre todo, ¿cómo demonios ha dado conmigo tan rápido mi contacto? ¿Sin esperar a tomar algo en el restaurante tras mi tardanza? Todo aquello era muy sospechoso, muy oportuno, con una envoltura de carne demasiado deliciosa.

Qué machista por mi parte pensar que alguien que dedica su vida a la salvaguarda de la salud no puede estar tan bien construido… Pero requiere de un esfuerzo muy grande, muy poco probable, el cultivar cuerpo y mente al mismo tiempo. Mi pensamiento sería considerado machista tan sólo porque era una mujer, definición que quedaba invalidada ya que también habría pensado lo mismo del otro sexo.

- Oiga doctora, tengo un enorme problema- dije, señalando mi miembro- del que podría hacerse cargo. Después de todo esto claro…
- Voy a hablar con el bibliotecario y los guardias para que nos dejen seguir con nuestra investigación después del cierre.
Quién fuera bibliotecario o guardia, pensaría August.

Cuando se marcha puedo dejar la interpretación para otro momento, es hora del análisis.
El edificio había sido reacondicionado para una funcionalidad más digna que el aleccionamiento religioso; el académico. Dispuesta de forma radial, las diferentes secciones y pasillos estaban indicados por grandes números romanos grabados en las losas de mármol del suelo. De nuevo, demasiado oportuno para ser cierto.

Gariburo, aunque llevaba gafas, no parecía ser un topo, no cuando no había un número considerable de lupas ni en su casa ni en su puesto de trabajo. Así que… ¿dónde tendría que buscar esos números?

Miré a mi alrededor para encontrar ángeles mirándome desde el cielo; vidrieras repletas de serafines que separaban las distintas secciones.  
Fijándome en las decorativas estructuras, mi vista recorrió las estancias hasta dar con una que daba a tres pilares atados por un cordón de seguridad, indicativo de la restauración de una pared del edificio.

No disponía de mucho tiempo hasta que la “doctora” volviera.

Me acerqué a una de las mesas de estudio para abrir mi maleta, cambiando el enorme tomo por otro de peso y desgaste similar de las estanterías cercanas. El cebo estaba preparado. Luego,  conjunto a libros escogidos al azar y al paso, oculté la investigación en uno de los carritos de devoluciones que se apostaban en las calles entre las secciones. Cerré mi maleta, la puse sobre el carrito y me dirigí hacia la sección en obras empujando mis pertenencias, dedicando, de paso, un par de miradas analíticas a las angelicales vidrieras.

Volví a ser August cuando llegué a mi destino.


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