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[Pasado] La muerte tiene nombre [Privado - Takeshi Yamamoto y Rayder] Empty [Pasado] La muerte tiene nombre [Privado - Takeshi Yamamoto y Rayder] {Lun 10 Jun 2013 - 14:47}

El pelinegro se encontraba como todos los días, al mando del timón de su barco. Aquel navío que surcaba los mares no era otro que el Fifty Stars, barco insignia de la subdivisión de los Piratas de Barbarrubia. Y a cargo de dicha rama secundaria estaba él, protegiéndoles a todos como si fueran sus pequeñas bolas de fortuna. El día había amanecido lluvioso, con miles de nubes de una tonalidad grisácea cubriendo el manto del cielo. Los ojos incoloros de Rayder se alzaron un momento, mientras que se percataba de que el astro Rey era solapado por sus hermanas menores. Pestañeó, y mantuvo la dirección del navío recta, mientras que por su mente pasaban algunos pensamientos. "Un día triste, precedido por la lluvia. Un presagio bastante malo", pensó, serio y con la vista clavada en el cielo. Redirigió sus orbes hacia adelante, puesto que minutos atrás había dado con una extraña isla que no constaba en ninguno de los mapas que portaba consigo. De lejos, se podía entrever una gran cantidad verdácea de palos, como si fueran bambú. Un bosque repleto de ellos, por lo que parecía. Así que navegó hacia dicho lugar, mientras que sus compañeros estaban dormidos en los específicos camarotes de cada uno, siendo él el único despierto a aquellas horas intempestivas. Pronto, las nubes empezaron a llorar, soltando aquellas gotas de lluvia que recorrieron el aire. Pero como poco le importaba, se quedó allí parado, creando una pared de sustancia oscura por encima de él que le ayudó a no mojarse. Sus manos se apoyaban fuertemente en el timón, pero su cabeza estaba pendiente de otras cosas.

- Tengo un pálpito de que algo malo ocurrirá en esa isla - Susurró, mas su codicia y sueños por poner un pie en cada isla del mundo no le dejarían dar la vuelta. Con el rumbo decidido, el navío recorrió toda la distancia que les separaba de aquel bosque inaudito, para que al cabo de unos diez minutos, el pelinegro se encontrase echando el ancla hacia el mar. - Listo, así no te moverás de la costa - Añadió, una vez que soltó el pesado trozo de metal, que chapoteó con su entrada al fondo marino. Cuando estuvo convencido de que el barco estaba bien amarrado, se encaminó hacia su habitación para prepararse, pues nada le ataba a quedarse en la cubierta durante todo el día.

Atravesando los distintos pasillos que conformaban el interior del Fifty Stars, el ex-noble de Lvneel entró en su habitación de capitán. Se acercó a la esquina donde mantenía apoyadas sus tres espadas y sus bolsas de Diales, tomándolas todas consigo y atándolas a su cinturón mediante hilos fuertes o enredándolas en su propio cinturón. Vestido con una única camisa, pantalón y botas negras, se acercó hasta su silla personal para tomar la gabardina que le protegería de un frío para nada agradable. Aquella isla no era invernal, por supuesto, pero el día tenía una brisa fresca que no le gustaba. Y cuando lo tuvo todo puesto, salió precipitadamente hacia donde se encontraba antes. No dio ningún aviso a sus nakamas de su futuro destino, puesto que ellos no tenían porqué preocuparse. Y si eran lo suficientemente listos al ver un barco abordado en una isla, no habría mucho que pensar. "Aunque tal vez sería mejor que ellos se quedasen aquí, no quiero que les pase nada malo", meditaba interiormente. La verdad es que no quería poner en peligro la vida de sus nakamas, y habían llegado a una isla de la cuál no tenía conocimiento alguno. Por tanto, los peligros que pudieran darse en aquella zona le serían nuevos a la vista por primera vez. Pero, ¿qué misterios y preguntas habría que resolver con respecto a aquel paradero? Solo el tiempo lo diría. Activando el tablón de madera de un lateral del barco, comunicó dicho transporte con la playa, a la que bajó rápidamente.

- Bien, es la hora de explorar - Comentó, apoyando su antebrazo derecho en el mango de las katanas que descansaban en su cinto, en la parte derecha de la cadera. Las huellas que sus pisadas dejaban eran profundas, puesto que las botas que portaba pesaban lo suyo. Y con la mirada seria y atenta, para nada confiada, se dirigió hacia la entrada del bosque de bambú.


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