[Moderado Nivel 6 -Katharina] Una isla, cuatro zonas y una montaña.

El nuevo mundo, un mar recóndito donde solo unos pocos locos se atreven a introducirse en él solitariamente. ¿Estás tú loca? Bueno, eso es algo que tampoco nos incumbe mucho, pero la gente te conoce y muchos te temen, mientras que otros ven en ti un saco de billetes con el que vivir en una mansión de oro.

Según la prensa sensacionalista y los rumores, la gente comienza a saber que no eres parte de los hermanos de la tormenta, aunque muchos otros te siguen relacionando aún con la banda del pelirrojo descamisetado. Tu recompensa ha aumentado hasta los quinientos cincuenta millones y tu actitud te ha hecho llegar a una isla del nuevo mundo llamada Tetraweather. Se trata de una ínsula de bordes escarpados, con acantilados en la mitad noroeste y lindas playas de arena blanca al sureste. Su nombre viene de que en ella hay cuatro climas, cada uno en una parte de la isla, separadas mediante ríos. ¿Casualidad? No lo creo. En el centro hay una montaña, cuya altitud no se ve en el horizonte, pues la panza de burra impide que así sea.

Mapa:

En cada zona hay una ciudad capital, rodeada de pequeñas aldeas que depende de ella.

Aclaración:

Hacía un buen rato que había terminado lo de la aguja, y se sentía más o menos libre. Aunque para ojos del mundo Katharina siguiera siendo una pirata, ya no sentía responsabilidad con ningún bando. Parecía como si se hubiese sacado de encima un peso que lo había aceptado llevar sin recibir nada a cambio. Era lo primero que se le venía a la cabeza al pensar en la banda del pelirrojo. ¿Qué esperaba? Eran piratas, después de todo. ¿Por qué tendrían que preocuparse por el mundo? Lo había dejado muy claro Kenshin. La bruja no quería que la relacionaran más con esa tripulación, pero los medios se esforzaban en divulgar información falsa.

Su tiempo en Elysea había terminado y era momento de seguir adelante. Llevaría consigo tanto los malos como los buenos recuerdos, eso seguro. Los siguientes días pasaron rápidamente, tanto así que Katharina ni siquiera se había percatado de dónde se encontraba. Un hombre del puerto había dicho que estaba en Tetraweather. No importase hacia dónde dirigiese la mirada, había nieve y hielo por todos lados. El frío hacía que los lugareños vistiesen pesados abrigos y gruesas botas. Por otra parte, las casas de piedra no parecían ser el mejor refugio para la ciudad.

La verdadera pregunta tras la llegada de Katharina era: ¿qué diablos hacía en Tetraweather? Ni ella misma lo sabía, pero al menos tenía una idea. Viajar expandiría sus horizontes, le permitiría replantearse cosas y adoptar nuevos conocimientos. Era una forma elegante de decir que quería conocer más el mundo antes de lanzarse definitivamente a la misión de cambiarlo. El Gobierno Mundial podía esperar un poco más. Intentaría no meterse en problemas y mantener un perfil bajo. Ese era el plan que había decidido tras despedirse de sus amigos en Elysea.

La bruja se encontraba en la capital nevada, un lugar completamente desconocido para ella. Lo primero que haría sería preguntar por una taberna. Era normal que ahí se reuniera información, ¿verdad? Luego de preguntar por rumores o cualquier cosa que pudiese ser interesante, tomaría una decisión.

Dimund, la capital invernal de Tetraweather, un lugar acogedor recubierto de espesa nieve. La calle principal está repleta de puestecillos que están recogiendo, ¿por qué razón? No tardarás mucho en descubrirlo. Ves como los animales salvajes se meten en lugares techados, incluso las personas acogen perros y gatos, seguramente abandonados por su aspecto, en sus casas o cobertizos. Si te fijas en el cielo está nublándose y no muy lejos de allí una taberna.

Un hombre se choca contigo y se cae al suelo, pero no tarda en levantarse.

—¡Corre chiquilla! —te dice exaltado—. No querrás estar aquí cuando venta el Tulum bao, ¿verdad?

Y dicho eso se va. ¿Qué será el Tulum bao? El tiempo pasa y un fuerte viento remueve tu ropa y tus cabellos con violencia. Cuando quieres darte cuenta no hay nadie en la calle. Creo que sería buena idea ponerte bajo techo; aunque eres libre de hacer lo que desees. Si entras en la taberna verás que hay poca gente, algunas familias sentadas en mesas tomando rico chocolate caliente con galletas, individuos solitarios que se calientan con vino o cerveza y una pareja de ancianos taberneros que despachan a los clientes con la ayuda de su nieto adolescente. Parece la escena de obra de teatro navideña.

—Le pongo algo, ¿señorita? —te pregunta el muchacho—. ¿Un chocolate con churros? ¿Quizás unas galletas?

Si te fijas bien allí hay un hombre que te mira fijamente, no te aparta la mirada. Va bien armado, pero quizá sea solo un hombre de mundo que viaja en solitario como tú.

Katharina se percató del extraño comportamiento de la gente de Dimund, capital de la capital nevada. La gente recogía sus tiendas aceleradamente y los animales salvajes buscaban refugio en lugares techados. Incluso había personas que recogían a perros y gatos para acogerlos en sus hogares. La bruja alzó la mirada y se encontró con un cielo nublado que se cerraba poco a poco. ¿Acaso se avecinaba una tormenta? A juzgar por el comportamiento de la gente, había razones para creerlo. Quizás por estar distraída no se percató del hombre que chocó contra ella. Si hubiese percibido hostilidad de su parte, este se habría congelado de inmediato al tocar el cuerpo de Katharina. O eso debería haber pasado.

—¿El Tulum bao? ¿Qué es eso…? —le intentó preguntar, pero el hombre yacía lejos de la bruja. ¿A qué se refería exactamente?

Se cubrió el rostro con el antebrazo cuando el viento sopló con fuerza, casi amenazándole con echarle al suelo. Cuando este cesó, la bruja se dio cuenta de que ya no había nadie en la calle. Realmente no tenía razones para permanecer en medio de un lugar vacío, por lo que decidió alcanzar la taberna que estaba a unos cuantos metros más allá. Dentro, había gente bebiendo chocolate caliente con galletitas y otros zampándose unas cuantas birras. El ambiente era cálido y acogedor, la barra era atendida por una pareja de ancianos con la ayuda de un adolescente que, seguramente, era su nieto.

—Un poco de chocolate caliente estaría bien —le respondió al muchacho con las manos entrelazadas y la vista puesta en él—. Y también unas cuantas galletas. ¿Treinta serán muy poco…? —se preguntó confundida. Quería ser modesta, así que optaría por esa cantidad—. Sí, sírveme un chocolate caliente y treinta galletas.

Katharina frunció el ceño al notar que un hombre bien armado no dejaba de mirarle. No quería problemas, pero sabía que una persona en su posición no tenía el derecho de ahorrárselos, después de todo, era una criminal mundialmente famosa, o algo así. ¿Sería un cazador? ¿Un agente? Las opciones eran infinitas y de nada serviría calentarse la cabeza en obtener una respuesta tan intangible como el viento. No bajaría la mirada ni se dejaría intimidar por el desconocido, pero tampoco haría nada. Se limitaría a esperar la comida y preguntarle al mesero qué era el Tulum bao.

El hombre sigue sin apartarte la mirada, algo que a cualquier persona le resultaría incómodo y perturbador. ¿Sería un pervertido? Por sus ropajes no parecía esa clase de persona, ¿o tal vez sí? Las apariencias engañan, y eso es algo que sabes muy bien. El mesero te trae una rica taza de espeso chocolate caliente, su aroma es embriagador, teniendo unas ligeras notas de vainilla. Las treinta galletas son caseras y muy variadas, algunas con trocitos de chocolate, otras con trozo de chocolate blanco, de pasta de espéculos y algunas con pasas y frutos secos.

—Si tiene alguna alergia a los frutos secos díganoslo, señorita —te dice el posadero—. Al no especificar qué tipo de galletas quería, hemos decidido traerle un surtido de las que mi padre ha hecho hoy.

En el caso de que tu respuesta sea afirmativa y fueras alérgica a los frutos secos, se iría y vendría en menos de un minuto con más galletas, en caso contrario se iría y volvería a sus quehaceres. Entonces entra una mujer en aquella hospitalaria cafetería. Su piel era distinta a la del resto, era más morena y curtida al sol. Su acento también es distinto, pero es educada y amable como ninguna otra persona que hubieras visto.

—El Tulum Bao aprieta fuerte este año —comenta al posadero—. ¿Sabes cuánto tiempo va a durar?

—Se cree que en dos días parará, mientras tanto habrá que esperar a que pare para poder ir a nuestras casas —le responde el camarero.

Entretanto, ves que el hombre que te miraba ha desaparecido. Nadie parece haberse dado cuenta de ello, pues no parece que se haya abierto la puerta desde que entró la mujer. Entonces, te percatas de que hay un papel sobre tu mesa. ¡Ah! Y el hombre sale del baño, no ha sido nada raro.

Si abres el papel tiene el nombre de una calle y una hora. Si te fijas en el reloj que en el local faltan dos horas para la citación, más bien ciento diecinueve minutos. ¿Qué harás joven bruja? ¡Ah! Y el hombre no para de mirarte, mientras sujeta un papel en sus manos.

Cerró los ojos y dejó que el aroma del chocolate caliente recién servido recorriese cada célula de su cuerpo, causándole una sensación indescriptiblemente placentera. Y las galletas con pequeños trozos de almendras tampoco se quedaron atrás. Su sabor era único, inigualable. Más allá de las notas del chocolate y el sabor de los frutos secos, había algo que las distinguía de las demás comidas: dedicación. Aparentemente, el cocinero de la taberna se lo pasaba muy bien cocinando, plasmando su talento en el platillo, dejando que los comensales disfrutaran de una rica comida. Hundió una galleta en la taza de chocolate caliente y luego se la llevó a la boca.

Hubiera sido una comida perfecta de no ser por la incómoda y permanente mirada de ese hombre. Podía tratarse de cualquier cosa. Un pervertido. Tal vez un cazarrecompensas. ¡Incluso un agente del Gobierno Mundial! Las posibilidades eran tantas que no valía la pena perder el tiempo considerándolas. Tenía que tomar una decisión, pues no permitiría que un desconocido la estuviese incomodando de esa manera, pero ¿qué podía hacer? ¿Encararle y pedirle explicaciones? Llamaría demasiado la atención, y no quería que la gente supiese que una infame pirata comía junto a ellos. ¿Ignorarle? La pasividad también era una acción, y en muchos casos la peor decisión que alguien podría tomar. Fue entonces que sus pensamientos fueron interrumpidos por la aparición de una chica de piel bronceada.

Le escuchó hablar con el posadero, preguntándole cuánto duraría el famoso Tulum Bao. Sí, ese fenómeno —quizás meteorológico— que nadie había querido explicarle. Pensó que se trataría de un vendaval como ningún otro, aunque no tan poderoso como para derribar edificios. Actualmente, la fuerza de los vientos que podía convocar Katharina eran lo suficientemente destructivos para echar abajo casi cualquier construcción humana. Sin embargo, ahora se encontraba en el Nuevo Mundo. Las normas generales no aplicaban en ese mar. Las edificaciones podían estar hechas para soportar hasta la más brutal ventisca, o quizás no. Nuevamente, las posibilidades eran prácticamente infinitas.

Le dio un sorbo al chocolate caliente con los ojos cerrados como una buena amante y, cuando los abrió, se dio cuenta de que el acosador no estaba. No había escuchado a nadie salir de la cafetería, así que… Espera, ¿eso era un papel? La bruja cogió la nota y miró hacia los lados, esperando que alguien se hiciera responsable, pero nada. Leyó lo que estaba escrito y frunció el ceño. ¿Una citación en pleno Tulum Bao? Sonaba… extraño. En cualquier caso, necesitaría algo más de información.

La chica se levantó del asiento y caminó hacia la barra, posándose al lado de la mujer de piel morena. No perdió el tiempo en mirarle, sino que se dirigió directamente al hombre.

—Parece que el Tulum Bao trae muchos problemas —comentó inexpresivamente, casi aburrida—. Me gustaría saber lo que es… Verás, vengo de muy lejos y nada más llegar un hombre me advierte sobre el Tulum Bao. Ah, y si fueras tan amable, ¿me dirías cómo llegar a esta dirección? —Katharina le enseñó la ubicación señalada en la nota, esperó a que respondiera y, de hacerlo, le agradecería.

Luego de hablar con el hospitalario hombre Katharina se dirigió al acosador. Le miró fríamente, como si sus ojos no albergaran humanidad alguna. No le gustaba que le molestaran así. Tampoco le apetecía que un desconocido arruinase su comida. La chica se fijó en que también tenía un papel.

—¿Te debo plata o algo? No has dejado de mirarme desde que entré —le espetó—. Este último tiempo se ha vuelto muy común linchar a los acosadores. ¿Y? ¿Qué quieres?

Dependiendo de las respuestas de los hombres, tomaría una decisión. En principio, iría a la dirección de la nota. Tenía presente que podría ser una trampa, pero la curiosidad le picaba. Tenía ese extraño mal de querer saberlo todo, y no se iría de la isla sin saber quién quería reunirse con ella.

Te tomas tu rico café y hablas con el tabernero. Este al ver que eras se sorprende.

- ¿Extranjeros en la isla? Hacía tiempo que no veíamos a ningún forastero por aquí. Desde que el Tulum Bao ha aumentado, poca gente visita nuestra isla - dijo el tabernero -. Verás, el Tulum Bao es un fenómeno climatológico propio de esta isla producido por unas fuertes corrientes de aire que rodean la isla. Últimamente se ha incrementado la frecuencia y tempestuosidad de las tormentas en la isla. Cuando se acerca una ventisca, arrecia cada vez más fuerte. Tan solo poner un pie en la calle es muy peligroso.

El tabernero miró con extrañeza la ubicación de la nota.

- Hmm, esa dirección es la del campanario del pueblo, pero no te recomiendo salir, podrías morir.

Cuando te diriges al hombre que te miraba fijamente, este pone cara de pocos amigos y te responde lo siguiente:

- ¿Qué pasa? ¿No puedo mirarte o qué? - dice mientras se guarda su papel en el bolsillo.

Si no te detienes a hablar con el hombre, esperas en la taberna hasta que quedan 20 minutos para la hora de la reunión. Entonces sales de la taberna y te diriges hacia el campanario siguiendo las indicaciones del amable tabernero. Si bien crees que puedes llegar a tiempo a tu destino, nada más salir sientes como una fuerte corriente fría de aire te empuja con tal fuerza que te manda a volar en la dirección contraria. Si no haces algo, no llegarás a tiempo.

Escuchó la respuesta del tabernero y reparó especialmente en lo último que dijo: «podrías morir». La bruja no era una experta en meteorología, pero sabía que ningún viento que no pudiese echar abajo una casa podría con ella. No solo porque su cuerpo fuese excepcionalmente fuerte y resistente, sino también porque controlaba los cuatro elementos de la naturaleza. Quizás el exceso de confianza en sí misma le terminaría pasándole la cuenta, pero mientras no lo hiciera todo estaría bien. Era inteligente seguir las recomendaciones del tabernero, pues era un lugareño que conocía muy bien el clima de su región. Sin embargo, también quería saber lo que le esperaba en el campanario y descubrir a la persona que deseaba reunirse con ella.

Seguía considerando la posibilidad de que todo fuese una trampa, de que dejarse dominar por la curiosidad podía condenarle a una muerte segura, pero el tiempo que pasó con los Arashi le hizo ser mucho más imprudente de lo que alguna vez fue. Y es que también se había dado cuenta de que para ganar había que arriesgar. Podía quedarse en la taberna y esperar a que el Tulum Bao parase, perdiendo la oportunidad de conocer la verdad y quedándose con la incertidumbre. Era la opción más segura, racional e inteligente, pero el corazón de la bruja apuntaba hacia otro lado. Y había que respetar los deseos del corazón.

Frunció el ceño y se cruzó de brazos al escuchar la respuesta del hombre. Su atrevimiento era motivo suficiente para comenzar una pelea, pero por muy imprudente que fuese en la actualidad Katharina no era ninguna idiota. No tenía información alguna sobre el acosador, pero sospechaba de que estaba detrás de la invitación al campanario.

—No, no puedes —le respondió tajantemente, dándole la espalda y tomando asiento.

Fue hacia el baño de la taberna —el lugar más privado del edificio— y allí se preparó para enfrentar el vendaval. Había tomado muy en serio las palabras del tabernero, palabras que aún resonaban en su cabeza. «Podrías morir», había dicho. Quería llegar y saciar su peligrosa curiosidad, pero tampoco arriesgaría su vida como si esta no valiera nada. Si bien Katharina podía resucitar a la gente, nadie vendría a por ella cuando estuviera a puertas de la muerte. Entonces, comenzó a canalizar el maná sobrecargando el hechizo que tenía en mente. Y luego un susurro escapó de sus finos y suaves labios: Armadura de Mago.

Una auténtica armadura de samurái hecha de pura energía azul rodeó todo su cuerpo. Se trataba del hechizo defensivo más fuerte que conocía junto a Escamas de Dragón, pero usar ambas técnicas al mismo tiempo resultaría una carga que no estaba dispuesta a llevar. En realidad, era una medida proteccionista en caso de que no pudiera caminar allá fuera y el vendaval la arrojase contra los edificios. Finalmente, escapó por la ventana.

Al salir de la taberna un fuerte viento le tomó por sorpresa, saliendo despedida por los aires y parando unos cuantos metros más allá. Su primer pensamiento fue volver al edificio en busca de seguridad, sin embargo, ¿desde cuándo era tan cobarde? Lucharía contra la madre naturaleza, se apegaría al suelo y resistiría su furia. Había vencido a la muerte, incluso había controlado los elementos del cosmos, ¿por qué no enfrentar una brisa de invierno? Sabía que no sería sencillo, no sería fácil, pero estaba empeñada en llegar al campanario y se había vuelto ya un capricho, y Katharina era una chica muy caprichosa.

Haría uso de su fuerza sobrehumana para dar pisadas que se clavasen en la tierra, como si fueran las raíces de un árbol que le impidiesen salir volando por los aires. Se protegería el rostro con los brazos puesto que, aunque la Armadura de Mago redujese el daño, no frenaba el viento que le obligaba a cerrar los ojos. También tenía una especie de plan B. En caso de que no pudiese luchar contra el Tulum Bao, se envolvería en un manto de rocas que usaría a modo de armadura con el propósito de aumentar su peso, y así al viento le tomaría mucho más trabajo levantarla del suelo. Sería agotador, por supuesto, pero era fuerte. Ah, y también contaba con algo llamado telequinesis para mover la armadura de rocas.

Cosas usadas:

Conseguiste hacerle frente al viento que te pilló por sorpresa. Al clavar tus pies en el suelo consigues impedir que te arrastre en la dirección contraria a tu destino. ¿Pero qué es eso? Peligrosas rocas del tamaño de sandías vuelan en tu dirección. No directamente hacia ti, pero alguna te alcanza. Si observas algunas, puedes ver que no parecen rocas naturales, se asemejan más a escombros, pero estos te pueden retrasar.

Si quieres llegar a tiempo a la reunión, deberás darte prisa, porque aunque no volaran piedras hacia ti el clavar tus pies el la tierra una y otra vez no es que sea precisamente veloz.

Ah, y por cierto, escuchas unos gritos. Si levantas la cabeza para obsevar de qué se trata, son un par de niños, no muy grandes, que han sido sorprendidos por el vendaval y están volando. Si no haces algo podrían hacerse daño, mucho, incluso morir. Pero si intentas evitar que esos chicos salgan malparados seguramente no llegues a tiempo al encuentro. ¡Tú decides!

No había que ser un genio para darse cuenta de que el vendaval se estaba volviendo poco a poco más violento. Y el hecho de clavar los pies en el suelo para no salir volando era incómodo y estresantemente lento; quizá lo mejor hubiera sido quedarse en la taberna, pero la curiosidad y el capricho le habían ganado. Algunas rocas —o escombros, mejor dicho— comenzaron a caer en todas direcciones, y algunas estaban próximas de darle a Katharina. No dejaría que unas putas piedras interviniesen, por lo que desenvainaría la Hoja de Argoria transformada en una espada, usando la transmutación mágica, y cortaría todo cuanto quisiese interrumpir su camino.

La bruja era una persona puntual a la que no le gustaba llegar tarde a nada, y empezó a dudar de si era necesario clavar los pies en la tierra para que el viento no se la llevase; ¿acaso no tenía la suficiente fuerza para impedirlo sin necesidad de enterrar nada? Bueno, lo intentaría. Y si las cosas empeoraban solo bastaría con volver a clavarlos y repetir el mismo proceso aburrido y tedioso. No obstante, pronto se le presentó un problema de índole moral que no podía dejar pasar por alto. Unos niños —muy imbéciles, por cierto— al parecer creyeron que salir a jugar en medio del Tulum Bao era buena idea, y ahora se encontraban volando próximos a una muerte segura. Si Katharina tenía problemas para lidiar con el vendaval, esos mocosos no tenían ninguna oportunidad.

Katharina no era una persona que amase a los niños precisamente, de hecho, le molestaba infinitamente todo lo que estos representaban: desorden e irresponsabilidad. Sin embargo, y por muy cruel que haya sido en la vida, no podía dejar morir simplemente a dos niños para llegar a una reunión cuyo objetivo ni siquiera conocía. Si bien la bruja era una pirata de dudosa moralidad, no había que ser muy listo para darse cuenta de que la balanza entre llegar tarde y ayudar a esos dos mocosos se inclinaba fuertemente hacia esto último. Tampoco era tan individualista como para dejar que los niños muriesen y, a pesar de que sus muertes no le afectarían en lo absoluto, había veces en la vida que había que tomar al toro por las astas.

—¡Telequinesis! —susurraría para sí misma.

El Manifiesto de la Voz era una habilidad sorprendentemente poderosa que tenía un contra: nublaba el juicio de la bruja y le hacía sucumbir ante sus emociones. Y en ese momento estaba muy molesta por haberse envuelto en esa indeseable situación. Ahora, haría uso de sus poderes telequinésicos para impedir que los chicos chocasen contra un edificio o algo, intentando atraerlos hacia sí misma. Si algún escombro caía en dirección a ella, se quedaría quieta para no perder la concentración y terminar de salvar a los mocosos; la Armadura de Mago aún estaba activa y reduciría notablemente el daño, o eso suponía.

En caso de que lograse rescatarles, los miraría con el ceño fruncido para luego decirles:

—¿Son imbéciles o se cayeron de la cuna al nacer? Incluso una extranjera como yo sabe que estos vientos son muy peligrosos. Venga, métanse a cualquier casa y no salgan hasta que esto haya terminado.

Les terminaría echando una última mano con sus habilidades telequinésicas, entrándolos al primer edificio seguro que sus ojos encontrasen.

Si es que todo salía como lo había planeado —y no aparecía un puto dragón o algo así—, aprovecharía la Telequinesis para avanzar rápidamente por la calle hasta llegar al punto de encuentro. Y si la reunión resultaba ser un fiasco, alguien lo pagaría con sangre.

Cosas usadas:

Pruebas a caminar sin clavar los pies en la tierra, pero notas como el viento insiste en elevarte del suelo, así que vuelves a tu estrategia original.

Ahora, respecto a los niños. Consigues rescatarlos con cierta dificultad. Cuando los acercas a ti puedes observar que se trata de un niño y una niña, ambos con maletas y ropa abrigada. La niña tiene una grave herida en la cabeza que no para de sangrar, necesita cuidados urgentes. El niño habla por los dos:

- Tonta, no somos imbéciles. Salimos en busca de nuestro padre, pero el Tulum Bao nos pilló de improvisto. A mi hermana le llegó un pedrusco a la cabeza y no se encuentra bien. Tú nos salvaste, ¿puedes llevarnos con el sacerdote del campanario? Es el médico del pueblo, el único que puede ayudar a mi hermana.

Si decides ayudarlos o no, da igual. Te das cuenta de que vas a llegar tarde de todas formas al encuentro. Esperemos que la persona que está esperando sea paciente y se de cuenta de que este clima no ayuda.

Apretó fuertemente el puño y cerró los ojos en un intento de controlarse al escuchar que el mocoso la llamaba tonta. ¿Decía que no eran imbéciles? Si fueran mínimamente inteligentes no se habrían arriesgado a salir en busca de su padre; terminarían dándoles más problemas que otra cosa. La bruja pensó en darle un palmazo en la cabeza para que aprendiera a respetar a los mayores, pero contuvo las ganas de hacerlo. Se fijó en la niña que tenía una fea herida en la cabeza, la cual no dejaba de sangrar. Katharina estaba lejos de tener conocimientos médicos, es decir, lo único que tenían en común era la precisión quirúrgica con la que cortaban cosas.

—Deberías agradecerme en vez de tratarme de tonta —le espetó, aun sosteniéndolos con la fuerza telequinésica—. ¿En serio creíste que podrías ayudar a tu padre? Mira a tu alrededor, un niño no podría hacer nada. —La bruja se quedó mirando a la chica y soltó un profundo suspiro. Ya se había involucrado, no pasaría nada si les ayudaba un poco más. Katharina comenzaría a canalizar energía mágica para conjurar el hechizo Sanación, intentando reducir la gravedad de la herida que tenía en la cabeza y darle más posibilidades de sobrevivir; si es que esto no suponía problemas terminaría diciéndoles—: Yo también voy al campanario. Los llevaré, pero prometan no darme más problemas que ya tengo suficientes con este puto clima.

Tomaría a los niños en dirección al campanario, usando la aburrida estrategia de clavar los pies en el suelo para evitar salir disparada por los aires. E intentaría darse prisa, no porque alguien estaba esperando su llegada, sino porque en cualquier momento las cosas se tornarían más peligrosas. La bruja tenía cero conocimientos sobre meteorología y no podía calcular, así al ojo, cuánto podría agravarse la situación.

Cosas usadas: