[Cuarta Ronda] Dexter Black vs. Ivan Markov

¡Comienza el de menor nivel!

Dexter no había salido de su habitación en varios días. Le habían contactado varias empresas que, por algún motivo, estaban empeñadas en que su cuerpo era el maniquí adecuado para mostrar al mundo sus mejores productos; sin embargo él no podía, en conciencia, aceptar publicitar algo que no utilizaba.

- Pero te regalaremos un poncho -le había dicho un subsecretario de organización cualquiera con tanta importancia en la empresa como en esta historia.

Dexter no había tenido más remedio que aceptar. No es que hubiese usado poncho antes, ni que en general utilizase cualquier prenda que no fuesen sus trajes o los disfraces de carnaval que el Gobierno utilizaba para las imágenes de sus carteles de "se busca". No le molestaba particularmente que utilizasen los del bicornio de pirata y camisola abierta, pero le extrañaba que no hubiesen preferido captarlo ese año en el que se había disfrazado de piña. De todos modos, un poncho era una alternativa funcional y elegante para protegerse en días fríos y mantener la total autonomía de las extremidades sin verse constreñido por el mayor enemigo de cualquier artista marcial: Las mangas.

En realidad que le regalasen un poncho tenía cosas buenas. Ponchos gratis, por ejemplo, y... Bueno, ¿acaso necesitaba algo más? Eran ponchos gratis, no podía pedir más. Aunque, por la cara de fascinación y sorpresa de aquel hombre, tal vez debería haber pedido dos ponchos. Pero bueno, todo el mundo fallaba a veces a la hora de negociar.

Su siguiente rival era el único e inigualable hijo de Derian Markov, Ivan, que en una suerte de mal chiste había consumido la misma fruta que su padre y, si las imágenes no lo engañaban, empuñaba la misma espada. No era la primera vez que llegaban a sus oídos historias de familias reales enteras conectadas por una fruta del diablo, aunque estaba seguro de que en ese caso particular -sobre todo teniendo en cuenta el estado de Hallstat tras la guerra y esa tal Iliana en el trono- había mucha más miga. Sin embargo, nada tenía más miga que los...

- ¡Ponchos!

El grito restalló en todo el estadio. Diría que en toda la isla, pero en realidad solo había sido un grito completamente normal en una ilusión a gran escala, de manera que se escuchaba en todos sus puntos con la misma intensidad. Dada la anticipación, Dexter estaba seguro de que cualquiera estaría esperando su llegada, pero lo que estaba convencido de que nadie habría osado imaginar era lo que pasó a continuación:

La gran puerta pareció romperse para dar cabida a una gigantesca alpaca de al menos doce metros de altura, tirando de un carro no mucho más pequeño lleno de emblemas y dibujos indígenas que rayaban en lo irrespetuoso, desde hombres morenos en falda de hojas fumando tabaco con cacao hasta llamas intentando liderar imperios pasando por, obviamente, la colosal figura de un mariachi con el bigote más espectacular que nadie jamás hubiese visto, desde el que sonaba la famosa canción "Canta y no llores". Obviamente el mariachi, como debía ser, llevaba un poncho "El llanero" con su clásico lema, "famoso en el mundo entero".

Sin embargo cuando el carro llegó hasta el centro se desvaneció, como un espejismo al caer la noche. No había puerta a medio romper, ni mariachis gigantes ni una alpaca colosal. Solo Dexter montado en una alpaca relativamente grande, vestido con un poncho y falda de hojas -y todo su armamento, aparte de una vieja confiable y un mechero, colgados en su cinturón-, cargando sobre el hombro un radiocasette con altavoces gigantes.

- ¡Y todo esto patrocinado por Ponchos "El Llanero", famosos en el mundo entero! -exclamó, bajándose de la aplaca y dándole un golpecito con Nadia, que llevaba en su mano izquierda, para hacerla volver hacia la salida. El público parecía no decidirse entre la ovación, el aplauso o la risa.

Aún con la canción sonando, Dexter observó a Ivan. Parecía poderoso, pero él conocía su mayor debilidad. También era la de su padre, y los vídeos de su combate contra Katharina lo habían dejado muy claro. Por ello, el primer ataque, iba a ir encaminado a testear su resistencia al fuego.

- Dame un segundito, por favor -le pidió, cambiando la cara del casette.

En cuanto lo hizo sonó otra canción totalmente distinta y, ni corto ni perezoso, le lanzó el reproductor a la cabeza con fuerza suficiente como para volcar un barco. De ese modo probaría no solo su resistencia, sino también su tolerancia a las llamas. Un plan impecable, perfecto, sin fisuras... Y seguramente, estúpidamente molesto si funcionaba.

Por fin se había coronado como el más guay del combate: Poncho, gafas de sol épicas y con la marca de su puño lejos de su cara -concretamente, en la de Ivan-. La vida le sonreía, y a medida que miraba de un lado a otro iba guiñando un ojo al público de vez en cuando, aunque no verían ese gesto dado que estos iban cubiertos por las gafas... ¿Qué marca eran? Daba igual, molaban un montón. Y si las gafas molaban y el poncho molaban él, que molaba más que una muela -no sabía por qué, pero tenían pinta de molar-, tenía que reinar sobre todas las cosas que molaban en la grandiosa y molona molonidad.

Empezó a hacer el baile de la molonidad, que era una modificación del baile del cangrejo que a su vez era una modificación de quedarse quieto en el sitio moviendo los brazos como si pidiese limosna, pero de forma constante y con cara de superioridad. Aquello molaba, molaba mucho, y si las risas llegaban desde el público desde luego era a causa de Ivan y no de su molongo baile, que molaba mucho.

- ¡Ríndete, Ivan, tengouooooooooooooooooooo...!

Se cayó con todo el equipo. No se esperaba que el escenario empezase a girar mientras él bailaba -lo cual era, por cierto, una descortesía- y no consiguió mantener el equilibrio. O a lo mejor sí y no se había molestado en intentarlo, o le estaba dando una hipoglucemia. ¿Ivan tendría un plátano? Aunque dado que acababa de pelear contra Aki y Ivan tenía cara de vicioso -esa marca roja en la cara solo salía cuando eras un pervertido- prefirió no preguntarle. Ya cuando ganase el combate tomaría la dosis recomendada diaria de potasio.

Se levantó. No fue fácil, tampoco difícil, pero fue un alzamiento. No militar, no bolchevique, pero un alzamiento a fin de cuentas. Sin embargo, Ivan tenía una idea rastrera para intentar mermar su molonidad que ejecutó a través de una pequeña concha. Acercándose cual anciano apoyado sobre Vanator como bastón de pronto puso el dial en su cara y lo activó.

Definitivamente no podría hacer sido un movimiento más eficaz, dado que fuese el olor o él mismo para alejarse, su cuerpo salió disparado contra el muro, quedando totalmente tieso en paralelo con el suelo como si de un dardo se tratase. Las gafas se habían roto, lógicamente, pero él se desencajó y puso una ilusión de las mismas sobre su cabeza.

- ¡Estoy bien! -tranquilizó a su público-. ¡Todo gracias a ponchos "El llanero"!

Dejó que el público continuase el eslogan mientras él se remangaba. Estaba claro que podía derrotarlo con su arma secreta, así que de nuevo se abalanzó sobre él con la intención de, en ese instante, hacerle una presa por la espalda que tuviese su brazo hábil sujeto, con su propia mano bajo el codo con el mechero encendido bajo su codo.

- Ríndete ante el poder del fuego o sufre las consecuencias -amenazaría, forcejeando para evitar que se soltase durante todo el tiempo que pudiese.