Prometeo
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Últimamente habían pasado muchas cosas, y su rol dentro del Ejército Revolucionario se hacía cada vez más importante. Debido a su actuación tanto en Water Seven como en la fábrica armamentística de Armonia fue ascendido hasta ocupar el puesto de teniente, pasando de ser un simple cadete a estar a puertas de convertirse en un oficial. Sin embargo, para él los títulos y las jerarquías carecían de importancia. No le interesaban el poder ni la fama, tampoco las riquezas ni la gloria, estaba empeñado más bien en proteger a la humanidad en vez de perseguir esas… banalidades. Y por todo lo que había pasado, fue enviado a Cabo Perejil para que se tomase unas “vacaciones”.
Haber abandonado al comandante Alain y a su amigo Katsu, luego de todas las promesas hechas, le causaba vergüenza, dolor y estrés. Tras lo sucedido en el Archipiélago de Shabaody, Prometeo no dejó de servir a la revolución un solo día. Viajó inmediatamente al Reino de Russuam para entrenar, entonces partió al mar del este para incentivar la revolución e incluso estuvo en Turvolt, coordinando una de las operaciones más sustanciales del East Blue en el último tiempo. Actuaba como un auténtico robot que jamás pensaba en sí mismo ni dejaba de trabajar. Es por ello que sus superiores decidieron darle un tiempo libre para que reflexionase y se divirtiese un poco.
La cálida brisa marina mecía con suavidad sus largos cabellos blancos, mientras sus ojos tan azules como el cielo observaban maravillados la enorme villa, repleta de casas multicolores. Vestía una colorida guayabera con palmeras y cocos a modo de diseño, unos shorts grises a juego y unas sandalias de madera. No había olvidado el maletín donde llevaba tanto las herramientas culinarias como los artilugios fundamentales para una cirugía. Había elegido la indumentaria perfecta para ese caluroso día de primavera, aunque se sentía un poco extraño sin los trajes medio elegantes que acostumbraba a vestir.
—¿Y ahora qué…? —se preguntó a sí mismo luego de soltar un suspiro—. ¿Qué se supone que son las vacaciones…?
Estaba seguro de que las vacaciones eran «tiempo libre», una suspensión temporal de las actividades que normalmente realizaba, un tiempo para divertirse. El problema estaba en que este concepto le parecía tan abstracto como lejano, es decir, nunca se había divertido en su vida. Hacía lo que hacía porque era su deber, porque de cierta manera estaba configurado para actuar así, sin embargo, los seres humanos solían emocionarse cuando hablaban de «vacaciones» y de «divertirse». Si es que aspiraba a parecerse más a ellos tendría que intentarlo, ¿no?
De momento aguardaría en el pequeño muelle de madera la llegada de… ¿su guía turística? En principio sería recibido por un cadete, un miembro nuevo del Ejército Revolucionario, quien se encargaría de mostrarle los lugares impresionantes de la isla. O algo así, la verdad es que no se había enterado muy bien. Igual mejor quedarse quieto en vez de ponerse a caminar, pues el revolucionario era muy propenso a perderse y solo dios sabe dónde iría a parar.
Haber abandonado al comandante Alain y a su amigo Katsu, luego de todas las promesas hechas, le causaba vergüenza, dolor y estrés. Tras lo sucedido en el Archipiélago de Shabaody, Prometeo no dejó de servir a la revolución un solo día. Viajó inmediatamente al Reino de Russuam para entrenar, entonces partió al mar del este para incentivar la revolución e incluso estuvo en Turvolt, coordinando una de las operaciones más sustanciales del East Blue en el último tiempo. Actuaba como un auténtico robot que jamás pensaba en sí mismo ni dejaba de trabajar. Es por ello que sus superiores decidieron darle un tiempo libre para que reflexionase y se divirtiese un poco.
La cálida brisa marina mecía con suavidad sus largos cabellos blancos, mientras sus ojos tan azules como el cielo observaban maravillados la enorme villa, repleta de casas multicolores. Vestía una colorida guayabera con palmeras y cocos a modo de diseño, unos shorts grises a juego y unas sandalias de madera. No había olvidado el maletín donde llevaba tanto las herramientas culinarias como los artilugios fundamentales para una cirugía. Había elegido la indumentaria perfecta para ese caluroso día de primavera, aunque se sentía un poco extraño sin los trajes medio elegantes que acostumbraba a vestir.
—¿Y ahora qué…? —se preguntó a sí mismo luego de soltar un suspiro—. ¿Qué se supone que son las vacaciones…?
Estaba seguro de que las vacaciones eran «tiempo libre», una suspensión temporal de las actividades que normalmente realizaba, un tiempo para divertirse. El problema estaba en que este concepto le parecía tan abstracto como lejano, es decir, nunca se había divertido en su vida. Hacía lo que hacía porque era su deber, porque de cierta manera estaba configurado para actuar así, sin embargo, los seres humanos solían emocionarse cuando hablaban de «vacaciones» y de «divertirse». Si es que aspiraba a parecerse más a ellos tendría que intentarlo, ¿no?
De momento aguardaría en el pequeño muelle de madera la llegada de… ¿su guía turística? En principio sería recibido por un cadete, un miembro nuevo del Ejército Revolucionario, quien se encargaría de mostrarle los lugares impresionantes de la isla. O algo así, la verdad es que no se había enterado muy bien. Igual mejor quedarse quieto en vez de ponerse a caminar, pues el revolucionario era muy propenso a perderse y solo dios sabe dónde iría a parar.
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S. Gatsby Fitzgerald
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Estirando la mano hacia el sol suspiró, ese día había decidido que hacía demasiado calor para llevar las ropas que habitualmente vestía, conservadoras y que no dejaban ver una simple pizca de piel, así que había optado por aquel bañador de color negro que tanto le gustaba, ajustado, con bastantes transparencias y de una sola pieza que cubría al menos las zonas más púdicas de su voluptuoso cuerpo además de un liguero que hacía juego. No obstante era demasiado consciente de que ese día su blanca y delicada tez terminaría de la peor forma.
Con sumo cuidado se apeó del barco que le había llevado hasta aquella isla y ya cuando se encontraba sobre suelo estático alzó la mano que no estaba ocupada por el enorme pincel y se despidió agitándola de un lado a otro con una sonrisa plasmada en el rostro.
— Y ahora... — Susurró dándose la vuelta sobre los talones de manera ágil — A encontrar al Teniente.
Sus pasos resultaban algo tímidos, no recordaba haberlo visto nunca, al fin y al cabo era una persona importante y ella tan solo una cadete que no ascendía ni por casualidad debido a que, por su enfermedad, no podía ayudar todo lo que le gustaría. Su mirada se extendió por todo el lugar intentando reconocer a simple vista la descripción que sus compañeros le habían dado, aunque desde luego no resultaba nada esforzada ¿cuántas personas podían haber con el cabello blanco y los ojos azules en ese extraño mundo?
Suspiró al recordar el escaso esfuerzo de aquella revolucionaria que le había entregado la misión y prosiguió su camino con mucho cuidado de no romperse los tacones, era de la revolución y era notablemente frágil, pero también divina.
Tras unos minutos que le resultaron eternos, caminando, se paró al divisar en la lejanía a un hombre que llamaba demasiado la atención, claramente era guapo, Gatsby podría decir incluso que muy guapo, la forma de su pelo le parecía encantadora y su tez pálida le recordaba a sí misma, pero lo que le despertó todas las alertas eran aquellas ropas que parecían haber sido escogidas aposta. Automáticamente se dio cuenta de que aquel era su objetivo; la mirada perdida esperando algo, estático y con esos ropajes tan dignos de vacaciones, lo hacía demasiado evidente.
— ¿Hey? ¿Buenos días? ¿Hola? — Sí, cuando alcanzó su posición esas fueron las primeras palabras que nacieron en sus labios. El nerviosismo de encontrarse ante alguien de tan alto rango le jugó una mala pasada — Mi nombre es Gatsby y hoy voy a ser quien le guíe — Se inclinó hacia delante en una cohibida reverencia que provocó que el peinado que tantísimo le había costado hacerse peligrase. El moño alto que a su vez estaba recogido en unos moños más pequeños y que, igualmente a su vez estaban adornados por flores en forma de corazón, era uno de los mayores retos que tenía con aquella larguísima melena pero que por eso mismo lo convertía en algo tan satisfactorio — Espero ser de ayuda, no me gustaría decepcionarle.
Cuando se incorporó para dejar la espalda recta le miró directamente a los ojos azules casi transparentes y le dedicó una sonrisa no demasiado amplia pero sí sincera aunque con evidente preocupación de hacer algo mal.
Con sumo cuidado se apeó del barco que le había llevado hasta aquella isla y ya cuando se encontraba sobre suelo estático alzó la mano que no estaba ocupada por el enorme pincel y se despidió agitándola de un lado a otro con una sonrisa plasmada en el rostro.
— Y ahora... — Susurró dándose la vuelta sobre los talones de manera ágil — A encontrar al Teniente.
Sus pasos resultaban algo tímidos, no recordaba haberlo visto nunca, al fin y al cabo era una persona importante y ella tan solo una cadete que no ascendía ni por casualidad debido a que, por su enfermedad, no podía ayudar todo lo que le gustaría. Su mirada se extendió por todo el lugar intentando reconocer a simple vista la descripción que sus compañeros le habían dado, aunque desde luego no resultaba nada esforzada ¿cuántas personas podían haber con el cabello blanco y los ojos azules en ese extraño mundo?
Suspiró al recordar el escaso esfuerzo de aquella revolucionaria que le había entregado la misión y prosiguió su camino con mucho cuidado de no romperse los tacones, era de la revolución y era notablemente frágil, pero también divina.
Tras unos minutos que le resultaron eternos, caminando, se paró al divisar en la lejanía a un hombre que llamaba demasiado la atención, claramente era guapo, Gatsby podría decir incluso que muy guapo, la forma de su pelo le parecía encantadora y su tez pálida le recordaba a sí misma, pero lo que le despertó todas las alertas eran aquellas ropas que parecían haber sido escogidas aposta. Automáticamente se dio cuenta de que aquel era su objetivo; la mirada perdida esperando algo, estático y con esos ropajes tan dignos de vacaciones, lo hacía demasiado evidente.
— ¿Hey? ¿Buenos días? ¿Hola? — Sí, cuando alcanzó su posición esas fueron las primeras palabras que nacieron en sus labios. El nerviosismo de encontrarse ante alguien de tan alto rango le jugó una mala pasada — Mi nombre es Gatsby y hoy voy a ser quien le guíe — Se inclinó hacia delante en una cohibida reverencia que provocó que el peinado que tantísimo le había costado hacerse peligrase. El moño alto que a su vez estaba recogido en unos moños más pequeños y que, igualmente a su vez estaban adornados por flores en forma de corazón, era uno de los mayores retos que tenía con aquella larguísima melena pero que por eso mismo lo convertía en algo tan satisfactorio — Espero ser de ayuda, no me gustaría decepcionarle.
Cuando se incorporó para dejar la espalda recta le miró directamente a los ojos azules casi transparentes y le dedicó una sonrisa no demasiado amplia pero sí sincera aunque con evidente preocupación de hacer algo mal.
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Sí, definitivamente debió haber llevado consigo unas gafas de sol porque, madre de todos los homúnculos, lo caluroso que estaba el día y lo fuerte que estaba ahí el dorado. Ya empezaba a sudar cuando se dio cuenta que, en algún lugar de la playa, había una pila de trabajadores montando un… ¿Eso era un escenario? Había luces, altoparlantes y unos pocos tipos estaban instalando una malla de voleibol; un equipo demasiado moderno para la isla, la verdad. ¿Harían un festival o algo por el estilo…? Bueno, en cualquier caso no era del interés de Prometeo. Prefería pasar el tiempo recogiendo hierbas medicinales de las profundidades de la isla, estudiar sus componentes y comprobar si todo el mundo estaba bien.
Si esa chica no hubiera llegado en ese minuto, el revolucionario se habría marchado y habría recorrido el pueblo por su propia cuenta. Sí, probablemente acabase en el cráter de un volcán o, peor incluso, en el baño de un cuartel de la Marina. Era preciosa, ni más ni menos. No había nada en ella que no resaltase una belleza incomparable, algo que ningún hombre en todo el mundo podría negar. Prometeo se quedó mirando embobado en su dirección, pero no por la hermosa mujer que caminaba hacia él. ¿Le acababa de caer caca de pájaro…? Tal vez necesitaba gafas, no había visto del todo bien.
Su voz sonó sencillamente tierna. La manera en que se había presentado ante el revolucionario y ese cierto grado de inseguridad podía describirlo equívocamente como algo adorable. Prometeo, por su parte, se alegró de que el Ejército Revolución hubiese dispuesto para él una guía turística tan educada y amable. Vamos, se le notaba de lejos.
—Es un gusto conocerle, señorita Gatsby. Espero no causarle muchas molestias —respondió con un intento de sonrisa y correspondió la reverencia, inclinándose ligeramente—. Soy Prometeo. El Ejército Revolucionario determinó que sería buena idea tomarme unas vacaciones, las primeras de mi vida. —En comparación a unos meses atrás, podía decirse con total seguridad que el homúnculo era mucho más comunicativo, aunque su voz continuaba sonando tosca y rasposa—. Por cierto, ¿sabe qué están haciendo en ese lugar? —preguntó luego, apuntando con cierta ingenuidad el escenario que estaban montando.
Cuando aún vivía en la Jaula de Cristal leyó una novela romántica; bueno, en realidad leyó un montón de cosas. Pero la aparición de la señorita Gatsby le recordó especialmente ese tomo de tapa rosa y palabras bordadas con hilo. Un chico y una chica se conocían en una circunstancia casi maquineada por el destino luego de que ambos lo hubiesen perdido todo. Sería egoísta de su parte hacer un símil con esa historia tan emotiva, pues Prometeo había ganado mucho más de lo que había perdido, pero tenía cierta… impresión de su acompañante.
Si esa chica no hubiera llegado en ese minuto, el revolucionario se habría marchado y habría recorrido el pueblo por su propia cuenta. Sí, probablemente acabase en el cráter de un volcán o, peor incluso, en el baño de un cuartel de la Marina. Era preciosa, ni más ni menos. No había nada en ella que no resaltase una belleza incomparable, algo que ningún hombre en todo el mundo podría negar. Prometeo se quedó mirando embobado en su dirección, pero no por la hermosa mujer que caminaba hacia él. ¿Le acababa de caer caca de pájaro…? Tal vez necesitaba gafas, no había visto del todo bien.
Su voz sonó sencillamente tierna. La manera en que se había presentado ante el revolucionario y ese cierto grado de inseguridad podía describirlo equívocamente como algo adorable. Prometeo, por su parte, se alegró de que el Ejército Revolución hubiese dispuesto para él una guía turística tan educada y amable. Vamos, se le notaba de lejos.
—Es un gusto conocerle, señorita Gatsby. Espero no causarle muchas molestias —respondió con un intento de sonrisa y correspondió la reverencia, inclinándose ligeramente—. Soy Prometeo. El Ejército Revolucionario determinó que sería buena idea tomarme unas vacaciones, las primeras de mi vida. —En comparación a unos meses atrás, podía decirse con total seguridad que el homúnculo era mucho más comunicativo, aunque su voz continuaba sonando tosca y rasposa—. Por cierto, ¿sabe qué están haciendo en ese lugar? —preguntó luego, apuntando con cierta ingenuidad el escenario que estaban montando.
Cuando aún vivía en la Jaula de Cristal leyó una novela romántica; bueno, en realidad leyó un montón de cosas. Pero la aparición de la señorita Gatsby le recordó especialmente ese tomo de tapa rosa y palabras bordadas con hilo. Un chico y una chica se conocían en una circunstancia casi maquineada por el destino luego de que ambos lo hubiesen perdido todo. Sería egoísta de su parte hacer un símil con esa historia tan emotiva, pues Prometeo había ganado mucho más de lo que había perdido, pero tenía cierta… impresión de su acompañante.
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Un brillo especial se podía notar en ambos violáceos orbes, estaba ante alguien importante de la Armada Revolucionaria y parecía una persona excelente, increíble y, para que negarlo, tremendamente guapo con esa tez tan clara y esos ojos tan hermosos de un color tan azul que parecía simular el cielo más claro de los mejores días de verano. Escuchaba todo con total atención sin perder detalle, era la primera vez que tenía que hacer algo así y por eso estaba bastante nerviosa.
— Por favor, no me trate de usted, soy solamente una cadete más, la que tiene que tratarle de usted soy yo — Espetó con total naturalidad, factor que no tenía mucha idea de donde había salido. Automáticamente giró el rostro para fijarse en donde había señalado su jefe y acompañante y asintió con la cabeza varias veces antes de volverse hacía él y así poder responderle con más educación — Sí, van a dar un pequeño concierto, es una orquesta donde suelen tocar y cantar canciones animadas así que podremos bailar.
Se movió un poco a un lado y al otro, era verdad que parecía una persona enfermiza pero lo cierto era que le encantaba hacer todo tipo de actividades físicas y sobre todo bailar, cualquier tipo de música, por supuesto. A decir verdad, a primera vista no parecía que el Teniente tuviese mucha idea de algo como eso, así que decidió dejar el tema aunque Gatsby era perfectamente capaz de enseñarle a mover el esqueleto sin timidez alguna, era verdad que era recatada a la hora de ser tocada por los hombres, pero eso no era nada que pudiese darle vergüenza, al fin y al cabo la danza era una expresión y un arte.
Apuntó entonces con su dedo a una zona un poco más alejada y que además se hallaba a sus espaldas, era un lugar en ese momento bastante concurrido por gente que montaba pequeños puestos de madera algunos cubiertos por plásticos para amparar alguna futura lluvia. La revolucionaria sabía lo que iba a pasar, había estudiado absolutamente todo de ese lugar en ese día, no podía quedar mal ante alguien tan importante ni ante su propio cuerpo.
— Allí van a poner puestos de cosas, de comida, de ropa, de bisutería, así que creo que sería algo genial que hacer en su primer día de vacaciones ¿no cree? — No se había olvidado de ese detalle, pero le parecía muy grosero por su parte recalcar ese hecho ¿le había sorprendido? Negarlo sería absurdo, pero no era nadie para decir nada al respecto — Y me alegro de que pierda su virginidad de días libres conmigo.
No fue muy consciente de lo que acababa de decir hasta que la información, con efecto retardado, invadió su mente, entonces se quedó aún más pálida, con una mueca que mostraba algo de incredulidad sobre sí misma y estática, como si no pudiese moverse. ¿En qué maldita cabeza podía caber que alguien dijese eso? Y más a un mando, a alguien que era muy superior a ella en rango. Solamente a Gatsby, quien en ese momento entró casi en un estado de shock.
— Por favor, no me trate de usted, soy solamente una cadete más, la que tiene que tratarle de usted soy yo — Espetó con total naturalidad, factor que no tenía mucha idea de donde había salido. Automáticamente giró el rostro para fijarse en donde había señalado su jefe y acompañante y asintió con la cabeza varias veces antes de volverse hacía él y así poder responderle con más educación — Sí, van a dar un pequeño concierto, es una orquesta donde suelen tocar y cantar canciones animadas así que podremos bailar.
Se movió un poco a un lado y al otro, era verdad que parecía una persona enfermiza pero lo cierto era que le encantaba hacer todo tipo de actividades físicas y sobre todo bailar, cualquier tipo de música, por supuesto. A decir verdad, a primera vista no parecía que el Teniente tuviese mucha idea de algo como eso, así que decidió dejar el tema aunque Gatsby era perfectamente capaz de enseñarle a mover el esqueleto sin timidez alguna, era verdad que era recatada a la hora de ser tocada por los hombres, pero eso no era nada que pudiese darle vergüenza, al fin y al cabo la danza era una expresión y un arte.
Apuntó entonces con su dedo a una zona un poco más alejada y que además se hallaba a sus espaldas, era un lugar en ese momento bastante concurrido por gente que montaba pequeños puestos de madera algunos cubiertos por plásticos para amparar alguna futura lluvia. La revolucionaria sabía lo que iba a pasar, había estudiado absolutamente todo de ese lugar en ese día, no podía quedar mal ante alguien tan importante ni ante su propio cuerpo.
— Allí van a poner puestos de cosas, de comida, de ropa, de bisutería, así que creo que sería algo genial que hacer en su primer día de vacaciones ¿no cree? — No se había olvidado de ese detalle, pero le parecía muy grosero por su parte recalcar ese hecho ¿le había sorprendido? Negarlo sería absurdo, pero no era nadie para decir nada al respecto — Y me alegro de que pierda su virginidad de días libres conmigo.
No fue muy consciente de lo que acababa de decir hasta que la información, con efecto retardado, invadió su mente, entonces se quedó aún más pálida, con una mueca que mostraba algo de incredulidad sobre sí misma y estática, como si no pudiese moverse. ¿En qué maldita cabeza podía caber que alguien dijese eso? Y más a un mando, a alguien que era muy superior a ella en rango. Solamente a Gatsby, quien en ese momento entró casi en un estado de shock.
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—De acuerdo, pero tienes que tratarme de tú a tú —propuso Prometeo en un intento de tomar la iniciativa—. Mis superiores me regañarían si les dijera que no me importa la jerarquía del Ejército Revolucionario… En mi opinión, lo único que simboliza un cargo alto dentro de cualquier institución es el grado de responsabilidad sobre los subordinados. Es mi obligación cuidar de los cadetes como tú —dijo luego, sintiéndose especialmente conversador. Quizás era el «efecto vacaciones», pero se sentía muy bien hablándole a Gatsby.
Siguió con la mirada el lugar que apuntaba el dedo de la cadete. La gente del pueblo levantaba las tiendas de madera y se preparaban para el festival. En sus pensamientos Prometeo se preguntó qué celebrarían. «Vacaciones». La palabra resonó en su cabeza y enseguida la asoció con «tiempo libre» y «cero responsabilidades». ¡Era libre! ¡Por fin comenzaba a entender lo que significaba! Y también por qué los seres humanos eran tan adictos a las vacaciones. El no tener responsabilidades sumado al ocio hacían el vicio más duro del hombre.
Estaba ensimismado en el concepto de vacaciones cuando Gatsby dijo algo que llamó su atención.
—¿Virginidad de días libres…? —preguntó, confundido y con cara de inocente—. La virginidad es el estado de una persona que nunca ha consumado un acto sexual, entonces virginidad de días libres… ¿Alguien que nunca ha consumado va…? ¡Espera, lo tengo! ¡Vacaciones! ¡Todo tiene que ver con las vacaciones! —dijo más para sí mismo, sorprendido de su propia conclusión. Miró a Gatsby y le entregó una tarjeta—. Los superiores dijeron que tú me llevarías al hostal. ¿Qué tal si pasamos al festival luego?
Gatsby parecía una joven agradable y amable, aunque tampoco quería abusar de su tiempo. Quizás tenía cosas más importantes que acompañar a un homúnculo en un festival. Prometeo se quitó el sudor de la frente y esperó la respuesta de la cadete, pero en ese momento apareció una mujer de piel negra y ojos increíblemente celestes. Era bajita y el tiempo no había sido amable con la señora. Llevaba un enorme sombrero que le protegía del sol, vestía una blusa holgada y unos pantalones frescos. A su lado había un tipo incluso más grande que Prometeo. El hombre ni siquiera se molestó en mirar a los revolucionarios, sin embargo, la mujer fue mucho más enérgica.
—¡Pero qué bonita pareja! ¡Sí, señor! —La mujer se acercó a la carreta y sacó dos helados de chocolate y nueces de una caja especial—. Tengan, muchachines, disfruten de un buen helado. Hoy es un buen día para agradecerle a la gente que nos rodea el que estén ahí para nosotros, ¿saben? ¡Esta noche se celebra Janu’ka! Aunque siempre es un buen día para ser amable con los demás. ¡Buena suerte, chicos!
La señora se marchó sin esperar respuesta de los revolucionarios, silbando mientras el hombre que le acompañaba tarareaba una canción al ritmo del silbido.
Siguió con la mirada el lugar que apuntaba el dedo de la cadete. La gente del pueblo levantaba las tiendas de madera y se preparaban para el festival. En sus pensamientos Prometeo se preguntó qué celebrarían. «Vacaciones». La palabra resonó en su cabeza y enseguida la asoció con «tiempo libre» y «cero responsabilidades». ¡Era libre! ¡Por fin comenzaba a entender lo que significaba! Y también por qué los seres humanos eran tan adictos a las vacaciones. El no tener responsabilidades sumado al ocio hacían el vicio más duro del hombre.
Estaba ensimismado en el concepto de vacaciones cuando Gatsby dijo algo que llamó su atención.
—¿Virginidad de días libres…? —preguntó, confundido y con cara de inocente—. La virginidad es el estado de una persona que nunca ha consumado un acto sexual, entonces virginidad de días libres… ¿Alguien que nunca ha consumado va…? ¡Espera, lo tengo! ¡Vacaciones! ¡Todo tiene que ver con las vacaciones! —dijo más para sí mismo, sorprendido de su propia conclusión. Miró a Gatsby y le entregó una tarjeta—. Los superiores dijeron que tú me llevarías al hostal. ¿Qué tal si pasamos al festival luego?
Gatsby parecía una joven agradable y amable, aunque tampoco quería abusar de su tiempo. Quizás tenía cosas más importantes que acompañar a un homúnculo en un festival. Prometeo se quitó el sudor de la frente y esperó la respuesta de la cadete, pero en ese momento apareció una mujer de piel negra y ojos increíblemente celestes. Era bajita y el tiempo no había sido amable con la señora. Llevaba un enorme sombrero que le protegía del sol, vestía una blusa holgada y unos pantalones frescos. A su lado había un tipo incluso más grande que Prometeo. El hombre ni siquiera se molestó en mirar a los revolucionarios, sin embargo, la mujer fue mucho más enérgica.
—¡Pero qué bonita pareja! ¡Sí, señor! —La mujer se acercó a la carreta y sacó dos helados de chocolate y nueces de una caja especial—. Tengan, muchachines, disfruten de un buen helado. Hoy es un buen día para agradecerle a la gente que nos rodea el que estén ahí para nosotros, ¿saben? ¡Esta noche se celebra Janu’ka! Aunque siempre es un buen día para ser amable con los demás. ¡Buena suerte, chicos!
La señora se marchó sin esperar respuesta de los revolucionarios, silbando mientras el hombre que le acompañaba tarareaba una canción al ritmo del silbido.
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