Portgas D. Ezra
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![[Privado] El origen de la obediencia Empty](https://2img.net/i/empty.gif)
Creí que por fin me había librado de todo esto. Madrugar no es para mí, mucho menos hacerlo porque alguien más me ha dado órdenes de hacerlo. ¿De verdad me comprometí a hacer esto cada maldita mañana? Tiene que ser una broma del destino. Creo que son las ocho de la mañana y ya escucho todo tipo de ruidos fuera de la carpa que se ha convertido en mi hogar sin poder evitarlo. Incluso teniendo una casa en la misma ciudad tengo que estar aquí entre un futón más duro que mi propia espada y otros tantos reclutas que duermen en el mismo lugar. Se que juré mi lealtad al gobierno y que tendría que mostrar un poco más de entusiasmo de cara al futuro, después de todo es algo que yo mismo he elegido incluso aunque parezca mentira, pero... bueno, cuesta bastante volver a acostumbrarse a los madrugones, al trabajo en equipo y a trabajar como una mula de carga para los demás. Llevaba sin hacer algo semejante desde que era un crío, es normal que acabe agotado y sienta que se me van a destrozar los huesos, ¿no?
Después de un buen rato intentando ver si me levanto del futón o no, por fin salgo de la carpa. Hace frío, pero ya estoy acostumbrado al clima de Ringo y no tengo problema con ello. Contrario al resto de mis compañeros reclutas, yo he seguido negándome a ponerme esa ropa hortera a la que ellos llaman uniforme. Mi kimono cuelga suelto alrededor de mi cuerpo, aunque no está precisamente bien puesto. No tener a alguien que lo planche cada mañana para mí resulta extremadamente complicado y hago lo que puedo para adaptarme a la situación. Justo termino de echarme la katana a la cintura y observo a mis compañeros de división. ¿Cómo demonios pueden estar tan tranquilos cuando es tan pronto? Es igual.
Ojalá pudiese dedicarme a pintar o a escribir haikus esta mañana, pues incluso aunque la nieve sigue apostada en el suelo -como siempre-, esta vez hace sol y la temperatura es algo más agradable que de costumbre. Pero no, se supone que esta mañana tengo que aprender a realizar unas cuantas tareas -o algo así, no he prestado mucha atención- para ser capaz de ayudar en el barco una vez emprendamos el rumbo. No tengo hambre, y creo que si como algo acabaré por volver a quedarme dormido, así que hago un gesto suave hacia el viento que se moviliza a mi alrededor, notando la suavidad del mismo contra la palma de mi mano y me acerco hasta el primer compañero que veo.
- Buenos días-. Muestro una sonrisa como siempre. Pese a que no me ha hecho ninguna gracia tener que realizar todo tipo de tareas, siempre he intentado ser agradable con ellos. Llevarse bien es un paso importante en todos los escuadrones, sean del gobierno, de Wano o de cualquier tipo de trabajo, y para ello es necesario mostrar algo de interés en los demás.- Hace un buen día, ¿no? - Estoy algo espeso, así que es normal que no se me ocurran demasiadas buenas preguntas que realizar. Igualmente, tampoco hay mucho que comentar sobre el clima, pero sirve como introducción a una conversación. Y espero que, por lo menos, sirva para romper el hielo.
Después de un buen rato intentando ver si me levanto del futón o no, por fin salgo de la carpa. Hace frío, pero ya estoy acostumbrado al clima de Ringo y no tengo problema con ello. Contrario al resto de mis compañeros reclutas, yo he seguido negándome a ponerme esa ropa hortera a la que ellos llaman uniforme. Mi kimono cuelga suelto alrededor de mi cuerpo, aunque no está precisamente bien puesto. No tener a alguien que lo planche cada mañana para mí resulta extremadamente complicado y hago lo que puedo para adaptarme a la situación. Justo termino de echarme la katana a la cintura y observo a mis compañeros de división. ¿Cómo demonios pueden estar tan tranquilos cuando es tan pronto? Es igual.
Ojalá pudiese dedicarme a pintar o a escribir haikus esta mañana, pues incluso aunque la nieve sigue apostada en el suelo -como siempre-, esta vez hace sol y la temperatura es algo más agradable que de costumbre. Pero no, se supone que esta mañana tengo que aprender a realizar unas cuantas tareas -o algo así, no he prestado mucha atención- para ser capaz de ayudar en el barco una vez emprendamos el rumbo. No tengo hambre, y creo que si como algo acabaré por volver a quedarme dormido, así que hago un gesto suave hacia el viento que se moviliza a mi alrededor, notando la suavidad del mismo contra la palma de mi mano y me acerco hasta el primer compañero que veo.
- Buenos días-. Muestro una sonrisa como siempre. Pese a que no me ha hecho ninguna gracia tener que realizar todo tipo de tareas, siempre he intentado ser agradable con ellos. Llevarse bien es un paso importante en todos los escuadrones, sean del gobierno, de Wano o de cualquier tipo de trabajo, y para ello es necesario mostrar algo de interés en los demás.- Hace un buen día, ¿no? - Estoy algo espeso, así que es normal que no se me ocurran demasiadas buenas preguntas que realizar. Igualmente, tampoco hay mucho que comentar sobre el clima, pero sirve como introducción a una conversación. Y espero que, por lo menos, sirva para romper el hielo.
Tazu
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Tazu despertó entre un familiar, reconfortante y afilado frío del demonio. Después de tanto tiempo fuera, enfrentarse de nuevo a las bajas temperaturas de su trozo de mundo natal había sido todo un reto. Ringo había cambiado poco o nada desde que ella lo abandonara para convertirse en ninja, luego en vagabunda -otra vez- y luego en gaviota. No se imaginaba que tendría que volver tan pronto.
Envuelta en tantas capas de ropa como la movilidad le permitía, se escabulló de su tienda y fue a buscar el desayuno. Apenas había nadie despierto a esas horas. Tazu dormía poco. Estaba segura de que pasar demasiado tiempo tumbada era lo que volvía vaga a la gente, y eso la volvía gorda a su vez, y eso conduciría a que tuviera más hambre y tuviera que comer más, ¡y ella era pobre! ¡No podía comer mucho! Así que, incluso cuando ahora le daban de comer los del ejército, conservaba el instinto de que dormir era una mala idea.
Tras sisar algo de pan recién hecho de la cocina, Tazu se vistió -nube de humo mediante- con una de esas capas tan poco prácticas pero tan molonas que llevaban los oficiales y se puso en al cola para el rancho. Tres veces. No tenía tanta hambre, pero nunca estaba de más guardarse un poco por si las moscas.
Después fue a trabajar.
Es difícil hacer un muñeco realista con algo tan endeble como la nieve y la hierba. Había formado una base decente juntando grandes bolas de nieve, pero no terminaba de dar el pego. Incluso lo vistió con algo de ropa mágica, un uniforme de marine nuevecito. Encontrar las ramas adecuadas para montar una cabellera aceptablemente realista le costó un poco, pero más aún arrancárselas a los pinos sin armas decentes a mano. Los brazos y las piernas tuvo que conseguirlos a base de rellenar las mangas y las perneras de piedras y anudar los extremos, añadiendo una capa más de ropa de abrigo, guantes, bufanda, gorro y orejeras para que nadie se fijase mucho en los detalles. No podía decirse que fuese perfecto, pero a esas horas, con tan poca luz, tendría que valer.
Tazu colocó a la Ella Falsa en un lugar visible pero discreto, con un libro entre sus “manos” para que nadie la molestase. Sí, ahora todos creerían que estaba leyendo tranquilamente. Podía librarse de las tareas matutinas sin problemas.
Cogió su saquito de moras y a su ardilla y se fue a hacer el vago a lo alto de la rama de un árbol mientras el muñeco se comía los marrones por ella. Si estaba estudiando nadie esperaría que hiciera otra cosa, ¿no? Esperaba acordarse de ir a sustituirlo cuando acabasen de asignar los trabajos.
Y de repente, todo al cuerno. Alguien decidió que era buena idea hablar con ella. Con él. Con el muñeco. ¿Es que no podían dejar a los señuelos en paz? Tazu estaba lejos y había poca luz como para distinguir cómo iba vestido, pero debía ser de los suyos o alguien se le habría lanzado al cuello ya.
Más le valía a ese tipo no fastidiarle el escaqueo.
Envuelta en tantas capas de ropa como la movilidad le permitía, se escabulló de su tienda y fue a buscar el desayuno. Apenas había nadie despierto a esas horas. Tazu dormía poco. Estaba segura de que pasar demasiado tiempo tumbada era lo que volvía vaga a la gente, y eso la volvía gorda a su vez, y eso conduciría a que tuviera más hambre y tuviera que comer más, ¡y ella era pobre! ¡No podía comer mucho! Así que, incluso cuando ahora le daban de comer los del ejército, conservaba el instinto de que dormir era una mala idea.
Tras sisar algo de pan recién hecho de la cocina, Tazu se vistió -nube de humo mediante- con una de esas capas tan poco prácticas pero tan molonas que llevaban los oficiales y se puso en al cola para el rancho. Tres veces. No tenía tanta hambre, pero nunca estaba de más guardarse un poco por si las moscas.
Después fue a trabajar.
Es difícil hacer un muñeco realista con algo tan endeble como la nieve y la hierba. Había formado una base decente juntando grandes bolas de nieve, pero no terminaba de dar el pego. Incluso lo vistió con algo de ropa mágica, un uniforme de marine nuevecito. Encontrar las ramas adecuadas para montar una cabellera aceptablemente realista le costó un poco, pero más aún arrancárselas a los pinos sin armas decentes a mano. Los brazos y las piernas tuvo que conseguirlos a base de rellenar las mangas y las perneras de piedras y anudar los extremos, añadiendo una capa más de ropa de abrigo, guantes, bufanda, gorro y orejeras para que nadie se fijase mucho en los detalles. No podía decirse que fuese perfecto, pero a esas horas, con tan poca luz, tendría que valer.
Tazu colocó a la Ella Falsa en un lugar visible pero discreto, con un libro entre sus “manos” para que nadie la molestase. Sí, ahora todos creerían que estaba leyendo tranquilamente. Podía librarse de las tareas matutinas sin problemas.
Cogió su saquito de moras y a su ardilla y se fue a hacer el vago a lo alto de la rama de un árbol mientras el muñeco se comía los marrones por ella. Si estaba estudiando nadie esperaría que hiciera otra cosa, ¿no? Esperaba acordarse de ir a sustituirlo cuando acabasen de asignar los trabajos.
Y de repente, todo al cuerno. Alguien decidió que era buena idea hablar con ella. Con él. Con el muñeco. ¿Es que no podían dejar a los señuelos en paz? Tazu estaba lejos y había poca luz como para distinguir cómo iba vestido, pero debía ser de los suyos o alguien se le habría lanzado al cuello ya.
Más le valía a ese tipo no fastidiarle el escaqueo.
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Que esa persona, sea quien sea no me haya respondido me hace dudar. Ciertamente no espero que todo el mundo en el gobierno sea amable -faltaría más-, pero un simple "buenos días" habría bastado para dejarme tranquilo el resto del día mientras hago este tipo de cosas absurdas. No ha sido el caso, así que, como quiero poder presentarme a todos los reclutas y demás personal que haya en el lugar, me asomo un poco más en su dirección. Por lo que veo no parece moverse. ¿Quizás se ha muerto? Espero que no, aunque no sería la primera persona que veo que ha sucumbido al frío de la región. Conforme sigo acercándome veo que tiene un libro entre sus manos. ¿Alguien estudiando? ¿Leyendo de verdad? Nunca creyó que podría tener gustos similares a los de alguien dentro de la marine. Pero bueno, en general tiendo a esperar que todos sean como la persona que me reclutó y... creo que no debería esperar eso.
- Vaya, ¿te gusta leer? A mí también-. Con la misma sonrisa de amabilidad, me acerco para poder ver el título del libro. Hay algo raro en el ambiente, algo que no comprendo demasiado bien, pero aun así no termino de invadir su espacio vital. Va tan tapado que no llego a distinguir si se trataba de un hombre o una mujer, así que simplemente me quedo de cuclillas cerca de él -o ella- y coloco ambas manos cada una en mis rodillas.- Creo que no he leído ese libro, ¿es interesante? Tengo un par de ejemplares que cogí de casa antes de irme pero que aún no he podido leer. No nos dan demasiado tiempo libre, ¿eh? - Pregunto. Tal vez el susodicho es tímido y por eso no ha querido hablar hasta ahora conmigo. No es mi intención forzarle a hablar, pero quizás si consigo dar en el blanco... sí, tal vez pueda llegar a encontrar un punto común que nos haga capaces de hablar. Y así por lo menos socializo un poco, que me hace falta.- Cuando lo termines puedo prestarte alguno de los míos y a cambio puedes dejarme ese, ¿qué te parece?
Ladeo la cabeza. No ha dicho ni mú. Tampoco ha cambiado la expresión en su rostro ni ha hecho un simple movimiento en lo que llevo hablando con él. Es más, creo que no se ha movido ni un ápice en todo el tiempo. Antes pensaba que sí que se había desplazado un poco, pero con el viento que hace ya de buena mañana tal vez haya sido por eso. ¿Estará verdaderamente muerto? Como no lo sé, simplemente acerco una mano con cuidado. Por si acaso, no me doy mucho brío, lo último que quiero es enfadar a alguien por ser demasiado insistente. Pero finalmente termino por poner la mano sobre su hombro tratando de palpar y, sobre todo, intentando comprobar su pulso.
Me sobresalto al ver que no noto nada, y entonces, sin saber muy bien qué hacer, le aparto un poco la tela que tiene por encima, intentando ver qué demonios está pasando con esa persona.
- Vaya, ¿te gusta leer? A mí también-. Con la misma sonrisa de amabilidad, me acerco para poder ver el título del libro. Hay algo raro en el ambiente, algo que no comprendo demasiado bien, pero aun así no termino de invadir su espacio vital. Va tan tapado que no llego a distinguir si se trataba de un hombre o una mujer, así que simplemente me quedo de cuclillas cerca de él -o ella- y coloco ambas manos cada una en mis rodillas.- Creo que no he leído ese libro, ¿es interesante? Tengo un par de ejemplares que cogí de casa antes de irme pero que aún no he podido leer. No nos dan demasiado tiempo libre, ¿eh? - Pregunto. Tal vez el susodicho es tímido y por eso no ha querido hablar hasta ahora conmigo. No es mi intención forzarle a hablar, pero quizás si consigo dar en el blanco... sí, tal vez pueda llegar a encontrar un punto común que nos haga capaces de hablar. Y así por lo menos socializo un poco, que me hace falta.- Cuando lo termines puedo prestarte alguno de los míos y a cambio puedes dejarme ese, ¿qué te parece?
Ladeo la cabeza. No ha dicho ni mú. Tampoco ha cambiado la expresión en su rostro ni ha hecho un simple movimiento en lo que llevo hablando con él. Es más, creo que no se ha movido ni un ápice en todo el tiempo. Antes pensaba que sí que se había desplazado un poco, pero con el viento que hace ya de buena mañana tal vez haya sido por eso. ¿Estará verdaderamente muerto? Como no lo sé, simplemente acerco una mano con cuidado. Por si acaso, no me doy mucho brío, lo último que quiero es enfadar a alguien por ser demasiado insistente. Pero finalmente termino por poner la mano sobre su hombro tratando de palpar y, sobre todo, intentando comprobar su pulso.
Me sobresalto al ver que no noto nada, y entonces, sin saber muy bien qué hacer, le aparto un poco la tela que tiene por encima, intentando ver qué demonios está pasando con esa persona.
Tazu
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Genial, aquel tipo tenía que tocar su muñeco de nieve. Nadie respetaba las obra ajenas. Por su culpa acabarían echándole una bronca y obligándola a participar de las patrullas, la instrucción matutina o alguna de las ingratas y aburridísimas tareas que componían la rutina de ese campamento tan muermazo. Nadie le había explicado lo insufrible que sería trabajar en el ejército. Ni siquiera le habían preguntado a ella si le apetecía fregar cazuelas, pelar patatas o cavar letrinas, no, simplemente se lo ordenaban. ¿Dónde se había visto eso? Ella solo estaba ahí por los cañones y la comida.
Tazu le lanzó una bellota al entrometido. Estaba un poco lejos, pero con el viento a favor y un poco de suerte a lo mejor le daba. Vale, no, le había acertado al muñeco en toda la cara. Suerte que el montón de nieve no le guardaría rencor. O eso esperaba. Ser odiada por la nieve en un sitio donde nunca paraba de nevar sería un problema muy gordo.
Al final no le quedó más remedio que bajar del árbol y acercarse para asegurarse de que no rompía su muñeco. Con un poco de suerte el chico le guardaría su secreto. A lo mejor incluso se apuntaba y se hacía un señuelo propio.
-Eh -le dijo, mirándole fijamente y preguntándose si sería de los que se chivaban o no-. Déjalo en paz. Está leyendo. -Mientras decía esto, le arrancó la bellota de la cara al muñeco. Ahora que se fijaba bien en el chico, no llevaba uniforme, sino kimono. Y una katana. Qué curioso-. ¿Eres un samurái?
En realidad no parecía para nada un samurái. Demasiado guapete, demasiado finolis, ninguna horrible cicatriz en mitad de la jeta. Los samuráis no eran así. A lo mejor solo era un aprendiz o uno de esos niños que se disfrazaban y los seguían. Pero, si era así, ¿no debería estar con los suyos? Tazu miró a las afueras de su campamento. Las Gaviotas no solían ser bienvenidas en Wano, y eso que la dificultad que suponía llegar hasta allí hacía que apenas se les viera, por lo que alguien, seguramente algún jefazo de esos que vivían en casoplones y comían cuatro o cinco veces al día, había mandado un buen grupo de guerreros para vigilarlos. Tazu se preguntaba si esperaban combate. O si los marines habían ido allí a buscarlo. En realidad nadie le contaba nunca nada, pero esperaba no tener que verse envuelta en una batalla. El muñeco no le serviría de mucho en una.
En ese momento, uno de los oficiales empezó a dar voces. A Tazu le sonaba vagamente. ¿Era el superior de su grupo? A lo mejor. No solía fijarse mucho en él, pero esos gritos desgañitados le sonaban. Vaya pulmones tenía el tío. Sonaba como cuando vio despeñarse a aquella cabra por un barranco, solo que esta cabra llamaba a formación. Tocaba patrulla por los bosques. Qué molesto.
-Mira, tú no me has visto y yo no te he visto, ¿vale? -Tazu le tendió el meñique al no-samurái-. Si lo cuentas tendrás que suicidarte.
Eso bastaría para mantener su secreto. Por alguna razón, los samuráis se suicidaban a la mínima.
Tazu le lanzó una bellota al entrometido. Estaba un poco lejos, pero con el viento a favor y un poco de suerte a lo mejor le daba. Vale, no, le había acertado al muñeco en toda la cara. Suerte que el montón de nieve no le guardaría rencor. O eso esperaba. Ser odiada por la nieve en un sitio donde nunca paraba de nevar sería un problema muy gordo.
Al final no le quedó más remedio que bajar del árbol y acercarse para asegurarse de que no rompía su muñeco. Con un poco de suerte el chico le guardaría su secreto. A lo mejor incluso se apuntaba y se hacía un señuelo propio.
-Eh -le dijo, mirándole fijamente y preguntándose si sería de los que se chivaban o no-. Déjalo en paz. Está leyendo. -Mientras decía esto, le arrancó la bellota de la cara al muñeco. Ahora que se fijaba bien en el chico, no llevaba uniforme, sino kimono. Y una katana. Qué curioso-. ¿Eres un samurái?
En realidad no parecía para nada un samurái. Demasiado guapete, demasiado finolis, ninguna horrible cicatriz en mitad de la jeta. Los samuráis no eran así. A lo mejor solo era un aprendiz o uno de esos niños que se disfrazaban y los seguían. Pero, si era así, ¿no debería estar con los suyos? Tazu miró a las afueras de su campamento. Las Gaviotas no solían ser bienvenidas en Wano, y eso que la dificultad que suponía llegar hasta allí hacía que apenas se les viera, por lo que alguien, seguramente algún jefazo de esos que vivían en casoplones y comían cuatro o cinco veces al día, había mandado un buen grupo de guerreros para vigilarlos. Tazu se preguntaba si esperaban combate. O si los marines habían ido allí a buscarlo. En realidad nadie le contaba nunca nada, pero esperaba no tener que verse envuelta en una batalla. El muñeco no le serviría de mucho en una.
En ese momento, uno de los oficiales empezó a dar voces. A Tazu le sonaba vagamente. ¿Era el superior de su grupo? A lo mejor. No solía fijarse mucho en él, pero esos gritos desgañitados le sonaban. Vaya pulmones tenía el tío. Sonaba como cuando vio despeñarse a aquella cabra por un barranco, solo que esta cabra llamaba a formación. Tocaba patrulla por los bosques. Qué molesto.
-Mira, tú no me has visto y yo no te he visto, ¿vale? -Tazu le tendió el meñique al no-samurái-. Si lo cuentas tendrás que suicidarte.
Eso bastaría para mantener su secreto. Por alguna razón, los samuráis se suicidaban a la mínima.
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