Iulia Markov
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Ireos, el primer destino de su viaje. Tanto su abuela, como su abuelo y su bisabuelo habían visitado aquella isla e investigado su civilización perdida. Era ya casi una tradición familiar que fuese el primer punto que visitar al empezar su viaje. Su bisabuelo había escrito una completa obra sobre la civilización de Ireos y su culto al dios Keyen, y tenía un diario sobre las aventuras que había vivido. El diario era bastante sangriento y contaba una historia bastante dura de leer; los keyenitas habían capturado y esclavizado a su bisabuelo Derian, y este, como castigo a su pueblo, se había liberado y exterminado los restos de su cultura, matando a todos los keyenitas de la Ciudad Subterránea. Los keyenitas habían sido una gente cruel y supersticiosa que hacían sacrificios de sangre a su malvado dios, pero su bisabuelo no se había quedado atrás en salvajismo. Sin embargo, entendía que probablemente había visto como su deber eliminar a una gente tan peligrosa.
Tras leer el diario y el libro que había escrito Derian, había decidido que su destino era el templo de Keyen, en lo alto del monte Cronium. Llegar a Ireos fue un pequeño hito social en sí mismo, pues no había rutas directas y la mayor parte de capitanes preferían no acercarse a la isla. Sin embargo, había conseguido pagar a unos pescadores para que le acercasen a cambio de una generosa suma. Estos habían prometido recogerla al cabo de una semana, momento en que les pagaría el resto del pago. A diferencia de en sus primeros intentos de aventura, esta vez iba bien preparada: dos cantimploras, una buena cantidad de comida y dulces y un petate lleno de cosas útiles y ropa. Además había conseguido una lámpara de aceite para los subterráneos. Los pescadores le dejaron en un pantalán viejo y medio podrido, junto a las ruinas de una aldea.
- Buena suerte chica, ten cuidado. Recuerda, en una semana aquí. Si a la segunda marea no estás, nos iremos.
- Claro. Aquí estaré. Aseguraos de traerme dulces, os los pagaré.
Guio a Fred, su caballo, por las riendas y bajó la pasarela. Se despidió con la mano y subió de un salto a la silla de montar, chasqueando dos veces la lengua para que Fred acelerase el paso. Salió del muelle a paso rápido y empezó a trotar entre las ruinas, dirigiéndose al interior de la isla. Sabía por los libros que había leído que en Ireos había depredadores peligrosos, concretamente una especie de felinos morados con dos extremidades flexibles terminadas en púas en los hombros y otra especie más peligrosa, una especia de reptiles gigantes alados. Eran más raros de ver y algo torpes, pero muy fuertes y agresivos. En su diario su bisabuelo contaba cómo había evitado a muchos metiéndose en zonas espesas del bosque, donde los reptiles no podían entrar volando. Tenía esto en mente, y esperaba que Fred cabalgase más rápido que los felinos. El recorrido, sin embargo, fue silencioso y tranquilo. Salvo por algunos pájaros, no encontró fauna local. De hecho, no pudo evitar fijarse en que el camino al monte estaba curiosamente cuidado, como si fuese usado con utilidad. Por lo menos en el sentido de que la maleza no se lo había tragado; por lo demás, era un irregular sendero de tierra muy distinto a las carreteras de piedra de Hallstat.
Su sorpresa fue incluso mayor cuando tuvo el templo a la vista. No parecía ruinoso en absoluto. Igual notaría las ruinas al entrar o acercarse más, pero desde el sendero del monte, la silueta del edificio se alzaba imponente e impertérrita, como si el tiempo no le hubiese hecho mella. De hecho a los lados podía apreciar ofrendas frutales, florales y de carne. ¿Podía ser que el lugar hubiese sido repoblado? Esperaba que no fuesen los incivilizados salvajes en que habían degenerado los keyenitas, porque como descubriesen quién era, intentarían matarla. Y aunque no lo supieran, era posible que intentasen comérsela u ofrecerla como sacrificio a Keyen. Llegó a las puertas y entonces no le quedó duda: el lugar estaba habitado. Había un sutil aroma a hierbas aromáticas y sonido de cánticos del interior. No parecían señales de ser un lugar lleno de bárbaros sangrientos. Se bajó de su montura y se acercó, dando tres golpes a la puerta.
Tras leer el diario y el libro que había escrito Derian, había decidido que su destino era el templo de Keyen, en lo alto del monte Cronium. Llegar a Ireos fue un pequeño hito social en sí mismo, pues no había rutas directas y la mayor parte de capitanes preferían no acercarse a la isla. Sin embargo, había conseguido pagar a unos pescadores para que le acercasen a cambio de una generosa suma. Estos habían prometido recogerla al cabo de una semana, momento en que les pagaría el resto del pago. A diferencia de en sus primeros intentos de aventura, esta vez iba bien preparada: dos cantimploras, una buena cantidad de comida y dulces y un petate lleno de cosas útiles y ropa. Además había conseguido una lámpara de aceite para los subterráneos. Los pescadores le dejaron en un pantalán viejo y medio podrido, junto a las ruinas de una aldea.
- Buena suerte chica, ten cuidado. Recuerda, en una semana aquí. Si a la segunda marea no estás, nos iremos.
- Claro. Aquí estaré. Aseguraos de traerme dulces, os los pagaré.
Guio a Fred, su caballo, por las riendas y bajó la pasarela. Se despidió con la mano y subió de un salto a la silla de montar, chasqueando dos veces la lengua para que Fred acelerase el paso. Salió del muelle a paso rápido y empezó a trotar entre las ruinas, dirigiéndose al interior de la isla. Sabía por los libros que había leído que en Ireos había depredadores peligrosos, concretamente una especie de felinos morados con dos extremidades flexibles terminadas en púas en los hombros y otra especie más peligrosa, una especia de reptiles gigantes alados. Eran más raros de ver y algo torpes, pero muy fuertes y agresivos. En su diario su bisabuelo contaba cómo había evitado a muchos metiéndose en zonas espesas del bosque, donde los reptiles no podían entrar volando. Tenía esto en mente, y esperaba que Fred cabalgase más rápido que los felinos. El recorrido, sin embargo, fue silencioso y tranquilo. Salvo por algunos pájaros, no encontró fauna local. De hecho, no pudo evitar fijarse en que el camino al monte estaba curiosamente cuidado, como si fuese usado con utilidad. Por lo menos en el sentido de que la maleza no se lo había tragado; por lo demás, era un irregular sendero de tierra muy distinto a las carreteras de piedra de Hallstat.
Su sorpresa fue incluso mayor cuando tuvo el templo a la vista. No parecía ruinoso en absoluto. Igual notaría las ruinas al entrar o acercarse más, pero desde el sendero del monte, la silueta del edificio se alzaba imponente e impertérrita, como si el tiempo no le hubiese hecho mella. De hecho a los lados podía apreciar ofrendas frutales, florales y de carne. ¿Podía ser que el lugar hubiese sido repoblado? Esperaba que no fuesen los incivilizados salvajes en que habían degenerado los keyenitas, porque como descubriesen quién era, intentarían matarla. Y aunque no lo supieran, era posible que intentasen comérsela u ofrecerla como sacrificio a Keyen. Llegó a las puertas y entonces no le quedó duda: el lugar estaba habitado. Había un sutil aroma a hierbas aromáticas y sonido de cánticos del interior. No parecían señales de ser un lugar lleno de bárbaros sangrientos. Se bajó de su montura y se acercó, dando tres golpes a la puerta.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.