Okada Rokuro

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Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
En la vida hay que tener cuidado con lo que se desea. Un deseo se puede tornar en una maldición tan rápido como el amor en odio. Los deseos egoístas, ambiciosos y cargados de vanidad son muy peligrosos, tanto como para hacer que una persona desespere. Y no nos llamemos a engaño: todas las personas tienen deseos egoístas, incluso un joven empleado del Gobierno Mundial que todavía no ha encontrado su lugar en el mundo.
Rokuro se encontraba tranquilo, y aquello le intranquilizaba. Era extraño que todavía no hubiera recibido nuevas órdenes y, aunque agradecía el tiempo de descanso, no conseguía relajarse del todo. Llevaba varios días buscando formas de matar el tiempo: quedar con viejos amigos, pasear por la extraña y pintoresca isla, entrenarse... Pero lo que más había estado haciendo desde entonces era tocar música con la flauta. Eso y jugar con Takarashi, el águila que se había convertido en su fiel compañero. Sabaody había resultado ser una isla plagada de diversidad cultural en la que podía distraerse y descansar de muchas formas, desde probar los deliciosos platillos locales hasta apostar por carreras de vehículos burbuja. Sin duda, con el paso de los días, había conseguido matar el tiempo, pero aún poseía una sensación que lo iba matando poco a poco desde el interior. Tal y como había aventurado con anterioridad, seguía convencido de que se encontraba en alguna especie de prueba. ¿Querían poner a prueba su paciencia? ¿O tal vez su iniciativa? Quizás su obediencia, o quizás solo querían comprobar cuánta presión podía soportar. Quizás hasta lo estuvieran espiando para estudiar cómo estaba reaccionando, pero ¿por qué? Allí había algo extraño.
La última orden que recibió fue dirigirse a Sabaody y esperar allí por nuevas órdenes. Sin dudar ni un momento buscó un barco para dirigirse a la última isla de la ruta y, desde que puso un pie en tierra, tras informar de su llegada a través del canal habitual, no hizo más que esperar. En ocasiones soñaba con dejar de ser un agente del más bajo escalafón para que no le ninguneasen, pero sabía que soñar era inútil. En la vida real no aparecía nadie por arte de magia ofreciéndote la solución a tus problemas. Y sin embargo eso mismo fue lo que le ocurrió.
En la habitación del hotel Tabula Rasa, mientras salía de la ducha vestido con tan solo una toalla que le cubría de cintura hacia abajo, apareció una masa negruzca que empezó a humear. Tras esto vinieron las pompas azules, junto al sonido de una preocupante tos y una criatura de lo más extraña. La primera reacción del agente fue dar un salto hacia atrás y ponerse en posición defensiva, mientras comenzaba analizar a aquel ser. Era extraño, incluso para lo que había visto a lo largo de sus últimos viajes. De cintura hacia arriba poseía un cuerpo humano, adornado con una cabellera pelirroja, pero allí terminaba toda similitud con su propia raza. Desde la parte inferior de su torso nacían múltiples tentáculos que usaba tanto para caminar como para adornar su espalda. «Un gyojin» dedujo.
Se quedó quieto unos segundos, intentando deducir las intenciones de aquel ser. ¿De dónde había salido? ¿Intentaba matarle, o qué? No podían haberlo enviado desde el Gobierno Mundial, ¿verdad? Era un buen agente, cumplía su trabajo con rectitud y nunca había recibido ninguna queja. Además, el Gobierno rechazaba a los gyojins. Pero entonces, ¿de dónde había salido?
—Hola, soy Kaito y soy tu hada madrina —leyó de un papel para, acto seguido, mirar hacia atrás, hacia unos extraños ojos amarillos. ¿Estaban ahí de verdad o se trataba de una ilusión? Rokuro no estaba seguro—. ¡Esto es humillante!
A continuación explicó el motivo de su presencia, si es que a eso se le podía llamar explicación. Rokuro se había quedado con la boca abierta; no podía terminar de creérselo.
—Esto es una broma... —murmuró.
—¿Tengo pinta de estar de broma? Mírame, me esfuerzo por parecer un hada madrina —explicó agitando los brazos—. ¡Hasta me hice una varita para darle realidad al personaje!
—Ya... Mira, no consigo creerme nada de esto. ¿Qué me dice a mí que no estás aquí para matarme? También podrías querer engañarme para secuestrarme y torturarme hasta obtener información. Quizás estés aliado con la Revolución, o quizás...
—Para el carro chaval —Se llevó una mano a la cara y suspiró—. Te lo voy a poner sencillo. Si no me crees, pide un deseo y espera a ver lo que ocurre. Si no se cumple, puedes hacer conmigo lo que te plazca, ¿te parece bien?
Rokuro estudió su rostro. Incapaz de encontrar algún indicio de mentira, bufó.
—Está bien. Deseo tener mil deseos.
—¡Venga ya! —exclamó, frustrado—. No puedes hacer eso.
—Me has dicho que pida un deseo.
—Sí, pero no puedes. Hay normas.
Una mueca de escepticismo se asomó en su cara. No le había mencionado ninguna norma. Sin apartar la mirada de él ni un segundo, giró a su alrededor hasta alcanzar la ventana de la habitación. Asomó la cabeza ligeramente por la ventana, pero no encontró nada sospechoso.
—En serio, dime qué haces aquí. Mi paciencia tiene un límite.
—Concederte dos deseos. ¡Ya te lo he dicho!
—Pero no mencionaste las normas —Le lanzó una mirada acusatoria—. Si insistes en los deseos, dime cuáles son las normas.
—Está bien... Veamos. Nada de pedir más deseos. Son los que son, limitados e intransferibles. No puedes enamorar a nadie, los sentimientos son complicados —Llevaba la cuenta con los dedos. Subió un tercero—. El tema de la inmortalidad también es delicado, y no puedo concederla. Y tampoco puedo revivir a nadie.
Los pensamientos del peliblanco volaron hacia atrás en el tiempo, varios años antes, cuando su hermana seguía viva y cuidaba de él. Hasta aquel momento no había pensado en aquella posibilidad, y el mero hecho de no ser posible y no haberse dado cuenta le había dolido. «¿Por qué no pensé en ella desde el principio?»
—Ya me has dicho las normas a la hora de pedir deseos, y he elegido el primero. No sé cuál es el límite, si jugarás con algún doble sentido o si buscarás algún ingenioso vacío legal para poder volverlo contra mí, así que este primer deseo me servirá de prueba para comprender el alcance y capacidad del mismo. Deseo ser nombrado Director General del Cipher Pol. En cuánto al segundo, me lo guardaré hasta comprobar la eficacia del primero.
El rostro del pulpo se volvió sombrío, y Rokuro estaba casi seguro de que reflejaba miedo. Aquello le hizo sentir un escalofrío en la espalda.
—Quizá debí ser más específico. No puedo alterar la realidad, por lo que... —La mirada amarillenta a su espalda se intensificó, y del humo surgió un malévolo ser de piel roja que les observaba con diversión. Susurró unas palabras al oído del tritón, y este asintió, sin mucho convencimiento—. Está bien. Pero ese tipo me pone de los nervios.
Al instante desapareció. A Rokuro le costaba dar crédito a lo que había visto, pero sus ojos no podían engañarle. Sin embargo, la sensación de intranquilidad, la misma que había sentido los últimos días, se había intensificado.
No pasaron más que unos segundos cuando volvió a aparecer, esta vez arrastrando a un hombre de mediana edad, maniatado. En el brazo libre portaba un espejo.
—¡Enhorabuena! He podido hacerlo, y sin pedirle un favor a eso. Este tipo iba a ser nombrado Director General en tres días —dijo mientras le ponía el espejo en la cara.
Acto seguido le mostró el espejo a Rokuro, evitando mirarlo él mismo. Como acto reflejo, observó su propio rostro, y ahí fue cuando todo empezó a girar y dar vueltas. Notó como una especie de vórtice le atraía y lo absorbía, y cuando se recompuso, observó su cuerpo desnudo salvo por una toalla blanca tirado en el suelo, maniatado.
—Ahora eres él —Se encogió de hombros—. Aunque solo en apariencia.
Entonces desapareció en una nube de humo negro y pompas azules mientras una pérfida carcajada podía oírse de fondo, burlándose. «Ahora soy él» pensó. Si aquello era verdad... Agachó la cabeza y observó sus brazos y piernas. No recordaba nunca haber tenido tanta barriga ni las extremidades tan cortas y gruesas, y una sensación de desdicha le invadió, casi abrumándolo. Lo primero que hizo fue volver corriendo al baño para observarse en el espejo, y lo que descubrió, aunque ya sabía lo que era, no le gustó. De alguna forma ahora aquel gyojin había intercambiado su cuerpo por el de aquel hombre de rostro duro y ambicioso. «Qué mal, ahora necesito gafas» lamentó al intentar quitarse las lentes y descubrir que no enfocaba nada sin ellas.
Frunció el ceño y se llevo dos dedos a la frente, justo encima de las cejas. Si se basaba en las evidencias y daba crédito a las palabras del gyojin, cosa de la que no estaba seguro, había pedido un deseo y este había sido «cumplido».
—Maldita sea —blasfemó—. Tendría que haberlo pensado con más calma. O haber contratado un abogado. Maldito pulpo.
Sin embargo, dedicó unos instantes a estudiar su situación. Tras analizar el contenido de su cartera, o mejor dicho, la del hombre con el que se había intercambiado el cuerpo, sabía que debía estar en Ennies Lobby en tres días para ser nombrado Director General del Cipher Pol. Si el nombramiento se diese bajo otras circunstancias, ni se lo pensaría, asistiría y aceptaría el cargo, pero... ¿Hacerse pasar por otra persona? Eso no era lo suyo. Sería cuestión de tiempo que le descubriesen. «Aunque con tanto poder podría deshacerme de cualquier persona que sospechara de mí» pensó mientras barajaba todas las opciones. Sin embargo, ¿qué pasaría con el hombre tirado en su habitación? Ese hombre tenía ahora su propio cuerpo, y lo cierto es que quería volver a recuperarlo. Suspiró.
—Esto ha sido un error —decidió al final—. Necesito encontrar la forma de recuperar nuestros cuerpos.
Entonces cayó en la cuenta de que el espejo seguía ahí. Había sido aquel espejo el causante del cambio de cuerpos, y quizás fuera aquel espejo la respuesta que estaba buscando.
—Por probar... —se dijo mientras lo recogía del suelo.
Era redondo, no demasiado grande, y a simple vista no tenía nada especial, al menos que él pudiese detectarlo, pero aún así había sido capaz de hacer tal extraña hazaña. Lo giró en su dirección y se lo acercó a la cara, tal y como el pelirrojo había hecho con el futuro director. Y justo después lo colocó frente a aquel hombre, deseando que aquello funcionase.
Rokuro se encontraba tranquilo, y aquello le intranquilizaba. Era extraño que todavía no hubiera recibido nuevas órdenes y, aunque agradecía el tiempo de descanso, no conseguía relajarse del todo. Llevaba varios días buscando formas de matar el tiempo: quedar con viejos amigos, pasear por la extraña y pintoresca isla, entrenarse... Pero lo que más había estado haciendo desde entonces era tocar música con la flauta. Eso y jugar con Takarashi, el águila que se había convertido en su fiel compañero. Sabaody había resultado ser una isla plagada de diversidad cultural en la que podía distraerse y descansar de muchas formas, desde probar los deliciosos platillos locales hasta apostar por carreras de vehículos burbuja. Sin duda, con el paso de los días, había conseguido matar el tiempo, pero aún poseía una sensación que lo iba matando poco a poco desde el interior. Tal y como había aventurado con anterioridad, seguía convencido de que se encontraba en alguna especie de prueba. ¿Querían poner a prueba su paciencia? ¿O tal vez su iniciativa? Quizás su obediencia, o quizás solo querían comprobar cuánta presión podía soportar. Quizás hasta lo estuvieran espiando para estudiar cómo estaba reaccionando, pero ¿por qué? Allí había algo extraño.
La última orden que recibió fue dirigirse a Sabaody y esperar allí por nuevas órdenes. Sin dudar ni un momento buscó un barco para dirigirse a la última isla de la ruta y, desde que puso un pie en tierra, tras informar de su llegada a través del canal habitual, no hizo más que esperar. En ocasiones soñaba con dejar de ser un agente del más bajo escalafón para que no le ninguneasen, pero sabía que soñar era inútil. En la vida real no aparecía nadie por arte de magia ofreciéndote la solución a tus problemas. Y sin embargo eso mismo fue lo que le ocurrió.
En la habitación del hotel Tabula Rasa, mientras salía de la ducha vestido con tan solo una toalla que le cubría de cintura hacia abajo, apareció una masa negruzca que empezó a humear. Tras esto vinieron las pompas azules, junto al sonido de una preocupante tos y una criatura de lo más extraña. La primera reacción del agente fue dar un salto hacia atrás y ponerse en posición defensiva, mientras comenzaba analizar a aquel ser. Era extraño, incluso para lo que había visto a lo largo de sus últimos viajes. De cintura hacia arriba poseía un cuerpo humano, adornado con una cabellera pelirroja, pero allí terminaba toda similitud con su propia raza. Desde la parte inferior de su torso nacían múltiples tentáculos que usaba tanto para caminar como para adornar su espalda. «Un gyojin» dedujo.
Se quedó quieto unos segundos, intentando deducir las intenciones de aquel ser. ¿De dónde había salido? ¿Intentaba matarle, o qué? No podían haberlo enviado desde el Gobierno Mundial, ¿verdad? Era un buen agente, cumplía su trabajo con rectitud y nunca había recibido ninguna queja. Además, el Gobierno rechazaba a los gyojins. Pero entonces, ¿de dónde había salido?
—Hola, soy Kaito y soy tu hada madrina —leyó de un papel para, acto seguido, mirar hacia atrás, hacia unos extraños ojos amarillos. ¿Estaban ahí de verdad o se trataba de una ilusión? Rokuro no estaba seguro—. ¡Esto es humillante!
A continuación explicó el motivo de su presencia, si es que a eso se le podía llamar explicación. Rokuro se había quedado con la boca abierta; no podía terminar de creérselo.
—Esto es una broma... —murmuró.
—¿Tengo pinta de estar de broma? Mírame, me esfuerzo por parecer un hada madrina —explicó agitando los brazos—. ¡Hasta me hice una varita para darle realidad al personaje!
—Ya... Mira, no consigo creerme nada de esto. ¿Qué me dice a mí que no estás aquí para matarme? También podrías querer engañarme para secuestrarme y torturarme hasta obtener información. Quizás estés aliado con la Revolución, o quizás...
—Para el carro chaval —Se llevó una mano a la cara y suspiró—. Te lo voy a poner sencillo. Si no me crees, pide un deseo y espera a ver lo que ocurre. Si no se cumple, puedes hacer conmigo lo que te plazca, ¿te parece bien?
Rokuro estudió su rostro. Incapaz de encontrar algún indicio de mentira, bufó.
—Está bien. Deseo tener mil deseos.
—¡Venga ya! —exclamó, frustrado—. No puedes hacer eso.
—Me has dicho que pida un deseo.
—Sí, pero no puedes. Hay normas.
Una mueca de escepticismo se asomó en su cara. No le había mencionado ninguna norma. Sin apartar la mirada de él ni un segundo, giró a su alrededor hasta alcanzar la ventana de la habitación. Asomó la cabeza ligeramente por la ventana, pero no encontró nada sospechoso.
—En serio, dime qué haces aquí. Mi paciencia tiene un límite.
—Concederte dos deseos. ¡Ya te lo he dicho!
—Pero no mencionaste las normas —Le lanzó una mirada acusatoria—. Si insistes en los deseos, dime cuáles son las normas.
—Está bien... Veamos. Nada de pedir más deseos. Son los que son, limitados e intransferibles. No puedes enamorar a nadie, los sentimientos son complicados —Llevaba la cuenta con los dedos. Subió un tercero—. El tema de la inmortalidad también es delicado, y no puedo concederla. Y tampoco puedo revivir a nadie.
Los pensamientos del peliblanco volaron hacia atrás en el tiempo, varios años antes, cuando su hermana seguía viva y cuidaba de él. Hasta aquel momento no había pensado en aquella posibilidad, y el mero hecho de no ser posible y no haberse dado cuenta le había dolido. «¿Por qué no pensé en ella desde el principio?»
—Ya me has dicho las normas a la hora de pedir deseos, y he elegido el primero. No sé cuál es el límite, si jugarás con algún doble sentido o si buscarás algún ingenioso vacío legal para poder volverlo contra mí, así que este primer deseo me servirá de prueba para comprender el alcance y capacidad del mismo. Deseo ser nombrado Director General del Cipher Pol. En cuánto al segundo, me lo guardaré hasta comprobar la eficacia del primero.
El rostro del pulpo se volvió sombrío, y Rokuro estaba casi seguro de que reflejaba miedo. Aquello le hizo sentir un escalofrío en la espalda.
—Quizá debí ser más específico. No puedo alterar la realidad, por lo que... —La mirada amarillenta a su espalda se intensificó, y del humo surgió un malévolo ser de piel roja que les observaba con diversión. Susurró unas palabras al oído del tritón, y este asintió, sin mucho convencimiento—. Está bien. Pero ese tipo me pone de los nervios.
Al instante desapareció. A Rokuro le costaba dar crédito a lo que había visto, pero sus ojos no podían engañarle. Sin embargo, la sensación de intranquilidad, la misma que había sentido los últimos días, se había intensificado.
No pasaron más que unos segundos cuando volvió a aparecer, esta vez arrastrando a un hombre de mediana edad, maniatado. En el brazo libre portaba un espejo.
—¡Enhorabuena! He podido hacerlo, y sin pedirle un favor a eso. Este tipo iba a ser nombrado Director General en tres días —dijo mientras le ponía el espejo en la cara.
Acto seguido le mostró el espejo a Rokuro, evitando mirarlo él mismo. Como acto reflejo, observó su propio rostro, y ahí fue cuando todo empezó a girar y dar vueltas. Notó como una especie de vórtice le atraía y lo absorbía, y cuando se recompuso, observó su cuerpo desnudo salvo por una toalla blanca tirado en el suelo, maniatado.
—Ahora eres él —Se encogió de hombros—. Aunque solo en apariencia.
Entonces desapareció en una nube de humo negro y pompas azules mientras una pérfida carcajada podía oírse de fondo, burlándose. «Ahora soy él» pensó. Si aquello era verdad... Agachó la cabeza y observó sus brazos y piernas. No recordaba nunca haber tenido tanta barriga ni las extremidades tan cortas y gruesas, y una sensación de desdicha le invadió, casi abrumándolo. Lo primero que hizo fue volver corriendo al baño para observarse en el espejo, y lo que descubrió, aunque ya sabía lo que era, no le gustó. De alguna forma ahora aquel gyojin había intercambiado su cuerpo por el de aquel hombre de rostro duro y ambicioso. «Qué mal, ahora necesito gafas» lamentó al intentar quitarse las lentes y descubrir que no enfocaba nada sin ellas.
Frunció el ceño y se llevo dos dedos a la frente, justo encima de las cejas. Si se basaba en las evidencias y daba crédito a las palabras del gyojin, cosa de la que no estaba seguro, había pedido un deseo y este había sido «cumplido».
—Maldita sea —blasfemó—. Tendría que haberlo pensado con más calma. O haber contratado un abogado. Maldito pulpo.
Sin embargo, dedicó unos instantes a estudiar su situación. Tras analizar el contenido de su cartera, o mejor dicho, la del hombre con el que se había intercambiado el cuerpo, sabía que debía estar en Ennies Lobby en tres días para ser nombrado Director General del Cipher Pol. Si el nombramiento se diese bajo otras circunstancias, ni se lo pensaría, asistiría y aceptaría el cargo, pero... ¿Hacerse pasar por otra persona? Eso no era lo suyo. Sería cuestión de tiempo que le descubriesen. «Aunque con tanto poder podría deshacerme de cualquier persona que sospechara de mí» pensó mientras barajaba todas las opciones. Sin embargo, ¿qué pasaría con el hombre tirado en su habitación? Ese hombre tenía ahora su propio cuerpo, y lo cierto es que quería volver a recuperarlo. Suspiró.
—Esto ha sido un error —decidió al final—. Necesito encontrar la forma de recuperar nuestros cuerpos.
Entonces cayó en la cuenta de que el espejo seguía ahí. Había sido aquel espejo el causante del cambio de cuerpos, y quizás fuera aquel espejo la respuesta que estaba buscando.
—Por probar... —se dijo mientras lo recogía del suelo.
Era redondo, no demasiado grande, y a simple vista no tenía nada especial, al menos que él pudiese detectarlo, pero aún así había sido capaz de hacer tal extraña hazaña. Lo giró en su dirección y se lo acercó a la cara, tal y como el pelirrojo había hecho con el futuro director. Y justo después lo colocó frente a aquel hombre, deseando que aquello funcionase.
- Peticiones:
- Bueno, solo tengo una petición. Saber si el cambio de cuerpos funciona y vuelve cada uno a su sitio. Si no... Bueno, me tocará hacer más diarios.
Se echa a llorar.
Buenas Rokuro, soy tu moderador de esta noche. Lamento la tardanza, así que para no perder más el tiempo vamos al lío.
En cuanto al diario no hay mucho que decir, algo sencillo y directo al grano, tratando un asunto de principio a fin. Sin faltas de ortografía destacables que llamen la atención ni entorpezcan la lectura. Un ritmo adecuado que no se desvía en detalles innecesarios y un poco de humor en la conversación.
Pero supongo que no estás aquí para leer una corrección sino el resultado de tu diario. Bien, el cambio de cuerpo funciona y ambos volvéis a vuestros respectivos cuerpos... una pena, me hubiera gustado ver lo que pasaba a partir de ahí. Te llevas 176 Px y 18 doblones por el diario.
En cuanto al diario no hay mucho que decir, algo sencillo y directo al grano, tratando un asunto de principio a fin. Sin faltas de ortografía destacables que llamen la atención ni entorpezcan la lectura. Un ritmo adecuado que no se desvía en detalles innecesarios y un poco de humor en la conversación.
Pero supongo que no estás aquí para leer una corrección sino el resultado de tu diario. Bien, el cambio de cuerpo funciona y ambos volvéis a vuestros respectivos cuerpos... una pena, me hubiera gustado ver lo que pasaba a partir de ahí. Te llevas 176 Px y 18 doblones por el diario.
Okada Rokuro

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Te das cuenta de que, tras cada uso el espejo se ha agrietado, a ese ritmo calculas que le queda un uso más antes de hacerse añicos. Quien lo creó lo hizo teniendo en mente que tendría un total de usos impar, el último no tendría vuelta atrás. Funcionará una vez más, pero sólo con el objetivo original, el Director General del CP.
Recuerda pasar el objeto por creación de objetos, dado que forma marte del deseo del genio no consumirá puntos de premio.
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