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Han transcurrido aproximadamente dos años desde mi arribo a esta pintoresca isla; dos años marcados por una serie de acontecimientos que han dejado una huella imborrable en mi existencia. La comunidad insular me ha recibido con una calidez que va más allá de la mera hospitalidad; han abierto sus brazos de par en par y me han acogido en su seno. ¿Cuál es la razón detrás de este gesto? ¿Acaso se fundamenta en la falacia que he tejido con maestría, o tal vez en la naturaleza crédula de sus habitantes? Podría incluso aventurarme a considerar que mi presencia les resulta beneficiosa de algún modo y, por ende, han optado por mantenerme a su lado a pesar de todo. Sea cual sea la causa subyacente, lo cierto es que hasta el momento nadie ha osado traicionarme entregándome en manos de la temida Marina así que supongo que es lo mejor a lo que puedo aspirar.
Mi rutina se desenvuelve con serenidad, concentrándome en las labores que desempeño en la forja. El yunque se ha convertido en mi más fiel compañero, y la fragua en el crisol donde forjo no solo objetos de metal, sino también mi destino. Desciendo a las profundidades de la mina, desempeñando mi papel en aras de un salario justo y predecible. Este ingreso me proporciona los materiales necesarios para continuar perfeccionando mis habilidades artesanales, permitiéndome crecer como profesional de manera constante. En esta isla, por primera vez, he encontrado la paz que anhelaba desde hace tiempo. Las aguas tranquilas rodean mi existencia, otorgándome esa calma que tanto ansiaba.
Además de mis ocupaciones laborales, he hallado un espacio para el autodescubrimiento y el crecimiento personal. La idea de cercar la parcela de tierra frente a mi acogedor refugio ha ido tomando forma en mi mente. Visualizo un huerto de tabaco de pipa que, además de proveerme con materia prima para mis momentos de relax, me permitirá liberarme de la perniciosa influencia del tabaco del puerto, al cual me he sometido durante demasiado tiempo.
Mi cueva, una vez inhóspita y lúgubre, se ha transformado en un rincón de comodidad y creatividad. Un porche modesto pero acogedor adorna la entrada, donde un sillón funcional prima sobre la estética. La chimenea, antes un foco de humo y calor crudo, ha sido magistralmente camuflada bajo una capa de piedra y barro. Ahora, su humo se dispersa por múltiples aberturas estratégicas, evitando así las miradas curiosas que podrían alertar a terceros no deseados.
Mis vivencias pasadas reposan tras de mi, como capítulos lejanos de un libro que he dejado atrás. En cuanto al porvenir, su velo permanece opaco y enigmático, sin ofrecer indicios claros de lo que depara. No obstante, la dicha suprema radica en el presente, un presente que ha superado con creces cualquier ensoñación que pude haber acariciado en el pasado. Cada jornada se erige como un regalo, un lienzo en blanco que pinto con los colores de la gratitud y la esperanza.
Así, mientras el sol se hunde tras el horizonte y tiñe el cielo con matices de naranja y rosa, encuentro mi mirada perdida en las aguas que me rodean. Esta isla, una vez un enigma, se ha convertido en mi hogar. En este rincón del mundo he hallado la redención y la oportunidad de tejer una nueva narrativa para mi vida. Mis manos, antes endurecidas por el trabajo arduo y la adversidad, ahora encuentran en cada gesto un significado más profundo. Mis pensamientos, antes nublados por la incertidumbre, ahora se despejan como el cielo después de la lluvia.
Que el destino continúe desplegando su hoja de ruta, pues estoy dispuesto a abrazar lo que venga con valentía y resignación. Cada día en esta isla es una página más en el libro de mi historia, y cada palabra escrita con cada acción define el rumbo que tomaré.
Mi rutina se desenvuelve con serenidad, concentrándome en las labores que desempeño en la forja. El yunque se ha convertido en mi más fiel compañero, y la fragua en el crisol donde forjo no solo objetos de metal, sino también mi destino. Desciendo a las profundidades de la mina, desempeñando mi papel en aras de un salario justo y predecible. Este ingreso me proporciona los materiales necesarios para continuar perfeccionando mis habilidades artesanales, permitiéndome crecer como profesional de manera constante. En esta isla, por primera vez, he encontrado la paz que anhelaba desde hace tiempo. Las aguas tranquilas rodean mi existencia, otorgándome esa calma que tanto ansiaba.
Además de mis ocupaciones laborales, he hallado un espacio para el autodescubrimiento y el crecimiento personal. La idea de cercar la parcela de tierra frente a mi acogedor refugio ha ido tomando forma en mi mente. Visualizo un huerto de tabaco de pipa que, además de proveerme con materia prima para mis momentos de relax, me permitirá liberarme de la perniciosa influencia del tabaco del puerto, al cual me he sometido durante demasiado tiempo.
Mi cueva, una vez inhóspita y lúgubre, se ha transformado en un rincón de comodidad y creatividad. Un porche modesto pero acogedor adorna la entrada, donde un sillón funcional prima sobre la estética. La chimenea, antes un foco de humo y calor crudo, ha sido magistralmente camuflada bajo una capa de piedra y barro. Ahora, su humo se dispersa por múltiples aberturas estratégicas, evitando así las miradas curiosas que podrían alertar a terceros no deseados.
Mis vivencias pasadas reposan tras de mi, como capítulos lejanos de un libro que he dejado atrás. En cuanto al porvenir, su velo permanece opaco y enigmático, sin ofrecer indicios claros de lo que depara. No obstante, la dicha suprema radica en el presente, un presente que ha superado con creces cualquier ensoñación que pude haber acariciado en el pasado. Cada jornada se erige como un regalo, un lienzo en blanco que pinto con los colores de la gratitud y la esperanza.
Así, mientras el sol se hunde tras el horizonte y tiñe el cielo con matices de naranja y rosa, encuentro mi mirada perdida en las aguas que me rodean. Esta isla, una vez un enigma, se ha convertido en mi hogar. En este rincón del mundo he hallado la redención y la oportunidad de tejer una nueva narrativa para mi vida. Mis manos, antes endurecidas por el trabajo arduo y la adversidad, ahora encuentran en cada gesto un significado más profundo. Mis pensamientos, antes nublados por la incertidumbre, ahora se despejan como el cielo después de la lluvia.
Que el destino continúe desplegando su hoja de ruta, pues estoy dispuesto a abrazar lo que venga con valentía y resignación. Cada día en esta isla es una página más en el libro de mi historia, y cada palabra escrita con cada acción define el rumbo que tomaré.
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Deseo, esa podía ser la palabra indicada para describir las razones de la mujer en la isla, deseo de apropiarse de más conocimiento. Había llegado a ella el rumor de un herrero decente que hace poco se había establecido en aquel pedazo de tierra, suendo ella alguien que nunca desaprovechaba las oportunidades la noticia había venido bien. Tenía planeado quedarse un tiempo, descubrir que tan bueno era aquel forjador en realidad y apropiarse de cuanto saber pudiese en el tiempo que dispusiera.
Encontrarlo resultó tarea complicada, extrañamente muchos evitaban las preguntas y otros simplemente no conocían el paradero de algún herrero no afiliado a la marina. Extrañamente era como si al sujeto se lo tragara la tierra apenas pisó puerto, no desistiría tan fácil. Comenzó a utilizar sus encantos, su belleza, su vestimenta inusual y exótica como lo era aquel kimono blanco que portaba y los adornos de su cabeza en busca de alguien que pudiese tener floja la lengua.
Consiguió pistas, algunas más extensas que otras, sobre un mito peculiar de un trabajador que vivía en una cueva. Caminó por los pueblos, buscando más pistas pese a solo encontrarse con molestos insectos y algunos niños molestos. No fue hasta llegar a uno de los poblados alejados que comenzó a ver señales de los relatos tallados en la realidad, una mina, una cueva apartada, las personas más calladas de lo habitual ante visitantes.
Decidió explorar los alrededores, buscando la confirmación de lo que le habían contado. Era cuestión de tiempo de encontrar algo de interés, buscando llegó hasta un cauce apartado de miradas curiosas, donde una figura se mostraba contemplando la masa cristalina alejado de la realidad. Tal vez por tal motivo, no sentiría a la mujer acercarse hasta que su reflejo en el agua y el sonido de sus pasos pudieran alertar al mundo de su visita.
—Es extraño encontrar a alguien tan sumido en sus propios pensamientos, ignorando a quien pueda aparecer de repente. Suele ser un error, tal vez uno garrafal, pero cuando se trata de una mujer buscando algo de suma importancia es complicado seguir huyendo de la realidad. ¿Acaso me podrá ayudar?—
Habló con esa voz pausada, moviendo sus brazos de una manera casi coordinada al momento de inclinar su cabeza y dedicar una reverencia a su interlocutor. Volviendo a abrir sus ojos, esos orbes grises carentes de alguna emoción más que la impaciencia, pero con un rostro tan perfecto como pálido que mostraba una sonrisa imposible de resistir.
—Verá, busco un herrero, uno que dicen es bastante bueno en su trabajo. Uno del cual puedo aprender mucho, pero es complicado que alguno de los habitantes del lugar pueda dar más de dos indicaciones con sentido sin que esté plagada de enigmas inútiles e innecesarios. Usted no parece alguien que se atreviese a retrasar a una humilde dama en su búsqueda de superación, en su larga investigación para sobrevivir y crear a partir de la naturaleza que le rodea.—
Se inclinó, apoyando sus rodillas sobre la hierba, dejando su kimono rozar la naturaleza tras un largo viaje, mostrando en su frente algunas gotas de sudor que su pañuelo recogió con delicadeza. Había caminado mucho, no tuvo mucho reparo en juntar algo de agua entre sus manos, suaves, delicadas, sorpresivamente inmaculadas pese a su trabajo en la forja y beber delicadamente mientras su cabello caía hacía atras y algunas gotas se deslizaban por su hermosa piel hasta caer como gotas de lluvia desde su mentón. Se levantó nuevamente, dedicando unos segundos a la espera de respuestas, si no había nada que hablar, entonces debería seguir su camino. Esperaba que aquel sujeto no fuese tan inútil como la mayoría de pueblerinos que apenas sabían decir dos frases: "Lo siento" y negar con la cabeza.
Encontrarlo resultó tarea complicada, extrañamente muchos evitaban las preguntas y otros simplemente no conocían el paradero de algún herrero no afiliado a la marina. Extrañamente era como si al sujeto se lo tragara la tierra apenas pisó puerto, no desistiría tan fácil. Comenzó a utilizar sus encantos, su belleza, su vestimenta inusual y exótica como lo era aquel kimono blanco que portaba y los adornos de su cabeza en busca de alguien que pudiese tener floja la lengua.
Consiguió pistas, algunas más extensas que otras, sobre un mito peculiar de un trabajador que vivía en una cueva. Caminó por los pueblos, buscando más pistas pese a solo encontrarse con molestos insectos y algunos niños molestos. No fue hasta llegar a uno de los poblados alejados que comenzó a ver señales de los relatos tallados en la realidad, una mina, una cueva apartada, las personas más calladas de lo habitual ante visitantes.
Decidió explorar los alrededores, buscando la confirmación de lo que le habían contado. Era cuestión de tiempo de encontrar algo de interés, buscando llegó hasta un cauce apartado de miradas curiosas, donde una figura se mostraba contemplando la masa cristalina alejado de la realidad. Tal vez por tal motivo, no sentiría a la mujer acercarse hasta que su reflejo en el agua y el sonido de sus pasos pudieran alertar al mundo de su visita.
—Es extraño encontrar a alguien tan sumido en sus propios pensamientos, ignorando a quien pueda aparecer de repente. Suele ser un error, tal vez uno garrafal, pero cuando se trata de una mujer buscando algo de suma importancia es complicado seguir huyendo de la realidad. ¿Acaso me podrá ayudar?—
Habló con esa voz pausada, moviendo sus brazos de una manera casi coordinada al momento de inclinar su cabeza y dedicar una reverencia a su interlocutor. Volviendo a abrir sus ojos, esos orbes grises carentes de alguna emoción más que la impaciencia, pero con un rostro tan perfecto como pálido que mostraba una sonrisa imposible de resistir.
—Verá, busco un herrero, uno que dicen es bastante bueno en su trabajo. Uno del cual puedo aprender mucho, pero es complicado que alguno de los habitantes del lugar pueda dar más de dos indicaciones con sentido sin que esté plagada de enigmas inútiles e innecesarios. Usted no parece alguien que se atreviese a retrasar a una humilde dama en su búsqueda de superación, en su larga investigación para sobrevivir y crear a partir de la naturaleza que le rodea.—
Se inclinó, apoyando sus rodillas sobre la hierba, dejando su kimono rozar la naturaleza tras un largo viaje, mostrando en su frente algunas gotas de sudor que su pañuelo recogió con delicadeza. Había caminado mucho, no tuvo mucho reparo en juntar algo de agua entre sus manos, suaves, delicadas, sorpresivamente inmaculadas pese a su trabajo en la forja y beber delicadamente mientras su cabello caía hacía atras y algunas gotas se deslizaban por su hermosa piel hasta caer como gotas de lluvia desde su mentón. Se levantó nuevamente, dedicando unos segundos a la espera de respuestas, si no había nada que hablar, entonces debería seguir su camino. Esperaba que aquel sujeto no fuese tan inútil como la mayoría de pueblerinos que apenas sabían decir dos frases: "Lo siento" y negar con la cabeza.
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En la fresca y enigmática mañana, el viento soplaba de manera inusual, como si llevara consigo secretos susurrados por los árboles que rodeaban el río. Tomé mis cigarrillos, mi termo de té negro humeante y un cuaderno lleno de bocetos detallados que ilustraban los planos de una turbina fluvial que aún se encontraba en diseño. Con estos objetos en mano, emprendió su camino hacia su lugar favorito, un rincón apacible donde la naturaleza y la creatividad parecían fundirse en una danza silenciosa.
Allí, a orillas del río, encontró su asiento, una roca desgastada por los elementos que parecía haber sido moldeada especialmente para él. Inmerso en las páginas del cuaderno, se dejó arrastrar por las ideas y los esquemas que poblaban su mente. El té caliente acariciaba su paladar junto al humo del tabaco, infundiendo una sensación reconfortante en su cuerpo mientras su mirada se deslizaba por los bocetos, visualizando cada componente y cada movimiento de la turbina que esperaba dar vida.
El discurrir del agua se convirtió en un telón de fondo hipnótico, una metáfora viva de la creatividad que fluía en sus pensamientos. En ese momento, una sutil perturbación se apoderó de él, como una nota disonante en una melodía. No podía precisar el origen de su inquietud, así que no le concedió más atención. Sin embargo, con el paso de las horas, esa sensación persistente creció y finalmente le obligó a desviar la mirada de sus bocetos.
Me encontré con una figura que había surgido silenciosamente a mi lado, como si el viento mismo la hubiera depositado allí. La figura me observaba con ojos que parecían contener una extraña curiosidad. Era evidente que mis casi seis metros de altura no pasaban desapercibidos, incluso sentado en mi roca, pero me intrigó que alguien hubiera llegado hasta mi. Mas intrigado que asustado escuché atentamente las palabras que fluían de los labios del recién llegado acompañadas por el último suspiro de mi cigarrillo cuyo humo se elevaba en espirales.
"Te arrodillas ante alguien que no conoces, ni sabes si es merecedor de respeto", proclamé mirando hacia abajo a la figura con un tono que oscilaba entre la burla y la autoridad. Una risa burlesca y áspera emergió de mis labios, una risa que parecía haber tomado prestados los sonidos más extraños de la naturaleza. "No soy ningún maestro", continué, "yo mismo aprendo cada día. Pero si deseas que comparta contigo lo que he acumulado, puedo ofrecerte refugio y conocimiento, por supuesto, a cambio de una retribución justa y la promesa de seguir mi guía en todo momento."
La proposición era intrigante, llena de misterio y potencial. La figura, cuyo extraño aura emanaba un aura difícil de distinguir, se encontró ante una oferta que la dejaba en una encrucijada. ¿Debería arriesgarse a confiar en esta ser fétido y horrendo, cuyo conocimiento podría ser tanto un regalo como nada en absoluto? La decisión pendía en el aire, como una hoja a punto de caer de una rama. La respuesta estaba en sus manos, y cada elección llevaría consigo sus propias consecuencias.
"¿Estás dispuesta?", planteó con una mirada penetrante. "Si es así, el primer paso es simple: toma un cigarrillo y una taza de mi bebida. Hagamos un brindis por lo que está por venir". El momento estaba cargado de significado, y la promesa de un nuevo capítulo en la vida del protagonista esperaba a ser escrita con tinta de incertidumbre y posibilidad.
Allí, a orillas del río, encontró su asiento, una roca desgastada por los elementos que parecía haber sido moldeada especialmente para él. Inmerso en las páginas del cuaderno, se dejó arrastrar por las ideas y los esquemas que poblaban su mente. El té caliente acariciaba su paladar junto al humo del tabaco, infundiendo una sensación reconfortante en su cuerpo mientras su mirada se deslizaba por los bocetos, visualizando cada componente y cada movimiento de la turbina que esperaba dar vida.
El discurrir del agua se convirtió en un telón de fondo hipnótico, una metáfora viva de la creatividad que fluía en sus pensamientos. En ese momento, una sutil perturbación se apoderó de él, como una nota disonante en una melodía. No podía precisar el origen de su inquietud, así que no le concedió más atención. Sin embargo, con el paso de las horas, esa sensación persistente creció y finalmente le obligó a desviar la mirada de sus bocetos.
Me encontré con una figura que había surgido silenciosamente a mi lado, como si el viento mismo la hubiera depositado allí. La figura me observaba con ojos que parecían contener una extraña curiosidad. Era evidente que mis casi seis metros de altura no pasaban desapercibidos, incluso sentado en mi roca, pero me intrigó que alguien hubiera llegado hasta mi. Mas intrigado que asustado escuché atentamente las palabras que fluían de los labios del recién llegado acompañadas por el último suspiro de mi cigarrillo cuyo humo se elevaba en espirales.
"Te arrodillas ante alguien que no conoces, ni sabes si es merecedor de respeto", proclamé mirando hacia abajo a la figura con un tono que oscilaba entre la burla y la autoridad. Una risa burlesca y áspera emergió de mis labios, una risa que parecía haber tomado prestados los sonidos más extraños de la naturaleza. "No soy ningún maestro", continué, "yo mismo aprendo cada día. Pero si deseas que comparta contigo lo que he acumulado, puedo ofrecerte refugio y conocimiento, por supuesto, a cambio de una retribución justa y la promesa de seguir mi guía en todo momento."
La proposición era intrigante, llena de misterio y potencial. La figura, cuyo extraño aura emanaba un aura difícil de distinguir, se encontró ante una oferta que la dejaba en una encrucijada. ¿Debería arriesgarse a confiar en esta ser fétido y horrendo, cuyo conocimiento podría ser tanto un regalo como nada en absoluto? La decisión pendía en el aire, como una hoja a punto de caer de una rama. La respuesta estaba en sus manos, y cada elección llevaría consigo sus propias consecuencias.
"¿Estás dispuesta?", planteó con una mirada penetrante. "Si es así, el primer paso es simple: toma un cigarrillo y una taza de mi bebida. Hagamos un brindis por lo que está por venir". El momento estaba cargado de significado, y la promesa de un nuevo capítulo en la vida del protagonista esperaba a ser escrita con tinta de incertidumbre y posibilidad.
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Sowon apenas inmutó su rostro ante la idea de arrodillarse por respeto, la figura era alta, enorme, dejando incluso sus dos metros como un mero peldaño. Claramente no era humano, hecho que en lugar de intimidarle le intrigaba, más tras la confirmación de que era el sujeto que tanto buscaba o eso parecía al reconocerse como alguien que no era maestro pero conocía muchas cosas. Esa humildad que todos tenían, una humildad que su cabeza no comprendía, porque para ella al llegar a un peldaño superior significaba distanciarse de los mortales.
—Es una oferta tentadora para una extraña, pero reconozco esa humildad que he visto en mis viajes cuando niña, en el hombre que me enseñó a forjar y la mujer que me ayudó a tejer. Tienes un semblante bastante peculiar y digno de admiración. Sin embargo, debo añadir ciertas condiciones, algunas pequeñas rutinas que mi mente me obliga a llevar.—
Suspiró, levantando su mirada al cielo, mientras apreciaba el entorno natural que le rodeaba. Pocas veces llegaba a ese estado de paz tras haber descendido en la impaciencia, pero en ese momento bastaba con mirar el cielo para formular sus demandas de una manera menos ofensiva.
—Primeramente, necesito beber con cierta frecuencia, más al calor de la forja. En segundo lugar, me gustaría poder cortar mi comida, necesito que esté cortada de una manera que solo yo conozco a la perfección. Por último, se me da bien aprender pero puedo no ser la mejor al momento de trabajar con más de una voz, puede darme indicaciones pero a la hora del trabajo funcionaré mejor si no me detiene. Si me equivoco, con gusto puede detallarme cada fallo al final.—
Sowon no era una fumadora, pero tomó el cigarro con delicadeza mientras se preparaba para brindar. Ese simbolismo le recordaba a las ceremonias de su país de origen, ceremonias que tenía robotizadas en su interior, que incluso realizaba con tal precisión como si de una muñeca de porcelana se tratase.
—Brindemos entonces, estoy dispuesta a seguir sus maneras al menos las fundamentales para una buena convivencia. No he venido de tan lejos para marcharme por nimiedades, cuando busco algo no me detengo hasta encontrarlo así deba dar todo lo que mi cuerpo permita.—
Inclinó su copa buscando brindar, sus ojos grises brillaron con cierta ansiedad, el sellar ese contrato invisible le permitiría aprender más sobre el metal y eso era lo único que ahora le interesaba. Una retribución siempre podía darse, en forma de trabajo, en forma de armas, en forma de dinero. No le preocupaba pasar un tiempo como trabajadora de la forja, era un sujeto bastante poco agraciado y si ella se presentaba para vender las cosas podría sacar incluso más dinero.
Incluso le recordaba aquella historia de la bella y la bestia, aunque aquel día la bella se hubiera metido directo a las fauces del lobo para su propio beneficio. Calculó el tiempo que tomaría la ceremonia, esperando los segundos precisos antes de beber, tras lo cual cerró sus ojos y recitó un verso en su idioma, la tradición dictaba ese último paso para luego dejar el recipiente reposar sobre el pasto y levantarse una vez más guardando sus manos entre las mangas de su kimono.
—Las condiciones han sido acordadas, el contrato sellado en una ceremonia un tanto moderna, es la primera vez que la realizo en la naturaleza. Ahora, si nada nos retiene en este lugar, me gustaría comenzar. No se me da bien quedarme quieta y cada segundo es una nueva oportunidad para mi desarrollo, como las flores lentamente se acercan a la perfección. Yo prefiero acercarme a un ritmo un poco más apresurado...—
—Es una oferta tentadora para una extraña, pero reconozco esa humildad que he visto en mis viajes cuando niña, en el hombre que me enseñó a forjar y la mujer que me ayudó a tejer. Tienes un semblante bastante peculiar y digno de admiración. Sin embargo, debo añadir ciertas condiciones, algunas pequeñas rutinas que mi mente me obliga a llevar.—
Suspiró, levantando su mirada al cielo, mientras apreciaba el entorno natural que le rodeaba. Pocas veces llegaba a ese estado de paz tras haber descendido en la impaciencia, pero en ese momento bastaba con mirar el cielo para formular sus demandas de una manera menos ofensiva.
—Primeramente, necesito beber con cierta frecuencia, más al calor de la forja. En segundo lugar, me gustaría poder cortar mi comida, necesito que esté cortada de una manera que solo yo conozco a la perfección. Por último, se me da bien aprender pero puedo no ser la mejor al momento de trabajar con más de una voz, puede darme indicaciones pero a la hora del trabajo funcionaré mejor si no me detiene. Si me equivoco, con gusto puede detallarme cada fallo al final.—
Sowon no era una fumadora, pero tomó el cigarro con delicadeza mientras se preparaba para brindar. Ese simbolismo le recordaba a las ceremonias de su país de origen, ceremonias que tenía robotizadas en su interior, que incluso realizaba con tal precisión como si de una muñeca de porcelana se tratase.
—Brindemos entonces, estoy dispuesta a seguir sus maneras al menos las fundamentales para una buena convivencia. No he venido de tan lejos para marcharme por nimiedades, cuando busco algo no me detengo hasta encontrarlo así deba dar todo lo que mi cuerpo permita.—
Inclinó su copa buscando brindar, sus ojos grises brillaron con cierta ansiedad, el sellar ese contrato invisible le permitiría aprender más sobre el metal y eso era lo único que ahora le interesaba. Una retribución siempre podía darse, en forma de trabajo, en forma de armas, en forma de dinero. No le preocupaba pasar un tiempo como trabajadora de la forja, era un sujeto bastante poco agraciado y si ella se presentaba para vender las cosas podría sacar incluso más dinero.
Incluso le recordaba aquella historia de la bella y la bestia, aunque aquel día la bella se hubiera metido directo a las fauces del lobo para su propio beneficio. Calculó el tiempo que tomaría la ceremonia, esperando los segundos precisos antes de beber, tras lo cual cerró sus ojos y recitó un verso en su idioma, la tradición dictaba ese último paso para luego dejar el recipiente reposar sobre el pasto y levantarse una vez más guardando sus manos entre las mangas de su kimono.
—Las condiciones han sido acordadas, el contrato sellado en una ceremonia un tanto moderna, es la primera vez que la realizo en la naturaleza. Ahora, si nada nos retiene en este lugar, me gustaría comenzar. No se me da bien quedarme quieta y cada segundo es una nueva oportunidad para mi desarrollo, como las flores lentamente se acercan a la perfección. Yo prefiero acercarme a un ritmo un poco más apresurado...—
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"¿Un semblante peculiar?" susurré apenas permitiendo que las palabras escaparan entre mis labios como hojas llevadas por el viento. "Es la primera vez que alguien no ve lo horrendo de mi aspecto", añadí con un matiz de asombro, mientras una carcajada ronca surcaba mi garganta, una risa que parecía emerger desde las profundidades mismas de mi ser.
Su respuesta fue imponer sus propias condiciones, y debo admitir que no me parecieron en absoluto extravagantes. Conocía las manías y particularidades que cada individuo albergaba, quizás porque compartía con ellos muchas de mis propias excentricidades. Asentí con naturalidad, mi gesto reflejando la comprensión. "Acepto tus condiciones", afirmé con calma, "pero deberías tener en cuenta que algunos errores no admiten reparación, y que dejar pasar esos fallos puede llevarnos a desechar todo el material de la pieza. Aun así, si eso es lo que deseas, así será."
Observé cómo tomaba la taza y el cigarro con una solemnidad casi ritual, como si estos objetos cotidianos tuvieran un significado trascendental. Reflexioné para mí mismo acerca de cómo las costumbres y las ceremonias podían variar entre culturas, incluso entre las personas. Un brindis silencioso unió nuestros pensamientos en un instante de camaradería, y luego guardé con sumo cuidado mis pertenencias en el zurrón.
"Si tienes prisa", dije mientras me ponía lentamente en pie, "podemos emprender el camino." Comencé a avanzar cuesta arriba, adentrándonos en el bosque de robles que ocultaba la zona donde habitaba. Quince minutos más tarde, nos encontrábamos nuevamente frente a mi refugio. Abrí la cerradura y, sin entrar aún, bajo el quicio de la puerta entreabierta, con un movimiento rápido de mi cabeza, me dirigí a ella. "Antes mencionaste que cuando buscas algo, no te detienes hasta encontrarlo, sin importar cuánto tengas que dar de ti misma", le recordé con seriedad. "Espero que mantengas esa determinación, ya que no toleraré excusas ni lamentaciones una vez que comencemos. Ya no habrá vuelta atrás. Y para dejar las cosas claras desde el principio, si intentas traicionarme, deberías estar preparada para enfrentar las consecuencias, incluso si eso significa que nos enfrentaremos a muerte."
Mientras pronunciaba estas palabras, mi mirada penetrante se encontró con la suya, como si buscara penetrar en sus pensamientos más profundos. El viento susurraba en los árboles circundantes, y el aroma de la tierra y la vegetación llenaba el aire. Un desafío silencioso pendía entre nosotros, un entendimiento tácito de que este camino no sería fácil ni indulgente, pero que juntos, quizás, podríamos forjar algo inquebrantable.
Entonces entre en mi hogar y esperé a que decidiera acompañarme. De nuevo en mi hogar, pensé, nunca un agujero en la roca había sido tan acogedor, mi hogar estaba encendido iluminando la estancia principal, un guiso de bastante mal aspecto borboteaba en una olla y en un rincón mi camastro con algunos libros encima de diferentes temas. En el rincón, se veía la forja coger poco a poco fuego con la madera añadida en la mañana y varias piezas a medio forjar asomaban de varios barriles alrededor.
Su respuesta fue imponer sus propias condiciones, y debo admitir que no me parecieron en absoluto extravagantes. Conocía las manías y particularidades que cada individuo albergaba, quizás porque compartía con ellos muchas de mis propias excentricidades. Asentí con naturalidad, mi gesto reflejando la comprensión. "Acepto tus condiciones", afirmé con calma, "pero deberías tener en cuenta que algunos errores no admiten reparación, y que dejar pasar esos fallos puede llevarnos a desechar todo el material de la pieza. Aun así, si eso es lo que deseas, así será."
Observé cómo tomaba la taza y el cigarro con una solemnidad casi ritual, como si estos objetos cotidianos tuvieran un significado trascendental. Reflexioné para mí mismo acerca de cómo las costumbres y las ceremonias podían variar entre culturas, incluso entre las personas. Un brindis silencioso unió nuestros pensamientos en un instante de camaradería, y luego guardé con sumo cuidado mis pertenencias en el zurrón.
"Si tienes prisa", dije mientras me ponía lentamente en pie, "podemos emprender el camino." Comencé a avanzar cuesta arriba, adentrándonos en el bosque de robles que ocultaba la zona donde habitaba. Quince minutos más tarde, nos encontrábamos nuevamente frente a mi refugio. Abrí la cerradura y, sin entrar aún, bajo el quicio de la puerta entreabierta, con un movimiento rápido de mi cabeza, me dirigí a ella. "Antes mencionaste que cuando buscas algo, no te detienes hasta encontrarlo, sin importar cuánto tengas que dar de ti misma", le recordé con seriedad. "Espero que mantengas esa determinación, ya que no toleraré excusas ni lamentaciones una vez que comencemos. Ya no habrá vuelta atrás. Y para dejar las cosas claras desde el principio, si intentas traicionarme, deberías estar preparada para enfrentar las consecuencias, incluso si eso significa que nos enfrentaremos a muerte."
Mientras pronunciaba estas palabras, mi mirada penetrante se encontró con la suya, como si buscara penetrar en sus pensamientos más profundos. El viento susurraba en los árboles circundantes, y el aroma de la tierra y la vegetación llenaba el aire. Un desafío silencioso pendía entre nosotros, un entendimiento tácito de que este camino no sería fácil ni indulgente, pero que juntos, quizás, podríamos forjar algo inquebrantable.
Entonces entre en mi hogar y esperé a que decidiera acompañarme. De nuevo en mi hogar, pensé, nunca un agujero en la roca había sido tan acogedor, mi hogar estaba encendido iluminando la estancia principal, un guiso de bastante mal aspecto borboteaba en una olla y en un rincón mi camastro con algunos libros encima de diferentes temas. En el rincón, se veía la forja coger poco a poco fuego con la madera añadida en la mañana y varias piezas a medio forjar asomaban de varios barriles alrededor.
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Sowon cerró sus ojos agachando su cabeza ante las palabras de aquel sujeto, si bien no era agraciado no era su deber resaltar lo obvio, ni era la educación de una dama reírse de las desgracias que la naturaleza o la humanidad hicieran a otras almas.
—No es propio de una dama destacar los defectos de a quien pide instrucción, ni correcto de una alumna insultar a su instructor. ¿Acaso son tan irrespetuosos fuera de mi país? O tal vez, la educación de otros humanos no es nada envidiable...—
Sonrió al escuchar que aceptaba sus demandas sin rechistar, cosa que agradeció con una pequeña reverencia. Escuchó las consecuencias de las mismas, tal como poder perder toda una pieza, sin embargo decidió replicar. Le gustaba hablar desde la experiencia, tal vez para demostrar las condiciones optimas que necesitaba.
—Prefiero correr el riesgo a perder mi concentración y cometer una falla letal, perder una mano, un dedo o quemar mi piel por prestar demasiada atención a una corrección a destiempo. Los materiales pueden recuperarse, una mano me temo que no vuelven a crecer... y me gustan las mías...—
Bromeó para seguir el recorrido, sin hablar ni levantar la voz, pese a los insectos que buscaban su piel mantuvo su temple tan estoico como tranquilo. Sus ojos observaron el humilde portón, mientras escuchaba las advertencias, como era de esperarse no mostró gran preocupación si no más bien curiosidad.
—Oh, descuide buen hombre, mis palabras nunca carecen de contenido o valor. Soy una artesana, una mujer que no se quiebra ni retrocede ante el peligro. Si bien habla de traición no comprendo su preocupación latente por mi lealtad, usted me supera en dos o cuatro metros más. No atentaría contra alguien a quien he pedido su consejo, a menos que en verdad me beneficiara, pero no veo valor en traicionarle. Solo veo una tarea tediosa, una pérdida de tiempo, a mi no me gusta perder el tiempo si no ganarlo.—
Esperaba que aquellas palabras destruyeran cualquier duda o resquicio de desconfianza entre ambos, la mujer había dejado muy claras sus intenciones. No estaba en una cacería, no tenía intenciones de morir ni de entrar en una lucha sin sentido. Se adentró poco a poco al lugar, era acogedor para una bestia, tal vez demasiado humilde para ella pero podía tragarse su orgullo y disimular todo con una sonrisa.
—No está mal, es un bonito inicio para un hogar, las cosas hechas a mano dan cierto confort adicional. Por lo que veo, hay varias cosas para trabajar, la forja se ve ansiosa y yo también lo estoy. Ahora, veamos por donde comenzar...—
Se adelantó unos pasos mirando los libros, por si lograba descubrir alguna maravilla escondida, no despreciaba la lectura ni la práctica. Así conforme el tiempo avanzaba, sus ojos se movían de un lado al otro, memorizando lo mayor posible de aquellas hojas de papel. Su compañero no tardaría en descubrir que la mujer era una lectora rápida, más cuando tras solo unos minutos de silencio giro su cabeza levemente. Una sonrisa se dibujó en su rostro, indicando con solo un gesto que ya podían ponerse manos a la obra.
—No es propio de una dama destacar los defectos de a quien pide instrucción, ni correcto de una alumna insultar a su instructor. ¿Acaso son tan irrespetuosos fuera de mi país? O tal vez, la educación de otros humanos no es nada envidiable...—
Sonrió al escuchar que aceptaba sus demandas sin rechistar, cosa que agradeció con una pequeña reverencia. Escuchó las consecuencias de las mismas, tal como poder perder toda una pieza, sin embargo decidió replicar. Le gustaba hablar desde la experiencia, tal vez para demostrar las condiciones optimas que necesitaba.
—Prefiero correr el riesgo a perder mi concentración y cometer una falla letal, perder una mano, un dedo o quemar mi piel por prestar demasiada atención a una corrección a destiempo. Los materiales pueden recuperarse, una mano me temo que no vuelven a crecer... y me gustan las mías...—
Bromeó para seguir el recorrido, sin hablar ni levantar la voz, pese a los insectos que buscaban su piel mantuvo su temple tan estoico como tranquilo. Sus ojos observaron el humilde portón, mientras escuchaba las advertencias, como era de esperarse no mostró gran preocupación si no más bien curiosidad.
—Oh, descuide buen hombre, mis palabras nunca carecen de contenido o valor. Soy una artesana, una mujer que no se quiebra ni retrocede ante el peligro. Si bien habla de traición no comprendo su preocupación latente por mi lealtad, usted me supera en dos o cuatro metros más. No atentaría contra alguien a quien he pedido su consejo, a menos que en verdad me beneficiara, pero no veo valor en traicionarle. Solo veo una tarea tediosa, una pérdida de tiempo, a mi no me gusta perder el tiempo si no ganarlo.—
Esperaba que aquellas palabras destruyeran cualquier duda o resquicio de desconfianza entre ambos, la mujer había dejado muy claras sus intenciones. No estaba en una cacería, no tenía intenciones de morir ni de entrar en una lucha sin sentido. Se adentró poco a poco al lugar, era acogedor para una bestia, tal vez demasiado humilde para ella pero podía tragarse su orgullo y disimular todo con una sonrisa.
—No está mal, es un bonito inicio para un hogar, las cosas hechas a mano dan cierto confort adicional. Por lo que veo, hay varias cosas para trabajar, la forja se ve ansiosa y yo también lo estoy. Ahora, veamos por donde comenzar...—
Se adelantó unos pasos mirando los libros, por si lograba descubrir alguna maravilla escondida, no despreciaba la lectura ni la práctica. Así conforme el tiempo avanzaba, sus ojos se movían de un lado al otro, memorizando lo mayor posible de aquellas hojas de papel. Su compañero no tardaría en descubrir que la mujer era una lectora rápida, más cuando tras solo unos minutos de silencio giro su cabeza levemente. Una sonrisa se dibujó en su rostro, indicando con solo un gesto que ya podían ponerse manos a la obra.
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La ansiedad por comenzar se reflejaba en los ojos de la mujer, aunque me pregunté si estaba realmente preparada. Me sumergí en mis propias reflexiones mientras la observaba. Con cierta cautela, decidí que había algunas cuestiones que necesitaba abordar antes de avanzar.
"Lo primero que quiero hacer es mostrarte la sala que vamos a acondicionar para ti", dije con un tono tranquilo pero decidido. Guié a la mujer por los pasillos hasta llegar al lugar donde había estado entrenando. El suelo estaba cubierto de escombros y polvo, una imagen que contrastaba con la idea de un cuarto extra que tenía en mente. "Puedes dejar tus pertenencias en la zona de entrada por ahora", indiqué, "mañana recogeremos y transformaremos este espacio en tu habitación mientras vivas aquí."
Mientras avanzábamos, pasamos por delante de un estante ubicado en un recodo del pasillo. Sobre él reposaban varias decenas de libros, cada uno abarcando diferentes campos de conocimiento: desde ciencias variadas hasta artesanías, minería, arquitectura e incluso algunos manuales sobre la historia general del mundo. No era una biblioteca extensa, pero ofrecía suficiente material para satisfacer la curiosidad y el aprendizaje. "Estos manuales y pergaminos están a tu disposición", expliqué. "Puedes consultarlos siempre que desees, pero recuerda respetar las marcas y no dañarlos, además solo podrás estudiar durante tus momentos libres."
Mientras continuábamos, aproveché para arrojar una pala de carbón de hulla al fuego de la forja que había encendido previamente. La fragua cobró vida con el calor y las llamas, un recordatorio constante del trabajo que nos aguardaba. A medida que avanzábamos, planteé los siguientes interrogantes. "La siguiente cuestión que quiero abordar es si eres capaz de distinguir entre las diferentes menas o si confías ciegamente en lo que te dicen los vendedores. ¿Has trabajado en alguna explotación minera anteriormente? ¿Posees tus propias herramientas? ¿Trajiste contigo ropa de trabajo?"
Mi mirada se posó en ella con una mezcla de expectación y escrutinio. Pero la pregunta más crucial, la que podría determinar si sería capaz de sobrevivir en este ámbito, seguía pendiendo en el aire. "Y lo más importante: ¿Cómo de rápido cicatrizas?" Mi voz llevaba una nota de seriedad, pues en el duro mundo de la forja, las heridas eran una constante. Mientras esperaba sus respuestas, saqué un cristal de ámbar del tamaño de un huevo de gallina, exquisitamente puro de un cofrecito de la repisa, y lo deposité en un quemador que colgaba de una viga cercana con algunas ramas de cedro del bosque. El aroma de la mezcla llenó la sala, creando un ambiente reconfortante y empalagoso, aunque enmascarador del olor a tabaco mientras aguardaba a que ella compartiera sus experiencias y habilidades.
"Lo primero que quiero hacer es mostrarte la sala que vamos a acondicionar para ti", dije con un tono tranquilo pero decidido. Guié a la mujer por los pasillos hasta llegar al lugar donde había estado entrenando. El suelo estaba cubierto de escombros y polvo, una imagen que contrastaba con la idea de un cuarto extra que tenía en mente. "Puedes dejar tus pertenencias en la zona de entrada por ahora", indiqué, "mañana recogeremos y transformaremos este espacio en tu habitación mientras vivas aquí."
Mientras avanzábamos, pasamos por delante de un estante ubicado en un recodo del pasillo. Sobre él reposaban varias decenas de libros, cada uno abarcando diferentes campos de conocimiento: desde ciencias variadas hasta artesanías, minería, arquitectura e incluso algunos manuales sobre la historia general del mundo. No era una biblioteca extensa, pero ofrecía suficiente material para satisfacer la curiosidad y el aprendizaje. "Estos manuales y pergaminos están a tu disposición", expliqué. "Puedes consultarlos siempre que desees, pero recuerda respetar las marcas y no dañarlos, además solo podrás estudiar durante tus momentos libres."
Mientras continuábamos, aproveché para arrojar una pala de carbón de hulla al fuego de la forja que había encendido previamente. La fragua cobró vida con el calor y las llamas, un recordatorio constante del trabajo que nos aguardaba. A medida que avanzábamos, planteé los siguientes interrogantes. "La siguiente cuestión que quiero abordar es si eres capaz de distinguir entre las diferentes menas o si confías ciegamente en lo que te dicen los vendedores. ¿Has trabajado en alguna explotación minera anteriormente? ¿Posees tus propias herramientas? ¿Trajiste contigo ropa de trabajo?"
Mi mirada se posó en ella con una mezcla de expectación y escrutinio. Pero la pregunta más crucial, la que podría determinar si sería capaz de sobrevivir en este ámbito, seguía pendiendo en el aire. "Y lo más importante: ¿Cómo de rápido cicatrizas?" Mi voz llevaba una nota de seriedad, pues en el duro mundo de la forja, las heridas eran una constante. Mientras esperaba sus respuestas, saqué un cristal de ámbar del tamaño de un huevo de gallina, exquisitamente puro de un cofrecito de la repisa, y lo deposité en un quemador que colgaba de una viga cercana con algunas ramas de cedro del bosque. El aroma de la mezcla llenó la sala, creando un ambiente reconfortante y empalagoso, aunque enmascarador del olor a tabaco mientras aguardaba a que ella compartiera sus experiencias y habilidades.
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Sowon siguió al sujeto observando la sala preparada, seguramente era un lugar de entrenamiento o un espacio recientemente excavado. No lo veía mal ya que podía tener sus ventajas a la hora de refaccionar interiores, sonrió dejando el bolso en la zona de la entrada junto a sus dos espadas, unas piezas de acero forjado al damasco bastante llamativas. Eran más similares a agujas que a las espadas tradicionales, buscando asegurar con una estocada precisa más que por un corte certero de pura fuerza bruta.
Junto a estos dejó deslizar una mochila adicional que había ocultado entre las telas de su kimono. Donde estaban sus demás prendas y algunas herramientas que ya mostraban el paso de los años. Si bien no era un set de herrería, todavía le eran funcionales. Volvió para apreciar los libros y manuscritos, asintiendo con delicadeza ante la idea de tratarlos con cuidado. Conocía lo frágiles que podían volverse en especial si eran antiguos o casi olvidados.
—Le gusta preguntar, mucho al parecer. En primer lugar sé distinguir entre varios metales, no confío ni en mi sombra por lo que menos confiaré en alguien que quiera aprovecharse solo por ser mujer o bonita. En segundo lugar, no he trabajado en una explotación minera, suelo enfocarme más en el trabajo manual dentro de la herrería que en la extracción de minerales pero eso no significa que no esté dispuesta a hacerlo. Soy muy precisa y puedo asegurar una extracción bastante exitosa si lo que he leído se aplica. Tercero, tengo mis herramientas aunque estoy esperando mi paga para comprar unas nuevas, no me vi en la necesidad de hacerlo antes por mis viajes de trabajo. En cuarto lugar, cicatrizo rápido pese a que mi piel pueda quedar marcada por varios días, no me intimida una herida ni su gravedad por lo que no me tendrá llorando por una quemadura o un corte. Y por último tengo mis ropas de trabajo en mi mochila, si gusta puedo cambiarme de inmediato.—
La mujer llevó sus manos a la faja de su kimono antes de darse la vuelta, dejando caer un poco sus ropas, revelando parte de sus hombros y su inmaculada espalda. Girando un poco su rostro, sonriendo, como si aquello no le importase en lo más minimo. Su falta de pudor en esas cosas era evidente, estaba acostumbrada a ser un objeto de deseo y las miradas ajenas nunca le molestaron. Así como las quemaduras o los cortes, que cuanto más se deslizaban las telas algunas comenzaban a aflorar, como pequeñas marcas en su piel inmaculadamente pálida.
—¿Y bien? ¿Va a traerme mi ropa o seguirá mirando?—
Bromeó soltando una leve risita, buscando romper esa tensión que se había impuesto con tantas preguntas, a veces le gustaba calmar sus ansias de impaciencia jugando con su belleza. Si bien no pensaba en nada más allá de obtener lecciones de herrería, todos eran simples objetos en un tablero, incluido ella misma.
Junto a estos dejó deslizar una mochila adicional que había ocultado entre las telas de su kimono. Donde estaban sus demás prendas y algunas herramientas que ya mostraban el paso de los años. Si bien no era un set de herrería, todavía le eran funcionales. Volvió para apreciar los libros y manuscritos, asintiendo con delicadeza ante la idea de tratarlos con cuidado. Conocía lo frágiles que podían volverse en especial si eran antiguos o casi olvidados.
—Le gusta preguntar, mucho al parecer. En primer lugar sé distinguir entre varios metales, no confío ni en mi sombra por lo que menos confiaré en alguien que quiera aprovecharse solo por ser mujer o bonita. En segundo lugar, no he trabajado en una explotación minera, suelo enfocarme más en el trabajo manual dentro de la herrería que en la extracción de minerales pero eso no significa que no esté dispuesta a hacerlo. Soy muy precisa y puedo asegurar una extracción bastante exitosa si lo que he leído se aplica. Tercero, tengo mis herramientas aunque estoy esperando mi paga para comprar unas nuevas, no me vi en la necesidad de hacerlo antes por mis viajes de trabajo. En cuarto lugar, cicatrizo rápido pese a que mi piel pueda quedar marcada por varios días, no me intimida una herida ni su gravedad por lo que no me tendrá llorando por una quemadura o un corte. Y por último tengo mis ropas de trabajo en mi mochila, si gusta puedo cambiarme de inmediato.—
La mujer llevó sus manos a la faja de su kimono antes de darse la vuelta, dejando caer un poco sus ropas, revelando parte de sus hombros y su inmaculada espalda. Girando un poco su rostro, sonriendo, como si aquello no le importase en lo más minimo. Su falta de pudor en esas cosas era evidente, estaba acostumbrada a ser un objeto de deseo y las miradas ajenas nunca le molestaron. Así como las quemaduras o los cortes, que cuanto más se deslizaban las telas algunas comenzaban a aflorar, como pequeñas marcas en su piel inmaculadamente pálida.
—¿Y bien? ¿Va a traerme mi ropa o seguirá mirando?—
Bromeó soltando una leve risita, buscando romper esa tensión que se había impuesto con tantas preguntas, a veces le gustaba calmar sus ansias de impaciencia jugando con su belleza. Si bien no pensaba en nada más allá de obtener lecciones de herrería, todos eran simples objetos en un tablero, incluido ella misma.
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"Voy a ocuparme de atizar el fuego mientras recoges tu ropa", afirmé con determinación mientras manipulaba el tiro de la forja y accionaba un enorme fuelle. Las llamas danzantes parecían responder a mi gesto, devorando el oxígeno con avidez y generando un calor abrasador en la forja y crisol que inundaba también la sala. "Claro está", continué, "que espero no confíes en obtener un trato de favor por tu aspecto. Antes que nada, aquí se valora la habilidad y la destreza, no los adornos o el aspecto. Desde mi punto de vista, no eres más hermosa que la mayoría de mis propios hijos e hijas, y todos ellos llevan su esencia y alma al descubierto, exhibiendo su magnifico esplendor sin reservas". Mi mano señaló con orgullo a las armas y herramientas colgadas de los ganchos en las paredes de la forja, un testimonio de que en este mundo áspero y laborioso, la estética podía encontrarse en la maravillosa funcionalidad de un arma que busca matar o una gubia que busca hender la madera. "Con mi horrendo rostro y las cicatrices de la vida que lo marcan, sumado a mi modesta billetera, hace tiempo que dejé atrás cualquier idea de contacto íntimo", admití sin titubeos, dejando entrever una media sonrisa.
Mis palabras seguían resonando en el aire cuando mi mirada se desplazó hacia un barril colosal que contenía una variedad de menas en su estado más bruto y tosco. Aun estaban cubiertas de polvo, mugre e incluso fragmentos de roca adheridos a ellas. "Una vez estés cambiada, tendrás que escoger una de estas menas del barril", indiqué con un gesto hacia el contenedor. "Permítete observarla detenidamente, tocarla, escuchar su sutil llamado, incluso lamerla si eso te ayuda a entenderla mejor. Sin embargo, no podrás recurrir a ninguna herramienta para asistirte en tu elección. Este desafío es una prueba de tu verdadero conocimiento y habilidad. Trabajarás con el material que extraigas de esa mena, tus propias herramientas, mi forja y crisol. Tu misión es forjar la pieza más destacada que tu mente sea capaz de concebir a partir de esa selección. Una vez elijas una, estarás comprometida a trabajar con ella, sin posibilidad de cambio. Y ten en cuenta que debes tener el control suficiente para asegurarte de que no te sobre ni una pizca de metal que te proporcionen una vez que comiences a fundirlo, pero cuidado si apuras demasiado tal vez las impurezas estropeen tu obra. Tu tiempo acabara mañana al alba, espero que tengas energías para trabajar toda la noche", establecí, finalizando con una mirada severa pero expectante.
Una vez expresadas mis instrucciones, me acomodé en mi butacón, encendí un cigarro y me serví un vaso de té. El contenido del tomo de bioquímica que sostenía en mis manos me esperaba ansioso, pero no antes de observar cómo ella estoy seguro de que aceptaría el reto que le había propuesto, no tanto por mi forma de hacerlo, sino por su orgullo de que pudiera considerarla inferior alguien que ya se consideraba inferior a si mismo. Las palabras habían sido pronunciadas, las reglas clarificadas, y ahora restaba observar cómo se desenvolvía bajo la presión de demostrar sus habilidades y conocimientos en el crisol de la forja.
Mis palabras seguían resonando en el aire cuando mi mirada se desplazó hacia un barril colosal que contenía una variedad de menas en su estado más bruto y tosco. Aun estaban cubiertas de polvo, mugre e incluso fragmentos de roca adheridos a ellas. "Una vez estés cambiada, tendrás que escoger una de estas menas del barril", indiqué con un gesto hacia el contenedor. "Permítete observarla detenidamente, tocarla, escuchar su sutil llamado, incluso lamerla si eso te ayuda a entenderla mejor. Sin embargo, no podrás recurrir a ninguna herramienta para asistirte en tu elección. Este desafío es una prueba de tu verdadero conocimiento y habilidad. Trabajarás con el material que extraigas de esa mena, tus propias herramientas, mi forja y crisol. Tu misión es forjar la pieza más destacada que tu mente sea capaz de concebir a partir de esa selección. Una vez elijas una, estarás comprometida a trabajar con ella, sin posibilidad de cambio. Y ten en cuenta que debes tener el control suficiente para asegurarte de que no te sobre ni una pizca de metal que te proporcionen una vez que comiences a fundirlo, pero cuidado si apuras demasiado tal vez las impurezas estropeen tu obra. Tu tiempo acabara mañana al alba, espero que tengas energías para trabajar toda la noche", establecí, finalizando con una mirada severa pero expectante.
Una vez expresadas mis instrucciones, me acomodé en mi butacón, encendí un cigarro y me serví un vaso de té. El contenido del tomo de bioquímica que sostenía en mis manos me esperaba ansioso, pero no antes de observar cómo ella estoy seguro de que aceptaría el reto que le había propuesto, no tanto por mi forma de hacerlo, sino por su orgullo de que pudiera considerarla inferior alguien que ya se consideraba inferior a si mismo. Las palabras habían sido pronunciadas, las reglas clarificadas, y ahora restaba observar cómo se desenvolvía bajo la presión de demostrar sus habilidades y conocimientos en el crisol de la forja.
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Sowon continuó el proceso de vestirse con relativa gracia y lentitud, hubiera preferido que el hombre le acercase sus bolsos pero no le molestaba pasearse por allí buscando sus cosas. Era un sujeto agradable, de los que le caían bien y no de aquellos títeres que acostumbraba a tener a su alrededor. Sus palabras no hicieron otra cosa más que despertar una tenue risa en la mujer mientras se colocaba su delantal de cuero por sobre unas ropas más parecidas al del herrero, en ausencia de su kimono, todo su aspecto parecía más mundano y a la vez irreal. Era como si una mujer de alta estima vistiera prendas para tratar de encajar en un mundillo ajeno.
—Si realmente quisiera intimar o aprovecharme de mi aspecto lo hubiera dicho sin tapujos. Tengo muy en claro a que vine, por lo cual no debe preocuparse mi señor. Ahora que lo pienso no nos hemos presentado, a menos que eso venga a la hora de grabar nuestra firma en los objetos.—
Comentó dejando a un lado su papel de damisela en apuros para ponerse manos a la obra con el desafío, no le interesaba la competencia, simplemente asintió e hizo una leve reverencia tomando un tiempo bastante largo en analizar cada mena de minerales. Buscando el indicado para forjar su proyecto, se inclinó buscó un trozo de pergamino y dibujó sobre este lo que deseaba proyectar. Se trataba de una espada similar a las que había llevado, pero esta vez deseaba que fuese un poco más resistente y para eso necesitaría un metal blando y maleable para evitar fracturas.
Los herreros novatos de seguro elegirían una mena dura, pero eso solo funcionaba con cuchillos, para una espada conocía que debía obtener un material mucho más flexible para así evitar la fatiga y más para un arma con una punta fina que requería bastante flexibilidad para no romperse en una estocada. Tras unos minutos de diseño volvió al barril para tomar el mineral de acero, aquel con el que más cómoda se sentiría.
—Descuide, no tomo esto como una guerra, es más un camino de superación personal. Puedo trabajar toda la noche si es lo que requiere, me gusta la idea de poner parte de mí en este trabajo, algunos dicen que es poner el alma. Me pregunto si el fuego será capaz de resistir semejante tarea, impregnar mis deseos en esta espada...—
La mujer comenzó el lento proceso de extracción, tomaba intervalos para beber agua y analizar los cortes que hacía para extraer el material y luego pulir sus imperfecciones sin ninguna herramienta moderna. Era trabajo duro, no tan relajante como podía ser en una ciudad pero le ayudaba a conectarse con la pieza de un modo más íntimo. Esto también hacía que sus ojos brillasen con intensidad y una sonrisa adornase su rostro.
Dos horas habían pasado desde la extracción y ahora se encontraba en pleno proceso de fundición, sería una noche larga ya que había decidido emplear la técnica de damasco no solo por el patrón si no para dotar de una resistencia superior a la hoja. Poco a poco y sin apurarse, no le interesaba el tiempo si no el resultado, cada movimiento era preciso y sus manos demostraban una destreza con el martillo que rozaba la excelencia. Le gustaba el silencio, le ayudaba a sentirse en sintonía con el metal, pero sus pensamientos pese a su rostro eran otra cosa...
Estaba dispuesta a crear un arma mucho más sanguinaria que la anterior, mucho más macabra, que compartiese su ansia de torturar a las pobres almas que fuesen marcadas como presas. Un martillazo contra el metal, la imagen de un cuerpo mutilado, otro martillazo, los gritos de dolor de un bandido, otro más, las incontables cabezas perforadas...
Habían transcurrido diez horas, la mujer se encontraba en pleno proceso de estiramiento. Dando forma a la punta de una barra dee acero que comenzaba a tomar forma, cuidando en cada martilleo bo arruinar el duro esfuerzo del damasco. Por suerte no se dividió, no hubo grietas o aberturas, el moldeado tomó otras dos horas y ahora estaba lista para pulir la hoja y templarla.
Suspiró, no había pegado un ojo, su cansancio no era el origen de su suspiro si no el temido temple en aceite. Era el momento de la verdad, podía haber trabajado más de medio día para que todo se fuera al demonio y la espada see partiese. Cerró sus ojos, comenzó a contar en su mente. Uno, los gritos en las montañas, dos un par de niños atravezados, tres un bandido muriendo en su propia sangre. La hoja se sumergió, no hubo ruidos, solo calma, movió el arma para elevarla, el fuego casi la alcanza y de prisa volvió al barril.
Finalmente la pudo retirar, la observó, no estaba curvada ni había grietas. Tardaría un tiempo en enfriarse del todo para limpiarla y proteger la espiga en la guarda. El alba saludó un arma nueva, una espada con punta fina y una guarda simple que beneficiaba eel agarre y protegía la espiga. El único detalle extravagante era eel preecioso patrón de damasco que recorría toda la hoja. Depositó su creación en la mesa y se dejó caer en el sofá, exhausta pero satisfecha.
–A esto vine...—
Suspiró mientras lentamente dirigía su mirada al hombre, conocía que esa espada era mucho mejor que las que había llevado, incluso puddo sentir algo al tocarla como si ese objeto de alguna forma tuviese algo de vida en su interior. Un deseo de ser usada, una ansiedad por la sangre muy leve pero notoria. ¿Acaso había lohrado poner parte de su ser en aquella creación?
—Si realmente quisiera intimar o aprovecharme de mi aspecto lo hubiera dicho sin tapujos. Tengo muy en claro a que vine, por lo cual no debe preocuparse mi señor. Ahora que lo pienso no nos hemos presentado, a menos que eso venga a la hora de grabar nuestra firma en los objetos.—
Comentó dejando a un lado su papel de damisela en apuros para ponerse manos a la obra con el desafío, no le interesaba la competencia, simplemente asintió e hizo una leve reverencia tomando un tiempo bastante largo en analizar cada mena de minerales. Buscando el indicado para forjar su proyecto, se inclinó buscó un trozo de pergamino y dibujó sobre este lo que deseaba proyectar. Se trataba de una espada similar a las que había llevado, pero esta vez deseaba que fuese un poco más resistente y para eso necesitaría un metal blando y maleable para evitar fracturas.
Los herreros novatos de seguro elegirían una mena dura, pero eso solo funcionaba con cuchillos, para una espada conocía que debía obtener un material mucho más flexible para así evitar la fatiga y más para un arma con una punta fina que requería bastante flexibilidad para no romperse en una estocada. Tras unos minutos de diseño volvió al barril para tomar el mineral de acero, aquel con el que más cómoda se sentiría.
—Descuide, no tomo esto como una guerra, es más un camino de superación personal. Puedo trabajar toda la noche si es lo que requiere, me gusta la idea de poner parte de mí en este trabajo, algunos dicen que es poner el alma. Me pregunto si el fuego será capaz de resistir semejante tarea, impregnar mis deseos en esta espada...—
La mujer comenzó el lento proceso de extracción, tomaba intervalos para beber agua y analizar los cortes que hacía para extraer el material y luego pulir sus imperfecciones sin ninguna herramienta moderna. Era trabajo duro, no tan relajante como podía ser en una ciudad pero le ayudaba a conectarse con la pieza de un modo más íntimo. Esto también hacía que sus ojos brillasen con intensidad y una sonrisa adornase su rostro.
Dos horas habían pasado desde la extracción y ahora se encontraba en pleno proceso de fundición, sería una noche larga ya que había decidido emplear la técnica de damasco no solo por el patrón si no para dotar de una resistencia superior a la hoja. Poco a poco y sin apurarse, no le interesaba el tiempo si no el resultado, cada movimiento era preciso y sus manos demostraban una destreza con el martillo que rozaba la excelencia. Le gustaba el silencio, le ayudaba a sentirse en sintonía con el metal, pero sus pensamientos pese a su rostro eran otra cosa...
Estaba dispuesta a crear un arma mucho más sanguinaria que la anterior, mucho más macabra, que compartiese su ansia de torturar a las pobres almas que fuesen marcadas como presas. Un martillazo contra el metal, la imagen de un cuerpo mutilado, otro martillazo, los gritos de dolor de un bandido, otro más, las incontables cabezas perforadas...
Habían transcurrido diez horas, la mujer se encontraba en pleno proceso de estiramiento. Dando forma a la punta de una barra dee acero que comenzaba a tomar forma, cuidando en cada martilleo bo arruinar el duro esfuerzo del damasco. Por suerte no se dividió, no hubo grietas o aberturas, el moldeado tomó otras dos horas y ahora estaba lista para pulir la hoja y templarla.
Suspiró, no había pegado un ojo, su cansancio no era el origen de su suspiro si no el temido temple en aceite. Era el momento de la verdad, podía haber trabajado más de medio día para que todo se fuera al demonio y la espada see partiese. Cerró sus ojos, comenzó a contar en su mente. Uno, los gritos en las montañas, dos un par de niños atravezados, tres un bandido muriendo en su propia sangre. La hoja se sumergió, no hubo ruidos, solo calma, movió el arma para elevarla, el fuego casi la alcanza y de prisa volvió al barril.
Finalmente la pudo retirar, la observó, no estaba curvada ni había grietas. Tardaría un tiempo en enfriarse del todo para limpiarla y proteger la espiga en la guarda. El alba saludó un arma nueva, una espada con punta fina y una guarda simple que beneficiaba eel agarre y protegía la espiga. El único detalle extravagante era eel preecioso patrón de damasco que recorría toda la hoja. Depositó su creación en la mesa y se dejó caer en el sofá, exhausta pero satisfecha.
–A esto vine...—
Suspiró mientras lentamente dirigía su mirada al hombre, conocía que esa espada era mucho mejor que las que había llevado, incluso puddo sentir algo al tocarla como si ese objeto de alguna forma tuviese algo de vida en su interior. Un deseo de ser usada, una ansiedad por la sangre muy leve pero notoria. ¿Acaso había lohrado poner parte de su ser en aquella creación?
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Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Tomé la espada entre mis manos con delicadeza, sopesándola y examinando cada detalle. A pesar de su tamaño, en mis manos parecía más un puñal afilado, pero yo sabía cómo poner a prueba el acero. La hice tintinear, haciendo que el sonido cortante cortara el aire antes de dejarla rebotar en mi palma. Con curiosidad, acerqué la hoja a mi oído, como si buscara algún eco oculto en su metal. No sabía muy bien por qué lo hacía, pero sentía que esas menas minerales habían sido extraídas de la montaña de una manera especial, como si el propio entorno me las hubiera ofrecido. Y ahí estaba, esperando esa sensación, ese palpitar interno dentro del arma que indicara que contenía algo más que simple metal. Sin embargo, solo se encontró silencio, sin ningún latido revelador. Aunque el aspecto de la hoja era excepcional y el patrón de damasco resplandecía con su singular belleza, la pregunta sobre la presencia de un alma en ella seguía sin respuesta clara. Pero, ¿por qué sentía esa necesidad de encontrar algo más en esta creación de esta mujer?
Mi mirada se había encontrado con la suya cuando mencionó la intención de imprimir su alma en la espada y dotarla de algo mas. Aquellas palabras me intrigaron, era como si hubiera tocado una fibra sensible en mi propio entendimiento de la creación. Observé su expresión, cansada, pero ansiosa, como buscando alguna señal, de que habia algún rastro de ese propósito dentro de la espada. Noté que algo parecía latir en su mirada, como un deseo oculto anhelando ser liberado. La conexión entre el herrero y su creación era palpable. Entonces, finalmente,la dije, "Mi nombre es Vanko", con una franqueza que resonaba en la gruta.
La miré con una mezcla de respeto y curiosidad. Había sentido la necesidad de saber más de ella, de entender sus motivaciones y aspiraciones, pero también me di cuenta de que cada respuesta llevaría consigo, desnudar algo para lo que no sabía si estaba preparada, una parte de su esencia. Su búsqueda por dotar a la espada de un propósito y voluntad había resonado en mí, como si compartiéramos un vínculo a través de la creación y la búsqueda del significado en la labor del herrero.
Con mi tono mas cálido y sereno comencé a hablar, "La espada que has forjado es excepcional", apunté observando la hoja con admiración. "El patrón de damasco es realmente impresionante, y tu habilidad en la forja es evidente en cada detalle. Pero también percibo algo más, algo que no puedo poner en palabras. Tal vez sea ese intento de infundirle un propósito y una voluntad, una impronta de tu alma en el metal. Es un concepto fascinante, y me hace pensar en la conexión que un herrero puede tener con su creación. En cierto modo, tú y esta espada sois como un padre y un hijo, compartiendo un similitudes. ¿Crees que has logrado transmitir algo de ti en esta creación? ¿Cuál buscabas que fuera su propósito?"
Mis palabras eran sinceras, reflejando mi intriga y admiración por su enfoque. Me sentía atraído por su forma de abordar la forja no solo como una habilidad técnica, sino como un medio para expresar su identidad y sus deseos. La idea de infundir vida en una espada era una perspectiva única que no todos los herreros tenían ni comprendían, y quería entender su perspectiva más profundamente.
Mientras observaba su reacción y aguardaba sus respuestas, me di cuenta de que nuestra conversación iba a llevarnos al siguiente nivel y que cada vez tenia mas seguro que no me había equivocado del todo al aceptar a aquella mujer en mi hogar.
Mi mirada se había encontrado con la suya cuando mencionó la intención de imprimir su alma en la espada y dotarla de algo mas. Aquellas palabras me intrigaron, era como si hubiera tocado una fibra sensible en mi propio entendimiento de la creación. Observé su expresión, cansada, pero ansiosa, como buscando alguna señal, de que habia algún rastro de ese propósito dentro de la espada. Noté que algo parecía latir en su mirada, como un deseo oculto anhelando ser liberado. La conexión entre el herrero y su creación era palpable. Entonces, finalmente,la dije, "Mi nombre es Vanko", con una franqueza que resonaba en la gruta.
La miré con una mezcla de respeto y curiosidad. Había sentido la necesidad de saber más de ella, de entender sus motivaciones y aspiraciones, pero también me di cuenta de que cada respuesta llevaría consigo, desnudar algo para lo que no sabía si estaba preparada, una parte de su esencia. Su búsqueda por dotar a la espada de un propósito y voluntad había resonado en mí, como si compartiéramos un vínculo a través de la creación y la búsqueda del significado en la labor del herrero.
Con mi tono mas cálido y sereno comencé a hablar, "La espada que has forjado es excepcional", apunté observando la hoja con admiración. "El patrón de damasco es realmente impresionante, y tu habilidad en la forja es evidente en cada detalle. Pero también percibo algo más, algo que no puedo poner en palabras. Tal vez sea ese intento de infundirle un propósito y una voluntad, una impronta de tu alma en el metal. Es un concepto fascinante, y me hace pensar en la conexión que un herrero puede tener con su creación. En cierto modo, tú y esta espada sois como un padre y un hijo, compartiendo un similitudes. ¿Crees que has logrado transmitir algo de ti en esta creación? ¿Cuál buscabas que fuera su propósito?"
Mis palabras eran sinceras, reflejando mi intriga y admiración por su enfoque. Me sentía atraído por su forma de abordar la forja no solo como una habilidad técnica, sino como un medio para expresar su identidad y sus deseos. La idea de infundir vida en una espada era una perspectiva única que no todos los herreros tenían ni comprendían, y quería entender su perspectiva más profundamente.
Mientras observaba su reacción y aguardaba sus respuestas, me di cuenta de que nuestra conversación iba a llevarnos al siguiente nivel y que cada vez tenia mas seguro que no me había equivocado del todo al aceptar a aquella mujer en mi hogar.
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Esperó al momento en el que el hombre se tomaba el tiempo para analizar su trabajo, quizás su cansancio le hacía mostrar un poco más de paciencia de lo que hasta el momento había tenido. Sonrió al conocer su nombre, no era uno común, al menos no era el más popular en el mundo. Inclinó la cabeza al momento y volvió a hablar.
—Sowon, un placer intercambiar nombres luego de tan arduo trabajo. Espero que encuentre la pieza interesante y sea de su agrado, a mí me ha gustado forjarla a partir del material en bruto, fue una experiencia que me conectó con este trabajo de una forma más profunda...—
Alzó una ceja al escuchar sus devoluciones, en especial por aquel comentario de que la espada fuese similar a un hijo. Cuestionando luego si realmente se había impregnado parte de su alma en el proceso creativo y la finalidad de entre todas las cosas haber forjado un arma. La mujer se levantó lentamente, avanzando a paso tranquilo hasta su creación y pasando sus dedos por la hoja. Varias imágenes se le venían a la mente, muchas demasiado grotescas o poco agraciadas para ilustrarlas ante su oyente. Suspiró, tomando el arma desde la guarda y buscando algo que utilizar como blanco.
—La verdad, cuando creas un arma para ti, buscas precisión. Tal vez no sea el modo indicado de expresar el valor que buscaba mientras moldeaba el acero, busco una herramienta precisa, que resista el tiempo y que superase una de mis dos espadas habituales. Lejos del terreno más mundano, buscaba transmitirle algo, en verdad un fin en común. La pasión por hacer bien el trabajo, pero la frialdad para no retroceder, no buscaba un arma que tema el sabor de la sangre. Buscaba, una que lo desee...—
Estiró su mano en una estocada elegante, la cual atravezó uno de los troncos, aunque no solo hizo eso. Una fina escarcha había recubierto la hoja segundos antes del impacto, recubriendo con esta el corte. Desde la fisura de la madera comenzó a expandirse una fina capa de hielo, como si se tratase del invierno devorando la estepa y solo se detuvo cuando la mujer retiró satisfecha el arma.
—Vaya, quien diría que en lugar de cubrirse de fuego te cubrirías en hielo para disfrutar el momento trascendental de una esttocada. ¿Había visto alguna vez un arma como esta? Su hoja se siente tan helada, su patrón se ve tan vivo cuando el hielo emerge, es la primera vez que hago algo como esto. Yo simplemente pensé en imprimir mi escencia de manera metaforica, pero esto me deja anonadada...—
La mujer colocó el arma nuevamente sobre la mesa, caminando lentamente a su alrededor, algo confundida y sorprendida por la manera en que su arma había reaccionado. No era una espada que destruyese continentes o tuviese un gran poder escondido, pero claramente no era una mujer acostumbrada a fabricar armas mágicas y que se sintieran tan vivas. Blandirla generaba una sensación que nunca tuvo con ninguna otra arma. ¿Realmente era su hija? ¿Acaso Vanko estaba en lo correcto al intuir que podía llegar a una relación tan avanzada con sus creaciones? ¿Y por qué había esperado hasta ese momento para mostrarse? Sowon había trabajado en dagas, espadas y otros artilugios antes pero ni sus espadas que se habían cobrado varias vidas mostraban esa capacidad de imbuirse en escarcha y transmitir tal satisfaacción a la hora de blandirse.
—Sowon, un placer intercambiar nombres luego de tan arduo trabajo. Espero que encuentre la pieza interesante y sea de su agrado, a mí me ha gustado forjarla a partir del material en bruto, fue una experiencia que me conectó con este trabajo de una forma más profunda...—
Alzó una ceja al escuchar sus devoluciones, en especial por aquel comentario de que la espada fuese similar a un hijo. Cuestionando luego si realmente se había impregnado parte de su alma en el proceso creativo y la finalidad de entre todas las cosas haber forjado un arma. La mujer se levantó lentamente, avanzando a paso tranquilo hasta su creación y pasando sus dedos por la hoja. Varias imágenes se le venían a la mente, muchas demasiado grotescas o poco agraciadas para ilustrarlas ante su oyente. Suspiró, tomando el arma desde la guarda y buscando algo que utilizar como blanco.
—La verdad, cuando creas un arma para ti, buscas precisión. Tal vez no sea el modo indicado de expresar el valor que buscaba mientras moldeaba el acero, busco una herramienta precisa, que resista el tiempo y que superase una de mis dos espadas habituales. Lejos del terreno más mundano, buscaba transmitirle algo, en verdad un fin en común. La pasión por hacer bien el trabajo, pero la frialdad para no retroceder, no buscaba un arma que tema el sabor de la sangre. Buscaba, una que lo desee...—
Estiró su mano en una estocada elegante, la cual atravezó uno de los troncos, aunque no solo hizo eso. Una fina escarcha había recubierto la hoja segundos antes del impacto, recubriendo con esta el corte. Desde la fisura de la madera comenzó a expandirse una fina capa de hielo, como si se tratase del invierno devorando la estepa y solo se detuvo cuando la mujer retiró satisfecha el arma.
—Vaya, quien diría que en lugar de cubrirse de fuego te cubrirías en hielo para disfrutar el momento trascendental de una esttocada. ¿Había visto alguna vez un arma como esta? Su hoja se siente tan helada, su patrón se ve tan vivo cuando el hielo emerge, es la primera vez que hago algo como esto. Yo simplemente pensé en imprimir mi escencia de manera metaforica, pero esto me deja anonadada...—
La mujer colocó el arma nuevamente sobre la mesa, caminando lentamente a su alrededor, algo confundida y sorprendida por la manera en que su arma había reaccionado. No era una espada que destruyese continentes o tuviese un gran poder escondido, pero claramente no era una mujer acostumbrada a fabricar armas mágicas y que se sintieran tan vivas. Blandirla generaba una sensación que nunca tuvo con ninguna otra arma. ¿Realmente era su hija? ¿Acaso Vanko estaba en lo correcto al intuir que podía llegar a una relación tan avanzada con sus creaciones? ¿Y por qué había esperado hasta ese momento para mostrarse? Sowon había trabajado en dagas, espadas y otros artilugios antes pero ni sus espadas que se habían cobrado varias vidas mostraban esa capacidad de imbuirse en escarcha y transmitir tal satisfaacción a la hora de blandirse.
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Sowon tomó el arma con elegancia y, con movimientos precisos, ensartó la hoja en un tocón de madera cercano. Observé atentamente mientras una leve escarcha parecía emerger en su hoja, abrazando la madera con una especie de caricia fría. En su rostro, vi una mezcla de sorpresa y curiosidad, una expresión que me resultaba familiar. Era la misma sensación que había experimentado la primera vez que sostuve una creación así entre mis manos. Pero también detecté un matiz de desencanto en su mirada, como si detrás del velo de sus ojos hubiera un matiz oscuro que no lograba percibir por completo.
Decidí tomar la espada de la mesa y le hice un gesto a Sowon para que me siguiera. Había estado reflexionando durante un tiempo sobre algunos apuntes extraños que había encontrado al margen de un antiguo rollo de herrería. Sentía que este era el momento perfecto para poner a prueba esas teorías. Salimos al exterior, todavía vestidos con nuestros atuendos de artesanos, cubiertos de hollín y mugre que atestiguaban nuestra labor. En las proximidades, unas cabras montesas pacían tranquilamente. Con un poco de esfuerzo, logré atrapar una y la até a un árbol cercano. Después, me volví hacia Sowon y le ofrecí el arma que ahora tenía una espiga de ámbar puro como asidero con un gesto ceremonial.
"Has mencionado que utilizas estas armas con frecuencia", comenté, observando la espada que había forjado en sus manos. "Esta vez, no busco que trates de partir un tronco con una estocada. En cambio, quiero que permitas que la hoja baile a través del aire y siegue una vida, como si estuvieras enfrentando a un enemigo real. En uno de los tratados que consulté, encontré una leyenda sobre un herrero que templaba sus armas en vacas y toros, y su obra maestra la templó en un niño. Obviamente, por razones de discreción, no podemos estar tomando vidas humanas aquí. Sin embargo, siento que este ejercicio podría acercarnos más a lo que percibo en lo profundo de tu mirada. Permítete fluir con la espada, deja vuestras voluntades se alineen y cumpla su voluntad y propósito", expliqué con un tono tranquilo y cargado de significado.
La escena en la que estábamos inmersos era casi surrealista. Dos individuos, vestidos como artesanos, se encontraban en medio del monte, rodeados por el viento y el susurro de la naturaleza. Una cabra atada yacía cerca, ajena a su inminente papel en esta demostración peculiar. Y en mis manos esperando que Sowon la tomase, la espada que ella misma había forjado aguardaba, anhelante.
Observé con atención mientras asimilaba mis palabras. Era un desafío diferente, uno que iba más allá de las habilidades técnicas de forja. Era un desafío que requería la conexión entre el herrero y su creación, la capacidad de transmitir intenciones y emociones a través del metal mismo. Sabía que este ejercicio tenía el potencial de desvelar más sobre el alma de la espada, y posiblemente también sobre la esencia de Sowon misma.
Con un gesto alentador, le indiqué que estaba lista para comenzar. El viento soplaba suavemente, y el susurro de las hojas parecía entonar un eco en sintonía con el misterio que rodeaba a este experimento. En ese momento, las fronteras entre la realidad y el misticismo parecían desdibujarse, y estábamos listos para presenciar si la espada podía en verdad trascender su naturaleza de metal y convertirse en algo más, algo que reflejara los anhelos y la voluntad de su creadora por completo.
Decidí tomar la espada de la mesa y le hice un gesto a Sowon para que me siguiera. Había estado reflexionando durante un tiempo sobre algunos apuntes extraños que había encontrado al margen de un antiguo rollo de herrería. Sentía que este era el momento perfecto para poner a prueba esas teorías. Salimos al exterior, todavía vestidos con nuestros atuendos de artesanos, cubiertos de hollín y mugre que atestiguaban nuestra labor. En las proximidades, unas cabras montesas pacían tranquilamente. Con un poco de esfuerzo, logré atrapar una y la até a un árbol cercano. Después, me volví hacia Sowon y le ofrecí el arma que ahora tenía una espiga de ámbar puro como asidero con un gesto ceremonial.
"Has mencionado que utilizas estas armas con frecuencia", comenté, observando la espada que había forjado en sus manos. "Esta vez, no busco que trates de partir un tronco con una estocada. En cambio, quiero que permitas que la hoja baile a través del aire y siegue una vida, como si estuvieras enfrentando a un enemigo real. En uno de los tratados que consulté, encontré una leyenda sobre un herrero que templaba sus armas en vacas y toros, y su obra maestra la templó en un niño. Obviamente, por razones de discreción, no podemos estar tomando vidas humanas aquí. Sin embargo, siento que este ejercicio podría acercarnos más a lo que percibo en lo profundo de tu mirada. Permítete fluir con la espada, deja vuestras voluntades se alineen y cumpla su voluntad y propósito", expliqué con un tono tranquilo y cargado de significado.
La escena en la que estábamos inmersos era casi surrealista. Dos individuos, vestidos como artesanos, se encontraban en medio del monte, rodeados por el viento y el susurro de la naturaleza. Una cabra atada yacía cerca, ajena a su inminente papel en esta demostración peculiar. Y en mis manos esperando que Sowon la tomase, la espada que ella misma había forjado aguardaba, anhelante.
Observé con atención mientras asimilaba mis palabras. Era un desafío diferente, uno que iba más allá de las habilidades técnicas de forja. Era un desafío que requería la conexión entre el herrero y su creación, la capacidad de transmitir intenciones y emociones a través del metal mismo. Sabía que este ejercicio tenía el potencial de desvelar más sobre el alma de la espada, y posiblemente también sobre la esencia de Sowon misma.
Con un gesto alentador, le indiqué que estaba lista para comenzar. El viento soplaba suavemente, y el susurro de las hojas parecía entonar un eco en sintonía con el misterio que rodeaba a este experimento. En ese momento, las fronteras entre la realidad y el misticismo parecían desdibujarse, y estábamos listos para presenciar si la espada podía en verdad trascender su naturaleza de metal y convertirse en algo más, algo que reflejara los anhelos y la voluntad de su creadora por completo.
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La mujer siguió al herrero, escuchando atentamente la historia de un herrero que forjó su obra con la vida de un humano. Claramente no le habría importado matar a un niño, pero su objetivo no parecía distar mucho. Una vida era una vida, observó a su objetivo y luego a su creación. ¿Realmente comprendería sus deseos? Suspiró mientras se acercaba, quizás un pensamiento se apoderaba de ella, hasta donde dejar al arma actuar. Observó a Vanko, no parecía el sujeto que quisiera que una herrera limitase a su propia forja, el arma ahora era una extensión de su ser y debía percibirla como tal.
—Supongo que deberemos iniciar, dejaré que el arma me guíe, yo la domino pero ella marcará el camino. Ahora, no perdamos el tiempo, la siento ansiosa y yo tampoco soy la más paciente del mundo...—
Extendió el arma, una estocada preciosa que danzaba al son del viento, atravezando la carne. Aunque no era una herida letal, y la sagre apenas salió del cuerpo, el frío frenaba la hemorragia al bloquear la herida con el propio hielo. Sowon no se mostraba inconforme, más bien dejaba al arma actuar con cada estocada, orgullosa ante los gemidos del animal. En cierto punto parecía que la misma espada evitase la muerte del sacrificio, como si gozara del dolor y sufrimiento ajeno. La mujer contemplo la hoja, con algunas betas rojas congeladas.
—Vaya al parecer le gusta conservar la sangre, sus patrones destacan con ese rojizo. He apuñalado ocho veces, este animal sigue vivo por la propia voluntad del arma, puedo sentir que ha asimilado mi destreza, mi elegancia, pero a la vez tiene más paciencia que mi propio ser. Como si buscara complementarme de una manera u otra... ¿Acaso es una hija muy cruel? O es tan solo una buena hija tratando de impresionar a su madre...—
Una estocada, un mágnifico cierre que atravezó el corazón de la cabra. Lentamente el brillo de los ojos se comenzó a extinguir a medida que el arma se retiraba del cuerpo. Un simple movimiento bastó para limpiar el arma, ahora sostenida frente al rostro de la mujer.
—Eso fue, como explorar una parte de mi ser, me pregunto como será su hermana... quiero decir siempre he usado dos espadas y en un futuro puede que cree a su gemela aunque para ser gemela debería provenir de la misma mena...—
Habló sorprendida, pero con una sonrisa sincera, pese a la crueldad presente en el arma. No dudaba en que era la indicada para quedarse a su lado y acompañarla en sus viajes, en un futuro podría ir forjando más y más. Hasta llegar al objetivo que su mente anhelaba, esa espada era un buen inicio pero todavía necesitaba un nombre.
—Supongo que deberemos iniciar, dejaré que el arma me guíe, yo la domino pero ella marcará el camino. Ahora, no perdamos el tiempo, la siento ansiosa y yo tampoco soy la más paciente del mundo...—
Extendió el arma, una estocada preciosa que danzaba al son del viento, atravezando la carne. Aunque no era una herida letal, y la sagre apenas salió del cuerpo, el frío frenaba la hemorragia al bloquear la herida con el propio hielo. Sowon no se mostraba inconforme, más bien dejaba al arma actuar con cada estocada, orgullosa ante los gemidos del animal. En cierto punto parecía que la misma espada evitase la muerte del sacrificio, como si gozara del dolor y sufrimiento ajeno. La mujer contemplo la hoja, con algunas betas rojas congeladas.
—Vaya al parecer le gusta conservar la sangre, sus patrones destacan con ese rojizo. He apuñalado ocho veces, este animal sigue vivo por la propia voluntad del arma, puedo sentir que ha asimilado mi destreza, mi elegancia, pero a la vez tiene más paciencia que mi propio ser. Como si buscara complementarme de una manera u otra... ¿Acaso es una hija muy cruel? O es tan solo una buena hija tratando de impresionar a su madre...—
Una estocada, un mágnifico cierre que atravezó el corazón de la cabra. Lentamente el brillo de los ojos se comenzó a extinguir a medida que el arma se retiraba del cuerpo. Un simple movimiento bastó para limpiar el arma, ahora sostenida frente al rostro de la mujer.
—Eso fue, como explorar una parte de mi ser, me pregunto como será su hermana... quiero decir siempre he usado dos espadas y en un futuro puede que cree a su gemela aunque para ser gemela debería provenir de la misma mena...—
Habló sorprendida, pero con una sonrisa sincera, pese a la crueldad presente en el arma. No dudaba en que era la indicada para quedarse a su lado y acompañarla en sus viajes, en un futuro podría ir forjando más y más. Hasta llegar al objetivo que su mente anhelaba, esa espada era un buen inicio pero todavía necesitaba un nombre.
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Sowon tomó el arma entre sus manos, permitiendo que la hoja la guiara en una danza fluida. Mientras ella comenzaba la floritura, encendí un cigarro y me dispuse a observar y tomar notas detalladas de este singular experimento. Se trataba de un momento de conexión entre la forjadora y su creación.
A medida que la escena se desarrollaba ante mis ojos, percibí que efectivamente se estaba produciendo una especie de sintonía entre ella y la espada. Observé cómo el frío generado por la hoja anteriormente comenzó a manifestarse nuevamente, pero esta vez noté una cristalización menos frágil y más precisa. La escarcha se transformaba en una capa de hielo más sólida, una manifestación de la intención de la mujer que ahora estaba fusionada con la espada. Cada estocada que ejecutaba parecía revelar una sorprendente habilidad de la hoja para bloquear hemorragias, no con la intención de salvar vidas, sino más bien de jugar con la muerte misma. El hielo tejía una ilusión de vida en el animal herido, creando un espectáculo en el que la muerte y la vida parecían entrelazarse. A pesar del destino inminente, el animal no perdió su mirada vivaz hasta que una estocada final atravesó su corazón. Fue un acto poético y conmovedor, como si el animal hubiera concluido su última actuación en este mundo.
Con la escena aún vibrando en el aire, respondí a sus inquietudes. "En cuanto a lo que has percibido en esta experiencia, no tengo una respuesta definitiva. Puede ser que la espada haya conservado ciertas características de la paciencia y solemnidad de la montaña, o tal vez sea más como una hija que necesita ser disciplinada para no perderse en sus impulsos y autocomplacencia. Sin embargo, creo que no se trata de crueldad en el sentido que la sociedad podría entender. Es más bien un ansia, una pasión que empuja a la creación a desempeñar su labor de la manera más perfecta posible."
Mi mirada se posó en la espada que sostenía, reflexionando sobre lo que mencionó. "En antiguas clasificaciones de armas, he leído acerca de armas malditas, aquellas que anhelan cumplir su propósito de manera tan ardiente que terminan cobrándose la vida de su portador en el proceso. Espero que tengas la fuerza y la voluntad para guiar y dominar este joven acero, veremos donde os lleva el camino. No se trata solo de su fuerza física, sino de su energía y voluntad inherentes."
Finalmente, me centré en la cuestión del pago, una parte importante de este acuerdo. "En cuanto al pago, quiero que sepas que no busco más de lo que consideres adecuado para retribuirme por lo que te llevas de aquí. Sin embargo, existe una única petición que siempre hago. Quiero que te asegures de que, en el momento de tu fallecimiento, tu arma regrese a mí o me proporciones información para recuperarla. Aunque el acero haya viajado y vivido su propia vida, sigue siendo parte de la montaña de la que proviene. Como nosotros tenemos derecho a descansar en paz en nuestro hogar, creo que los aceros también deberían tener la oportunidad de descansar cerca de su lugar de origen, entre sus montañas madre. Es una forma de honrar su esencia y su viaje."
Concluí mis palabras y exhalé una bocanada de humo de mi cigarro. Observé a Sowon, consciente de que nuestros propósitos se habían entrelazado de alguna manera que aun el destino debía revelar. Aquí estábamos, dos individuos unidos por el arte de la forja, la pasión por la creación y la comprensión de que, incluso en el proceso de dar forma al acero, estábamos dejando una huella indeleble en algo.
A medida que la escena se desarrollaba ante mis ojos, percibí que efectivamente se estaba produciendo una especie de sintonía entre ella y la espada. Observé cómo el frío generado por la hoja anteriormente comenzó a manifestarse nuevamente, pero esta vez noté una cristalización menos frágil y más precisa. La escarcha se transformaba en una capa de hielo más sólida, una manifestación de la intención de la mujer que ahora estaba fusionada con la espada. Cada estocada que ejecutaba parecía revelar una sorprendente habilidad de la hoja para bloquear hemorragias, no con la intención de salvar vidas, sino más bien de jugar con la muerte misma. El hielo tejía una ilusión de vida en el animal herido, creando un espectáculo en el que la muerte y la vida parecían entrelazarse. A pesar del destino inminente, el animal no perdió su mirada vivaz hasta que una estocada final atravesó su corazón. Fue un acto poético y conmovedor, como si el animal hubiera concluido su última actuación en este mundo.
Con la escena aún vibrando en el aire, respondí a sus inquietudes. "En cuanto a lo que has percibido en esta experiencia, no tengo una respuesta definitiva. Puede ser que la espada haya conservado ciertas características de la paciencia y solemnidad de la montaña, o tal vez sea más como una hija que necesita ser disciplinada para no perderse en sus impulsos y autocomplacencia. Sin embargo, creo que no se trata de crueldad en el sentido que la sociedad podría entender. Es más bien un ansia, una pasión que empuja a la creación a desempeñar su labor de la manera más perfecta posible."
Mi mirada se posó en la espada que sostenía, reflexionando sobre lo que mencionó. "En antiguas clasificaciones de armas, he leído acerca de armas malditas, aquellas que anhelan cumplir su propósito de manera tan ardiente que terminan cobrándose la vida de su portador en el proceso. Espero que tengas la fuerza y la voluntad para guiar y dominar este joven acero, veremos donde os lleva el camino. No se trata solo de su fuerza física, sino de su energía y voluntad inherentes."
Finalmente, me centré en la cuestión del pago, una parte importante de este acuerdo. "En cuanto al pago, quiero que sepas que no busco más de lo que consideres adecuado para retribuirme por lo que te llevas de aquí. Sin embargo, existe una única petición que siempre hago. Quiero que te asegures de que, en el momento de tu fallecimiento, tu arma regrese a mí o me proporciones información para recuperarla. Aunque el acero haya viajado y vivido su propia vida, sigue siendo parte de la montaña de la que proviene. Como nosotros tenemos derecho a descansar en paz en nuestro hogar, creo que los aceros también deberían tener la oportunidad de descansar cerca de su lugar de origen, entre sus montañas madre. Es una forma de honrar su esencia y su viaje."
Concluí mis palabras y exhalé una bocanada de humo de mi cigarro. Observé a Sowon, consciente de que nuestros propósitos se habían entrelazado de alguna manera que aun el destino debía revelar. Aquí estábamos, dos individuos unidos por el arte de la forja, la pasión por la creación y la comprensión de que, incluso en el proceso de dar forma al acero, estábamos dejando una huella indeleble en algo.
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Las reflexiones de Vanko eran bastante peculiares, si bien ella tenía algunas propias el hecho de incorporar los aportes del herrero daban como resultado una visión amplia de un asunto desde ya complejo. La idea de los impulsos no era descabellada, si se perdía en ese deleite de la tortura sin tener un espacio controlado probablemente podía terminar mal. El alertar a otros, revelar su ubicación, ser emboscada por el propio impulso del arma sonaba a una situación factible.
—Es verdad lo que dice, es un arma hermosa pero puede llevarme a la perdición si la dejo controlar la situación en todo momento. No creo que esté maldita, sería imponer algo negativo en un arma tan bella, tal vez convenga más el término "viva" que tenga su alma o su voluntad sin importar la postura que esta tome.—
Reflexionó la mujer mientras envainaba el arma en su cintura, levantando la mirada para observar a Vanko, no había olvidado que nada era gratis aunque el detalle de devolver el arma a la montaña resultaba algo bastante conmovedor. No había escuchado algo así de sus antiguos maestros, era una tradición de aquel hombre y no dudaría en respetarla, al menos mientras pudiese.
—Descuide, no he olvidado el pago por usar su forja, puede ser en dinero o en fuerza de trabajo. Ya que me quedaré un tiempo podemos dividir los encargos para así facilitar las ganancias, también es posible que pueda conseguirle materiales a menor coste gracias a mi belleza. Sin lugar a dudas, llegar a un acuerdo que beneficie a ambos como más vea oportuno. En cuanto a devolver el arma, cumpliré la promesa, puede que si en verdad tiene vida propia tarde o temprano regrese por su cuenta. Incluso si mis manos ya no puedan transportarla debido a algún evento desafortunado...—
Expresó la mujer mientras aguardaba pacientemente por las nuevas instrucciones o al menos comer algo, había trabajado sin descanso y ya empezaba a sentir el hambre. Pero una dama jamás revelaba aquellos datos y siempre respetaba los tiempos del anfitrión, esas cosas de su pasado aún seguían marcando ciertos compases de su vida.
—Es verdad lo que dice, es un arma hermosa pero puede llevarme a la perdición si la dejo controlar la situación en todo momento. No creo que esté maldita, sería imponer algo negativo en un arma tan bella, tal vez convenga más el término "viva" que tenga su alma o su voluntad sin importar la postura que esta tome.—
Reflexionó la mujer mientras envainaba el arma en su cintura, levantando la mirada para observar a Vanko, no había olvidado que nada era gratis aunque el detalle de devolver el arma a la montaña resultaba algo bastante conmovedor. No había escuchado algo así de sus antiguos maestros, era una tradición de aquel hombre y no dudaría en respetarla, al menos mientras pudiese.
—Descuide, no he olvidado el pago por usar su forja, puede ser en dinero o en fuerza de trabajo. Ya que me quedaré un tiempo podemos dividir los encargos para así facilitar las ganancias, también es posible que pueda conseguirle materiales a menor coste gracias a mi belleza. Sin lugar a dudas, llegar a un acuerdo que beneficie a ambos como más vea oportuno. En cuanto a devolver el arma, cumpliré la promesa, puede que si en verdad tiene vida propia tarde o temprano regrese por su cuenta. Incluso si mis manos ya no puedan transportarla debido a algún evento desafortunado...—
Expresó la mujer mientras aguardaba pacientemente por las nuevas instrucciones o al menos comer algo, había trabajado sin descanso y ya empezaba a sentir el hambre. Pero una dama jamás revelaba aquellos datos y siempre respetaba los tiempos del anfitrión, esas cosas de su pasado aún seguían marcando ciertos compases de su vida.
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"Vamos a entrar para reponer nuestras fuerzas", propuse con una mezcla de satisfacción y anticipación. Sabía que al día siguiente, con la luz del nuevo día, debía hacer valer mi acuerdo con la mina local. Era un compromiso que no podía postergar y que tenía la firme intención de cumplir. "Bajarás conmigo a la mina para buscar más material con el que trabajar", añadí, anticipando la laboriosa jornada que nos esperaba.
Con la cabra aún en mis brazos, que ya no ofrecía movimiento ni resistencia, cruzamos el umbral de mi hogar. Sin titubear, comencé a desmontar y separar las partes de la criatura que podrían ser aprovechadas para la artesanía. Con bastante poco acierto corté grandes tozos de carne de la cabra y los ensarté en varios espetones, dispuestos a ser colocados sobre el fuego para ser asados.
Llevé un barreño lleno de agua fresca a la zona de descanso, colocando a su lado unos trapos limpios. "Si deseas refrescarte, adelante", ofrecí a Sowon mientras indicaba el lugar. La jornada había sido larga y agotadora, y la frescura del agua podría ser un alivio bienvenido. Mientras tanto, me acomodé en un asiento y proseguí con la lectura del pasaje del tratado que había cautivado mi atención. Era una lectura que se sumergía en las profundidades de mi mente, un flujo constante de conocimiento y creatividad que se fusionaban en ese instante.
"He puesto a asar la carne. Si hay algún corte en particular que desees, puedes tomar el espetón que prefieras y cocinarlo a tu gusto". Mi intención no era otra que cumplir nuestro acuerdo verbal, aunque soné de alguna manera como si me preocupase que Sowon se sintiera cómoda en mi hogar, como una invitada a compartir no solo el resultado de su arduo trabajo, sino también el espacio que yo consideraba mi refugio. Había una atmósfera de camaradería en el aire, un vínculo que se había forjado a través de nuestras respectivas artesanías y entendimiento mutuo lo que nuestras mentes callaban.
Mientras esperaba a que Sowon se refrescara y decidiera su elección de cena, mis pensamientos volvieron a la pieza que estaba creando en mi forja. Las imágenes de las formas tomando vida bajo el martillo, el choque del metal y el fuego, todo ello se entrelazaba en mi mente como un baile coreografiado. Era un proceso que había perfeccionado a lo largo de los años, pero que seguía siendo un acto de amor y dedicación hacia mi oficio, pensé que la turbina tal vez pudiera ser especialmente funcional si trataba de poner parte de mi en ella y dotarla de la voluntad adecuada, tal vez todo este tiempo había malinterpretado que esta vivo y que no en este mundo.
Finalmente, cuando Sowon estuviera lista y la comida cocida, nos sentaríamos a reponer fuerzas y divagar a la luz de la hoguera.
Con la cabra aún en mis brazos, que ya no ofrecía movimiento ni resistencia, cruzamos el umbral de mi hogar. Sin titubear, comencé a desmontar y separar las partes de la criatura que podrían ser aprovechadas para la artesanía. Con bastante poco acierto corté grandes tozos de carne de la cabra y los ensarté en varios espetones, dispuestos a ser colocados sobre el fuego para ser asados.
Llevé un barreño lleno de agua fresca a la zona de descanso, colocando a su lado unos trapos limpios. "Si deseas refrescarte, adelante", ofrecí a Sowon mientras indicaba el lugar. La jornada había sido larga y agotadora, y la frescura del agua podría ser un alivio bienvenido. Mientras tanto, me acomodé en un asiento y proseguí con la lectura del pasaje del tratado que había cautivado mi atención. Era una lectura que se sumergía en las profundidades de mi mente, un flujo constante de conocimiento y creatividad que se fusionaban en ese instante.
"He puesto a asar la carne. Si hay algún corte en particular que desees, puedes tomar el espetón que prefieras y cocinarlo a tu gusto". Mi intención no era otra que cumplir nuestro acuerdo verbal, aunque soné de alguna manera como si me preocupase que Sowon se sintiera cómoda en mi hogar, como una invitada a compartir no solo el resultado de su arduo trabajo, sino también el espacio que yo consideraba mi refugio. Había una atmósfera de camaradería en el aire, un vínculo que se había forjado a través de nuestras respectivas artesanías y entendimiento mutuo lo que nuestras mentes callaban.
Mientras esperaba a que Sowon se refrescara y decidiera su elección de cena, mis pensamientos volvieron a la pieza que estaba creando en mi forja. Las imágenes de las formas tomando vida bajo el martillo, el choque del metal y el fuego, todo ello se entrelazaba en mi mente como un baile coreografiado. Era un proceso que había perfeccionado a lo largo de los años, pero que seguía siendo un acto de amor y dedicación hacia mi oficio, pensé que la turbina tal vez pudiera ser especialmente funcional si trataba de poner parte de mi en ella y dotarla de la voluntad adecuada, tal vez todo este tiempo había malinterpretado que esta vivo y que no en este mundo.
Finalmente, cuando Sowon estuviera lista y la comida cocida, nos sentaríamos a reponer fuerzas y divagar a la luz de la hoguera.
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Asintió ante la idea de volver al interior para descansar, el hombre parecía leer su mente en muchas ocasiones, incluso le había traído algo para asearse aunque fuese de una manera un poco rústica y anticuada la mujer no espetó ninguna inconformidad. Iniciando la tarea de darse un gusto refrescante, mientras pensaba en las tareas que podría desempeñar en la mina, aunque no era alguien muy fuerte ni su cuerpo tuviera signos de dedicarse al trabajo duro sí podía ayudar a la hora de recolectar o identificar metales e incluso en la extracción precisa de mucho más material que otros mineros podían perder de vista. No le era para nada complicado aplicarse a la rutina que el hombre impusiera, ya que para su fortuna no estaba tan obsesionado con el trabajo como pudo parecerlo la primera vez. Mientras lavaba su cuerpo, seguía pensando en la creación de nuevas armas, con una imagen clavada en su mente de aquel ideal que todavía estaba lejos de poder forjar. Lejos, pero a la vez había dado los primeros pasos para experimentar la sensación y el humor adecuado. La sintonía en la forja, esa que muchas veces había pasado por alto.
—Agradezco el baño, también que me deje cocinar la comida. Esta experiencia está siendo bastante satisfactoria para ambas partes, me pregunto que trabajos nos esperan de ahora en adelante. Cuales armas podremos fabricar que desafíen el conocimiento de los hombres de fuera, si bien no soy muy favorable a la idea de trabajar en equipo creo que a nuestra manera estamos logrando pulir las capacidades que permanecen muchas veces latentes pero no exploradas.—
La mujer vestía con un tradicional kimono para andar en el interior del lugar mientras no trabajase, llevaba su pelo mojado pero atado en un moño, mientras sus ojos pasaron del hombre a la carne. Conocía que la carne salvaje era más dura de cocinar, por lo cual la cortó en trozos cuadrados bastante pequeños antes de cocinarla al fuego, tampoco quería arruinar su dentadura masticando rocas, aquella cabra era bastante complicada de cocer pero gracias a la técnica del corte pudo mantenerla en un punto medio, donde los propios jugos de la carne evitaban que esta tomase la textura de una roca poco comestible. Llevó su plato y un poco de agua a la mesa, luego de una pequeña ceremonia, la cual volvió a juntar sus manos y dedicar unas palabras al aire en un idioma ajeno para Vanko abrió los ojos para disponerse a comer.
—A veces, me entra la curiosidad de la historia que me ha contado. Ya sabe, el herrero que sacrificó a un niño para forjar su obra más grande... ¿También se lo comió? Es decir, no es que sea un monstruo buscando comer personas, pero a veces al pensarlo se vuelve una curiosidad bastante peculiar. Como el morbo de robar una vida por primera vez, ese típico comentario de "¿Que se sentirá?" Me pregunto si alguna vez se le cruzó por la cabeza seguir los pasos de ese herrero y en todo caso que hacer con el cuerpo... si necesita ayuda para cocinarlo... jiji... solo estaba divagando o eso espero...—
La mujer soltó una pequeña risa mientras mordía y saboreaba a la cabra, pese a estar bromeando en cierta manera su voz mostraba una seriedad inusual, como aquel dicho que contaba que entre broma y broma la verdad se asoma. Tal vez buscaba mostrarle al hombre un poco de esa personalidad que mantenía escondida, quizás solo estaba divagando por ser la primera vez en mucho tiempo que su boca veía una carne salvaje o el proceso de preparación mientras se refrescaba. Muchas veces su mente le jugaba pasadas, proyectando su cuerpo en lugar de la cabra y siendo preparada por aquel sujeto, como en el cuento de la muchacha y el lobo. Explorarlo sería embarcarse en un viaje de no retorno, incluso preguntarle por el pequeño sonrojo en su cara podría ser un error para un desprevenido. Al menos, su carita inocente camuflaba bastante al demonio que vivía dentro de su cabeza, incluso con bromas tan evidentes.
—Agradezco el baño, también que me deje cocinar la comida. Esta experiencia está siendo bastante satisfactoria para ambas partes, me pregunto que trabajos nos esperan de ahora en adelante. Cuales armas podremos fabricar que desafíen el conocimiento de los hombres de fuera, si bien no soy muy favorable a la idea de trabajar en equipo creo que a nuestra manera estamos logrando pulir las capacidades que permanecen muchas veces latentes pero no exploradas.—
La mujer vestía con un tradicional kimono para andar en el interior del lugar mientras no trabajase, llevaba su pelo mojado pero atado en un moño, mientras sus ojos pasaron del hombre a la carne. Conocía que la carne salvaje era más dura de cocinar, por lo cual la cortó en trozos cuadrados bastante pequeños antes de cocinarla al fuego, tampoco quería arruinar su dentadura masticando rocas, aquella cabra era bastante complicada de cocer pero gracias a la técnica del corte pudo mantenerla en un punto medio, donde los propios jugos de la carne evitaban que esta tomase la textura de una roca poco comestible. Llevó su plato y un poco de agua a la mesa, luego de una pequeña ceremonia, la cual volvió a juntar sus manos y dedicar unas palabras al aire en un idioma ajeno para Vanko abrió los ojos para disponerse a comer.
—A veces, me entra la curiosidad de la historia que me ha contado. Ya sabe, el herrero que sacrificó a un niño para forjar su obra más grande... ¿También se lo comió? Es decir, no es que sea un monstruo buscando comer personas, pero a veces al pensarlo se vuelve una curiosidad bastante peculiar. Como el morbo de robar una vida por primera vez, ese típico comentario de "¿Que se sentirá?" Me pregunto si alguna vez se le cruzó por la cabeza seguir los pasos de ese herrero y en todo caso que hacer con el cuerpo... si necesita ayuda para cocinarlo... jiji... solo estaba divagando o eso espero...—
La mujer soltó una pequeña risa mientras mordía y saboreaba a la cabra, pese a estar bromeando en cierta manera su voz mostraba una seriedad inusual, como aquel dicho que contaba que entre broma y broma la verdad se asoma. Tal vez buscaba mostrarle al hombre un poco de esa personalidad que mantenía escondida, quizás solo estaba divagando por ser la primera vez en mucho tiempo que su boca veía una carne salvaje o el proceso de preparación mientras se refrescaba. Muchas veces su mente le jugaba pasadas, proyectando su cuerpo en lugar de la cabra y siendo preparada por aquel sujeto, como en el cuento de la muchacha y el lobo. Explorarlo sería embarcarse en un viaje de no retorno, incluso preguntarle por el pequeño sonrojo en su cara podría ser un error para un desprevenido. Al menos, su carita inocente camuflaba bastante al demonio que vivía dentro de su cabeza, incluso con bromas tan evidentes.
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Después de escuchar las palabras pronunciadas por Sowon en ese idioma enigmático, la observé sumergirse en su comida con evidente placer. Aunque en mi vida había compartido muchas mesas con diversos individuos, nunca llegué a entender el goce y el deleite que las personas encontraban en la comida. Para mí, todos los sabores parecían amalgamarse en una monótona ceniza gris, carente de cualquier matiz. Solo el humo ardiente de mi tabaco lograba infundir en mí una pizca de satisfacción.
Vi cómo ella se sumergía en su cena, y a pesar de que mi indiferencia hacia la comida era palpable, entendía que para la mayoría era un placer vital. Así que, mientras ella disfrutaba de su elección culinaria, proseguí la conversación. "Nunca comprenderé el placer ni el gusto en la comida", comenté, dejando entrever mi enigma ante esa experiencia. "Para mí, todo tiene el mismo sabor ceniciento." Sin embargo, mis palabras no contenían desprecio; más bien, reflejaban una aceptación serena de mi propia perspectiva.
"En cuanto a ese apunte sobre el niño", continué pensativo, "lamentablemente, no tengo más detalles. Fue un simple comentario en un tratado de herrería. Supongo que aquellos que cometieron tal acto habrían eliminado cualquier evidencia, quizás deshaciéndose de los cuerpos en el mar o reduciéndolos a cenizas en la forja, todo en un intento por escapar de las posibles consecuencias." Mi voz adquirió un tono más serio al hablar sobre ese tema, reflexionando sobre las acciones carentes de ética según un corte social que no entendía.
"En cuanto a mí", confesé en un tono más bajo, "nunca he sentido curiosidad o placer por la comida o por cualquier otra cosa, en realidad. Todo me resulta indiferente." Mis palabras reflejaban una desconexión emocional, una distancia que me permitía enfrentar la vida de una manera peculiar. "Sin embargo, en una ironía extraña, consideraría cualquier cosa si eso fuera necesario para nutrir a mi creación, para asegurarme de que esté completa y bien cuidada. Incluso si se tratara de utilizar sangre de un bebé para forjar mi mejor Saijō Ō Wazamono, no dudaría en hacerlo", comenté, permitiendo que un ligero tono de humor se filtrara en mis palabras. "Supongo que, en cierta forma, volcaría mi frustración por no poder saborear la vida en garantizar que mis obras estén nutridas con lo que necesiten", agregué, dejando escapar una risa breve pero sincera.
Mientras nuestras palabras flotaban en el aire, llevamos a cabo algo nuevo, algo nuestro, un peculiar ritual nocturno, compartiendo reflexiones y experiencias entre tazas de té y humo de tabaco, creo que puedo decir que si no había encontrado a alguien afín, al menos había encontrado a alguien con quien hablar con menos tapujos de los habituales. Ese encuentro no solo había unido nuestras habilidades artesanales, sino que también había revelado los matices únicos de nuestros mundos internos, forjados por los caminos y elecciones que habíamos trazado en nuestras vidas.
Por cierto, concluí, si lo aceptas me gustaría pedirte algo a titulo de favor personal, me gustaría aprender a hablar esa lengua extraña que manejas. Siento curiosidad...
Vi cómo ella se sumergía en su cena, y a pesar de que mi indiferencia hacia la comida era palpable, entendía que para la mayoría era un placer vital. Así que, mientras ella disfrutaba de su elección culinaria, proseguí la conversación. "Nunca comprenderé el placer ni el gusto en la comida", comenté, dejando entrever mi enigma ante esa experiencia. "Para mí, todo tiene el mismo sabor ceniciento." Sin embargo, mis palabras no contenían desprecio; más bien, reflejaban una aceptación serena de mi propia perspectiva.
"En cuanto a ese apunte sobre el niño", continué pensativo, "lamentablemente, no tengo más detalles. Fue un simple comentario en un tratado de herrería. Supongo que aquellos que cometieron tal acto habrían eliminado cualquier evidencia, quizás deshaciéndose de los cuerpos en el mar o reduciéndolos a cenizas en la forja, todo en un intento por escapar de las posibles consecuencias." Mi voz adquirió un tono más serio al hablar sobre ese tema, reflexionando sobre las acciones carentes de ética según un corte social que no entendía.
"En cuanto a mí", confesé en un tono más bajo, "nunca he sentido curiosidad o placer por la comida o por cualquier otra cosa, en realidad. Todo me resulta indiferente." Mis palabras reflejaban una desconexión emocional, una distancia que me permitía enfrentar la vida de una manera peculiar. "Sin embargo, en una ironía extraña, consideraría cualquier cosa si eso fuera necesario para nutrir a mi creación, para asegurarme de que esté completa y bien cuidada. Incluso si se tratara de utilizar sangre de un bebé para forjar mi mejor Saijō Ō Wazamono, no dudaría en hacerlo", comenté, permitiendo que un ligero tono de humor se filtrara en mis palabras. "Supongo que, en cierta forma, volcaría mi frustración por no poder saborear la vida en garantizar que mis obras estén nutridas con lo que necesiten", agregué, dejando escapar una risa breve pero sincera.
Mientras nuestras palabras flotaban en el aire, llevamos a cabo algo nuevo, algo nuestro, un peculiar ritual nocturno, compartiendo reflexiones y experiencias entre tazas de té y humo de tabaco, creo que puedo decir que si no había encontrado a alguien afín, al menos había encontrado a alguien con quien hablar con menos tapujos de los habituales. Ese encuentro no solo había unido nuestras habilidades artesanales, sino que también había revelado los matices únicos de nuestros mundos internos, forjados por los caminos y elecciones que habíamos trazado en nuestras vidas.
Por cierto, concluí, si lo aceptas me gustaría pedirte algo a titulo de favor personal, me gustaría aprender a hablar esa lengua extraña que manejas. Siento curiosidad...
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Levantó una ceja ante el planteo de no sentir nada en la comida, era un dato muy curioso, incluso reafirmaba la noción de que efectivamente Vanko no era algo cercano a un humano. La indiferencia solía ser en efecto un tema recurrente en aquel hombre, indiferencia al placer, a matar, al sabor. Si bien Sowon había cocinado la carne no por su sabor si no para ablandarla, comprendía que el gigantesco ser pudiera confundirlo.
—Quizás es un milagro, un misterio de tu origen, no te ofendas pero no pareces humano. Aunque eso me agrada, en cuanto a mí, solo he elegido este punto porque la carne salvaje es muy dura para masticarla correctamente. No quería partirme un diente por mero accidente, los humanos somos frágiles en ciertos aspectos, pero podemos lidiar con eso. —
Escuchó atentamente la réplica sobre el niño, los debates morales de la población y finalmente pudo sentir cierta chispa de motivación en la voz del hombre. Como si el fuego de la forja encendiera un patrón poco habitual en su ser y al momento de hablar de sus futuras creaciones su mirada se llenase de vida.
—Oh, parece que ambos tenemos esa chispa, en querer dotar nuestras creaciones con el temple necesario y el sacrificio correcto. Y sin dudas negarle a un arma tan majestuosa como esa que mencionas una mísera vida, una que logre encender y revelar sus capacidades sería un verdadero castigo. Si hablamos de sueños, hay un arma que me persigue desde que inicié en esto, una que se nutre de la sangre de sus enemigos. Un arma de tal calibre, escapa de mis manos en la realidad y muchas veces solo busco dormir para sentirla en mis manos... sonará tonto, pero al blandir el arma que he forjado hoy, es como si la sintiese más cerca...—
Sowon tomó agua mientras dejaba las palabras fluir por el interior del lugar, disfrutando una charla tan amena como nutritiva, parecían conectar al momento de hablar de la forja, el acero, el futuro y las armas. Quizás ambos estaban igual de locos, como para debatir esos temas morales sin tapujos, mientras el sonido del fuego alimentando la forja les abrazaba.
—¿Mi idioma? Oh, a veces olvido lo arraigado que está en mí y no es casualidad que te intrigue. Es el idioma de mi isla natal, Wano, por lo que recuerdo están aislados del mundo y muy pocos llegan a escuchar el idioma en su vida. Solo los nativos lo hablamos y muy pocos se aventuran fuera o mejor dicho logran hacerlo, se le conoce como la tierra de los samurai y espadachines. Puedo enseñarte algunos conceptos, digamos que no es un idioma sencillo de aprender pero para un herrero estudioso como usted puede resultar un ejercicio de lo más relajante... la primera frase...—
Sowon volvió a hablar en aquel idioma, luego lo hizo más despacio, acentuando el lugar de cada entonación elevada para ginalmente repetirlo a velocidad normal. Gesticulando con sus manos a la par que lo pronunciaba, delicada, fina, elegante su uso del lenguaje parecía ser tan preciso como el movimiento de sus manos.
—Gracias por la comida, ese es su significado...—
—Quizás es un milagro, un misterio de tu origen, no te ofendas pero no pareces humano. Aunque eso me agrada, en cuanto a mí, solo he elegido este punto porque la carne salvaje es muy dura para masticarla correctamente. No quería partirme un diente por mero accidente, los humanos somos frágiles en ciertos aspectos, pero podemos lidiar con eso. —
Escuchó atentamente la réplica sobre el niño, los debates morales de la población y finalmente pudo sentir cierta chispa de motivación en la voz del hombre. Como si el fuego de la forja encendiera un patrón poco habitual en su ser y al momento de hablar de sus futuras creaciones su mirada se llenase de vida.
—Oh, parece que ambos tenemos esa chispa, en querer dotar nuestras creaciones con el temple necesario y el sacrificio correcto. Y sin dudas negarle a un arma tan majestuosa como esa que mencionas una mísera vida, una que logre encender y revelar sus capacidades sería un verdadero castigo. Si hablamos de sueños, hay un arma que me persigue desde que inicié en esto, una que se nutre de la sangre de sus enemigos. Un arma de tal calibre, escapa de mis manos en la realidad y muchas veces solo busco dormir para sentirla en mis manos... sonará tonto, pero al blandir el arma que he forjado hoy, es como si la sintiese más cerca...—
Sowon tomó agua mientras dejaba las palabras fluir por el interior del lugar, disfrutando una charla tan amena como nutritiva, parecían conectar al momento de hablar de la forja, el acero, el futuro y las armas. Quizás ambos estaban igual de locos, como para debatir esos temas morales sin tapujos, mientras el sonido del fuego alimentando la forja les abrazaba.
—¿Mi idioma? Oh, a veces olvido lo arraigado que está en mí y no es casualidad que te intrigue. Es el idioma de mi isla natal, Wano, por lo que recuerdo están aislados del mundo y muy pocos llegan a escuchar el idioma en su vida. Solo los nativos lo hablamos y muy pocos se aventuran fuera o mejor dicho logran hacerlo, se le conoce como la tierra de los samurai y espadachines. Puedo enseñarte algunos conceptos, digamos que no es un idioma sencillo de aprender pero para un herrero estudioso como usted puede resultar un ejercicio de lo más relajante... la primera frase...—
Sowon volvió a hablar en aquel idioma, luego lo hizo más despacio, acentuando el lugar de cada entonación elevada para ginalmente repetirlo a velocidad normal. Gesticulando con sus manos a la par que lo pronunciaba, delicada, fina, elegante su uso del lenguaje parecía ser tan preciso como el movimiento de sus manos.
—Gracias por la comida, ese es su significado...—
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La noche avanzaba y la charla fluyó entre Sowon y yo, como si nuestras palabras fueran hojas que danzaban en la corriente de una conversación que se volvía cada vez más íntima. Mis propios pensamientos se entrelazaban con sus ensoñaciones, dejándome llevar por los recuerdos y los anhelos que habían tomado forma en mi mente a lo largo de los años. Sin embargo, había partes de mí que aún prefería mantener ocultas, como los secretos de mi linaje. Cuando ella expresó su sorpresa por mi aspecto y sugirió que tal vez no fuera humano, no pude evitar sonreír sutilmente y decir: "La sangre de los gigantes corre por mis venas". Era una mentira, por supuesto, pero las décadas de persecución racial y el peso de la desconfianza me mantenían cauteloso sobre lo que compartía. Había un muro que mantenía en pie, y no sabía si algún día me sentiría lo suficientemente cómodo como para derrumbarlo.
Mientras, yo tomaba nota de los datos que me proporcionó sobre su idioma y su isla natal. Quizás estaba intrigado por la idea de una isla que albergara a talentosos herreros. Sin embargo, sabía que la competencia en ese campo era feroz en varias islas. Aun así también existían muchas islas que aun deseaba conocer, islas con grandes profesionales en distintos campos o con grandes reservorios de conocimiento como Nueva Ohara. Aun así, era evidente que teníamos un interés común en la artesanía y en la búsqueda de conocimiento y habilidad en nuestras respectivas disciplinas.
Cuando finalmente Sowon concluyó su explicación sobre el significado de aquella frase, respondí con sinceridad y una pequeña sonrisa: "No hay de qué."
Con el paso de la noche, nuestra conversación fue cediendo ante la fatiga que se acumulaba después de una jornada intensa. Había llegado el momento de descansar y recargar energías para la jornada que nos esperaba en la mina al día siguiente. Ambos nos levantaríamos al alba para bajar a la mina, y sabía que tendríamos varias tareas por delante. Teníamos que dirigirnos al pueblo para realizar los trámites necesarios, registrar a Sowon como ayudante y prepararla para enfrentar el desafío del subsuelo. No había tiempo que perder; el amanecer nos esperaba con sus primeros rayos de luz y con la promesa de un nuevo día lleno de trabajo, dinero y descubrimientos.
Así que, con una inclinación de cabeza y un gesto de despedida, nos retiramos a nuestros respectivos rincones para descansar. El silencio de la noche envolvía mi hogar, pero las palabras compartidas con ella seguían resonando en mi mente. Mientras me acomodaba para dormir, no pude evitar reflexionar sobre la extraña pero estimulante conexión que habíamos establecido. Dos almas apasionadas por la creación y el arte de la forja, unidas por el destino y la búsqueda de lo excepcional. Esa noche, los sueños se entrelazaron con el sonido lejano del viento y el murmullo de la montaña, preparando el escenario para otro día en el que el lodo y la roca serían testigos de nuestra historia.
Mientras, yo tomaba nota de los datos que me proporcionó sobre su idioma y su isla natal. Quizás estaba intrigado por la idea de una isla que albergara a talentosos herreros. Sin embargo, sabía que la competencia en ese campo era feroz en varias islas. Aun así también existían muchas islas que aun deseaba conocer, islas con grandes profesionales en distintos campos o con grandes reservorios de conocimiento como Nueva Ohara. Aun así, era evidente que teníamos un interés común en la artesanía y en la búsqueda de conocimiento y habilidad en nuestras respectivas disciplinas.
Cuando finalmente Sowon concluyó su explicación sobre el significado de aquella frase, respondí con sinceridad y una pequeña sonrisa: "No hay de qué."
Con el paso de la noche, nuestra conversación fue cediendo ante la fatiga que se acumulaba después de una jornada intensa. Había llegado el momento de descansar y recargar energías para la jornada que nos esperaba en la mina al día siguiente. Ambos nos levantaríamos al alba para bajar a la mina, y sabía que tendríamos varias tareas por delante. Teníamos que dirigirnos al pueblo para realizar los trámites necesarios, registrar a Sowon como ayudante y prepararla para enfrentar el desafío del subsuelo. No había tiempo que perder; el amanecer nos esperaba con sus primeros rayos de luz y con la promesa de un nuevo día lleno de trabajo, dinero y descubrimientos.
Así que, con una inclinación de cabeza y un gesto de despedida, nos retiramos a nuestros respectivos rincones para descansar. El silencio de la noche envolvía mi hogar, pero las palabras compartidas con ella seguían resonando en mi mente. Mientras me acomodaba para dormir, no pude evitar reflexionar sobre la extraña pero estimulante conexión que habíamos establecido. Dos almas apasionadas por la creación y el arte de la forja, unidas por el destino y la búsqueda de lo excepcional. Esa noche, los sueños se entrelazaron con el sonido lejano del viento y el murmullo de la montaña, preparando el escenario para otro día en el que el lodo y la roca serían testigos de nuestra historia.
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La mujer había escuchado historias sobre los gigantes, aunque los esperaba mucho más altos, según esas leyendas superaban con facilidad los diez metros pese a todo prefirió guardar sus inquietudes bajo una humilde sonrisa. No era su intención ahondar en algo que no era relevante, sea gigante u otra cosa estaba cumpliendo bastante con la función de guiarle en el camino de la herrería. Suspiró, mientras el hombre respondía a su frase, cerrando sus ojos en un gesto amable. El cansancio y el dolor de su cuerpo por el arduo trabajo, en especial en sus antebrazos le hacían complicada la tarea de proseguir sus explicaciones por mucho más tiempo, agradeciendo tener un momento para descansar, podría decirse que durmió apenas cerró sus ojos y por primera vez en noches volvió a soñar.
Se encontraba en aquel lugar que escapaba de toda realidad, un paisaje de montañas que flotaban en el cielo, mientras el agua cumplía de cielo, algo tan irreal como la espada que portaba en manos que hablaba en una lengua gutural. Resonaba en su cabeza, la imperiosa necesidad de nutrir la hoja de sangre fresca, sus manos desplazaron el velo para que aquel paisaje se volviese tela. Y luego tras caer al suelo se revelasen cuerpos maniatados, colgados y enredados entre trampas y cuerpos inertes. La espada vibró, buscó el primer cuello sostenido por un ejecutor de rasgos inexistentes, extrayendo su sangre como una santígüela dejando un trozo de tela arrugada como resultado pero no estaba conforme. La voz de Vanko resonaba en la cueva, aquellas palabras de nutrir su arma sin importar las condiciones, siguió matando, niños, animales, jóvenes, viejos la hoja era una insaciable bestia que consumía todo y no encontraba satisfacción. La voz de Vanko ahora era un coro, entre muchas otras voces y la espada brillaba con un color vibrante, mientras se intentaba revelar y atravesar la propia yugular de la mujer. No era el momento, no estaba preparada, no era digna la negatividad envolvió la cueva de oscuridad hasta que finalmente solo escuchó un zumbido en sus oídos.
Despertó, rodeada en sudor, observando su espada forjada en su mano suspirando al sentir el frío de la empuñadura y la escarcha sobre sus dedos. No recordaba haberla tomado, pero decidió ignorarlo, quizás si estaba algo maldita. Mientras tomaba una ducha refrescante pudo sentir al dueño dando los primeros pasos, volteó a mirar todavía sin cubrirse en lo más mínimo, haciendo una reverencia y dando los buenos días en su idioma antes de mostrar una sonrisa placentera.
—Volvió a hablarme, volví a verla... esta vez fue mucho más intenso... todavía dice que no es el momento y que me queda bastante tiempo para ser digna. Es, intimidantemente hermosa, pero letalmente hambrienta... ¿Puede que sea una señal de buena suerte? Espero que nos esté mirando, porque a veces siento que realmente me vigila... pude discernir en su voz un rastro de celos, como si le molestase no haber nacido como primera opción...—
La mujer comenzó a vestirse con sus ropas de trabajo, quizás beberían un desayuno rápido antes de partir a la mina pero por algún motivo deseaba compartir ese sueño con Vanko. Después de todo, su voz estaba también, pese a no verlo pudo sentir su presencia en el sueño, como si la espada hubiera reconocido algo en su ser o quizás tuviera curiosidad por el herrero tras dejar ver algunos rastros de sus ideales.
Se encontraba en aquel lugar que escapaba de toda realidad, un paisaje de montañas que flotaban en el cielo, mientras el agua cumplía de cielo, algo tan irreal como la espada que portaba en manos que hablaba en una lengua gutural. Resonaba en su cabeza, la imperiosa necesidad de nutrir la hoja de sangre fresca, sus manos desplazaron el velo para que aquel paisaje se volviese tela. Y luego tras caer al suelo se revelasen cuerpos maniatados, colgados y enredados entre trampas y cuerpos inertes. La espada vibró, buscó el primer cuello sostenido por un ejecutor de rasgos inexistentes, extrayendo su sangre como una santígüela dejando un trozo de tela arrugada como resultado pero no estaba conforme. La voz de Vanko resonaba en la cueva, aquellas palabras de nutrir su arma sin importar las condiciones, siguió matando, niños, animales, jóvenes, viejos la hoja era una insaciable bestia que consumía todo y no encontraba satisfacción. La voz de Vanko ahora era un coro, entre muchas otras voces y la espada brillaba con un color vibrante, mientras se intentaba revelar y atravesar la propia yugular de la mujer. No era el momento, no estaba preparada, no era digna la negatividad envolvió la cueva de oscuridad hasta que finalmente solo escuchó un zumbido en sus oídos.
Despertó, rodeada en sudor, observando su espada forjada en su mano suspirando al sentir el frío de la empuñadura y la escarcha sobre sus dedos. No recordaba haberla tomado, pero decidió ignorarlo, quizás si estaba algo maldita. Mientras tomaba una ducha refrescante pudo sentir al dueño dando los primeros pasos, volteó a mirar todavía sin cubrirse en lo más mínimo, haciendo una reverencia y dando los buenos días en su idioma antes de mostrar una sonrisa placentera.
—Volvió a hablarme, volví a verla... esta vez fue mucho más intenso... todavía dice que no es el momento y que me queda bastante tiempo para ser digna. Es, intimidantemente hermosa, pero letalmente hambrienta... ¿Puede que sea una señal de buena suerte? Espero que nos esté mirando, porque a veces siento que realmente me vigila... pude discernir en su voz un rastro de celos, como si le molestase no haber nacido como primera opción...—
La mujer comenzó a vestirse con sus ropas de trabajo, quizás beberían un desayuno rápido antes de partir a la mina pero por algún motivo deseaba compartir ese sueño con Vanko. Después de todo, su voz estaba también, pese a no verlo pudo sentir su presencia en el sueño, como si la espada hubiera reconocido algo en su ser o quizás tuviera curiosidad por el herrero tras dejar ver algunos rastros de sus ideales.
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El viaje en el Going Slowly había sido productivo, varios días en alta mar con el Sol irradiando la cubierta del barco mientras los tripulantes entrenábamos arduamente habían pasado en un abrir y cerrar de ojos, había disfrutado de la travesía, pero por fin habíamos llegado a nuestro destino. La isla se veía hermosa, era muy grande y resaltaban las enormes montañas que acababan de adornar el paisaje, con suerte no solamente encontraría una nueva arma sino que alguna especie increíble que se pudiera unir a mi pequeño zoológico en crecimiento.
Lo había olvidado por completo, pero aquí va un pequeño paréntesis: unos minutos atrás un extraño barco colorido lleno de luces y carpas había pasado por el barco de Sora. Al parecer era un barco cirquero el cuál estaba vendiendo a su tigresa por problemas económicos, yo no dudé un segundo y realizamos la transacción en un dos por tres, en un principio Arrhenius se mostraba resiliente a aceptar a la enorme felina, pero no tuvo más que aceptarlo. La llamé Kirara.
Una vez aclarado la acotación anterior, es momento de continuar. El anclaje se llevó con completa naturalidad, Ocho y Sora lo habían hecho ya un par de veces, desembarcamos en bello puerto con una linda playa para tomar una caminata, volteé a ver a mis dos compañeros animales, Arrhenius estaba harto de haber pasado casi una semana en la embarcación y, la recién llegada, Kirara tenía pinta de no haber pisado tierra en un largo rato. Les hice señales a ambos de que bajáramos , un paseo por tierras tan vastas y llenas de árboles como aquellas no les caerían nada mal, di un gran salto a la arena y les hice señas de que bajaran a mi lado; obedientemente bajaron ambos y acaricié la cabeza de ambos. El mono se quitó la caricia con una de sus seis manos y la tigresa lo aceptó gustosa, al parecer Kirara era más cariñosa, eso me agradaba.
-¡Sora! -grité ya que aún no bajaba de la embarcación- ¡¿Te parece si nos dividimos la búsqueda de la armería o la herrería?! ¡Quiero pasear un rato con mis bestias además! -agregué con una sonrisa de oreja- te he dejado el número de mi den-den mushi en la mesa de la cocina -agregué señalando mi reloj caracol.
Con la mirada en alto y acompañado de mis dos bestiales guardaespaldas me puse en marcha al pueblo más cercano para iniciar la búsqueda de mi nueva espada.
Lo había olvidado por completo, pero aquí va un pequeño paréntesis: unos minutos atrás un extraño barco colorido lleno de luces y carpas había pasado por el barco de Sora. Al parecer era un barco cirquero el cuál estaba vendiendo a su tigresa por problemas económicos, yo no dudé un segundo y realizamos la transacción en un dos por tres, en un principio Arrhenius se mostraba resiliente a aceptar a la enorme felina, pero no tuvo más que aceptarlo. La llamé Kirara.
Una vez aclarado la acotación anterior, es momento de continuar. El anclaje se llevó con completa naturalidad, Ocho y Sora lo habían hecho ya un par de veces, desembarcamos en bello puerto con una linda playa para tomar una caminata, volteé a ver a mis dos compañeros animales, Arrhenius estaba harto de haber pasado casi una semana en la embarcación y, la recién llegada, Kirara tenía pinta de no haber pisado tierra en un largo rato. Les hice señales a ambos de que bajáramos , un paseo por tierras tan vastas y llenas de árboles como aquellas no les caerían nada mal, di un gran salto a la arena y les hice señas de que bajaran a mi lado; obedientemente bajaron ambos y acaricié la cabeza de ambos. El mono se quitó la caricia con una de sus seis manos y la tigresa lo aceptó gustosa, al parecer Kirara era más cariñosa, eso me agradaba.
-¡Sora! -grité ya que aún no bajaba de la embarcación- ¡¿Te parece si nos dividimos la búsqueda de la armería o la herrería?! ¡Quiero pasear un rato con mis bestias además! -agregué con una sonrisa de oreja- te he dejado el número de mi den-den mushi en la mesa de la cocina -agregué señalando mi reloj caracol.
Con la mirada en alto y acompañado de mis dos bestiales guardaespaldas me puse en marcha al pueblo más cercano para iniciar la búsqueda de mi nueva espada.
MrGourmett
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Sora tan solo hizo un gesto al ver que Prometio quería dividirse, no había problema para Sora, pues este aun no había bajado ya que esperaba a que Ocho estuviera lista. Tras esto Sora tomo su motocicleta plegable y comenzaron a recorrer la ciudad. Era hermosa sin duda, la isla en todo su esplendor era sumamente hermosa.
— Sorachi, ¿Vamos a buscar un herrero? — Ocho preguntó desde la parte de atrás de la motocicleta.
— Si — No había mucho mas que decir, Sora tenia su martillo no en muy buenas condiciones y su estoque no es que estaba mal, pero no resistiría si Sora seguía aumentando su fuerza. Además necesitaba alguna herramienta para Ocho y sus burbujas, algo que le ayude a manejar mejor sus habilidades.
Sora le ha enseñado algunas técnicas de espada para que esta se pueda defender en apuros, los Legionarios no se detendrán hasta dar con Sora por lo que este debe mantenerse bajo perfil, bueno, no tanto, ya que al final es un pirata.
Sora y Ocho conducian con calma por los senderos del apacible Reino de Greenlyn, su motocicleta plegable avanzaba a ritmo pausado mientras exploraban la región en busca de un hábil herrero. Su misión no era simplemente reparar una pieza, sino forjar un martillo de guerra personalizado para Sora.
El sol derramaba su luz dorada sobre el verde paisaje, iluminando las hojas de los árboles y las flores silvestres que salpicaban el camino. Los aldeanos que se cruzaban en su camino les saludaban con amabilidad, pero los aventureros tenían una tarea importante en mente.
Sora necesitaba un martillo de guerra único, uno que reflejara su destreza en la batalla y su conexión con el reino. En Greenlyn, se sabía que había herreros talentosos que podían forjar armas excepcionales, o era lo que se concluia en una isla donde hay montañas y cuevas con minerales unicos. La idea de poseer un arma diseñada especialmente para el llenaba a Sora de determinación y emoción.
Mientras avanzaban, el aroma de las hierbas frescas y el canto de los pájaros les acompañaban. Sabían que encontrar al herrero adecuado sería un desafío, pero estaban decididos a explorar cada rincón de Greenlyn en busca de la persona adecuada para llevar a cabo esta importante tarea. Su viaje no solo les llevaría a través de hermosos paisajes, sino que también les llevaría a encontrar al artesano perfecto para crear el martillo de guerra que Sora anhelaba.
— Sorachi, ¿Vamos a buscar un herrero? — Ocho preguntó desde la parte de atrás de la motocicleta.
— Si — No había mucho mas que decir, Sora tenia su martillo no en muy buenas condiciones y su estoque no es que estaba mal, pero no resistiría si Sora seguía aumentando su fuerza. Además necesitaba alguna herramienta para Ocho y sus burbujas, algo que le ayude a manejar mejor sus habilidades.
Sora le ha enseñado algunas técnicas de espada para que esta se pueda defender en apuros, los Legionarios no se detendrán hasta dar con Sora por lo que este debe mantenerse bajo perfil, bueno, no tanto, ya que al final es un pirata.
Sora y Ocho conducian con calma por los senderos del apacible Reino de Greenlyn, su motocicleta plegable avanzaba a ritmo pausado mientras exploraban la región en busca de un hábil herrero. Su misión no era simplemente reparar una pieza, sino forjar un martillo de guerra personalizado para Sora.
El sol derramaba su luz dorada sobre el verde paisaje, iluminando las hojas de los árboles y las flores silvestres que salpicaban el camino. Los aldeanos que se cruzaban en su camino les saludaban con amabilidad, pero los aventureros tenían una tarea importante en mente.
Sora necesitaba un martillo de guerra único, uno que reflejara su destreza en la batalla y su conexión con el reino. En Greenlyn, se sabía que había herreros talentosos que podían forjar armas excepcionales, o era lo que se concluia en una isla donde hay montañas y cuevas con minerales unicos. La idea de poseer un arma diseñada especialmente para el llenaba a Sora de determinación y emoción.
Mientras avanzaban, el aroma de las hierbas frescas y el canto de los pájaros les acompañaban. Sabían que encontrar al herrero adecuado sería un desafío, pero estaban decididos a explorar cada rincón de Greenlyn en busca de la persona adecuada para llevar a cabo esta importante tarea. Su viaje no solo les llevaría a través de hermosos paisajes, sino que también les llevaría a encontrar al artesano perfecto para crear el martillo de guerra que Sora anhelaba.
Vanko
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El alba se cernía sobre las montañas cuando Vanko observé a Sowon comenzar a cambiarse en la penumbra de mi modesta choza. Había sido una madrugada agitada; el trabajo en la mina los esperaba con un apremio inusual por obtener menas de gran calidad. Sin embargo, antes de sumergirme en la rutina diaria, me encendí uno de mis cigarros y me reajusté mi larga cola de caballo plateada. Preparé dos cuencos de té caliente, su vapor danzaba en la fría mañana, y coloqué dos trozos de pan duro con un generoso lardón de tocino encima de cada uno en un plato. La comida sencilla pero reconfortante era un recordatorio constante de la dura existencia en las montañas.
Con mi zurrón bien abrochado en bandolera, tomé los frascos de aceite para heridas y vaselina que yo mismo había preparado. Sabía que hoy sería un día especialmente difícil para alguien novato, yo mismo había necesitado unas semanas de adaptación cuando empecé. Una expresión de satisfacción cruzó su rostro curtido por el tiempo mientras contemplaba la comida y los ungüentos.
"Toma, Sowon", anuncié en voz alta, extendiendo un cuenco de té y uno de los trozos de pan con tocino, "Vamos a desayunar por el camino. Hoy nos aguarda una tarea ardua, y el camino hacia Carvatea es largo."
Esperé pacientemente a que la mujer terminara de cambiarse cambio y se preparara para el día. La luz del sol comenzaba a filtrarse tímidamente por el horizonte, pintando con tonos dorados el umbral de mi choza. Antes de abandonar mi hogar, cerré la puerta con llave, una costumbre arraigada que venía de tiempos de mayor incertidumbre. Finalmente, juntos, emprendieron el descenso por la empinada ladera de la montaña. Las primeras luces del día se reflejaban en el musgo con rocío y los robles centenarios que rodeaban su morada.
Tras el apresurado desayuno y poco más de una hora de marcha constante desde que habíamos dejado atrás la cueva, llegamos al edificio gremial de la mina. El silencio dominaba el lugar, y apenas unas pocas figuras se encontraban presentes a esas tempranas horas, un pequeño lujo que nos ahorraba las fatigosas explicación y presentaciones sociales.
Con una práctica soltura, anoté los nombres de ambos en el libro de trabajadores, marcando la opción de recibir parte de nuestros salarios en Berries y parte en especie. Me incliné hacia Sowon, explicándole el motivo detrás de esa elección: "Así, si encontramos alguna mena especial, podremos llevarla con nosotros a cambio de cobrar un poco menos. Siempre es más económico que comprarla en el mercado. Además, de esta manera escuchamos las recomendaciones de la montaña", agregé en voz baja, con una sonrisa torcida.
Luego, mientras Sowon se ajustaba sus aperos mineros, bebí unos cuantos vasos de agua fresca del pozo. "Deberías aprovechar a beber ahora, el agua que vamos a bajar para beber enseguida sabe a mierda", sentencié
El capataz aún no había hecho su entrada, lo que nos brindaba un respiro antes de recibir las indicaciones del día. La entrada a la mina se alzaba como una gruta por la cual incluso yo con mi talla no tenía problema para entrar, con su laberinto de galerías y túneles que se adentraban en las entrañas de la montaña. En ese momento, la montaña parecía serena, como si compartiera su secreto con quienes estaban dispuestos a escuchar, como si estuviera eligiendo a quien darle los dones hoy y a quien matar en un derrumbamiento.
Con mi zurrón bien abrochado en bandolera, tomé los frascos de aceite para heridas y vaselina que yo mismo había preparado. Sabía que hoy sería un día especialmente difícil para alguien novato, yo mismo había necesitado unas semanas de adaptación cuando empecé. Una expresión de satisfacción cruzó su rostro curtido por el tiempo mientras contemplaba la comida y los ungüentos.
"Toma, Sowon", anuncié en voz alta, extendiendo un cuenco de té y uno de los trozos de pan con tocino, "Vamos a desayunar por el camino. Hoy nos aguarda una tarea ardua, y el camino hacia Carvatea es largo."
Esperé pacientemente a que la mujer terminara de cambiarse cambio y se preparara para el día. La luz del sol comenzaba a filtrarse tímidamente por el horizonte, pintando con tonos dorados el umbral de mi choza. Antes de abandonar mi hogar, cerré la puerta con llave, una costumbre arraigada que venía de tiempos de mayor incertidumbre. Finalmente, juntos, emprendieron el descenso por la empinada ladera de la montaña. Las primeras luces del día se reflejaban en el musgo con rocío y los robles centenarios que rodeaban su morada.
Tras el apresurado desayuno y poco más de una hora de marcha constante desde que habíamos dejado atrás la cueva, llegamos al edificio gremial de la mina. El silencio dominaba el lugar, y apenas unas pocas figuras se encontraban presentes a esas tempranas horas, un pequeño lujo que nos ahorraba las fatigosas explicación y presentaciones sociales.
Con una práctica soltura, anoté los nombres de ambos en el libro de trabajadores, marcando la opción de recibir parte de nuestros salarios en Berries y parte en especie. Me incliné hacia Sowon, explicándole el motivo detrás de esa elección: "Así, si encontramos alguna mena especial, podremos llevarla con nosotros a cambio de cobrar un poco menos. Siempre es más económico que comprarla en el mercado. Además, de esta manera escuchamos las recomendaciones de la montaña", agregé en voz baja, con una sonrisa torcida.
Luego, mientras Sowon se ajustaba sus aperos mineros, bebí unos cuantos vasos de agua fresca del pozo. "Deberías aprovechar a beber ahora, el agua que vamos a bajar para beber enseguida sabe a mierda", sentencié
El capataz aún no había hecho su entrada, lo que nos brindaba un respiro antes de recibir las indicaciones del día. La entrada a la mina se alzaba como una gruta por la cual incluso yo con mi talla no tenía problema para entrar, con su laberinto de galerías y túneles que se adentraban en las entrañas de la montaña. En ese momento, la montaña parecía serena, como si compartiera su secreto con quienes estaban dispuestos a escuchar, como si estuviera eligiendo a quien darle los dones hoy y a quien matar en un derrumbamiento.
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