[Privado] Peste Blanca- Necro Mago

Tal vez era el baibén de las olas lo que me había arrullado desde que me subi a mi barca, teniendo la suerte que esa noche los dioses decidieran que no haría mal tiempo. Me desperté un par de veces en la noche pero al no ver nada seguí durmiendo hasta que los primeros rayos del sol me despertaron. En cuanto me incorporé lo primero que noté fue una isla muy cerca, tan cerca que con sólo bajarme de la barca podía tocar la arena del fondo. Sonidos de las olas, de las aves y animales que parecían monos hacían un ambiente paradisiaco perfecto, en especial era indicado para bajarme a buscar comida y tal vez un asentamiento.
No dudé en poner mis pies en el agua la cual llegó hasta mis rodillas y empujé mi barca hasta la costa donde el agua ya no podía arrebatarla.
-¿Donde podré conseguir comida? o mejor ¿donde podré vender estas akumas falsas?- Me pregunté, exhalando ondo mientras caminaba sin otro rumbo mas que el de explorar. En cuando me adentré un poco en la isla noté algo muy raro que había oido hablar de los pescadores de mi zona y eran los animales extraños que parecían quimeras hechas con pedazos del vecino. Gatos con pico de pato, sapos rosas con alas, tortugas aladas, renos que parecían niños y que aseguraban no ser mapaches, etc. Debo admitir que sentí cierto temor y que siempre estuve con mi mano en la empuñadura de mi espada por si alguno se atrevía a cercarse de más.
Casi media hora de camino me llevaron hasta un pequeño pueblo que parecía estar hecho con partes de barcos destruidos por un combate, pero un combate de hace muchos años por el estado de los maderos y su reemplazo, en ciertas partes, por la madera de la propia isla.
No tenía nombre el pueblo pero no me impidió reconocer de que iban las chozas, en especial una que estaba hecha con lo que parecía ser el camarote de un barco enorme y que sacaba humo con olor a carne. Dentro sonaba el ruido de las copas y de la música que tocaban los inexpertor ¿que podrán ser? ¿musicos, pescadores o piratas? No lo sé pero tocaban bien melodias alegres como el sake de Binks.
-¿Que es este lugar?- pregunté al tabernero mientras dejaba mis cosas a un lado. El tabernero parecía un tipo serio pero de buen caracter.
-Es el descanso de los marinos, una ciudad hecha para todo aquel que quiera descansar y comer durante su jornada sin importar que seas un marino, un pirata o un simple comerciante- contestó el tabernero.
Seguramente en ese lugar encontraría un sujeto con una buena propuesta de aventuras o algo que me permita ganar dinero, no podía seguir en esa barca por mucho tiempo ¿alguien había cruzado la grand line y surcado nuevo mundo en un bote? No lo creo y si lo hizo le invito un trago.
-Toma chaval, esta va por la casa- dijo el tabernero dándome un vaso con un sake que si no era de buena calidad tampoco era malo. Aceptable.
-¿Sabes? Los piratas o mercenarios que buscan aventuras suelen sentarse en las mesas privadas de hasta atrás del bar, puedes ir y con suerte encontrar algo sólo te aconsejo no seguir a los que buscan el tesoro dorado- dijo el tabernero acercándoseme.
-Un tesoro dorado ¿eh?- contesté.
-Si, se dice que estos barcos hundidos hace varias décadas guardaban un misterioso tesoro que hizo que lucharan hasta que ninguno sobrevivió pero que quien lo logró no tuvo fuerzas para huir así que enterró su tesoro en lo profundo de la isla en una extraña cueva en forma de fauces de bestia y ahí murio- dijo el tabernero.
-Gracias, eso era lo que esperaba-conesté dándome la vuelta para dirigirme a las mesas privadas donde los capitanes o buscadores de aventuras reclutaban voluntarios para sus empresas. Cuando volteé una vez más a ver al tabernero este desvió su mirada de mi sin poder fingir que no sonreía, cosa que tampoco me importaba

Peste dio un enorme salto en el sitio, despertándose con brusquedad de su profundo sueño. Al alzar la vista comprobó que estaba rodeado de gente bebiendo y cantando canciones alegres. ¿Estaba en una taberna? O eso parecía. Con pesadez se echó hacía atrás y estiro su espalda como pudo. No le gustaba dormir en sitios así, pero sin duda la cogorza que llevaba ayer debía de a ver sido buena para acabar casi en coma sobre la mesa. Luego, horrorizado recordó que le podrían haber robado algo mientras estaba dormido. Se llevó las manos recorriendo todos sus bolsillos y luego con cara de tonto pensó: "¿Qué me van a robar? Si no tengo nada".

Después de un largo rato sentado y observando a los sujetos que estaban a su alrededor decidió que era el momento de hacer algo para quitarse esa molesta resaca. Se levantó tambaleante y se dirigió a la barra. Fue chocando levemente con los tipos que se cruzaban por su camino hasta acabar al lado de uno, que estaba hablando con el camarero en la barra. Peste puso la oreja levemente para intentar oír de lo que hablaban pero solo llego a escuchar:
-...enterró su tesoro en lo profundo de la isla en una extraña cueva en forma de fauces de bestia y ahí murió.- aquellas palabras parecían interesar a Peste con mucho entusiasmo. Después rápidamente le dijo al camarero que le pusiera un café con leche, el camarero eficaz le puso una taza de café en un abrir y cerrar de ojos. Peste lo bebió despacio saboreando el dulce aroma, hasta que de repente miro al tipo que estaba en la barra y le sonrió pícaramente. Peste se volteó violentamente hacía el camarero y le arrojó a la cara el poco contenido de café que quedaba en la taza.

-¡De que vas! ¿Piensas que soy un estúpido y me puedes servir agua de cloaca como a estos idiotas? No pienso pagar ese café, es una monstruosidad para el paladar.-dijo Peste mientras se acercaba al tipo de la barra y le susurraba al oído.-Chico, yo sé dónde está la cueva con fauces de bestia. Sígueme si quieres saberlo.- Aunque en verdad no tenía ni idea de la isla, esperaba alejarse lo suficiente para atacar en solitario a aquel sujeto y quedarse con sus pertenencias. Aunque en casi todas las ocasiones que había puesto su teoría en practica había acabando haciendo buenas migas con sus víctimas. Pero su máxima preocupación ahora era irse sin pagar del bar, ya que no tenía ni un mísero berrie.

Todo había sido un tanto extraño desde el momento en que decidí levantarme de mi mesa hasta que el sujeto que había llegado al lado decidió hablarme. Tras arrojar su café hacia el rostro del camarero sentí que algo andaría mal, sobre todo por la gente mal encarada que volteó a verle pero lo que evitó que me fuera era el hecho de haberme dicho donde se encontraba la cueva del tesoro dorado.
¿Sería verdad o sería mentira? No lo sé, pero lo que si sabía era que desde que empecé mis aventuras dejándome llevar por el destino en el vivén de las olas conocí a gente muy extraña y peligrosa y esta no sería la excepción. Las cosas costaban y había que arriesgar.
-Vale, espero que sepas lo que haces- dije con una leve sonrisa en mi rostro.
Salí del lugar y me dirigí hacia el sendero que sacaba a uno de ese pequeño pueblo hecho de barcos caidos mientras le comentaba lo que había escuchado del tesoro de aquel lugar. Sin embargo, no solamente por el extraño colega que me acompañaba sino por la multitud de extraños enemigos no humanos que moraban en esos lugares, así como los saqueadores de tesoros que vagaban por ahí y habían muerto en su búsqueda.
Sólo volteé a verle una vez más para estar seguro de que deseaba continuar. Me emparejé a su lado para comenzar la aventura y esperar a que me guiara hacia el tesoro... o una de las muchas trampas de la isla y sus raros animales.

Peste caminaba erguido orgulloso de salir ileso del bar. Además del hecho de haber convencido a aquel tipo de que le siguiera a las profundidades del bosque. Sin duda aquello parecía un buen día, pues todo estaba saliendo a pedir de boca. Aunque su cara de alegría fue desapareciendo al oír las historias de aquel lugar que le estaba contando el tipo de la taberna. No le apetecía que una quimera amorfa le devorara después de intentar robar a aquel tipo, que sin duda, estaba claro que era tan pobre como Peste.

-La cueva está casi en el centro de la isla. A unos treinta minutos de donde estamos.- ¿Por qué había dicho aquello? Se estaba metiendo en la boca del lobo. Pero algo dentro de él le hacía seguir adelante en aquella jungla. Según iban introduciéndose más y más en la espesura, más ruidos extraños sonaban a su alrededor. Esperaba que ningún animal de aquellos apareciera.

-Por cierto amigo, ¿cómo te llamas? Yo soy Peste, y no quieras saber porque me llaman así, es una laaaarga historia.- dijo para que no fuera tan pesada la caminata. Pero pasados unos pocos minutos encontraron una enorme cueva a sus pies. ¿Sería aquella la cueva que buscaban? Bueno si tenemos en cuenta la suerte que estaba teniendo Peste, todo era posible. Los dos sujetos se miraron uno a otro y después de un silencio incomodo decidieron entrar, a pesar de los extraños ruidos de pisadas que sonaban en el interior.

Después de todo no parecía un mal sujeto. Tras avanzar un rato en una serie de monólogos en los que le hablaba de las historias de esa isla que contaban los viajeros y pescadores. Después de un rato finalmente pudo hablar para decirme que estábamos cerca, cosa que me alegraba ya que el sonido de los animales era realmente incómodo, como si estuvieran riéndose o tratando de ahuyentarnos todo el tiempo.
Me dijo su nombre y era Peste, era extraño pero bueno, supongo que no era tan raro cuando a aquien le oía le decían Necros pero ese sería un tema para más tarde.
-Mi nombre es Jack O´, pero me puedes decir Jaco o Jako- le contesté sin mucho vacilar ni mostrar desconfianza hacia él.
Habíamos pasado por zonas de vegetación muy densa hasta que finalmente encontramos una gran cueva frente a nosotros. El techo estaba cubierto por estalactitas que podían ser las fauces que decía la leyenda. Decidimos entrar a la vez.
Dentro había una especie de maderas roidas y podridas de las cuales una hacía una forma de puerta mal hecha de la cual provenía un terrible olor a carnicería podrida. Estabámos en la entrada pero no era momento de hecharnos atrás así que decidí tumbar la puerta y entrar.
No había mucha luz pero había una antorchas tiradas en el suelo, las cuales al tomarlas y encenderlas mostraron un lugar muy amplio y oscuro como una gran caverna en donde había muchos huesos, algunos humanos y otros no, pisadas muy frescas de hombre en la tierra llena de hongos y restos de madera vieja. Ni idea de lo que era ese lugar pero confiaba en mi guía.
-Vamos, esto es seguramente la guarida de unos bandidos o de una bestia... debemos andar con precaución- pero al poco tempo de decir esto señalé un pequeño rastro de monedas en el suelo.

Los dos sujetos se adentraron en las profundidades de la cueva y a escasos metros se encontraron un intento de puerta con unas maderas podridas y roídas. Jaco abrió aquella especie de puerta y un olor nauseabundo salió disparado al exterior. Peste aspiro con ganas por la nariz y absorbió el putrefacto olor. Le parecía un olor agradable y dulce, no como seguro que al resto del mundo. Después entraron a la cueva, donde con suerte encontraron unas antorchas. Jaco encendió su antorcha y Peste acercó la suya para encenderla con el fuego de la de Jaco. Tras eso, iluminaron casi todo el establecimiento, el cual parecía una caverna antigua llena de huesos de diferentes especies. Pero por casualidad mientras sus ojos recorrían todo el lugar, encontraron unas huellas humanas en el barro. Las huellas solo señalaban a una dirección, por lo que indicaban que quien había entrado no había vuelto a salir, a no ser que saliera andando de espaldas). Eso afirmaba con pesar que alguien seguía en la cueva o había estado y no había conseguido salir.

-Vamos, esto es seguramente la guarida de unos bandidos o de una bestia... debemos andar con precaución.-dijo Jaco mientras señalaba un rastro de monedas en el suelo. Peste miro las monedas relucientes en el suelo y pensó que aquello parecía una trampa de la vieja escuela, atraer a una paloma con migas de pan por el suelo hasta llegar a una jaula.

-Creo que será mejor no coger ninguna moneda, nos podrían servir para encontrar el camino de vuelta si nos adentramos mucho en la cueva. Seguiremos el rastro y con suerte puede que demos con un botín.-dijo con confianza, pero realmente estaba convencido de que algo peor iba a aparecer antes.

Anduvieron unos largos minutos siguiendo aquellas relucientes monedas que incitaban a ser recogidas y llevadas al bolsillo, pero no lo hicieron. Caminaron y caminaron por un laberinto de túneles subterráneos hasta toparse con una caverna bien iluminada. Al ver tanta luz, se escondieron rápidamente para observar y allí encontraron a una especie de monjes budistas cargando unos pesados sacos de monedas de oro.

-¿Qué hacemos Jaco? No sé nada de esa gente.-dijo un poco preocupado, pues si se enfrentaban a ellos podrían salir mal parados. Podían ser monjes tranquilos y pacíficos o por lo contrario, grandes luchadores shaolín.-Eso sí, parece que han sido ellos los que han dejado el caminito de monedas.

Era definitivamente algo que no me esperaba. Al parecer ese lugar era un centro de culto de alguna secta o un templo, sin embargo, sus ocupantes no daban señal de ser hostiles o al menos eso aparentaban. Debo decir que todo el lugar lleno de velas, inciensos y una hoguera no daban buena impresión aunque el olor a podrido había disminuido un poco.
Me acerqué lentamente a los monjes al ver que mi acompañante estaba igual que yo.
-Esto... ¿que es este lugar?- comenté sonriendo sin más pero no recibí respuesta por parte de los monjes, quienes parecían no salir de su trance. Intenté recoger una moneda del suelo pero todos abrieron los ojos y me voltearon a ver de manera horrible y sólo hasta que me alejé un poco volvieron a su pose pacífica.
-Esto da miedo... me gusta- dije en voz baja, nervioso pero ansioso a la vez, intentando caminar entre los monjes para ver si alguno reaccionaba de otra forma pero siempre fui ignorado. Tras un par de minutos encontré una nueva salida a un túnel en la pared del que parecía salir aire fresco. Seguramente una conexión con el exterior o con otra caverna. Hice una seña a mi compañero pero justo estaba a punto de salir por ese túnel cuando una mano me detuvo por el hombro.
-¿Que es lo que buscan?- dijo un monje detrás de mí.
-Buscamos el mito del tesoro dorado- contesté sin más.
-Sabes, este es un lugar sagrado muy antiguo y pocos son los que vienen a desarrollar su mente, no a buscar tesoros. Sabemos del tesoro pero para llegar ahí debes pasar por los monstruos que la custodian y la razón del porqué quien entró por vez primera no pudo salir, pero nunca te diré donde se encuentra-
-¿Es por aquí?...
-Esto... si, adelante pero bajo tu propio riesgo, sólo una advertencia: no toques los tesoros que sean del buda dorado o cosas malas pasarán
El túnel descendía de manera empinada y son escalinatas, teniendo que valernos de la antorcha que cada vez alumbraba menos. Finalmente, una pendiente nos llevó hasta un cenote (rio bajo tierra) en donde yacían varios huesos humanos, algunos de budistas y otros mucho más viejos de piratas y bandidos. Había otra vez maderas en el suelo, lo que me parecía indicar que lo que las había puesto ahí no era humano, sino un animal haciendo su nido.
No faltaban muchos retos más, sino uno mas o menos dificil: encontrar y derrotar a los animales raros... ah, y salir de la cueva después con tanto oro. Pero por ahora debíamos avanzar hasta el final del túnel con el agua hasta las rodillas.

Peste se sorprendió ante la decisión de Jaco. En vez de hacerse preguntas como hacía él, directamente fue a preguntar a los monjes. Algo que sin duda no dio mucho resultado, pues solo le hicieron caso cuando intento coger una moneda del suelo. Esto a Peste le pareció un reto mientras Jaco se introducía entre ellos.

Peste se agachó muy despacio ante la atenta mirada de los monjes. Después cogió una moneda y los monjes pusieron una cara furiosa. Peste sonrió de una forma sádica y se puso la moneda en la lengua. Acto seguido introdujo la lengua en la boca y trago. En ese momento, el monje que se encontraba más cerca de él se movió a una velocidad sobrenatural y le golpeó en el estómago, haciendo que Peste escupiera la moneda. El monje, el cual no había soltado su enorme saco de monedas en ningún momento, cogió la moneda en el aire y la dejo en el mismo sitio donde la había cogido Peste.

Peste se echó a reír, después de haber cogido el aliento, y una fuerte gana de asesinar a esos tipos le inundo el cuerpo. Pero su momento de diversión se acabó cuando Jaco le llamó para que le siguiera por una puerta. Peste suspiró y miró con superioridad a los monjes, pues se habían librado por los pelos de una catástrofe. Pasó vacilón entre los monjes y siguió los pasos de Jaco por las escaleras interminables. Llegaron a la parte baja la cual estaba tan repleta de esqueletos como la principal, solo que la diferencia es que en esta había un pequeño riachuelo. Peste se puso a analizar los huesos y comprobó que a casi todos les faltaba una articulación.

-Mierda Jaco, aquí seguro que hay un monstruo solo hay que ver el enorme nido al lado de los cadáveres.-Peste se puso en modo pensativo y dedujo- Si vive en un nido, es que vuela.Y si no está aquí, es que se ha ido a cazar algo. Creo que tendremos algo de tiempo para encontrar el tesoro.-en lo que transcurrió en decir eso, Jaco encontró el origen del rio, una suculenta cascada. Peste corrió para adelantarse a Jaco y de un salto se introdujo en la cascada, atravesándola e introduciéndose en una cámara oculta, la cual estaba repleta de baratijas de oro reluciente.

-Uaaah, esto es genial.- lástima  que al decir aquello un enorme rugido retumbara por toda la cueva. Peste se puso en guardia y observaba de un lado a otro en busca de un león o algo similar. Pero allí no había nada. De repente otro rugido sonó y a la vez un cuerpo pesado cayendo al suelo, en ese momento, delante de los ojos de Peste apareció un león con cuerpo de camaleón (el cual parecía que podía hacerse invisible a su antojo).

Sólo se escuchó en toda la cueva el sonido del chapotear de Peste y del oro mientras le pisaba y lo tomaba. Apenas había decidido bajar con su compañero cuando un potente rugido estremeció todo el lugar. Desenvainé mi sable y me agasapé detrás de un cofre, pero no vi nada.
-Debe ser cerca de aquí- dije en voz baja cuando de nuevo el rugido, esta vez más cerca de nosotros volvió a retumbar por todo el lugar. Poco a poco pareció materializarse en una pared cercana un león con cuerpo reptilesco, el cual al parecer podía cambiar de color y confudirse con el ambiente. No debíamos estar tan confiados ya que, según las observaciones de Peste, podría volar o al menos nadar ya que no era fácil llegar a ese lugar por el riachuelo.
Sin embargo, pese a mi posición de hoja mutante en modo defensa, no pude evitar ser sorprendido por la espada por una versión más pequeña de ese monstruo, el cual llevaba una mano humana en el hocico. Rápidamente esquivé el zarpaso con unos leves rasguños superficiales y encajé mi sable en el lomo de la bestia. Poco a poco, salieron del agua más cachorros de la quimera bestial, todas hambrientas y todas bajo la mirada de su madre, la cual debía medir al menos tres metros de largo.
Otra bestia se me acercó para mordeme el pie pero logré arañarle el rostro y hacerla huir.
-Esto está mal, Peste- dije mientras intentaba subir a una posición más cómoda para atacar, que era encima de las monedas- son muchas y su madre se va a enojar, no creo que pelear porque sí sea una opción.
Con lo que parecía ser un viejo escudo golpeé a otro de los cachorros de la bestia y con mi espada me defendí lanzando estocadas, pero no tardó en bajar la madre furiosa al ver que las presas estaban acabando con su familia.
Lo más seguro era que el hombre de la leyenda, herido, había sucumbido bajo las hambrientas garras de estos seres pero también existía la posibilidad de que fueran ellos quienes hubieran juntado el oro para atraer más presas. Espero que no sean tan inteligentes.

Peste observaba aterrado como un montón de diminutas criaturas salían del agua, e iban acorralando a Jaco. Tenía que ayudarle, pero él estaba ocupado con la madre, la cual se abalanzo ferozmente sobre Peste. Este lo esquivo por los pelos, cayendo encima de un montón de monedas. Aprovechando sutilmente para meterse unas cuantas en los bolsillos.

Se habían metido de lleno en la boca del lobo. Peste cogió un puñado de monedas con la mano y empezó a lanzarlas a la cara de los camaleoncitos. Molestando su visión y dando un poco más de cobertura a Jaco. La gran madre rugió ante tal situación y se lanzó de nuevo hacia Peste. Pero esta vez Peste no la intento esquivar, sino todo lo contrario, se encaró con la bestia. Agarrado la de la mandíbula inferior para que no le mordiera y parando su embestida.

-¡No subestimes la fuerza de un gyojin, zorra!.-dijo forcejeando con aquel enorme ser. De repente, una idea fugaz apareció en la mente de Peste.

-¡JACO! ¡TIRA TODAS LAS MONEDAS QUE PUEDAS AL RÍO, TENGO UNA IDEA COJONUDA!-gritó casi exhausto de cansancio. Pues a pesar de tener fuerza para igualar a aquel bicho, no tenía tantas para resistirle por mucho tiempo. La furiosa madre empezó a cabecear de un lado a otro, hasta que consiguió librase de Peste y hacer que saliera por los aires. Cayendo dolorosamente encima de más monedas. Peste se levantó como pudo y observo como Jaco estaba haciendo lo que le había pedido. En ese momento, uno de los camaleoncitos se acercó a Peste. Este le agarró de la nuca para que no le mordiera y entonces, por raro que parezca, Peste le arreo un mordisco. El pequeño ser chilló agudamente por toda la cueva, esto hizo que la madre se enfureciera más y bueno, ya os hacéis una idea de lo que paso después, Peste le pegó otro mordisco acompañado de un: "Esto sabe a pollo".

El sitio se había vuelto un campo de batalla. Mientras luchaba alcancé a oir a duras penas que mi compañero se las arreglaba combatiendo con la madre de los cama-leones, o como se llamaran esas bestias, pero también logré oir parte de su plan.
-¿Arrojar las monedas al rio?- pensé un poco incrédulo pero no tenía otra opción que confiar en su plan.
Como pude comencé a patear las monedas hacia el riachuelo mientras picaba con estocadas a las crías de la cama-leona. Una de las crías se me arrojó encima pero pude arrojarla hacia el riachuelo.
Comencé a arrojar las monedas usando mis pies y mi escudo como pala mientras me protegía de los ataques de los monstruitos que parecía que seguían saliendo. Durante el combate y en los breves momentos en que me daban un breve descanso para reagruparse logré coger algunas monedas en mis bolsillos y colocarme algunas pulseras, las cuales como quiera me protegían muy levemente de los arañazos.
-Estos animales son raros, normalmente cuando hieres a uno de gravedad los demás huyen- pensé mientras continuaba con el plan de Peste- seguramente se sienten acorralados. Lo mejór será huir... pero no sin el tesoro, así tengamos que matar a todos los monstruos.
Finalmente el escudo terminó por romperse por lo que tuve que saltar a tomar otro sable que yacía de la mano aferrada de un esqueleto. Podía atacar más pero era menos eficiente defendiéndome.
-¿Que tal todo por allá?- grité como pude mientras pateaba las monedas a los monstruos para despistarlos y que el oro cayera al rio. Todo era oportunidades.
Fue el rugido de la madre cansada al combatir contra Peste y su gran fuerza lo que hizo que las crías de la bestia retrocedieran un poco a ver a su madre, por lo que aproveché para tomar anillos, pulseras y cualquier cosa que pudiera servir de arma y atacar.
Si entre los dos atacábamos a la madre seguro la derrotábamos, él sujetándola y yo apuñalándola, pero con tantas crías no sería tarea nada fácil. Seguí arrojando monedas para distraer a los monstruos y para ir de acuerdo al plan, logrando hacer suficiente ruido como para que dejaran en paz un momento a Peste y su combate.
Si tan sólo hubiera una protección decente más que el escudo de madera que ya se había roto pero no, sólo era cuestión de tiempo para que esas bestias nos atacaran. Seguramente este era el tesoro del buda dorado que decían los monjes que si tomábamos cosas malas pasarían, pero ahora era momento de imponernos sobre sus guardianes. Éramos los hijos de una nueva era quienes lo reclamábamos.

Cuando la madre camaleón estaba a escasos centímetros de Peste. Este le lanzó a la cara el cachorro medio devorado, molestando su visibilidad y dándole tiempo para esquivar a la enorme bestia deslizándose por debajo. Mientras se deslizaba por la leve colina de monedas, Peste observaba la barriga de la leona, y por pura maldad la golpeo con su puño en todo el estómago. La leona dio una voltereta cayendo de espaldas en el montón de monedas donde Peste estaba hace unos segundos. Por desgracia, con aquel golpe, Peste hizo que la leona cayera encima de su cría y la acabara por matar. Peste corrió como pudo entre las monedas hacia sus compañeros, diciéndole:

-Ponte a cubierto, esto puede ser peligroso.-Peste se metió dentro del arroyo lleno de monedas que Jaco había lanzado, y cerró los ojos. Empezó a concentrarse en su respiración y a hacer unos movimientos giratorios con su único brazo. El agua alrededor suya empezó a girar a  mismo ritmo que lo hacía él. La leona furiosa se puso en pie y empezó a correr hacía Peste muy furiosa.

Cuando la cama-leona estaba a escasos metros de Peste, este abrió los ojos y extendió su brazo en dirección a la leona. El brazo de Peste estaba todo musculado y lleno de venas, como si levantara una enorme cantidad de peso. En ese momento, un potente chorro de agua con monedas salió disparado en dirección a la leona. Destrozándola los huesos con la presión del agua y el impacto de las cientos de monedas que chocaban contra su cuerpo.

Después de aquello Peste cayó de espaldas en el agua, muy cansado por lo que acababa de hacer. Y el chorro de agua ceso y la madre cama-leona cayó desplomada en el suelo. Los cachorritos de la leona intentaron llevársela, pero al ver que no eran capaces fueron a esconderse entre los montones de oro.

-Jaco, ahora te toca a ti cargar la recompensa. Si tienes un cuchillo podemos despellejar a la madre y tener un bonito saco de lagarto para llevar el oro.-dijo casi riéndose por la idea de tener un bolso elegante de cocodrilo, pero en barato y cutre.

Jaco se había llevado una gran sorpresa al ver que su compañero podía hacer uso de una técnica que sólo la había oido de algunos viajeros. Logró protegerse de la lluvia de monedas con el cuerpo de uno de los cama-leones, agachándose para que su escudo le cubriera por completo. Cuando finalmente cesó la lluvia de oro vio que sólo quedaba el cadáver de la cama-leona y de algunos de sus cachorros, con el resto que había decidido huir del lugar heridos. Lanzó el cama-leon hacia un lado y se dirigió a ver a su compañero en el suelo que, por un momento, pensó que había muerto hasta que habló.
-No tenía idea de que podías hacer tal cosa- dijo Jaco riendo mientras avanzaba hacia la cama-leona y con ayuda de las navajas que había robado a los asaltantes de la isla anterior, cortó la piel de la cama-leona, la cual era muy dura por las escamas de reptil sin contar la ya de por sí gruesa piel de león. Podría soportar fácilmente mucho peso.
Como pudo, guardó la mayor cantidad de oro en la bolsa y ayudó a levantar a su compañero. Casi no podía caminar por todo el oro por lo que no era problema ir a la par que Peste, el cual ara Jaco estaba aún débil por haber usado tanta energía.
-Llegó la hora de repartirse el oro antes de que esos monjes, bandidos u otros animales vengan al oler la sangre- dijo Jaco con una sonrisa en el rostro mientras veía la luz de la salida de la cueva, la cual al parecer conducía a una playa desierta.

Peste se apoyó dolorido en el hombro de Jaco y poco a poco consiguieron salir de aquella cueva infernal por otro conducto de salida. Daba gracias a dios, que no se cruzaron de nuevo con los monjes, a saber que hubieran hecho al verlos con tanto oro. Pero sus pensamientos se calmaron al acabar en una bonita playa desierta. Los dos amigos se desplomaron en la arena por el cansancio y se miraron mutuamente, después empezaron a reírse recordado lo que habían pasado juntos.

-Esto ha sido una aventura de locos. No pienso volver a meterme en esa cueva o en el bosque de quimeras locas y asesinas, en mi vida.-Peste miró con tristeza a Jaco y dijo: -Creó que nuestros caminos se separan aquí. Espero que volvamos a vernos.

Los dos partieron el saco de lagarto por la mitad y empezaron a repartirse el oro en partes iguales. Tardaron mucho y la noche se les hecho encima. Con maestría improvisaron una hoguera y buscaron alimento en el mar. Charlaron, rieron, comieron y al final se quedaron dormidos de tanto hablar. A la mañana siguiente, Peste cogió su pesado sacó de oro y se fue introduciendo poco a poco en el agua. Había recargado fuerzas suficientes en ese cordial descanso. Después se zambullo en el agua y desapareció. Dejando a Jaco dormido en la playa, como una amante francesa después de una noche salvaje de amor bajo la luz de las estrellas.