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Diario pre-ficha Empty Diario pre-ficha {Mar 22 Ene 2019 - 4:25}

CAPÍTULO I

Habían pasado tres largos años desde la última vez que caminó por las pavimentadas y limpias calles de Towerbridge. Pensaba que podía librarse de su destino, huir como la rata que todos pensaban que era, pero tarde o temprano debía enfrentar sus demonios. Hace diez días, cuando la mujer que se presentó como Trina Vempesta acudió a su puerta, se vio en la obligación de regresar a English Garden. El reino te necesita, mencionó con tono autoritario, y tu deber, como heredero del Proxis Arm, es repeler la Gran Plaga. Aquella chica de no más de veinticinco años mostró una carta con el sello real, la cual decía que, si Arthur cumplía con su deber, las riquezas y el honor volverían a él. Era un buen trato y lo sacarían de esa sucia cabaña ubicada en medio de la nada. Volvería a vivir en la lujosa mansión de la familia Tempest, rodeado de bellas sirvientas dispuestas a cumplir hasta su más tonto capricho. Dejaría de ser visto como la rata que huyó cuando el reino más lo necesitó y todos le tomarían como un héroe.

Una carroza color marrón e increíblemente ornamentada, jalada por cuatro corceles blancos, recogió al muchacho cuyos cabellos rubios y largos eran mecidos suavemente por la brisa nocturna. Sabía que al lugar al que se dirigía estaría toda la gente que le humilló antes de marcharse y, la verdad, no tenía idea de cómo enfrentaría la situación. ¿Debía pedir disculpas por fallarles a todos? ¿O acaso exigir que se disculparan con él por haberle tratado como a un simple plebeyo? «Todos cometemos errores», pensó mientras tenía la cabeza apoyada en la mano y la vista puesta en la ventana, observando el efímero y oscuro paisaje que pasaba frente a sus ojos dorados. La ciudad no había cambiado en lo absoluto y seguía manteniendo ese toque tétrico y gótico tan representativo de Towerbridge.

Antes de llegar a la Gran Catedral, recordó los primeros tiempos de English Garden, cuando las tribus del sur estaban en conflicto directo con las del norte y aún no se había formado Towerbridge. Los diferentes clanes convivieron en guerra durante siglos hasta que un día cuatro grandes líderes se reunieron en torno a una mesa de piedra. Se dice que la discusión duró más de cien días, pero antes de que cada uno de los cuatro líderes dejara la mesa, se había firmado un tratado de paz. Sin embargo, las tribus no prosperaron como lo tenían pensado, pues no tuvieron oportunidades de prever lo que más tarde se conocería como el Festín Carmesí. Con la llegada de la luna de sangre, un fenómeno que volvía al satélite natural del color de la sangre, apareció por primera vez la Gran Plaga. Los hombres eran transformados en bestias sedientas de sangre humana y, reducidos a sus instintos más básicos, atacaban a las personas sin miramientos. Los cuatro grandes líderes no tuvieron más opción que unir fuerzas y así formaron la Orden Proxiana. Consiguieron repeler la Gran Plaga, mas no destruirla. Con un enemigo en común, las tribus emprendieron rumbo hacia el sur y construyeron grandes paredes para mantenerse aislados de las bestias que aún rondaban los alrededores. Desde entonces, generaciones enteras han luchado contra ese extraño fenómeno del cual aún no se posee mucha información. A veces tarda cien años en aparecer; otras, aparece cada tres meses.

El vehículo se detuvo frente a una imponente estructura arquitectónica de origen gótico. La fachada de incontables ventanas arqueadas y altas torres puntiagudas se mantenía tal y como recordaba Arthur. Cruzó un gigantesco portón de madera para encontrarse frente a una larguísima alfombra roja con bordes dorados, los colores característicos de la familia real. Más allá del fin del tapete carmesí se hallaba el altar y, en frente de este, un grupo distinguido de personas.

—Por fin llegas, Arthur Tempest —mencionó un hombre de largas barbas blancas y mirada severa. Malaquías III era el soberano del continente isleño y, a excepción de las tribus bárbaras del norte, gobernaba todos los rincones de este. Vestía una gruesa túnica roja con bordes de oro y en su mano portaba un cetro platinado ornamentado con piedras preciosas. Considerando que tenía más de sesenta años su rostro no estaba tan arrugado como habría de esperarse. Sus ojos, medio rasgados y rojos, miraron a Arthur—, te estábamos esperando.

Frente a Malaquías se encontraban los otros tres herederos de la historia de English Garden: Rina Lionheart, Lukas Sardothien y Vladimir Tepes. Ninguno de ellos simpatizaba con Arthur y tenían muy buenas razones para hacerlo, pues a nadie le gustaban los cobardes. Portaban las armas con las que alguna vez lucharon los fundadores de Towerbridge: la espada de Lionheart, el arco de Sardothien y el hacha de Tepes. Más de alguna vez los Proxis Arm se perdieron en combate, pero la Orden Proxiana hizo hasta lo imposible para recuperarlas y devolverlas a sus legítimos dueños.

—No era necesario hacerlo —manifestó Lukas con el ceño fruncido y sus ojos verdes clavados en Arthur. Era un chico atractivo de no más de veinte años y su cabello negro peinado hacia atrás brillaba con intensidad, resultado de caros tratamientos que solo los nobles podían costear—. Solo nosotros tres bastamos para repeler la Gran Plaga, ¿acaso podemos esperar algo del cobarde que le dio la espalda a su familia y trajo consigo la peor deshonra de nuestro mundo?

—Estás siendo un poco injusto —respondió Tempest, intentando defenderse—. Si comprendieras lo que de verdad pasó…

—No necesito comprender nada —le interrumpió—. Todos sabemos lo que pasó, Arthur, todos sabemos que…

—¡Suficiente! —interrumpió el soberano—. La tradición exige reunir a los cuatro herederos para enfrentar la Gran Plaga —sentenció el Rey luego de golpear con firmeza el suelo de piedra con su cetro.

—¿Y bien, Su Majestad? ¿Qué tan grave es la situación? —preguntó Rina con su característica voz calmada y fría. A ella le daba igual lo que Arthur había hecho, no era de su incumbencia ni tampoco esperaba contar con él para la batalla. Había entrenado toda su vida para ese momento, así que no necesitaba confiar en sus compañeros para cumplir con su deber. Su cuerpo menudo y su escasa altura le ayudaban a moverse con agilidad, mientras que con sus grandes e inexpresivos ojos azules observaba la vida escurrir de los oponentes a los que mataba.

—Exploradores han observado un comportamiento… inusual en las bestias —le respondió a la muchacha de cabellos plateados y piel nívea—. Se reúnen y siguen jerarquías altamente estructuradas, algo nunca visto antes. De alguna forma la enfermedad evolucionó y ahora estos monstruos no sucumben ante sus instintos más primitivos.

Arthur odiaba todo eso de la Gran Plaga y la transformación de hombres en bestias. Una vez, cuando solo tenía trece años, vio de frente a una de esas horripilantes criaturas. Le era imposible olvidar ese rostro a medio descomponer, ¿cómo podía deshacerse de esa terrible imagen que acudía a su mente cada vez que hablaban sobre la Gran Plaga? A diferencia de los demás, él no era un verdadero heredero. No tenía sentido que no lo fuera, puesto que, de no serlo, sería incapaz de empuñar el Proxis Arm. En cualquier caso, Alexander Tempest se aseguró de que nadie supiera la verdad y se llevó el secreto a la tumba.

—Siempre han luchado sin control, pero si ahora lo hacen como un ejército organizado… —comentó Vladimir con los ojos rojos clavados en el suelo. Su piel nívea hacía un extraño pero agradable contraste con su largo cabello blanco.

—Una cosa más antes de que se marchen, herederos. Es mi deber otorgarles lo necesario para su campaña, por lo que mañana serán convocados a las diez de la mañana para conocer a sus compañeros —anunció Malaquías con tono solemne—. Ellos se encargarán de su protección. No podemos permitirnos perder a un heredero en un momento tan importante.

Arthur se marchó inmediatamente después de las palabras del soberano, pues sabía que, mientras más tiempo pasase junto a los demás herederos, más humillaciones recibiría. Lukas definitivamente no estaba de acuerdo con que Arthur participara en la campaña más importante del reino y seguro que Tepes no mencionó una sola palabra para no provocar peleas innecesarias. Era imposible que Arthur les viera como hermanos de armas, compañeros con los que contar, pues cada uno de ellos le despreciaban a su manera. Hasta ahora únicamente su estatus de heredero le salvaba de ser tratado como la peor escoria de English Garden, y solo tenía tiempo hasta que naciera otro Tempest con la gracia de empuñar el Proxis Arm.


Los nobles de diferentes regiones de la isla acudieron a la llamada del Rey, ofreciendo a sus mejores hombres para luchar contra la Gran Plaga. Por supuesto, los cuatro herederos también estaban en la sala del trono esperando recibir cualquier ayuda por parte de Su Majestad. Los compañeros que mencionó Malaquías la noche anterior resultaron ser figuras muy conocidas en todo English Garden, desde honorables caballeros hasta hábiles mercenarios que solo escuchaban la voz del dinero. Algunos de ellos ya llevaban las ornamentadas armaduras con los emblemas de sus familias, mientras que otros únicamente portaban sus armas. Ninguna espada podía cortar tan bien como la de Rina; los arcos estaban lejos de siquiera compararse a la calidad del ornamentado Proxis Arm de Lukas y, por supuesto, ningún arma pesada competía con el hacha de guerra de Vladimir.

—No podemos perder más tiempo, así que vamos directo al grano —mencionó Malaquías sentado en su trono con ambas manos descansando sobre sus viejos muslos—. Los guerreros que tienen ante ustedes, herederos, son libres de elegir a quien quieren proteger durante la guerra contra la Gran Plaga.

Así, dada la señal por parte del Rey, los veinte compañeros eligieron a sus líderes. Era de esperar que Lukas fuera elegido por más de la mitad de las chicas, pues no solo era atractivo, sino también muy hábil con el arco. Era un buen candidato a proteger para ganar fama y servir honorablemente a la casa que representaban. Rina, por su parte, fue escogida por un cuantioso escuadrón de ocho hombres, mientras que Vladimir solo por seis. Tepes no era un chico demasiado popular y solía mantener la boca cerrada, por lo que nadie realmente sabía en qué estaba pensando, pero su habilidad con el hacha era reconocida en todo English Garden. Entonces, ocho escogieron a Rina, seis a Vladimir y seis a Lukas.

Arthur supo desde el momento en el que el Rey dio la opción de elegir a quién proteger que nadie buscaría cuidarle la espalda. Su mala fama era conocida por todos y era imposible escapar de ella. Además, tampoco era tan hábil como los demás herederos. No tenía la confianza de Rina ni mucho menos la precisión de Lukas, tampoco el poder destructivo de Vladimir. Nunca quiso formar parte de la Orden Proxiana ni tampoco que el destino de Towerbridge dependiera de él. No quería que la gente le llamara cobarde por tomar la decisión que todos alguna vez consideraron, pues ¿quién en sus cabales querría luchar contra bestias sedientas de sangre humana? Sin embargo, ahora que ya estaba dentro del juego y salir era imposible, lo que más le importaba era sobrevivir y para eso necesitaría la ayuda de los guerreros presentados por los nobles.

—¡No es justo! —alegó, llamando la atención de todos los presentes—. Solo Rina tiene ocho guardaespaldas, mientras que yo no tengo a nadie. ¿Acaso no puedes compartir siquiera a uno?

—No tiene sentido que alguien quiera seguir a un cobarde —respondió fríamente la muchacha, exponiendo la verdad que todos sabían.

—Sin ayuda no sobreviviré —mencionó, dejando claro que estaba asustado—. No quiero hacer esto solo…

Entonces,  como si los milagros no solo existieran en novelas de ciencia ficción, una preciosa chica de cabellos dorados como el sol y grandes ojos celestes levantó la mano para hablar.

—Si no hay problema, yo podría ayudarte —mencionó con una radiante sonrisa que iluminó por completo el mundo de Arthur. Definitivamente contar con una compañera era mucho mejor que hacerlo él solo. Dos cabezas piensan mejor que una y todo eso, seguro que también dos personas luchan mejor que una.

—¡Si nadie tiene ninguna objeción más, que comience el banquete! —sentenció el Rey y enseguida apareció un cuantioso grupo de sirvientas llevando mesas y platillos repletos de comida.

Los tres años en los que Arthur recorrió el mundo no fueron precisamente buenos, de hecho, en más de una ocasión tuvo que cazar él mismo para comer. Volver al mundo de los banquetes y las sirvientas era algo bueno, no solo por la estupenda comida que ofrecía, sino también por los privilegios. Los nobles eran personas respetadas y muy poderosas, algo que cualquier persona en English Garden desearía ser. Arthur cogió un trozo de carne de cerdo asada y dejó que los exquisitos sabores inundaran su paladar, luego vació de un sorbo la copa de vino tinto que una sirvienta le ofreció y, enseguida, probó una albóndiga de cordero. Estaba seguro de que cualquier cosa en el palacio de Su Majestad tenía mejor sabor que todo lo que comió durante su huida.

—Soy Camille —dijo la misma chica amable que se ofreció a protegerle—, mucho gusto. Estaré encantada de cuidar tu espalda mientras arriesgas la vida por el bien de todos nosotros

—Gracias, Camille, pero… ¿no te importa lo que dicen de mí? Digo, todos parecen detestarme, incluso el Rey.

—¡Qué va! Todos cometemos errores y es normal tener miedo, no sé por qué los demás no lo comprenden —respondió dulcemente—. Oí que el Rey les dará casi un millón de berries para comenzar la campaña. Podrán comprar armaduras o mejorar las que ya tienen —mencionó al mismo tiempo que echaba un trozo de pollo a su platillo—. Si quieres, mañana podemos recorrer la ciudad para encontrar lo que necesites.

—En serio eres muy amable, Camille —dijo Arthur intentando no ruborizarse.

Durante el banquete, Tempest procuró conocer mejor a su compañera. Resultó ser una chica de lo más agradable y también muy apuesta, por alguna razón, no le importaba que todos le llamaran cobarde y comprendía sus sentimientos. «Por primera vez siento que la vida está siendo buena conmigo», pensó luego de conocer a Camille.

Pasó el día siguiente explorando los alrededores de la ciudad, cazando alimañas afectadas por la Gran Plaga. No solo los humanos eran afectados, sino que también pequeños roedores como conejos y ardillas, además de otras criaturas más grandes como perros y osos. Por suerte, estos últimos se encontraban muy lejos de los muros de Towerbridge. Camille le explicó algo que incluso Arthur sabía desde hace tiempo, pues era obvio que un heredero lo supiera. Los Proxis Arm no eran armas comunes y corrientes, sino que, por decirlo de alguna forma, estaban vivas y respondían a la voluntad de su portador. Los menos expertos en el tema creían que fueron bendecidos por los cuatro fundadores, pero aquellos que habían dedicado toda su vida a la forja estaban convencidos de que un mecanismo extremadamente complejo respondía a los corazones de los herederos. Básicamente, mientras más fuerte fuera la voluntad del portador, más poderosa será el arma.

El día pasó rápidamente y, luego de cazar y entrar un poco en calor, la pareja se dirigió a una conocida y concurrida taberna ubicada en Marblesquare. Dentro la música era alegre y todos parecían divertirse, además la comida, aunque cara, era extremadamente sabrosa. «Espero no tener que volver a comer rata asada. ¡Ahora todo lo que como sabe exquisito!», se dijo Arthur mientras devoraba apetitosamente un jugoso trozo de carne de pato. Las ensaladas estaban aliñadas a la perfección y el jugo de naranja refrescaba su sediento cuerpo. Camille también parecía estar disfrutando de la cena, no solo comentaba lo bien que lo pasó en la tarde, sino también adulaba las habilidades de Arthur, comentándole que era muy bueno con el uso del Proxis Arm. Tal vez no se veía tan imponente como el hacha de Vladimir Tepes o elegante como el arco de Lukas Sardothien, pero no dejaba de ser una de las armas más poderosas que existía en English Garden o, incluso, en el mundo.

—Tengo preparada una sorpresa para mañana. Estoy segura que te encantará —mencionó la chica jugando con sus cabellos dorados—. Y te vuelvo a dar las gracias por comprar esta armadura para mí. A juzgar por su calidad, incluso es difícil que miembros de alta cuna accedan a piezas como esta.

—Es gracias a la bondad del Rey, Camille. Cualquiera habría hecho lo mismo por su compañero —respondió, intentando sonar lo más humilde posible—. No me gustan mucho las sorpresas, pero supongo que no pasa nada por esperar hasta mañana…

—¿Te parece buena idea si bebemos algo? Pronto no tendremos tiempo para hacerlo, de hecho, ni siquiera podremos disfrutar. La Gran Plaga avanza cada vez más y las bestias no parecen ser las mismas de siempre… Dime, ¿acaso tenemos oportunidad esta vez? ¿No seremos todos transformados…?

Arthur, creyendo que era el momento perfecto para hacerlo, cogió con delicadeza las suaves manos de Camille y la miró con una confianza impropia de él.

—No te preocupes, Camille, mientras estemos juntos prometo que estarás a salvo —aseguró con el semblante serio—. Estoy feliz por haberte conocido, pero creo que tendré que rechazar tu invitación… Mi cuerpo no tolera el alcohol y estoy cansado, así que mejor lo dejamos para otra ocasión, ¿vale?

—Qué curioso, ¿sabes? Los hombres no suelen rechazar una invitación como esta, pero lo entiendo. Nos vemos en la mañana.


CAPÍTULO II


Se despertó por culpa de los pesados pasos que iban y venían fuera de su habitación. Aún medio dormido, estiró los brazos y se miró al espejo, notando que estaba más despeinado de lo habitual. Llevaba encima una camisa blanca y unos pantalones sueltos y bien bordados; el pijama perfecto, sin duda. Abrió el cajón y se sintió confundido, pues juraba que allí había dejado el dinero que el Rey le entregó para los preparativos de la campaña. «No pasa nada, debí haberlo guardado en otro lugar», pensó con optimismo. Pero entonces se dio cuenta de que la armadura que compró el día anterior tampoco estaba y, sucumbiendo poco a poco ante la desesperación, registró por completo su habitación. «¡No puede ser! ¡¿Me han robado?!», se dijo a sí mismo. Entonces, giró con apuro la perilla de la puerta y salió al pasillo, encontrándose con un escuadrón completo de soldados armados.

—¡Me han robado! ¡Un ladrón entró a mi cuarto anoche y…!

Un fuerte golpe en el estómago interrumpió sus alegatos y entre cinco hombres le cogieron para llevarlo a la palacio del Rey.


Incluso Vladimir, quien jamás expresaba algo en su rostro, en esta ocasión miraba con repudio a Arthur, como si hubiera cometido el peor de todos los delitos. Al menos veinte soldados se amontaron en torno al rubio, apuntándole con sus lanzas y mirándole con desprecio. Cerca de Su Majestad, y en los brazos de Lukas, se hallaba Camille llorando como si hubiera fallecido su madre. Arthur sabía que todos le despreciaban por haber sido cobarde, pero nunca había llegado al punto de ser golpeado por los guardias del Rey.

—¡Te entrego mi confianza y así es como respondes, cobarde! —rugió Malaquías tan enojado que parecía que las venas de su cuello iban a explotar.

—Yo… ¿Qué diablos está pasando aquí…? ¡¿Alguien quiere explicarme?!

De no ser porque Malaquías lo detuvo, Lukas habría clavado al menos tres flechas en el pecho de Arthur.

—¡Permítame acabar ahora con este hijo de puta! —solicitó el pelinegro con el ceño fruncido y los ojos vomitando fuego.

—No, aún lo necesitamos —respondió el Rey—. Pareces confundido, bastardo, pero así es como se comportan los de tu clase. Cuéntanos qué fue lo que sucedió, Camille.

—No puedo… ¡Aún es demasiado vergonzoso para mí…! —mencionó y continuó con el llanto, pero luego de que Lukas le tranquilizara pudo volver a hablar—. Anoche, luego de que fuera a dormir, alguien tocó a mi habitación y… era Arthur. Sin pensarlo, me tomó con fuerza de los hombros, me llevó a su habitación y… ¡No puedo seguir!

No podía creer lo que estaba escuchando, todo aquello era mentira y aun así todos la escuchaban a ella. No tenía sentido, podía ser un cobarde, pero estaba lejos de ser un violador. «Esto debe ser una pesadilla. Sí, debe serlo, no puede ser real…», se dijo a sí mismo en un intento de digerir la realidad haciéndola pasar como un mal sueño, pero el llanto de Camille lo trajo de vuelta al juicio que estaba enfrentando.

—¡No! ¡Eso no fue lo que pasó! Yo… ¿Por qué mientes, Camille…?

—Y tienes el descaro de llamarla mentirosa —intervino Rina, blandiendo su espada, muy dispuesta a usarla para arrancarle la cabeza del cuerpo al violador—. Es exactamente lo que haría un criminal.

—¡Si ella no está mintiendo, entonces debe haber pruebas y no las hay!

Un soldado de no más de cuarenta años, Rob era su nombre, interrumpió la acusación mostrando la ropa interior de una mujer.

—¡Su Majestad, esto fue encontrado en la habitación de Arthur Tempest!

—No puede ser… No… Esto no puede ser verdad…

—La violación se castiga con la pena de muerte, pero como eres el único heredero capaz de usar el Proxis Arm de Tempest te mantendremos con vida y decidiremos qué hacer contigo luego de repeler la Gran Plaga, hasta entonces te quedarás en la isla. Sin embargo, todos en Towerbridge sabrán lo que hiciste y nunca nadie abrirá sus puertas para recibirte con los brazos abiertos. ¡Ese será tu castigo! —sentenció el Rey, golpeando con fuerza el suelo con su cetro ornamentado.

Había vuelto a English Garden para cumplir con su deber y demostrarles a todos que no era un cobarde. Huyó una vez, pero no era justo que le condenaran por ello. Había vuelto para recuperar su honor y eliminar la fea mancha que tenía su nombre, pero, como recompensa, fue tratado de la peor manera posible. Confió en Camille, incluso gastó medio millón de berries en su equipo para que no corriera peligro luchando allá fuera y, aun así, fue traicionado. ¿Qué había hecho para merecer tal castigo? Estaba dispuesto incluso a arriesgar su vida para que las cosas volvieran a ser como antes, entonces, ¿por qué era tratado de esa forma? Ya había sufrido lo suficiente viendo morir a su padre sin poder hacer nada para evitarlo; entonces, ¿por qué debía seguir sufriendo mientras que las otras personas seguían recibiendo lo que él nunca recibió?

—No lo haré —murmuró Arthur.

—¿Cómo dices, bastardo? —preguntó el Rey.

—¡Dije que no lo haré! ¡No formaré parte de esta mierda! —vociferó enfurecido, dejándose dominar por la montaña rusa de emociones que sentía en ese momento.

Mátalos —escuchó de pronto una voz ronca y siniestra que provino de su cabeza—, tú puedes matarlos. Solo tienes que desearlo. Acaba con ellos aquí y ahora.

—¡No estás en posición de negociar, mocoso! Harás lo que se te ordene y ya, de lo contrario, te haré pasar por lo mismo que le hiciste a Camille, ¿me oíste?

No, no lo hará. No lo hará porque tú le matarás, Arthur, tú puedes hacerlo

—¡Guardias, quiten a esta basura de mi vista!

Sentía impotencia, no solo porque no tenía la fuerza para deshacerse de los guardias, sino también porque no podía cambiar la situación. No había forma de que pudiera demostrar que era inocente. Camille le traicionó, fue usado como una simple marioneta sin valor alguno. Ahora su armadura de excelente calidad estaba en manos de Lukas, a quien miraba con repulsión. «Todo fue planeado por ellos dos. Y nadie se esfuerza por escucharme», se dijo a sí mismo mientras los guardias se acercaban para darle una paliza. Juró recordar el dolor que sintió en ese momento y lo usaría en su contra. La Gran Plaga pasaría a ser un problema insignificante comparado a la furia de Arthur Tempest. «No habrá guerrero que pueda frenar la tempestad que se avecina», pudo pensar antes de que todo se volviera negro.

Despojado de todas sus pertenencias y sin ninguna moneda para alimentar su estómago, no tuvo más opción que largarse a Mudleaf. Nadie en Marblesquare le tendió una mano, de hecho, fueron incluso más crueles de lo que fueron los guardias. Intentó buscar trabajo en una taberna, pero como respuesta recibió una golpiza por parte de los meseros. La deshonra le seguía a donde quisiera que fuera y la única forma de seguir adelante se encontraba en Mudleaf. Había escuchado que allí la policía no se acercaba, era una zona sin ley a la que poco y nada le importaba la Gran Plaga. Para ellos, todos los días era un verdadero infierno. Debían hacer lo imposible para comer y sobrevivir, las mujeres se veían obligadas a vender sus cuerpos y los hombres se rebajaban a lo que fuese para no morir de hambre. Arthur estuvo una vez en lo más alto de la sociedad, viviendo entre lujos y sirvientas, y ahora… ahora había caído lo más profundo que se podía caer. Sin embargo, en su viaje de tres años aprendió varias cosas y una de ellas era que siempre había opciones. Prometió que sobreviviría y luego se vengaría de la realeza y los tres herederos.

No tardó en encontrar trabajo y pasar a formar parte del cuerpo de guardaespaldas de un esclavista. Cuando el magnate se enteró de que uno de los cuatro herederos trabajaría para él, no pudo evitar soltar una carcajada. Ahora tenía bajo su poder a un arma humana, una capaz de emplear la pistola más poderosa de todos los mares, según las leyendas. El Proxis Arm de Arthur no era un arma blanca ni algo por el estilo, sino una pistola con un único y alargado cañón de treinta centímetros con la capacidad de generar sus propias municiones. Si alguien intentaba pasarse de listo con Edgard von Heil, Tempest solo debía enseñar su arma para que los idiotas calmaran las pasiones. Solo una vez tuvo que emplear su Proxis Arm y fue al día siguiente de conseguir el trabajo. Un hombre, robusto y enorme, intentó abusar de una de las esclavas de Edgard, por lo que Arthur no tuvo más remedio que reventarle el cráneo a base de disparos. En Marblesquare era conocido como Arthur “El Cobarde” o Arthur “El Violador”, pero en Mudleaf no tardó en ser llamado Arthur “El Sanguinario”.

Cada día que pasaba sus deseos de venganza se hacían más fuertes y, con ellos, la voz que provenía desde su cabeza se volvía más y más legible. Al principio no era más que un murmuro, una tenue vocecita que le tentaba a hacer atrocidades. Sin embargo, ahora podía escucharla con nitidez, aunque aún no comprendía el significado de sus palabras ni de dónde provenía exactamente. Creía que se estaba volviendo loco por todo lo que había pasado, pues, ahora que lo pensaba, su historia no había comenzado en el momento en el que decidió huir de English Garden. No tenía un solo recuerdo de su vida antes de los diez años, pero estaba seguro de que tenía algo que ver con la voz que escuchaba y también con Alexander Tempest. Lamentablemente no conocía a ningún dador de recuerdos, de hecho, ni siquiera estaba seguro de que existiera algo como eso.

El tiempo pasaba y, mientras los otros herederos ganaban más y más fama luchando contra las bestias que rondaban los muros, Arthur escalaba poco a poco en el mundo de los renegados. Tardó solo dos semanas en destronar al jefe de los guardaespaldas de Edgard von Heil. El hombre de tan solo metro y cincuenta centímetros, rechoncho como un cerdo y de una calva reluciente como una bola de billar, tenía puesta todas las fichas en Tempest. A él le daba igual lo que la sociedad tuviera que pensar, vio con sus propios ojos que el muchacho no era ningún cobarde y a juzgar por la vehemencia con la que protegía a las esclavas, estaba convencido de que él no había violado a nadie. Edgard se decía de vez en cuando que English Garden cometió un atroz error en rechazar a Arthur y alimentar la oscuridad dentro de su corazón.

Era de noche y Arthur se encontraba en el balcón de un viejo apartamento que alquiló en el centro de Mudleaf. No se parecía en nada a la lujosa mansión en la que había vivido ya hacía una vida, pero no importaba. No podía saborear la comida ni se sentía capaz de reír, mucho menos de disfrutar. Que contara con una cama era más que suficiente para satisfacer sus necesidades. Llevó el cigarrillo que sostenía con su mano enguantada a la boca y, luego de echarle una calada, botó una nube de humo que no tardó en desaparecer. Entonces, miró hacia arriba. La lúnula creciente ya estaba adoptando los colores de la sangre y eso podía significar solo una casa: el Festín Carmesí cada vez estaba más cerca. Pronto, más pronto de lo que cualquier heredero quisiera, las bestias se volverían incluso más temerosas. Llevarían consigo la Gran Plaga y contagiarían a quien tuvieran en frente, creando más y más bestias. Ahora que lo pensaba, era un destino apropiado para las personas que le rechazaron sin siquiera escucharle. Aún no entendía por qué debía arriesgar su vida por quienes le traicionaron, ni siquiera valía la pena. No obstante, su deseo de sobrevivir también era fuerte.

CAPÍTULO III

Finalmente el día había llegado y los herederos se encontraban reunidos frente a Malaquías III, Rey de English Garden. Todos se veían muy confiados y compartían historias y sonrisas con sus compañeros, todos excepto Arthur. A él no le acompañaba nadie, pues ¿acaso querría alguien estar con un cobarde y violador? Pero ya no importaba. Solo acudió a la llamada del idiota que tenía como rey por si tenía algo importante que decir. Afortunadamente, así fue.

—¡Bienvenidos una vez más, herederos! —anunció desde su cómodo asiento—. Según los estudios de los sacerdotes de la Orden Proxiana, hoy comienza una vez más el Festín Carmesí. Las bestias jamás han conseguido pasar estas murallas y hoy no será el día en que lo hagan —sentenció con firmeza y pudo retomar sus palabras luego de ser aplaudido por casi todos los presentes—. La misión de los herederos es contener y repeler la Gran Plaga. Es muy poco probable, pero creemos que el corazón de las bestias se encuentra en el Bosque de Yardhul. Si podemos contraatacar, nos dirigiremos hacia allá.  

Todo eso sonaba muy bien, pero Arthur estaba seguro de que el Rey no movería un solo cabello para ayudar a alguien. Lo único que podían hacer las personas era quedarse en casa, esperando que los herederos y los soldados contuviesen a las bestias. No obstante, ¿qué pasaría con la gente de Mudleaf? Sus hogares eran frágiles y muchas veces ni siquiera tenían puerta, la guardia tampoco visitaba ese apartado lugar y solo unos pocos contaban con armas para defenderse. En Lambhill todos estarían muy bien, era bastante obvio; en Marblesquare solo habría un par de bajas, pero poco más. Sin embargo, cuando el Festín Carmesí terminara habría un mar de cadáveres a medio devorar repartidos en las sucias calles de Mudleaf. Arthur estaba muy seguro de que Su Majestad no había pensado en ningún plan para ayudar a los renegados.

El discurso del Rey no duró mucho más de una hora, la cual pareció ser eterna. Arthur contuvo en todo momento las ganas de sacar su Proxis Arm y reventarle el cráneo. Lo mismo con la perra de Camille que le dirigía de vez en cuando una maliciosa mirada. «Mátalos a todos, tú puedes hacerlo. Solo debes desearlo», escuchó en medio de la reunión. La voz era molesta y muchas veces sentía que terminaría haciéndole caso, pero arremeter contra el Rey así sin más era una verdadera estupidez. Antes de que hubiera sacado su arma, tendría cuatro flechas en el pecho y una gigantesca hacha a medio camino de su cuello. Una cosa muy distinta es que respetaran la tradición y le necesitaran, y otra muy diferente era atentar contra la vida de Su Majestad.

Apenas terminó la reunión Arthur buscó la salida, pero antes fue detenido por el muchacho de cabellos negros y grandes ojos verdes. A su lado se encontraba Camille.

—La última vez no te oí disculparte por lo que le hiciste, Arthur —mencionó el arquero con el ceño fruncido—. Hazlo ahora antes de que sea demasiado tarde. Todos sabemos que no pasarás esta noche.

Tempest prefirió guardar silencio y continuar caminando hacia la salida, pero una mano poco amistosa le cogió del hombre. Al voltearse, le propinó un puñetazo tan fuerte a Lukas que cayó de espaldas y enseguida sus compañeros desenfundaron las armas. La nariz le sangraba y sus ojos no acababan de creer lo que había pasado. ¿El cobarde de Arthur se había atrevido a golpearle?

—¡Antes de que siquiera consigan alcanzarme habré matado a diez de ustedes! —rugió el rubio como una bestia acorralada, empuñando el Proxis Arm en su mano derecha—. No tientes al destino, Lukas, de lo contrario serás tú quien muera.

Se marchó furioso del castillo con cientos de pensamientos pasando por su cabeza a toda velocidad. Mientras ellos compartían buenos momentos en torno a una fogata y se deshacían de unas pocas bestias, Arthur pasaba hambre y frío. Debía lidiar con los putos abusadores y no era fácil asesinar a un hombre, pero luego de la primera vez las siguientes no se hacían tan difíciles. Mientras el resto de los herederos ganaba fama y riquezas, Arthur vivía la vida real. ¿Los lujos? ¿Las mansiones? ¿Los grotescos banquetes? ¡Todo ello era falso! Tempest no era ningún justiciero y estaba lejos de serlo, pero ¿a cuántos hombres y mujeres de Mudleaf hubiera podido alimentar Su Majestad con todo el dinero que gastaba en sus fiestas? ¿Cuántos niños se habrían salvado de la muerte por inanición? Hace tres años huir fue de este reino corrompido hasta las raíces fue lo mejor que pudo haber hecho. Y volver no fue más que el más grande de sus errores.

El cielo se cerró y la lluvia no tardó en caer sobre Towerbridge. Arthur solo llevaba la capa negra medio rasgada que siempre tenía consigo y el sombrero negro de ala ancha. Ambos fueron más que suficientes para sentir que la lluvia no le molestaba en lo absoluto. Y antes de que todo se tornara oscuro, antes de que la sangre cubriera las murallas de la ciudad, decidió hacer una parada más: el cementerio. Habían pasado tantas cosas que no tuvo tiempo para visitar la tumba de su padre. Deseaba que estuviera vivo…, si él estuviera en el reino, las cosas serían muy diferentes. Alexander Tempest era lo único que valía la pena en esa corrompida ciudad, era el único capaz de hacerle frente a la turbia voluntad del Rey y sus injustos deseos. Verlo morir fue el detonante para que Arthur decidiera dejar la ciudad, verlo ser rasgado por unas gigantescas garras fue suficiente para que el rubio no quisiera formar parte de la estupidez de ser heredero.

Por alguna razón, la tumba de su padre no tenía ninguna flor; ni siquiera un regalo. ¿Por qué no le sorprendía que todos hubieran olvidado lo que había hecho? ¿Así era cómo le agradecía la gente de English Garden por todos sus sacrificios? ¿Esa era la fama a la que los herederos estaban destinados? A Arthur le hubiera gustado comprar flores y adornar un poco la tumba de Alexander, pero no llevaba mucho dinero consigo y tenía que apagar el alquiler del apartamento. Además, tampoco había vendedores; seguramente la lluvia les espantó.

—Muchas cosas han pasado, ¿sabes? Ya no es el mismo English Garden por el que luchaste toda tu vida, padre —le dijo con los ojos clavados en la inscripción que había en la tumba: Una hirundo non facit ver. Lamentablemente, no tenía idea de lo que significaba—. Y hoy se repite una vez más la misma historia de siempre. Hombres luchando con bestias; hombres luchando con la muerte…

Una golondrina no hace el verano. —Escuchó de pronto y enseguida se volteó hacia el origen de la voz. Se trataba de un anciano encorvado de largas barbas grises apoyado sobre una pala más vieja que él mismo—. Eso es lo que significa la inscripción, jovencito.

—¿Sabes leer este idioma?

—Qué va, solo soy el cuidador del cementerio. El hombre que está enterrado aquí solía decirlo —respondió.

—Espera, ¿conociste a mi padre?

El viejo soltó una sonrisita medio turbia.

—Sí, tuve el placer de conocer a Alexander… Dime, muchacho, ¿cómo te llamas?

—¿En qué mundo vives para no saber quién soy? —respondió sorprendido. A estas alturas del juego había un retrato suyo en todas las calles de Towerbridge: “Arthur Tempest, heredero acusado de violación”—. Soy Arthur. Arthur Tempest.

—Ya veo, ya veo… Si logras sobrevivir al Festín Carmesí, ven a verme. Hasta entonces, muchacho.


La noche no tardó en llegar y en el cielo nocturno había una gigantesca luna llena del color de la sangre. Incluso detrás de las murallas podía escucharse el rugido y el llanto de las bestias que merodeaban la zona. No debían ser más que alimañas transformadas en criaturas sin piedad y hambrientas de carne humana, sin embargo, debían ser exterminadas de igual manera. Según los sacerdotes de la Orden Proxiana, había dos medios de contagio: la mordedura de una criatura infectada o consumir la sangre de una bestia. Como no había cura alguna para la enfermedad, ser mordido significaba la muerte. Por alguna razón que se desconocía, cada vez que la luna se tornaba roja y se volvía mucho más grande de lo de costumbre, las bestias se volvían más fuertes y mucho más violentas.

El ejército del reino, constituido por más de dos mil hombres, estaba dividido en diferentes zonas. La gran parte estaba reunida en la muralla, mientras que grandes escuadrones se paseaban por Lambhill y Marblesquare. Como a nadie le importaba Mudleaf, ningún soldado acudió al distrito. Que se mueran, decían unos, así tenemos una preocupación menos. Por otra parte, los cuatro herederos se encontraban en lo alto del muro, observando la planicie y más allá el bosque. Por suerte la luna iluminaba lo suficiente como para que supieran más o menos lo que había allí abajo.

—Tengo un mal presentimiento —dijo entonces Arthur con el ceño fruncido. Una fuerte brisa sacudió con violencia la capa rasgada que le protegía del frío. Acomodó su sombrero de ala ancha y luego reajustó el chaleco gris que llevaba encima. Sus ojos dorados buscaban algo que le indicase que todo marchaba mal.

—Sí, eso se llama cobardía —respondió Lukas. El chico llevaba encima una magnífica armadura plateada con el emblema de su casa, una enorme serpiente verde, la misma que a Arthur le fue robada—. Es sorprendente que sigas aquí. Todos creímos que nada más comenzara el Festín Carmesí tomarías un barco y te irías lejos, muy lejos. Bueno, eso habría sido lo mejor.

—No hables por todos —aclaró Rina, sosteniendo su bella espada de acero negro. No necesitaba una armadura ostentosa como la de su compañero, sino que se conformaba con una ligera placa de metal y el emblema de su familia puesto en ella, un león dorado. Se acomodó unos mechones de cabello plateado que le incomodaban la vista y luego continuó hablando—. Tú eras el único que querías que Arthur se marchara. Este último tiempo no he podido evitar preguntarme si de verdad te violó, Camille.

—¿Qué dices, Rina…? ¿Cómo puedes no creerme? Tú, como mujer, deberías sentir más empatía —respondió la rubia con el ceño fruncido y los ojos echando fuego.

—No tiene sentido lo que dices, Rina —comentó Vladimir, blandiendo su enorme hacha dorada con la misma facilidad que un niño sostiene una piruleta. Una armadura roja y con un diseño macabro protegía su cuerpo, mientras el dragón dorado refulgía como el emblema de la familia Tepes—. Desearía que no lo hubiera hecho, pero las pruebas lo comprueban.

—Me da igual lo que piensen. Lo que sea que hayan tramado ustedes dos, funcionó muy bien —mencionó Arthur con los ojos aún clavados en el horizonte—. Si no hubieras mentido, Camille, ahora no estaría aquí. No creas que estoy agradecido, si por mí fuera mearía sobre tu tumba —aclaró inmediatamente—. Solo me permitiste ver lo mierda que es esta ciudad y su gente.

No hubo tiempo para respuestas pues una sacudida acaparó toda la atención. Entre los árboles del bosque aparecía poco a poco una inmensa criatura completamente teñida de blanco. Llevaba un garrote encima, uno gigante de varios metros de envergadura. A medida que se acercaba sus horrorosos rasgos iban mostrándose. Tenía un rostro impávido como la muerte y unas cuencas negras y vacías ocupaban sus ojos. De su cuello colgaba una ruidosa campana, mientras una capa blanca, rasgada y sucia, seguía sus lentos movimientos. Y a juzgar por los rostros de los herederos y los soldados presentes, nunca antes había aparecido algo de ese tamaño. No era necesario ser demasiado listo para darse cuenta de que si esa cosa llegaba a la muralla, no habría puerta que resistiera a sus golpes. Entonces, como si no hubiera un mañana, el ejército trasladó una serie de cañones que apuntaron hacia la bestia.

—¡Fuego!

Unas tantas balas impactaron en el cuerpo de la bestia; otras, fallaron. Debieron usarse al menos veinte municiones para que la criatura finalmente dejara de avanzar, quedando a unos treinta metros de la muralla. Los soldados se sintieron aliviados y celebraron soltando un grito al unísono, pero todo motivo de celebración culminó cuando del bosque apareció un grupo de cinco de esas cosas. Gigantes de la Muerte, fueron llamadas. Usaron todos los cañones disponibles, pero fue imposible deshacerse de todas ellas antes de que al menos una llegara al portón principal. Entonces, como si supiera muy bien lo que estaba haciendo, dio un poderoso golpe con el garrote que llevaba encima. El primero no bastó para echar abajo la puerta, pero era cuestión de tiempo para que esa cosa destruyera lo que mantenía a raya a las bestias. En cualquier caso, los daños ya eran demasiado serios como para no mandar a todo un pelotón a proteger la puerta.

—¡Debemos hacer algo! —dijo Lukas mientras analizaba la situación.

Arthur no esperaba contar con aliados para la batalla, estaba seguro de que a la primera oportunidad cualquiera de los que no podía llamar compañeros le dejarían morir, y nuevamente volvía la misma pregunta a su cabeza: ¿Por qué debía arriesgar su vida para ayudar a los demás? Un nuevo golpe le avispó, decidiendo que no era momento para cuestionarse las cosas. Si esa cosa conseguía romper el portón, todo se pondría muy feo. En un acto de valentía que ninguno de los herederos se esperó, cogió una cuerda y la aseguró en torno a una punta de la muralla. Entonces, y con el arma empuñada, se lanzó hacia el vacío. «Esto es una estupidez», pensó mientras caía. Para haber sido un cálculo muy precipitado, la cuerda amortiguó efectivamente la caída y, una vez estuvo en tierra firme, apuntó al cráneo de la bestia. De cerca era incluso más grande, llegando a medir por lo menos seis metros. «Presa grande, blanco fácil», se dijo en sus pensamientos justo antes de presionar el gatillo. El poder del Proxis Arm de Tempest no se comparaba con la potencia de un cañón, puesto que hacerlo sería una ofensa para el arma heredada. Nada más la bala atravesó la cabeza de la criatura, esta se desplomó pesadamente.

La puerta había sido asegurada por Arthur Tempest, pero ahora era difícil volver a estar en la cima de la muralla y, según lo que sus ojos veían, las bestias se acercaban poco a poco hacia su posición. Sin esperar a que alguien le ayudara, comenzó a escalar usando la misma cuerda. Solo esperaba que soportara el peso; no era ningún experto haciendo nudos y como no tuvo mucho tiempo para pensar bien las cosas, su vida estaba echada a la suerte. Faltaban solo unos pocos metros para que llegara a la cima del muro cuando escuchó el crujido de la cuerda, ese típico sonido que hace una justo antes de romperse. Su rostro se tornó pálido y aceleró el paso, imaginando que la muerte estaba cada vez más cerca. Impaciente y con el corazón latiendo a mil por hora acortó rápidamente la distancia, tan solo faltando un metro para llegar al muro. Fue en el momento en el que pensó que había tiempo, en el que la esperanza aún existía, que la soga no resistió un segundo más y se cortó. Entonces, lo primero que vieron sus ojos fue el níveo rostro de Rina, haciendo un enorme esfuerzo al sostener con sus dos manos el pesado cuerpo de Arthur. La ayuda no tardó en llegar y al final el rubio consiguió subir la muralla.

—¡¿Por qué ninguno de ustedes movió un solo dedo para ayudarle?! —rugió la peliblanca luego de recuperar el aliento, rompiendo su estampa fría y tranquila—. No, dejémoselo a la menuda espadachina que apenas tiene fuerza. ¿Iban a dejarle morir?

—¿No ves que solo quiere robarnos la fama? Va por ahí, saltando al vacío y enfrentando al monstruo. Cualquiera puede hacer eso —respondió Lukas con el ceño fruncido, enfrentando la furia de su compañera—. Tendrás que hacerlo mucho mejor para que dejemos de pensar que eres un cobarde.

—Tampoco es que haya hecho gran cosa —aportó Vladimir casi con desprecio—, ¿por qué te esfuerzas en defenderlo, Rina? ¿Acaso ya olvidaste lo les hace a quienes confían en él?

Ante las absurdas palabras de los herederos, Arthur no pudo evitar soltar una risita maliciosa. ¿Por qué no le sorprendía que a Lukas le importara más la fama que una vida? Era hora de que comenzara a vivir en el mundo real; lo que estaban presenciando no era ningún juego. Gente moriría si los soldados y los herederos no contenían a las bestias del Festín Carmesí.

—Estoy empezando a preguntarme quiénes son las verdaderas bestias —mencionó Arthur sin deseo de responder a los desprecios de sus compañeros—. Cuídate, Rina, te debo una —agradeció antes de bajar las escaleras de la muralla. Estar con Sardothien y Tepes le producía asco, y si no se marchaba terminaría haciéndole caso a la voz que le repetía una y otra vez que les matara a ambos.

CAPÍTULO IV

El Festín Carmesí no hizo más que una introducción a los horrores que presentaría aquella noche. Los Gigantes de la Muerte solo fueron una advertencia, un mero presagio de lo inevitable. La puerta fue lo suficientemente dañada como para que los hombres tardaran en repararla y las bestias de menor tamaño terminaran el trabajo de sus compañeros caídos. El bosque arrojó medio millar de criaturas horripilantes, bestias hambrientas de carne humana. A algunas les faltaban brazos, y a otras piernas; había tuertas y también otras que se arrastraban porque no tenían el tren inferior. Más parecían muertos que vivos, pero era lo que significaba el Festín Carmesí. Sin embargo, había otras criaturas que conservaban un aspecto mucho más decente, pero en definitiva no eran más que bestias. Sus caras estaban casi cubiertas de pelo y eran mucho más altas que un humano promedio, alcanzando sin problema los dos metros y veinte centímetros. Vestían los harapos que usaban los aldeanos y en sus manos llevaban diferentes armas, como si estuvieran medio conscientes.

Los soldados corrían de un lugar a otro transportando balas de cañón y dando mensajes de allá para acá. No importaba qué tantas bestias cayeran; por cada una que sacaban del juego, dos más aparecían. Por si no tuvieran ya demasiados problemas tratando de reparar el portón, apareció un escuadrón de diez Gigantes de la Muerte. No era de extrañar que la moral de los hombres decayera pues si apenas pudieron con cinco, ¿cómo habrían de derrotar a diez? Al cabo de poco menos de una hora, la puerta que mantenía fuera a las bestias terminó cayendo. Al menos los enormes monstruos de más de seis metros de alto no podían entrar, pero sí lo hicieron las criaturas menores. Eran veloces y salvajes, muy fuertes y ágiles. Se necesitaban tres hombres para abatir a una sola, pero el verdadero problema inició una vez la infección comenzó a propagarse en los soldados.

Un disparo destruyó el pecho de un cadáver viviente, y otro el cráneo de una bestia peluda. «Con estos herederos, sabía que tarde o temprano las bestias terminarían entrando», se dijo al mismo tiempo que atravesaba la avenida principal de Marblesquare. Veía con sus propios ojos a la muerte entrar a Towerbridge. Afortunadamente, por muy organizadas que estuvieran las bestias no tenían idea de cómo entrar a una casa sin usar la fuerza bruta. La gente de English Garden no era estúpida y había asegurado sus hogares con tablas de madera y algunos fierros. Eso les daba tiempo para prepararse por si lo peor se avecinaba. Sin embargo, todos sabían que solo era cuestión de tiempo para que los monstruos comenzaran a reproducirse más y más.

«La respuesta para acabar con la Gran Plaga no se encuentra dentro de estos muros. No, debe estar allá fuera. Esto jamás fue un juego de supervivencia, no tiene sentido sobrevivir y ya», pensó mientras le disparaba a una bestia. Fue en ese momento en el que una criatura de grandes dimensiones apareció. Era una auténtica mole de carne que llevaba un garrote encima. Debía tener al menos tres metros de altura y, por suerte, no era demasiado veloz. La primera embestida fue esquivada con facilidad y recibió un par de balazos como respuesta. Las balas atravesaron su muslo, pero ello no cuartó mucho su movilidad. La bestia nuevamente embistió, pero tampoco consiguió concretar el golpe. Y como si se percatara de que no servía de nada abalanzarse y ya, dejó caer el garrote y cogió un enorme escombro que lanzó sobre Arthur. Apenas alcanzó a reaccionar y echarse para atrás, pero no vio venir el puñetazo de la mole que lo mandó a volar varios metros. Dolía mucho, era como si un boxeador profesional hubiera usado toda su fuerza en un único golpe. Por suerte consiguió interponer sus brazos entre el ataque y su cuerpo, bloqueando parte del daño.

Sus piernas no le reaccionaban y la bestia avanzaba poco a poco a su posición, y si no hacía nada, pasaría a ser la cena de esa cosa. «¿Acaso no es hora de que me dejes salir?», escuchó dentro de su cabeza. «Me has ignorado un buen tiempo, pero si lo sigues haciendo… morirás», dijo la voz que siempre escuchaba. No era un buen momento para que la esquizofrenia hiciera una nueva aparición, sin embargo, en ese momento sintió que no se trataba de un juego mental, sino de algo mucho más lúcido. ¿Aunque no son esos los efectos de los trastornos mentales? Poco y nada tenía que arriesgar. Su arma estaba a varios metros de él y sus piernas aún no reaccionaban. Si algo vivía dentro suyo, una especie de poder oculto que solo tenían los protagonistas de las historias de ciencia de ficción, muy bien. Liberaría lo que fuera que estuviera dentro de él, confiaría en una mera ilusión para alejarse momentáneamente del inevitable final. Entonces, cerró los ojos y dejó que la muerte terminara el trabajo que debió haber terminado hace tres años.

La sangre comenzó a hervirle y el cuerpo le dolía, lo que le resultó extraño puesto que jamás imaginó que eso era lo que sentiría al ser comido. Sentía que su cuerpo ardía de un modo muy literal, como si estuviera siendo consumidos por dentro. No pudo evitar gritar del dolor y, cuando abrió sus ojos, se llevó una aterradora sorpresa: todo a menos de cinco metros de él había sido reducido a cenizas. ¿Qué diablos había pasado? Se sentía mucho más fuerte que antes y también más ligero, como si hubiera perdido al menos treinta kilos. Miró su reflejo en una poza de agua y la sorpresa fue aún más aterradora. De su cabeza habían surgido dos grandes cuernos retorcidos de color negro y parecía que estuvieran cubiertos de finas escamas. Su cabello rubio debió crecer por lo menos treinta centímetros, llegándole a la cintura, y lo más impresionante de todo: dos enormes alas aparecieron de su espalda. Parecían las de un murciélago y debían medir al menos cuatro metros de punta a punta. Sus brazos y piernas fueron cubiertos por duras y resistentes escamas, similares a las de un dragón, y en vez de uñas ahora tenía afiladas garras de cinco centímetros de largo.

Como si supiera qué hacer, como si no fuera más que un sueño en el que él era el más fuerte de todos, alzó la mano hacia delante y un torrente ígneo de color azul carbonizó a la mole de carne. Arthur, por supuesto, no sabía qué diablos estaba pasando con su cuerpo. Pronto, un agudo y fuerte dolor de cabeza le echó al suelo. Unas aterradoras imágenes comenzaron a pasar por su mente como una película. En ellas veía fuego, muchísimo fuego. Y también un hombre ser decapitado por un sujeto enmascarado. Como si hubiera pasado mucho tiempo en tan solo un segundo, su mente le proyectó la imagen de una mujer que le resultaba extrañamente conocida ser violada por dos hombres. De pronto, un profundo sentimiento de tristeza inundó su cuerpo. No sabía si las imágenes eran reales o no, pero el sentimiento sí lo era. ¿Acaso eran sus recuerdos…? ¿Eso fue lo que vivió antes de perder la memoria? Ahora mismo no era el momento para hacerse preguntas pues estaba en medio de una infernal batalla. Y entonces, su cuerpo volvió a la normalidad.

Te dije que debiste haberlos matado a todos —susurró la voz.
Kurosawa Kira
Kurosawa Kira
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Diario pre-ficha Empty Re: Diario pre-ficha {Mar 22 Ene 2019 - 6:05}

CAPÍTULO V

La batalla no tardó en expandirse por cada rincón de la ciudad, habiendo llegado incluso a las afueras del castillo real. Los soldados hacían lo humanamente posible conteniendo a las criaturas en la entrada de la ciudad, pero era imposible matarlas a todas. Por cada diez que intentaban entrar, al menos dos se escabullían en la ciudad e infectaban a cuantos podían. Los infectados solo tenían tres días antes de convertirse en bestias, pero la desesperación se encargaba de ellos primero. Todos sabían que no había cura por lo que había un único posible destino: la muerte. Sin embargo, también sabían que las vidas de sus familias dependían de ellos y, si se rendían ahora, sus hijos y esposas correrían la misma suerte. Una vez infectados lo habían perdido todo, y los hombres que no tenían nada que perder eran los más peligrosos.

Arthur se dio cuenta de que luchar por luchar no les conduciría a ningún lado, de alguna u otra forma debía haber algo que mantuviera coordinadas a las bestias. Los herederos sabían que nunca antes los monstruos habían hecho una operación organizada. Además, según los informes de los guardias reales, parecía que tomaban los sitios más importantes de Towerbridge. Fuera como fuera, había algo que les ordenaba qué hacer a las bestias y el trabajo de los herederos era acabar con esa cosa. Con aquella idea en mente, e ignorando el hecho de que se había convertido en algo mucho peor que una bestia, corrió hacia la muralla para reunirse con sus compañeros esperando que aún estuvieran allí.

Una especie de lobo gigante, como del tamaño de un toro, había arrinconado a una Rina bañada en sangre. «No solo gigantes y moles de carne, sino también lobos… Definitivamente esta enfermedad evolucionó para peor», se dijo a sí mismo mientras preparaba su Proxis Arm. Se apresuró en disparar, pensando en que bastaría una bala para llamar la atención de la criatura y ayudar a Rina. El lobo se volteó hacia Arthur y, luego de soltar un aterrador rugido, se abalanzó hacia él. Pero enseguida dos balas le destrozaron los ojos y el cráneo, cayendo sin vida a un ensangrentado suelo.  

—Arthur…, pensé que… estabas muerto… —dijo la peliblanca intentando recuperar el aliento—. Esa cosa mató a quince de los nuestros…

—No tengo pensado morir esta noche, Rina —respondió con el ceño fruncido y fijándose en el extraño cadáver. ¿Desde cuándo las bestias eran más que un montón de muertos vivientes? Algo andaba mal, muy mal—. ¿Dónde están los demás? Necesito decirles algo.

—Yo misma vi a un Gigante de la Muerte aplastar con su mazo a Vladimir; dudo que haya alguien capaz de sobrevivir a eso —dijo sin alterarse, parecía que la muerte de Tepes no le traía cuidado—. Y de Lukas no sé nada, el idiota dijo que luchar en la ciudad no solucionaría nada y marchó al bosque.

—Al parecer fue el único que escuchó al Rey. Creemos que el corazón de las bestias se encuentra en el Bosque de Yardhul, dijo, ¿recuerdas? Como el ejército debe mantener a salvo a las personas, solo los herederos podemos darnos el lujo de aventurarnos al bosque y solucionar este desastre —mencionó el rubio con los ojos clavados en el horizonte—. No espero que me acompañes, pero ya sabes lo que debes hacer para detener el Festín Carmesí.

—Vamos, no hay tiempo que perder.

El camino al bosque no fue para nada sencillo, no solo tuvieron que evitar a los Gigantes de la Muerte que aún rondaban la muralla, sino que debieron deshacerse de los lobos que les impedían avanzar mucho más y también de los muertos vivientes, los primeros contagiados. Los movimientos de Rina eran sencillamente fascinantes, hizo del campo de batalla su propia pista de baile, una en la que por cada paso que daba un enemigo caía decapitado. Arthur tampoco quiso quedarse atrás y, haciendo uso de su excelente puntería, eliminó rápidamente a un montón de bestias. Algún día dejarían de llamarle Arthur “El Cobarde” y pasaría a ser conocido como Arthur “Tiro al blanco”.

Una vez en el Bosque de Yardhul las cosas se complicaron muchísimo más pues la presencia de criaturas había aumentado sustancialmente. Tuvieron que improvisar antorchas para no perderse en la oscuridad del bosque y continuar avanzando. Caminaron durante casi treinta minutos; llegaron a una zona en la que no había árboles y la luz de la luna iluminaba perfectamente. «¿Sientes la sed de sangre, Arthur? ¿La sientes?», escuchó la misma voz de siempre, la que le permitió salir con vida de su encuentro con la mole de carne. Y respondiendo a la pregunta de esta, claro que la sentía. Era un sentimiento… paralizante. Se sentía como si el cuerpo pidiese a gritos salir de allí, como si de alguna forma supiese que estaba en peligro. Sin embargo, no era momento de retroceder y, además, tampoco podían hacerlo.

Una bestia de proporciones titánicas se abrió paso entre los árboles, derribándolos como si no fuesen más que palitroques. Un rugido ensordecedor terminó de evidenciar el miedo que sentía su cuerpo. Debía tener al menos cuatro metros de alto, se le notaban las costillas y solo su brazo derecho, mucho más grande comparado al izquierdo, tenía pelo. Unas enormes astas, como las de un alce, le daban un aspecto mucho más intimidante y, sumado a su rostro cadavérico, hacía de la bestia un verdadero horror. Sin previo aviso, flectó las rodillas y saltó hacia la pareja que osaba caminar libremente por sus dominios. Arthur consiguió esquivar por pocos centímetros el peligroso ataque enemigo, quedando a medio metro de sus gigantescas zarpas. Sabiendo que huir no era una opción, puesto que serían alcanzados de todas formas, decidió luchar y disparó tres veces consecutivas. Las balas, aunque causaron daño, no fueron lo suficiente como para hacer que la bestia siquiera considerase luchar otro día.

—Esto no pinta nada bien, Rina —comentó el rubio con el ceño fruncido y pensando qué diablos podía hacer para salir con vida. No veía ningún punto débil en el monstruo que tenía frente a sus ojos y este, a pesar de su considerable tamaño, era muy ágil y veloz.

—Si logras un disparo directo a su cabeza, ¿crees que sea suficiente? Digo, ¿tu Proxis Arm tiene el suficiente poder como para hacerlo?

Lamentablemente el único poder del Proxis Arm de Arthur era, por así decirlo, contar con munición infinita. Sí, sus disparos eran más potentes que una bala de cañón, pero no así su poder destructivo. Toda la potencia estaba concentrada únicamente en una bala y la única forma de que fuera lo suficientemente efectiva como para destrozar a esa cosa, era un disparo cuerpo a cuerpo. Una vez explicado, Rina soltó una sonrisa impropia de ella.

—Te enseñaré el verdadero poder de Flamma, el Proxis Arm de la familia Lionheart —dijo la peliblanca y enseguida unas llamas cubrieron la ennegrecida hoja de la espada.

Rina corrió directamente hacia la criatura y esquivó sin ninguna dificultad el zarpazo de esta, como si lo hubiese visto venir. Pasó corriendo por su lado derecho, realizando un profundo y doloroso corte en su pierna, y luego la flanqueó por el otro lado.

—¡Si lo que necesitas es estar cuerpo a cuerpo, te daré la oportunidad!

Ya estando del lado derecho, realizó el mismo corte, pero esta vez la bestia contraatacó mandando a volar a la peliblanca. El golpe fue duro, pero no lo suficiente para hacerla caer. Arthur no podía estar solo viendo cómo maltrataban a su compañera, por lo que se apresuró en descargar una furiosa lluvia de disparos. Tal vez las balas no hacían tanto daño como los cortes de la espada llameante de Rina, pero impedían que la bestia se moviera con naturalidad y, además, la confundían. Disparar estático desde un solo lugar era una pésima idea, así que Arthur, a medida que disparaba, también rodeaba desde diferentes flancos a la criatura. La estrategia estaba funcionando a la perfección, pero las cosas se complicaron de verdad cuando la bestia, acorralada y en riesgo su vida, soltó un ensordecedor rugido que paralizó los movimientos de los herederos. Aturdidos un segundo, fueron incapaces de esquivar la destructiva arremetida. Rina chocó con un árbol, perdiendo el conocimiento, y Arthur fue a parar varios metros más allá, sintiendo un profundo dolor que recorría cada centímetro de su cuerpo.

Las garras de la bestia estaban a punto de perforar el estómago de Rina cuando, de pronto, una lluvia de flechas dio a parar justo en su cabeza. La gigantesca criatura tuvo que retirarse para cubrirse de la ráfaga de proyectiles.

—¡Ahora, Camille!

La chica, cargando un cañón como si realmente no pesara mucho más que un espadón, jaló el gatillo y una grande y roja bala esférica impactó en la bestia, liberando una fuerte explosión de fuego.

—¡Bien, ya está! ¡Hemos vencido a la Gran Bestia, Camille! —celebró Lukas con una enorme sonrisa en el rostro y alzando su arma hacia el cielo.

—¿Uh? ¿Si acaso no es Arthur “El Cobarde”? ¡Vaya, Lukas, salvaste a este imbécil! —mencionó la chica de cabellos dorados con una sonrisa burlesca en el rostro.

—¡¿Eh?! ¿En serio lo hice? Pero también ayudé a Rina… Maldición, ¿qué hacen estos dos juntos? —preguntó completamente sorprendiendo, asumiendo que todos detestaban a Arthur de la misma forma que él.

El rubio pudo conseguir ponerse de pie, mas no gritarle a ese par de idiotas que la bestia no había sido derrotada. Sí, salvaron a Rina de ser asesinada por esa cosa, pero no hicieron más que enfurecerla. La criatura, con la gran parte del cuerpo quemada, soltó un rugido aún más poderoso que el anterior y saltó hacia Lukas y Camille. Al quedar aturdidos, no pudieron moverse y el único destino que les aguardaba era ser aplastados por el monstruoso ser. Sabiendo que luego se arrepentiría de haberles ayudado, Arthur corrió lo más rápido que pudo y logró empujar a ambos justo a tiempo. Sin embargo, alguien debía quedar entre las zarpas de la bestia. Tal vez si hubiera ayudado solo a Lukas habría tenido tiempo para echarse a un lado, pero al salvar también a Camille…

Unas enormes alas de murciélago se interpusieron entre las garras de la criatura y el cuerpo de Arthur, pero ello no impidió que un dolor infernal recorriera su cuerpo. En ese momento, apareció Rina corriendo directamente hacia los tobillos de la bestia y, luego de cortarlos con una furia descontrolada, esta cayó pesadamente levantando una nube de tierra y polvo. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Arthur se incorporó y depositó la punta del cañón de su arma justo en la cabeza cadavérica del monstruo. Verla directamente a los ojos le hizo comprender una cosa: ella no era ese algo que estaba buscando. Entonces, disparó.


CAPÍTULO VI

—No creas que deba agradecerte, Arthur, pude haberme salvado por mi cuenta —dijo Lukas luego de tratar las heridas de Rina.

—No quiero nada que venga de ti, bastardo —le respondió con desprecio—. Teníamos un plan y lo arruinaste. Como sea, es tiempo de moverse —ordenó como si de pronto fuera el líder. Afortunadamente, el golpe que recibió no fue muy fuerte y las alas que emergieron por mero instinto detuvieron en mayor medida las zarpas de esa cosa. Aún tenía fuerzas para seguir luchando, pero si aparecía otra bestia como esa…

Luego de una acalorada discusión, pues ni a Lukas ni a Camille les parecía que fuera el rubio quien dirigiera la misión, retomaron el camino. El número de bestias no disminuyó, pero por suerte ninguna de ellas era tan abismalmente fuerte como la anterior. Aunque Arthur no quisiera admitirlo, la incorporación al grupo de esos dos aligeró los combates y se volvieron mucho más fáciles. El único propósito que tenía Tempest era sobrevivir y si eso significaba contar con el apoyo de Sardothien, lo aceptaría… por el momento. No había olvidado lo que ese imbécil y la perra de Camille le hicieron, pero no era el tiempo de tenerlo presente. Y, tras haber luchado y avanzado por casi dos horas, cuando faltaba muy poco para el amanecer, llegaron a un pueblo completamente destruido.

Había solo unas pocas casas de madera en pie y la mayoría de las otras había sido arrasada por las bestias. Un montón de cadáveres a medio comer hizo que Camille vomitara, además, sumado al nauseabundo olor, era un panorama completamente asqueroso. Criaturas similares a un hombre, pero desprovistas de razonamiento, se abalanzaron hacia el grupo de expedición. Acabar con ellas no fue mucho más difícil de lo ya acostumbrado, pero no fue eso lo que preocupó a Arthur, sino la presencia de una… cosa varada en el centro del pueblo. Tenía el aspecto de una mujer, salvo por las seis enormes alas de mariposa de color rosa y el aguijón que salía de su trasero. Una máscara blanca con simbología tribal le ocultaba el rostro. Tal vez sus compañeros, al no contar con una esquizofrénica voz en sus interiores, no se habían percatado de la grotesca sed de sangre de esa criatura, pero Arthur sí.

—Ella es —mencionó, refiriéndose al corazón de las bestias, a aquello que las comandaba.

Rina inmediatamente empuñó con fuerza su arma, Lukas preparó un disparo de flecha doble y Camille sostuvo con fuerza el pesado cañón que tenía. La bestia, sintiendo el peligro como si fuese un sexto sentido, voló rápidamente y no tardó más de dos segundos en llegar hasta donde estaba Camille, golpeándole con una fuerza abrumadora. El puñetazo impactó de lleno en el hombro, rompiéndoselo sin esfuerzo aparente. Luego, le enterró el aguijón en el muslo causándole un agudo dolor. Para ayudar a su compañera, Lukas disparó ambas flechas, pero ninguna de ellas consiguió penetrar la dura piel de la criatura. Rina contraatacó enseguida, realizando un corte descendente y vertical que, si bien rasgó la piel de la mujer mariposa, no ocasionó mucho más daño de lo que causa un cuchillo sin filo. Arthur aprovechó el momento y jaló solo una vez del gatillo; la bala, incluso a esa corta distancia, fue parada por la mano de la bestia. En tan solo un instante, los tres herederos y sus Proxis Arm fueron detenidos sin ninguna dificultad.

Si el pelinegro no hubiera contado con la armadura, el aguijón le habría atravesado el corazón, pero solo ocasionó una pequeña hendidura en ella. La criatura se percató de ello y cambió de objetivo, buscando la garganta de Rina con sus finas garras, pero la espada negra como la obsidiana se interpuso. Por otra parte, a Arthur no le importaba dejar en el suelo a Camille, sufriendo y llorando, pero la necesitaban para el combate más difícil que tendrían en el Festín Carmesí. Lukas era el que más sabía de primeros auxilios, por lo que el rubio se ofreció a protegerle mientras ayudaba a la chica herida. Por alguna razón, podía leer con mayor facilidad los movimientos de la bestia, pero no había forma de contraatacar. Estaba demasiado ocupado esquivando como para pensar en alguna forma de hacerle daño. Rina aprovechó el momento y lanzó un corte bañado en llamas, pero la mujer mariposa lo esquivó retrocediendo varios metros.

—¿Puedes pelear? —le preguntó a la rubia.

—¡Tengo el hombro roto, ¿cómo pretendes que coja mi cañón?! —respondió la chica completamente alterada.

—Entonces hazte a un lado —le dijo fríamente.

En el campo de batalla los heridos e inútiles no tenían lugar; allí, en medio del pueblo, no solo los tres herederos estaban jugándose la vida, sino también la de miles de ciudadanos de Towerbridge y el resto de English Garden. Si Camille no podía luchar, debía largarse para no estorbar a nadie.

La mujer mariposa, que en todo momento tuvo la máscara puesta, decidió sacársela. Unos grandes ojos rosas aparecieron, acompañados de la más tierna sonrisa que Arthur hubiera visto en su vida. ¿Cómo diablos esa cosa podía ser la bestia que buscaban? Tenía la apariencia de una mujer, pero no lo era. Y si alguno se atrevía a dudar de ello, lo pagaría con su vida.

—Somos enemigos naturales —mencionó de pronto con una voz cálida e increíblemente hermosa—, como los gatos y las ratas. Durante cientos de años mi especie ha intentando destruir a la suya, pero hoy es el día en que finalmente caiga todo lo que construyeron —aseguró con una confianza inquebrantable—. Jamás destruirán a la Gran Plaga. Jamás podrán destruirme, humanos.

Dicho lo dicho, la mujer atacó con la misma furia de una bestia. Buscó el cuello de Arthur, pero las flechas imbuidas en electricidad, habilidad del Proxis Arm de Lukas, la alejaron. Enseguida Rina lanzó una estocada, pero fue esquivada sin ninguna dificultad. La criatura le propinó una patada a la peliblanca, mandándola a volar unos cuantos metros. Moviéndose tan rápido como una avispa, apareció en la espalda de Lukas y unos grandes colmillos intentaron morderle el cuello, pero justo a tiempo una bala interrumpió su ataque. La pelea estuvo bastante pareja durante los siguientes quince minutos; por un lado, los herederos buscaban un punto débil y, por otro, la criatura intentaba deshacerse de los invasores. Sin embargo, lo que alguna vez fue un combate parejo, pronto se transformó en una auténtica masacre.

La criatura, cansada de jugar con sus presas, aumentó su velocidad y atacó rápidamente. Sus movimientos no pudieron ser percibidos por ninguno de los herederos y, moviéndose en zigzag, la bestia acabó en un abrir y cerrar de ojos con sus enemigos. A Rina le enterró el aguijón en el estómago, Lukas fue golpeado con brutalidad en la cabeza y el pecho de Arthur fue rasgado por las garras de la mujer.

El rubio sintió un agudo dolor que recorrió cada célula de su cuerpo y, de pronto, todo se volvió negro. ¿Ese era el poder de tres herederos juntos? Qué estupidez; no estaba ni cerca de ser suficiente para evitar el avance de la Gran Plaga. Las flechas del Proxis Arm de Lukas ni siquiera pudieron atravesar la coraza de la criatura, y los movimientos de Rina estuvieron muy lejos de acercarse a los de esa cosa. «Los Proxis Arm son unas armas extrañas pues dependen de la voluntad del usuario», recordó Arthur. Todos estaban tan preocupados de ser reconocidos que nadie se ocupó de reforzar su voluntad. Seguramente pensaron que sería muy sencillo, simples bestias a las que derrotar. Ninguno de los herederos, a excepción de Arthur, sabía lo que realmente significaba vivir. Ninguno de ellos pasó hambre ni fue despreciado como lo eran los habitantes de Mudleaf. Sus vidas no eran más que una burbuja con todas las comodidades al alcance de la mano. No era un error pensar que creían que el Festín Carmesí solo pasaría a ser una hazaña más de las miles que harían. Sin embargo, mientras sus compañeros luchaban por fama y riquezas, él lo hacía por sobrevivir. Su vida dependía de ello, su libertad dependía de si la Gran Plaga era repelida. A él no le interesaba ser reconocido por los mismos idiotas que le dieron la espalda. Estar allí, tendido en el suelo y medio inconsciente, le hizo pensar en lo poco que valoraba su propia vida. ¿Ese era el límite de su voluntad? Tal vez debió haber cambiado la motivación para blandir el arma, pero tampoco se le ocurría algo mejor que luchar por su propia vida.

Ya sabes lo que tienes que hacer, mocoso.

Sí, lo sabía muy bien. Sabía que era un error esperar que los demás solucionaran sus problemas, era tonto creer que los herederos acabarían con la Gran Plaga y, finalmente, él podría marcharse para siempre de English Garden. Pero si lo sabía, ¿por qué simplemente decidió confiar en Rina? ¿Por qué creyó que Lukas ayudaría? Tal vez con la traición y el despreció no comprendió bien cómo funcionaba el mundo, quizás debía ofrecer su propia vida para aprender de una vez por todas a no confiar en los demás. En el momento en el que supo que nada marcharía bien si él no hacía nada, movió débilmente su mano, pareciendo agarrar un puñado de tierra.

Al igual que hace unas pocas horas, en el enfrentamiento con la mole de carne, su cuerpo comenzó a cambiar. Unas largas alas de murciélago aparecieron en su espalda, dos cachos emergieron de su cráneo y gran parte de su cuerpo pareció cubrirse de lo que parecían ser escamas de dragón. Las heridas dolían y la sangre le hervía, pero no era momento de quejarse. Se quejó durante mucho tiempo, estuvo quejándose los tres años que estuvo fuera de English Garden y continuó haciéndolo cuando le traicionaron. Ahora era momento de luchar y alcanzar la victoria. Entonces, dejando todas las dudas a un lado, se incorporó con dificultad. Sostuvo con firmeza su Proxis Arm y miró desafiante a la criatura de las alas de mariposa.

—Eres diferente a los demás humanos —comentó la bestia pareciendo que analizaba a su contrincante—. Dime, ¿por qué luchas por ellos? Si te unes a mí, no tendrás que volver a levantarte y empuñar un arma para defender a quien es inferior.

—¿Por ellos…? No me hagas reír, monstruo. Yo solo lucho por mí —respondió con los ojos vomitando fuego y una resolución digna de los más grandes héroes de la historia—. Tú solo eres un obstáculo más de mi camino, uno que quitaré ahora mismo.

Sabiendo que su cuerpo era mucho más fuerte que antes, sabiendo que sus movimientos eran más veloces, se abalanzó hacia su oponente y cuando la alcanzó cuerpo a cuerpo, disparó su arma. La bala destrozó parte de una de las seis alas del monstruo, soltando un alarido ensordecedor. La criatura se volteó furiosa e intentó arañar al rubio, pero entre sus zarpas y su cuello se interpuso el cañón del Proxis Arm. Entonces, como si estuviera muy consciente de sus habilidades, Arthur dejó que la energía fluyese por su cuerpo y enseguida un torrente ígneo salió despedido a toda velocidad de su mano libre. El horror en el rostro del monstruo-mariposa fue real, y el dolor mucho más. La descarga flamígera alcanzó el hombro y brazo izquierdo, además de las alas. «Por eso es que cuando Rina activó la habilidad de su Proxis Arm retrocedió desesperada. Ella le teme al fuego, es su debilidad», se dio cuenta al observar el comportamiento de su enemiga.

Furiosa y con la mitad de su cuerpo quemado, contraatacó a toda velocidad. Desesperada y sintiendo un endemoniado dolor, usó su aguijón de estoque. La lluvia de estocadas fue esquivada y bloqueada en partes iguales por Arthur, pero incluso con sus habilidades mejoradas por la aún incomprensible transformación no consiguió esquivar todos los aguijonazos. Uno le atravesó el hombro izquierdo y otro el muslo derecho, sintiendo que sus energías se iban con la sangre que comenzó a escurrir por sus heridas. Sin embargo, se mantuvo firme como una roca. Con la vista borrosa y la respiración agitada reunió toda la energía que pudo. «Todo dependerá de esto», se dijo a sí mismo. Al mismo tiempo que el monstruo-mariposa corría a toda velocidad hacia él, este direccionó su mano hacia delante, apuntando a su oponente. La descarga de fuego carbonizó todo a su paso y no tardó en dar de lleno en la bestia, haciéndola gritar tan fuerte que a cualquiera le dolerían los oídos. Sintiendo que no era suficiente para vencerla por completo, reunió aún más energía y el torrente flamígero aumentó de tamaño y potencia. Entonces, Arthur no tuvo más para ofrecer y cayó pesadamente de rodillas, con la esperanza de que la criatura hubiera muerto de una buena vez.

—¡Yo… no caeré… ante un humano…! —sentenció la bestia aún de pie, sosteniendo débilmente su cuerpo. El brazo antes dañado se le caía a pedazos, mientras que las alas fueron reducidas a cenizas. Tenía serias quemaduras repartidas por todos lados; era increíblemente sorprendente que siguiera viva.

—¿Cómo puedes seguir con vida…? Definitivamente eres un monstruo… —respondió el rubio tan débilmente que sus palabras apenas fueron un murmuro.

Intentó estirar la mano para recoger la pistola, pero su cuerpo ya no tenía más energías que gastar. Era un milagro que aún continuara consciente. La criatura se acercaba lentamente hacia él, dispuesta a clavar una última vez su aguijón. Por cada centímetro que avanzaba, la muerte también lo hacía. ¿Por qué incluso dándolo todo no fue capaz de alcanzar la victoria? ¿En serio la diferencia de fuerzas siempre fue tan grande? Rechazar la realidad no iba a cambiar las cosas, negar la situación en la que estaba no le daría la victoria. Nada ni nadie lo haría.

Justo antes de que el aguijón alcanzara la espalda de Arthur, una espada envuelta en llamas atravesó el corazón de la criatura. Rina seguía con vida y volvió en el momento oportuno. El rubio no pudo evitar soltar una sonrisa al saber que ahora su vida no corría peligro, incluso en el estado en el que estaba la peliblanca era capaz de vencer a ese destartalado monstruo. Y para asegurarse de que este fuera destruido por completo, Rina retiró el arma y giró sobre su propio eje con la espada extendida, decapitando a su oponente.

—Luego de incontables generaciones sacrificadas… vencimos a la Gran Plaga —mencionó Rina con los ojos puestos en el cadáver del monstruo—. Pese a que un reino entero te dio la espalda diste cuanto pudiste para obtener la victoria. No creo que seas cobarde, Arthur, y tampoco creo que hayas violado a Camille. Eres el más grande héroe que English Garden ha tenido desde la época de los fundadores.

Si no hubiera caído desmayado, seguramente habría sonreído cálidamente, habría incluso abrazado a Rina por esas reconfortantes palabras. No obstante, su cansado y dañado cuerpo no se lo permitió.

CAPÍTULO VII

Luego de la caída de la Gran Plaga, quienes todos creyeron durante generaciones que era la enfermedad en sí y no la líder de las bestias, las criaturas se dispersaron a lo largo y ancho de toda la isla. Cuando no hubo nadie que les dijera qué hacer dentro de la ciudad, cayeron rápidamente ante el fuego de los humanos. Las espadas fueron de allá para acá y las repetidas lluvias de flechas exterminaron a todo aquello que quiso atravesar el muro. Los daños registrados superaron en creces los estudios de los consejeros del reino. Marblesquare era un verdadero cementerio, habiendo tantos humanos como bestias. Muchas personas perdieron sus hogares y hubo varias familias que al día de hoy lloran a sus seres queridos caídos. Lambhill no sufrió grandes daños puesto que una vez que las bestias lograron entrar a Towerbridge, los comandantes priorizaron la protección del distrito nobiliario. De Mudleaf se habló muy poco, pero fue el sitio que mejor salió parado. Ninguna bestia fue encontrada en las calles del barrio más pobre y peligroso de la ciudad.

Las heridas de los herederos tardaron más de una semana en sanar y, sin lugar a duda, el que peor salió parado fue Arthur. Luchó cara a cara con la Gran Plaga y, según los médicos, era un milagro que continuara con vida. El pueblo entero lloró la muerte de Vladimir Tepes, de quien se esperaba mucho, pero su aporte en la batalla fue más bien escaso, aunque los soldados se encargaron de hacer correr la voz de que el muchacho luchó con una fuerza nunca antes vista, y así la fama y el agradecimiento llegó una vez más a la familia Tepes. El resto de los herederos debía esperar a que el Rey decidiera llamarlos para entregarles sus respectivas recompensas, y el día no tardó en llegar.

Había un resplandeciente y lindo sol en lo más alto del azulado cielo, la gente se reunió en las afueras del castillo real y los guardias iban de allá para acá con el fin de controlar a las grandes masas. Cientos de banderas rojas y bordes dorados colgaban de los inmensos pilares de roca maciza del edificio en el que vivía Malaquías. Los hombres más cercanos a este vestían armaduras doradas, mientras que los nobles llevaban puestos sus mejores vestimentas. Rina lucía hermosa ese día, llevaba el cabello recogido en una cola de caballo y un fleco recto cubría toda su frente; pese a su escaso busto, vestía un escotado y ajustado vestido negro. Lukas, el Héroe de English Garden, llevaba puesta una chaqueta negra y, bajo ella, una camisa blanca de mangas anchas. Por su lado, Arthur lucía tan destartalado como siempre. Un sombrero de ala ancha y poco cuidado yacía sobre su cabeza, mientras una capa negra como la noche ondeaba siguiendo los movimientos del rubio. Un cabestrillo sujetaba su brazo pues el hombro aún no sanaba por completo, después de todo, un aguijón lo perforó.

Camille frunció el ceño y miró con asco cuando vio a Arthur atravesar la enorme puerta que conducía a la sala del trono, pero este ni siquiera se limitó a devolverle la mirada. Caminó en silencio hasta un rincón. Tenía muchas cosas en las que pensar, como por ejemplo la misteriosa transformación de su cuerpo que le provocaba horrorosas alucinaciones. Desde el momento en el que luchó con la mole de carne, su mente proyectaba siempre lo mismo: el fuego devorando un pueblo, un hombre siendo decapitado, dos mujeres violadas por un sujeto enmascarado y un niño oculto en el sótano de una casa. Sentía tan reales esas imágenes que era imposible ignorarlas. Estaba seguro de que aquella extraña voz, maliciosa y profunda, se relacionaba de algún modo con su pasado. Como traer de vuelta a Alexander Tempest, el único que sabía la verdad de Arthur, era imposible, tal vez el único camino era recordarlo por su propia cuenta.

Luego de unos pocos minutos de espera la ceremonia finalmente comenzó y los tres herederos se presentaron ante Su Majestad. Por alguna razón, Arthur creía que todo iba a salir inmensamente mal. No confiaba en el hombre que estaba sentado en el trono, no tenía la esperanza de que la vida comenzara a tratarle bien. La última vez que creyó en ello terminaron acusándole de violador. Intentó ser comprensivo, bueno y amable, pero el destino se encargó de trapear el suelo con él y enseñarle que eran atributos que de nada servían.

—Muchos hombres perdieron la vida luchando por protegernos a todos —comenzó a decir el Rey con tono solemne, procurando ser escuchado por todos—. Este último Festín Carmesí fue diferente a los anteriores, las bestias se organizaron como nunca y consiguieron romper nuestras defensas. Aparecieron criaturas nunca antes vistas y no estuvimos preparadas para luchar contra esas cosas…, pero al final, gracias al esfuerzo de todos quienes empuñaron una espada, conseguimos la victoria —añadió y luego se levantó, miró a todos los presentes y sonrió—. Si no hubiéramos contado con los herederos, no sé qué habría sido de nosotros. Rina Lionheart, los hombres que lucharon a tu lado siguen hablando sobre cómo peleaste contra un lobo del porte de un toro, y seguirán haciéndolo durante años. Lukas Sardothien, siempre creímos en ti, siempre pensamos que eras el heredero que nos llevaría a la salvación… y realmente lo hiciste —mencionó el Rey e inmediatamente después el rubio frunció el ceño, asumiendo lo peor—. Si no hubiera sido por ti, no seríamos más que bestias iracundas y carentes de raciocinio. Tú, que venciste a la Gran Plaga con ayuda de Camille, eres el verdadero Héroe de English Garden.

Por un lado, los presentes aplaudieron eufóricamente al nombramiento de Lukas Sardothien como Héroe de English Garden; por otro, Rina se volteó enfurecida hacia el pelinegro, fulminándolo con la mirada. Arthur frunció aún más el ceño y se mordió con fuerza el labio, dejando que un fino hilillo de sangre escurriera por su labio.

—Ahora… Todos sabemos lo que este muchacho ha hecho. No solo huyó de English Garden cuando se le necesitaba, sino también violó a la misma mujer que luchó codo a codo con Lukas Sardothien —dijo Malaquías refiriéndose a Arthur y soltando una evidente sonrisa maliciosa—. He sido muy blando contigo, mocoso, pero cada vez te esfuerzas más en escupir mi benevolencia. ¡Este truhan quiso declararse a sí mismo como vencedor de la Gran Plaga! —anunció el soberano, mintiendo una vez más para perjudicar a Tempest—. Camille no puede hablar ahora sobre lo sucedido, pero me contó exactamente lo que pasó aquel día. Luego de que Lukas cayera desmayado, este… bastardo quiso asesinarle y reclamar el título de Héroe de English Garden para eliminar toda mancha de deshonra. ¡Pero no contabas con que la misma muchacha que hiciste tanto sufrir defendiera con uñas y garras a su compañero!

A diferencia de la primera vez, Arthur estaba muy tranquilo. No le sorprendían las palabras del hombre que tenía en frente. Por alguna razón, estaba todo planeado. Desde el primer minuto en que Arthur volvió a la ciudad, el monarca y sus seguidores idearon un macabro plan para sacarle del juego. Creyó que era su castigo por ser cobarde, pensó que era el precio que tenía que pagar por haberle dado la espalda a toda la gente que le necesitó en ese momento. Sin embargo, ahora se dio cuenta de que parecía más bien una venganza sin justificación.

Justo antes de que Rina soltara una palabra en defensa suya, el rubio se adelantó.

—¿No tienes nada mejor que inventar, bastardo? —le preguntó al Rey, sorprendiendo a todos los presentes por su clara falta de respeto—. ¿Qué te parece decir que luchaste valientemente en primera línea en vez de quedarte en casa, seguro y confiando en que los demás solucionarían todo? Ah, verdad que el cobarde soy yo —le espetó con una frialdad inhumana—. Cuando me vaya de aquí rezaré todos los días para que la Gran Plaga vuelva, así tú y todos los demás verán qué tan bueno es el Héroe de English Garden. ¡Dios, es tan fuerte que sus flechas ni siquiera pudieron atravesar la piel de ese monstruo!

—¡¿C-C-C-Cómo te atreves, insolente?! —rugió Malaquías—. ¡¿Cómo te atreves a decirme mentiroso?! ¡Guardias! ¡Guardias, apresen a este mocoso!

—¡Como le pongan un dedo encima se le declarará la guerra a la familia Lionheart! —anunció la peliblanca, deteniendo el avance de los soldados—. Vi con mis propios ojos la fuerza de la Gran Plaga y les aseguro que Lukas Sardothien no tuvo el poder para detenerla. Hasta sería acertado decir que pasó la gran parte de la batalla inconsciente.

El pelinegro, furioso y humillado, se volteó hacia Rina y la encaró.

—¿Qué te dio este cobarde para que conspiraras en mi contra, Rina? Aunque ahora que me acuerdo, vi cómo lo mirabas en la muralla. Parecía que en cualquier momento te le lanzarías a besarle.

La peliblanca desenfundó su arma y enseguida Lukas hizo lo mismo.

—¡Suficiente! —sentenció Malaquías—. No quiero ninguna guerra, Rina, mucho menos en un momento tan difícil. Sin embargo, no me parece correcto que mientas para defender a este traidor. Como pareces tan decidida a creer lo que sea que él te haya dicho, le perdonaré la vida y así evitaremos una guerra innecesaria —mencionó con tono autoritario—, pero deberá dejar inmediatamente Towerbridge. Cualquier soldado será avisado de que Arthur Tempest tiene hasta mañana para abandonar la isla, de lo contrario, podrá ser ejecutado en el lugar visto.

La ceremonia dejó un agrio sabor en la boca a Arthur, pero más a Rina. El rubio estaba acostumbrado a ser deshonrado injustamente por el monarca, aunque ya no le importaba mucho. Se marcharía para siempre de la isla y no tenía intenciones de volver, y si lo hacía, lo haría para matar a los hombres que hicieron de su vida un infierno. Por otra parte, la peliblanca estaba empeñada en demostrar la verdad, pero no tenía las pruebas para hacerlo. Era su palabra contra la de Lukas y Camille y todo estaba tan manipulado que, si continuaba con las acusaciones, su título de noble correría peligro. Los líderes de English Garden siempre fueron correctos y honorables, no obstante, lo que ahora dirigía al reino solo era una corrompida sombra de lo que sus antecesores fueron.



Arthur aún tenía una última cosa que hacer antes de marcharse de English Garden. Visitó la tumba de su padre y le habló sobre el reciente Festín Carmesí. Comentó lo evolucionada que estaba la enfermedad y manifestó sus miedos. Aunque la Gran Plaga hubiera muerto, la enfermedad seguía allí en el aire. No todas las bestias fueron eliminadas por lo que English Garden aún corría peligro. Y mientras expresaba todo lo que quiso decir en la ceremonia, el mismo anciano encorvado que conoció hace una semana apareció con una caja de madera en las manos.

—Escuché que el hijo de Alexander Tempest es un cobarde, violador y roba fama —manifestó con una sonrisa amigable—, pero también escuché que Malaquías III no es el verdadero rey de English Garden.

Aquellas últimas palabras llamaron por completo la atención de Arthur, volteándose hacia el viejo.

—¿Cómo dices?

—Te contaré una historia, muchacho, una que habla sobre un niño de nombre Magnus Bloodfallen, príncipe heredero de todo lo que se conoce como English Garden. Te dije que una vez acabara el Festín Carmesí vinieras a verme —dijo el viejo y tomó asiento frente a la tumba de su viejo amigo, encendió un cigarrillo y continuó con la historia—. Hace doce años Magnus fue enviado a la clandestinidad puesto que su vida corría peligro. Vivió con su padre y su madre en una vieja granja en el norte de la ciudad, al menos esa era la idea hasta que las cosas estuvieran más tranquilas. Poco a poco la facción en contra del antiguo rey comenzó a disolverse, pero ello no significó la buena noticia que todos esperaban —dijo y enseguida le dio una buena calada al cigarrillo—. Podría considerarse esto como un secreto nacional, pero de todas formas te lo diré; este viejo ya está preparado para morir. Las cuatro grandes familias se aliaron para combatir a la facción apodada “Contra el rey”, pero cuando la derrotaron el único que retiró las tropas fue Alexander Tempest. Mi viejo amigo jamás imaginó lo que tramaban a sus espaldas.

»Una flota de piratas bajo el infame pirata Karl Tepes arribó en las costas de English Garden y, como si supieran perfectamente donde se encontraba el Rey y su familia, llegaron a Villa Huli. Fue un verdadero infierno, cuentan los guardias. Encontraron el cuerpo de Malaquías Bloodfallen sin cabeza; su esposa, Mary Bloodfallen, y su hija, Trina, fueron violadas incontables veces. La aldea entera se redujo a cenizas, y luego de que los piratas asesinaran a Malaquías, se marcharon. —El anciano hizo crujir la espalda y luego miró el azulado cielo, intentando encontrar las palabras apropiadas para continuar hablando—. Los hombres de Karl Tepes jamás imaginaron que hubo un sobreviviente: Magnus Bloodfallen, el único y verdadero Rey de English Garden.

»Alexander Tempest pensó que le había fallado a su señor, pero encontró la oportunidad de enmendar su error al encontrar con vida a Magnus. Le acogió como a un hijo y lo llevó a su mansión, incluso borró sus recuerdos para que no tuviera que volver a pensar en lo que vivió; no hay niño capaz de soportar algo así, Arthur. No lo hay. Y todo salió muy bien hasta que Malaquías III y las tres familias herederas descubrieron que el hijo de Alexander Tempest no era sino el legítimo heredero. Su plan tardó años en ejecutarse, pero encontraron el momento perfecto para filtrar una bestia en el bosque de la mansión Tempest con el fin de asesinar a Magnus. Nunca esperaron que Alexander diera su vida para salvar a su chico, y tampoco previeron que este huiría por tres largos años de English Garden luego de ver morir a su padre. Quien alguna vez fue Magnus Bloodfallen, ahora se le conoce como Arthur “El Cobarde”.

Si Arthur había entendido algo de la historia, el trono debía ser usado por él y no por ese bastardo de Malaquías III. Si había entendido algo de la historia, los padres de Lukas, Rina y Vladimir asesinaron al suyo. Incapaz de digerir lo escuchado, unas horrorosas imágenes aparecieron en su cabeza que ardía mucho. Se llevó las manos a ella y, entonces, comenzó a recordar. Todo volvió a su mente: las clases de esgrima, los paseos a caballo, las peleas infantiles con Malaquías Bloodfallen, y también las suaves caricias de Mary. También recordó las llamas, los gritos y las viles violaciones. Se vio a sí mismo en un oscuro y hediondo sótano, cogiendo una extraña fruta de mal sabor. Había varias cajas con frutas y verduras, aunque la mayoría de ellas estaba podrida y solo aquella de color rojo y espirales retorcidos parecía apetitosa. Recordó que su vida se la debía a la voz que escuchaba en todo momento, y entonces supo que no estaba loco. Aquellas palabras maliciosas provenían del demonio de la Fruta del Diablo. Ahora todo tenía muchísimo más sentido, ahora conocía los motivos por los que el Rey se esmeró tanto en humillarle. Asesinar a un heredero a sangre fría podía terminar en una revuelta, pero que muriera en el campo de batalla haciendo su deber se tomaría como la oportunidad perfecta para finalmente correr del juego al verdadero heredero al trono.

¿Cómo debía sentirse? ¿Debía coger su Proxis Arm y entrar en los aposentos de Malaquías para reventarle el cráneo a disparos? ¿O lo mejor era llorar sobre la tumba de su padre? Sin embargo, la mejor palabra para definir su estado de ánimo era confundido. Estaba seguro de que quería marcharse de la ciudad y no volver jamás, pero ahora que sabía que él era el verdadero Rey las cosas habían cambiado. De forma legítima había un camino para llegar a la cima y quitarle todo al hombre que le arruinó la vida. Quería tener la oportunidad de vengarse y ver el sufrimiento de Malaquías III, encerrarle en una mazmorra y torturarle a diario. Y con él como rey, también caerían Lukas Sardothien y Camille.

—¿Por qué me cuentas todo esto…? ¿Cómo sabes estas cosas?

—Estoy cumpliendo lo que le prometí a Alexander… Sé muchas cosas, muchacho, cosas que ni te imaginas que existen. Ten, Arthur… No, Magnus. Ese es tu verdadero nombre, y esto te pertenece —dijo el anciano entregándole una vieja caja de madera poco ornamentada y bastante pesada—. Procura abrir el cofre cuando te encuentres muy, muy lejos de esta corrompida isla.

La conversación se extendió un rato más, pero acabó cuando Arthur tuvo que irse. No le sobraba precisamente el tiempo, menos cuando ahora tenía un reino que recuperar. No le interesaba tener esa clase de poder, pero quería de todo corazón ver a Malaquías sufrir. Tenía muchas cosas en las que pensar, y mucho que llorar. Toda esa rabia no se comparaba a la tristeza que sentía al recordar la masacre en la Villa Huli. Recordar a su madre y a su hermana ser violadas simplemente no tenía palabras. Comprendió la muerte del viejo Alexander Tempest, entendió porqué se sacrificó y lo que conllevó.

—Cumplí mi parte, hermano. Ese chico es fuerte. No he conocido a nadie como él, a nadie capaz de soportar tanto dolor y continuar viviendo. Tal y como lo pensaste, cuando le conté todo recuperó sus recuerdos… No hay ni habrá un manipulador de la mente tan bueno como tú, Alex.


Arthur esperaba a que el barco zarpara cuando, de repente, apareció un escuadrón de soldados. Frunció el ceño y se incorporó dispuesto a empuñar su Proxis Arm, pero se relajó cuando vio a Rina aparecer entre la multitud de hombres.

—Esto no me parece justo, Arthur —comentó como si estuviera enfadada con él.

—La justicia y yo no nos llevamos bien —respondió el rubio con la vista clavada en el horizonte—. Aquí en English Garden todos viven equivocados, ¿sabes? Muchos creen que Lukas Sardothien es el verdadero héroe, el que salvó la isla. Otros, como tú, piensan que en realidad fui yo el que mató a la Gran Plaga. Sin embargo, nadie sabe lo que pasó realmente porque no estuvieron allí, en cambio yo sí. Te vi con mis propios ojos decapitar a la bestia, Rina, si aquí debe haber un salvador, esa eres tú.

La peliblanca se ruborizó al punto en que su rostro más bien parecía un tomate.

—¿Q-Q-Qué dices, idiota? Y-Yo solo terminé el trabajo que tú empezaste. Nada más. — La brisa marina sacudió suavemente los plateados y lacios cabellos de la chica, al mismo tiempo que un marinero cargaba una pesada caja al barco que tomaría Arthur—. Dime, ¿volverás?

—Tal vez. Hay personas que valen la pena venir a ver —respondió pensando en todos quienes no le dieron la espalda—, personas como tú.

Ante las palabras del rubio la chica tomó un comportamiento infantil y extraño, moviendo los brazos de allá para acá y pareciendo que de la cabeza le salía humo. Luego de que Arthur intentara calmar a Rina, esta finalmente recobró la cordura.

—Solo no te metas en problemas, ¿vale? Y… perdóname por haber dudado siempre de ti. Siempre creí que eras un cobarde y cuando me enteré de que también habías violado a una chica, quise matarte con mis propias manos —confesó de pronto, cosa que al rubio no le sorprendió demasiado—. En mi familia las cosas solemos tomarlas a la fuerza; si queremos algo, debemos imponernos y conseguirlo. Me criaron para que solo confiara en mi fuerza, pero cuando me enfrenté a la Gran Plaga me di cuenta de lo débil que soy. Salvaste mi vida, Arthur, y también la de miles de ciudadanos. No dejes que cabezotas como yo arruinen tus sueños.

Hubo mucha gente que le decepcionó en muy poco tiempo, hubo muchas personas que le lastimaron y le hicieron creer que la vida no tenía ningún significado. Sin embargo, también hubo unos pocos que le ayudaron a seguir de pie. Gracias a las palabras que Rina dijo luego de decapitar a la criatura, Arthur pudo saborear de nuevo la comida. Cuando fue traicionado todo le sabía asqueroso, como si no estuviera masticando más que tierra y polvo, pero gracias a la peliblanca ahora era capaz de volver a sentir los sabores de un platillo de carne.

—Prometo que me cuidaré. Nos vemos, Rina. Y no te olvides de que tú también salvaste la mía.

Sonriendo como si no lo hubiera hecho en años, caminó hacia el barco y se despidió desde la cubierta. El navío no tardó en zarpar, dirigiendo a Arthur a una nueva aventura, arrojándolo a un mundo desconocido. Mientras avanzaba,  se decía a sí mismo que volvería y recuperaría lo suyo, se prometió volverse tan fuerte que nunca nadie más le recriminaría por ser débil. Quería volver para ver una vez más a Rina.

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Varios

Diario pre-ficha Empty Re: Diario pre-ficha {Miér 23 Ene 2019 - 14:26}

Buenos días, buen señor. Me llamo Hamlet, y aunque hoy no vaya a planear el asesinato de  mi tío, lo que sí voy a hacer es corregir este diario. La recomendación del día casa mucho con el argumento del diario. ¡Música, maestro!

La recomendación del día:

Sin más dilación, procederé a corregir tu diario. Creo que tanto tú como yo podemos estar de acuerdo en lo largo que ha sido, ¿no? Bueno, a lo que vamos. La verdad es que no sé muy bien que decir en este párrafo introductorio y me consta que estarás deseando saber la puntuación que has tenido en cada apartado, así que no nos demoremos más.


  • TRAMA: Tenemos entre manos una trama bastante arquetípica y directa, sin muchos giros de guión que cambien por completo la historia. Reconozco en ella una cantidad de tópicos literarios comunes en la literatura clásica. Por ejemplo, “el niño que desconoce que tiene sangre real”, como puede ser el caso de otras figuras como el  Rey Arturo (vaya, que coincidencia en los nombres). Este niño es despreciado, acusado de horribles delitos e incluso se le intenta asesinar porque su tío pretende mantenerse en el trono (esa historia me la conozco muy bien). Finalmente, jura venganza con los poderes que ha descubierto que posee.
    Las circunstancias en las que recibe el poder de su Fruta del Diablo son… ¿Muy oportunas? Hubiera sido genial que Arthur realmente fuera un psicópata, pero lo de comunicarse con el demonio de su Fruta del Diablo… No me parece bien. Más que nada, porque la única constancia de que existan demonios dentro de las Akuma no Mi fue un comentario de Jabra, al que no nos podemos tomar en serio por tratarse de un personaje tremendamente supersticioso. En resumen, no me resulta creíble. Además, todo esto nos lo cuenta el hermano de Alexander Tempest, que no parece otra cosa que la personificación de narrador (junto al McGuffin que es la tumba de Alexander): sabe demasiado. ¿Si sabía todo esto, por qué no lo mató Malaquías III? El conocimiento es poder, y este hombre es demasiado poderoso. Pero, para tu fortuna, el bueno de Malaquías es el rey más inepto que he conocido en historia alguna. Manda una carroza con una sola emisaria a buscarte en lugar de a media guardia de la ciudad. Decide que el mejor modo de castigarte por violación es que todo el mundo sepa que lo hiciste (cosa que tiene más bien pocas consecuencias en la trama) en lugar de, por ejemplo, castigarte públicamente y de forma que no quedes limitado a la hora de enfrentarte a las bestias (soy fan de la idea medieval de amputarte la masculinidad). Permite que se le cuestione públicamente incluso cuando ya no le eres útil. ¿En serio este es el soberano que tiene una de las islas más importantes del North Blue, conocido por su implacable realeza?
    Además, me gustaría señalar que haces algunas cosas demasiado bien para ser un nivel 1, dato que quita bastante realismo al diario.
    Los giros de guión son bastante predecibles. Esto es algo que siempre resulta triste de decir, porque implica que no has logrado el nivel de impacto deseado, pero me deja con un amargo sabor de boca (aquí estoy siendo bastante subjetivo, pero necesitaba comentarlo) adivinar todo lo que iba sucediendo según ocurría. Y esas vueltas de tuerca a la historia, eran, en muchas ocasiones, para impactar al lector de forma muy gratuita. Admito que si bien la traición de Camille me sorprendió… Era innecesaria. Cualquier otro personaje o incluso un extra de fondo podría haber acusado a Arthur, y hubiera sido mucho más impactante que Camille entonces le diera la espalda.
    Pero la gota que colma el vaso y realmente te gana el suspenso en este apartado es la falta de coherencia que hay algunas partes del texto. Dejando de lado que el rey puedas ser tú o Malaquías o que pueda existir tal plaga en el mundo de One Piece, hay un auténtico fallo que desmonta la historia por completo: tu verdadera naturaleza como Bloodfallen. No siendo un auténtico Tempest, deberías ser incapaz de manejar un Proxis Arm por su reacción al factor genético del usuario. Esto te haría incapaz de usarlo, el rey no te convocaría o si lo hiciera todos se darían cuenta que eres un impostor que no sabe utilizar su arma y te echarían o no tendrían tantos miramientos a la hora de ejecutarte.
    Como no puedes usar tu Proxis Arm poco podrías hacer en el fragor de la batalla y Towerbridge sería muy afortunada si Rina, Lukas y Camille (y Vlad, porfa) lograsen derrotar al corazón de la Gran Plaga. Entre tanto, tú te pudrirías en Mudleaf o en cualquier otra parte, completamente irrelevante para la historia. Oh, vaya, se me olvidaba. Sigues siendo el sobrino del rey actual, el verdadero heredero del trono, pero completamente inútil para la sociedad. Un puñal en tu cuello y todo arreglado, English Garden volvería a ser feliz bajo el mandato de Malaquías.
    Sí, sé que en cierto momento lo asumes, pero en ninguna instancia se da explicación alguna para que tu personaje pase a ser capaz de usarlo.
    ¿Sabes qué es lo peor? Que el hecho de que seas un Bloodfallen no aporta absolutamente nada a la historia. Incluso si no lo fueras, por algún motivo tu padre (Alexander Tempest) podría morir, descubrirías que ha sido el rey quien asesinó a tu progenitor y buscarías venganza después de haber sido exiliado. La historia transcurre de igual manera teniendo sangre real como no teniéndola, así es.
    Por ello, me veo obligado a ponerte un SUSPENSO en este apartado.



  • ORIGINALIDAD: En cuanto a la ambientación… Vale, molaría… Tras una pantalla. Nunca he jugado Bloodborne (solo he visto vídeos en contables ocasiones), pero con solo leer tu relato puedo deducir que está DEMASIADO inspirada en ese juego. No, no estoy prohibiendo las historias ubicadas en English Garden. No, me da igual que se aproveche la atmósfera victoriana y de revolución industrial que tiene la isla. Lo que realmente hace que uno se plantee hasta qué punto lo has usado de inspiración llega con los enemigos de la historia. Ojo, no te acuso de plagio, puesto que no hay nada más ofensivo para un escritor que eso, pero estando en un foro de One Piece donde podrías haber metido cualquier otro tipo de antagonista, introduces a unos “hombres-bestia” que parecen muy poco creíbles dentro de la historia. Son como zombis… Con la actitud de un hombre lobo… Que toman órdenes de un semi-demonio feérico que vive en los bosques. Permíteme mostrarme algo escéptico con la ambientación.
    DATO EXTRA: Recuerda que en el mundo geocéntrico de One Piece hay seis lunas.
    A lo largo de la historia, encontramos a personajes que parecen no tener personalidad alguna o que simplemente cumplen una función para luego dejar de ser relevantes. Los pocos que sí tienen un carácter marcado no son demasiado complejos. El ejemplo más claro de esto es Vlad Tepes, al que comencé temiendo por tal nombre, pasé a pensar que era buena gente por sus comentarios completamente razonables y acabó muriendo fuera de escena. ¡Era un heredero! No deberías dejar de lado su relevancia de semejante manera. Otro ejemplo es Rina, que prácticamente encaja en la definición que Wikipedia daría de tsundere, sin tener más rasgos de personalidad que eso.
    Por otro lado, ya mencioné en el apartado de trama bastantes parecidos razonables que tenía tu historia, aunque puedo sacar algunos más. El momento en el que acaba en Mudleaf después de ser expulsado del Palacio Real parece extraído de la historia de Jean Valjean. En resumidas cuentas, se nota que hay bastantes fuentes que han alimentado tu texto (que, en principio, no es algo malo) pero fallas a la hora de trasladarlas a tu propia historia de forma que parezcan bien integradas dentro de tu propio mundo. 1/2



  • PSICOLOGÍA: Arthur/Magnus es… Particular. De veras. Dado que es un diario preficha, desconozco su auténtica naturaleza y cómo influye en su conducta. Lo que puedo deducir de este diario es que, dejando de lado la esquizofrenia evidente que sufre, es un tipo pasional… A veces. Otras no. En otras es un tipo calmado. A veces le preocupa el deber y otras su supervivencia. Si bien esto podría ser parte de un proceso de desarrollo de personaje, realmente no existen motivos para que se dé esta situación, puesto que desde el principio todo le sale bien y muchas veces, sin tener razón. Diría que, más bien, su personalidad se adapta a lo que el guión pide en ese momento. 0’75/2



  • ESTILO: El punto fuerte del diario. Pese a ser un texto muy barroco y recargado es fácilmente legible, aunque sí que se hace pesado en contadas ocasiones. De todos modos, se lleva bien.
    Sin embargo, con una segunda lectura me doy cuenta de que realmente desaprovechas los recursos estilísticos que podrías usar y tratas de pasar por algunos párrafos a velocidades vertiginosas. No pones un diálogo cuando, por ejemplo, Camille explica a Arthur el origen de las Proxis Arms (cosa que hubiera enriquecido el texto muchísimo) o cuando cazan a las primeras bestias que aparecen en la historia simplemente lo mencionas de corrida, acabando con todo el posible impacto que pudiéramos tener como lectores y la tensión del momento.
    Un gran ejemplo de esto es como nosotros, los lectores, no sabemos que Arthur lleva su Proxis Arm encima hasta bien pasado un quinto de la historia, e igualmente ni siquiera conocemos su forma y capacidades hasta la mitad de la misma. 1/2



  • ESCRITURA: Es admirable la escasez de faltas ortográficas que ha habido en este apartado. Felicidades. No obstante, sí que hay algunos errores gramaticales bastante importantes, así como usos erróneos de algunas palabras y errores tipográficos que podrías haber corregido con un poco más de atención. 1’4/2


La cajita del dolor:

Al haber no haber obtenido el 0'75 reglamentario en uno de los apartados, debo decir que este diario está SUSPENDIDO. En cualquier caso, no te podríamos haber dado la Zoan Mitológica dado que las Zoan Deíficas ya no existen en el foro, con lo que tampoco hubieses obtenido la Sintonía Natural. Por otro lado, aunque hubieras obtenido el Proxis Arm no deberías poder utilizarlo por el fallo de coherencia que te señalé antes. Recuerda que puedes editar el diario para subir nota (aunque el requisito de nota aumente en medio punto para todos los objetos) o pedir segunda moderación.

Que tengas un buen día~
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