[Quinta Ronda] Therax Palatiard vs. Dexter Black

¡Comienza el de menor nivel!

—¿Y por qué decidisteis participar en mi torneo? —preguntó Lord William. Había acudido al barco de los Hermanos de la Tormenta tras visitar muchos otros previamente. Sin Spanner para mantenerlo todo en orden con su obsesivo sentido del orden, lo cierto era que todo estaba manga por hombro. Había llegado con su séquito de acólitos, que, visiblemente molestos por el caos que reinaba en la cubierta, esperaban apartados.

—¿De verdad que no quieren nada? Hay comida de sobra —dijo el rubio, ignorando las palabras del pomposo magnate para señalar a sus personas de confianza.

—No, están bien. No se preocupe, caballero —replicó, dando un trago a la copa de coñac que Zane le había ofrecido. Tal vez la limpieza no fuese el fuerte de los Arashi, pero en sus bodegas se podía encontrar el mejor alcohol imaginable.

—Pues, sinceramente, mandé la carta porque Zane me lo sugirió. Llegó el mensaje, no teníamos nada mejor que hacer y el contenido prometía que habría oponentes fuertes a los que enfrentarnos. Aun así, no deja de resultarme extraño eso de luchar por puro espectáculo. —Omitió los reproches que constantemente se hacía por prestarse a ser poco menos que un mono de feria, pues no procedían en aquel momento—. Además, tenía una cuenta pendiente con Zuko y no hubiera sido honesto renunciar a enfrentarme a él. Una victoria y un empate. No está mal, ¿no? Aunque hubiese sido una victoria de haber tenido más tiempo —fanfarroneó, aunque aquello no restaba convencimiento a su afirmación.

Tampoco tenía muy claro por qué Lord William había decidido compartir una velada con ellos, aunque no reflexionó demasiado sobre el asunto y se dedicó a pensar qué debía hacer con la oferta de Bekin Dekan. Nunca había sido alguien que hiciese uso de sombreros, pero desconocía cómo le quedarían.


La megafonía sonaba alta y clara, reflejo de que el combate aún no había comenzado y los espectadores debían estar entretenidos. “Era un domingo en la tarde, fui a los coches de choque”, cantó una voz a través del sistema de altavoces. “Ninoninoninoninoninoní”, rugió al unísono la multitud antes de que Therax alcanzase el centro del escenario. El gusto musical de Lord William no estaba en sintonía con los aires que se daba, pero ¿quién era él para juzgar?

Se detuvo frente al edificio que centraba la arena. Era alto, muy alto; quizás incluso demasiado. Therax se quitó el sombrero de copa, negro como el tizón, que había escogido para cubrir su cabeza en aquel enfrentamiento. Nada más y nada menos que Dexter Black. Chasqueó la lengua, en parte maldiciendo su mala fortuna y en parte recordando cómo, ignorando deliberadamente su presencia, había dialogado con Zane antes de alcanzar la cima de la Aguja. Aún podía ver el sinfín de traseros que abarrotaba las paredes de aquella sala.

—Al menos hoy no podrá pasar de mí… Digo yo —se dijo, emprendiendo el vuelo para apartarse de la sombra de la construcción. Se posó en la azotea de una de las estructuras adyacentes, de unos cinco metros de altura y ladrillo caravista como vestimenta.

En aquel entorno no tendría sentido dejar a Kaze no Michi en el suelo, así que desechó la idea y se dispuso a aguardar a que su oponente, el antiguo Emperador del Mar, llegara. Mientras lo hacía, ajustó las mangas del traje gris de tres piezas que le habían fabricado en aquella ocasión. El celeste ya había pasado a formar parte de su armario, y aquél sería el siguiente. Ni siquiera se molestaba en esperar que saliese con vida del combate, puesto que, si en el caso de Luka no había sido posible, con un rival superior a él sobre el papel sería aún más difícil.

—Vamos allá. —Desenvainó a Wirapuru y Yuki-onna y, aproximándose al borde del edificio, esperó a que su contrincante hiciese acto de presencia. Jamás tendría otra oportunidad como aquélla. Tal vez nunca pudiera medir sus habilidades contra alguien de la altura de Dexter, y no se permitiría salir de allí haciendo el ridículo. ¡Qué demonios! Vencería.

- ¿Otro empate? -se quejó a Berthil a través de un den den mushi-. Merecía ganar; como mínimo este tendría que...

- Tendrías que dejar la cafeína. Eso deberías. Y de anunciar ponchos, por el amor de Dios. ¿No te queda dignidad?

A Berthil no le iba a hacer gracia que, además, ahora fuese a anunciar paraguas.

Al parecer a un fabricante con mala suerte le había sucedido la desgracia de dar con Gerald Ichizake, quién sabe quién de quién sabe dónde; un noble pomposo que se negaba a anunciar el paraguas de aquellos pobres empresarios, cosa que él estaba completamente dispuesto a hacer. Sin embargo, y como broma del destino, al lado de la puerta de su habitación había un espejo. Y a Dexter no le gustó lo que vio.

¿Cómo iba a gustarle? Siete armas distintas, un poncho, las gafas de sol que había robado a Ivan Markov y un paraguas que iba a estorbarle más que cualquier otra cosa. No era un escaparate publicitario, mucho menos se iba a vender por un puñado de berries y un paraguas. Estaba ridículo. ¿En qué momento le había parecido una buena idea satisfacer las demandas -aunque razonables- de un hombre que anunciaba paraguas? El poncho era cómodo, las gafas... Bueno, podían ser útiles, ¿pero por qué? Él no era eso, él era Dexter Black. Hacía once años que no participaba en un torneo; once años desde que no había luchado sino por su vida y, aunque no tenía que demostrar nada a nadie, ¿qué se demostraba a sí mismo? Podía fingir que no había luchado al máximo por miedo a herir a la gente, o que no se había esforzado todo lo que podía, pero quizá quienes tenía en frente esperaban un esfuerzo por su parte, algo más que simplemente hacerse de rogar esforzándose el mínimo. ¿Debía hacer como el irresponsable de Zane?

- Ni de coña.

Tenía poderes y habilidades de sobra para enfrentar a cualquier enemigo, ingenio para derrotarlo y si todo fallaba algún artilugio que podía significar la diferencia entre ganar o perder. Tiró el paraguas contra la cama y, aunque mantuvo el poncho, se quitó las gafas de sol. Decidió no llevar el H.A.D.A., pero en su cinturón colocó tanto el filo del destino, un pacificador, un rayo maestro y una vieja confiable; Rubí y Zafiro descansaban en sus antebrazos y guardó el kawaiizador en su bolsillo. Con las mismas, agarró a Nadia y salió por la puerta sin mirar atrás. Iba a ganar aquel combate.

Avanzó por las calles siguiendo una ruta que no tenía del todo clara, pero terminó llegando. La entrada de contendientes era pequeña en comparación a las grandes puertas de bronce que atravesaba el público, pero aun así la atravesó con aire solemne y recorrió todo el camino que lo separaba del centro de la arena; la zona de vestuarios, el túnel... Todo aquello dio paso lentamente a los vítores de la gente, así como algunos abucheos de desaprobación. "Solo empates", decían algunos. "Pagamos por escamas", se quejaban otros. Dexter los ignoró, buscando tan solo un lugar más o menos despejado entre tantos edificios. El dragón no podía evitar preguntarse por qué alguien habría decidido un escenario como aquel, pero en cualquier caso buscó.

Pero no encontró. Lo más libre que parecía haber era una plazuela entre varios edificios bastante grandes, de más de ocho plantas. Si William sabía que podían destruirlos fácilmente, ¿por qué invertía tanto en aquellas arenas? Imbécil además de excéntrico...

El Dragón Azul no aparecía por ningún sitio. Tal vez fuese culpa suya, pues, acostumbrado a entornos más abiertos y con mayor visibilidad, había confiado en que el antaño Emperador del Mar no tuviese problemas en encontrarle para dar comienzo al combate. El escándalo generado por el público se había ido reduciendo durante los minutos que Therax llevaba esperando. El alboroto nunca le había impedido concentrarse a la hora de expandir su voluntad, pero siempre se agradecía algo de serenidad para hacerlo.

Dejó que su aura acariciase cada gota de vida en la arena y no tardó en toparse con el colosal espíritu del que sería su adversario. «Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña», se dijo. Nunca había tenido demasiado claro quién era ese tal Mahoma ni si ése era el orden correcto de la famosa frase popular, pero el concepto no se le escapaba.

El sombrero de copa volvió a coronar su cabeza antes de que dos alas brotaran una vez más en su espalda, alzando el vuelo a continuación para dirigirse hacia la posición de su rival. Aguardaba en un punto bastante apartado de la estructura más alta de las presentes en el estadio. Los edificios allí, aunque altos, no se proyectaban tanto hacia los cielos. Era una suerte de patio o plaza de unos cien metros cuadrados, centrada por una explanada cubierta de naranjos en flor. La fragancia del azahar, embriagadora, inundó las fosas nasales de Therax, que tomó tierra con un grácil movimiento e hizo desaparecer sus plumíferas extremidades.

Dio unos pasos antes de detenerse a varios metros del comienzo del césped insertado artificialmente. Los edificios más cercanos estaban a unos dos metros a su espalda. Suficiente. Clavó a Wirapuru en el suelo para, acto seguido, repetir el gesto con Kaze no Michi y devolver a la primera a su mano. Allí el entorno parecía ser más propicio para canalizar su poder a través del sable incrustado. Grietas de no demasiada profundidad y una longitud cercana al metro quedaron a espaldas del rubio, así como la espada.

—Buenas tardes —dijo el rubio, inclinando la cabeza en un gesto de educación y respeto y, por qué no decirlo, oculta y mal disimulada admiración. No sabía qué habría llevado al Dexter Black a unirse a la Revolución, más aún después de ser uno de los encargados de derrotar al antiguo cabecilla de la organización, que, aunque corrupto y trastornado por el espectro de un ideal tergiversado, no dejaba de ser el ideólogo y figura de referencia de la misma. Fuera como fuese, no era el momento de dar comienzo a una conversación que, por otro lado, dudaba que interesase al dragón.

Yuki-onna segó el aire, dando forma a una onda cortante que avanzó hacia su oponente para dar comienzo al enfrentamiento. El tronco de uno de los naranjos fue violentamente quebrado, cayendo al suelo mientras sus hojas y el azahar eran lanzados al aire.

Dedicó los segundos que tenía a observar el entorno. Una vez más, Lord William había decidido que lo mejor para un buen desempeño en el campo de batalla era poner árboles jóvenes, apenas pimpollos que decoraban el escenario de ciudad que había construido para saciar sus expectativas de espectáculo. Casi le dio lástima no poder entrar a os edificios, pero las pequeñas puertas a escala que tenían le invitaban a pensar que todo era puro atrezzo. ¿Por qué simular una ciudad en maqueta cuando podría haber construido un vecindario? No podía comprenderlo, y la verdad era que tampoco le interesaba demasiado; el hecho era que si empezaban a pelear en medio de aquel lugar nadie podría verlos, guarnecidos por aquellas ridículas miniaturas. De verdad, ¿quién construía un edificio de siete plantas a escala para medir siete metros? Resultaba ridículo, más cuando la pretensión de aquellos escenarios podía ser, como mucho, valorar el desempeño de los competidores en múltiples escenarios y ese, ese en concreto, no valía para nada. Era como un laberinto de paredes gruesas, ¿pero cómo iba Lord William a dibujar grecas en el suelo pudiendo gastar una innecesaria cantidad de hormigón? Tal vez el motivo de que él mismo no se tomase en serio aquel torneo era que su garante tampoco lo hacía.

Algo lo sacó de su ensimismamiento. El sonido del plumaje al moverse, un aleteo fuerte. "¿Zane?", se preguntó en su mente, pero al darse la vuelta descubrió al otro pollo. ¿Telas, se llamaba? Era un miembro fuerte de la tripulación del descamisetado, y aunque no lo había visto en acción tenía por seguro que pronto iba a ver cómo se desempeñaba. Era espadachín, como su capitán, y aunque parecía más elegante se deducía de su complexión corporal el estilo salvaje y poco estilizado que utilizaba. Quizá se equivocase, en cualquier caso, dado que bajo el traje se podía ocultar casi cualquier cosa.

- Buenas tardes -respondió él, con la misma inclinación de cabeza, hincando el bastón en tierra.

Se fijó en que era bastante más bajo que Zane, aunque a decir verdad Zane medía más de dos metros y no todo el mundo alcanzaba esa altura; de hecho, muy poca gente llegaba a sobrepasar los dos metros; casi siempre, de forma totalmente casual, la gente más fuerte. No obstante esperaba que la regla se rompiese en ese caso concreto; no pensaba ponérselo fácil. Ni él tampoco, al parecer.

Antes de que se colocase en una posición más cómoda el rubio ya estaba listo y atacando. Lanzó una onda cortante que rebanó en seco uno de los naranjos, pero ni siquiera dejó marca en él; su Haki de armadura había evitado la mayor parte, y la poca potencia que quedaba en la proyección se dispersó por su cuerpo, propagándose hacia todas partes, difuminándose en una brisa que no fue siquiera capaz de moverlo. ¿Estaba poniéndolo a prueba? Iba a necesitar algo más para eso.

Giró a Nadia entre sus dedos, que dio tres vueltas alrededor de su mano, y se lanzó contra él. ¿El objetivo? Su cara, lógicamente. Cargó a una velocidad no muy elevada, pero suficiente para que una persona normal no pudiese apenas percibirlo. Cuando se puso frente a él trató de aprovechar su destreza manual para levantarle el sombrero momentáneamente, evitando dañarlo mientras con el brazo izquierdo dirigía un severo golpe contra su pómulo para, al instante de golpear, dejar de nuevo el sombrero sobre su cabeza. Aun si por el impacto salía volando estaba seguro de poder colocarlo antes de ello, aunque no se pensaba hacer responsable si en el vuelo se caía. No había sido un golpe muy fuerte, en cualquier caso, solo lo justo para comprobar hasta qué punto iba a tener que esforzarse aquel día.

¿Que por qué había dado inicio al enfrentamiento como siempre? Por pura inercia. Su onda cortante no buscaba más que constituir una valoración inicial de las habilidades de su oponente. Siempre había sido así y siempre lo sería, por mucho que se tratase del mismísimo Dexter Black. No obstante, Zafiro no respondió como habían hecho todos y cada uno de sus contrincantes hasta la fecha. No frenó la onda cortante ni respondió con un movimiento de igual potencia para detener su avance; simplemente dejó que le golpease para reducirla a una inocente caricia. Dudaba profundamente que su piel desnuda poseyese semejantes propiedades, aunque ¿quién sabía? De cualquier modo, no había cabida para las medias tintas.

El antiguo Emperador del Mar se lanzó a por él esgrimiendo su bastón. Sin embargo, no lo usó para golpearle. Apenas un imperceptible cambio en su actitud corporal transformó el esperable golpe con el bō en algo diferente, casi insultante para alguien orgulloso. Alzó su sombrero de copa, gesto al que Therax no le dedicó la menor atención, y lanzó un puñetazo hacia su mejilla. El espadachín alzó uno de sus sables, interponiendo su empuñadura en el recorrido del golpe para detenerlo en seco. Su brazo se estremeció como reflejo de la colosal fuerza que atesoraba el Dragón Azul, pero apenas reculó un centímetro. El rostro de su contrincante no reflejaba esfuerzo alguno, lo que sugería que ni siquiera estaba cerca de acercarse al máximo de sus capacidades. Mejor; así sería más interesante.

El sombrero había vuelto a descansar sobre su cabeza cuando Therax pasó a la acción. Dado que sus ondas cortantes no eran capaces de dañar la piel de Dexter, dejó que su voluntad se extendiese por la hoja de Wirapuru y Yuki-onna. No hubo reluciente negro ni una dotación de poder que requiriese un verdadero esfuerzo para él, pero esperaba que sí lo suficiente como para superar la inapreciable guardia de su adversario.

La espada trazó un corte oblicuo y ascendente, que buscaba recorrer el torso del revolucionario desde su cadera derecha hasta el hombro izquierdo. Inmediatamente giró sobre sí mismo para que, al dejar de bloquear su mano, el movimiento del puño no le golpease. Lejos del recorrido que previsiblemente trazaría por pura inercia, realizó un nuevo corte —esa vez horizontal— algunos centímetros por encima de su ombligo con Yuki-onna.

Telas poseía una interesante fuerza, suficiente para frenar con no demasiado esfuerzo el golpe que Dexter lanzaba contra él. Si bien era cierto que no se trataba de todo su poder, no mucha gente optaba por intentar detenerlo; la mayoría de gente solía, fruto del miedo, intentar hacerse a un lado para evitarlo, cosa que no solía salir bien. No obstante, Therax no solo no había huido sino que estaba contraatacando. Con ambas espadas.

Para ser justos, Dexter no era tan diestro con su bastón como solía hacer creer a la gente, pero sí que poseía una habilidad innata para resistir sin moverse apenas cualquier golpe. El verdadero problema estaba en cómo, y particularmente, cuál de ellas frenar.

Se decidió por interponer a Nadia en la trayectoria del primer corte, frenando por completo su avance cuando comenzaba a rozar su cadera. El bastón se mantuvo estático por apenas un instante, suficiente como para recomponer una postura más propicia, y lo dejó clavado en el suelo para interponer su antebrazo contra la otra hoja, usando su brazo derecho para tratar de impactar un puñetazo el doble de potente que el anterior contra el pecho de su rival.

Agarró de nuevo su arma, prestando más bien poca atención al corte. Rubí había absorbido casi toda su fuerza, pero lo que quedaba había sido suficiente para deslizarse hasta su piel y hacerle una incisión oblicua, segando con cierta facilidad su carne. Era algo menos de un milímetro, y aunque escocía era improbable que resultase verdaderamente molesto -por lo menos mientras no recibiese otro-. Por si acaso, en cualquier caso, desplegó la guja llameante de su brazalete esperando fortificar la zona para ampliar el área de bloqueo. El mayor problema que representaba aquello era la incompatibilidad de la hoja con una amplia movilidad del bastón.

- Interesante -reconoció, inclinando levemente la cabeza en señal de respeto. No habría esperado que fuese capaz de cortarlo, pero sin embargo lo había conseguido; eso significaba que probablemente estaba utilizando, aun si no podía percibirlo, su Haki de armadura.

Un cortecito no iba a hacer que diese todo de sí, pero desde luego sabiendo que el rubio poseía una habilidad defensiva tan importante como el Haki sus recelos hacia atacar de una forma más agresiva se disipaban levemente. Podía atacar con todas sus fuerzas sin necesidad de temer matarlo, o por lo menos con el máximo potencial del que podía hacer gala sin transformarse. Aunque si quería enfrentar a Zane tal vez debería hacerlo, en busca de una victoria decisiva, llegado el momento.

Meneó la cabeza, crujiendo su cuello con cada movimiento. Tras ello enarboló a Nadia por el centro exacto como si fuese una extensión de su brazo y giró exactamente tres veces en algo más de un segundo, tratando de impactar en la primera vuelta en su cabeza, contra el costado durante la segunda y en un movimiento ascendente contra su rodilla para desequilibrarlo, aprovechando la geometría del bastón, el tercero, mientras se levantaba.

Aquel ataque continuaba con un salto y posterior caída, adelantando su brazo derecho para así hacer que la electricidad contenida en el interior de Zafiro saliese descargada contra su rival. Había utilizado tres veces ya aquel objeto, y si ninguno de los tres se había siquiera inmutado por ello, probablemente contra el amigo del pelirrojo no fuese a funcionar tampoco. Sin embargo, un rayo tan poderoso contra alguien podía dejarlo paralizado durante unos valiosos segundos. Suponiendo, claro, que terminase consciente.

Apenas había sido perceptible. De hecho, cualquiera que no se hubiese curtido en mil batallas a lo largo de los años probablemente ni siquiera habría sido consciente. Pero él sí. El corte era mínimo, despreciable incluso, aunque no podía evitar sentir cierta victoria moral. Herir a quien ya servía de sustento para las nuevas leyendas cuando él se abrió al mundo no dejaba de significar un logro. Fuera como fuese, aquella cosa que adornaba su antebrazo se había revelado como portadora de una resistencia digna de elogio. En un primer momento no le había prestado la menor atención, pero quedaba claro que cada milímetro de la silueta del Zafiro Negro resultaba potencialmente peligroso.

Apenas había terminado de efectuar su movimiento cuando, sin darle ni un segundo de margen, Dexter lanzó un puñetazo en dirección al centro de su pecho. Lo cierto era que había supuesto que empezarían a un ritmo menor, pero acertó a reaccionar justo a tiempo para no recibir el impacto de pleno en su plexo solar. Las empuñaduras de Yuki-onna y Wirapuru se interpusieron en la trayectoria del puñetazo, amortiguando considerablemente su potencia. Therax tuvo que recular unos pasos para mantener una posición sólida; apenas metro y medio, pero lo justo para no otorgar por completo la iniciativa al revolucionario.

El educado gesto con la cabeza precedió a la nueva ofensiva, demostrando que la acción anterior sólo había sido concebida para ganar terreno y distancia con los que poder atacar mejor —al fin y al cabo la longitud de aquel bastón requería de cierto espacio para permitir un uso adecuado, ¿no?—. El bō que portaba giró cual hélice imposible en sus manos, no perdiendo ni un ápice de impulso por mucho que el variable agarre no fuese tan firme como el que él empleaba para asir sus sables.

Bloqueó a la perfección el envite que amenazaba con golpear su cabeza, deteniendo de forma subóptima el segundo —una buena contusión pasaría a adornar su costado en no demasiado tiempo— y cayendo irremediablemente ante la trayectoria del tercero. «Espabila de una vez y tómatelo en serio, imbécil», se reprendió. ¿Por qué siempre tenía que comenzar los combates a medio gas?

Había dado de espalda con el suelo, pero el antiguo Emperador del Mar se había esforzado por no desaparecer de su campo de visión. Se precipitaba sobre él, proyectando uno de sus brazos hacia delante para… No, no podía ser. Alzó a Wirapuru, que entró en contacto con la descarga eléctrica y la condujo diligentemente hacia donde correspondía. Su cuerpo actuó como un pararrayos, canalizando la electricidad para enviarla al suelo y que éste la absorbiese. Aun así, la corriente sacudió con fuerza su organismo hasta el punto de aturdir su sistema nervioso durante unos instantes. Tal vez contra cualquier otro aquello no significase nada, pero era perfectamente consciente de que su contrincante no era cualquier otro; la menor ventaja podía significar su derrota.

El viento rugió con furia en los alrededores, surgiendo con una imperiosa necesidad de la nada para lanzarse con toda su potencia contra la descendente figura de Dexter Black. Dudaba mucho que semejante monstruo de los siete mares fuese a salir volando con aquello, pero únicamente quería retrasar mínimamente su caída para recomponerse, para que su cuerpo volviese a moverse con total naturalidad y así poder reaccionar como correspondía. Esperaba de todo corazón que funcionase, pues aún no había mostrado la esencia de sus habilidades.

Su piel desprendía algunas finas columnas de un humo blanquecino cuando Therax tomó la iniciativa, rodando hacia atrás para erguirse y comenzar a mover el viento antinaturalmente en torno a él. Etesio comenzó a cobrar forma al tiempo que el viento se condensaba hasta el extremo a su alrededor, dando forma a veinticinco esferas de aire de cinco centímetros de diámetro. Creaban una leve distorsión en la zona que confirmaba su existencia, regalando su tormentoso susurro a los oídos de los presentes.

Therax alzó la guardia un instante antes de que el viento las impulsase. Una feroz ráfaga de aire conducía a cada una de las bolas que, al comenzar a moverse, adquirían una forma alargada más propia de un proyectil de gran calibre. Estaban impregnadas levemente con su voluntd, aunque de por sí eran capaces de atravesar sin demasiados problemas el mismísimo acero.

Fueron quince las que salieron despedidas en rápida sucesión, si bien en un par de ocasiones arrojó dos simultáneamente. Cada una de las que comenzaba a desplazarse se dirigía hacia la posición que ocupaba Dexter en ese momento. Por otro lado, se aseguró de no olvidar la posición de Kaze no Michi, firmemente clavada en el suelo a sus espaldas —no demasiado lejos— y de situarse entre las diez esferas que permanecían suspendidas.

Absorto en el enfrentamiento y preso de la adrenalina y el estímulo que suponía enfrentarse a un rival como aquél, el rubio no había reparado en que en aquella ocasión el público no aclamaba a nadie. Probablemente los edificios silenciasen cualquier ruido, porque era consciente de que las peleas se retransmitían para que cualquiera pudiese verlas.

El puñetazo contra su pecho se había perdido, frenado por las dos espadas del pirata. Por mucho que la diferencia entre ambos fuese palpable, que el rubio fuese capaz de detener uno de sus envites, aun retrocediendo, era digno de elogio. Sin embargo y por desgracia para Telas, aquel paso atrás era una ventaja inconmensurable; él podía manejar el bastón en casi la totalidad de su superficie, pero cuanto más pudiese estirar el mango, mayor inercia tomaría este en su cabeza.

Pelear con bastón, con Nadia, podía resultar complicado en un origen. Aprender a manejar un instrumento con tanta empuñadura y formas de utilizarse, tan variable en su uso, era una tarea titánica. El arma era recta, como un martillo, pero mucho más ligera y con un balance en el punto medio; de sus dos metros podía aprovechar al máximo la primera mitad sin renunciar a su control, pero con una movilidad mucho mayor y un control algo más precario que las armas de mango corto. Pero eso para él no resultaba un problema, y mientras giraba con el bo anclado contra su axila, acelerando su cuerpo mientras con el brazo dotaba de potencia a la cabeza de dragón pudo notar cómo, uno a uno, sus golpes iban resultando más efectivos: El primero había sido detenido, aunque más bien teniendo en cuenta su movimiento, debería haber dicho desviado; el segundo impactó suavemente, y el tercero había logrado efectivamente desequilibrar al contramaestre de los hermanos de la tormenta. El único problema era que ahora Telas se estaba enfrentando a la tormenta.

Su salto fue, seguramente, inesperado, y su caída arrojó un rayo que el chico atrapó con la espada. Estuvo a punto de hacer una mueca de disgusto cuando sintió el voltaje recorrer su cuerpo hasta dar con tierra. ¡Era un pararrayos! La electricidad se había desvanecido rápido, pero se había conducido a través de su cuerpo y aquello tendría consecuencias sobre él... O no. Antes de que llegase a caer Telas descargó una ráfaga de viento contra él que, en una posición claramente desfavorable no tuvo más remedio que dejarse llevar y asumir que no iba a aterrizar de la mejor forma posible.

Podría haber sido digno y usar su fuerza para simplemente llegar al suelo con normalidad, pero prefirió rodar y perder unos instantes que arriesgarse a una herida por estúpido. Cuando se levantó, sin embargo, puede que empezase a arrepentirse un poco. Telas se la estaba liando.

Hay veces en las que un hombre debía reconocer sus errores, y por una vez no ser orgulloso había sido uno. Debería utilizar su Haki de observación más a menudo, pero lo único a lo que alcanzó fue a protegerse con un manto de viento huracanado que, con suerte, desviaría los proyectiles que el muchacho disparaba sin piedad contra él.

Habría esquivado, pero en su lugar trató de cazar al vuelo los proyectiles con Nadia, aunque algunos se movían tan deprisa que resultaba imposible alcanzarlos. Contó quince esferas, de las cuales el viento había disipado dos, su bastón había roto diez y en su cuerpo habían impactado dos. Afortunadamente una había fallado, pero por desgracia las que habían golpeado agravaban la herida en su cadera, la cual era ahora su mayor preocupación, junto a las otras diez que todavía flotaban en el aire, expectantes.

Le agradaba que alguien por fin no usase fuego. Era como un sobreúso, como si no hubiese otra cosa que utilizar: Fuego, fuego y más fuego. Eso mataba personas. Aunque siendo justos, aquellas balas de viento eran suficientes para matar a mucha gente. ¿Qué podía hacer con él? Había visto ya que la electricidad le hacía daño, y que si se esforzaba seguramente pudiese anular su viento, pero no tenía claro hasta qué punto él, que había fundamentado su estilo de lucha en el manejo del viento, podría hacer frente a quien lo encarnaba...

Optó por la opción más lógica. No podía arriesgarse a matarlo con una descarga, pero sí podía generar una zona donde la electricidad fluyese libre. Alzó las manos, chispeantes, y alrededor de ellos se formó una gran cúpula de rayos; le costaba mantenerla dado que implicaba una gran concentración, pero los enormes arcos de electricidad que los separaban del exterior iban cruzándose y entrelazándose, modificando sus diferencias de potencial y estallando en peligrosos arcos que iban de un extremo a otro, golpeando lo que se encontrasen por el camino mientras la conductividad y temperatura del interior se iba haciendo más y más tórrida. Y puede que hiciese alguna que otra trampa para, con sus manos, dirigir un par de rayos hacia Therax.

Dos de las esferas de viento, tornadas en alargados proyectiles al comenzar a moverse, habían sido desviadas por el viento generado por Dexter. Therax no pudo evitar sentir cierto regocijo al comprobar que se enfrentaba a alguien cuyo poder se asemejaba tanto al suyo, aunque, siendo honesto, debía admitir que el antaño símbolo de la piratería llevaba sus habilidades más allá del simple pero no por ello menos poderoso viento. Una decena de proyectiles fue interceptada por la vara que esgrimía con maestría. Estos se deshicieron, regalando al aire su silencioso bramido. Por fortuna ―aunque no tanta como el rubio habría deseado―, dos de ellas alcanzaron su objetivo y materializaron el impacto en un apagado sonido.

Por otro lado, el entorno comenzaba a cargarse y erizar el vello corporal del espadachín. Cuando quiso darse cuenta, una semiesfera de electricidad cubría su cabeza, confinando a ambos contendientes en un chisporroteante espacio. Fue en ese momento cuando comenzó a entender el arcano poder que atesoraba el revolucionario. El Dragón Azul encarnaba la tormenta y, como su guía, había posicionado al rubio en el centro de la misma. Columnas eléctricas comenzaron a nacer por doquier, devorando el suelo aleatoriamente y recorriendo el interior del perímetro eléctrico.

Therax dio un par de pasos hacia atrás para apartarse de la trayectoria de una de ellas, que, rauda y veloz, había trazado una suerte de línea de adoquines rotos entre el Zafiro Negro y él. Otra más pasó junto a él, naciendo a su espalda y rozando su brazo derecho para arrebatarle un gemido de dolor que no le impidió mantener la vista en su adversario.

Ahí venía. Guiando dos de los rayos que nacían por todas partes, su adversario liberó dos descargas eléctricas desde sus manos hacia él. Proferían secos y violentos chasquidos conforme devoraban la distancia que les separaba. El rōnin alado volvió a alzar sus sables, dispuesto a conducir la electricidad con la mayor eficiencia posible hacia el suelo. Los rayos entraron en contacto con el metal, que los condujo hacia su cuerpo y, desde éste, hacia la tierra. Sin duda el terreno tendría que absorber bastante carga eléctrica en aquel enfrentamiento. Por si no fuese suficiente, una nueva descarga incidió sobre él, naciendo desde un lateral de su cuerpo y avanzando sin clemencia hacia él.

Aulló de dolor, notando cómo cada átomo de su cuerpo se estremecía antes de que la corriente dejase de circular por él. Clavó a Yuki-onna en el suelo, más por dar una falsa imagen de desamparo que por verdadera necesidad. Había sido duro y doloroso, de eso no cabía duda, pero hacía falta más para tumbarle. Su pelo, por otro lado, había perdido la natural elegancia de la que hacía gala. La lisura que habitualmente presentaba había desaparecido, dejando su lugar a unos dorados rizos que no le agradaban para nada. Zane se reiría de él durante años cuando le viese, pues su cabeza había pasado a asemejarse demasiado a una gran seta rubia. «Tanto suavizante y acondicionador para nada», maldijo. «Si quieres rayos, tendremos rayos».

Alzó a Wirapuru frente a él, dejando que el viento se concentrase a gran velocidad en su punta. Tal era su condensación que se tornó visible, adquiriendo un resplandeciente fulgor blanquecino mientras el viento gritaba sin cesar. Levante nació de la esfera que se había formado, dotado de toda la velocidad que podía alcanzar el viento de Therax. Era una suerte de rayo continuo y fatal, que, respondiendo a los designios de su creador, avanzaba hacia quien pretendía lastimarle con claro ánimo de incidir sobre su pecho.