Ambición, en el más pequeño de los mares [Moderado Nvl 3 Laxus]

El lento traqueteo del vagón subiendo fue tranquilizando a Laxus, que se iba fijando en el resto de pasajeros que iban con él. Desde luego ninguno tenía pintas especialmente discretas, y le recordó a su propio grupo. De hecho, pensó, si no serían piratas, u otro tipo de personajes que iban tras lo mismo que ellos. Resopló y se apoyó frente a los ventanales que dejaban ver la ciudad desde las alturas, cada vez con más nitidez.

Fue entonces cuando, tras escuchar el comentario de uno de los presentes, cayó en algo. Al ver desde las alturas de manera tan clara las estrellas de las personalidades más distinguidas de la isla y de los mares en lo que a entretenimiento audiovisual se trataba, ató cabos. Los ojos se le quedaron como platos y el corazón le dio un vuelco al pensar que, del mismo modo que la tal Simone había preferido ir a la plaza, él debería haber hecho lo mismo. Respiró hondo y miró a su alrededor. No había mucho que pudiera hacer desde su situación, así que solo podía esperar a llegar hasta la cima. Probablemente todo aquello no era más que la típica paranoia de quien esta mucho rato en el mismo lugar y tiene prisa por llegar a su objetivo. Esperar. Solo podía hacer eso.

Bueno, podrías haber hecho más cosas. Quizás. ¿No? Yo qué sé. El caso que seguís el curso ya inevitable de los acontecimientos y seguís subiendo. Y ahí es cuando comienzan a escucharse disparos... y gritos.

Probablemente los habitantes de Mirrorball no tengan ni idea de lo que se cuece en la gran bola de discoteca, pues, pese a todo, los espejos espías de la misma solo permiten ver en una dirección. ¡Hay, pero qué bonita estaría la isla iluminada de ese tenue rojo que ahora mancha los suelos!

Cuando llegáis el tumulto ha comenzado ya. Una miríada de piratas que han ido haciendo allí su nido han perdido finalmente la paciencia y se han liado los tiros los unos contra los otros. ¿Será esa parte del "concurso"? Una lucha a muerte es algo típico. ¡Que el último en pie se quede con la fruta!

Veamos, Laxus, no tienes aliados. No tienes armas. Vaya... ¡cómo está la cosa! La pequeña banda de Kaillou sale al combate como desquiciados, berreando y sacando las armas que pronto derramarán aún más sangre por el suelo.

Pocos quedan en el ascensor: tú, los dos "botones" con camisas desabotonadas y otros cuatro ingratos que no creían que todo fuese a torcerse de aquella manera.

Bueno, tres, ahora que una bala perdida acaba de cargarse a ese pobre desgraciado. ¿Qué harás? Por que quizá no quieras convertirte en un cadáver en aquella noche tan oscura en el que el cielo, en lugar de brillar, corre rojo con la sangre de los piratas.


La sala es un enorme conjunto de plataformas de metal que conforman, tras un breve pasillo tan ancho como las enormes puertas del ascensor, una plaza de enormes dimensiones. Bajo ella, en el centro, hay un cristal enorme para ver justo el centro de la isla , aunque para ver el resto basta con asomarse a las barandillas que rodean la zona. Bajo esta plataforma suspendida por vigas de metal que rodean cada octavo del contorno, hay alguan que otra plataforma pequeña -no más ancha que dos hombres- que parecen tener algún dispositivo que permite moverlas como grúas, quizás para acceder a los distintos puntos del diámetro inferior de la cúpula en caso de posibles reparaciones o inspecciones. Asímismo, en la parte superior, existe un enorme pilar central que se ancla al techo de la bola de cristal, que también parece ser recorrible, si uno sube por alguna de las escalinatas de mantenimiento que se encuentran en cuatro de las ocho "torres" que sustentan la plataforma. En ciertas zonas del contorno hay prismáticos -de monedas- y un pequeño stand que parece vender souvenires, como réplicas de la bola en forma de llavero y fotos conmemorativas. Aunque tampoco es que sea tiempo para fijarte tanto en tantas cosas con unas cuarenta o cincuenta personas guerreando en este círculo de ciento y pico -veinte- metros de diámetro.

Conforme el vagón termina de subir, se van escuchando disparos. Lazus, con los brazos cruzados, alzó una ceja, mientras el resto de los presentes, nerviosos y tensos, sacaban sus armas. Si, definitivamente eran piratas. En cuanto se abrieron las puertas, se deja ver el infierno ante ellos. Una considerable multitud de personajes armados combatían en un battle royale donde, parece, el último en pie se queda la fruta. Parece pues que no hay lugar a la confusión. Aquel debe ser el lugar. Eso mismo piensan al menos los piratas que acompañaban a Laxus, y que se lanzaron al ataque sin dudar un solo segundo, gritando como si cargasen en una batalla a campo abierto.

Sin embargo, habia algo extraño. Laxus analizó la situación, y se dio cuenta de que, entre todos los combatientes, ni parece haber ningún "juez" ni, desde luego, ninguna Akuma. ¿Estaría escondida? Torció el gesto. Una bala corrió silvando a su lado, penetrando en el cuerpo de uno de los que, como él, todavía se hallaban en el ascensor, matándolo en el acto, aparentemente. Desde luego sus opciones eran reducidas. Si se quedaba, debía luchar, y en su cómica inferioridad numérica las posibilidades de que alguna bala perdida le golpease, hiriéndolo de gravedad, eran inmersas. La otra, a priori más razonable, bajar de nuevo. Pero eso implicaba no obtener la fruta, si es que de verdad se hallaba en aquel lugar. Porque, si resultaba que no, todos aquellos pobres diablos estaban muriendo por nada, esperando obtener un tesoro que no se encontraba allí. Una cruel broma del destino, sin duda. ¿Qué haría él? Por el rabillo del ojo se asomó al exterior. Suspiró de nuevo. No merecía la pena morir allí, fuese cual fuese el premio.

—Tú — dijo intentando agarrar del cuello a uno de los botones que operaban el ascensor — Vuelve a ponerlo en marcha, vamos.

No creía que, ante la que estaba montada delante, tuviesen ninguna objeción.

Tu mano se cierra sobre el cuello ancho y grasoso de uno de esos patanes que creen haberse disfrazado estupendamente. Hundida sobre sus barbillas, casi parece otra más; de no ser porque no tiene ese pelillo rizado y casi púbico que le adorna la cara, el cuello, el pecho, los brazos y -desgraciadamente logras verlo por que los pantalones no le caben bien- todo su culo de mandril.

—¡Agth, aghc!

Qué blanducho. Su compañero, gemelo en fealdad pero rubio y con más entrecejo, acciona el ascensor que lentamente comienza a cerrar sus puertas. Una bala silba de nuevo en el borde, rayando la superficie acristalada. Ha hecho una pequeña mueca, que no tarda en hacer una raja que no atraviesa del todo su grosor, pero bueno. El resto de impactos que suceden a la anterior bala tocan directamente su superficie, dura y densa, y finalmente los dos bordes se tocan sellando el ascensor que vuelve a bajar tan lentamente como subió.

Y comienza a sonar la infernal musiquilla otra vez.

—Buena idea —dice uno de los otros cinco presentes, un tipo larguirucho que desenfunda una pistola ridícula en comparación a lo largo de sus dedos—. Cuando volvamos a subir solo lidiaremos con los heridos, y mientras tanto podremos.

—Solventar los problemas entre nosotros —añade el que está a su lado, sacando un par de cuchillos de sus mangas como el más diestros de los magos. Bueno, no tanto, que uno se le cae al suelo.

—¿Es hora de pelear? —pregunta el tercero, cuya cara podría ser la definición de tontolaba. Simplemente levanta sus puños.

Bueno, Laxus, parece que pese a todo tendrás que liarte de tortas. ¿No?

Laxus, asqueado, apartó la mano de inmediato de aquel espécimen de mono en cuanto notó que aquel pelaje y aquella piel no era del todo humana. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. No le gustaban nada los animales, y menos aquellas especies de chirridos tan irritantes. Se apartó un paso mientras unas cuantas balas se estrellaban contra el ascensor en que se encontraban. Laxus hizo una mueca.

-Al menos este trasto es resistente.

Y como si alguien hubiese escuchado y quisiera castigarle más, la musiquilla volvió a ponerse en marcha, junto con el ascensor. Suspiró, harto. Aquello empezaba a agotar su paciencia. Y para terminar de rizar el rizo, los piratas que se habían quedado con él parecían con ganas de pelear. Laxus contempló con los brazos cruzados y una ceja alzada cómo uno de ellos desenfundaba una pistola, y otro de ellos, en un vago intento por impresionar con sus dotes de malabarismo, perdía en el suelo uno de los dos cuchillos que llevaba.

-¿Es hora de pelear? - dijo el tercero, que o no entendía bien cual era la situación, no estaba muerto de miedo.

-Bueno, es suficiente. - dijo Laxus torciendo el gesto en clara señal de irritación mientras se crujía los dedos de las manos - El camino hasta abajo es largo y estoy de mal genio - sus ojos dentellaron mientras mostraba una media sonrisa de lobo - Empecemos.

Como un rayo, se giró hacía el que tenía más cerca, que resultó ser aquel que iba desarmado. Con toda su fuerza, le cargó un gancho ascendente directo a la boca del estomago, con intención de dejarlo, si no noqueado, bastante inservible. Para el combate, al menos. Si lograba alcanzarle, aprovecharía el contacto para lanzarlo volando contra el tipo de la pistola, preparándose para encarar acto seguido al de los cuchillos.

Veamos. Este señor necesita un nombre. Llamémosle Mike. Mike el doble vizco.

Cuando lanzas tu gancho a la boca de su estómago, el lento de Mike el doble vizco es incapaz de reaccionar a tu ataque. Él siempre fue lento, tan lento que, realmente, ha tenido que aprender a encajar bien los golpes. Su inhumana resistencia aún así no es una invulnerabilidad, y se dobla hacia delante por tu golpe con un sonoro "Buh" que escapa de sus labios al quedarse sin aire. Segundos después, pero demasiado pocos como para que la decisión de dicha acción fuera tomada después del golpe, descarga sus brazos con torpes golpes -como si fuera un niño- hacia a ti. Fuerza Tier 1.

Nota:

Mientras tanto el de los cuchillos se ha lanzado contra el señor de la pistola. Pese al tiro que ha recibido en la pierna, el últiimo salto le ha permitido acercarse al larguirucho pistolero y ahora mismo está encima de él descargando una y otra vez su navaja contra el delgado torso del muchacho antes de que este decida volver a apretar el gatillo. Cosa que probablemente haría si pudiese sobreponerse al dolor.

Los espías -el señor que seguramente sea medio mink, si no entero, y su rubio clon- simplemente se quedan ahí, observando. Maldición he perdido la oportunidad de que fuesen Mandril y Comadreja...

A Laxus le sorprendió que aquel tipo hubiese resistido de manera tan digna su potente golpe. Quizá no supiera luchar - su postura y su posterior ataque así lo sugerían - pero desde luego su resistencia era digna de elogio. No obstante, no era rival para el alto rubio, que le miraba molesto. Mike se incorporó y se lanzó a por Laxus con unos movimientos infantiles que este ni se movió. Dejó que los golpes impactasen directamente en su pecho, aguantando el dolor, si es que llegaba a sentirlo, mientras observaba a los otros dos contendientes.

El tipo de los cuchillos había recibido un tiro en la pierna, pese a lo cual había logrado derribar a su rival y estaba lanzando salvajes cuchilladas contra un pistolero que no tardaría demasiado en exhalar su último suspiro de vida.

-A ver, tu, ¿has acabado ya? - preguntó bajando la mirada hacía Mike.

Acto seguido, alzó su puño derecho y lanzó un puñetazo que apuntaba a la cabeza de Mike como un misil.

La falta de técnica quizás podrías haberlas aprovechado, pero tú vas de frente, a pecho descubierto, y desde luego sientes dolor. "Pum, pum, pum", cada puñetazo torpemente dado sigue siendo dado por alguien con la fuerza de un boxeador. Quizás no te tumbe y te hayas preparado para encajar los golpes, pero vaya si que duelen. Si emplease algo de técnica para apuntar a tu hígado o bajo tu caja torácica, seguramente ya estarías en el suelo.

Bajas la mirada, aunque desde luego tampoco hace falta bajarla mucho porque tu cuerpo se ha doblado algo por el terrible dolor que pronto llenará de moratones tu pecho.

—¡Duele, duele! —grita de pronto tu enemigo, llevándose las manos al estómago dejándote el camino hasta su cara totalmente libre.

El puñetazo le hunde la pequeña nariz hacia dentro, pero aun así se mantiene consciente, e incluso firme. ¿De qué está hecho este tío?

—¡Te vas a ente-! —grita, pero luego todo rastro de inteligencia, o más bien de consciencia, porque de inteligencia tiene este señor poca, se desvanece. Cae inconsciente.

A tu espalda se acaba de levantar el señor del cuchillo, salpicado de sangre, que, ahora, además tiene una pistola robada en mano. Respira agitado, el frenesí de haber matado al largo pistolero parece que le ha pasado factura.

—¡El premio será mío! ¿Me oyes? —amenaza entre que intenta recuperar el aliento.

A los dos hombres mandriles, o más bien con aspecto de mandril, que no son minks pero casi que poco les falta, les faltan simplemente unas palomitas para ver el espectáculo. Si es que les quedaran ganas de comer viéndolo, la verdad.

¿Qué harás ante un enemigo armado, Laxus? Aún queda mucho tiempo para que el ascensor baje... y aun más para que vuelva a subir, sí subís, claro.