War, war never changes (+18) || Moderado Krieg.

Siquiera sopeso eliminar la trampa, no con el enemigo tan cerca a mí, simplemente la sorteo y me voy tumbando como había planeado. Y es entonces cuando todo pasa.


¡Ja,Ja!  // ¡Sí, sí!

La imponente máquina se asoma mientras voy tomando mi posición, intentando permanecer oculto entre la poca luz del túnel y la sombra de la bestia de hierro. ¡Qué magnífica ingienería!, digo para mí, mientras araño con mis codos el suelo de la trinchera, afianzando mi peso para poder disparar mejor a aquellas piernas que asoman y empujan tras el monstruo.

—¡Atrás!

¿Qué? ¿¡Es que acaso se han asomado?! ¡¿Es que no entienden que yo debo ir como primera línea y ellos deben esperar?! ¡Maldición! ¡Maldición, maldición! ¡No puedo ir hacia atrás! No con la bomba de metralla a mi espalda, no con el enemigo tan cerca. ¡Joder!

Quizás... Quizás la orden solo ha ido para ellos. Sí. No. ¿No? No. Debo retirarme. Y para ello no me queda otra que hacer todo cuanto esté en mi mano para poder hacerlo.

Disparo. Pero no son las piernas que puedo ver entre las ruedas del monstruo a lo que apunto, sino a la cadena de munición que la máquina traga con avidez. Aunque lo cierto es que simplemente descargo el fusil mientras encuentro las fuerzas para reincorporarme desde el suelo, poniendo primero una rodilla y luego otra, intentando permanecer gacho durante todo, mas esa es la intención principal. Sé que inevitablemente parte de mis disparos fallarán y se desviarán mordiendo carne o un metal más duro que el de la ristra, y quizás es por eso por lo que descargo toda la munición que me queda en el cargador con tanta insistencia. Quizás parte de mí prefiere matarlos a ellos a paralizar simplemente a la bestia para poder cumplir mi orden. Esa parte de mí que quiere seguir con el plan inicial, esa parte de mí que es un cobarde y que no se atreve, simplemente, a andar hacia atras bajo el trueno de la artillería.


Una vez con los pies en el suelo, gacho y doblado todo cuanto puedo para que las balas que aún puedan seguir disparando destrocen mi petate y no mi cuerpo, voy retrocediendo lentamente, afianzando mis pies al suelo para no caer sobre la bomba antes de atreverme a levantar el pie dispuesto a saltar el primero de los dos cables.

Una tras otra las balas se estrellan contra el metal, la tierra y la carne. Una tras otra como lo han hecho todos los que han quedado tras de mí; los que ya no están. ¿Y qué hago yo? Retroceder bajo el fuego enemigo.

El petate se deshace tiro a tiro, y la potencia de estos me desestabiliza, y débil como soy sufro con cada roce de los proyectiles cuyo simple paso hace vibrar mis huesos con tanta intensidad que los astilla levantando la tela, la piel y el músculo que los recubre. El último paso, el importante, es el que me cuesta el peor balazoque simplemente se abre camino en mí sin encontrar la más mínima resistencia. Soy asi de débil, y por ello caigo revoleado y de culo al suelo.Afortunadamente he pasado el primero, pero quedo demasiado cerca del segundo cable.


Las acciones de mi vida me han llevado hasta aquí. Hasta este punto en el frío suelo de un país lejano. ¿Lejano de qué? Krieg ya no está. Y por ello me maldigo, como lo hago por no darme cuenta de que mi superior no debió tener el liderazgo. No. Ese es otro error. Un error mío. No he demostrado mi valía, y por ello me mandó retroceder. ¿Verdad? Y ahora tengo la bomba enterrada al lado, casi a mi espalda.

Cavo agarrando con tanta firmeza la pala como la herida. Cavo lamentando que el muchacho que me usa de cobertura sea solo lo suficientemente listo como para tener cuidado con los cables, pero no lo suficientemente valiente como para cargar antes de que arreglen la artillería. Cavo con odio, dolor impotencia y furia.

Antes no clavé mi rodilla en el suelo porque quisiese ser más firme, si no porque tenía que poner freno a esa parte de mí que quiso huir. Esa parte de mí a la que le da miedo morir. Esa parte de mí que aquel aciago día escapó de la línea de fuego y huyó para alertar al mando principal cuando se nos dio la orden de quedarnos. Esa parte que me llevó a acabar con la guerra.


¡Qué vergüenza! ¡Qué absoluta y más completa vergüenza! Y por ello cavo. Palada a palada rezando porque mi esfuerzo haya comprado el suficiente tiempo como para que un valiente se lance a la ofensiva y los mate antes de que... Eso.

—¡Ve, salta los cables!—rujo, incapaz de girarme y de hacer otra cosa que cavar, arrastrando mi maltrecho cuerpo cuando la tierra es demasiado dura.

El peso de una nación, de cada antepasado mío y de mis hermanos caídos recae sobre mis hombros. Mas por mucho que me esfuerce, sé que no es suficiente, y por ello me he consagrado a dar más aún. Pero sé que me da miedo morir. Es una vergüenza... pero es la verdad. Y el porqué es tan claro como que no voy a salir de esta.

Mi vida no ha significado nada.

¿Cómo va a hacerlo entonces mi muerte? Y es por eso que espero que mi sacrificio haya valido de algo, lo suficiente para no tener que clavar la pala en el hueco que estoy haciendo, girándome y haciendo uso de todo mi peso para levantar la tierra y hacer pivotar la mina encarándola hacia el enemigo. Porque si tengo que hacer eso, es seguro que moriré aqui. Es seguro que no soportaré el embate del retroceso y que moriré sin posibilidad alguna de luchar un día más.

Resumen:

¿Cómo puedo alegrarme de no haber muerto? Miro lo que ha pasado por mi culpa, lo que podía haber sido una baja menos. ¡Qué vergüenza! ¡¿Y ahora qué?! ¡¿Qué vas a hacer siendo una carga, Krieg?! ¡Eso si vives! ¡Más te vale vivir para pagar tu deuda!

Llega el médico, y ello me hace temer el soltar la presión de mi herida. Mas hago lo que debo hacer para dejarle trabajar sin querer ver en su gesto señal alguna del diagnóstico. Si no hay nada bueno que decir, no se suele decir nada.

Deseo seguirles para tener otra oportunidad por la que sacrificarme, pero voy a ser una carga. Y no, ahora no es una excusa.

—Marchaos. Intentaré volver.—declaro, como debo hacer, a mitad de que gaste más vendas de la cuenta.—. Coged todo lo que necesitéis...

Esa es la penitencia por no haberlo hablado antes de manchar el preciado suministro con mi sangre. Por ser débil. Por costarme mantener la consciencia entre el dolor y la falta de sangre.

—Venced —dictamino, como es nuestro deber.

Y con ello, mientras recupero el aliento y dejo que mis piernas se preparen para el espoleo de mi voluntad, no pierdo el tiempo sin hacer nada e intento desmantelar el explosivo para llevármelo. Asi como todo lo que crea poder aprovechar, como la confiable pala que se habría sacrificado conmigo. Y tras ello, apoyándome en mi maus como una valiosa estaca, ando descargando mi peso contra el frío muro del tunel para aliviar mi flanco más herido.

Paso a paso, dando todo y más, intento volver cuanto antes a la encruzijada que dejamos libre atrás para preparar allí el explosivo saqueado. Es lo menos que puedo hacer para asegurar el éxito de la misión desde la retaguardia, evitar que un posible enemigo nos aborde desde el flanco.

—Con cuidado —me exijo al ver mis manos cansadas. Las aprieto para acallar su temblor—. Y adelante.

Con todo lo que tengo, y más.

Ale:

Apostado allí, alerta, el tiempo se vuelve difuso. Cansancio y dolor se me mezclan, y cada poco me veo forzado a mover el dedo del gatillo para confirmar que este no se me ha quedado allí muerto y anquilosado. No, yo no soy de esos que pierde el foco en su trabajo, en su deber, y aunque el fuego de mi alma se va atenuando lo mantengo encendido. Siempre encendido.


Siento la necesidad de apuntarles, pero el medio giro no se convierte en completo al razonar tras el instinto que ellos sí son de mi bando. Sin sospechar ninguna traición vuelvo mi atención a su legítimo lugar hasta que un par se me acerca. Su inacción ni su grato ofrecimiento me relevan de mi función. Alguien debe quedarse vigilando.

—Estoy bien, gracias—miento. Entonces la orden me es dada—. He colocado una mina ahi, con su cable de activación. Hay más cámaras del enemigo mas adelante, liberadas en un principio, quizás pueda salvarse algún suministro. El resto ha seguido adelante para terminar de colocar las cargas.

¿Por qué me miran así? ¿Por qué dudan? ¿No será que...? Claro. Debe ser eso. Hago el esfuerzo por levantarme, notando cómo la sangre seca se rompe y el apelmazado coágulo apenas se mantiene.

—Gracias, soldado—le digo a ese de mejor vista; a ese que no ha dudado de mi honor; al cual me ayuda a andar.

Siento cómo las fuerzas se me desvanecen al poder apoyarme en la comodidad de un compañero. Mi cuerpo quiere echarse a descansar -o a morir- pero sé que no es el momento de hacerlo. Cómo no, y aunque jamás lo he malcriado, se queja buscando en mí el menor signo de debilidad.


Al volver a la retaguardia el recibimiento no es en absoluto agradable. Es lo que me merezco, supongo.

—Continúan poniendo los explosivos, a mí me han herido y resultaba una carga—informo brevemente.

Me dejan donde los maltrechos, y casi puedo ver un atisbo de lástima en el rostro del que me ha traído hasta allí. ¿Quiere quedarse? ¿O quizás es que no quiere irse de vuelta? Qué más da. En lugar de centrarme en las pobres almas desvalidas que me acompañan, evalúo cómo están las cosas. Los soldados desde luego no parecen descontentos...

Pronto las palomas revolotean a mi alrededor, y por los comentarios puedo entender que evalúan si deben o no darme la preciada asistencia médica. No les entiendo, pero eso no me impide dejarles hacer lo que consideren más apropiado. No me quejo, aunque lamento que no puedo reprimir los espasmos y la tensión que hago como actos reflejos al dolor cuando hurgan en mis heridas.

—Perdón...—les pido, y lamento hacerlo pues esto no es más que otra interrupción en su trabajo.

Mas pronto, creo, realmente, antes de que hayan terminado, requieren de mi en otra parte. Sigo la orden tan bien como puedo, usando mi arma como muleta notando prácticamente la instante que sea lo que sea que hayan hecho esos médicos, lo han hecho bien. Mas en aquel trayecto hasta el lugar al que me llevan no puedo evitar pensar que si está desapareciendo el dolor quizás sea porque tambien se está yendo mi vida.

Al llegar ojos se van innatamente hasta el mapa en la mesa, arañando con desconsuelo la estrategia de los altos cargos. Dudo, y eso es lamentable, tanto o más como que la mujer que está allí no lleva una mota de la guerra encima. Tras la máscara mis ojos van a los de mi superior al recibir la tajante orden.

—El enemigo parecía acorralado y desesperado y utilizó una ametralladora pesada en la trinchera. Probablemente, dado el peso de la maquinaria, estuvieran apostados en uno de los polvorines. Inutilizamos el arma y les dimos muerte a costa de dos bajas, entre ellas el teniente, un herido en mano -que continuó con el grupo para completar la misión- y yo mismo. Volví para no resultar una carga y aseguré una intersección no vigilada hasta que el avance de las tropas me hicieron llegar las órdenes de retirarme.

Conciso y todo lo exacto que un hombre de guerra puede ser. O que debe ser. ¿Cuántos de los hombres de allí se hubieran colocado la medalla por estropear el arma el tiempo suficiente para que sus hermanos dieran sus vidas para completar su trabajo? Pero yo no soy como ellos. No, ni siquiera siendo consciente del enorme trecho que nos diferencia, sé que ninguno de ellos vale más que yo. Ni allí ni en ningún otro lugar. Ni con todas mis debilidades ni todos sus méritos.

—Depende del trabajo, señor, pero cumpliré mi deber —le confirmo, esforzándome en cuadrarme como es debido.

Es entonces cuando se me da mi nueva misión. Tomo el papel con cuidado entre mis manos y lo observo, incapaz, en cierta manera, de creerlo. Porque, bueno, no puede ser otra cosa... ¿no? Si no confían en su propia gente, si han de hacerlo en un extraño, es que alguien está oculto entre sus filas.

—Lo comprendo.

Sospecho que el convoy de heridos deberá esperar aún unos minutos a los últimos remiendos antes de salir, y siendo aquel un lugar donde no puede asomarse la sospecha... procedo. Una correa, y luego otra. Me quito la máscara sin poder apreciar con agrado el sutil cambio en la temperatura, y sin fijarme en el cambio en sus rostros al contemplar el mío. Respiro. Tras rascar un poco la sangre seca y asegurar que allí no llega la humedad de mis heridas, como lo hubiera hecho en cualquier bolsillo, introduzco el mensaje para colocarlo donde quedaría mi frente y con este allí vuelvo a colocarme el glorioso recuerdo de mi tierra.

No fracasaré, mas aunque sé que esta promesa jamás será aplastada, quizás mi escasa imaginación no pueda concebir algo más grande que mi deber.

—¿Como sabré a ciencia cierta quién es el superior al que debo entregárselo? ¿Qué contramedidas implemento en caso de captura? ¿Se me permite destruir el mensaje como último recurso para que no caiga en manos enemigas?

Una vez sepa eso solo me quedará volver con los demás para cumplir mi misión.

Caminar por el barro me trae recuerdos de mi tierra. Añoro aquellos terribles días en los que mi cuerpo quedaba destrozado por el entrenamiento y ni siquiera necesitaba dormir, solo desplomarme por el cansancio. Uno no sabe cuáles han sido los tiempos dorados hasta que estos pasan, y quizás por ello deba dejar de añorar y disfrutar del dolor y el cansancio que siento ahora. Mas no me paro al oír los gritos de júbilo tras las múltiples detonaciones. Tampoco lo hago al llegar a la trinchera, como otros muchos, que caen presas del breve oasis de descanso para enjuagarse la garganta. Pronto, demasiado pronto, se hará de noche.

Una voz me saca de mi ensimismamiento, de mi foco en la misión, pues esta trae en su tono la promesa de la batalla.

—Me alegra oir que aún tuerto ves muy bien —comento sin esforzarme en adulterar mi crudo acento de mi voz reseca—. La carta de servicio por defender tu patria; que para algo soy un mercenario.

Antes de que las cosas puedan ir a más, antes de que pueda pagar con él la rabia que siento dentro con los dorados rayos del ocaso iluminando la escena, todo se llena de sangre. El destello que precedió aquello apenas pude recordarlo, y antes de la explosión mi ser ya se había tensado para tirarse cuerpo a tierra. La explosión que resuena a lo lejos trae consigo un viento infame y el olor a carne quemada.

—Verdammt...—maldigo, recordando no solo la gravedad de mis heridas si no la futura necesidad de comprar filtros adecuados para mi máscara.

Me tomo un momento para cerciorarme que no estoy -al menos- peor, y manteniendo la calma dedico mi atención al caos generalizado mientras me voy poniendo de cuclillas. Es pronto para estirar la pierna aún.

—Персона? —repito, con cierta incredulez.

No. Aquello que venía debía ser un monstruo. Uno lo suficientemente inteligente como para desde una abimal distancia hacer objetivo al mando principal de la pequeña retirada. ¿Qué interés podía tener un enemigo en aquella pequeña comitiva de heridos? A no ser...

Gruño y arranco de mi espalda los últimos trozos de mochila que se sostienen por los nimios retales de alambre de espino, haciendo sitio a mi maus en su enganche. Comienzo a enrollar el poco alambre de espino en torno a mi guante, apretándolo hasta notar cómo cortan y hacen sangre. No hay mucho tiempo, ni tampoco hay mucho alambre.En la otra sostengo la granada, tras quitarle dándole contra mi rodilla la anilla, sujetándola de inmediato para evitar que corra el tiempo en contra. Poco a poco me dejo caer al suelo, bocaabajo, y comienzo mi lento arrastre sobre pies y codos.

Debo cumplir mi misión.

No, solo quería evitar los tiros. Tengo que llegar. Tengo que entregar el mensaje.


¡No miento! El espino era por si llegaba esa cosa tan rápida poder engancharla. ¡Si es rápida no puede ser fuerte! ¡No puede ser ambas cosas!

—Estamos muertos.
—Vamos demasiado lentos.

Una explosión y luego otra. Muerte y más muerte. No puedo hacer otra cosa que arrastrarme por el barro intentando no parecer un objetivo. Hacia adelante, rodeado de caos, miedo y muerte.

-¡Se acerca!

¿Qué es ese sonido? Retumba contra mi pecho pegado a la tierra. No es el zumbido del rayo, no es el ruido de las detonaciones ni el griterío de los soldados. ¿Es un motor? No. Son pistones. Dos piernas golpeando constantemente la tierra en un incesante e impertérrito avance.


Eso es algo que comprendo al mirar atrás.

El monstruo mide lo que tres hombres sino cuatro, y su piel marmólea contrasta con las destrozadas ropas y el atardecer que le enmarca. Las balas no le hacen nada, y pronto conozco la terrible verdad que nos depara la caída del sol.

-¡¿Por qué coño no se muere?!

Me fuerzo a levantarme, a girarme la cara para darle la espalda a la noche que ya nace allá donde debiámos ir. Ya no hay necesidad de guardar las pocas fuerzas que tengo. No. No las hay. Ojalá la hubiera. Pero no la hay. Reconocerlo no me avergüenza ya. No podemos huir.

Un nuevo sol nace en la boca de aquel extraño ser, y el fuego destella en una infernal ráfaga que devora todo cuanto desdibuja en el páramo. Mis ojos están fijos en ese sol, que tan pronto como nace muere llevándose consigo otras tantas vidas. Qué... maravilla.

—Uno... dos...—cuento.

Avanzo como puedo hacia el que trae la muerte mientras voy contando. Sabiendo que esa criatura tiene el poder de hacernos saltar por los aires, no me hace falta el explosivo para asegurarme la última opción. Sabiendo que ese monstruo puede correr más que todos nosotros, no me hace falta huir. Sabiendo que voy a morir allí... nada me impide dar mi vida. Nada me impide darlo todo, y más, sin importar que mis huesos se rompan; que mis músculos se desgarren y ardan; que no haya nada por lo que recordarme ni nadie que lo haga. Lo único que importa es destruir a esa cosa y morir dándolo todo y más.

Con mis pies avanzando en el barro, anclándome a la tierra con cada paso, terminará todo. Con firmeza. De frente.

—¡No podemos hacer nada sin morir, soldados! ¡Salvo luchar! ¡Y ganar! —grito, consciente de que ningún esfuerzo debe ser malgastado. Ni mío ni suyo.—. Dadlo todo... y más.—susurro, preparándome para golpearlo si viene hacia mí, y para lanzar la granada en cuanto abra la boca.

¿Quién es este hombre?, me pregunto sabiendo que su categoría es muy superior a la del individuo al que me enfrenté antes. Tanto que... es normal que me sienta así. Aplastado. Contra el suelo. Con los pies hundiéndose cada vez más en el barro mientras su mera sombra es capaz de devorarme. Soy nada en comparación a él. Absolutamente nada. La luz que comienza a manar de su boca me saca de la repugnante falta de moral que me recorre, y actúo.

La granada explota, pero lo hace antes de impactar contra su objetivo. Sí, cuando uno busca maximizar el ratio de una explosión la detona antes de llegar, pero ni con esas la torpe ingienería de los kyeskanos es capaz de mellar la silueta del gigante. Valiente mier...

El humo vibra tanto como lo hace el suelo, pero no puedo huir. No. No con estas piernas. No con mi honor intacto. Cuando las primeras falanges manan de la cortina no puedo hacer otra cosa que la que hago: doblar las rodillas. Pero incluso eso es gesto inútil contra el monstruo. Me ha agarrado. Si, quizás no lo haya hecho por la piel o el músculo, pero su mano se ha cerrado en torno a mi uniforme y la correa de la mochila como una prensa hidráulica.

Y aquello me recuerda algo. Una historia que se cuenta a todo muchacho que comienza a interesarse por la ingienería y desentierra los terribles peligros de la automatización. Johans Carles, 23 años, muerto al quedar su manga atrapada en la cadena de montaje. Sé que a diferencia de la artesanía de esta tierra infecta, las telas que cubren mi piel, recuerdo de la gran nación en cenizas, no se romperán por mucho que tire. Sé que estoy tan atrapado como lo estuvo aquel pobre muchacho.

Golpeo. Golpeo por mi vida sin importarme cómo se estrellan mis nudillos contra el indestructible brazo de mi enemigo. Grito, pero aquello tiene la misma efectividad que mis acciones y las de mis hermanos en batalla. Las balan vuelan, para nada. ¿No hay nada que podamos hacer contra este monstruo? ¿¡Nada!? Escucho otro disparo. Uno que nace demasiado cerca.

Mi pie se ha movido. Ha retrocedido. Lo ha hecho como un reflejo, un instinto que pese a las palabras que me digo está tan arraigado en mí como el más horrendo de los cánceres. Pero no puedo siquiera tirar, y el brazo que retrocede sobre la manga simplemente se ancla gracias a la maravillosa idea de haberlo rodeado con alambre.

Ser valiente y estúpido dicen que a veces es lo mismo. Heh. Qué poco consuelo encuentro en ello... nada puede ahogar esta vergüenza.

Mi mano deja de golpearle, y ahora solo yace abierta sobre su piel, agarrándola, como la de un niño cansado de que su padre le impida coger la moneda. Es solo una moneda, pero nada puede hacer él por abrir ese puño capaz de desatornillar tuercas con las manos. Nada salvo escuchar cómo se burla de él por no intentarlo lo suficiente. Por ser débil y no querer algo lo suficiente como para cogerlo.

¿Cuántas veces me he levantado ya? ¿Cuántos esfuerzos he realizado para no labrar un mísero fruto?

¿Cuál es el límite de la voluntad humana?

¿Cuándo voy a aceptar que no puedo hacer nada...?

Por el rabillo del ojo veo el revés que es lanzado con facilidad y desdén, aquel que le arranca la cabeza de cuajo del soldado. Muere. Muere como lo han hecho tantos otros. Luego otro más avanza sin importarle aquello lo más mínimo. Acepta su muerte con la misma facilidad con la que el coloso se la da, destrozándolo con una patada en el pecho.

—Nein, heute nicht. /// No, hoy no.

No cuando ha cometido semejante error. No mientras siga estando vivo.

Retuerzo mi cuerpo con todas las fuerzas para servirme del cambio en el centro de equilibrio del monstruo, aprovechándome de mi bajo centro de gravedad para intentar descompensar el suyo. Grito mientras mis brazos hacen de palanca tanto o más como lo hace el resto de mi cuerpo y mi alma que se ancla a la tierra con una mejor postura gracias al inicial movimiento de un pie que creí cobarde. Le haré caer. ¡Le derribaré!

A más grande el enemigo, más dura la caida y mayor la gloria.

Resumen:

¡Cae, cae, cae, cae!

Pero mi pensamiento y mi rabia se rompen con mi cuerpo. Me quedo sin aire, sin fuerzas y sin nada que no sea un horrendo dolor. Grito... o más bien lo intento. De mi boca abierta no mana sonido alguno. Los hombres que luchan a mi lado tienen suerte de que lleve máscara. En ese momento, en ese justo momento en el que creo que nada puede sobrepasar la tortura de mi carne, una vuelve a mí desde el rincón más oscuro de mi pasado. Me quemo...

Aprieto los dientes casi notando como estos estallan. Mi mano golpea a tientas mi costado hasta dar con la pala, abriéndola con una rápida extensión que hace saltar el enganche de mi cinturón. Sierro. Sierro por encima de mi homóplato la tela que se deshace fruto de su agarre y las llamas. Puedo oler mi carne quemada mientras los gritos de los soldados llenan la escena.

Siguen luchando. ¡Ellos siguen luchando! ¡Lo hacen pese al dolor, a sus heridas y al faro de muerte que brilla en el puño del monstruo! Y allá se estrellan, recibiendo golpe tras golpe como una marea humana.

Y yo que creía que jamás volvería a ver a los hijos de mi tierra. Mas aquí prevalece su espíritu....

Me giro para cumplir mi deber: hacerle frente a mi enemigo. Hacerlo hasta con el último aliento. Con el último pensamiento de que aquí termina todo. Con un último golpe.

Esgrimo mi pala en el aire describiendo el arco más grande que puedo, de arriba a abajo, con todo lo que tengo. ¿Mi deseo? Dejar allí mi marca, delante de todos, para que la muesca en la piel del monstruo muestre su verdadera naturaleza y la perseverancia del espíritu del hombre.

Ese será mi legado.

Cosas:

Lo he conseguido...

Me quedo mirando la marca que será mi recuerdo aún con la mano extendida, sin poder evitar sonreír con algo de tristeza. La herida que he dejado sobre el monstruo del metal es un logro, pero uno que me ha costado tanto esfuerzo que no me ha quedado el suficiente como para aguantar el retroceso de la pala. Qué desgracia... la mía.

¿Con qué voy a seguir golpeándolo ahora?

Intento alzar el brazo una vez más, pero ya mi carne no me responde más que con un miserable temblor. Mas debo seguir golpeando. Debo continuar luchando hasta convertirme en ceniza. La luz continúa aumentando mientras los cristales de mi máscara se oscurecen como respuesta. Sonrío.

Pronto cumpliré mi sino.

¿Me honrarán los soldados terminando el trabajo del que he formado parte? ¿Llegará esto a significar algo para los que aqui se quedan? Sí. Algo. Ese es el contento que me fuerza a intentar golpear de nuevo; una vez más...

Y luego otra, y otra... Hasta que no pueda contar más.

El monstruo dispara. Pero... ¿por qué estoy cayendo? ¿Dónde voy? ¿Esto es estar muerto? No, aún veo. Aún duele. ¿Y ese? ¿Cómo ha?

Es fuerte. Es mucho mas fuerte que yo. ¿Cómo ha bastado para él una mera patada cuando yo lo he dado todo? Un puñado de manos me arrastran, palpándome para apagar las llamas de lo que es tanto piel como uniforme. ¿Qué...? ¿¡Dónde me están llevando?!

—¡NEIN, NEIN, NEIN! —intento gritar.

Pero el ruido que consigo hacer es tan despreciable como la fuerza con la que intento revolverme. Me han arrebatado mi muerte, mi gloria y mi sino. Debía morir allí, en llamas, para cumplir mi misión; mas ahora no me dejan otra que vivir.

—Mi... pala—musito antes de que mi consciencia titile permitiéndome ver apenas fragmentos de la guerra.

Voy y vengo como en fiebre, incapaz de que mi alma vuelva a reinar sobre la mortaja reseca y herida. Para cuando quiero darme cuenta tengo a mi alrededor una bandada de soldados que hablan demasiado y hacen demasiado ruido.

Intento clavar una garra en el primer brazo que queda demasiado cerca para arrastrar a su dueño hasta el limitado alcance de mis voz.

—Oficial... en... jefe. Ahora.

No. Esta vez no voy a caer de nuevo en el abismo de la nada.No hasta cumplir mi misión. ¿¡Cómo me atrevo a dejar que mi cuerpo dicte más allá de mi deber?! ¡Qué vergüenza!

Debo aguantar. Debo hacerlo. Debo mantener la consciencia por mucho que esta inútil mortaja ansíe el descanso. La vista se me nubla, pero me fuerzo a parpadear para mantener un correcto contacto visual.

—Gracias—digo lleno de honra por estar rodeado por dignos soldados.

Nos toca esperar, y ello me obliga a apretar los dientes, a tensarme para aguantar el dolor y el cansancio. Mas mi cuerpo apenas tiene ya fuelle. ¿Pero quién necesita sus propias fuerzas teniendo la de sus compatriotas? Todos echan una mano, y cargandome por los hombros avanzamos para cumplir la misión que es tanto mérito mió como suyo.

Al llegar intento cuadrarme y no reparo en darle el papel tras mi máscara. Ojala tuviera fuerzas para volver a ponérmela... Y quedo ahí, contento de que no haya tenido que cuestionar quién era, si de verdad era el líder, porque dudo de que hubiera podido hacer algo para averiguarlo. No, las fuerzas que me quedan simplemente me hacen estar ahí, despierto, esperando, escuchando, y ya eso es mucho.

No soy quién para juzgar los tratos del ejército, ni las acciones de mis superiores; no cuando todavía soy soldado. Cuando los colosos mecánicos marchan hacia el campo de batalla con el aliento de la sonrisa triunfal de aquella mujer limpia de guerra, considero apropiado intervenir.

—Permiso para retirarnos, señor—solicito con toda mi rectitud y un poco más.

Es entonces cuando se gira para mirarnos, como preguntándose con cierto desprecio qué hacemos todavía ahí. Sí, se había olvidado de nosotros. ¿Pero no es ese el destino de todo buen soldado?

El superior mueve la mano como si quisiera barrernos de allí, pero no me permito caer -no cuando mis hermanos aún me sostienen. No. Aún no.

—Claro, reti...


Creo que sería la segunda o tercera vez que despierto cuando, finalmente, despierto en paz. Sin agujas, ni gritos, ni caras histéricas farfullando cosas en kieskano. Ahi estoy, en la cama, escuchando cómo los enfermeros de campo se preocupan por un soldado más de tantos. Lo primero que hago es buscar a tientas mi máscara, y lo primero que hacen ellos es reprocharme que mueva el brazo de las vías.

Finalmente me la dan, pero bajo la promesa que descanse. Lo hago, pero con el rostro ya tapado, ocultando mi vergüenza. Y allí, tirado, sin poder hacer nada más que escuchar el sufrimiento de otros, mi mente se revuelca en su miseria. ¿Qué importan las heridas de mi cuerpo? Mi uniforme está roto y quemado, y mi pala esta perdida. ¿El maus? El maus no importa mucho, ni tampoco las balas o el explosivo.

—¿Cómo va la guerra?—pregunto a una enfermera en sus idas y venidas. No parece que vaya a quitarme el sedante aún.

—Va bien. No te preocupes ahora por eso y descansa.

Con tanto barbitúrico y mejunje, no puedo saber si me está mintiendo. Solo me queda esperar... y revolcarme en mi miseria.

Quizás si hubiera sido más fuerte...

Pero mi pena se ve interrumpida por una inesperada visita. ¿Qué hace ella aquí?

—Vaya, vaya... Eres todo un tipo duro, ¿eh? —comenta, abanicándose con una carta que luego me extiende—. Aquí tienes tu sueldo, y mi gratitud.
—¿Tu gratitud?
—Bueno —comenta, sentándose en la cama sin pedir permiso—, aunque todo hubiera ido más rápido si me hubieran dado el mensaje a mí; gracias a que tú lo entregaste todo ha salido a pedir de boca. Así que sí, tienes mi más sincera gratitud.

Repugnante. ¿Pero por qué pienso eso? Porque no he hecho otra cosa que cumplir mi deber, y obtener una gratificación por ello no es digno. Nada digno. No de Krieg... ¿Basta solo la palabra de una mujer para hacerme ver la verdad? ¿Para hacerme caer en la cuenta de que no consigo nada quedándome aquí, hundiéndome en el arrepentimiento? Estas putas drogas tendrán algo que ver.

—¿Cuánto ha ganado el gobierno con todo esto?
—¿Disculpa?
—¿Cuánto vale una nación como Kyeskaya...?

No. Eso no sería justo. Ni digno. Ha sido su trabajo y no el mío el que ha conseguido la anexión. Yo no he tenido nada que ver. No realmente.

—¿Vas a querer tu dinero, o me lo quedo? —añade con una divertida sonrisa.

¡¿Acaso cree que esto es un juego?!

Mi mano roza el hierro de la cama, pero me obligo a solo acariciarlo en lugar de aplastarlo por rabia. Me han mandado descansar.

—Entréguelo de mi parte al gobierno. Ahora que el reino pertenece a este, no le será difícil encontrar una buena causa tras la guerra.

Su rostro cambia ligeramente. No me entiende, pero parece desear hacerlo.
—¿Por qué luchas, soldado?
—Por dinero.
Se rie. Quizás si fuera otra, o si yo fuera otro, me parecería algo encantador.
—Pero si me estás dando el dinero. ¿No será que luchas por honor?

—No.—sentencio—. Uno lucha por aquello que carece.

Pasa un momento en el que solo nos miramos. Luego se levanta, y tras dar dos golpecitos con el pesado sobre sobre su mano, asiente encogiéndose de hombros.
—Muy bien...

Pero no se va. Se queda ahí, mirándome, con un pie extendido sin terminar de atreverse a irse por su camino.

—Ahora debo descansar. Gracias.

Y aquello es suficiente para terminar de ponerla en marcha. Ninguno vemos necesaria una despedida.

Ahroa que vuelvo a estar solo, puedo pensar cuál será mi siguiente paso. Necesito fabricar un detector de metales para recuperar mi pala, un sastre, hombres, un barco...

nota para el mod: