¡La isla gourmet, un gallo cocinero y un adicto a los dulces! (Pasado)

El Sol quemaba y se asomaba apenas por el horizonte, había pocas nubes en el cielo, un clima muy cálido para mí, tenía ganas de vomitar por tanto calor. El barco en el que había subido como polizón había anclado en un puerto muy elegante, muchos barcos más estaban anclados ahí y la gente, vestida en su mayoría con ropa de gala, bajaba lenta y emocionadamente de sus embarcaciones, parecía que había llegado a una isla muy conocida.

Decidí dejar el barco, ya no tenía nada que hacer ahí, tomé mis dos espadas, mi bolsita bien cargada de dulces y bajé por la parte trasera del barco, para que la tripulación no supiera que había llevado a un viajero sin muchos recursos entre sus provisiones. Tomé un caramelo de mi bolsita, salió un dulce de sandía, lo comí y saboreé, estaba bueno y un tanto ácido. Comencé a caminar por el puerto mientras todas las personas muy amablemente me saludaban y daban los buenos días. “¿Qué tipo de ambiente tan relajado me vine a encontrar?’” pensé. Seguí caminando hasta que terminó el puerto, en las afueras de la ciudad había una arquitectura muy bella, las casas eran pequeñas pero con tejados muy coloridos, flores colgadas en las ventanas y todos sus habitantes vestían prendas coloridas y bellas.

Apenas puse un pie en las calles de la ciudad pude distinguir un olor muy dulce, era el aroma más dulce y delicioso que había olfateado en mi vida, no lo pensé ni un poco y eché a correr hacia el origen de ese hermoso olor.

Estaba tomando un refresco en la terraza del Café Olé, una cafetería de estilo neoclásico en medio de Pucci. Sus paredes rosadas reflejaban la luz dando un toque cálido a la zonas bajo la sombrilla. Pude ver desde los grandes ventanales en el interior del local una preciosa mujer de cabello rubio y exuberante figura con un cappuccino en la mano. No soy la clase de hombre que se fije en las indiscreciones de otra gente, pero ante aquello no pude sino babear cuando se agachó y pude ver la boca del vaso. Sin duda por el color llevaba chocolate, y podía ver la canela que habían espolvoreado por la parte superior. Estaba a punto de levantarme para pedir uno exactamente igual cuando un fulgor blanco cruzó el horizonte y un enorme meteorito impactó contra la tierra.

Recuerdo los gritos. Sí, los gritos. Todo el mundo corría descabezado, gritando sin ton ni son. En honor a la verdad debo reconocer que yo también salí corriendo como un pollo descerebrado, mirando a todas partes en busca de una perspectiva tranquilizadora, pero no la había. Bajo los chillidos desgarrados solo había un pitido molesto que no podía hacer parar, y frente a mis ojos todo lo que podía encontrar era tejas cayendo por todos los tejados, estelas de humo y nubes de polvo por cada callejuela. La diferencia entre la masa y yo era que, si bien yo también estaba sumamente asustado, corría en la dirección opuesta a ellos.

- ¡Tranquilos! -gritaba, saltando entre mesas de terrazas y colgándome de farolas-. ¡No hay nada que temer, Claude von Appetit está aquí!

Nadie me hacía caso. Algunos simplemente me ignoraban, otros me miraban con cierto desprecio y un pequeño grupo intentaba tirar de mí para que el "puto cretino" no siguiese yendo hacia la muerte. Porque sí, al parecer por fin estaba a punto de cumplir uno de mis sueños: Ver un extraterrestre.

Ilusionado, corrí todavía con más ansia hasta que llegué a un bulevar lleno de escombros. En realidad creo que nunca había sido un bulevar, sino más bien un edificio no muy alto en el que de casualidad había acertado la gigantesca piedra para formar un cráter de casi quince metros de radio y unos cuatro de profundidad, lleno en su mayor parte por escoria y restos de edificaciones, con una "pequeña" perla plateada en el centro. Brillaba casi con luz propia, formando un extraño arcoíris, y cuando me acerqué... Se abrió.

Se abrió.

Guiado por la estela de aroma fui recorriendo a paso apresurado las calles empedradas y llenas de turistas de la ciudad, las casas y construcciones eran muy bellas conforme te acercabas al centro, fachadas de teja y unas paredes llenas de colores extravagantes, sin duda parecía una ciudad sacada de una pintura. El olor se fue haciendo cada vez más intenso, era un aroma frutal, ¿fresas? ¿crema pastelera? Era una mezcla de olores tan dulces, una mezcla que incluso relajaba la atmosfera. Mi cerebro comenzó a reproducir imágenes del postre que sería, un gran pastel frutal, una tarta inigualable de frutas o quizás el pay helado más asombroso del mundo.

Seguí caminando por la calle principal, llegué al origen de aquel delicioso aroma, no era un postre… ¡Eran decenas de establecimientos donde estaban preparando cientos de postres! Comenzó a hacerse agua en mi boca al ver tantas opciones para degustar de algún postre con un exceso evidente de azúcar. Revisé mi bolsa, apenas unos cuantos berries, no iba a alcanzar más que para un par de postres, “bueno, podría abducir algunos postres sin que nadie se dé cuenta” pensé alegremente. Me acerqué a un pequeño puesto con fachada rosa, la chica pelirroja que atendía tenía una sonrisa hermosa y vendía crepas más dulces que su presencia.

-Me parece que voy a probar una de chocolate y fresas- Le dije muy emocionado por probar uno de esos dulces aromas de la isla.

-En seguida- Respondió muy alegremente la pastelera.

Tras unos minutos de espera, la pelirroja me entregó el tan ansiado postre y le di una gran mordida; el sabor del chocolate era único e inigualable, era un chocolate más chocolatoso que cualquier otro, las fresas eran perfectas y aportaban la acidez necesaria a la crepa. Quedé atrapado en el sabor de tan delicioso postre y dejé de prestar atención a mi alrededor, por eso cuando vi la cara de pánico de la pastelera pelirroja no entendí su expresión. No acababa de girar la cabeza cuando sentí cómo la tierra se sacudió bruscamente, una gran nube de polvo voló por los aires, donde antes estaba un gran edificio azul ahora había un cráter enorme lleno de escombros. La gente gritaba horrorizada por ver una parte de la ciudad reducida a escombros, pero también había gritos de dolor y gente huyendo con sangre por todo el cuerpo. Escuché a algún loco gritar mientras corría en la dirección del cráter recién hecho, nadie le ponía atención a sus alaridos y todos lo veían con cara de desprecio. “Es un sujeto muy curioso” me dije a mí mismo.

Cuando la nube de humo se disipó, pude ver un gran brillo plateado proveniente del fondo del cráter, me acerqué curiosamente unos cuantos metros abriéndome espacio entre los escombros que había dejado aquel brillo misterioso. Se escuchó un crujido proveniente de la perla, un brillo con los colores del arcoíris salió disparado de ahí. Lentamente del cráter salió la silueta de una criatura que nunca había visto, ni siquiera en los libros más exóticos de mi abuelo.

En ocasiones uno siente cosas que no sabe describir del todo bien. A veces estas sensaciones se deben a una mala alimentación, al mal descanso o a una enfermedad cualquiera. Casi nunca, aunque también sucede, uno nota determinadas emociones positivas: Se enamora, disfruta o se hincha de adrenalina. Resulta curioso, cuando no inquietante, cómo las cosas más sencillas a veces se vuelven imposibles de explicar. En aquel momento no supe cómo debía, de hecho. Acababa de ver un arcoíris salir de una gigantesca perla; debía sentirme maravillado -o más bien, debería-, pero lo único que sentía era miedo. Mientras la silueta de algo surgía en su interior mi sangre se iba helando a pasos agigantados. Por primera vez en mucho tiempo aferré el mango de mi katana, aunque me quedé estático en el sitio. Otro muchacho se iba acercando también, al contrario que el resto de la gente, huyendo desbocada.

- No es el mejor lugar para estar, chico -le dije-. Podría ser peligroso; deja que Claude von Appetit se encargue.

En realidad estaba emocionado, en cierto modo. No solía sentir aquella urgencia temerosa; normalmente se trataba de una temeridad galopante, pero si bien soy el hombre más fuerte del planeta, ¿no hay que tener un poco de humildad? Probablemente allá fuera hubiera algo capaz de vencerme. Tal vez fuese la silueta alargada que cada vez se iba definiendo más ante mis ojos. Pero es que flipé, vaya. Flipé de lo lindo.

Ante mí estaba un hombre-llave -diría que llave Allen, pero su perfil era más ortoédrico que hexagonal-, o así preferí llamarlo. Era alargado y negro, de formas muy rectas y cuya cabeza formaba una "L" respecto al tronco. Debía medir al menos ocho metros, y sonreía amablemente mientras fijaba con mirada vacía unos ojos saltones en las dos únicas personas que estábamos allí. Extendió uno de sus brazos, apuntándonos con uno de sus cuatro dedos con ventosa.

- ¡Amigo! -gritó. Por un momento pensé que me estaba señalando a mí, pero tras unos segundos me percaté de que en realidad estaba llamando la atención del tipo con el cabello morado. Yo también miré hacia él, confuso.

- ¿Lo conoces? -pregunté-. ¿Cómo conoces a esta cosa?

Estábamos frente a un alien. ¡Frente a un alien! No podía creérmelo. En realidad sentía una curiosidad malsana y tenía muchas ganas de preguntar qué era, pero preferí esperar dado que, si de pronto decía que no era un alien sino el subproducto de una akuma no mi rompería mi corazón de niño. Y mi corazón de niño ya estaba muy delicado.

El extravagante pelirrojo me recomendó hacerme hacia atrás, exclamando que todo estaba bien porque el gran Claude von algo estaba ahí; pero no le presté mayor importancia y seguí acercándome un poco más. Cuando la nube de polvo se disipó por completo, la silueta enorme dejó de ser una silueta y mostró a la luz del Sol su verdadero ser. Era un… era un… ¡Era un maldito hombre llave que medía cerca de ocho metros! Una llave enorme con brazos y piernas metálicos, una llave octagonal quizás; su cuerpo, de un plateado brillante, reflejaba los rayos del Sol. En mi mente no había cabida para la existencia de un gigante hombre llave, pero la evidencia de que ese ser caído del cielo era uno, era completamente irrefutable.

-¡Amigo!- gritó aquel gigante de piedra mientras extendía sus enormes brazos metálicos con ventosas en sus dedos.
¿Amigo? Jamás había visto a ese gigante llave, pensé que quizá podría estarse confundiendo de persona, pero el enorme de metal caminaba firmemente hacia mí. “Quizás debí haber hecho caso de la advertencia de aquel pelirrojo” pensé aún incrédulo del escenario que estaba presenciando. Pero, ¿es que cómo podría creer un escenario que parecía sacado de un libro de ciencia ficción? Mientras se acercaba más a mí, Claude me preguntó si conocía al hombre llave.

-No… no lo creo- le respondí titubeante. Claro que no lo conocía, ¿cómo hubiera olvidado la forma de un hombre llave?

Aquel desconocido metálico seguía avanzando hacía mí de una manera amigable, aunque algo en el ambiente no me olía del todo bien y no era solamente el hecho de que había destruido una calle entera. Le di una última mordida a la crepa que aún tenía en la mano, el dulzor del chocolate y la acidez de la fresa me hicieron caminar hacia adelante con el gigante llave, tomé el mango de Windy Edge por mera precaución y le respondí su saludo.

-¡Amigo metálico!- le respondí con la alegría del perfecto sabor de la crepa. Pensé que si era amistoso con él, podría evitar un ataque de llave gigante.

Antes de que el hombre o el pelirrojo extravagante pudieran reaccionar a mi respuesta, el cielo se tiñó de rojo y pude ver una estela de humo a través del firmamento acercándose rápidamente. ¿Acaso otro hombre herramienta vendría en ese meteorito también? El grand line estaba siendo, por mucho, bastante más extraño de lo que imaginaba.

-¡Claude Bombón, hay otro de esos en el cielo!- le grité al pelirrojo que veía con tremenda emoción cómo el hombre llave hablaba.

Parecía no conocerlo, pero acto seguido lo correspondió con un saludo efusivo solo propio de la gente que tenía cierta confianza. ¿Me había mentido? Yo me sentía engañado, y habría investigado más al respecto de no ser porque, exactamente siguiendo la misma trayectoria, el cielo se abrió para dejar paso a un segundo meteoro. O eso pensaba yo mientras no se había acercado lo suficiente, pero cuando lo vi fue... ¿De verdad estaba viendo eso de verdad? Es decir, había vivido aventuras de lo más locas, pero nunca había visto algo tan extraño. Por lo menos el chico de las chucherías me había llamado bombón. No era como si no lo supiese, claro, pero siempre es de agradecer.

Era un barco volador. Bueno, al menos tenía forma de barco. Se veía metálico y su cubierta estaba protegida por una suerte de escafandra cristalina gigante. poseía una docena de ojos de buey a cada lado, y no poseía vela alguna. En su quilla portaba a modo de adorno una chistera gigante, y en la base unos remos que giraban como hélices de un helicóptero. Incluso yo, que no lo había visto nunca -tal vez por eso- sabía lo que era.

- ¡Son piratas espaciales! -exclamé, haciendo que los pocos curiosos arremolinados en las cercanías se alejasen corriendo, despavoridos-. Vienen a.... A... A algo. Eso es seguro.

Con delicadeza la nave-barco aterrizó, desplegando una pasarela desde su puerta en medio del casco. Hubo un espectáculo de luces y ruiditos de ciencia ficción -muchos "pi ri popó"- mientras esta se abría, y de su interior apareció la mujer-llave más atractiva que había visto nunca. Por algún motivo tenía características físicas bastante humanas, al menos si ignoramos su cabeza de perfil hexagonal. Pero esa voluptuosidad, el cómo ese vestido, cada movimiento medido y sexy... No soy la clase de hombre que se excite en una ferretería, pero si lo fuese ella sería mi tipo.

- ¡Tadeus Ominus Sánchez! -gritó, y el chico llave giró hacia ella-. ¿Cuántas veces te tengo que decir que no puedes bajar a jugar por la Tierra? ¡Que está sucia y llena de monos!

- ¡Pero mamá! -protestó-. ¡Ya he hecho un amigo! ¿No me dejas jugar ni un ratito y luego subo? Porfi.

No sé por qué mi corazón se abrió entonces. El duro metal había atravesado mi carne y golpeado con fiereza la máquina de ternura que descansaba en mi pecho. Di un paso al frente y me acerqué para negociar con la llave Allen más atractiva que jamás había visto.

- Señora, no se preocupe. Mi nombre es Claude von Appetit, y soy el rey de... -Los piratas no iba a impresionarla-. De este planeta. Yo me encargaré de que su hijo se lo pase en grande, conozca nuestras costumbres ancestrales y disfrute de nuestras mejores fiestas. Y le daremos el tungsteno que necesita para vivi...

- ¡A mi hijo no le deis guarradas, ¿eh?! -amenazó con dedo acusador-. Puedes quedarte, pero en un par de horas te recojo y ay como te manches. Tú, mono pelirrojo. -Miré hacia los lados, buscando un mono pelirrojo. Ella suspiró-. Rey de la Tierra... Si no cuidas a mi niño te haré responsable, ¿vale?

Miré al otro muchacho. sin comprender muy bien lo que pasaba. A lo mejor él tenía claras más cosas que yo. Al menos, eso esperaba.