Labores en Sakura [Pasado]

La nieve traía todo tipo de recuerdos a Tazu: el hambre de las largas noches gélidas sin nada que llevarse a la boca; el aullido del viento cuando arañaba con saña las paredes de la chabola durante las ventiscas; ocultarse tras los ventisqueros cuando la perseguían los bandidos... Había sido una infancia movidita, la suya. Tener a un tipo medio muerto colgado de un árbol por los tobillos también le traía bastantes recuerdos.

-No te mueras aún, ¿eh? Que luego me regañan -dijo al moribundo mientras le empujaba con un palo para que se balancease un poco.

El tipo musitó algo que ella no entendió , así que tuvo que acercarse para oírlo bien. Los labios de aquel gordo -porque incluso boca abajo se notaba que estaba gordo- estaban tan hinchados que más que palabras parecían escupir silbidos sin sentido. Le pareció captar que quería que le dejaran en paz o algo así, aunque también podría haber estado hablando de barcos. Tampoco iba a cambiar mucho la cosa dijera lo que dijera.

-Si yo te soltaría -se medio excusó-, pero luego querrán que te busque o que pele patatas o algo así. Y paso, no quiero llevarme un castigo-. En realidad la habían castigado tantas veces que ya sabía mil formas de escaquearse de cada tarea repetitiva y tediosa que la pudieran obligar a hacer. No tenía miedo de lo que pasaría si le ayudaba, era solo que le daba igual aquel tipo que tan fijamente y con tanta rabia la observaba -. ¿Qué miras? ¿Mi naranja? Pues no te doy.

En vez de eso, le dio otro empujoncito con el palo.

Su superior llegó pateando la nieve con la delicadeza de una mula. Llevaba los brazos cruzados sobre el pecho, con las manos remetidas en las mangas opuestas. Caminaba encogido, de forma enérgica aunque apresurada. No parecía gustarle mucho el clima.

-Puto frío -protestó.

-El frío está bien -dijo Tazu.

-Puta cría...

A Tazu le caía bien el subcomandante Putas, a pesar de lo malhablado que era. Seguramente fuese por eso. A los legionarios les gustaba mucho parecer importantes con palabras raras, pero no a Putas. Para él todo era “puto esto” o “puto aquello”. Ni siquiera le importaba que su verdadero nombre fuese Wendolyn.

-Vale, era verdad. Resulta que, aquí, nuestro buen amigo... como te llames, nos ha dicho la verdad. Resulta que era una alacena. -Tazu no tenía claro para quién hablaba Putas, porque a ella ni la miraba. El legionario sacó un puñal de aspecto tan fiero como usado y cortó la cuerda, dejando que el sospechoso cayese de bruces contra la nieve. Le cortó las ataduras de las manos y le dio una palmadita en el hombro-. Bueno, pues ya está aclarado. ¿Quién te manda tener cuartos secretos en casa, a ver? En fin, sin rencores, amigo.

Putas se marchó de ahí, y Tazu supuso que debería seguirlo. Se encogió de hombros, dejó caer el palo y se alejó del hombre que aún sangraba sobre la nieve.

Los otros legionarios que habían estado registrando la casa -si es que se podía llamar registrar a dejarla hecha un asco- salieron también y juntos subieron al trineo. La manada de perros los condujo de vuelta a la base.

-Y esto es lo que pasa cuando te fías de putos chivatazos -protestaba Putas-. Espero que la menos tuviese pasta. -Uno de los otros soldados sacó una bolsita con algunas monedas y se la tendió a su superior. Putas se encogió de hombros-. Meh, menos es nada. Vamos a por algo caliente antes de volver.

Tazu no podía dejar de fascinarse por lo mucho que se parecía aquel destino a su Ringo natal. Nieve, palizas, robos... De todos los lugares donde su rotación la había llevado, aquel era donde más cómoda se sentía. Era un mundo que podía entender, un mundo marcado por la represión, la violencia y la tendencia a buscar, patear, colgar y, en raras ocasiones, detener a cualquiera que pareciese remotamente rebelde o descontento con el duro sistema que La Legión imponía en toda la isla... Lo dicho, como en casa.

La gente se apartaba al paso del trineo. Los perros se desviaron un poco cuando vieron a un gato, pero Putas los recondujo hábilmente. El brusco movimiento hizo que a Tazu se le cayera lo que le quedaba de naranja. El trineo se detuvo frente a una taberna, y el olor a comida y la cálida luz del interior ejercieron un efecto hipnótico en el grupo. Los tres hombres se dispusieron a gastarse lo confiscado al último sospechoso. Ella, en cambio, retrocedió un poco para ir a buscar la fruta. Hacía no mucho habría peleado a muerte por una cosa tan jugosa como aquella. Y tal vez le tocase hacerlo, porque había un tipo deambulando por allí, así que, como era natural, sacó un kunai y se preparó por si tenía que rajarlo.

-Eh, tú, no toques mi naranja.

Tazu echó un buen vistazo a aquel sospechoso ladrón de fruta. Y de gatos, quizás también. No parecía muy amenazador, tan solo otro enclenque más de los que la Legión enviaba por allá, aunque sin uniforme. Vale que ella era también una enclenque, pero sabía manejarse en la nieve y el frío. Seguro que el extraño de los pelos revueltos no distinguía un muñeco de nieve de una cagada de caballo.

-Mira, tío, no sé qué estás diciendo -dijo.

Y era cierto. Hablaba muy raro, con palabras demasiado complicadas, como las que ella solía usar en sus tiempos para parecer inteligente delante de los críos de la ciudad. Sin embargo, por mucho que no sonara amenazante en absoluto, ella no se fío. Ni. Un. Pelo. No tenía ni idea de qué era “raquítica”, pero desde luego no estaba desprotegida. Y más le valía a aquel no comprobarlo por las malas.

Sin embargo, comida gratis era comida gratis. Tazu y sus esmirriados treinta o cuarenta kilos no habían llegado a los dieciséis años rechazando un plato caliente cuando se le ponía por delante.

-Tazu -respondió de inmediato en cuanto aquel tipo le preguntó su nombre. Era un buen nombre, al fin y al cabo. Copiado del caballo más elegante que había pisado Ringo-. Puedes invitarme a lo que quieras, pero espero que me compres otra naranja.

Regla número uno de los vagabundos: si alguien es tan pardillo como para darte algo, sángralo todo lo que puedas. El pelos tenía suerte, no obstante: Tazu no necesitaba ni le apetecía llevar esa regla hasta el extremo de hacerlo literalmente.

Condujo al tipo al interior del restaurante. Pateó el suelo y dejó que la nieve se desprendiera de sus botas heladas mientras olfateaba lo que se estuviese guisando aquella noche. Siempre le chocaba entrar a uno de los edificios de la isla. Conservaban tan bien el calor que parecía estar en un lugar totalmente distinto, a kilómetros de allí, en una de esas islas de verano por las que había rotado.

Se acercó a una mesa sin dejar de mirar de reojo al extraño. No terminaba de fiarse de él. No empezaba siquiera a fiarse, de hecho. La gente que daba comida gratis era rara. Tampoco dejó la ropa en el perchero, sino que dejó el abrigo y la bufanda hechos una bola junto a sus pies. De entre la tela asomó la cabeza de Iroza, que habría estado durmiendo en alguno de los pliegues. Por supuesto, no eligió la mesa de Putas. Él y los otros dos estaban abrevando en tres grandes jarras y riéndose de algo que seguro que no tenía gracia.

-Vale -le dijo al extraño-, quiero esto.- Tazu señaló lo más caro de la carta-. Y esto. Y esto. ¿El esturión está bueno? Quiero un... Dos, mejor dos. Y dos naranjas. -Iba a pedir una, pero no vio por qué no conseguir otra para después. Las oportunidades de echar mano a fruta fresca no se daban a diario-. Y quiero vino. No lo he probado nunca. Y otro filete para la ardilla, que siempre coge de lo mío.

Luego tendría que mirar bien la selección de postres, pero ya se los pediría todos después.

Tazu fue engullendo casi sin parar. La sensación de poder masticar sin miedo de que la comida fuese a acabarse era algo a lo que no se acostumbraba, ni siquiera después de pasar ya un tiempo bajo el ala de la Legión. Lo cierto era que el rancho era malo y las raciones, estrictas. Ella comía poco, y no iba a quejarse cuando podía llenarse la tripa, pero atiborrarse como una vaca... bueno, era una experiencia embriagadora.

-Hmffmufmf fmafu amfmna -dijo con la boca llena.

Antes siquiera de terminar de tragar ya estaba cogiendo algo más. Tenía prisa por terminar, ya que una nunca podía saber cuándo iba a acabarse la suerte. Casi empezaba a entender a los gordos. El otro, en cambio, comía poco y hablaba mucho. Parecía ser cazador de recompensas, un trabajo que a Tazu siempre le había gustado, aunque era raro lo rápido que había aceptado que una extraña se pidiera media carta a su costa. Iba a tener que estar atenta por si intentaba algo raro. A veces los ricos tenían gustos muy raros y les gustaba abusar de su dinero... y no solo de eso. Tendría que vigilarle las manos por si se acercaban mucho a donde no debían.

Entonces sacó la foto que llevaba consigo y Tazu vio una cara que le sonaba.

-¡Hmhfmgskfgdgfjkgsfjks! -trató de decir. Se forzó a masticar y tragar rápidamente mientras el del gato le contaba cómo el hombre de la foto era su amigo. Consiguiendo no atragantarse casi de milagro, por fin pudo contestar-: ¡Pero si es Putas! -exclamó-. No sabía que ese feo cabrón tenía amigos.

Tazu señaló a la mesa donde el colosal legionario le hincaba el diente a un pollo y bebía con sus colegas, llenando de migas y alguna que otra mancha sus uniformes de la Legión. Sí, claramente era el mismo que el de la foto. ¿Por qué alguien iba a querer cruzarse a propósito con Putas? Es decir, a ella le caía bien, pero sabía que si se descuidaba algún día podría acabar bien fastidiada por su culpa. No era ni mucho menos tan tonta como para considerarse su amiga.

-¿Y qué quieres de él? Porque si te debe dinero no creo que te lo dé. No le deberás tú dinero, ¿no? Eso sí que sería mala idea. Una vez le vi coger a un hombre por los tobillos y zarandearlo para ver si tenía monedas. Le cayeron un montón de peniques de los bolsillos. Y una grapadora, no sé por qué.

Según iba hablando, Tazu volvía poco a poco a llenarse la boca, así que terminó por no entenderse nada de lo que decía

-¿Quieres que le diga que estás aquí? -añadió entre bocado y bocado-. No me gusta comer con él porque siempre coge del plato de los demás, pero podemos juntar las mesas. -No le importaría librarse de ese plasta, pero si se iba antes de pagar igual le pedían a ella la cuenta. Además, con suerte conseguiría que pagase también lo de los demás y se apuntaría un tanto con su superior-. Date prisa, que ahora está fuera de servicio, pero luego tenemos que ir a por hmfhmfhfafhfg.

No estaba segura, pero por un momento creyó que su corazón había empezado a latir en sentido contrario. Al ver la cantidad de dinero que aquel tipo guardaba en su cartera casi le dio un patatús. ¿De dónde lo había sacado? ¿Y por qué presumía de él tan a la ligera? ¿De veras iba a soltar tanta pasta para pagar la comida de una completa extraña?

Convencida de que iba a intentar abusar de ella, comió más deprisa; no podía dejar que la pillara con el estómago vacío, ni tampoco quería manchar de sangre toda esa comida si podía evitarse. Tazu masticaba y tragaba con ansia mientras calculaba si sería mejor patearle los huevos y luego rajarle o tirarse a los ojos directamente. ¿Y el dinero? Oh, eso sí que sería una pena que se manchase. Había gente muy picajosa que no quería dinero sucio. Claro que estaba bastante segura de que podría darle salida. Aun a malas siempre podía guardarlo para cuando hubiese una crisis mundial y no hubiera más remedio que aceptar sus billetes sangrientos.

Curiosamente, nada de eso fue necesario.

En contra de toda lógica, el chaval pagó la inmensa cuenta y procedió a contarle una elaborada historia sobre que había cobrado un dinero y Putas tenía que ir a recoger su tajada por no sé qué de una asociación. La verdad era que Tazu se había quedado mirando el grosor de los fajos que llevaba encima el de los pelos y se había liado un poco con eso. Seguía prefiriendo las monedas, más tangibles y resistentes, pero con eso podía comprar muchas cosas. Un buen montón, desde luego...

Con la tripa llena y todo pagado, casi se sintió obligada a hacerle los dos pequeños favores a aquel tipo tan raro. Asintió con la cabeza mientras se iba y se encontró de repente con un gato y una bonita historia sobre dos amigos que se reencuentran por cuestiones de negocios. Simple, supuso. Tendría que poner de su parte. Se acercó a la mesa de Putas dispuesta a repetir palabra por palabra lo que le habían dicho.

-Eh, Putas, ¿quieres ir a robar a un capullo? -preguntó-. Acompáñame y te daré un gato.

No hizo falta mucho más para convencerlo. Ni a él ni a los otros dos legionarios, que se apuntaron enseguida en cuanto Tazu les contó que había dinero en juego. Conociendo a esos tres como los conocía -poco, realmente, pero a los rateros y a los parte-cráneos los calaba fácilmente- sabía que ya estaban pensando en excusas para saltarse su próxima tarea. Dirían en el cuartel que habían tenido que ir a neutralizar una amenaza o algo así, y el pobre chaval acabaría desvalijado y con un arma tirada al lado de su cerebro desparramado en el suelo. Pero bueno, así aprendería a no ir por ahí dejando ver sus riquezas.

El camino hasta los muelles fue excitante. Hacía tiempo que Tazu no estaba en un grupo de gente parecida a ella: rateros sin escrúpulos en busca de ganancia fácil. Siendo niña se había juntado varias veces con adultos para hacer algún trabajillo de esos, por lo que resultaba ciertamente nostálgico. Es cierto que, si todo salía como entonces, tendría que apuñalar a alguno de sus compañeros en algún momento, pero eso se podía arreglar. Total, ya iban medio borrachos.

-Vale, ¿es aquí? -quiso saber Putas.

El enorme legionario bajó del trineo y echó un ojo a los alrededores. No había ni un alma por allí a esas horas, tan solo algún pájaro que no parecía notar el frío y un montón de barcos mal iluminados. Poca gente fondeaba allí, porque la base de la Legión pillaba lejos e, irónicamente, eran habituales los robos.

-¿Dónde está ese pardillo? Más vale que no te hayas equivocado o volverás a pata, puta enana.

Tazu se encogió de hombros y esperó ver alguna señal de que alguien hubiera pasado por ahí.

La nevada empezaba a ser molesta. No por el frío, que era algo a lo que Tazu estaba ya acostumbrada, sino porque tapaba las huellas que el pervertido que les había citado allí pudiera haber dejado. Y sin huellas, podían tirarse allí toda la noche buscándolo entre los barcos y los arrabales. Por una cosa o por otra su cita no había tenido el detalle de dejarse ver, por el momento. No podía decirse que fuese una decisión poco sensata.

-¿Por qué coño estamos perdiendo el tiempo aquí? -gruñó Putas, que golpeaba el suelo con la punta de las botas de vez en cuando para intentar combatir el frío -. Yo no veo dinero. ¡Ehh, sal de donde estés!

Tazu no lo vio salir, claro. Si fuese ella seguramente no lo haría. Claro que si fuese ella no habría hecho muchas cosas cuestionables que aquel tipo sí. Confiaba en que continuase así, porque si no lo encontraban iba a tener que comerse ella el marrón.

-¿Dónde está todo el mundo, eh?

-Se supone que quería verte aquí. Igual se ha asustado -se excusó Tazu encogiéndose de hombros-. Es tu amigo, tú sabrás.

-¿Amigo mío?

-Eso dijo

-Yo no tengo de eso.

-Eso le dije yo. -En realidad solo lo pensó, pero daba igual-. Yo creo que quiere robarte él a ti. Tú grita un poco más y ya aparecerá.

Seguramente, bien lo sabía Tazu, con el cañón de un arma apuntándoles al cogote. Y es que aquello olía a trampa por todas partes. Tazu y los legionarios tenían toda la pinta de ser los verdaderos pardillos, aunque tampoco sería para tanto. Trampa o no, ella siempre podía escaquearse como buena shinobi.

-Pues a la mierda, yo ya no espero más. -Putas echó mano al bolsillo de su abrigo y sacó al gato. Lo sujetaba por el pellejo del cogote y lo exhibía como si sujetase un fardo-. ¡Tengo a tu gato! ¡¿No quieres venir a por él?!

-Apúntale con un arma o algo. Sino, ¿cómo va a salir? -sugirió Tazu.

-Puta tarada -dijo Putas, pero aceptó su sugerencia.

Legionarios helados, gato en peligro y Tazu se meaba un poquito. Todo apuntaba a que la cosa no podía durar mucho más.