Uro , Rey del rebaño.

Aunque Uro no lo sepa, fue el fruto de amor entre una noble de Goa y un pirata; pero por supuesto no le depararía un futuro tan lleno de lujos a un bastardo; el recién nacido fue arrebatado de los brazos de su convaleciente madre por su abuelo, que no quería ver el nombre de su familia manchado aún más, desechando a la tierna criatura en un simple cubo de basura lejano. Uro no lloró, era prematuro, demasiado débil para proferir un sonido que llamara la atención a través de su trampa maloliente; mientras tanto en la casa, intentaron convencer  a una madre desolada por la pérdida de un hijo que vino demasiado pronto al mundo...

- Veamos que tenemos de cenar...- el vagabundo levantó la tapa del cubo como se levanta un cubreplatos de un restaurante, con avidez e ilusión rebuscó a tientas con sus manos vendadas debido a los cortes por el frío, mientras miraba a  su compañero. Le recordaba a aquellos tiempos cuando era un hombre pudiente con una pequeña tasca, y no pudo evitar sonreír con sus dientes rotos.
- Bob, hay que  ver...- dijo en una pequeña risa sofocada por el hambre, la tapa yacía hacia arriba en las manos del mejor cazador de manjares rechazados.
- Jack, empecemos- tanteó con la mano,  que parecía tener olfato propio, empezando a sacar bocados exquisitos; al menos, exquisitos para unos vagabundos- Media manzana, la otra mitad está podrida pero se puede salvar; una patata con relleno de moho, inocuo- aclaró- oh... y...- algo mullido fue agarrado y extirpado de su encierro- ¿Carne?
- ¿CARNE?- se ilusionaron a medida que la borrosa forma rosácea emergía, sus lenguas estallaban en un frenesí predigestivo, y sus ojos se tornaban en forma de pequeños muslos rebozados.
Pero pronto palidecieron, con una homogénea mezcla de sorpresa, miedo, horror y como regusto, compasión.
--UN BEBÉ-  primero, se dieron cuenta de que aquel recién nacido iba a morir, por lo que fueron a un matasanos cercano conocido como Sanguijuela, por su gusto por sangrar dinero, además su nombre era Sanguine, lo que no le ayudaba de ninguna manera a borrar su mote de las bocas ajenas; pero aquel monstruo no se apiadó de ellos, y el pánico se apoderó de la pareja de vagabundos cuando el bebé emitió un lastimero llanto.
La  impotencia se cebó con ellos, y así, dieron al niño zumo de cebolla; pues no había otra cosa que pudieran permitirse.
Los días se sucedieron en agonía, los sentimientos formaban un crisol que comenzaba por Ira hacia los monstruos que lo habían arrojado, Pena porque no podrían  soportar mucho la carga de un niño pequeño, Miedo pues la pobre dieta no era suficiente para el niño, que tendía a enfermar y encoger el corazón de sus padres ante la muerte.

Pero al final, las cosas salen bien... aunque no el bien al que cualquiera estamos acostumbrados, a decir verdad era un “bien, porque no nos podemos quejar” y cayeron en la cuenta de que aún no habían nombrado a aquel pequeño niño que casi rondaba ya el año.
- A mi siempre me ha gustado Peter... o mejor Bob Junior- pronunció un discurso sobre como era un nombre varonil, potente y aguerrido; y ambos accedieron a que entonces no le pegaría nada.
Tras un rato de mesarse las cortas y sucias barbas, masajearse las sienes y hacer el pino, Jack habló.
- Deberíamos ponerle un nombre que valga tanto para chico como para chica, eso le hubiera solucionado muchos problemas a mi hermano.-asentía conforme hablaba, autootorgándose la razón.
- ¿Qué?- dijo Bob recordando esos coqueteos con Regina, sudando la gota gorda.
Y sus estómagos rugieron en dúo, pero no había nada que llevarse a la boca aquel día.
- ¿Recuerdas que ilusión nos dio al creer que era un poco de carne?- sonrió, alimentando a su hambre, para que creciera, no para saciarla.
- Ojalá...-comió una mirada de desaprobación, ante lo cual se disculpo de la misma manera- Hace tanto tiempo que no tenemos carne... ojalá hubiera podido hacer un Bistec, un pollo asado... una simple y diminutita alita de gorrión...
- O buey, o carne de rey marino, pez estrella del mar del sur...- y así empezó un recetario interminable, a cada criatura más extraña que la anterior.
- Recuerdo cuando probé aquel asado de Uro..
- Uro.- los sobresaltó, el niño había despertado, disfrutando de aquellas palabras que no entendía.
Se miraron mutuamente, y celebraron  en ayunas.

La vida no fue buena, pero fue vida, dos padres que le cuidaban era todo lo que necesitaba, pero un día, escuchó una conversación que no debió.

- No hay suficiente comida para los tres... estamos cada día más débiles y así encontramos menos comida... es un círculo vicioso.
- Pero nos tenemos los unos a los otros- añadió Bob, intentando vencer al derrotismo- Y eso es suficiente.
Sintió que era culpa suya, veía como desfallecían y tenían que cuidarle, sólo era un reservorio de bacterias y virus que se cebaban a su costa, que no podía ayudar, una carga.

Huyó, aunque no pudo hacerlo demasiado lejos. Se quedó en el vertedero, en el cual formaría parte de una nueva familia; mientras la suya le miraba escondida desde lejos, disfrutando de la pequeña luz de independencia y supervivencia de la que hacía gala su mocoso. Y así, la triada sobrevivió, pero no volverían a encontrarse.

Aquella nueva asociación estaba formada por otros cinco niños y la encontrada mascota del grupo, un pequeño bebé mapache el cual les serviría de distracción en contadas ocasiones futuras, al más puro estilo dickensiano. ¿Y qué haría un chaval enfermizo en estas situaciones de distracción? Estaba claro, Uro sujetaría la gorra con la que afirmaría  ante los nobles que  aquel humilde espectáculo de un mapache adiestrado era tan solo eso, y no una oportunidad para sus compañeros de robar las pertenencias. También fue objetivo de otras distracciones, como la de ser disfrazado de un niño inconsciente y herido, por el paso de un carro; cosa que no le resultó difícil debido a su necesidad de dormir.
Por otra parte, y dado que resultaba inútil en la mayoría de los escarceos, quedó de vigilante de la chabola principal donde los niños vivían, preparando las escasas comidas para el regreso de la troupe, esto particularmente era disfrutado por el niño, y  por fin era útil.

Pero llegaría un terrible día, un día en que la ley los separó, y como eran  niños se les forzó otra oportunidad, se separaron y fueron mandados a hogares de acogida. El lugar de destino para Uro era el más cercano de todos, tras las montañas, en una granja de Villa Fucsia.

- Niños, este es Uro; es el nuevo miembro de nuestra familia- las grasosas manos de Mr Buru se posaron en los hombros de otro de sus nuevos huérfanos, otro de sus esclavos- Así que portaos bien con el, y enseñadle lo que tiene que hacer.

La violencia y la opresión son otra enfermedad, los abusos se extienden como las raíces de un árbol, y el último eslabón es el que soporta más carga, fue objeto de burlas, encargado de los trabajos más pesados y relegado a la ignorancia por parte de sus compañeros. Estaba sólo. Por primera vez en su vida.

- No vuelvas a pifiarla eh- un puntapié fue descargado a las lumbares, provocando que el ya inclinado muchacho cayera al suelo. Frías lágrimas cayeron  por su rostro, sin aliviar el terrible calor de los tejidos inflamados a causa de la paliza; las semillas no habían dado simientes en el tiempo esperado, pero no sabía que había podido hacer mal. Y el tiempo le confirmaría que no.
Aró de nuevo, durante toda la noche, aireando la tierra en busca de un remedio milagroso, como si la luz de la luna estimulara las semillas. Llegó la ultima hilera, en los límites de aquel inmenso territorio, la espalda le sangraba debido a las rozaduras con las cuerdas del barzón.
- Me debes una noche de trabajo- añadió  la niña que había servido de guía al final del mismo, sin siquiera ayudar, ni dar una palabra de ánimo. Uro lloró, agarrando la tierra hasta encontrar el poste de la valla, sus lagrimas caían como ópalos en la tierra sedienta.
Algo le olisqueó el pelo,  giró su cuello para mirar a la vez que retrocedía, en el tiempo justo para que una enorme lengua limpiara su rostro.
Una vaca estaba asomada por el hueco del cercado, extendiendo una mirada maternal, e incluso preocupada, su pequeño ternero se asomaba tras sus cuartos traseros, sin atreverse a ir más allá.

El muchacho no supo, pero comprendió. Durmió. Y ya no estaba solo.

Se sucederían los años en el que crecería como lo que le trataban, como una burda bestia de trabajo que no se rebelaba ante sus amos, los cuales incluso ponían a prueba la tranquilidad de su más fuerte mozo de trabajo. Hasta un día.

El cencerro captó su interés mientras cargaba las enormes cajas de verdura en el carro a la entrada de la granja, otro de los “hijos” del señor llevaba a una vieja vaca hacia el caserío. La conocía, y no necesitaba de nombres.
- ¿Qué haces con esa vaca,Tom?- rara vez hablaba, y cuando lo hacía provocaba un ligero sobresalto entre sus compañeros, que recordaban que no era una simple herramienta.
- La llevo a casa, padre quiere unas botas nuevas.
Dejó la pesada carga , la cual casi impacta en pie ajeno.
- Iré contigo.- era la primera vez que dejaba su trabajo,  y nadie reaccionó.

El señor Buru había engordado aún más en aquel lapso, sentado en su silla bajo el porche y abanicándose con un pequeño artilugio mecánico, pero  sudaba irremediablemente hasta transformar el blanco traje en sarro.
Podía oírse a la pobre silla gritar a cada movimiento de la masa del señor, sobre todo cuando alzó un poco la mirada para ver porqué venían dos personas a traer una vaca.
- Eso es improductivo, una persona una vaca, estoy perdiendo dinero...- se quejó. Al llegar los muchachos simplemente profirió- ¿Y bien?
- Es Uro, ha querido venir... dejando sus funciones cargando cajas- susurró de ultimas, ante lo cual Uro no varió su semblante, dirigido hacia su “padre”.
- Quiero que liberes a esa vaca.
Rió, pues primero creía que era una broma.
- Ah, es en serio... deja entonces que me ría más.- y carcajadas más fuertes fueron lanzadas al aire, seguidas de un oleaje dentro del tejido adiposo del caballero.
Tras un rato largo, que atrajo el interés de los demás trabajadores, Mr Buru hizo mandar traer su rifle, así como a todo zagal en horas libres. Había de enseñar una lección

- Por favor...- era la señal que esperaba para disparar. La bala silbó en el aire y se introdujo en el cuello del pobre animal,  Uro solo pudo adelantar medio paso.
Los mugidos borbotearon, ahogados por la sangre que inundaba la tráquea del animal, sus patas temblaron hasta el desplome, Uro cayó también, agarrando la cabeza del animal. Sólo titubeaba.

- Y además trabajarás dos horas extra hoy, por hacerme perder el tiempo. QUE ALGUIEN SE LLEVE A ESTE ANIMAL.-  Se la llevaron y volvió al trabajo, pero las lágrimas caían entre su rostro oscurecido.


Cenaban, la comida era siempre abundante en aquella larga mesa, donde los más de cien trabajadores se arremolinaban pasándose los frutos de la tierra; pero hoy había un plato especial. Caldo de ternera; por supuesto no era lo único que habían sacado del animal, pero era lo único que no estaba siendo devorado por la gargantúa trajeada.
Las puertas dobles se abrieron, dejando pasar a Uro. Su sitio había sido ocupado, y la mano del capataz le hizo señas de acercare, que fueron imitadas por las lorzas de sus antebrazos. La silla de madera ridiculizaba con el enorme sillón, que debía ser re-tapizado después de cada comida, y antes de la siguiente.
Su plato había sido escondido con un cubreplatos, y Mr Buru dejó de comer, aunque preparaba el siguiente trozo que engullir.
- Vamos, come...- no le quedó otra opción que descubrir su comida, una lengua larga y estofada. Sus entrañas se tensaron y la bilis le azotó.- Está bastante reseca, pero vale la pena... ya han traído otra para las botas... me acabaré haciendo un traje entero- rió, exageradamente.
La mesa se deslizó debido a la rapidez con la que Uro se lanzó hacia aquel que hacía llamarse padre, su mano izquierda agarró aquella sebosa frente, mientras las uñas se habrían hueco junto a los ojos, la diestra se internó en su boca, forzando la mandíbula.
Todos oyeron un sonido olvidado, el  eco detrás del oído al quebrar un alita de pollo entre las muelas.

Unos temblaron, otros dejaron caer sus cubiertos, la mitad grito, la otra enmudeció, y el impar sobrante quiso aplaudir. Lo que permitió a Uro huir, no fue su rapidez de actuación, aunque pareciera impropia para él la velocidad con la que se fue, la verdadera razón de su éxito fue una aleación constituida por la necesidad de ayudar al desencajado lord, y el resquemor de apresar a lo que para ellos era un héroe.

- Vamos vaca. Pon un poco de tu parte.- Andaba a ritmo de res, tranquila y serena, pero el no estaba nada tranquilo, acababa de cometer un acto peligroso, y debía alejarla del peligro. Las horas pasaron rápidamente, y el sol despuntó sobre las verdes colinas; habían acabado en un molino, al resguardo de las vistas al camino. Exhaustos, les sobrevino el sueño.

Bostezó, se estiró, y se giró para dormir un poco más; todo había sido olvidado como un sueño; pero el crujido del pan le hizo mirar sobre su hombro.
- Por fin despiertas- una anciana de pelo rojizo, alborotado y despuntado por las canas sostenía una bolsa, de la cual asomaban barras cuyos extremos habían sido arrancados por las dentelladas  bovinas.- Vas a tener que pagarme por el pan que se está comiendo...- miro hacia la vaca- Clarabell.
Se levantó con un sonoro crujido de su espalda y se acercó, cogiendo la cuerda que servía de correa, y sin hacerse el loco, si no por no terminar de salir de su sopor afirmó.
- No conozco a nadie por ese nombre, y si me disculpa, señor.- acabó arrodillado en el suelo, doblegado por el terrible dolor de un magistral tirón de orejas.
- ¿Cómo que señor? ¿Es que no es aprecia que soy una hermosa y tierna mujer?- La mirada del muchacho transmitía un “¿Mande?”, que le condujo a más dolor , hasta que el asentir le liberó de la temible presa de la mujer- Y me refería a la vaca, se llama Clarabell.
- ¡¿Habla usted con las vacas?!- sus ojos se iluminaron en estrellas, pero fue contestado con una colleja, y un índice que apuntaba al cencerro del animal, donde podría verse escrito el susodicho nombre.
- Y ahora mi dinero- extendió la mano, mientras la otra se quedaba en su cadera, debido a los pequeños achaques.
Se aflojó los bolsillos vacíos, por lo que fue tomado por el pabellón auditivo, y con él, su vaca.

La casa estaba recluida en lo más profundo de aquella estrecha finca, y las flores silvestres se amontonaban  caóticamente a los costados del sutil camino, era pequeña, de tres habitaciones, y aún así guardaba un enorme silo que podía confundirse con una chimenea empedrada. Las ventanas cubrían las despintadas paredes, de lo que antaño era un color cremoso, ahora enmohecido, y de la puerta colgaba un cartel desgastado.

La casa aún olía a pan  recién hecho, Uro olfateo el aire deleitado, pero la sensación se vio interrumpida por mandato.
- ¿Qué haces con la vaca dentro de la casa?, déjala fuera, hay muchas hierbas que puede comer- movió las manos azuzando al de la dolorida oreja.
- No te vayas lejos eh.- pero no pudo entretenerse en despedirse, y la caricia a la frente del animal se extendió hasta desaparecer, pues se veía arrastrado hacia adentro, la mujer le había agarrado por el pantalón desgastado, provocando que tuviera que dar saltitos para evitar caerse.

La mujer alcanzaría con dificultad el metro sesenta, su pelo era una mata desordenada del color que debían ser las cenizas de los pétalos de rosa; una perpetua mueca de desaprobación arrugaba sus mejillas, era una prolongación de su brazo un pequeño, pues poco levantaba del suelo, bastón;. Su voz era un vinagre quejoso.
- Dado que no tienes dinero, tus cosas son mías hasta que pagues tu deuda conmigo.- Uro no parecía asustado, al fin y al cabo eran simples barras de pan, pero no era eso lo que rondaba su cabeza, buscaba una explicación  lógica a como esa mijina de mujer había podido arrastrarle.- Ahora coge lo que yo te diga y empieza a trabajar, vago.

Pocos momentos eran el os que la señora no gritaba imperativos, pero pudo ver por el resquicio de ojo como sonreía al compartir con la ternera las hogazas que ya no podría vender.
Hicieron falta más de siete hornadas para que la mujer las diera por válidas.
- Bueno, ahora... me marcho...- no llegó a dar dos pasos.
- Ni hablar, ahora hay que llevarlas al pueblo, pero tú no tienes presencia suficiente, así que te quedarás aquí y limpiarás la casa, y de paso a ti.- arrugó la nariz, esperando que el tufillo hubiera sido eliminado de sus manos al habérselas hecho lavar diez veces.
- Per...
- Ni peros ni manzanas ni calabacines ni ninguna otra fruta. Haz lo que te he dicho, mastuerzo, y ordeña a la pobre vaca.
Cargo todas las hogazas, buenas y malas, volvería a las horas del mercado, sin dinero en los bolsillos y con verduras cargadas.
- Gracias hijo, ya puedes dejarlas aquí- El muchacho quiso ayudarla hasta la casa, pero como de costumbre, ella respondió.- Si siempre admito que soy una vieja acabaré siéndolo.

La casa no parecía muy mejorada, pero Loguetown no se había construido en un día. Uro estaba sentado en el suelo del humilde salón, en el que sólo había un sillón, una mesita de té y una estantería repleta de cuadernos.
- ¿Cómo que no te has ido?- se asombró de la estupidez del muchacho, que podía simplemente haber desaparecido de su vida, y así sus problemas. Suspiró, pues el rostro confundido del muchacho no le animó a explicarse.
Empezó a cocinar la cena, levantando la mirada de vez en cuando, había olvidado cuan lejos estaban las especias.
- Tú.- le señaló con el cuchillo.
- Uro.- en respuesta ella inclinó su cara, creyendo que le tomaba el pelo, pues no era si no nombre de plato.- Uro.-  insistió.
- Bueno, tráeme lo que te vaya diciendo del especiero. Primero orégano.- extendió la mano, como un cirujano esperando la herramienta, luego chasqueó los dedos, instigando al muchacho.
A cada “Si señora” que contestaba la mujer se encogía los hombros. El sexto concluyó con
- NO SOY TAN MAYOR, LEÑA,  ME LLAMO TABATA, TA-BA-TA.- su cabeza parecía producir más vapores que la olla, y sus dientes más afilados que los cuchillos. Asintió asustado.

En un principio no le dejó probar bocado, pero finalmente accedió, había hecho más de la cuenta. Pero no sabía si fue conscientemente.

No terminó el plato, y se levantó.
- Ni se te ocurra dejar sobras muchacho.- pero él negó.
- Clarabell también tiene que comer...- quedó paralizada, ¿cómo demonios iba a darle su exquisita comida a una vaca? Imposible, jamás. Cuando volvió en sí al terminar de discutir consigo misma, Uro había  salido, y la res se relamía feliz, para luego lamer  con cariño la mano del mozo.
- Ays...- ya no había solución,- ¿La ordeñaste?
Negó.- ¿Qué es eso?
Cayó de costado, no podía existir  tan estúpido muchacho. Le hizo una demostración, y le dejó hacer. Guardarían la leche para el desayuno.

Le cobró por una manta   y por ocupar el salón, y al alba, Tabata pudo comprobar que por fin se había ido. O eso creyó.
Salió a recoger unas cuantas semillas de amapola para sus magdalenas, y su certidumbre fue derrumbada cuando los vio a los dos durmiendo , tapados como podían con  aquel mantel.
- Más tonto y no nace- y una sonrisa emergió, mientras no fue vista.

La búsqueda de los delincuentes fue infructuosa durante meses, pero al séptimo día, del séptimo mes, llamaron a la puerta.
- Señora, buscamos a un delincuente, se le busca por el hurto de una vaca...-giró su cabeza para ver a Clarabell, pastando en el prado. – Quizás lo haya visto- un boceto le fue entregado, y ella mintió.- Gracias por su colaboración. Marcharon, sin darse cuenta que el molino giraba en un día en el que las briznas no se movían.  Esa noche, la deuda fue saldada.
- Y ya no podrás quedarte aquí, así que tendrás que irte a otro lugar... - Y comprendió, pero no supo.
A la mañana siguiente se encontraba caminando con  lo que , por obligación le había mandado comprar a lo largo de los meses, una mochila, unas mudas, y , sin ser mandado, una manta y una almohada. Se alejaba de la finca cuando fue embestido,  chocando contra el suelo.
Un mugido enfadado  fue la única contestación al sacudirse, Clarabell tenía los ojos húmedos, y las almohadillas poblaban su mollera, mucho atrás podía verse como la anciana no había podido seguirle el ritmo.
- ¡Quédate con tu inútil vaca, que se niega a dar leche! – gritó con una máscara de enfado, pues el veía que llevaba cargado unos sacos de pienso.
La abrazó, y se subió a ella de un brinco, entrelazando las piernas sobre ella, mirando hacia atrás mientras la vaca continuaba andando, ambos sonreían.
- ¡Gracias por todo Señora!-  acompañado de un mugido, alegre también, se despidieron, mientras se podía oír en la lejanía los improperios de Tabata.

Rieron, rumbo a su antiguo hogar. Llegarían a la noche siguiente, sin haber encontrado problema alguno, como si la afrenta hubiera sido olvidada y ellos ignorados.
Llegaron a las montañas,  éstas se extendían, amurallando el reino, constituyendo una barrera natural ante las invasiones, pero también constituían un lugar peligroso, lleno de bandidos y maleantes que guardaban sus tesoros en los más recónditos lugares, lejos del orden y la ley. Mientras las pezuñas de la res se adaptaban al nuevo terreno, Uro la animaba comprobando que la piedra no cediera ante el peso de la criatura, pero sin aviso previo, algo rodó por la colina, aquel pequeño obstáculo podría haber sido fácilmente sorteado por el muchacho, pero su compañía no podría permitirse tal demostración de agilidad, así que se interpuso entre la misma y la res, recibiendo el apoyo de la misma a su espalda.
Aquel objeto rondaba el medio metro, y tenía un color marruzco anaranjado, pesaría unos veinte kilos, y no fue la velocidad lo que constituyó la mayor parte del impacto, si no su inmundo olor. Aquella bofetada de peste hizo erizar tanto la mata del muchacho como todo corto mechón de la vaca, y retrocedieron unos pasos a causa del hedor.
La masa se agitó y irguió, sin aumentar más que un palmo su tamaño, era, aunque nadie lo creyera, un pequeño y arrugado anciano, del que parecían formar parte de su cuerpo un mar de harapos, los cuales habían quedado cementados a su persona a base de capas de una mohosa  roña.
Sus ojos eran como dos puñaladas en una lámina de cartón corrugado, y sus dientes parecían inexistentes bajo aquella inflamada gingivitis, el pelo había desaparecido de su cabeza, intercambiado ahora por una musgosa peluca, trozos de latas y hebillas formaban estrambóticos diseños en su recortada figura, como si de primitivos abalorios se trataran. Pareció buscarse alarmado en los bolsillos, ignorando a aquellos que tenían ganas de vomitar.

En la lejanía podía verse un trío, descendían por las rocosas pendientes deslizándose sobre la piel muerta de la montaña.
El viejo balbuceó, y su aliento destruyó las pestañas, incinerándolas; de haber sido una pared, la pintura habría ajado, marchitándose y encogiéndose como lo hacen las arañas. Siquiera sus pies les respondían, mientras sus nervios se veían abrumados por uno de los jinetes apocalípticos. Pareció entender el problema de comunicación, y buscó en una de sus latas, hasta extraer un mejunje de carmín, que cual melaza caía por su mano hasta acabar en su boca.
Un humillo salmón borró todo rastro de la terrible ponzoña,  por fin se atrevieron a respirar y sus cabellos volvieron a la normalidad.
- Uff...- aliviado, pero no se dio cuenta de los gestos del señor, antes de que la triada arribara.
Eran trillizos, y de no ser por sus diversos estilos de cabello ni su madre podría distinguirlos (por lo que ella misma hizo tatuar un número en las nalgas de cada uno, pero estas, por ahora, estaban cubiertas), de un estilo punk, el cuero negro era su segunda piel, y los pinchos metálicos se extendían por sus hombreras y codos, dando el toque de peligrosidad que su esquelética estructura no aportaba; eran largos, rondando el metro noventa parecían haber sido estirados como se estira la goma azucarada para airearla; sus ojos estaban cubiertos con pequeñas y redondas gafas de sol, las cuales parecían suspendidas en narices invisibles y planas. Jack era calvo, Jonh tenía una cresta roja, y Jim dejaba libre sus cabellos lacios y negros.

- ¡ Suelta a nuestra presa!- profirió Jack, mientras sus hermanos hacían un eco de sus palabras mediante un “Eso, eso”.
Uro miró al anciano, y luego a las tres copias que le plantaban cara desde una distancia cuanto menos prudencial, pues habían olvidado sus armas en la base, repitió esta acción un par de veces más, hasta que señaló al anciano para confirmar el sujeto de la petición.
Asintieron a la vez, y el anciano negó.
- No parece muy contento con que le cacéis,  hay muchas cosas mucho más apetitosas que este señor- pareció ofenderse,  negando para luego extender un dedo al cielo, para oponerse, pero luego recordó, y asintió señalando al joven.
- Eso no importa, si no nos lo das tendrás que enfrentarte a nosotros, y créeme...- se señaló y su índice osciló hacia sus hermanos- te podemos... – de nuevo, los coros fueron repetidos.
- Mirad , no quiero pelear- recibió un pequeño pisotón del apergaminado retaco, que había alzado sus puños en boxeo, pareciendo animarle a luchar.- No.- le fue contestado, recibiendo una mueca de desagrado.
- Agg... no sabes con quien te estás metiendo niñato, tu y tu estúpida vaca no... saldréis... bien... – se entrecortó ante esos soles en atardecer, que sondeaban su negra alma. Tragó saliva.

Los guijarros resonaron ante el peso de Uro, que se aproximaba al grupo con un paso firme.
“No será tan estúpido como para atacarme teniendo a mis hermanos aquí al lado” pero, además de que si lo era, pudo comprobar cuando giró la cabeza con una mueca de superioridad hacia sus hermanos, que estos se habían retirado varios metros hacia atrás, y fue ahí cuando sus tripas se removieron.
Una garra se clavó en su hombro, introduciéndose entre los huecos del hueso, quiso gritar, pero no se atrevió.
- Deberías disculparte, Clarabell es muy sensible... e inteligente.- la aguda sonrisa se extendió por su rostro, mientras la de Jack desaparecía tras una temblorosa aceptación.
- Perdón...- su voz era un globo desinflándose, al igual que lo hacía su pretensión.

Le soltó, desplazándolo de su camino, mientras el protegido les utilizaba de escudo, sacando una lengua a sus antiguos captores.

Quedaron allí, mirándose, nadie les había dicho que iban a tener problemas, sólo tenían que encargarse de aquel viejo.
- Esto no le gustará nada al jefe.

El sol se derrumbó exhausto, y la luna le reemplazó en el relevo, brillando en la chatarra; el duende se adelantó rápidamente, instigando a que le siguieran con rápidos gestos de sus pequeñas y huesudas manos, les llevó a un tipi parcheado por los más variopintos tesoros, desde botellas vacías a latas ajadas, pasando por lienzos despintados y otros deshechos del vulgo. La luz procedía de pequeños musgos fluorescentes que creían entre los óxidos, destilando un aura inquietantemente acogedora. Clarabell asomó su cabeza a través de uno de los huecos ribeteados de tela que funcionaban como cortinas.
Aquel enano rebuscó, hasta encontrar entre uno de esos extraños y caóticos organizadores algo que se llevó  la boca. Se dio la vuelta,  haciendo retroceder al curioso Uro que se había inclinado para averiguar que tramaba; una desproporcionada dentadura encajaba con dificultad en las encías.
- “Muzfo mefor”- escupió.
Era difícil comprender lo que decía, pero en resumidas cuentas se mostró agradecido con el muchacho, y insistió en hacerle un regalo,  no pudo negar la voluntad del hombre.
- “Tefminado”-  echó la aguja por última vez al fuego.
Uro quitó su antebrazo de los ojos, para mirar el resultado en uno de los espejos rotos.
- ¿Porqué?- se extrañó. Clarabell ya dormía, fuera de la choza.
- “Azhí no podrhafz ocultarftelo a ti mifmo.”- apretó la mano del muchacho, que bajó la mirada.
- No... se si me gusta este regalo.
- “Zi no te guhta, cambialo”- pero él no podría hacer nada aún, en ninguno de los dos sentidos.- “Fonte esfte unguentfo, azí zanará”.- le tendió la hoja de papel de periódico. La cogió, aplicó, y cambió de nuevo, durmiendo junto a su amiga, dedicándole con un entrecierre de ojos, el último gesto de cariño del día.

Encontraría a su familia de nuevo, pero aunque tuviera ésta nuevos miembros de más más, aún haría falta recuperar a uno de las garras de un malvado villano.
Pero esa ya no es la historia de Uro, es la historia de la familia

Me gustaría escoger sólo dos profesiones secundarias (especializaciones aún por decidir según avance el personaje), para así ver potenciada mi profesión principal (Luchador). Además quiero hacer inciso en que la banda está por crearse, pero que forma parte desde un inicio de la misma