His name was King [Priv. Ashlyn - John]

Estaba en el tren marítimo, camino a Saint Poplar. Le habían ordenado ir allí, pues decían que allí se encontraba King Lombardi y su banda. Sus órdenes parecían sencillas a cierto modo, aunque tal vez fuese difícil en su ejecución. Le habían ordenado acabar con King y con toda su banda, pues sospechaban que podían estar teniendo tratos con un revolucionario. O incluso unirse a la revolución ellos mismos. Querían probar sus habilidades como agente de neutralización, tal vez ver si valía la pena ascenderle a uno de esos rangos. Sin embargo, no quisieron darle más órdenes. Lo mandaron solo y "tú te las arreglarás".

No le hacía ni pizca de gracia aquello. Sin embargo, decidió tomárselo literalmente. Él se las arreglaría, con el método que quisiera, y si le echaban en cara dicho método, solo tenía decir que estaba siguiendo las órdenes dadas. Que se las estaba arreglando. No tuvo ni que pensárselo dos veces. Se llevó la mano al bolsillo del abrigo y sacó de este una tarjeta que tenía unos labios marcados por un beso. Un beso que muy seguramente fuese incapaz de olvidar, daba igual cuantos años pasasen. Sacó su nuevo Denden Mushi y marcó el número que allí había.

Hacía solo un mes desde que la conoció. Sin embargo, ya tenía claro a quien acudir para aquella misión.

—Hola, vaquera — diría una vez le contestase— ¿Te apetece disparar a un par de cabezas y ganar algo de dinero?

Y, de mostrarse afirmativa, le explicaría la situación y le diría donde reunirse.


Había pasado un día desde que cogió el tren hasta Poplar y acababa de llegar. Sacó a Secretaria del vagón de equipajes y la montó, yendo directo a la ciudad más cercana. Aparcaría justo delante de la taberna más concurrida del lugar. Allí era donde le había dicho a Ash que se reunieran, pero no sabía si ya estaría allí o si todavía estaba de camino. Fuese como fuese, entraría y pediría un whisky. Estaba sediento, después de tantas horas de viaje. Bueno, no exactamente sediento, pero el equivalente para una máquina que necesita combustible.

Se apartó a un lado en cuanto la puerta se abrió, esquivando así al hombre que cayó al suelo de boca. Dio una calada al puro en cuanto escuchó, e identificó, aquella voz. Levantó la vista y saludó a la albina quitándose el puro de la boca. No se esperaba que estuviese ya allí esperándole, pero se esperaba aún menos que ya la estuviese liando. Aunque no le molestó. Aquella era la Ash que le gustaba. Cuando se acercó tanto a él, él se acercó más, acercando mucho los labios en un ademán de beso que no llegó. Al menos todavía.

—Te invito a las copas que quieras, no te preocupes.

Y la siguió, poniéndose de nuevo el puro en la boca y pisando la espalda del tío al que había tirado al suelo, oyendo su quejido. No pudo evitar estirar la mano y darle un apretón en el culo justo antes de separarse para ir hasta la barra a pedir la bebida mientras Ash elegía mesa para sentarse. Se acercó a la barra y se apoyó en esta, esperando que la atendieran.

—Eh, te he visto entrar con esa.

—Ajá. ¿Y?

—Que le digas a tu novia que no quiero problemas en mi bar, ¿está claro?

—No es mi novia, pero se lo puedes decir tú si te atreves. Estoy seguro de que se muere de ganas de sacar el hierro a pasear. Y ahora, ¿Me pones una botella de whisky con dos vasos o lo saco yo?

El tipo gruñó, descontento. De debajo de la barra sacó una botella entera de whisky y dos vasos. La abrió y se dispuso a llenar ambos, pero John lo detuvo, indicándole que se la llevaba entera y que luego se la pagaría. El hombre parecía irritado, pero si de verdad le iban a pagar la botella entera... lo permitió. Cogió ambos vasos con una mano y la botella con la otra y se dirigió a la mesa donde se hubiese sentado Ash. Se sentó y colocó ambos vasos, empezando a llenarlos.

—¿Ya has perdido mi poncho? —le preguntó con picardía, al ver que no lo llevaba puesto.

Sonrió al escuchar esas palabras, sintiendo un cosquilleo como cada vez que la albina decía esas cosas. Se sirvió su propio vaso de whisky y dejó la botella para luego coger el vaso con la mano no metálica, mientras la otra la mantenía oculta bajo el poncho como hacía siempre.

—¿Qué habías dicho de no empezar cosas que no podamos terminar?

Dio un trago para luego dejar el vaso en la mesa de nuevo. Entonces se llevó la mano al interior del poncho y sacó del mismo un cartel enrollado. Lo desenrolló sobre la mesa y lo golpeó con un dedo. El cartel mostraba a un hombre moreno y de nariz ancha, con un enorme sombrero de ala ancha. Llevaba un bigote de motorista negro como el carbón y uno de sus ojos era totalmente blanco, cruzado por una cicatriz cuyo origen se ocultaba bajo el sombrero y terminaba en la comisura de sus labios. Bajo su rostro rezaba su nombre y la cantidad que pagaban por su cabeza: Sesenta millones.

—King Lombardi. Tiene una banda asentada aquí en Poplar. Me mandaron acabar con todos ellos, yo solo. Y pensé... —se encogió de hombros—... yo no voy a necesitar ese dinero. Seguro que tú le darías mejor uso que yo. Te has movido hasta aquí, así que imagino que te interesa, pero como quieras, la verdad. Si no me informaron mal... Creo que son unos veinte miembros —se dejó fuera toda la información sobre las sospechas de la unión al ejército revolucionario y el refugio que daban a uno de sus soldados, pues no dejaba de ser información confidencial y no podía contárselo a Ash, por mucho que se la hubiese tirado hace un mes—. Creo que juntos podemos formar un plan. No será rápido, seguramente tardemos unos cuantos días en encontrarlos...

Lo había dicho todo lo suficientemente bajo como para que le escuchara la albina y nadie más. No podía arriesgarse a que alguien los escuchase y se soltase la boca a uno de los miembros de la banda de King. Dio un segundo trago al vaso de whisky para terminarlo después de volver a guardar el cartel, esperando que no lo hubiesen visto los demás, y volvió a llevarse el vaso.

—Así que dime, vaquera... ¿Te interesa trabajar juntos para echar abajo el lado criminal de Poplar y lo que surja?

¿Quién dijo que una declaración de intenciones asesinas a una banda entera no era momento perfecto para tontear?

El agente se dejó coger de la ropa y fue levantado con la cabeza por encima de la mesa, estando terriblemente cerca de ella. Su rostro se mantuvo impasible durante su amenaza, pero no pudo evitar recordar aquel día hace un mes. Sus ojos la miraron fijamente hasta el momento que lo soltó y, entonces, suspiró. Quitó el seguro de la cartuchera que llevaba su pistola, la Big Iron, y la desenfundó, sin poner el dedo en el gatillo. Abrió el tambor y, con dos dedos, sacó una de las balas. Cerró el tambor y hizo girar la pistola alrededor de su dedo antes de volver a guardarla. Entonces apoyó un codo en la mesa mientras la bala bailaba entre sus dedos.

—No te habría llamado si pensase que la misión puede perjudicarte o si tuviese algún peligro que no pudieses superar. Lo único que te oculto es porque esto —dijo colocándose un dedo en la sien, señalando su cerebro— me impide darte información clasificada. O al menos eso creo. Sin embargo, como fianza... —colocó la bala en la mesa, cerca de ella, de pie. Era brillante y de un color plateado y bastante grande—. Utiliza esta si se da el caso. Es de un calibre lo suficientemente grande como para dañar el acero bajo mi piel. Y aún así, para asegurarte, puedes apuntar a uno de los ojos, entonces la bala me matará seguro.

Tras eso volvió a llenarse el vaso de whisky y dio otro trago, para luego dejar el vaso en la mesa. Entonces volvió a coger el cartel y a enrollarlo para guardarlo de nuevo, antes de que lo viese algún indeseado, pues la amenaza había atraído un par de miradas. Ya que se metía la mano para guardar el cartel aprovechó para sacar un puro, pues ya se le había acabado el otro. Se lo metió en la boca y lo encendió, dando la primera calada.

—Para empezar he de advertirte que al ser tantos no podemos ir a lo loco contra ellos. Lo mejor será prepararse, descubrir donde están, montar un plan... Es posible que tengamos que pasar una noche o dos en esta isla. Lo segundo... Después de llamarte a ti hice otra llamada, a un amigo mío, un mecánico ingeniero. Llegó varias horas antes que yo con sus ayudantes y, según me dijo, ya tiene montado un taller en un granero abandonado que ha encontrado. Ya le dije que lo mismo es de alguien y que como lo pillen se montaría una buena, pero... Ciertamente, nos beneficia que esté allí. Creo que lo mejor que podemos hacer para empezar es ir a verlo. Tengo la yegua fuera, puedo llevarte.

Dicho aquello, tras su respuesta, se levantaría y pagaría la botella, que durante la conversación ya se la habían acabado. Entonces, ignorando la mirada de odio del dueño de la taberna, saldría fuera junto a Ash y señalaría a Secretaria, para luego montarse en la misma y señalar al asiento de pasajero que había tras él. Entonces, una vez se subiera, arrancaría e iría directo al improvisado taller de su amigo.

En el momento que lo besó y se separó de él, John exhaló el humo que le había pasado con cierta gracia. Cuando se acercó a la moto se sintió orgulloso y satisfecho de la reacción de la mujer y, aunque no contestó, se quedó con lo que dijo, aquello de que quería una para ella. Se sentó en la misma y cogió el manillar, sintiendo el cambio de peso cuando ella se subió. Sintió cierto cosquilleo cuando esta se pegó a él, tocando su espalda con los pechos. Sabía que no tenía motivo para hacer eso, pues podía sujetarse igual sin pegarse tanto, lo que significaba que lo hacía a propósito, por él. Y el vaquero lo agradeció internamente, sintiendo una leve excitación momentánea al recordar los momentos en aquel saloon.

Arrancó a Secretaria. El polvo se levantó bajo sus ruedas ante su velocidad mientras seguía las indicaciones que le había dado su compañero. Aquella isla era algo llana y cálida, aunque no llegaba a desierto. Finalmente llegaron. Un granero enorme que había perdido su color, con varias tablillas rotas. Había un par de personas subidas a andamios en su exterior, arreglándolo. Los miraron aunque enseguida volvieron a su trabajo. El vaquero entró en el granero junto a Ash para ver como lo estaban montando.

Ahí dentro estaba su amigo. Un hombre delgado y de aspecto joven, con el pelo negro y despeinado, así como unas gafas protectoras en la frente y un delantal de cuero, con unos gruesos guantes marrones. El mecánico daba señales a un par de personas que parecían estar moviendo equipamiento y colocándolo en el sitio que indicaba.

—¿Leonardo?

Leonardo se giró para verle.

—¡Wayne! Te dije que tendría esto montado en seguida, pero esta gente es ¡DEMASIADO LENTA! —dijo mirándolos a ellos de nuevo, de forma acusatoria—. Bueno, ¿Estás listo?

—Esta es Ash, la amiga de la que te hablé. Ash, este es Leonardo. —El hombre la saludó sacudiendo una llave inglesa en el aire en un gesto—. Queremos acabar con toda una banda, solo somos dos... Vamos a necesitar equipo.

—Por supuesto. Munición, explosivos, un rifle, pistolas... Lo que necesitéis.

—Y... ¿Tienes todavía los planos de Secretaria?

—Siempre.

—¿Podrías hacer otra?

—Si esta gente se da prisa la tendré en dos o tres días.

El vaquero asintió y entonces miró a Ash.

—Esta puede ser nuestra base mientras estemos aquí. Aunque... prefiero dormir en algún hotel, no te voy a engañar. Este hombre no sabe montar camas cómodas.

—¿Para qué perder rato con eso cuando se puede dormir en el suelo?

—Pídele cualquier cosa que creas que vayas a necesitar y te la dará, siempre lleva cosas consigo. Después... podemos empezar a recabar información de King.

—Sí, claro, pero ten cuidado de no romperme nada —le contestó Leonardo a la mujer, para luego mirar a John—. No me habías dicho que era una manitas.

—No lo sabía.

Aunque se añadió a la lista de cosas que le gustaban sobre ella. Se acercó a la mujer para ver lo que estaba haciendo mientras Leonardo empezaba a trabajar. Trabajaba con el arma con bastante precisión y habilidad, ciertamente era digno de ver. Se encendió otro puro mientras la miraba trabajar y se cruzó de brazos. Cuando hubo pasado un rato le guiñó un ojo y se alejó, no queriendo molestarla mientras trabajaba. Se acercó de nuevo a Leonardo que ya había sacado los planos de Secretaria y estaba enseñándoselos a sus trabajadores.

—Leonardo, ahora cuando Ash termine nos iremos a buscar alojamiento para esta noche. Supongo que empezaremos a trazar el plan y cuando volvamos mañana a buscar las cosas te lo contaremos. Mira a ver si puedes prepararnos balas de sobra, tal vez algún artefacto explosivo o algún tipo de trampa... Oh, y como favor personal... ¿Podrías hacerme una segunda pistola?

—Nada de esto va a ser gratis, ¿eh?

—Te daré parte de mi sueldo. Total, tampoco lo uso para nada.

—Esta bien, munición, cosas que explotan y otra pistola. ¿Algo más?

—¿Sabes donde está la capital?

—Quieres llevarla a un hotel bueno, ¿eh? —contestó Leonardo dándole un codazo, aunque John no cambió de expresión—. Está al norte, tirando al centro de la isla.

John le agradeció la info y, entonces, se apoyó de espaldas contra la pared, cruzándose de espaldas mientras fumaba, esperando a que la belleza albina terminase para poder irse y empezar a prepararlo todo.

Cuando lo besó el vaquero no tardó nada en rodearla con los brazos, en apretarla contra si mismo. Se alegraba de que aquel altercado y amenaza ocurrida en la taberna no hubiese afectado las cosas entre ellos. No quiso dejarla marchar, queriendo alargar el beso unos segundos más, jugando con su lengua como si la hubiese estado echando de menos cada minuto desde la última vez que la vio. Cuando por fin se separaron vio que Leonardo se había tapado los ojos con una mano de manera algo infantil. Cogió el puro cuando se lo devolvió y se lo puso en la boca, colocándose bien el sombrero con la otra mano.

—Sí, vámonos —contestó para luego despedirse de Leonardo y salir al exterior. Se subió a la moto y esperó a que ella lo hiciera, de nuevo pegando el cuerpo al suyo. El vaquero no pudo evitar sentir un cosquilleo cuando lo hizo. Dio la última calada y tiró el puro al suelo cuando ella le preguntó donde iban a dormir—. Sí, la capital. Por lo visto hay un hotel de lujo que suelen frecuentar los mercantes de Water Seven cuando vienen a llevarse cosas para el mercado. No es que sea muy ducho en los lujos, pero supongo que no pasa nada por una vez, ¿verdad?

Sintió algo... extraño cuando la oyó bostezar. No le dio importancia, no podía ser nada raro... ¿verdad? Arrancó la moto y fue directo hacia la capital. No estaba muy lejos, llegaron en unos quince minutos. Paró directamente en la puerta del hotel, el cual se alzaba como un gigantesco palacio, lo cual se apegaba a su nombre, el Palace. Aparcó bien la moto y entraron en el hotel, que derrochaba lujo por todas partes. Su aspecto, con un poncho algo polvoriento, atrajo miradas, por supuesto. Sin embargo, las ignoró mientras se acercaba a recepción. Un hombre que parecía tener algo en el cuello que le obligaba a tener la barbilla alta todo el rato los miraba desde arriba.

—¿Se les ha perdido algo aquí? —les dijo, bastante snob. El vaquero sacó de su bolsillo un fajo de billetes, demostrando que podía pagar, antes de que el tipo se pusiese demasiado gallito y cabrease demasiado a Ash. Su expresión de golpe adoptó una falsa sonrisa —. Oh, ya veo. ¿Quieren una habitación? ¿O dos?

—Una.

—¿Camas separadas o cama conyugal?

El vaquero miró a Ash con una sonrisa algo pícara.

—No sé, Ash, ¿tú que dices?

Una vez la mujer hubiese decidido, pagaría la habitación sin fallo y preguntaría donde estaba el restaurante para cenar antes de subir a la habitación.

No es que no le gustaran los lujos de vez en cuando, pero solía evitarlos por esas miradas que los estúpidos ricachones o los que les servían le lanzaban. ¿Se creían mejor que ella por tener dinero o por vestir de forna distinguida? Solo eran una panda de imbéciles que miran por encima del hombro a quien les da de comer. Si fuera por ella le habría partido la cara a ese impresentable nada más entrar. Pero el vaquero le hizo callar rápido y entonces la vaquera se contuvo. Suspiro de forma larga mientras miraba de reojo a ese tipo y aposta mientras él la miraba le dirigió una mirada lasciva al culo de su acompañante cuando le pregunto sobre el tema de las camas.

— Una por supuesto, ¿para que queremos dos? aunque no se si la usaremos para dormir precisamente — dejo salir una risotada y una vez que pagaron fueron al restaurante del hotel. — Menudo imbécil, luego se sorprenden de por que les tengo manía a los putos ricachones, se creen con derecho a mirarte por encima del hombro — por un momento tuvo unas inmensas ganas de escupir al suelo, pero se contuvo. Estaba en un sitio de lujo y se iba a portar bien. No quería que la echaran antes de poder darse un baño de burbujas y espuma, esperaba que la bañera fuera grande por que eso le encantaba.

Se sentaron en una mesa y Ash decidió mirar la carta un rato antes de pedir un plato de carne, la verdura para las vacas. Dios sabría como esa mujer podía mantener el tipo con la cantidad de comida que tragaba y encima no es que pidiera comida del todo saludable. Además de postre tenía claro que quería pedir una bola gigante de helado y que llevaran a la habitación unas fresas con chocolate para rematar la jugada. ¿Qué pasaba si no tenían? Les obligaría a prepararlas, eran un hotel de lujo y como tal debían servir a sus clientes todo lo que ellos quisieran siempre y cuando pudieran pagarlo y ella ahora mismo querían joderles hasta que se fuera.

Una vez terminaran de comer subirían a la habitación, el mal humor que le había provocado aquel tipo había sido suficiente para quitarle el sueño. — Veamos, a ver si me puedo dar un buen baño... — fue a mirar el baño y sonrió feliz al ver tremenda bañera. Rápidamente abrió el grifo para empezar a llenarla, iba a disfrutar realmente de esa bañera hasta que tuviera que salir con el cuerpo totalmente arrugadito.

—Su snobismo no es más que un complejo de inferioridad, aferrándose a su fortuna, lo único que tienen, para buscar sentirse superiores a los demás. Seguro que no se le levanta —le dijo a Ash como respuesta a su desahogue sobre el tipo de recepción mientras entraban al restaurante.

Si bien John no necesitaba tanto el comer y podía rellenar sus energías con whisky o zarzaparrilla, pidió un chuletón para no atraer demasiadas miradas. Es decir... ¿Quién va al restaurante de un hotel de lujo para no comer? Durante la comida no pudo evitar lanzar varias miradas algo descaradas a la albina. Puede que en aquel momento John no supiese que lo que sentía era felicidad, pero estaba contento de haberse reencontrado con ella. Estaba contento de poder sentirse humano.

Cuando hubieron terminado de comer y la cazadora hubiese pedido su postre, subieron a la habitación. Era espaciosa y lujosa, increíblemente limpia. Una enorme cama de sábanas rojas lucía allí en medio, como si la hubiesen preparado expresamente para una parejita mientras estaban abajo cenando. El vaquero se quitó el sombrero y lo dejó en el perchero que había cerca de la entrada. Ash no tardó en ir directa al baño para ver si había bañera. Debió haberla, porque el vaquero no tardó en escuchar el grifo abrirse y el agua correr.

Mientras tanto se quitó el poncho y lo dejó en la cama. Se sentó en la silla de una mesa que allí había y sacó de su bolsillo interior unos papeles doblados de forma bastante descuidada. Los desdobló sobre la mesa y los observó con cierta atención. Uno de los papeles era el cartel de Se Busca que ya le había enseñado a Ash. Los otros eran informes detallados sobre King Lombardi. Por lo visto su familia y procedencia era un completo misterio, ni siquiera sabían si ese era su verdadero nombre. Sin embargo, lo que le interesaba de toda esa información era la sección de habilidades.

Se desconocía si sus poderes provenían de una fruta del diablo, aunque la probabilidad era muy alta. King Lombardi tenía la capacidad de provocar explosiones. Algunos marines supervivientes de sus ataques afirmaban incluso que era capaz de hacer que su propio cuerpo explotase, saliendo él indemne del ataque. Aquel poder tenía pinta de ser destructivo, por lo que tal vez lo mejor sería buscar una eliminación rápida. Su vista se fue entonces al otro lado de la mesa, donde descansaba lo que parecía ser un centro de mesa lleno de frutas. Estiró la mano y cogió una manzana, confirmando que eran reales y no de plástico. La olió y se planteó el darle un mordisco, después de toda la humanidad que estaba ganando. Suspiró, dejando de nuevo la manzana en el centro de mesa. Cogió los papeles y, mientras los miraba, se acercó a la puerta del baño.

—¿Va todo bien ahí dentro?

Mientras la bañera se llenaba rebusco en el baño algunos geles o sales, siendo un hotel de lujo deberían tener un montón de tonterías de esas para sus clientes mas selectos. Al final encontró lo que buscaba en uno de los cajones del mueble donde estaban las toallas y el espejo. Saco un sobrecito de sales y un bote de lo que parecía ser un gel especial para crear burbujas, ambos con un aroma dulce bastante interesante. Se acerco con sus nuevos descubrimientos a la bañera y primeramente echo el sobrecito de sales que rápidamente se fue disolviendo en el agua caliente y llenando la estancia de un aroma embriagador.

Posteriormente puso una cantidad mas o menos correcta de jabón burbujeante en lo que parecía ser un recipiente que lo iría vertiendo suavemente sobre el agua que caía para que al golpear fueran creándose esas maravillosas burbujas. Estaba de lo más entretenida viendo como su bañera se iba llenando y no tardo en ir quitándose la ropa y dejándola desperdigada por el suelo del baño. Le importaba poco, ya la recogería cuando saliera, por ahora solo quería relajarse y meterse en el agua caliente.

Realmente disfrutaba del calor, era algo extraño teniendo en cuenta la naturaleza de su akuma, pero sentir calor era algo que la relajaba bastante. Una vez completamente desnuda se metió en la bañera suspirando de placer al sentir el agua caliente rozando su piel y la espuma juguetear de manera tenue contra la misma. Cuando escucho la voz del vaquero a través de la puerta sonrió de medio lado. — ¿Por que no entras a comprobarlo vaquero? — su voz sonó entre juguetona y algo traviesa, pero justo antes de que pudiera recibir cualquier tipo de respuesta sonó la puerta, estaba segura de que serían las cosas que había pedido en el restaurante que les subieran. Aquella bandeja de fresas con chocolate y solo con pensarlo se le hizo la boca agua.

— Abre la puerta y traeme esas fresitas, ¿no querrás que salga yo desnuda verdad? — de nuevo aquella voz juguetona mientras sus manos jugueteaban con el agua provocando un leve ruido de chapoteo de lo más encantador. — Aunque a lo mejor el camarero se lleva una alegría — dejo escapar una risilla imaginándose la cara que pondría uno de esos estirados camareros si la vieran completamente desnuda y mojada con ciertos toques de espuma por el cuerpo abriendo la puerta para coger las fresas. Espero entonces a que John cumpliera su capricho, por el momento tenía pensado quedarse un tiempo en aquella bañera, disfrutando de un merecido baño y un merecido descanso.

Estuvo a punto de responder a aquella pícara y provocativa pregunta de la albina cuando llamaron a la puerta. Cerró la carpeta de los papeles que estaba mirando y los llevó hasta la mesa donde estaba antes, dejándolos bien guardados lejos de cualquier mirada curiosa, mientras el tipo seguía llamando. Una vez lo hubo dejado todo, fue a la puerta y la abrió. Allí había un hombre bien vestido que llevaba un carrito plateado con una bandeja en lo más alto, donde descansaba una montaña de fresas y un bol bastante grande de chocolate fundido. El agente cogió el carro y lo metió dentro de la habitación, cerrando la puerta justo cuando el tío levantaba la mano pidiendo una propina. Pudo escucharle murmurar algunos insultos al otro lado.

Tiró del carrito llevándolo hasta el baño y abrió la puerta. El vapor del agua caliente, o de la concentrada sensualidad de la mujer, todo podía ser, salió golpeando al vaquero en la cara. Entró con el carrito y lo acercó a la bañera, donde se encontraba la albina. El agente dejó el carrito bien pegado a esta, dejando las fresas al alcance de la mano de la cazadora, mientras se recogía las mangas de la camisa y se sentaba en el borde de la bañera al otro lado.

—Aquí tienes el postre. Si me refiero a las fresas o a mí es algo que deberás decidir por ti misma —dijo guiñándole un ojo—. La verdad es que está bien relajarse un poco. Vamos a pasar un par de días en esta isla buscando a ese cabrón. Que mejor que hacerlo en compañía, ¿eh?

Dicho aquello se inclinó, colocando su mano no metálica en la mejilla de la albina, buscando besar sus labios. El agua caliente solo mejoraba la sensación al contacto, aunque no había nada mejor que el sabor de su boca en ese momento.

Cuando le vio entrar con aquel carrito sonrió de medio lado viendo las fresas. No habían tardado mucho en traerlas y eso era un punto a su favor para que la albina se portara medianamente bien con ellos a futuro. Se acomodo mejor en la bañera entre la espuma y aquel delicioso aroma de las sales y miro al vaquero de arriba abajo con cierta picarda. Sintió la caricia en su mejilla y luego se acerco a él un poco más para rozar sus labios mientras cogía una fresa. Aún no le besaba, le gustaba hacerse de rogar así que lentamente paseo la fresa por los labios del vaquero dejando un rastro de chocolate.

Sonriendo mordió después su labio inferior y lamió el chocolate que había dejado en ellos para después permitir que la besara. Saboreando sus labios y el chocolate en estos. Le tomó de la solapa de la camisa y tiro con fuerza para que terminara en la bañera metido con ella aprovechando que era bastante grande y espaciosa. Se rió al verle todo mojado y lleno de espuma y mordió al fresa con la que había estado jugando momentos antes. Se notaba en sus acciones que estaba jugueteando con el vaquero aunque él debería estar ya bastante acostumbrado.

— Sabes que soy una ansiosa y me gusta tenerlo todo, me gustan las fresas y me gustas tu, así que bueno, digamos que ambos vais a ser mi postre — después de todo, ya que tenían que pasar la noche juntos ¿por que no iban a disfrutar un rato más? Además, en la bañera la cosa podría ser bastante divertida, no solía jugar en sitios así tan delicados y tan sofisticados así que le sacaría partido a esa habitación al máximo y bueno, si tenía que empezar por la bañera pues que así fuera, la bañera sería el primer lugar donde disfrutaría de aquel hombreton y de las fresas.

No importaba lo confuso que pudiese estar John. No importaba cual era su posición ni lo que pensaba sobre si era verdad que no tenía sentimientos, no importaba en absoluto aquellas rayadas mentales que llevaba haciéndose desde que conoció a la albina por primera vez. Después de todo, cada vez que estaba con ella dichas dudas desaparecían. Como si simplemente lo olvidase todo y nada más quisiese pasarlo bien con ella, ya sea en la cama, cumpliendo alguna misión o simplemente tomando algo. Ni siquiera era capaz de plantearse si aquel hecho era algo bueno o malo. Cuando eso ocurría, simplemente, se sentía humano.

Se dejó meter en la bañera, besando sus labios con pasión, como si hubiese estado esperando ese momento desde el principio. Sabía que iba a tener que poner su ropa a secar para mañana, pero le dio igual, pues ya se la estaba quitando. Aquel día había empezado como tal, juntándose para ir en busca de un tal King, sin embargo en aquel instante solo existían ellos y una bañera en aquella habitación de hotel.


Se habían quedado despiertos hasta bastante tarde, buscando conmemorar aquel afortunado encuentro en un saloon del West Blue. Aunque, en opinión de John, aquella noche había sido incluso mejor. Después de todo... hacerlo solo una vez en una mesa de hotel era bastante incómodo. John despertó, en la cama y sin ropa, tal como lo habían dejado de madrugada. No era pronto, por así decirlo, y casi rozaban las doce del mediodía, por lo que se habían perdido la hora del desayuno del hotel. Tampoco le dio importancia, podrían almorzar cualquier cosa.

Se sentó sobre la cama un instante y enseguida estuvo totalmente despierto. Ventajas de su no-humanidad, supuso. Se acercó a la ventana, donde había sido colgada su ropa en un improvisado tendedero que habían montado tras uno de sus juegos para luego lanzarse de nuevo a seguir jugando. La ropa no estaba del todo seca, pero el vaquero no podía quejarse. Era lo que había. Se vistió y se dirigió a la mesa, donde empezó a mirar de nuevo los papeles sobre King Lombardi. Aquella larga noche había estado muy bien, después del cansancio del viaje de llegada. Sin embargo, había que empezar a pensar ya en los preparativos. En cuanto despertase Ash, miraría que hacer y en que gastar ese día.

Se habían pasado la mayoría de la noche haciendo travesuras. Aunque Ash estaba cansada no se negaba a jugar con el vaquero por que la verdad lo pasaba bastante bien y no tenia por que desperdiciar las oportunidades que le daba la vida. Al final terminaron los dos completamente agotados y desnudos en la cama. Ash era un poco perezosa y no le gustaba demasiado eso de madrugar y menos cuando había pasado una noche como la que había pasado con el agente del cipher pol. Desde luego era interesante ver el tipo de sujetos que trabajaban para el gobierno, eran peculiares cuanto menos.

Ya había conocido a John, Rayne y a Ruffo y cada uno tenía sus peculiaridades bien marcadas. Pero ninguno le había caído mal especialmente, era gente preparada que sabía su objetivo y lo cumplía de una forma u otra. Ruffo y John eran más directos y Rayna bueno, estaba un poco loca, cosa que tampoco le molestaba teniendo en cuenta que sus propios métodos no eran del todo ortodoxos. Pero al final los rayos de luz que emitía el sol terminaron por darle en la cara y hacer que abriera los ojos mientras gruía de forma leve pero totalmente audible dejando clara su molestia.

Se estiro en la cama y se levanto sin preocuparse demasiado por su desnudez salió de la cama y se movió por la habitación hasta situarse al lado del vaquero. — ¿ Qué hora es? ¿nos hemos perdido el desayuno? — bostezo volviendo a estirarse ahora que estaba de pie y busco un reloj. Cuando el vaquero le respondiera que evidentemente se habían perdido el desayuno por la hora que era la vaquera suspiraría — ¿pedimos algo o quieres salir a comer fuera? — no conocía mucho aquella isla pero a lo mejor había sitios medianamente decentes donde poder disfrutar de buena comida. Aunque tampoco le importaba demasiado comer en la habitación y vaguear un rato más. Lo que decidiera el vaquero en esa ocasión estaba bien para ella.

Aún no conocía todos los detalles de la misión pero no preguntaría más de la cuenta, después de todo ya le había dicho al vaquero que por esa vez iba a confiar en él. Además llevaba colgada al cuello aquella bala que le había dado y no dudaría en utilizarla si en algún momento el hombre se volvía en su contra, aunque estaba segura de que no lo haría. Al menos era un bonito recuerdo de quien podía considerar su amigo cuando no estaban juntos, aunque ya tenía su poncho y unas preciosas gafas que le había regalado, la bala para ella era más simbólica todavía, sobre todo por que era capaz de atravesar la coraza de metal que lo recubría y lo salvaba de las balas normales.

No se había dado cuenta de que la radio estaba sonando. Seguramente se había encendido a modo de despertador, pero tenía el volumen tan bajo que no los había despertado, e incluso Ash seguía dormida sin darse cuenta de la música. No se levantó a subir el volumen, claro, pues no quería que la albina despertase de golpe de mal humor, pero escuchó la canción que ponían. Era curiosa. Tenía un ritmo lento de guitarra y la letra parecía hablar con añoranza de algún sitio al que el cantante llamaba "hogar". Aunque era un sitio del que nunca había oído hablar. ¿West Virginia? ¿Dónde estaba eso?

Finalmente la albina despertó, como siempre totalmente despreocupada de su desnudez, cosa que a John no le molestaba en lo más mínimo. Lo único que llevaba puesto era un colgante donde llevaba la bala que él mismo le había dado. ¿La llevaría como recuerdo de su amistad? ¿O para recordarle constantemente a John que no podía traicionarla? Esperaba que fuese lo primero, pero nunca tendría siquiera la idea de hacer lo segundo. A ella no.

—Supongo que podemos pedir algo, podemos quedarnos aquí a planear lo que vayamos a hacer.

Le señaló el Denden Mushi de la habitación para que pidiera a recepción lo que quisiera, incluso para él. Si bien se beneficiaba de la comida, no podía permitirse el gusto de tener una preferencia a la hora de escoger sabores, por lo que daba igual lo que pidiese para él. Otro defecto de su inhumanidad, supuso. El vaquero seguiría mirando los papeles mientras la mujer pedía. Una vez lo hubiese hecho y se acercase de nuevo a él, volvería a hablarle.

—¿Vas a estar desnuda todo el día? No es que me moleste, pero al final vas a obligarme a ponerme a tu altura y desnudarme yo también—le dijo con picardía. Disfrutaba demasiado tirándole los tejos a esa mujer—. Bueno. Como sabemos, King Lombardi es el líder de una banda, nosotros solo somos dos y... tenemos que desarticularla por completo. No bastará con matar o arrestar a King, habrá que hacer algo para que nadie pueda tomar las riendas en su lugar. ¿Qué tal se te dan las infiltraciones, Ash? Podríamos hacernos pasar por nuevos miembros y destrozarlos desde dentro.

Al recibir la respuesta del vaquero se acerco al telefono de la habitación para pedir algo de comer, tenía hambre, después de tanto ejercicio necesitaba darse el lujo de comer algo bueno para poder empezar a trabajar. Suspirando se rasco un poco detrás de la cabeza y luego descolgó para pedir algo de comer. Pidió zumo de naranja, pan tostado, mantequilla, mermelada, miel y huevos revueltos con beicon, a la señorita le gustaba desayunar en abundancia por que muchas veces no sabía si podría llevarse algo más a la boca durante el resto del día. Una vez que pidió todo se levanto de nuevo y miro al vaquero con una media sonrisa por su comentario.

— Bueno, sabes que no me molesta que estés desnudo, pero a lo mejor si te desnudas no trabajamos precisamente, así que optare por vestirme — se visitó aunque tan solo con la ropa interior, pantalones y camisa blanca. Dejó por el momento la corbata el chaleco y la chaqueta, no le apetecía demasiado ponerse tanta cosa encima si iban a quedarse en la habitación del hotel. Se acerco nuevamente al vaquero para ver cuales eran sus planes. Pensó un momento en su propuesta y luego le miro y sonrió — puede funcionar, creo que los dos tenemos suficiente pinta de mercenarios como para que cuele totalmente que somos parte del nuevo escuadrón de su banda — se encogió de hombros, la idea era bastante buena y teniendo en cuenta que había que desmantelar la banda entera, pues oye, siempre estaba bien tener un buen plan en mente.

Al rato la puerta sonó y Ash se acerco para abrir e ir cogiendo la comida para servirla ella sobre la mesa, el camarero ese no tenía que entrar para nada, después de todo era mejor que no vieran los papeles que el vaquero tenía sobre la mesa. Una vez retiro toda la comida del carro saco una moneda y se la dio al camarero para luego cerrar la puerta y echar el cerrojo. No le gustaban las interrupciones así que además puso el cartel de no molestar en el picaporte de la puerta. Tenían muchas cosas que planear y que pensar como para que las señoras de la limpieza les molestaran con tonterías.

Sonrió ligeramente cuando se acercó a él, como siempre hacía. Parecía estar de acuerdo con la idea de infiltrarse, lo cual estaba bastante bien. Tan solo tenían que buscar la manera de encontrarlos, unirse a ellos y, a partir de ahí, observar sus movimientos y ver por donde se movían. Tal vez alguno de sus lugares de reunión eran perfectos para una trampa, pero no podían saberlo hasta que lo vieran. Aquella banda parecía ser bastante cuidadosa, por lo que unirse a ellos era algo esencial. Tampoco necesitaban que les revelasen sus secretos más oscuros, con saber donde se encontraban sería suficiente.

Vinieron por fin con la comida que la albina había pedido. El vaquero comería aunque no lo necesitaba, lo más probable. No porque quisiese engañar a Ash ni mucho menos, sin embargo... sentía la necesidad de hacer todo lo posible por sentirse más humano, sobre todo cerca de ella. Supuso que por fingir un poco que podía apreciar los sabores de algo no se iba a morir. Si es que era capaz de morir, claro. Conociendo al Profesor, lo mismo el día que por fin caiga despierta de nuevo dentro de un ordenador y siendo implantado en un cuerpo nuevo.

Se quedó entonces mirando una de las hojas. Esa en la que detallaba los poderes de la fruta del diablo que poseía King Lombardi. Sin embargo, no lo miró porque le extrañase algo sobre el criminal, sino más bien por curiosidad personal. ¿Podría John consumir una de esas frutas? ¿Contaba como objeto? Eso creía hace tiempo, pero ya descubrió que le habían mentido, tan solo le faltaba descubrir cuan lejos llegaba esa mentira. Tal vez, después de toda esa aventura, le daría por buscar una y simplemente comérsela para ver que pasa.

—Tal vez Leonardo pueda proporcionarnos explosivos con los que poder librarnos de gran parte de los miembros de la banda. Sin embargo, teniendo en cuenta el poder que dicen que posee Lombardi, es posible que las explosiones no le afecten en absoluto. Podríamos centrarnos en infiltrarnos y a partir de ahí buscar una oportunidad de plantar explosivos en algún lado y, una vez Lombardi esté solo, ir a por él—dijo mientras la mujer ponía la mesa. Cuando se inclinó para poner el plato que comería el vaquero, la cogió del cuello de la camisa y tiró hacia si mismo para darle un beso en los labios—. ¿Te parece buen plan?

La idea de infiltrarse sonaba interesante, le gustaban esos juegos, fingir una cosa y luego destrozarle las ideas preconcebidas que se habían hecho gracias a las mentiras y embustes. Además, ahora que iba en misión con un Cp podía darle un poco de juego a su imaginación, después de todo, ellos no eran precisamente "lgales", con tal de conseguir su objetivo podían llegar a hacer cualquier cosa. Pero ese era otro asunto diferente, termino de servir la mesa mientras pensaba en la idea de los explosivos, no era mala idea teniendo en cuenta que si lograban hacerlos estallar eso haría que Lombardi se quedara solo según decía el vaquero y de esa forma podrían ir a por él directamente y hacerse cargo del desdichado sujeto.

Por su parte asintió y cuando sintió el tirón se dejo llevar siguiendo su beso y rozando después sus labios de manera juguetona — me parece bien, yo puedo colocar los explosivos sin demasiado problema, tengo ciertos conocimientos prácticos — se rió un poquito mientras se alejaba de él y se sentaba para devorar el desayuno, tenía hambre después de todo. La idea de meterse en la banda para hacerlos estallar desde dentro sonaba bastante bien, pero para eso tendrían que averiguar donde estaban. Una idea la hizo sonreír de repente — tengo una idea y creo que tus amigos nos pueden ayudar — puede que fuera una locura, pero también podría salir maravillosamente bien, tal solo tenían que cambiar un poco su apariencia y hacer que un "rumor" corriera por el lugar.

— Que te parece si nos hacemos pasar por unos famosos bandidos, tus amigos pueden ir a las tabernas a rumorear sobre nosotros, eso puede que llame la atención de Lombardi, puede que nos quiera en su banda y sea él mismo quien contacte con nosotros — eso les ahorraría trabajo, no tendrían que buscar a la banda por que la banda les buscaría a ellos. Desde luego sería un buen plan, no sabía si sería suficiente o si funcionaría realmente, pero no perdían nada por intentarlo. Es cierto que a lo mejor tendrían que dejar el lujoso hotel pero para eso estaban preparados, era lo normal cuando tenías que hacer una operación como aquella, esperaba que todo saliera bien y lograsen atrapar al tal Lombardi, vivo o muerto, para cobrar a ella le era totalmente indiferente.

La parte del plan de Ash era buena. Si era el propio Lombardi quien se interesaba por ellos, no sospecharía. Se levantó y se acercó a su ropa, rebuscando en los bolsillos hasta sacar un pequeño Denden Mushi que se parecía sospechosamente a su dueño, llevando incluso un sombrero en miniatura. Lo colocó sobre la mesa y sacó el teléfono de su concha, acercándolo a su boca. Sin embargo, antes de hablar, miró a Ash con una sonrisa algo divertida.

—Es nuevo. Si lo recuerdas, el que tenía lo rompí —dijo y marcó el número de Leonardo y esperó a que este respondiera—. Leo, te necesito.

—¿Qué has roto ya?

—Nada. Necesito que hagas tres cosas. Haz dos carteles de Se Busca con nuestras caras y nombres falsos, podemos pasarnos luego para las fotos, y después colgadlos por la isla. Planta a un par de tus ayudantes entre las tabernas para que hablen de estas identidades, que hagan énfasis en lo violentos que podemos llegar a ser y lo bien que se nos da robar. Y... consíguenos ropa. De apariencia criminal, a poder ser.

—Vale, Bonney y Clyde, me pondré a ello —y colgó.

John colgó también y después miró a Ash.

—Supongo que ahora nos llamamos Bonney y Clyde.

Volvió a guardar el caracol y después se terminó la comida. Pasada una media hora de charla y posibles fichas lanzadas de un lado a otro en aquella habitación, sonó el timbre. John lo miró fijamente y después miró a Ash. Se colocó un dedo en los labios para indicarle que guardase silencio, desenfundó su pistola y se acercó a la puerta. La abrió poco a poco, procurando que el arma quedase tras la puerta para que no pudiese verse desde fuera. En el pasillo habían dos hombres vestidos de trabajadores del hotel, llevando una caja entre ambos.

—Venimos de parte de Leo —dijo uno de ellos.

—¿Cómo? ¿Tan rápido?

Cerró los ojos de golpe al recibir el flash de una cámara de fotos. El hombre entonces le dio un empujón abriendo la puerta y negó con falsa decepción cuando vio la pistola.

—¿Cómo has podido desconfíar de nosotros? —y le hizo una foto a Ash.

Entonces, antes de que pudieran decir nada, dejaron la caja en la habitación y se fueron, cerrando la puerta. John miró a Ash y se encogió de hombros. Los hombres de Leo eran raros, como el propio Leonardo, pero eran eficientes. En aquellas fotos los habían pillado con aquella ropa, pero tenía claro que serían capaces de retocar las mismas. John suspiró, enfundando de nuevo la pistola, y abrió la caja, mostrando la ropa que había en su interior.