Una de dragones y súcubos [Zuko y Lys]

Lys se tiró en cama y soltó un gruñido desde el fondo de su garganta. De su ser. Estaba hecha polvo. Estaban siendo unos días muy moviditos y a cada combate que pasaba más destrozada quedaba justo después. Aún así, se lo estaba pasando bien. Las peleas estaban resultando ser... educativas, como mínimo, y entretenidas sin ninguna duda.

Acababa de salir del hospital improvisado que el organizador había montado específicamente para los combatientes. Había también una herrería y no sabía qué más, pero por suerte de momento no había necesitado ninguna de esas. Sus armas seguían intactas, aunque no podía decir lo mismo de sus costillas. Demonios. Gruñó de nuevo, más por quejarse que porque realmente le doliera. Se había curado relativamente bien, y en un día o dos volvería a estar intacta y dispuesta a buscar más guerra. Sin embargo... primero tenía que conseguir una cosa, algo que había quedado claro que le hacía falta.

Recordaba el día del combate.

Había escuchado las palabras de Zuko en medio de la bruma del ansia de sangre, pero por suerte para ambos la campana sonó antes de que pudiera responderle. No le habría dicho nada bonito, estaba segura. Lo único que quería en aquel momento era destrozarle, obligarle a caer al suelo sin que las alas le funcionaran y partirle la cara a puñetazo limpio, por inútil que fuera a ser. No era algo racional, la sangre no le dejaba pensar bien.

Sabía que al final había retirado las cosas que le había dicho y que le había invitado a tomar algo, pero en el momento no había sido capaz de responder. Se había escabullido por la puerta tan pronto esta se había abierto y tras aguardar un tiempo prudencial y regresar a la calma, se había personado en el hospital. Para entonces ya no había visto al dragón por ningún lado, así que había asumido que la invitación quedaba en nada. Bueno, siempre le quedaba buscarle en la siguiente tanda de combates, aunque solo fuera para disculparse por largarse así.

En cualquier caso, no tenía sentido lamentarse ahora. Se levantó y tras vestirse con un sencillo vestido negro, salió en dirección a la ciudad. No tardó en encontrar lo que buscaba y entró en la librería con paso decidido. En lugar de preguntarle a la encargada, se perdió entre las estanterías. No era un establecimiento muy grande y ella no estaba del todo acostumbrada a estar en sitios así, pero supuso que no le costaría demasiado dar con lo que buscaba. No podía ser tan complicado encontrar un libro sobre dragones, ¿No?

No sabía cuántos había en total en el torneo, pero ya se había encontrado con dos y la final estaba cada vez más cerca. Si se encontraba con un tercero o tenía que volver a enfrentarse a uno de estos... quería estar preparada. Agarró un ejemplar de lomo rojo que parecía prometedor y en seguida se sumió en la lectura, absorta en una esquina del lugar.

Tal vez se había pasado. Se había dejado llevar por la adrenalina, lo tenía claro, puesto que él no diría esas cosas. Al menos no a alguien con quien estaba teniendo una pelea amistosa. ¿Que tal vez se lo hubiese dicho a un soldado enemigo en una batalla seria? Sí. Pero Lysbeth no había hecho nada merecedor de tanto odio. Como siempre, se había dejado llevar por su vena poética y el amor por el combate y la fanfarria. Tras curarse la buscó para disculparse, pero no la encontró por ninguna parte, cosa que le extrañó. ¿Tan malo había sido?

Le sabía mal aquella primera impresión. Fuera del combate Zuko era alguien amigable, puede que incluso algo parlanchín, cosa que consideraba un avance, pues en su juventud solía ser alguien muy cerrado y depresivo. Era un cambio que él consideraba que era mejor. Y, aunque sonase mal, Lysbeth no dejaba de ser una chica guapa, no le gustaba empezar con mal pie en esos casos. Con un suspiro dejó el qipao en la habitación que le habían dado y se puso ropa casual. Una simple camiseta roja de manga corta con el cuello y los bordes de las mangas de color negro y unos pantalones tejanos anchos de color gris.

Tenía una duda que le había quedado tras el combate. ¿Qué es un súcubo? Debía ser una bestia mítica, por supuesto, pero no tenía claro el que. Estaba empezando a sorprenderle el número de usuarios de fruta zoan mitológica que conocía. Hasta tal punto que llegó a pensar que lo mismo Osuka no tenía una paramecia, sino una extraña zoan de golem o algo por el estilo. Salió a la ciudad de aquella isla, ignorando las miradas y murmullos de aquellos que lo reconocían como uno de los luchadores del torneo, aunque se paró en seco al escuchar cierta frase.

—Es el pringao que perdió contra la morena... ¿Cómo se puede perder contra una chica?

Aquello le enfadó. ¿Por qué tenían que menospreciarla de aquella forma? Había encontrado en la mujer una oponente más a quién respetar, pues había conseguido ponerle contra las cuerdas y confundirle lo suficiente como para ganar la ventaja, aunque no pudiese rivalizar la enorme fuerza que puede llegar a tener un dragón. Se giró, clavando la mirada con el ceño fruncido al que había dicho eso. El tipo pareció asustarse, por lo que se fue corriendo antes de que dijese nada. Suspiró. Siguió su camino hasta que encontró lo que buscaba: Una librería... biblioteca... ¿ambas?

Entró. Era pequeña y de aspecto antiguo, cosa que contrastaba con el resto de la ciudad. Saludó a quien estuviese detrás del mostrador y se dirigió directo a la sección de mitología y bestiarios. No sabía bien por que libro empezar, después de todo... No tenía muy claro de que se podía tratar. Intentó recordar el aspecto de Lysbeth, sus poderes... Tenía cuernos y una cola delgada, algo que le recordaba a... Oh.

Fue hasta la D de "demonios". Alzó una ceja fijándose en que la sección "dragones" faltaba un libro, pero no le dio demasiada importancia. Cogió un libro negro de aspecto oscuro con el título "demonología" y se giró dispuesto a ir directo hacia algún sitio donde pudiese leerlo, sin embargo... había alguien en su camino, demasiado cerca como para detenerse a tiempo, y se chocó. El dragón se cayó al suelo de espaldas, casi aposta, pues no quería que la otra persona recibiese de lleno el impacto que podía ser chocar contra él.

—Ah, perdona, no te he visto —dijo levantándose.

Hojeaba el libro, mitad aburrida, mitad genuinamente interesada. Había ido a dar con uno bastante concienzudo, lleno de ilustraciones hechas con acuarela y explicaciones bastante emocionadas acerca de los diferentes tipos, sus poderes, su historia… el autor incluso había recopilado avistamientos de otros libros y de gente a la que había entrevistado a lo largo de la historia. Incluso había un dibujo a carboncillo de Dexter Black desnudo en su jardín del Ojo, o al menos ese era el pie de la ilustración. Se preguntó si él tendría idea de que un dibujante admirador se había colado en su jardín para retratarle en todo su… ¿esplendor? Hm. No estaba segura de que esa fuera la palabra adecuada.

Encontró también información acerca del último dragón con el que se había enfrentado. Dragón de oropel… la ilustración era preciosa, pero no se parecía mucho al chico con el que había combatido. Los colores, quizás, aunque había ido cambiando de uno a otro. En general, parecía poderoso, incluso algo intimidante. No tenía muchas ganas de encontrárselo en forma completa, eso seguro.

De repente, chocó contra algo. No, alguien. Trastabilló hacia atrás y cerró el libro, levantando la cabeza por fin. Frente a ella, en el suelo, de espaldas, estaba el mismo dragón acerca del que estaba leyendo segundos antes. Solo que este estaba en forma humana e igual de confuso que ella. Tardó un par de segundos en procesar lo que estaba ocurriendo, pero cuando lo hizo se apresuró a contestar.

-No te disculpes, no pasa nada.

Se le quedó mirando un momento y al final decidió que no podía dejar las cosas así. Era un buen momento para disculparse por haber salido corriendo, al final no había podido decirle nada ni explicárselo. No es que pretendiera hacerlo, sería una estupidez revelarle una debilidad así a… bueno, a un vicealmirante. Espera, igual no era tan buena idea.

-Ey, eres el del combate, ¿Zuko, no? Siento haberme ido sin decir nada, los combates me… acaloran. Puedo invitarte a un refresco, ya que estás aquí.

De acuerdo, muy tarde. Bueno, malo sería. Seguía teniendo que participar en el siguiente combate, si intentaba arrestarla estaba segura de que no llegaría muy lejos. Y si lo hacía… bueno, tendría que salir por patas. No sería la primera vez.

Se levantó del suelo, fijándose en quien era. Era Lysbeth. Que casualidad. Estaba muy guapa, bastante más que en el combate, cuando no estaba intentando clavarle un sai en el pecho. Se sacudió un poco el torso escuchando sus disculpas utilizando su mano libre. En seguida se colocó de forma que la mujer no viese la portada del libro, pues no quería tener que explicarle que estaba allí por ella. Sin embargo se fijó un poco en el que tenía ella: Uno sobre dragones. Alzó una ceja, preguntándose si allí habría alguna entrada sobre los dragones de su isla. Puede que incluso se hablase de su bisabuelo... ¿Quién sabe?

—No te preocupes. Soy un luchador, yo también me vengo arriba en los combates. Y claro, pero insisto en que pago yo. Después de todo te lo ofrecí cuando sonó la campana, ¿no?

Dejó el libro una vez más en el estante. Si quería saciar su curiosidad siempre podía venir a buscarlo luego. Tenía demasiada curiosidad, todo había que decirlo. Ahora que la tenía delante en un ambiente más tranquilo podía ver que Lysbeth era una mujer muy atractiva y de rostro muy bello, pero seguía sin entender como pudo desconcentrarle de aquella manera en combate. Como artista marcial, el dragón había aprendido a controlar sus emociones y serenarse en combate. Y, por supuesto, no era la primera vez que combatía con una mujer hermosa, pero nunca le había pasado algo así.

—¿Conoces algún sitio bueno donde tomar algo? Yo... no he salido mucho del recinto del torneo, así que no conozco muy bien el lugar.

No sabía si eso de refresco iba totalmente en serio o si se podría permitir el tomar una bebida algo más... espirituosa. Después de todo, tal vez le vendría bien para relajarse, después de todo lo que estaba ocurriendo en el torneo.

Lysbeth sonrió. En realidad no recordaba bien lo que le había dicho al terminar el combate, pero sería de mala educación comentárselo. Además, no tenía por qué rechazar una bebida gratis.

-Claro, suena perfecto.

Imitándole, dejó su propio libro en el estante. No pudo evitar fijarse en el lomo del que él había dejado. ¿Demonios? Su sonrisa se ensanchó, traviesa. Se preguntó si le habría dado tiempo a descubrir lo que buscaba antes de que chocaran. Bueno, tendría tiempo de averiguarlo. Le acompañó fuera de la librería y se quedó mirando un rato a ambos lados.

-La verdad es que no he salido mucho de mi barco si no era para combatir. Te llevaría al Loreley, pero eso implicaría rechazar tu generosa oferta así que… busquemos un lugar donde puedas invitarme.

Echó a caminar a paso tranquilo en busca de algún sitio donde pudieran sentarse a beber y charlar. No había caído en la hora que era, pero debía ser al menos media tarde. Una bonita luz dorada lo inundaba todo y el sol les arropaba con su calidez. Se encontraba a gusto y sentía bastante curiosidad por su acompañante.

-¿No te preocupa ir a beber con una pirata? – le preguntó con una sonrisa.

Tras unos minutos, por fin encontró lo que buscaba. Un cartel de madera anunciaba una taberna a unos metros de ambos. No había mucha gente, lo que era perfecto. Lysbeth entró primero y tras dudar un poco se pidió un Martini… virgen. No tenía ganas de emborracharse, pero algo dulce siempre entraba. El sol caería pronto, era más que apropiado. Fue de cabeza a una mesa y aguardó allí por el dragón, dejándole a él la tarea de lidiar con la cuenta.

—¿El Loreley? —contestó algo confuso, aunque sonriendo.

Caminó junto a ella en busca de un lugar. Los dos juntos atraían miradas de aquellos que los reconocían por haberlos visto combatir. Algunos incluso cuchicheaban entre si, diciendo vete tú a saber el que. El dragón lo ignoró. Llevaba demasiado tiempo siendo un hombre famoso en un puesto tan alto de la marina como para estar ya acostumbrado a que la gente diga cosas sobre él, sean auténticas o falsas, y saber ignorarlas cuando valía la pena ignorarlas. Estaba tomándose un descanso de los combates y, el hecho de que pudiese hablar y socializar así con su ex-contrincante, indicaba por lo menos cierta rivalidad sana. Que él supiese, claro. Al menos por su parte si lo era.

—Si te soy sincero, no sabía que eras pirata. Sois tantos hoy en día... Pero estamos en un territorio neutral donde se regenta un torneo. Mientras estemos aquí no existen marines, revolucionarios o piratas... Somos combatientes y nada más. Y además... Llevo muchos años en esto, he conocido a mucha gente de distintos bandos como para saber que puede existir alguien respetable en un bando contrario.

Encontraron por fin una taberna. No era cochambrosa, como muchas que había visto, pero tampoco rozaba el pomposo lujo que podía llegar a tener un sitio en una isla así. Estaba bien, que para el motivo por el que estaban allí era más que suficiente. Lysbeth eligió una mesa y Zuko fue directo a la barra. Cogió lo que pidió ella y una cerveza para él. Pagó al momento y caminó hacia la mesa, colocando la copa delante de ella y la jarra en su lado para luego sentarse.

—Enhorabuena por la victoria, por cierto. Eres una buena luchadora, me diste bastantes problemas. Por curiosidad... ¿Por qué te apuntaste al torneo?

-Mi barco.- Le dijo con una sonrisa.

El Loreley era un barco precioso, enorme, con todas las comodidades necesarias y ostentosamente grande teniendo en cuenta que la mayor parte del tiempo solo viajaban dos mujeres en él. Quizá después de la copa podría enseñárselo. Por un lado, no le apetecía que la marina conociera el aspecto de su barco, pero por otro… qué demonios, había venido al torneo a darse a conocer. Y presumir delante de él podía resultar entretenido.

Él tenía razón. Había muchos piratas en la actualidad y llevaba ya unos años siendo así. No le molestaba tener competencia, en realidad lo agradecía. El mar era un buen lugar y era más fácil entablar amistad con gente que entendía el valor de ir y venir a placer. No siempre era algo fácil de encontrar, al fin y al cabo. De todas formas, y pese a pertenecer a una organización con unos principios tan distintos a los suyos, no parecía mala gente. Tal vez fuera solo ingenuo. Quizá tuviera suficiente voluntad como para utilizar a la marina en lugar de dejarse utilizar. No tenía ni idea, pero sus palabras le causaban curiosidad. Podía respetarlas, y por ende a él también.

-Me gusta como piensas, aunque creo que lo mejor que puedes hacer es desconfiar de todo el mundo en un principio. Lo que pase a continuación no puedes controlarlo, pero al menos estarás alerta. Es cierto que hay gente de bien en todos lados, pero vayas a donde vayas, también hay gente simplemente cruel. No es buena idea olvidarlo.

Cogió la copa con ganas cuando se la llevó a la mesa y le dio un primer trago corto, saboreándola. Dulce, empalagosa. Perfecta. Justo lo que le apetecía. Volvió a posarla en la mesa y clavó sus ojos en el dragón, sonriendo con tranquilidad.

-Muchas gracias, aunque podría decirte lo mismo. Si hubiéramos seguido un poco más, creo que habrías terminado por vencerme. Al fin y al cabo, eres más fuerte y más resistente que yo.

Dio otro sorbo, paladeando su bebida y meditando un instante sobre su pregunta. ¿Por qué se había apuntado al torneo? Un millar de palabras se arremolinaron en su cabeza pugnando por salir, pero las calló a todas y respondió con los ojos un tanto brillantes de emoción:

-Quería probarme. Confirmar que podía medirme con los mejores. Quiero que el mundo me conozca y la única manera es conociéndolo yo. Esto parecía una buena ocasión para ello.

Le miró, un tanto inquisitiva.- ¿Y tú? ¿Cómo has acabado aquí?

La mujer tenía razón. En este mundo no puede uno fiarse tan fácilmente de la gente y aquello era algo que el dragón sabía y tenía muy en cuenta. Dio un trago a la amarga cerveza, pensando. Muchas veces el dragón se había visto frustrado, sobre todo por movimientos de Dexter o por la marina en si. Había cosas en el cuerpo militar que no le convencían nada y muchas veces había dudado. Había visto su gesta y sus métodos totalmente inútiles y había estado a punto de marcharse, de irse volando y luchar contra las injusticias desde el exterior.

Pero nunca lo había hecho. Siempre se reafirmó en sus creencias. Cuantos más puestos subía, más caso le hacían. Más se tenían en cuenta sus palabras y sus ideales. Los marines que luchaban bajo su ala solían adoptar su forma de ver el mundo y la justicia. Estaba decidido a querer cambiar el sistema, sin guerras, sin ciclos de venganza y violencia. Sin muertes innecesarias. Se sintió satisfecho con la respuesta que dio Lysbeth a su pregunta. Podía respetar a cualquiera que quisiese probarse.

—¿Yo? Bueno. Tal vez te suene muy simple o muy básico, pero... Me gusta luchar. La sensación de estar al límite, la adrenalina, pasarlo bien mientras al mismo tiempo te vuelves más fuerte para poder proteger a quien te importa... Y si bien en mi trabajo hay muchas peleas, no me gusta ese tipo de combate. No puedo disfrutar de una pelea contra un asesino despiadado mientras intento evitar que haga más daño a civiles. Supuse que en un torneo podría medirme con gente fuerte, sin esa presión... Y en lo más personal, tenía ganas de volver a cruzarme con Therax después de nuestro último encuentro.

Rió, algo incómodo. Seguro que aquello le parecía demasiado simple a Lysbeth. Demasiado... masculino. Seguramente a sus ojos ahora tan solo sería el típico machito que busca romper rocas a puñetazos para superar algún tipo de inseguridad. Tal vez ese fuese el caso, pero si el dragón tenía algo claro es que nunca iba a permitir que su amor por la pelea y las situaciones límite afectase a su trabajo. Como marine, combatía por proteger y salvar vidas. No iba a pasar una oportunidad así de pelear simplemente por ocio.

Su discurso acerca de las peleas le pareció… tierno. Y un tanto demasiado complicado. Le gustaba pelear, pero no en el trabajo. Quizá sí le gustaba y debía mentirse porque sabía que no era ético. Quizá de verdad despreciase que esa fuera su tarea. La marina siempre había tenido en sus filas los dos lados de la moneda y que Zuko creyese ser uno no le hacía menos vulnerable al otro. Estaba rodeado de gente con diferentes ideales y objetivos; la marina era eso. La bandera y el uniforme que les unía no era más que una excusa para poder actuar. Por supuesto que muchas veces llevaban la justicia a la gente, pero había demasiado individualismo en la organización como para poder tomárselos en serio. Por lo menos, esa era su opinión.

-Ey, yo no juzgo. Todo el mundo tiene un hobby, a mi me apasiona bailar. Comprendo la parte de la adrenalina. La de la presión… no tanto. Al fin y al cabo, si estás haciendo algo bueno, creo que te mereces disfrutar de ser eficaz en tu trabajo. Si sabes que el asesino va a acabar entre rejas… qué menos que sonreírle mientras le atrapas, ¿no?

Dio el último trago a su bebida y por un momento se quedó mirando el vaso vacío con cierta decepción. Estaba tan rica que no se había dado cuenta de cuánto bebía y, al final, no le había durado nada. Acto seguido, se encogió de hombros y miró al dragón con curiosidad.

-Lo cierto es que no conozco a Therax. ¿Es otro marine? Puede que me toque contra él, por lo que si tienes algún consejo lo escucharé encantada.

No estaba muy segura de cómo funcionaban los emparejamientos en el torneo, pero no había tantos participantes y aún no le había tocado contra él, por lo que era factible. Cualquier información a mayores que pudiera reunir haría la tarde productiva, aunque estaba bastante entretenida incluso sin ese añadido.

-¿Te apetece dar un paseo por el puerto? Estará empezando a atardecer y… no tengo nada mejor que hacer, la verdad.

Pensó en sus palabras. Podía entender esa forma de pensar, sin embargo... No, no podía hacer ese tipo de cosas. Mostrar diversión haciendo ese tipo de cosas te colocaba al mismo nivel de aquellos que capturabas. Sin embargo, no lo dijo en voz alta. No quería tampoco que aquello se convirtiese en una discusión o pelea. Prefería que todo se mantuviese pacífico. Miró su jarra de cerveza, ya casi vacía. El tiempo le estaba pasando demasiado deprisa, aunque agradeció que su complexión le permitiese resistir ese poco alcohol. Miró a Lys de nuevo cuando esta hizo su pregunta.

—Ah, no. Therax es un pirata. Lo conocí cuando era teniente en... la batalla de Gray Rock. ¿Estuviste allí? Fue un caos. Aunque lo único que hice prácticamente fue combatir con él.

Aquello le hizo sonar como una especie de ex-amante que lo echaba de menos. Sonrió un poco ante la comedia del asunto. En cierto modo le gustaba que existiesen piratas como Therax, aunque se lamentaba que gente como ellos hubiesen decidido tomar el camino de la ilegalidad. Podrían hacer mucho bien en el lado de la ley, bastante más del que podrían creer. Sin embargo, no era él quien fuese a intentar convencerlos. Oyó entonces su propuesta de dar un paseo. Se quedó un rato confuso. No se esperaba que quisiese pasar más rato con él. No esperaba que su compañía pudiese llegar a ser... agradable. El dragón sonrió y se puso de pie.

—Sí, claro. Un paseo en compañía de alguien agradable puede hacer maravillas.

Ya había pagado antes las bebidas, por lo que no tuvo que preocuparse por eso. Ciertamente, se lo estaba pasando bien. Lysbeth tenía cierto encanto que no podía definir bien. En cierto modo, hacía sentir a Zuko algo mal, como si estuviese disfrutando de su compañía solo por su belleza. Aunque, en el fondo, sabía que eso no era cierto. Era una mujer muy atractiva, pero Zuko sentía por ella cierto respeto. Le había ganado y durante este rato había demostrado ser bastante agradable e inteligente. Estaba, legitimamente, disfrutando su compañía y esperaba que el resto del día fuese igual de agradable.

-Gray Rock… puede. Quién sabe.

Esbozó una sonrisa triste. El nombre le sonaba, pero seguramente de escucharlo de boca de alguien más. En su memoria no había nada al respecto, lo que en realidad le decía más que si hubiera algo. Si se concentraba, creía reconocer un agujero negro allí donde debería haber un recuerdo. Trataba de no hacerlo, claro. Había hecho una promesa. Sin embargo, últimamente se le hacía más difícil continuar cumpliéndola. Era curiosa por naturaleza y no podía evitar hacerse preguntas. En el torneo habían sucedido cosas que… en fin. No tenía sentido enrollarse en un pensamiento si no iba a hacer nada al respecto. No era el momento de ponerse melancólica.

-La verdad es que no me suena el nombre de Therax. Creo no haberme cruzado con él. Tampoco es tan raro, por otro lado. Suelo viajar sola.

Se encogió de hombros. En realidad lo prefería así. Claro, solía viajar con su pequeña, pero ella no contaba. No era como si tuviese opción. El dragón aceptó su propuesta y así, tan fácil que parecía mentira, en cuestión de segundos habían salido a la calle y paseaban con calma por el lugar. La tarde se derretía a su alrededor, lanzando rayos naranjas y dorados a todo lo que estuviera iluminado. Soplaba una suave brisa y, en conjunto, era una tarda absolutamente deliciosa. Lys alzó la cabeza al cielo y respiró hondo, contenta ya tan solo de estar viva. Momentos así hacían que valiera la pena.

Volvió a bajarla, sin embargo, al oír el ruido. Había alguien peleando al final de la calle, en lo que parecía la terraza de un establecimiento. Dos personas se estaban gritando el uno al otro y la cosa parecía estar escalando. Más gente salió del local, pero en lugar de frenarles se colocaron a su alrededor como si fuera el mayor entretenimiento del mundo.

Lys torció el gesto y fue hacia allí. – ¿Me disculpas un segundo?- Le dijo a Zuko antes de caminar con presteza hasta alcanzar el grupo. Se coló entre la gente a empujones, apartándolos con firmeza hasta llegar a los dos alborotadores. Se estaban insultando y no había manera de entender por qué estaban tan enfadados. Uno tenía una daga en la mano y otro le apuntaba con una pistola, aunque gesticulaban tanto que los que más en peligro estaban era el resto de la gente.

-¡Ya está bien!

Hasta ahí había llegado. La voz de Lys se impuso sobre el gentío, haciéndoles callar un momento y volverse a mirarla. Vio la sombra de una sonrisa pasar por sus caras, pero no les dio tiempo a completarla. La morena agarró a sendos hombres de la camisa y los levantó en el aire, uno en cada mano.

-¿Os parece medio normal poneros a gritar así en medio de la calle? Me estáis estropeando la tarde, cabrones.

Chocó a uno contra otro un par de veces, hasta que ambas armas cayeron al suelo. Los soltó entonces, pero antes de irse le colocó la bota en el pecho al de la pistola y se inclinó hacia delante, dejando que viera las ligas que llevaba y los cuchillos que portaban.

-Oe… no se te ocurra volver a empezar en cuanto me de la vuelta, porque te juro que vuelvo y de esta ya no gritas más, ¿estamos? Hmpf. Habrase visto.

Se marchó de allí, azotando a la gente con la melena al pasar. Regresó junto a Zuko más calmada, pero también curiosa. No se había parado a pensarlo, pero a lo mejor amenazar a ciudadanos delante del marine no había sido lo más inteligente que había hecho. Decidió actuar con naturalidad, al menos hasta ver qué hacía él.

-Bueno, creo que eso es todo. El puerto está… por allí, a la izquierda. Me han dicho que tienen un paseo de madera muy bonito.

El dragón se quedó algo pensativo. Aquella mujer viajaba sola, un atributo que veía poco en los piratas. Solían ser personas que se juntaban en grupos, ya sea porque estar solos les aterra o porque forman vínculos con otros piratas con los que deciden viajar. Nunca había conocido a un pirata solitario y le sorprendió un poco. Aquella mujer que llevaba una actitud bastante amigable y simpática, aunque algo ácida, viajaba sola. Le dieron curiosidad cuales podrían ser los motivos. ¿No terminaba de confiar en la gente? ¿La gente no confiaba en ella? Fuera como fuese... no iba a indagar. No era asunto suyo, después de todo.

Un ruido lo sacó de su ensimismamiento. Dos personas estaban empezando a pelearse y parecían empezar a amenazar el bienestar de los civiles a su alrededor. El dragón dio un paso en dirección a ellos para detenerles, sin embargo Lysbeth se le adelantó. El vicealmirante decidió quedarse quieto, esperando a ver que ocurría. Al principio parecieron ignorar a la mujer, pero esta enseguida les demostró que era de armas tomar y que no era buena idea llevarle la contraria. Era una solución algo violenta al problema, pero efectiva. Cuando los dejó atrás no parecía que tuviesen ganas de continuar buscando problemas.

—Vaya —le dijo el dragón a Lysbeth cuando volvió con una sonrisa—. Hermosa, fuerte y con carácter. Mi impresión de ti mejora a cada segundo. Hasta me estoy planteando pasarme a la piratería...

Bromeaba, claro. Al menos en aquello último. Aunque durante un instante se asustó. Si bien el dragón en su día solía tener una actitud de "ligón" era algo que había abandonado hace tiempo y ya no tenía por costumbre decirle ese tipo de cosas a cualquier chica guapa que conociese. Sin embargo, era como si algo en la mujer hubiese hecho resurgir ese antiguo aspecto suyo. Igual que en el combate, aunque con menos intensidad, que los poderes de la mujer provocaron en él un descontrol extraño. Miró a un lado con cierta timidez, incluso algo sonrojado. Se lo estaba pasando bien, no le gustaría que ahora Lysbeth se enfadase por un comentario estúpido.

—L... lo siento. Sí, podemos ir a pasear al puerto.

Le sonrió al vicealmirante con picardía cuando llegó a su lado.

-Si algún día decides cambiarte de bandera, avísame. Un vicealmirante renegado sería un caramelito para muchas bandas y no queremos eso, ¿verdad?

Le guiñó un ojo. Sabía que bromeaba, claro, pero eso no iba a impedirle seguirle el juego. Culpa suya por sacar el tema. Tampoco era como si tuviese intención de decírselo a sus superiores. ''Sí, señor almirante, me dijo que quería traicionarles''. Seguro que le creían y todo. Se rió para sus adentros y le acompañó al puerto.

Poco a poco iba atardeciendo. Era una hora agradable y los enormes barcos de toda la gente que había acudido a mirar el torneo flotaban suavemente en el agua. Reconocía algunos, un par de buques de la marina, el transporte de Ivan…y, a lo lejos, el suyo. El Loreley. Sin embargo, no apuró. Caminó tranquilamente por la madera, disfrutando de la calma y de la compañía.

Era un hombre extraño. Parecía tímido y lo era, pero también había sido amable y en su combate no le había dado tregua. Apreciaba eso. Le gustaban los hombres a los que no tenía que exigirles respeto a golpes. Sin embargo, también era demasiado recto para su gusto. Tan comprometido con la marina… entendía sus ideales, pero le parecían poco realistas. El mundo no era más que una gigantesca caja de arena y la gente encargada de que nadie pegase a nadie y todos compartieran sus juguetes muchas veces acababan por causar más daño que bien. Había cosas que simplemente no podían arreglarse; lo mejor era apartarse de su camino.

Cuando llegaron a la altura de su barco, se lo señaló con orgullo. Era lo más caro que poseía y, a la vez, su posesión más preciada. Estaba hecho enteramente a sus necesidades y era el único lugar en el mundo que le hacía sentir que estaba a salvo, sin importar dónde hubiese amarrado. Se entretuvo un rato contándole a Zuko acerca de los diferentes sistemas de defensa y navegación que tenía, como una madre orgullosa. No le molestaba que la marina tuviera esos datos; sabía que de todas formas ya asociaban ese barco con ella. Al final, suspiró y le puso la mano en el pecho a Zuko, dándole un par de palmaditas.

-En fin, se está haciendo tarde. Debería descansar para el siguiente combate e imagino que tú también. Gracias por acompañarme hasta aquí.

Antes de irse, le dedicó una última sonrisa.

-Y recuerda, no se te ocurra desertar sin venir a decírmelo primero, ¿estamos?

Tenía la sensación de que estaba empezando a hablar como un idiota y a hacer el ridículo. Fue con ella por el puerto y esta lo llevó hasta el Loreley, su barco, enseñándoselo por fuera con cierta ilusión y orgullo. El dragón iba moviendo los ojos, primero a ella luego al barco, observando y escuchando con atención todo lo que le contaba. Por algún motivo, verla tan feliz y orgullosa de su maquinaria le inspiraba cierta... felicidad. Tuvo ganas incluso de conocer más a la mujer, de saber más sobre ella y su vida, de fortalecer una posible amistad... Aunque la realidad lo golpeó de lleno cuando ella se despidió poniendo una mano en su pecho. El dragón se sonrojó un poco, pues no esperaba eso, pero enseguida escuchó sus despedidas.

—Ha sido un placer —dijo con una débil sonrisa, sin dejar de pensar en aquella realidad que lo había golpeado.

Desertar. El dragón no iba a desertar, lo tenía claro. Sabía que, tiempo atrás, si Dexter se lo hubiese pedido habría accedido a seguirle tan solo por la admiración que llegaba a sentir por aquel hombre. Sin embargo, a día de hoy, el vicealmirante estaba bastante arraigado en sus metas, métodos e ideales como para siquiera volver a planteárselo. Y aquello era lo que le entristecía. La mujer que tenía delante, que se había despedido y ya empezaba a irse, podría haber sido su amiga. Podría haberla conocido mucho mejor, sin embargo...

Cuando aquel torneo acabe volverán a ser lo que siempre han sido: enemigos. Aquello le hizo odiar durante un minuto el mundo en el que vivía. Su infancia y su crecimiento. El como nunca había tenido un día verdaderamente libre. Siempre atado a responsabilidades, ya fuese como príncipe, como agente o como soldado de la marina. En un mundo ideal, Zuko y Lysbeth podrían haber sido amigos. Pero no vivía en un mundo ideal. Suspiró. Odió la idea de que, tal vez, algún día ambos fuesen a luchar en la misma guerra en bandos contrarios. De que tal vez algún día se vea obligado a levantar el puño contra ella. ¿Tanto le costaba el tener una sola amistad sin tintes de drama?

—Lysbeth, espera un momento—dijo alto y claro, esperando a que antes de marcharse del todo lo mirase por última vez—. Te respeto y me caes bien. Espero que la próxima vez que nos veamos sea en una situación como esta, en la que podamos hablar sin levantarnos en armas— dijo caminando hacia delante para acercarse un poco más a ella. Entonces miró a un lado, algo dudoso sobre lo que iba a hacer y planteándose si era siquiera una buena idea. Finalmente se decidió, se llevó la mano al bolsillo y sacó de este una tarjeta blanca con un número de contacto por Denden Mushi escrito. El suyo—. Si algún día te apetece... simplemente hablar o tomar algo, supongo que podría hacer una tregua por un día. ¿Te parece? —Y le tendió la tarjeta.

Le detuvo antes que se marchara y Lysbeth se quedó a escucharle. Podía ser pirata, pero tenía un mínimo de educación. Sus palabras le llenaron de ternura. Realmente era un hombre con un buen corazón, quizá demasiado para el cargo que ostentaba. Esperaba que nadie intentase aprovecharse de él, pero conociendo a la marina… y bueno, ¡al mundo en general! Sería inocente por su parte suponer que no había sucedido ya. Decidió en ese instante que si se enteraba de algo por el estilo, mataría al responsable. No había mucha gente como ese hombre y merecía algo de protección. No tenía por qué saberlo; no debía, de hecho. Solo así continuaría siendo como era. Le respondió con suavidad y un tanto de melancolía en la mirada; si había sido así de inocente alguna vez, no lo recordaba. Pero desde luego, él le hacía desearlo.

-No levantaré mis armas si tú no levantas las tuyas. ¿Trato?

Su gesto, sin embargo, sí que le sorprendió. Las palabras eran una cosa; darle su número a una pirata famosa era otra. Pero guardó la tarjeta con aprecio y sacó la suya propia. Con un dedo, hizo surgir una diminuta llamita y quemó la parte en la que aparecían su nombre y su bandera. Cuando terminó, no había más que dígitos y huecos quemados en el papel. Inidentificable, pero reconocible. Se lo tendió con una sonrisa, como correspondía. No le dijo nada más, pero sabía que tampoco hacía falta. Estaba todo hablado y decidido.

-Buenas noches, vicealmirante. Que tenga un maravilloso combate.

Esa noche, durmió tranquila por primera vez en semanas.