Braud "el abusón" vs. Bob "el oso sensible"

El enorme oso cayó por fin ante su empuje, que fue seguido de un rugido del ogro que sonó como una carcajada. Aquella bestia debía ser fuerte, seguro. Debía ser un animal ser capaz de hacerle sentir vivo por una vez, cosa que llevaba esperando desde que decidió seguir a ese wachiturro. Cuando cayeron rodó por el suelo y, en la propia pirueta, se estabilizó colocando las manos en el suelo y mirando al oso como un jabalí embravecido, a punto de embestir. Incluso arañó el suelo con la mano como si de una pezuña se tratase.

Se levantó y empezó a correr hacia él. Cada paso provocaba un temblor bajo sus pies, como si un enorme monstruo estuviese corriendo hacia su presa. Una vez llegó hasta él, cerró el puño y lo llevó hacia atrás, dirigiéndolo directo y con todas sus fuerzas al morro del animal. No pararía ahí, pues dirigiría un segundo puñetazo hacia arriba a su estómago, justo en la parte donde pecho y vientre conectan.

De conseguir conectar ese puñetazo intentaría abrazarse a él, sujetando el pelo de su espalda con la otra mano, con el propósito de levantar a la bestia sobre su hombro en una poderosa presa, para después dejarse caer de espaldas con el propósito de hacerle daño con la caída repentina.

Casi esperaba que después de esa llave se escuchasen trompetas y una canción coreando su nombre, casi como si estuviese haciendo un espectáculo de lucha en un cuadrilátero.

Casi de forma simultánea, al mismo tiempo que empiezas a correr hacia el bueno de Bob, que sigue sollozando como un niño pequeño que ha perdido su juguete; literalmente, él hace lo mismo y corre hacia a ti. En el momento en el que vuestras miradas se cruzan, estando uno frente al otro, el oso también alza el puño y entre ambos hay un poderoso choque que crea una onda de aire que se expande en todas direcciones, alejando trozos de madera y piedras que había por el suelo.

Tu segundo golpe da en la boca de su estómago, haciendo que pierda la respiración durante un instante. Sin embargo, eso no le frena. En el momento en el que tratas de darle el abrazo, abre su fuerte mandíbula y trata de darte un mordisco en el cuello. Si te fijas sus dientes están negros, brillan con un tono metalizado que no parece natural y parecen excesivamente afilados. Yo que tu intentaba cambiar de plan o puedes acabar muy mal.

Cuando sintió el aire moverse a su alrededor, producto de su golpe, sintió éxtasis. Adrenalina y emoción a partes iguales corrían por sus venas, haciendo que se centrase tan solo en la bestia que tenía delante. Aquella monstruosa bestia que nada tenía que ver con los osos que Braud cazaba en su infancia. Era enorme, fiero y fuerte, humanoide y monstruoso. Y Braud no podía dejar de sonreír. Cuando conectó el segundo puñetazo se sintió en la gloria. El dolor que sintió en los nudillos con ambos golpes le fue revitalizante, vigorizante, poderoso.

Sin embargo, cuando no pudo mover a aquel monstruo con su presa, vio que algo iba mal. Lo vio abrir sus enormes fauces y dirigir su cabeza hacia su hombro. Separó los brazos de él y los dirigió justo a su cabeza, con el propósito de sujetar su morro, con una mano en la mandíbula inferior y la otra en la dentadura superior. De conseguir detenerlo, forcejería con él, con los dientes clavándose en sus dedos.

Aquellos dientes ennegrecidos, que parecían más metal que otra cosa. Desgarrarían su carne como nunca otros dientes lo habían intentado, que fracasaban. La sangre empezaría a salir de sus dedos, cayendo por sus antebrazos. La calidez de la misma, su olor, le metió aún más en su frenesí. No quería perder, y mucho menos después de que se haya derramado la primera gota de sangre. Y mucho menos después de que esa primera gota de sangre fuese suya.

Se sentía en el cielo.

De haber podido parar aquello, gritaría por el esfuerzo y vería su cuerpo rodeado de su aura rojiza, que potenciaba su fuerza cuando más lo necesitaba. Intentaría estampar la cabeza del oso contra el suelo en un lanzamiento con ambas manos y toda su fuerza empleada en el mismo, negando a ceder su voluntad de luchador y guerrero.

Los ennegrecidos dientes de aquella enternecedora bestia se clavan en tu gruesa piel mientras forcejeas con él. La fuerza de Rob es muy grande, pero entonces notas algo extraño. Sientes una fuerza que parecía dormida en tu interior y que se dirige a tus manos, haciendo que los dientes de tu contrincante dejen de clavarse en ellas y logrando parar su avance.

Tu grito parece asombrar al hombre-oso, que ruge también y en ese momento de descuido y tu ataque parece surgir efecto. Estampas al oso contra el suelo, que nada más levantarse y mirar a su compañero, se va corriendo de allí a una velocidad que sabes que eres capaz de seguir. No sabes muy porqué, pero todos los animales se están alejando de allí… Quizá sería buena idea marcharse.