Aquaman haciendo el saludo Nazi [Evento]

Sí, este soy yo. Sorprendente verme en una taberna en medio de Karakuri, completamente desnudo y con una bala en el pecho, pero todo tiene una explicación. Llegué aquí hace un par de días, advertido por Illje y mis demás subcapitanes -salvo Momo, que se ha vuelto a fugar para perseguir muchachuelas- de que era mala idea desembarcar aquí. Que soy una persona buscada y famosa, que los hombres quieren atraparme y las mujeres también, ambos por diversos motivos que no tienen que ver con mi cabeza... Bueno, quizá un poco sí que tenga que ver con mi cabeza. Me he labrado una buena fama tomando cama con aquella chica rubia en Sakura, una sirena de tierra y tantas otras que ahora siguen prendadas por mí. Seguro que hablan constantemente acerca de cómo me añoran, plañen como solo las mujeres despechadas pueden hacerlo y...

- ¡¿Se puede saber qué estás haciendo?! -me grita el dueño del local, un hombre con mostacho poblado al estilo morsa y cejas tan largas que parece alguna clase de tópico viviente de origen armenio, sea lo que sea Armenia-. ¡Lárgate de mi taberna, pestuzo!

Abro los ojos. Parpadeo un par de veces. Luego, doy un par de tragos a la botella que tengo agarrada.

- Estaba diciéndolo en voz alta, ¿verdad? -Mi voz suena más hastiada que sorprendida. Ya no es la primera vez que se me va la lengua y un monólogo interior se convierte inesperadamente en un incómodo aparte exterior el cual nadie parece entender que no debería estar escuchando. Pero bueno, no importa-. ¿Cuánto has oído? ¿Lo de la bala también?

- ¡Pero vamos a ver! -indignado, alza el tono más y más-. ¡Has entrado aquí, has volcado una mesa y te has quitado la ropa!

- No recuerdo que eso haya sucedido así; esto ha sido un tiroteo desafortunado.

- ¡Ni siquiera se te ha hundido en el pecho! -grita un paisano. Curioso, no recuerdo que cuando he entrado hubiese nadie por aquí-. ¡Te la has colocado después de tumbarte!

- ¡Enefefto! -Vale, hay un tipo muy gordo con mi ropa interior en la boca. Esto es raro.

- ¿Qué pasa? ¿Nunca habéis ensayado por si morís hacerlo en una posición molona? O me ayudáis u os vais, pero no toleraré esta falta de respeto en mi presencia. Ahora largo, id a hacer cosas de paisanos o jamás podréis ser parte de los Fancy Cock Pirates.

- ¿De qué va este? -escucho murmurar a un tipo al fondo.

- Creo que es el loco ese de los carteles -dice otro, a su lado, tan suavemente que apenas soy capaz de escucharlo-. Si le sigues la corriente es inofensivo, pero si no...

¿Inofensivo? ¿Seguir la corriente? ¿Yo? ¡Maldita sea, se van a enterar! Me levanto dramáticamente, poniéndome los pantalones casi en el acto sin molestarme en recuperar mi ropa interior. Si realmente he conseguido acertarle en la boca es más que probable que haya babado más de lo razonable -aproximadamente cero- y, armado ya con mi cinturón de armas enarbolo el cuchillo amenazadoramente. La katana da más miedo, pero sacarla para fardar es de parguelas.

- ¡Este cuchillo se ha cobrado la sangre de cientos de animales como vosotros! -exclamo, dramático. No parece que provoque ningún efecto en ellos, pero es una performance que actúa por sedimentación-. ¡Obedecedme y puede que solo perdáis una mano, pero si me seguís importunando regaré la nieve con vuestros fluidos!

- Oh, no -dice el tabernero. Su tono neutro sin duda trata de enmascarar el pavor que siente-. Siga practicando, capitán. Por favor, nosotros vamos a dejarle intimidad.

Sonrío confiado. Por fin me respetan. Me quito de nuevo los pantalones y me tumbo en el suelo. Sobre mí ponen una mesa, ya pensada para que nadie me moleste, y por fin puedo seguir con mi monólogo interior.

- Quizá te preguntes cómo alguien tan genial como yo está en esta situación... Verás, es curioso. -Sí, ese inicio me gusta.

La misión no había sido un fracaso, al menos no todavía. Había obtenido la información suficiente, o la que esperaban de un novato como él, para que no decidieran enviarlo de vuelta a casa. Por una parte no le hubiera importado volver y olvidarse de las misiones de espionaje y extracción de información, pero por otro lado aquello implicaba consecuencias horrorosas, al fin y al cabo era un secreto a voces que en la agencia pocos eran los que llegaban a la jubilación.

«Continúa hasta Karakuri —le habían ordenado—, desmantela los planes de Hakkin Wishper y sobrevive para contarlo». Sí, le había llegado información sobre un antiguo capitán pirata llamado Max Power y su objetivo, Hakkin Wishper. La información era bien sencilla: estos dos criminales —no le quedaba claro si Hakkin Wishper era un pirata o no, tendría que descubrirlo— pensaban cerrar un trato, pero era la misma información que poseía media Grand Line. El maldito diario de economía mundial, que se encontraba al alcance de cualquier con dos dedos de frente para leerlo, avisaba de ello. Y no solo eso, sino que hablaba del paradero de Chris Foam, imitador o no, y de Terra Kepler, o al menos de sus barcos.

—¿En qué diablos piensan los periódicos? —se preguntó mientras pasaba las páginas del boletín informativo. No paraban de desvelar información a los piratas y enemigos del Gobierno, información que no deberían dar.

—¿Piensa comprarlo? —dijo el propietario del quiosco. Le faltaba un brazo y lo había sustituido por una pieza robótica bastante lograda, aunque la nueva extremidad metálica terminaba en una pinza de tamaño industrial, en vez de una mano.

—Esto... Sí, claro, y también querría el último número de La Almeja Jugosa —informó al dueño del estanco—. Ya sabe, hay que estar informado.

—Sí, sí, claro —dijo sin mucha convicción mientras rebuscaba entre las cajas del puesto murmurando algo sobre los gorrones—. Serán trescientos berries.

Rokuro pagó y se llevó los periódicos con él, enrollados bajo el brazo. Vestía un grueso abrigo rojo y ropajes preparados para la nieve, pero lo cierto es que en el reino científico de Baltimore no hacía tanto frío como era de esperar. Probablemente se debiera al sistema de calefacción que habían reconstruido y su avanzada civilización. El por qué muchas otras islas no se encontraban tan avanzadas escapaba a su conocimiento, pero no era algo que le quitase el sueño. Tenía otros asuntos más apremiantes, más urgentes.

—Pero qué diantres...

Un joven —detalle que conocería en breves— entró corriendo en una taberna armando un escándalo poco habitual. Se desnudó con una maestría sorprendente y volcó una mesa, todo para comenzar a proferir un monólogo sin sentido. Rokuro lo observó todo desde la puerta, ya que casualmente todo había ocurrido justo cuando él estaba pasando frente a la taberna, y no pudo evitar asomar la cabeza al interior del local. ¿De qué psiquiátrico se había escapado aquel chico?

En realidad yo entiendo que me hace un favor, porque estar ensayando mientras tanta gente me mira como si fuese un bicho raro casi podría darme vergüenza. Casi. Sin embargo, ¿en qué clase de tiroteo acabaría muerto con una mesa por encima? Esto es una subversión de mi método interpretativo que no sé yo hasta qué punto debería tolerar. Más grave todavía es el hecho de que la mesa que tengo encima no ha sido debidamente higienizada en años: Ya no es solo que esté llena de chicles y mocos secos -algunos menos secos de lo que me gustaría afirmar- sino que hay marcas negras de moho, humedad, una calcomanía de los Alvengers a medio pegar, una tortita a medio pudrir, lo que parece el cadáver de un enano y un par de grabados en la madera que esencialmente dictan el número de un tal Byakuro. Al parecer hace el mejor timón holandés a este lado del Grand Line. O hacía. Byakuro en realidad fue uno de los héroes de Mary Geoise hace años, luego murió. Fue terrible.

De todos modos estoy perdiendo la concentración y eso no puede ser. Respiro hondo, cerrando los ojos por un momento. Ríos de aguas calmas, la nieve sobre baños termales, ñoquis de calabaza en salsa pesto... Y vuelvo a estar en situación. Mis piernas se han relajado, perdiendo su rigidez para adoptar una posición mucho más natural y relajada; el vaivén de mi pecho es apenas perceptible cuando modulo mi respiración, y si bien mi espalda se mantiene casi plenamente contra el suelo, el efecto óptico de mis brazos y mi cara mirando ligeramente a un lado proyectan una imagen de escorzo dramático. Una pena que todo este esfuerzo no lo estén disfrutando los paisanos; una buena pose es como el baile de las arboledas, lleno de quietud pero con la grácil elegancia de las hojas movidas al son del viento. Soy un poeta.

De pronto la puerta se abre. No, de pronto no es dramático. Se abre súbitamente, sí, con un ruido atronador al golpear contra la pared. Los pasos apurados de varias personas se acercan a mi posición y me rodean, seguramente apuntando sus armas en mi dirección. ¿Que cómo sé que llevan armas? Pues porque me pasé años limpiando ese modelo de botas: Son marines.

- ¿Ha llamado, señor? -pregunta una voz conocida. Bueno, no es que conozca a ese tipo, pero he escuchado su voz... Creo-. Hemos recibido un aviso de disturbios en este local.

- Disturbios no, allanamiento. ¡Miren a ese idiota! -No puedo verlo, pero seguramente esté señalando a otra parte. No tiene sentido que me llame idiota; me teme-. Ha entrado aquí, se ha tirado en el suelo desnudo...

- ¡Eh, eh! -grito, desde debajo de la mesa-. ¡Yo también puedo jugar a eso! Agentes, quiero denunciar que este hombre es un puto guarro. No limpia sus mesas por debajo, ni el suelo por arriba. -Hago un movimiento de torso y suena como si me despegase-. ¿Ven?

Escucho algunas risas; también suspiros resignados de los marines, y un murmullo burlón de los parroquianos.

- ¡Pero no estabas muerto! -me grita uno, riéndose.

- ¡El peor cadáver que he visto en mi vida!

En realidad tienen razón. Seguro que esto era solo una prueba para entrenar mejor. En fin, no pasa nada. Vuelvo a adoptar mi pose de muerto y me quedo quieto mientras me retiran la mesa de encima. Vaya, parece que la Marina ha decidido cambiar de uniforme; ¿por qué demonios llevan azul marino?

- Tápese, por favor -me ordena el cabecilla-. Y acompáñenos.

Yo, sin embargo, me mantengo impertérrito. Los cadáveres no se mueven. No al menos fuera de las películas de zombies. O en Veneciafrenia. Sí, eso ha sido una ruptura de la cuarta pared, sea lo que sea eso.

Por un momento el peliblanco se quedó observando la escena. El pelirrojo estaba armando un escándalo público y no parecía estar en sus cabales. Quizás le habían cambiado la medicación, o se habían equivocado de dosis... Lo que estaba claro es que no podía seguir más tiempo suelto. No parecía peligroso, no mucho, pero su lugar no era aquel.

Rápidamente aparecieron unos agentes de la ley, un grupo de legionarios debidamente vestidos y equipados. A Rokuro le sorprendió la velocidad con la que habían acudido al lugar, aunque en aquella ciudad todo parecía funcionar demasiado bien. Las calles estaban limpias, no había contaminación, la gente era amable y los defensores de la paz isleña actuaban con rapidez. Solo faltaba que no nevara, aunque claro, de eso se encargaban las gigantescas antenas que adornaban la isla. Todo era demasiado perfecto.

El agente dio un paso, decidido a continuar con su misión, cuando la voz de uno de los legionarios le hizo cambiar de parecer.

—Venga, que a este nos lo llevamos para que le haga compañía a «El Trasgo».

El joven no dio señales de querer moverse. Parecía un niño pequeño que, enfadado con sus padres por no comprarle el juguete que quería, se tira al suelo para llamar la atención. Rokuro le prestó atención unos instantes, y acto seguido tomó una decisión. Solo esperaba no arrepentirse.

—Esperad —dijo, llamando la atención de los legionarios—. ¿Habéis dicho el trasgo? ¿Os referís a Hakkin Wishper?

—Pues claro, imbécil —respondió uno de ellos, uno con poca paciencia—. ¿Quién más podía ser «El trasgo»?

—Calla, estúpido —ordenó el que parecía estar al mando, a juzgar por las insignias de su chaqueta—. Mira chico, no sé quién eres, pero mejor que no te metas donde no te llaman.

Rokuro suspiró. Los viejos carcamales que llevaban años estancados en sus puestos solían subestimarlo a causa de su edad; no solían mirar bien a los jóvenes novatos.

—Soy Okada Rokuro —dijo, mientras mostraba un documento en el que se verificaba su pertenencia al Gobierno Mundial y el Cipher Pol—. Somos compañeros gubernamentales y solicito vuestra cooperación.

Los legionarios se miraron entre sí, incómodos. Sin duda no les hacía mucha gracia ayudar a un agente del Cipher Pol. A pesar de la imagen de unidad que el Gobierno quería transmitir, lo cierto era que el cuerpo de legionarios y la agencia de inteligencia no solían trabajar juntos a menudo debido a pequeñas rencillas. Que si el trabajo de uno es más difícil que el de los otros, que si los otros tienen mejores vacaciones y salario, que si el trabajo de los otros es realmente estúpido. En fin, una sarta de tonterías que han estigmatizados ambas facciones.

—¿Y por qué tendríamos que ayudarte? —preguntó el que estaba al mando.

—Primero y ante todo porque somos compañeros, ¿o no? Y segundo, porque no querréis que de parte de esto a mis superiores, ¿verdad? Algo me dice que no os gustaría que nadie se inmiscuyera en vuestros asuntos.

Lo miró atentamente, sin apartar la mirada o pestañear siquiera. Sabía que ocultaban algo desde que habían nombrado a «El trasgo», y no pensaba dejar escapar aquella pista. Quién estaba al mando asintió tras pensar en las palabras de Rokuro.

—Será mejor que hablemos en la base. ¡Vamos, chicos! ¡Recoged a este alborotador y larguémonos de aquí!

Entonces Rokuro se fijó en el joven. Hasta el momento lo habían distraído su delicado cuerpo escupido en mármol y sus partes nobles, pero al observarle detenidamente el rostro... «No puede ser. ¿Es él?»

- ¡Esas manos quietas! -protesto, dándole un manotazo en la mano-. Una cosa es que me esté haciendo el muerto y otra que me vengas con esos dedos vivos, pervertido.

Me pongo en pie de un salto, vistiéndome en poco más de un parpadeo. Al menos, los pantalones. La camiseta no es tan importante, aunque también me la pongo. Me tomo mi calma, pero me la pongo. También el jersey, la bufanda, mi gabardina de ante negro y todo a excepción de mi ropa interior, que no me fío de lo que haya hecho ese hombre mientras me bababa. Calcetines y zapatos con un salto mortal invertido ante la sorpresa de los marines, que parpadean un par de veces y terminan aplaudiendo, patidifusos. Yo, por mi parte, poso mientras agradezco en una sentida inclinación de cabeza.

- Gracias, gracias -digo-. Fui gimnasta en la academia. ¿Por dónde íbamos? -Miro hacia el tal Rokuro-. Me estabais deteniendo, creo. ¡Pues no voy a permitíroslo!

Cualquiera habría esperado, seguramente, que cogiera como rehén a algún paisano de la taberna o que saliese corriendo por alguna razón hacia el exterior, iniciando un número de persecución ridícula que no tendría demasiado sentido. Eso si es que intentasen perseguirme, porque la sombra de mi fama es larga y me precede: Saben, y si no lo saben seguro que lo descubren, que es peligroso arriesgarse a un enfado mío. No, claro que no escapo, simplemente saco mi cuchillo rápidamente, asegurándome de que no apunte a nadie; no quiero que se sientan amenazados. Como es lógico, también saco de mi bandolera un par de ingredientes sencillos pero que bien utilizados... Sí, eso voy a hacer.

Salto detrás de la barra con soltura antes de que ninguno de los marines puedan evitarlo, poniéndome a los fogones rápidamente y cortando con delicadeza y prontitud una cebolla y unas patatas. Es el momento de cocinar.

- Os voy a preparar una tortilla que quita el hipo -comento mientras bato los huevos-. Si el sueldo marine sigue siendo tan obscenamente bajo como cuando yo estaba... Ay, debéis estar hambrientos. Pobrecillos, mis héroes del Gobierno Mundial, pobrecillos.

- ¿Cómo que marines? ¿Eres marine? -Mira a sus hombres-. ¿Es marine?

Las miradas se entrecruzan. Yo me río sin dejar de atender al fuego. No tengo aceite a mano, pero la mantequilla también fríe patatas de manera eficaz, además de darles un toque lácteo que puede resultar interesante según el paladar. Yo personalmente prefiero, puestos a hacer algo exótico, echarle aceite de coco, pero no me voy a venir hasta Karakuri esperando que un coco haya emigrado. Ni que fuese una golondrina.

- No soy marine, tontos. Soy pirata. -Silbo un poco mientras agrego la cebolla. una vez se confite debidamente podré retirarla y meter las patatas-. El rey de los piratas, para ser exactos. Yo dominé el Grand Line y llegué hasta la isla más allá del mar vertical, conquistando la isla flotante de Raftel y desentrañando el tesoroso tesoro al que llamáis One Piece. -Hago gestos con las manos, moviendo la espumadera y el cuchillo-. Era una pepita de como unos ciento y pico kilos de oro, por si tenéis curiosidad.

Venga, diez minutitos y podremos empezar a mezclar los huevos. Todo perfecto.

«¿Por qué hay un pirata cuya cabeza vale doscientos millones de berries aquí?» se preguntó, comenzando a preocuparse. Los legionarios no parecían haberlo reconocido, no todavía, pero tenían ante ellos a un antiguo y realmente peligroso terrorista. El semblante de Rokuro se endureció mientras maldecía su suerte. Que ese pirata estuviera en la isla al mismo tiempo que Max Power y Hakkin Wishper no era buena señal. En absoluto. ¿Quizás planearan formar una alianza? Tenía que evitarlo a toda. Afortunadamente el tabernero y los clientes del local le habían dado la forma de lidiar con la inminente amenaza, o eso esperaba.

Por su parte, el cuerpo militar no hizo nada. Vale, sí, el pelirrojo había demostrado una sorprendente agilidad, pero aquello no era motivo de aplausos. ¿Qué le pasaba a todo el mundo en esa isla?

—Vale, cálmate, aquí nadie intenta detenerte...

El comentario pasó inadvertido cuando los legionarios intentaron atraparlo, en vano. El pirata, por su parte, enarboló su utensilio de cocina y abordó la mesa de preparaciones del tabernero. En un santiamén extrajo diversos ingredientes y comenzó... ¡A batir huevos! Decir que aquello no tenía sentido se quedaba corto.

Los comentarios del joven no tenían mucho sentido, pero según recordaba de cuando leyó su cartel de recompensa, más que pirata era un terrorista. Sí, de los que hacen explotar cosas. Y los terroristas, o bien solían tener motivos para estallar cosas y ver el mundo arder, o bien estaban mal de la cabeza, y algo le decía a Rokuro que en esta ocasión se trataba de lo segundo. Respiró hondo y dio un paso al frente, acercándose al pelirrojo, mientras intentaba sacar a su psicoanalista interior.

—Señorito Claude, ¿Puedo llamarte así? —La primera toma de contacto era muy importante—. ¿Por qué dices que estos hombres son marines? Son legionarios. ¿Sabes lo que son? —Para poder entrar en su mente debía comprenderlo, y para poder comprenderlo debía saber más de él. «Espero que sus respuestas al menos sean lógicas» pensó amargamente.

El chico siguió preparando la tortilla que había prometido. De momento no parecía haber usado nada extraño para cocinarla, pero no podía estar seguro. Una vez la sirviera pensaba pedirle que la probara él primero. Así a ojo calculó que quedaban unos cuantos minutos para intentar perpetrar su mente, aunque sin duda estaba claro que poseía un agudo complejo de Rey de los Piratas. No era el primero loco que creía haber visitado la legendaria isla que escondía el aún más legendario tesoro llamado One Piece. Con eso lo único que hacía era que Rokuro sintiera lástima por él. Tener un lío tan grande dentro de tu cabeza no debía de ser fácil de sobrellevar.

—Verás, señorito Claude. Seguro opinas, al igual que yo, que este lugar no es el más apto para tus espectaculares e inigualables habilidades culinarias —El tabernero gruñó, aunque no dijo nada—. Venga, no se ofenda, hombre. El sitio no está mal, pero está anticuado. Claude, ¿por qué no nos acompañas a estos hombres tan amables y amistosos y a mí hasta la base legionaria? Allí tenemos una cocina a tu nivel, con toda clase de ingredientes, comunes o exóticos, que podrás usar como quieras. ¿Verdad que sí, capitán? —preguntó guiñando el ojo al líder del grupo legionario dándole la espalda a Claude.

—Esto... Sí, claro... —dijo él.

—Pues ya está, decidido. Puedes traerte tu tortilla a medio hacer, si quieres.

Con cierta perplejidad dedico una mirada de soslayo a Rokuro. El pobre parece que no se entera de nada. ¿Están intentando detenerme por alborotador y ahora me ofrece una cocina genial en el cuartel? Evidentemente intenta que pueda preparar la comida en mejores condiciones, pero en cuanto ponga un pie ahí me van a agarrar por el cuello y tirarme a una celda. Ah, espera, que el jefe marine también está en el ajo. Entonces todo bien, pero si dejo de confitar la patata ahora va a chupar demasiado aceite y no va a quedar como debe.

- Está bien -concedo-. Vamos a hacer lo siguiente: Yo termino de cocinar aquí, porque si no luego no vale nada y os ayudo con el interrogatorio de ese tal Aquaman el trasgo.

- Hakkin Wishper -me corrige el cabecilla.

- Eso, Aqua Mister.

Escucho una palmada contra la frente de varios marines al unísono, en un coro rítmico de percusión sorda. No importa, yo sigo a lo mío mientras las preguntas del agente llegan a mi cabeza más tarde de lo que quizá deberían. Por alguna razón dice que no son marines, pero ya estoy hecho a lidiar con gente que se equivoca. En fin...

- Tienes una patata mental que no te aclaras, chico. -Rompo un huevo contra la mesa-. ¿Ves que lleven loriga? ¿O un casco crestado? Tú, que pareces el que manda.

- ¿Yo? -El hombre arquea una ceja con cierta curiosidad.

- Sí, tú. ¿Trabajas para el Gobierno Mundial? -pregunto, bastante interesado.

- Sí... -Su respuesta es dubitativa, como si temiese que fuese a hacerle alguna trama en determinado momento.

- ¿Y viajas en barco?

- A menudo.

- ¿Tienes un sueldo miserable?

- Pues...

- Entonces eres marine.

- Legio...

- Marine -interrumpo-. Y ya sabéis, porque os lo he dicho mil veces, que no voy a volver a trabajar con vosotros. Que era una tradición familiar pero bastante fue la que me armasteis. Ahora voy por mi cuenta y soy mucho más feliz que antes. A pesar de que ya no tenga plan de pensiones, pero claro: ¿qué clase de pirata necesita llegar a viejo? En fin, que me lío. ¿Y tú qué tal estás, Rokuro? ¿Tienes hambre? Podrías ser un buen subcapitán.

La verdad es que me cae bien. Tiene un aspecto sospechoso y un tanto ruin, pero todos los agentes del gobierno tienen ese aspecto hasta que pasan un par de décadas bebiendo ron en un barco pirata. Solo necesita amor, grandes cantidades de alcohol y alguna que otra venérea.

- ¿Te apuntas?

Bien. El primer paso había salido bien. Afortunadamente el legionario tenía unas pocas luces —no muchas, pero las suficientes—, y comprendió el plan de Rokuro. Ahora que Claude Von Apettit había accedido a acompañarlos hasta el cuartel, la mitad del trabajo estaba hecha.

No hacía falta ser psicólogo para saber qué aquel chico era peculiar. Vivía en un mundo paralelo distinto de la realidad, y lo que era peor, se trataba de un joven ingenuo. Aquello facilitaba la labor del agente, sin duda, pero por dentro no podía evitar sentir cierta lástima. ¿Qué lo habría llevado a ser cómo era? ¿Quién lo habría dañado tanto como para hacer que su mente decidiera alejarse de la realidad? A pesar de la actuación cómica y sincronizada de los marines, aquello resultaba realmente triste.

—Pero... —intentó decir—. Hace mucho que la marina no pertenece al Gobierno...

Aunque el comentario no tuvo mucho tirón. Finalmente Rokuro decidió quitarle importancia al asunto: aquel chico vivía en su propio mundo y convencerlo de lo contrario quizás solo le hiciera sufrir aún más. Porque están seguro de que el chico vivía en un sufrimiento eterno, aunque no lo mostrase. Probablemente las cosas como la cocina o llamar la atención con escándalos públicos fuese la forma de afrontar sus problemas. Quizás había enloquecido después de su etapa de terrorista y, de algún modo, había logrado sobrevivir hasta ahora. Quizás solo necesitase cariño. «Pero yo no soy quién para ayudarlo» pensó amargamente.

Aún así, su misión solo acababa de empezar, y para mantener las cosas en calma debía seguirle el juego al pelirrojo.

—Sí, sí, marines, como los de la Liga de los Mares —confirmó para no hacerle sentir que estaba loco—. Bueno, ¿le queda mucho a la comida? Yo no tengo hambre, pero seguro que estos valerosos hombres están exhaustos después de un largo día de trabajo, y una comida caliente les sentaría fenomenal.

Los hombres miraron a Rokuro extrañados, pero tras enviarles una expresión seria asintieron con nerviosismo.

—¿Ves? —le dijo al pirata—. Exhaustos y hambrientos.

«Pobrecito» volvió a pensar mientras lo observaba cocinando con su sonrisa de felicidad radiante.

—¿Apuntarme? ¿A qué? —preguntó, haciéndose el tonto para evadir la pregunta. ¿De verdad lo estaba invitando a su tripulación pirata? Aquello sí que era una locura. Por un instante se le ocurrió que le interesaría saber cómo funcionaba la cabeza de aquel chico, pero se arrepintió al instante. Seguro que era mejor no saberlo.

- Y... ¡Listo!

A veces en lo sencillo se encuentran las claves de lo extraordinario. Ni muy cuajada ni líquida, melosa al paladar y con el dulzor estrictamente necesario que aporta una cebolla debidamente rehogada a la patata agria. Sí, sé que su nombre no es muy prometedor, pero esa es la mejor patata a la hora de hacer tortilla si quieres tener un sabor equilibrado e intenso. Es el toque del maestro. Solo necesita reposar un poco tras darle la vuelta y será una verdadera delicia.

- ¿Liga de los Mares? -Me inquieta ese nombre-. Suena a un juego infantil para niños con alguna clase de retraso mental. Y no tengas tanta prisa que las cosas buenas llevan su tiempo. -Por puro instinto empiezo a limpiar todos los bártulos que he utilizado, que en un periquete, y cuando digo un periquete es un tiempo estúpidamente corto, están limpios-. Y da igual que no tengas hambre, no me irás a hacer el feo de no probar lo que ha hecho tu capitán para ti con tanto cariño, ¿no? -Miro a los marines-. Es que es mi grumete, ¿sabéis? Suelo dejarlos hacer y deshacer a su gusto; les das libertad y siempre consigues algo de información gratis de vez en cuando.

Miro a Rokuro con malicia. Puedo notar en su mirada que hay algo más allá del deseo y la envidia: Tiene pena. Seguramente de no ser yo, pero quizá le da pena que yo sea yo y eso solo significa una cosa: Tiene un nulo criterio a la hora de elegir de quién apenarse. Con un solo chasquido de dedos podría hacer que todos desapareciesen de aquí bajo una nube de misterio y un halo de misticismo. Al menos, siempre y cuando tras ese chasquido hiciese un leve esfuerzo para ocuparme de ellos. Pero, ante todo, me está tratando como si estuviese loco. Y no estoy loco.

- La única razón por la que voy a ir con ellos es porque quiero ver dónde guardan su arsenal. -Creo que eso último lo he dicho en voz alta-. Es broma, yo no os haría eso; lo que pasó en el G-2 está olvidado ya, como si no hubiera sucedido. Incluso Nassor está dispuesto a obviar que tuvieseis las cocinas hechas un asco. Y lo de las setas. ¿Cómo se os ocurrió meter alucinógenos en vuestro cuartel? Si es que a veces sois una panda de yonkis y drogadictos que bien podrían morirse en una esquina si no les diesen de vez en cuando un toque de atención. Porque os falta disciplina. ¡Disciplina! Si yo siguiese ahí... Pero mirad, chicos, tenéis que entender que el Gobierno Mundial ha hecho las cosas muy mal en ocasiones. Casi siempre, de hecho, y eso puede llevar a gente como yo a... Bueno, ya sabéis, ¿rebelarse? Pero aún estáis a tiempo de pedirme perdón para que disfrutemos todos juntos de este sabroso manjar. ¿Qué os parece?

Volteo por última vez la tortilla, dejando que repose sobre un plato de color blanco. Luce casi incluso más así. Aunque, en realidad, yo tampoco tengo demasiada hambre.

Al parecer la cabeza del pelirrojo no estaba tan estropeada. «¿Y si no está tan loco como aparenta?» se preguntó, preocupado. Sus preocupaciones iniciales sobre su presencia en la isla volvieron a rondar su cabeza. Tal vez fuera un maestro de la mente humana, capaz de engañar a cualquier con astutos ardides para lograr sus objetivos. ¿Y si al final lo que pretendía era colarse en el cuartel para hablar con Hakkin Wishpers? Aquello no lo podía permitir bajo ningún concepto.

Se volvió hacia los marines, incómodos. Gracias a los cielos el joven había demostrado no estar en sus cabales, de modo que su mentira sobre que pertenecía a su tripulación quedó como otra de las muchas tonterías que había dicho o hecho hasta el momento.

—No te preocupes, agente —le dijo uno de los legionarios—. Está tan mal que seguro que cree que los cerdos pueden volar.

Entonces lo observó, estudiando su rostro. ¿Podría leer sus intenciones con tan solo observar su cara? Parecía improbable, pero aún así no lo descartaba. La duda era la siguiente: ¿ante él se hallaba un completo loco o la mente maestra más brillante sobre la faz de la tierra? Algo le decía que no tardaría en descubrirlo.

—Creo que estarías mejor si no recordaras tus viejos crímenes —le recomendó—. La gente es susceptible cuando amenazas con volar su cuartel, ya sabes.

Tenía que admitir una cosa: la comida olía muy bien. Olía tan bien que una pequeña águila del tamaño de un colibrí salió de uno de los bolsillos de su abrigo, aleteando con rapidez las alas. Se posó sobre la tortilla y empezó a picotearla.

—¡Águila mala! —le gritó mientras todos la observaban con curiosidad—. ¡Águila mala! ¡Quita de ahí!

Takarashi no hizo caso. Se enfrascó en el plato, que había acaparado al completo. Uno de los marines hizo un amago de probar la tortilla y se llevó varios picotazos de regalo. Entonces ninguno de sus compañeros intentó repetir la acción, aunque se escucharon algunos estómagos rugir.

—Maldita sea, eres demasiado confiado.

Suspiró y se colocó la ropa que le había revuelto el ave al salir del abrigo.

—Claude, te propongo un juego. ¿Te gustan los juegos? Nos repartimos los aquí presentes por parejas y uno de los dos se venda los ojos, mientras el otro le tiene que dar instrucciones sobre cómo llegar al cuartel militar. ¿Te gusta? Puedes ponerte conmigo, pero empiezas tú cubriendote los ojos.

Esperaba conseguir algo tiempo para decidir que hacer, y lo más importante, ponerle las cosas fáciles con el pelirrojo.

—Vamos, chicos —dijo alentando a los marines a seguir su juego—. Un juego no es un juego si no participamos todos.

- Solo alguien que no haya navegado el East Blue diría eso -mascullo-. El cerdo paloma es uno de los híbridos más famosos y peligrosos de todo el mar. Solía estar en la isla de los animales raros, pero unos pocos salieron de la isla en un barco de tráfico o algo así. Ahora han anidado por todas partes, y si ya podía estropear tu mañana una paloma con el vientre un poco suelto imagina una aberración de media tonelada soltando lastre.

Extrañado, observo a Rokuro. No entiendo por qué los llama viejos crímenes, si sucedieron hace apenas cinco años y aunque he bajado un poco mi perfil -refinando el estilo, como podríamos decir- no he estado precisamente quieto. Aunque más de los que sería razonable asumir en primera instancia estaban algo... Un poco... Más o menos... Sí, muertos. O sea, no me tomé la molestia de profanar sus tumbas, pero todo apunta a que definitivamente han estirado la pata. De todos modos, ese no es el asunto de discusión; a nadie le importa eso, de hecho. A nadie.

- No les he amenazado. Aún. -Entre protestas del dueño, al que en determinado punto le arreo un puñetazo que cae derrumbado al suelo, cojo una fuente adecuada y papel de aluminio para transportar debidamente la comida-. Además, mis tiempos asaltando cuarteles de la Marina sin motivo terminaron hace años. -Ah, por eso los llama viejos crímenes. Inexacto, pero preciso-. No recuerdo haber cometido un solo delito en el último año. -Contemplo al hombre que yace en el suelo. Hasta yo sé que la agresión suele ser delito-. Esto no cuenta, es un altercado doméstico.

Por suerte un pollo sale del abrigo de Rokuro, que canturrea para mí. El agente lo llama confiado, pero yo percibo su pérfido graznido como un desafío. Aún le queda mucho por comer antes de poder desafiarme, pero algún día será una amenaza y, si eso sucede, no tendré piedad. No me importa si es un animalejo, una alimaña o lo que sea que pueda llegar a ser un ave, pero... Me estoy yendo por las ramas. El aguilucho sale y relaja el ambiente, que empezaba a crisparse un poco por esto. De hecho se relaja mucho, porque de pronto Rokuro quiere jugar a una especie de gallinita ciega.

- Lo haré. -En realidad, teniendo en cuenta el poder de mi Hamon si es una trampa no va a conseguirlo, y será divertido-. A cambio, iremos esposados el uno al otro y tú deberás guiarme.

La seguridad es lo primero, al fin y al cabo. No confío del todo en esta gente, así que no voy a arriesgarme.

Claude había demostrado ser un hombre de mundo al conocer la isla de los animales extraños, aunque cuando Rokuro la visitó no vio ningún espécimen como el que había descrito. Siendo nativo del East Blue, no le sentó bien el comentario, aunque lo dejó estar. No podía perder el tiempo con tonterías.

—Vale, muy bien, como quieras —accedió a la petición de Claude. «Tenerlo esposado a mí hará que no pueda escapar, y podré tenerlo vigilado en todo momento»—. Pero debes comportarte bien. Nada de... —Observó el cuerpo inconsciente del tabernero; tenía más fuerza de la que aparentaba— altercados domésticos.

Al parecer a los legionarios les pareció bien la idea. Aquello le pareció profundamente informal y muy poco profesional, pero no dijo nada. Al fin y al cabo, la idea había sido suya. El pelirrojo no se regía por las normas convencionales de la lógica y la razón, y había que entrar a su juego si se le quería derrotar, aunque era una apuesta arriesgada. Aún así, los legionarios estaban contentos de conseguir esposar al pirata, aunque fuera a un agente del Cipher Pol. No tardaron mucho en sacar unas esposas y colocarlas alrededor de sus muñecas. No sabía si el pirata era diestro o zurdo, pero poco importaba. Al ser él mismo diestro, decidió esposar su brazo izquierdo al derecho del joven. No podía permitirse prescindir de su brazo bueno.

—Bueno, vamos allá —comentó a su nuevo compañero de fatigas—. Vale, chicos, ¿estamos todos listos?

El cuerpo militar parecía estar divirtiéndose con el juego como si fueran una panda de niños de cinco años. La mitad de ellos vendados, impedidos de la vista, y esposados a sus compañeros que sí podían ver, parecían sonreír tontamente. Discretamente, una vez Claude quedó vendado, guardó la llave de sus esposas en un bolsillo de su abrigo. Con cremallera. No quería perderla por nada del mundo, y así la mantendría alejada de manos ajenas. Sí, su misión era llevar a Claude hasta la base militar, pero una vez allí no quería verse encerrado junto a él para el resto de los tiempos.

Cuando parecía que todos estaban preparados, dio comienzo el juego. Takarashi decidió, ahora con el tamaño de un loro, posarse en el hombro derecho de Rokuro mientras Claude jugaba a la gallinita ciega.

—Vale, Claude, camina recto unos veinte pasos, luego gira a la derecha. Una vez allí, sigue recto otros cincuenta pasos.

No conocía el camino, pero había escuchado las órdenes de los otros participantes, y ellos sí que se lo conocían. O eso esperaba. Lo cierto es que ya nada le sorprendería. Cuando acabase su misión redactaría un informe sobre el poco profesionalismo de los legionarios de Karakuri.

Hasta yo sé que estoy frente a los marines más indisciplinados que he podido ver en mi vida. ¿Me habrá encontrado finalmente la brigada del Almirante Naion? Oteo con cierta avidez uno a uno a los hombres: Un enano pelirrojo... Mide casi metro setenta, pero no tiene cara de mal humor, así que no debe ser Arthur, y ese de ahí... No, definitivamente si va vestido no puede ser Jack Suzume. Al menos, si no parece un pirata, aunque teniendo en cuenta mi experiencia los piratas van desde algo que podría compararse a un muy buen imitador mío en un buen día hasta Alpha, lo cual es un baremo de espectro muy amplio como para negar de lleno la posibilidad de que un pirata se vista como un marine, ¿pero cómo un marine vestido de pirata que se viste de marine puede ser diferenciado de un marine? Supongo que solo en los pequeños detalles, claro, pero no creo que este hombre vaya vestido de pirata en ninguno de ellos.

En todo este pensamiento Rokuro me pone la venda en los ojos. Con ella no puedo ver, e incluso el agente la doble una vez más para evitar que lo translúcido del paño me permita vislumbrar nada. Me gusta, se toma muy en serio los juegos; casi puedo tolerar que no se sienta pelirrojo. Incluso podría aceptar que me mire con tanto deseo sin ninguna clase de pudor.

- Espera, ¿no será alguna clase de rarito?

Creo que he dicho eso en voz alta. Bueno, no importa. Si intenta tocarme donde no debe o se acerca a mis ñoquis el pequeño Dave se encargará de hacerlo entrar en razón. No sé cómo demonios siempre entra en mi bolsa de nuevo, y casi seguro no es el mismo cada vez -estoy muy convencido que el que usé con Momojiro no lo contó-, pero siempre puedo hacer buen uso de él cuando se hace imprescindible.

- Tengo los ñoquis contados -advierto, igualmente.

Me da indicaciones. Veinte pasos, derecha, cincuenta pasos.

- ¡Sé una forma más inteligente de hacer eso! -exclamo-. ¡Con matemáticas!

Hago un cálculo rápido. Si el cuadrado de veinte es cuatrocientos y el de cincuenta a nadie le importa forman un triángulo rectángulo escaleno cuya hipotenusa mide exactamente mucho menos que los setenta pasos que tendría que dar de cualquier otro modo. Así pues, avanzo en diagonal sin dejar que ninguna clase de ruido, tirón, queja o golpe me inoportune. A ratos escucho cómo alguna puerta se abre, un anciano grita que esa es su casa o una cristalera se rompe. Casi parece cuestión de suerte, pero ni siquiera los edificios en medio de la hipotenusa han sido capaces de evitar que llegue a mi posición.

- Y cincuenta y tres con veintiséis, redondeando -digo, dando poco más de un cuarto de paso-. Esto ha sido fácil, ¿hacia dónde ahora?

Rokuro sabía lo que era el miedo, lo había experimentado muchas veces, pero aquello iba más allá del miedo normal. Aquel chico era realmente peligroso.

Totalmente privado del sentido de la vista y, ignorando por completo las indicaciones del agente, el pelirrojo había echado a correr por dónde le dio la real gana. Rokuro clavó los pies en el suelo e hizo todo lo que pudo, en vano. Ni los gritos, ni los golpes consiguieron detener la carrera de Claude, quién creía en su propia forma de hacer las cosas.

Entraron en un edificio, abordaron a varias mujeres que estaban haciendo la colada, destruyó una pared y una cristalera, y causó una catástrofe en un pequeño paseo de pocos metros, arrastrando del brazo esposado al peliblanco. Cuando se detuvo, Rokuro intentó ponerse en pie, mareado. «Entiendo lo que pretendía hacer, pero... ¿No ha parado a pensar en lo malditos obstáculos?» pensó su revuelto cerebro.

Tras respirar hondo varias veces, logró calmarse. Observó que, afortunadamente y gracias a la diosa fortuna, había salido ileso de aquella carrera; quizás fuera un chico suertudo. ¿En serio tenía que hacer todo el recorrido hasta el cuartel de esa forma? No parecía que pudiera hacer mucho por cambiar la mentalidad del pirata, y lo están arrastrando literalmente y metafóricamente a un mundo de locuras en el que no quería verse envuelto. Nunca más.

—Ja, ja —rió forzadamente para evitar tirarle de los pelos—. Eso ha sido... Terriblemente eficiente. No sabía que se te daban tan bien las matemáticas.

Entonces recordó a su compañero. Buscó a Takarashi, quién había desaparecido con todo el alboroto, y lo encontró sobrevolando a la pareja, todavía con su tamaño de loro.

—Ey Taka —El águila pegó un chillido—. Ven aquí.

Con el brazo libre le hizo unas pocas señales al ave, antes de darle más indicaciones a Claude. Entonces el águila adoptó un tamaño mucho mayor al usual, alcanzando unos cinco metros de energadura. El agente memorizó los siguientes pasos para llegar a la base legionaria y se los transmitió a Claude. Al parecer, por lo que había oído, no estaba tan lejos, pero no pensaba volver a pasar por lo mismo.

—...y si haces ese recorrido deberías ser capaz de llegar —explicó a Claude. Giro la cabeza hacia el águila—. ¡Ahora!

En el momento justo en el que el pelirrojo comenzara a correr, Takarashi levantaría el vuelo sujetando con sus garras a Rokuro, quién a su vez sujetaba a Claude por imposición de las esposas metálicas. Con un poco de suerte, el loco no sabría ni que se encontraba volando, y un vez en el aire podría localizar su destino y señalárselo a Takarashi para dirigirse hasta allí.

Toco mi cuerpo por un momento, percatándome de que en medio de este ahorro de esfuerzo hemos debido atravesar un tendal y ahora llevo puesto un vestido. Quizá muy poco escotado para mi gusto, no sé dónde demonios habré dejado mi ropa pero, por suerte, mis armas y mi bolsa siguen conmigo. Sería un problema si no. En cualquier caso, tiene la suficiente apertura y me queda algo holgado en el pecho, por lo que pongo una mano sobre el hombro de Rokuro y le explico:

- Avísame cuando esto sea eróticamente incómodo para ti. -En realidad, acabo de percatarme de una cosa-. No, espera. Ya lo es, vaya, soy increíble, pero me refiero: Cuando veas que el vestido queda bien lleno dímelo, porque no es lo mismo qué siento yo a qué se siente desde fuera. ¿Listo? Vamos allá.

Cierro mis fosas nasales con la mano libre y trato de soplar con los labios fruncidos, haciendo que mis pectorales se inflen de aire. Poco a poco se van desinflando, pero mientras no me den un golpe muy fuerte durará unas horas hasta que pueda ponerme algo mejor, pero en plena exploración del vestido para saber si me hace buen tipo, algo me perturba.

Tendría que ser del todo idiota para no darme cuenta de que estamos volando. Mis pies no tocan el suelo, y además noto cómo el grillete tira de mí. Me hace un poco de daño en la muñeca, pero no me quejo. En su lugar trato de concentrarme en la dirección del viento, el tiempo en el aire y, sobre todo, en autocontrolarme para no romper las esposas en este preciso instante. Respiro calmado, intento reflexionar acerca de qué parte de mi cuerpo se está calentando más y, una vez aterrizamos, frunzo el ceño con enfado. Seguramente no se vea porque voy vendado, pero tengo los ojos muy abiertos e increpo con el dedo directamente al agente.

- ¡No! -le digo-. ¡No se hace eso, Rokuro! ¡Es trampa! Ahora, por culpa de eso, tenemos que volver a empezar.

Me detengo por un momento, recordando el mapa mental de la ciudad que tengo, comparándolo con las instrucciones del agente. Se ha saltado algunos pasos, pero si ha pretendido hacer trampas todo este tiempo no puedo fiarme de él. Así pues, giro mi cuerpo treinta grados y echo a caminar hacia delante exactamente treinta y cuatro pasos, girando siete grados para dar otros dos, siete para dar otros dos, siete para dar otros dos, menos siete para dar otros dos, menos trece para dar tres pasos y, una vez terminada esa extraña curva en el camino, ciento tres pasos más en línea recta hasta que dejo de estar cuesta abajo para estar en un lugar más o menos llano.

Extiendo la mano. Puedo tocar una pared. Estamos en el borde de la ciudad. Desde aquí arrastro al agente quince pasos hacia la derecha, dos a la izquierda, diecisiete en una extraña diagonal más hacia la izquierda, cuatro pasos a la derecha y veintiuno a la izquierda, quedando exactamente donde -creo- estábamos cuando me ha tirado a volar este tramposo. De hecho, creo que efectivamente puedo escuchar a una chica reclamar que ese vestido es suyo.

- ¡Corre Rokuro, la vieja Gladis se ha dado cuenta de que luzco mejor!

Echo a correr en una dirección al azar, tratando de despistar a la mujer. Espero que mi compañero pueda seguirme el ritmo.

A veces, Rokuro odiaba su trabajo. Y aquella no era la excepción. Lo peor era que escoltar al pirata al cuartel no era parte de sus deberes, pero aún así lo estaba haciendo. «Si todo esto me pasa por ser buena gente —pensó mientras veía como el tórax del pirata se inflaba en mitad del aire—. Pero vaya, ¿cómo voy a dejar a este pirado suelto por la ciudad?». Lo mirase cómo lo mirase, su sentido de la moralidad le decía que no podía dejarle a su aire, que de esa forma acabaría perjudicando a la población.

Alcanzaron el cuartel tras un breve vuelo; al final estaba más cerca de lo que parecía. No era precisamente grande, pero no importaba. Un cuartel era un cuartel, y seguramente el pelirrojo estaba mejor allí, encarcelado y con visitas médicas a diario.

—Pues ya hemos llegado —dijo con una sonrisa—. Ha sido rápido, ¿verdad?

De repente, Claude le tocó la nariz con el dedo, aunque quizás solo pretendía apuntar en su dirección y erró con la distancia al estar vendado. Aún así, tenía mérito que apuntase y bien. Y que no le sacara un ojo. Habló enfadado; se le notaba que estaba molesto por acortar camino. En su infantil mente creyó que eso era trampa, y no una forma del agente para salvaguardar su vida, de modo que tomó la unánime decisión de volver a empezar. Desde el principio.

La cara de Rokuro fue un poema. El pirata volvió a arrastrarlo, haciendo caso omiso a las quejas y protestas del agente, incluso a sus intentos de detenerlo. No se podía negar que le superaba en el aspecto físico, y no podía recurrir a Takarashi una vez más porque volvería a hacer lo que le daba la gana. Lo único que logró hacer fue seguirle el ritmo, muy malamante, por el mero hecho de evitar que la presión de las esposas en su muñeca le arrancase la mano de cuajo.

Finalmente, y en un aspecto algo lamentable —lleno de golpes, cortes y rasguñaduras— volvió al mismo lugar del que habían partido al principio. No, mentira. Habían llegado a un lugar escalofriantemente similar al anterior, pero ahí no se mostraban los estragos causados por el pirata en su infantil carrera.

—¡Claude! ¡Para! —gritó al pelirrojo—. ¡No es por aquí!

Le daban igual los vestidos, Gladis, la ciudad y su maldita misión, Solo quería detenerse y llegar de una vez al cuartel. No sabía si podía aguantar mucho más sin vomitar.

—Por lo que más quiera, ¡llega ya! —dijo, casi suplicando. Le dio las instrucciones necesarias para llegar a su meta —tras el viaje en águila creía saber cuál era el camino a recorrer— y lo miró suplicante—. Date prisa.

- ¡No te preocupes Rokuro! -canturreo a grito pelado sin dejar de correr-. ¡Aún sacamos algo de ventaja a todos esos pardillos!

Si mi Hamon no me engaña, claro, todos los marines están demasiado atrás como para representar una amenaza a nuestra victoria. Sin embargo hay algo en lo que no había caído hasta ahora. Toco mi brazo, esperando encontrarla asida a mí, o pegada a mi pierna dentro de una bolsa. Alarmado miro hacia todas partes, pidiendo misericordia con los ojos aunque nadie pueda verlos. Atenazado por el horror me derrumbo, arrodillado, y llevo las manos al suelo, tocando un plástico con ellas.

- Eh... Iba a gritar algo, pero... -Palpo el plástico. Su forma, textura y la tortilla de su interior apuntan a que es la bolsa donde metí mi tortilla-. ¡No la hemos perdido, Rokuro, estaba aquí todo el tiempo! ¡La he encontrado!

Los reencuentros son aún más dulces cuando no esperas perder las cosas. Con ternura me abrazo a ella; puede que fuese a regalarla, pero es el fruto de mi esfuerzo y pasión por la gastronomía lo que estoy regalando, y no pienso dejar que se desperdicie.

- Por un momento he pasado miedo -digo, recuperándome de la impresión-. Gracias por traerme hasta aquí, agente. Eres un gran subcapitán.

No pasa nada por ascenderlo, supongo. Como grumete ya ha hecho más por mí que Momo en todo nuestro tiempo juntos, y huele mejor. No mucho mejor, pero huele mejor, y eso es algo muy a tener en cuenta porque que el barco huela mal es simplemente inadmisible. Illje es muy sensible a los olores fuertes, y si las sirenas de tierra se parecen en algo a los conejos, no quiero que empiece a correr en círculos porque se asuste y muera de forma horripilante. Al menos no mientras no me traicione, claro. Si me traiciona...

- Pero ella no haría eso. -No debería haber dicho eso en voz alta. Por si acaso, me aproximo a Rokuro muy lentamente, como si pudiese hacerme invisible, y le susurro al oído-: No hablo solo, pero a veces digo lo que pienso en voz alta. Es un mecanismo de defensa contra las artes oscuras. Nadie puede entrar a mi cabeza si esta ya sale sola, ¿sabes?

Aunque eso último acaba dejarme quedar como si estuviese loco.

- Es una broma, tonto -aclaro-. Solo me gusta mucho el sonido de mi voz. En fin, vamos allá.

Esta vez sin hacer trampas y con la tortilla bien custodiada avanzo en dirección al cuartel. No tardamos mucho en llegar y, una vez ahí, me quito la venda.

- ¡Hemos ganado! Ahora, quítame las esposas.

Aquella tortilla se le había salido del bolsillo, y estaba montando un drama sin sentido. Pero lo peor no era eso, lo peor era que por cada movimiento que hacía el pelirrojo, obligaba a Rokuro a mover su brazo izquierdo sin sentido, como si fuera tonto, y cada vez que les miraba algún extraño por la calle se sentía avergonzado.

«Yo he tenido que hacerle algo en otra vida» se dijo cuando Claude empezó a hablar solo e intentó excusarse por ello. Sin haberse dado cuenta había acabado a merced de aquel pirata, que era inofensivo y dañino a la vez. Había pasado suficiente tiempo con él —estar esposado a alguien un rato daba para mucho— como para saber cómo funcionaba. Era el caos personificado, con un toque de genuina ingenuidad e infantilidad, y estaba muy mal de la cabeza. La teoría de Rokuro es que en algún momento de su vida había sufrido un trauma tan grande que perdió todo el sentido de la realidad, aunque era consciente de que vivía en esta.

Al final llegaron al cuartel marine, esta vez sin que a Claude se le cruzaran los cables de nuevo, por fortuna para Rokuro.

—Esto... Sí, claro las esposas —murmuró mientras hacía que rebuscaba en su bolsillo. No había perdido la llave de las esposas, se había asegurado de ello durante la escabrosa travesía, pero tampoco iba a liberar a Claude así por las buenas—. Vamos entrando en lo que busco la llave, que ahora no caigo en qué bolsillo la dejé.

Se adelantó hacia el cuartel, tirando por una vez del travestido. No iba a negar que quería quitarse de encima aquel marrón, porque aquello no tenía otro nombre, pero primero tenía que encargarse de que no le diera problemas.

—Hola, buenas —saludó alegremente a los primeros hombres que se encontró, claramente legionarios, mientras seguía haciendo que buscaba la llave en sus bolsillos—. Verán, somos nuevos en la isla, y aquí mi compañero, Claude Von Apetitt, antiguo marine y actual pirata, querría ver vuestras fabulosas instalaciones de cocina, quizás a cambio de un poco de tortilla casera. ¡Ah, mira, la encontré!

Sacó la llave del bolsillo en el que la había guardado, y abrió las esposas. Acto seguido, se despidió de Claude.

—Que tengas buen día, estos amables hombres te llevarán con ellos, pásalo bien —decía mientras caminaba hacia atrás, con una forzada sonrisa en la cara, cada vez más rápido hasta darse la vuelta y salir corriendo. «Ahora es problema de los legionarios».

Rokuro y yo entramos en el edificio. Es frío y lúgubre, como todos los cuarteles. Paredes blancas y suelos de baldosa grisácea, sin decoración alguna. Los techos tienen a intervalos regulares tubos fluorescentes que vibran -algunos de ellos titilan- mientras vamos avanzando en una línea recta hacia lo más profundo del edificio, donde nos espera apenas una gran sala central con un mostrador de recepción y pasillos radiales que llevan a lugares a los que, obviamente, nadie quiere que su acceso sea libre. Al verme parece que nadie se sorprende, aunque sí escucho varios gritos de terror y enojo cuando me quita los grilletes. La salida del agente, tan mal ensayada y encorsetada en una actuación nula de talento, despierta todas las alarmas entre gente que, por fin, sí parece reconocerme.

- ¡Maldita sea! ¡Nos lo ha soltado aquí! ¿Se puede ser más imbécil?

Por un momento me quedo mirándolos. Rokuro se va, no entiendo muy bien por qué, pero todo apunta a que me está entregando. Aunque él no me haría eso, es un buen subcapitán, no como Momo. Maldito Momo, estoy seguro de que me robó los ñoquis la última vez que nos vimos.

- No es un imbécil; ¡es un traidor! -exclama otro-. ¡Lo ha traído armado!

- ¿Al terrorista?

- ¿De verdad ese mentecato es Claude von Appetit? Si parece retrasado.

- ¡Ey, un respeto! Que estoy delante.

- Tú, tú y tú. -Señala a tres hombres. Claro, ¿no? Si no por qué demonios iba a decir "tú" tres veces-. Perseguid al traidor. Vosotros dos, atrapad a ese tipo.

Siento que me faltan mucho al respeto hoy. En fin, no importa; solo son marines con demasiado tiempo libre en una isla gélida alejada de la mano de Dios. En cualquier caso van avanzando hacia mí con aviesas intenciones mientras los otros tres salen corriendo a por Rokuro. No puedo dejar que lo atrapen, si lo encuentran y descubren que es agente su tapadera se verá comprometida. ¿Pero para qué quiero yo un infiltrado en el Cipher Pol? Ni siquiera saben hacer bien un café, como para llevar secretos.

- Señores, señores. -Con las manos hago un gesto para calmarlos-. Hay una forma civilizada de correr esto.

Ya han sacado sus armas.

- ¿Cuál?

- Atletismo.

No espero a ver su reacción. Salgo corriendo a toda velocidad en busca de Rokuro. Tengo que salvarlo antes de que se den cuenta de que es mi compinche... O fingir que no lo es, o lo que sea.

Ya estaba hecho; había sido fácil. Quizás no hubiera sido la mejor opción, pero no soportaba ni un minuto más junto a Claude. Ahora que se había librado de él se sentía libre, como los presos que salían de la cárcel.

Corrí como al llevada por el diablo, sin mirar atrás. Ahora el pirata era problema de los legionarios, no suyo, y podía dedicarse en cuerpo y alma a su misión. Solo necesitaba saber dónde estaba Hakkin Wishper, quién aparentemente estaba encerrado en el cuartel.

Por desgracia, estaba corriendo en la dirección contraria. Quizás, si les daba unos pocos minutos, los legionarios pusieran entre rejas al pelirrojo para así el agente poder volver al interior.

Llegó a la entrada, donde se encontró de frente al cabecilla de los legionarios entrando por la puerta, todavía esposado a su compañero.

—¡Joder! —exclamó nada más verle. Parecía de buen humor—. Regi, te dije que te dieras más prisa, hemos perdido por tu culpa.

Su compañero se quitó la venda de los ojos y profirió una maldición.

—Oye, agentucho, ¿dónde está el pirata? Espero que lo hayas dejado bien encerrado...

De pronto apareció Claude, corriendo en la misma dirección en la que instantes antes Rokuro había estado corriendo, seguido

—Eh, para, para —le dijo Rokuro, con un tono de enfado en su voz—. ¿No te había dejado con aquellos amables hombres para que te enseñasen su cocina? Da media vuelta y vete con ellos —ordenó.

La situación de pronto se volvió insólita. Los legionarios empezaron a acusarle de imbécil, o de traidor, o de ambas cosas, mientras más hombres esposados entraban al cuartel. En un abrir y cerrar de ojos se vio rodeado de hombres uniformados, la mitad corriendo como pollos sin cabeza y la otra mitad confundida, sin comprender qué estaba ocurriendo.

Mientras tanto, la mente de Rokuro estaba yendo a mil. No conseguía librarse del demonio travestido, ni parecía poder llegar hasta su objetivo. Tenía que librarse de aquella muchedumbre confusa cuanto antes. Se abalanzó sobre el cabecilla del grupo legionario, la única persona a la que podía recurrir, y le habló con rapidez.

—Señor, usted vio mi acreditación, sabe que trabajo para el Gobierno y que no estoy aliado con Claude. Necesito encontrar a «El Trasgo» lo antes posible para cumplir una misión de vital importancia —tragó saliva—. Necesito su ayuda.

El hombre, quizás influenciado por la petición de socorro, decidió ayudarle. Señaló con el brazo la dirección en la que encontraría a Wishper y comenzó a abrirle camino entre la muchedumbre, como si fuera un famoso escoltado a la salida de un juicio.

La confusión se había apoderado de los legionarios en la entrada del cuartel. Los gritos de decenas de hombres uniformados que intentaban sobreponer su voz a la de sus compañeros.

El jefe de los legionarios ayudó a Rokuro a pasar a través de la muchedumbre, y tras recorrer varios pasillos lo guió por unas escaleras que descendían. Abajo se encontraba una estancia oscura, vagamente iluminada por los escasos fluorescentes colgados del techo. La estancia, al contrario que en otros sitios, estaba hecha por completo de metal, desde el suelo hasta el techo, pasando por las gruesas paredes que dividían las celdas.

—Bueno, agente Okada, ¿cuál es el plan? —preguntó el legionario intentando esconder su curiosidad.

—Necesito encontrar a Hakkin Wishper —respondió, sin dar muchas explicaciones.

—Entonces ven, está por aquí.

El legionario le guió hasta el final de la estancia. Tras unas rejas se encontraba un hombre menudo, con la piel grisácea por la falta de sol y arrugada como si fuera un viejo, pero su rostro no aparentaba más de cuarenta años. Tenía los dientes retorcidos y amarillos, y una mirada de locura que hacía difícil mirarle a la cara.

—¿Este es Hakkin Wishper? —preguntó, para confirmarlo.

—Sí, es él.

—¿Quién me llama? —preguntó el preso con una voz estridente.

—Muy bien. Señor, necesito que se quede fuera. Esta operación es confidencial —le explicó, y aunque no era mentira, sus intenciones de echarlo eran otras—. Por favor, vuelva arriba, calme a sus hombres, detengan a Claude y explíquele la situación. En cuanto acabe con él, subiré a explicárselo todo.

El hombre asintió y se fue, dejándole allí solo frente a aquel hombre. Aquel prisionero lo miraba fijamente, mientras los presos de las otras celdas no dejaban de llamarle pidiendo la libertad. Los ignoró a todos y se dirigió a una esquina, en la que sacó un pergamino de sus pertenencias y, creando tinta en la punta de su dedo índice comenzó a dibujar. Una vez terminó el dibujo, se acercó hasta la celda de «El Trasgo» y se lo enseñó.

—Ven, mira esto, te interesará.

En cuanto se acercó, surgió una gigantesca serpiente con la mandíbula dislocada que se tragó al preso entero, sin titubear.

Una vez arriba aclaró el asunto con el legionario.

—Hakkin Wishper no le dará problemas a nadie nunca más, y ahora tenéis una celda más disponible, adornada con el dibujo de una serpiente.

Más tarde, cuando terminó su misión y logró conseguir un Den Den Mushi, contactó con sus superiores.

—He impedido que Max Power y Hakkin Wishper puedan realizar cualquier clase de trato —informó a sus superiores—. También he tenido bastantes dificultades, pero misión cumplida.

—Muy bien, agente Kurokage, ahora prepárese para la siguiente misión.