Llegando a Shimotsuki (Presente-Libre)

Era una mañana cálida en aquella isla del mar del este, así que, como llevaba haciendo desde hacía varios días, fui a dar un paseo por las calles de shimotsuki, que estaban más transitadas de lo normal. Deambule sin de un lado a otro sin pararme en ningún lado, pero al final volví a la pasada donde me estaba hospedando. Era un lugar cutre y con pocos clientes, pero tenía ese toque encantador que solo dan los sitios de bajo nivel, es decir, precios asequibles y comida barata.

Me senté en la barra y miré la carta. Había pocas alternativas para pedir, o pedía cerveza aguada o vino perruno para beber, o algún alimento de lata o bocadillo para comer. La elección era difícil, pero no por la exquisitez de los alimentos, sino por la posible enfermedad digestiva que podía contraer si elegía el alimento equivocado.

—¡Posadero! –erguí la mano para llamar la atención del camarero. Éste era un hombre grande y voluminoso, cuya grasa sobresalía por sus poros como si fuera sudor.

—¿Qué es lo que quieres, Genji? –me preguntó, con toda la confianza que un posadero puede tener con su cliente.

—Ponme una jarra de cerveza y un plato de carne a la plancha con patatas fritas.

—¡Marchando una rica cerveza de barril y nuestra mejor vianda con papas para el forastero! –gritó el posadero, cuyo nombre era Antonio.

No sé si fue que ese día había fiesta, o simplemente porque aquel lugar había mejorado de un día para otro y no me había dado cuenta, pero el local comenzó a llenarse hasta que casi todas las mesas estuvieron repletas de gente. Entre tanto, un muchacho de cabellos verdosos, cuya vestimenta desentonaba con el resto de clientes del local, se acercó a la barra para pedir algo de comida. Clavé mi mirada en él mientras daba un sorbo de cerveza aguada y esperaba mi comida.

—¿Eres nuevo por aquí, verdad? –le pregunté.