[Quinta Ronda] Bleyd vs. Gerald Ichizake

¡Comienza el de menor nivel!

-La clave está en las especias. Tienen que tener un equilibrio, ¿entiendes? No puedes echar mucho de esto o mucho de lo otro porque se come todos los demás sabores.

-Entiendo. Desafortunadamente, no soy muy hábil en los fogones -admitió Gerald-, así que tiendo a dejar ese tipo de cosas al azar. Lo que caiga al plato, cae.

La mujer negó con la cabeza sin dejar de chasquear reprobatoriamente la lengua.

-Si haces eso, al final lo estropeas. En la cocina, los detalles son importantes. ¿Por cierto, tú no tenías que combatir?

Gerald miró hacia el acceso al estadio y negó con la cabeza. Su oponente no aparecía todavía, y realmente necesitaba saber cómo conseguir que le saliesen bien las lentejas, ahora que su cocinera estaba enferma y tenía que ocuparse él mismo de esos menesteres. Pedir consejo a una señora del público era a la vez un buen método de aprendizaje y una forma de matar el tiempo mientras llegaba el que sería ya su quinto rival en aquel agotador torneo.

-Entonces, ¿cómo se consigue calcular la cantidad correcta? -preguntó Gerald-. Nunca me salen las raciones justas, y lo cierto es que odio tener que tirar comida.

-Eso es cuestión de práctica. Cuando hayas hecho el mismo plato doce o trece veces acabarás desarrollando un sexto sentido para esas cosas. Aunque solo te durará hasta que tengas que cocinar para más gente. O para menos. Ahí tendrás que arreglártelas para ajustar las cantidades.

-Ya veo. Cocinar es medio de habilidad y medio de suerte.

-Más o menos.

-Ya, bueno. Qué remedio... En fin, si me disculpas, parece que ya llega mi rival.

El vehículo en el que entró al estadio el hombre acorazado era imponente. Se asemejaba a una versión de su caballo mecánico, solo que menos inclinado hacia el lado animal y más hacia el de un vehículo moderno con mucho menos estilo que el del corcel. En esos momentos Gerald lamentó no haber abierto el maletín que reposaba en el suelo, a la altura de donde estaba la señora de las lentejas. Recibirlo montado en su gran caballo de guerra habría sido una buena forma de marcar territorio, de dejar claro quién tenía más clase allí. Tendría que conformarse con no estornudar cuando las ruedas del armatoste del tal Bleyd levantaron una nube de polvo al detenerse.

-Un placer -respondió aceptando la mano del revolucionario. Por lo visto era el único representante de esa facción allí, a parte de Sumisu-. Desde luego, será un encuentro interesante.

"Aunque igual no muy justo", se dijo para sus adentros. De haber algo de justicia en aquel torneo a él no le habrían dejado participar desde un primer momento, aunque sí que tenía intención de que el combate fuese tranquilo, como su oponente deseaba. Si algo le desagradaba en ese momento era la perspectiva de arriesgarse a acabar hecho unos zorros otra vez.

-Si me permites, creo que hay una forma mucho más caballerosa de resolver nuestra disputa -le dijo al motorista. Gerald extrajo una moneda del bolsillo y la levantó para que Bleyd la viera. Por un lado había una calavera pirata; en el otro, tan solo el número que designaba el valor de la moneda. Al mismo tiempo que le mostraba que no había truco alguno, extendía su poder mental hacia el revolucionario-. Lanzaré esta moneda. Si sale cara, es decir, si cae por el lado de la calavera, abandonas el combate y me otorgas la victoria. Si sale cruz, la parte con el número, me rendiré de inmediato y me marcharé dejándote como el indiscutible campeón del combate. ¿Qué te parece?

Azar a parte, Gerald trató de implantarle la idea al revolucionario de que quería jugar, de que era una buena forma de dirimir su encuentro. Así se inclinaría más a aceptar. Además se aseguraría, como no podía ser de otro modo, de que en la mente de Bleyd siempre se percibiera que la moneda caía del lado favorable para Gerald. Sin importar las veces o el modo en que la lanzase, ni siquiera si usaba otra moneda, no tenía más que influir levemente sobre su percepción para que a sus ojos se mostrase siempre el lado de la calavera. A lo mejor tenía suerte y así se libraba de un competidor que se le antojaba claramente poderoso sin tener que molestarse en presentar batalla. No era una jugada muy honorable, pero estaba cansado.

-Piénsalo. Todo buen luchador necesita tener la fortuna de su lado. De este modo, sabremos a quién sonríen los hados.

Gerald casi esperaba cualquier otra cosa antes que la reacción que su propuesta suscitó en el hombre de la armadura. Podría haber aceptado una respuesta violenta, un insulto o incluso un número musical. Bien, tal vez esperar un número musical fuese algo exagerado, pero había aprendido a aguardar lo inesperado por parte de los revolucionarios. Lo último que se imaginaba era que supiese hilar frases tan largas.

Al principio intentó seguir el hilo de toda su verborrea, pero pronto llegó a la conclusión de que por mucho que hablase no estaba diciendo  nada realmente. O era excepcionalmente estúpido o excepcionalmente astuto. Tal vez incluso fuese político de profesión, lo cual explicaría la armadura. Todos los políticos que Gerald había conocido en su vida tenían una, y todos ellos dominaban también el arte de enredar a sus adversarios con chorradas.

-Ya veo... -musitó, repentinamente en blanco. ¿Qué se respondía en un caso así? Ni de broma iba a tomarse en serio todo aquel amasijo de reglas sin sentido-. ¿Y si jugamos mejor con un dado?

"Y seguro que me suelta otra parrafada como esta", se dijo. Iba a necesitar otro truco para que Bleyd se fuera pacíficamente. Se le ocurrían un par, pero había algo que podía hacer que resultaría especialmente eficaz contra alguien que luchaba para Báltigo. Preparó una rápida ilusión y la lanzó a la mente de Bleyd para engañarlo. Se esforzó por recordar hasta el último detalle, desde el olor a mar y arenques rancios hasta el brillo de la luz sobre la humedad de sus...

De repente, el entorno empezó a girar sin control. Gerald estuvo a punto de tropezar de manera muy poco digna antes de recuperar cierta estabilidad de lo más incómoda. Por los dioses, ¿es que no iba a parar de moverse nunca? Más le valdría darse prisa y usar sus poderes de una vez. Necesitaba que ese tipo abandonase el combate antes de terminar vomitando. Así que, incluso girando, se esforzó por proyectar en la cabeza del revolucionario la viscosa y repulsiva imagen de Augustus Makintosh.

El pez que Gerald había conocido hacía ya tiempo aparecería ante sus ojos, saltando de las gradas entre el público con esa horrenda nariz enorme y un hilillo de baba cayéndole de la boca entreabierta. Tuvo buen cuidado de que pareciese afectado por el giro constante y tremendamente molesto del estadio, con la grasa de su panza y la baba bamboleándose. Al final Gerald terminó cayéndose, pero al menos ya no tenía que preocuparse en seguir de pie y podía concentrarse en su engaño.

-¡Bleyd! -le diría. Gerald no tenía ni idea de cómo llamaba el pez a Bleyd, así que lo dejó lo más sencillo que pudo-. ¡Hay problemas en Báltigo, camarada! -Los revolucionarios se llamaban "camarada", ¿no?- ¡Tenemos que irnos de inmediato! ¡Vamos!

Haría que el pez se alejase haciendo gestos a Bleyd para que fuese con él. Tendría que ir cambiando la ilusión según él fuese respondiendo, pero cualquier detalle extraño podría pasar sin duda por alguna de las rarezas de ese engendro del diablo. A ver si acababa todo eso de una maldita vez...