Prometeo
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El Vapor Justice había abandonado el puerto del Reino de Russuam hacía día y medio. Se encontraba surcando las gigantescas aguas del Paraíso, siguiendo la Ruta de la Justicia. Nick le había dicho que debían hacer una parada en la siguiente isla para incluir un algo especial a la despensa del barco. Se preguntaba qué sería… Era la primera vez que alguien le escondía algo con la intención de sorprenderle, sentimiento que desconocía. Tampoco tenía motivos para oponerse; sería divertido.
Miró a través del cristal la enorme silueta que se veía en el horizonte, esa sombra lejana con forma de árbol. La isla le recordó la expedición que hizo hace tiempo en compañía de un muchacho que no volvió a ver jamás. «Me pregunto si también habrá aves gigantes… Quizás encuentre algún buen ingrediente», pensó mientras el barco se aproximaba a las costas del árbol-isla. A medida que el barco se acercaba a esta sus detalles se esclarecían ante los ojos de Prometeo, quien abandonó el castillo y salió a la cubierta para ver mejor. Quedó boquiabierto al mirar las enormes raíces que surgían desde el agua, el propio árbol era tan alto que parecía alcanzar las nubes, y sus ramas podían soportar perfectamente un Rey Marino.
—Ponte esto —le dijo Nick, arrojándole un abrigo pesado—. Y también te sugiero que lleves esto. —Le tiró un short de baño—. Necesitarás ambas cosas.
El revolucionario miró confundido las prendas al no encontrar relación entre ellas. ¿Hacía mucho frío por las noches y mucho calor por las tardes? Era lo único que se le ocurría, vaya.
—E-Está bien… Será otra de tus sorpresas, ¿verdad?
Nick asintió con una sonrisa y luego dijo:
—Ya verás, Prometeo, ya verás…
—Supongo que sí… Hemos llegado ya, ¿no? Reúne a los chicos para bajar.
Se abrazaba a sí mismo cuando el frío viento soplaba desde el océano. Jamás pensó que esa isla llegase a ser tan helada, casi tanto como el Reino de Russuam. Y todo era gigante. Del suelo nevado crecían matorrales congelados incluso más grandes que el revolucionario, las protuberancias que se veían en el suelo eran, en realidad, parte de las enormes raíces del árbol. Si no fuera por las flores fluorescentes que iluminaban el paisaje helado, ahora mismo se encontraría en plena oscuridad. La vegetación allá arriba era tan densa que impedía el paso de los rayos solares, así que podía imaginarse como una especie de cueva.
Caminaba en silencio, observando la naturaleza, cuando un escalofrío recorrió su espalda baja. Se volteó de inmediato y una sensación de agobio comenzó a apoderarse de su cuerpo. Era como si una voz le susurrase desde algún lado que estaba en peligro. Y no era la primera vez que la escuchaba. Estuvo a punto de advertirles a sus compañeros cuando una bestia blanca y gigante apareció. Tenía dos colmillos que sobresalían de sus fauces, una piel endurecida por el hielo que había asimilado y unos feroces ojos rojos que parecían devorar al grupo de revolucionarios. Era el jabalí más grande que alguna vez había visto, y temía que no solo su tamaño fuese distinto. ¿Lo sería su dieta?
La bestia cargó contra el equipo y el suelo tembló a sus pies, pero necesitaría mucho más para vencer a esos revolucionarios. Estos esquivaron sin ningún problema, cruzaron miradas y supieron lo que debían hacer: detener al jabalí para encontrar al teniente. Se había perdido, como siempre. Prometeo ya no estaba por ningún lado, había bastado un parpadeo para que tomase la ruta equivocada luego de esquivar. Solo en un bosque con peligros inimaginables… Vaya suerte la suya.
Miró a través del cristal la enorme silueta que se veía en el horizonte, esa sombra lejana con forma de árbol. La isla le recordó la expedición que hizo hace tiempo en compañía de un muchacho que no volvió a ver jamás. «Me pregunto si también habrá aves gigantes… Quizás encuentre algún buen ingrediente», pensó mientras el barco se aproximaba a las costas del árbol-isla. A medida que el barco se acercaba a esta sus detalles se esclarecían ante los ojos de Prometeo, quien abandonó el castillo y salió a la cubierta para ver mejor. Quedó boquiabierto al mirar las enormes raíces que surgían desde el agua, el propio árbol era tan alto que parecía alcanzar las nubes, y sus ramas podían soportar perfectamente un Rey Marino.
—Ponte esto —le dijo Nick, arrojándole un abrigo pesado—. Y también te sugiero que lleves esto. —Le tiró un short de baño—. Necesitarás ambas cosas.
El revolucionario miró confundido las prendas al no encontrar relación entre ellas. ¿Hacía mucho frío por las noches y mucho calor por las tardes? Era lo único que se le ocurría, vaya.
—E-Está bien… Será otra de tus sorpresas, ¿verdad?
Nick asintió con una sonrisa y luego dijo:
—Ya verás, Prometeo, ya verás…
—Supongo que sí… Hemos llegado ya, ¿no? Reúne a los chicos para bajar.
Se abrazaba a sí mismo cuando el frío viento soplaba desde el océano. Jamás pensó que esa isla llegase a ser tan helada, casi tanto como el Reino de Russuam. Y todo era gigante. Del suelo nevado crecían matorrales congelados incluso más grandes que el revolucionario, las protuberancias que se veían en el suelo eran, en realidad, parte de las enormes raíces del árbol. Si no fuera por las flores fluorescentes que iluminaban el paisaje helado, ahora mismo se encontraría en plena oscuridad. La vegetación allá arriba era tan densa que impedía el paso de los rayos solares, así que podía imaginarse como una especie de cueva.
Caminaba en silencio, observando la naturaleza, cuando un escalofrío recorrió su espalda baja. Se volteó de inmediato y una sensación de agobio comenzó a apoderarse de su cuerpo. Era como si una voz le susurrase desde algún lado que estaba en peligro. Y no era la primera vez que la escuchaba. Estuvo a punto de advertirles a sus compañeros cuando una bestia blanca y gigante apareció. Tenía dos colmillos que sobresalían de sus fauces, una piel endurecida por el hielo que había asimilado y unos feroces ojos rojos que parecían devorar al grupo de revolucionarios. Era el jabalí más grande que alguna vez había visto, y temía que no solo su tamaño fuese distinto. ¿Lo sería su dieta?
La bestia cargó contra el equipo y el suelo tembló a sus pies, pero necesitaría mucho más para vencer a esos revolucionarios. Estos esquivaron sin ningún problema, cruzaron miradas y supieron lo que debían hacer: detener al jabalí para encontrar al teniente. Se había perdido, como siempre. Prometeo ya no estaba por ningún lado, había bastado un parpadeo para que tomase la ruta equivocada luego de esquivar. Solo en un bosque con peligros inimaginables… Vaya suerte la suya.
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