Un retraso, nuevas amistades y mucha oscuridad (Privado Alice- Naipe)

- ¿Cuánto llevas encima, guapa? Debe pesarte mucho tanto acero.

Tenía mirada cruel y felina, como si aun con sus hombres hundidos hasta la cabeza tuviese la sartén por el mango. Hundía sus ojos en los tuyos con cierto desdén, pero sobre todo calma, y por un segundo sentiste el pinchazo de tu propio cuchillo hasta envolverlos en sombras. No disimulaste tu sonrisa cuando el dolor llegó, claro, pero sí que te acercaste a él muy lentamente, apoyando tu mano sobre la suya.

- Repítelo ahora -susurraste a su oído. Tu pecho rozó su hombro por un instante y le lanzaste un beso antes de alejarte, sin soltarlo.

Fue divertido verlo ponerse nervioso repentinamente al no ser capaz de mover tus cuchillos. Más gracioso fue cómo miró con cierto miedo cuando la temperatura de su mano comenzó a descender lentamente. No iba a morir porque se le durmiese un poco la mano, ¿o sí? En cualquier caso, durante un momento -asumiste que para él tenso- las palabras sobraron y él tan solo se esmeró en pensar una cifra que te agradase. Por lo menos, hasta que Blackwood os interrumpió.

Te giraste hacia él con cierta irritación. No te gustaba que te interrumpiesen, mucho menos que sufriesen esa clase de ataques de ira junto a ti. Acababas de verlo asesinar a tres hombres a sangre fría con la misma herramienta que ahora estaba utilizando para agarrarlo del cuello. Fue entonces que cometiste el primer error.

Desenfundaste la pistola para apuntar al empresario, pero al instante esta acabó en manos del pirata. Habías soltado su antebrazo y volvía a gozar de su fuerza. Quisiste agarrarlo de nuevo, pero saliste volando contra la pared, estampándote con fuerza contra ella. Te habrías roto más que un par de huesos si no hubieses extendido la oscuridad hacia ella, fundiéndote así por un momento. Y observaste.

La Araña ponía caras, la mayoría de molestia y ahogo, mientras intentaba decir algo. Blackwood lo increpaba mientras leía el diario de la que al parecer había iniciado la vieja enemistad, hasta caer en la cuenta de que lo había elegido. Pero... ¿No se la había llevado la Araña? ¿No debería el pirata ser consciente de que ese cofre pertenecía a quién pertenecía? Y, más aún... ¿Cómo no había reconocido sus iniciales?

Intentaste moverte, pero tu chaqueta seguía anclada a la pared, y solo pudiste ver con cierta impotencia cómo una cuchara levitaba hasta hacer palanca en la pinza y abrirla lo justo para liberarse.

- Siempre has sido un paleto sin educación, ¿verdad? -espetó-. Te voy a recordar cómo es tener modales.

Alzó las manos y de pronto un centenar de esferas de hierro se levantaron en el aire. Cada una debía pesar al menos cien gramos, lo suficiente como para que al volar hiciesen una buena herida si iban lo bastante rápido. Muy pronto las bolas comenzaron a tomar posiciones en su espalda, formando una suerte de tentáculos.

- Menuda medida de penes -dijiste, sin disimular tu desprecio-. Empiezo a cansarme.

Entonces una de las esferas te rompió el pómulo.

Divino, ahora esto si que se ponía interesante y problemático. Tulliard se liberó de mi garra. Parecía que ahora íbamos a estar contra las cuerdas, pues ahora el pirata poseía cuatro tentáculos de metal que su extraña magia había logrado llevar a cabo. Eso era sucio, algo muy sucio.

Alice por su parte no puedo hacer un maniobra defensiva adecuada y acabó estampada contra una pared, cosa que en parte me tranquilizó ya que iba a dispararme como bien me había advertido. Joder con la niña, parece que hablaba en serio. Bueno ahora toca defender la bandera por mi mismo. Así que cerré el baúl y centré toda mi atención en Tulliard, el cual me ataco lanzando sus cuatro tentáculos contra mi, y fue entonces cuando mis cuatro garras se lanzaron contra dichos tentáculos agarrándolos y tratando de mantenerlos inmóviles, haciendo una exhibición de fuerza entre los dos por ver quien tiraba al contrario.

Era obvio que no iba a aguantar mucho, pues ese tío parecía controlar el metal, y estábamos en una mina, algo que nos hacía jugar en su "casa". Lo único que pude hacerle es responderle.

-Para recordármelo tendrías primero que dejar de ser un fétido animal- dije tratando de empujar con mis brazos sus tentáculos. Por unos segundos conseguí hacer un poco más de fuerza, y mis brazos mecánicos hicieron retroceder unos centímetros los tentáculos de Tulliard.

-¿De donde sacaste el cofre? No me trago la trola de antes.

-Estoy tan sorprendido como tu imbécil, quizás el problema no sea yo ¿Lo has podido pensar?- dijo haciendo fuerza e impulsándome de golpe contra la pared, clavándome en ella para caer contra el suelo. Si no fuera porque mis brazos se clavaran en la pared, amortiguando el golpe, me habría hecho mucho daño.

Acto seguido Tulliard con desdén miró a Alice y a Hammond.

-¿Tanta leche por este tipo, y tanta contención por este monstruo?- dijo en alusión a la muchacha.- Te estás descentrando Blackwood y no piensas con claridad, veamos si quitándote tus perturbaciones aclaro tu mento. Veamos tus prioridades- concluyó al ver que sus tentáculos tomaban la forma de afiladas lanzas, las cuales salieron disparadas dos contra Alice y dos contra Hammond.

Rápidamente traté de estirar dos de mis brazos mecánicos para tratar de interceptar las lanzas. En el caso de Hammond lo logré, clavándose dichas lanzas en mi brazo mecánico superior derecho, dejándolo inutilizado, mientras que le brazo que fue a socorrer a Alice no llegaba a tiempo para salvarla de aquellas dos lanzas.

-¡Alice!- grité, y no sabía muy bien ni el porqué.

La mejilla se empezó a hinchar, pero casi no la sentías. El dolor se concentraba por momentos y hacía que en tu rostro se formase una histriónica sonrisa de dientes ensangrentados. Por un instante ni siquiera fuiste capaz de razonar lo que acababa de ocurrir, de pensar que te habías dejado golpear con tanta facilidad. Te llevaste la mano a tu cara, recorriendo la trayectoria del corte ensangrentado que había dejado en tu cara.

De golpe, no escuchabas nada. Todo era un pitido oscuro, como el silbido de una ave lejana. Ver tu propia sangre no solía hacerte sentir mal, al menos no cuando no era demasiada, pero ese golpe podría bien haberte roto los dientes, o el pecho.

Apenas atendiste a la pelea entre los dos. No sabías por qué lo hacían, ni tampoco entendías nada. Aquello había dejado de ser divertido en el preciso instante en que te recordaron, de la forma más brutal, que eso no era un juego. Te pedí que me dejases salir, pero me dijiste que no sin utilizar palabras; querías hacerlo tú. Y, con la paciencia que no solías tener, fuiste dejando que uno a uno cada objeto metálico que llevabas encima fuese tragado por la oscuridad. Aun así permaneciste en ese lugar, expectante, con un único pensamiento en mente.

Seguías oyendo ese pitido, pero se iba aclarando por momentos. Del chillido a una voz difusa, un "ahora" lejano que te informaba de qué debías hacer en cada momento, de qué estaba sucediendo frente a tu visión casi borrosa: Una disputa entre esos dos, una herida en tu rostro, una punzada que pretendía llegar.

Fue entonces, en ese momento, que pusiste la mano por delante. No como habitualmente, pálida y cuidada, sino negra y humeante, absorbiendo cada una de las esferas a medida que bajabas hasta el suelo. Allí, caminaste. Pudiste sentir que volvía a por ti con más ataques, quizá más fuertes o tal vez menos, pero todo su metal salió persiguiendo una esfera de oscuridad que no tardó en aglutinarlas todas. Y frente a ti solo quedó la Araña, sin patas.

- Alouette, gentille alouette -canturreaste en voz baja, acercándote más y más-. Alouette, je te plumerai...

Seguiste cantando cuando le diste el primer puñetazo en la cara. Notaste cómo tus huesos crujían, quejándose de tu imprudencia, y los deshiciste en sombras. Continuaste la canción, sin embargo, a pesar de que el dolor crecía con cada golpe, tirándolo al suelo tras el séptimo o el octavo. A momentos intentaba defenderse, pero simplemente no parecía capaz de contrarrestar la masa de furia.

Poco a poco la canción dejó de sonar. El ritmo se perdió y solo quedaron los golpes, uno tras otro. Arrodillada sobre su cuerpo, cubierta de sombras humeantes en las manos, lo golpeaste hasta que dejó de respirar. Y entonces, le robaste todo su calor.

- No soy un monstruo -le susurraste mientras se apagaba-. Solo una pesadilla.

Te levantaste. Recogiste tu pistola y recuperaste tus armas. Miraste a los compinches de la Araña, que gritaban de horror con los ojos. Cortaste la cabeza del capitán y la guardaste en un saco. Apenas era reconocible tras la paliza, pero confiabas en que los tatuajes fuesen suficiente para dar buena cuenta de su recompensa.

- Tenéis cuarenta segundos para estar atados -dijiste finalmente, liberándolos-. El que no lo haga correrá la suerte del alouette.

Tanto Hammond como yo habíamos flipado en colores ante aquel ataque bestial por parte de la muchacha. Eso no era una niña, era un puto apocalipsis de cabellos rubios. Nunca en mi vida se me erizó tanto la piel. ¿Ante que cojones estaba? Si se ha cargado a Tulliard en un abrir y cerrar de ojos y sin apenas pestañear a base de puñetazo limpio. Estaba acojonado, lo admito, y pocas cosas me asustaban en esta vida.

Parecía que todo había acabado, o al menos eso alegaba la cabeza cercenada del pirata. Yo me había ensañado antes ,pero esto era otro nivel. Traté de moverme con cuidado por la zona sin quitar la vista de Alice, pues la miraba con respeto y a la vez algo de temor. Guardé la carta d Elisabeth en mi bolsillo del pantalón, para luego acercarme a la muchacha.

-Eso ha sido, francamente, increíble Alice- dije mirando al cadáver de Tulliard. Lamento haberla subestimado, y discúlpeme si mi comportamiento la ha molestado. Han sido momentos de tensión, y esta basura-dije señalandolo- es de los pocos que logra enojarme de verdad.

En ese momento Hammond, todavía conmocionado se acercó a nosotros mientras se había quedado mirando a la mesa donde había comido Tulliard.

-Señor Blackwood, señorita ¿Alice no?, no sé como pagarles esto, dioses, me han salvado la vida- dijo el minero abrazándome mientras miraba a Alice.

Entonces me di cuenta de una cosa, una estraña fruta había aparecido junto a las viandas de la comida de Tulliard. No me hubiera llamado la atención de no ser porque era la única fruta romboidal y gris de todo el plato, y más teniendo en cuenta que ese plato solo tenía manzanas y algo de brécol. Así que me quedé pensativo y le dije a Alice lo siguiente:

-¿Eso no estaba antes ahi verdad?- dije acercándome a la mesa mientras miraba con curiosidad la fruta antes de ser interrumpido por Hammond.

-Así que eso es una akuma no - dijo preocupado el minero- He visto solo dos en mi vida fuera de esta isla Doctor. Estoy seguro que eso, porque ha aparecido en el cuenco de comida de Tulliard en cuanto la cabeza de ese cabrón se separó de su cuello.

-Contexto por favor Hammond, no entiendo nada. ¿Usted está bien o solo delirando?.-le dije mientras revisaba la fruta.

-A ver como se lo explico- decía el hombre ante un aparente nerviosismo- Esos "poderes mágicos" que Tulliard tenía se los otorgan esas "Frutas", me atrevería a decir que son los mismos poderes que ha manifestado su compañera, que por cierto, mucho gusto señorita- dijo haciendo una reverencia ante Alice-.

-Espera, ¿me estás diciendo que yo podría tener esos "poderes" si me como esto? Podré hacer magia negra como Alice?-dije con cierta animosidad- ¿Podré curarme de mis males también?.

-No no no no Doctor- dijo el anciano- Por lo que aprendí en Sabaondy, los que matan a gente que ha comido previamente esas frutas pueden adquirir sus poderes si consumen la fruta que, inmediatamente, reaparece en un lugar aleatorio del mundo donde haya comida, y usted ha tenido la suerte de que le ha parecido justo en la mesa donde había comida previamente. Si usted toma esa cosa, tendrá los poderes de su anterior dueño, o sea, el cerdo de Tulliard. ¿Entiende?

Dioses si lo entendía, se me estaba abriendo un cielo ante mis ojos, y cuando me disponía a llevármela a la boca sin duda alguna Hammond me lo impidió- ¡Pero espere! Hay algo que debe saber. Si usted come esa fruta, se le dará unos dones pero se le quitará otros. Estas frutas impiden a sus usuarios poder nadar, y el agua salada inutiliza casi sus poderes.

No pude evitar reírme en alto- ¡Hammond por los dioses! ¿Me ves con pinta de nadar mucho?.

Me quedé mirando a la fruta por unos segundos. Se me estaba abriendo un mundo de posibilidades, un mundo donde ya no dependería tanto de mis brazos mecánicos así que antes de darle un bocado le dije a Alice.

-Ahora entiendo muchas cosas de usted señorita.

Dicho esto mire aquella grotesca fruta, la puse ante mi boca y dije para el aire:

-Cuarenta mil años de evolución y apenas nos hemos asomado a la inmensidad del potencial humano.

Le di el mordisco, y debo decir que aquella fruta era muy amarga, pero en comparación a la sangre que bebía día si y día también hasta se me hizo soportable en parte. Sin embargo una vez ingerida la fruta, no noté nada. Así que miré tanto a Hammond como Alice:

-¿Ya está? ¿Ya soy como usted Alice?.

A veces te pasabas, eras consciente. No eras una persona de emociones a flor de piel, pero había en ti ese lado salvaje, de fiera, que luchaba por salir. No solías dejarte llevar por él, claro, pero había una cosa que siempre te hacía estallar: El daño. Estabas hecha al dolor, era parte de tu vida, pero que te hiciesen daño, que te golpeasen con fuerza en una zona de riesgo... Desataba tu lado más oscuro. Seguramente si hubiese sido otra persona más peligrosa tu instinto habría sido huir, o tomártelo con más precaución, pero en ese caso simplemente habías hecho lo que debías para terminar con todo. Dominar, demostrar que estabas por encima del otro... También te daba un subidón, en parte.

- No os estoy viendo ataros -dijiste mientras te llevabas un pañuelo a la cara. Por suerte no estaba sangrando demasiado, y al tacto pudiste notar que la rotura del pómulo no era tan grave como habías creído. La fuerza con la que había impactado el golpe era casi un balazo, puede que incluso más, pero parecía que tu cuerpo había empezado por fin a fortalecerse un poco-. Os quedan treinta segundos.

Sacaste un espejito de la chaqueta. Te miraste cuidadosamente y examinaste la herida como podías. No eras médico, pero tenías la sospecha de que una vez cicatrizado, si lograbas esquivar durante un par de semanas la luz del sol, no quedaría marca. Si no ya preguntarías a Surya cómo ayudar a que curase mejor.

Mientras los cinco terminaban de atarse entre ellos -cayendo en cuenta de que uno no podría atarse- apareció Blackwood. Ayudaste al temeroso pirata que había arriesgado su vida para salvar a los demás.

- Era -contestaste-. Ya no es. -Miraste a la cara al pirata, curiosa-. Tú, por casualidad no estarás libre de recompensa, ¿verdad? Me vendría bien un... -Negó con la cabeza-. Bueno, había que preguntar. Mala suerte.

Apenas estabas prestando atención a lo que sucedía a tu espalda -lógico, por otro lado, teniendo en cuenta que tenías a cinco piratas delante-, pero llegó a ti el fugaz comentario de... ¿Hammond? Así se llamaba, al menos. La fruta del diablo se había materializado en la manzana que tenía ese idiota reservada para el postre, claro.

Sin saber si debías evitar que comiese o no observaste cómo arrancaba con los dientes el primer pedazo de la pulpa, tragándolo en el acto. No entendías por qué tanta prisa -yo, en verdad, sí- por consumir eso, pero cuando se acercó a ti de nuevo no contuviste una carcajada.

- Moreno, alto, pálido... Sí, definitivamente gemelos -bromeaste-. Si quiere puedo dejarle una falda y así nadie nos distinguiría. -Te quedaste un rato en silencio, observándolo. A pesar de su enfermedad era bastante apuesto, y verlo con esa expresión de incomprensión resultaba casi adorable-. Creo que nuestros poderes son algo diferentes, de todos modos. -Tampoco entendías por qué quería comer con tanto ímpetu esa fruta si no iba a salir de ahí, pero eso te lo callaste-. Ahora, debe entender una cosa: La fruta que ha tomado sospecho que da poderes magnéticos. Usted, que la ha comido, debería saberlo ya o en unos minutos. Siempre pasa. -¡Así era como te habías dado cuenta!-. Va a tener que estudiar si desea que le sirva de algo más allá de mover objetos pesados.

Tenías atados a los cinco y la cabeza de la Araña. No se resistieron a ir delante, pero tampoco querían estar muy cerca de ti y comenzaron a avanzar antes de que pudieras asumirlo.

- En fin... Supongo que es hora de salir. ¿Usted no quiere aprovechar para preguntarles cómo han hecho esto en su mina sin que nadie se enterase?

Vaya, así que la muchacha era nada más y anda menos que una cazarrecompensas. Dioses, ya aceptan cualquier margen de edad para hacer estas cosas. Aunque visto el potencial de Alice, bien podría dejar en paro a los cuatro mares cardinales si así se lo propusiera.

Lanzó un chascarrillo que provocó que sonriera levemente. Me caía bien, y a pesar de su extravagante poder, me encontraba ya algo más seguro.

-Si, creo que efectivamente lo mío es magnético- dije mientras le señalaba a Alice con los ojos a mi izquierda, pudiendo ver como los tenedores, cuchillos y otros pequeños enseres de la zona estaban levitando levemente de sus posiciones originales- Aunque todavía debo saber como funciona correctamente, pues ahora estoy sintiendo muchas cosas y viendo otras tantas que podría hacer, pero ahora mi prioridad es controlar esto, y luego...- saqué la carta del bolsillo- ...comenzar a hacer diversas preguntas fuera de esta isla.

Suspiré profundamente antes de volver a responder a la muchacha.

-El estudio no será un problema desde mi biblioteca, que por cierto, si algún día la vuelvo a ver sepa que está más que invitada a cenar a la mansión. Tengo un vino estupendo.-concluí sin hacer mención a su faceta de cazarrecompensas.

Finalmente nos dispusimos a salir de la mina, y Alice me comunico si no quería saber más sobre mis "inquilinos no deseados" y el porqué acabaron allí.

-Si le so...-dije antes de notar malestar y tener que girarme rápidamente debido a otra náusea. No, esa fruta mágica no me había aliviado mis males...lástima. Traté de recomponerme antes de responder- Perdonen, como decía si le soy sincero algo de curiosidad si que tengo, así que si esos hombres son tan amables me encartaría que empezaran a cacaerear -dije mirándoles mientras me acercaba a ellos limpiándome la boca con mi pañuelo de seda.

-Pero si no están por la labor creo que usted Alice se llevará más recompensa- dije haciendo un gesto con el dedo índice sobre mi cuello, como diciéndoles que les iban a decapitar. Tras eso volví a Hammond.

-Creo que va a haber que hacer limpieza intensiva señor Hammond ¿Cree que la mina podría estar abierta emm,no sé, tres semanas?-dije mirando las paredes y obviando la sangre que había por todos lados.

Como era obvio Hammond se quedó con una cara de asombro y luego miró a Alice como diciéndole: "Acaba de haber una escabechina aquí y parece no importarle", pero finalmente habló:

-Le pasaré el presupuesto en unos días Sr. Blacwood, pero si, imagino que si.

-Se lo agradezco- dije antes de recordarle un punto- Usted no ha visto nada ni escuchado nada ¿deacuerdo?- dije con tono tranquilo- Y me alegra informarle de que en cuanto acabe esta obra, le jubilaré y le daré una generosa suma para su retiro a una isla con mejor clima, más un plus por las "molestias mineras".

Dicho esto el minero no dijo nada, pero por su cara parecía aceptar sin problema alguno mi oferta. Dicho esto me dirigí a Alice.

-Le agradezco mucho toda la ayuda prestada Alice-dije obviando ya lo de Srta- Cabe decir que no me hubiera metido en este lugar si no fuera por usted. Rebosa convencimiento y poder, y francamente nunca lo esperaría de alguien tan joven. Como ha podido ver aquí me conocen como Sr O Doctor Balckwood, pero usted me puede llamar Naipe- dije ofreciéndole la mano.

Naipe era un hombre singular. Tal vez no en el buen sentido, pero era singular. Podías ver en él arrogancia y desprecio por la vida, también el profundo rencor que lo consumía y ahora estabas segura de que había nacido en él una nueva obsesión. La carta que se había encontrado y la falta de respuestas allí abajo eran lo único que hacía falta para que esa atormentada mente se derrumbase como un castillo de naipes... Lo que hacía aún más curioso el nombre que te había dado. Seguramente falso, claro, pero sin duda en cierto modo verdadero. Al fin y al cabo, Miles también era un nombre inventado, y eso no lo hacía menos real.

- Haga el favor de no amenazarlos. No he visto sus carteles, y si no ponen "vivo o muerto" su asesinato sigue siendo delito -le reprendiste-. Pero ese trabajo de ingeniería no se hace en un par de meses. ¿No, muchachos?

- Sí cuando sabes a quién acudir -contestó uno de ellos-. El capitán se llevaba muy bien con alguna gente, verdaderas arañas. No de cueva como él, sino de red.

Tragaste saliva. Por un momento temiste haber podido enfadar a algún señor del crimen con negocios en esa zona, pero tampoco era muy difícil imaginar que estos solían ser conscientes del riesgo que suponía alguien tan incontrolable. Ni siquiera en medio de su escondrijo para pasar desapercibido había sido capaz de dejar sus impulsos criminales a un lado; era una bomba de relojería, y muy probablemente quien lo tuviese en su mano sabía que era profundamente prescindible.

Caminaste en silencio mientras Blackwood hablaba con su trabajador. Te parecía un tanto extraño el modus operandi del excéntrico terrateniente, jubilando a un hombre que acababa de salvar por su utilidad para que no contase nada acerca de qué había sucedido ahí dentro. Volviste a suspirar profundamente, y dijiste:

- Aunque lo contase nadie le creería. -Tu tono era cansado-. Apenas hay unos pocos cientos de frutas del diablo, y casi todas concentradas en la segunda mitad del Grand Line. -Te diste la vuelta un momento, mirando a Hammond-. A los hombres leales se les recompensa con ascensos, no con jubilaciones. -Entonces, solo entonces, miraste hacia el empresario-. No debería meterme en sus negocios, pero ha arriesgado su vida por él. Tal vez debería plantearse la importancia de rentabilizar su inversión, señor Blackwood, o acabará como su amigo.

Alzaste la bolsa. En realidad estabas segura de que alguien con hábitos tan salvajes y un temperamento tan violento muy probablemente acabaría en los carteles muy rápidamente, pero preferiste callarte por el momento. Si había asesinado a tres hombres porque sí, ¿qué no haría por obsesión? Te asustaba solo de pensarlo.

Por lo menos cuando llegasteis de nuevo a la bifurcación comprobaste que si en algún momento había esperado ahí alguien se había largado hacía tiempo, y por fin salisteis al exterior. Miraste el cielo amarillento de esa isla, luego a Blackwod... Y preguntaste:

- Señor Blackwood... ¿Tiene usted nombre?

Me quedé mirando a Alice mientras me reprochaba mi decisión con Hammond. Así que simplemente suspiré y mientras miraba al suelo dije:

-Hammond por favor dígale porque le jubilo en vez de ascenderle.

-Silicosis, señorita- Dijo el hombre con tono calmado, dando a entender que ya estaba más que mentalizado- Dudo que me queden muchos años más como para disfrutar de un ascenso, y si le soy sincero, prefiero la jubilación anticipada del Sr Blackwood, así al menos disfrutare lo que me queda de vida.

-Sin embargo yo no podía prescindir de él hasta que esta obra concluyera, es de los mejores mineros, y de los de mayor trayectoria en la isla, cualquier cosa que necesites construir bajo tierra, el tiene los conocimientos necesarios.-dije mientras me llevaba las manos a los bolsillos.- Así que me inversión será rentable en tres semanas, pues yo tendré esto en funcionamiento, Hammond tendrá su retiro y todos felices. Aunque admito que había pensado que todo se había desmoronado por culpa de Tulliard y sus idiotas.

Así que nada, los tres salimos de la mina más rápido de lo que habíamos tardado, cosa lógica ahora que no había problemas en el interior. Cuando vislumbré el sol no pude evitar quedar ciego por unos segundos debido al reflejo solar, sin embargo tras colocar mi brazo a modo de protección frente la cara esto se solucionó.

Hammond por su parte se despidió de nosotros dos, pues el hombre volvía a su casa.

-Ya me pasaré mañana por su casa Hammond- le dije mientras él asentía recogiendo su sombrero del suelo de la entrada de la mina.

-Sr Blackwood, Srta Alice-dijo con una leve reverencia con su sombrero antes de coger el camino hacia la ciudad.

Entonces Alice me preguntó por mi nombre, una pregunta que incluso a mi me era difícil de responder.

-Debo tener uno, pero ya ni lo recuerdo- dije obviamente mintiendo- Pero como le dije, puede llamarme Naipe, Srta Alice. -Dije antes de sacar el reloj de mi bolsillo- Se hace tarde, y hay cosas que hacer, y estoy seguro de que usted quiere cobrar su parte. Yo por mi parte quiero compensarla, y cuando vuelva por esta isla, está más que invitada a una cena en la mansión, es lo menos que puedo hacer por su ayuda ahí dentro. ¿Qué le parece?

- Tiene a su perro muy bien amaestrado -contestaste sin reprimirte-. Si cree que me entrometo dígamelo, pero no me haga quedar de estúpida. -Una mirada de arriba abajo al señor Hammond mientras caminaba bastó para recordar los tres síntomas básicos de la silicosis-. Está gordo como un tonel, no ha tosido ni una sola vez y parece que ha aguantado el camino sin ningún problema. Y no ha sido precisamente corto. No se equivoque, me alegro de que el señor Hammond esté sano, pero si está enfermo anda aún muy lejos de complicaciones graves -dijiste, como si realmente tuvieses algo más que unas simples nociones al respecto.

Tal vez normalmente no habrías reaccionado así frente a eso. Tal vez ni siquiera era eso algo que te molestase, pero un hombre que escondía su nombre había renunciado a su alma. Tú te habías presentado ante él con una honestidad que no merecía, exponiendo tu apellido y arriesgándote a que los hombres que Lewis enviaba se lanzasen al mar a por ti -aunque cada día que pasaba esa posibilidad estaba más lejos- y obtenías a cambio un apodo. Claro que resultaba violento, más cuando ya conocías su apellido y probablemente pudieses encontrar sin dificultades su casa. ¡Te estaba invitando a su casa! Estaba dispuesto a dejarte entrar a su espacio más privado, pero eso solo ocultaba una terrible verdad: No estaba abriendo las puertas de nada íntimo.

Y quien no guardaba intimidad en su hogar no era alguien de quien pudieras fiarte.

Decidiste no responder de inmediato, meditando con cautela las palabras que debías decirle: Sabías que no tenía escrúpulos, también que su humanidad se desvanecía por momentos y, sobre todo, que tras su impulso de devorar la fruta del diablo sin comprender aún de qué se trataba, era extremadamente peligroso. Para ti, inclusive.

- Blackwood estará bien -dijiste, encogiéndote de hombros-. Y no se preocupe, no creo que volvamos a encontrarnos. No aquí, al menos. El mar es muy grande y está lleno de lugares más agradables que este. Pero estoy segura de que volveremos a encontrarnos, no se preocupe.

Le diste la espalda y abandonaste la explotación Blackwood. El polvo que levantaba la maquinaria casi te nublaba la visión, pero sabías por dónde habías venido. También dónde esperaba el barco. Era momento de celebrar un poco tu caza más lucrativa hasta el momento.

Y de curarte el pómulo.