Yipikayey [Alice y Hatsume] [Privado]

Tras salir de Wano y registrarse en un cuartel de la Marina oficialmente como cazadora de recompensas, Hatsume había cruzado el túnel de la Red Line y tomado el Umi Reesha sin un destino claro. Sabía que el Nuevo Mundo no era un buen lugar para comenzar sus andanzas por las recomendaciones tanto de su padre como de su madre, pero tampoco tenía muy claro qué sitio lo era. Ni siquiera sabía mucho del mundo, aunque tampoco le importaba. Ya aprendería sobre la marcha. Tras preguntar a unos simpáticos pasajeros del tren que llevaban mucho maquillaje y le invitaron a visitar una isla de lo que definieron como "gente como ella", se enteró de que había una isla llamada Cactus Island que solía ser punto de reunión de cazadores. Sin dudarlo más, compró en la siguiente parada un billete para ese lugar y tomó otro tren.

Cactus Island era un lugar curioso. Tenía unos montes extrañamente esféricos con lo que parecía grandes chichones. Su puerto era Whiskey Peak, una ciudad bulliciosa. Mientras el guerrero caminaba por sus calles con su petate a un hombro y el arco encordado cruzado al torso, no dejaba de mirar a un lado y a otro maravillándose con las novedades. Todo lo que veía era nuevo para él: la forma de vestir de la gente, los carteles de las tiendas, las formas de los edificios... Wano ya había sido un choque en comparación con Amazon Lily, pero desde que había salido al mundo, cada nueva isla tenía cosas extrañas que no había visto nunca. Viajar era tan divertido y excitante que no entendía cómo sus padres podían haber parado de hacerlo.

Encontró un edificio del que entraba y salía bastante gente. Era de piedra blanca, de dos plantas y tenía un cartel en el que ponía "saloon". Entró con curiosidad. El interior era una estancia llena de mesas con gente, la mayoría hombres, bebiendo. ¿Era un sitio donde la gente se reunía a beber en grupo? ¿Por qué? Entendía reunirse a comer, en Amazon Lily solían hacerlo a menudo. ¿Era alguna clase de rito social que no comprendía? Al fondo había una especie de murito de madera donde había gente sirviendo bebidas. Se acercó.

- Hola, soy cazador de recompensas y busco un sitio donde empezar a trabajar - dijo alegremente a un hombre gordo.

- Pues vale. ¿Vas a tomar algo?

- No sé, ¿qué soléis tomar aquí?

- Whisky.

Sonaba a hechizo o algo así, no tenía ni idea de lo que era. Pero la mejor manera de descubrirlo sería probando.

- Pues dame un vaso.

El destino era caprichoso. Tras abandonar English Garden habías vuelto a las andadas y la fortuna, en mayor o menor medida, te sonreía. Habías reunido de nuevo a la tripulación -a excepción de Surya, que había vuelto a su tierra más allá de las nubes- y poco a poco montoncitos de oro se iban acumulando en uno de tus arcones. Ni siquiera pagando la parte de los chicos y el mantenimiento del barco parecía que el lucrativo negocio de exponer tu vida a peligros innecesarios para capturar a maleantes fuese una mala idea. Al menos hasta que te enfrentaste a un pez que no podías pescar.

Eugene Alyson, un pirata de aparente poca monta y una recompensa más que exuberante había resultado capaz no solo de evitar los envites de tu espada, sino de esquivar tus golpes y romperte varios huesos de la mano derecha durante el enfrentamiento. Al final había escapado y tu orgullo estaba herido, pero hubo algo peor que descubrir tu ego lastimado: Recordar que el médico de a bordo, Surya, ya no estaba. Por un momento te sentiste abandonada, pero según te entablillabas los dedos simplemente te sentiste sola. Podías confiar, al menos en cierta medida, en los haraganes que tenías por compañeros, pero eran inútiles en casi cualquier cosa que no fuese llevar el barco o regatear en Little Paradise. Quizá por eso, en un gesto que tú misma juzgabas duramente como egoísta, habías encaminado la nave hasta la isla cactus, un lugar que según tenías entendido los cazadores usaban como zona de descanso y lugar seguro -o algo así había dicho Bill-.

Habías dado permiso a todos para desembarcar y, como siempre, todos se te adelantaron. Salvo el viejo, claro. Ciego y sordo, aparentemente al margen del mundo que lo rodeaba, se sentaba cuando nadie más quedaba en cubierta y tomaba el sol con una sonrisa entrañable. Tú, por tu parte, bajaste a tierra tras asegurarte de que no necesitaba nada. Nunca decía nada, tan solo dejaba notas garabateadas con una letra apilada que apenas lograbas entender cuando, de alguna manera, se daba cuenta de que se le estaba agotando algún ingrediente importante, pero aun así tú insistías siempre. De alguna forma confiabas en que escuchaba tu voz.

Ese día habías preferido vestirte de manera más discreta que otras veces, con una falda negra de tablas y un jersey holgado blanco, apenas con un cinturón de tachuelas plateadas y un par de pulseras para buscar esa imagen -que no lograbas- de chica dura. Aunque fruncías muy bien el ceño, para qué negarlo.

Avanzaste sin hablar con nadie, tan solo observando, y seguiste el procedimiento que veías ejecutar a todos los que parecían buscar algo de alguien: Entrar en una taberna, hablar con el dueño y sacarle toda la información que pudieras a cambio de una jugosa propina. La hostelería en ese lugar debía ser un negocio impresionante.

- ¿Y se gana mucho? -preguntaste, de hecho, tras pedir un whisky solo malta-. Tengo entendido que sacas buenas propinas.

No era la forma ideal de ganar confianza de un desconocido, pero él simplemente sonrió con condescendencia.

- Lo justo -dijo, encogiéndose de hombros-. Lo que valen mis copas y la información más fresca de Grand Line.

Sonreíste. Te gustaba aquel tipo.

El líquido ambarino cayó sobre el vaso, despertando con su olor y color el interés de Hatsume. Cuando el camarero paró de llenar, apenas había echado dos dedos - ¿Sólo eso? - preguntó extrañada - ¿Qué pasa? ¿Quieres volver a cuatro patas a casa? - le respondió. Hatsume se encogió de hombros, sin entender por qué decía eso. Se llevó el líquido a los labios, bebió y en seguida escupió parte del contenido entre toses. Era como meterse fuego en la boca. Un buen número de personas de la taberna rompieron en risas. El joven cazador sacó un pañuelo y se limpió la boca - ¿Es que nunca has bebido? - el camarero habló en un tono condescendiente, entre risas - Esta guarrada no, desde luego - replicó enfadado - ¿Puedes darme algo que pueda beberse? Agua, si no tienes nada que no sea raro.

Aguantó la lluvia de risas comiéndose la vergüenza y la frustración. Se le subieron los colores y tuvo que apretar los puños y mantener la compostura. Estaba acostumbrada a ser quien le tomase el pelo al resto, no al revés. Aceptó a regañadientes su vaso de agua cuando el camarero se lo tendió con una sonrisa. Entonces se giró y se puso a beber mientras echaba un vistazo a la sala. Había gente muy variopinta, o eso se lo parecía desde su perspectiva de extranjera. Casi toda la ropa que llevaban le resultaba extraña y ajena, aunque algunos conjuntos se parecían a los de personas que había visto en el tren. Le llamó la atención una chica rubia que se había acercado a la barra. Era guapa, aunque tenía mal gusto. Había pedido esa bebida horrenda que, ahora que lo pensaba, tenía un regusto parecido a lo que tomaba su padre... ¿sake se llamaba? La chica estaba hablando con otro de los hombres que servían las bebidas, quien dijo que allí además de copas daban información.

- Entonces, ¿sabes dónde debería empezar una cazarrecompensas a trabajar? - acercó su silla y se sentó de nuevo, mirando al camarero - Acabo de llegar y la verdad es que me vendría bien que den una idea de cómo funcionan las cosas por aquí. Lo siento por interrumpir - le dijo a la chica con una sonrisa - Al escuchar que además de bebidas tiene información no he podido evitarlo.

Aún tenía algo de ese molesto sabor en la boca. Bebió un poco más para intentar sacárselo del todo - No entiendo cómo podéis beber esa cosa. Es como meterse fuego por la garganta. ¿A vosotros os sabe bien?

Un... Una... Uhm... Una persona se acercó mientras charlabas con el tabernero. Tenía el cabello negro y un aura de inocencia en la mirada. Se dedicaba a la caza, cómo no, como todas las personas que había en el lugar. Hasta la taberna estaba decorada con los wanteds enmarcados de criminales de hacía una eternidad, probablemente atrapados por el dueño. Además, todo el mundo sabía que los taberneros eran viejos aventureros retirados, quizá machacados por los años pero recios como pocos y, más importante aún: supervivientes. En ese mundo peligroso probablemente se tratara de su mayor mérito.

- Claro que sí, chiquilla -dijo el hombre-. En el mar. Es donde suelen estar los piratas, aunque si lo que buscas es elegir a tu presa... -Una sonrisa llena de picaresca asomó a su rostro surcado de arrugas y alguna que otra cicatriz bastante bien curada-. Solo hace falta sacar EL LIBRO.

EL LIBRO era como alguna gente llamaba cariñosamente al gigantesco boletín que el Gobierno Mundial enviaba a determinadas personas, lo bastante poderosas u osadas como para querer elegir a su presa de entre cualquier criminal del mundo, independientemente de su recompensa. En él estaban los carteles, resúmenes de actividad delictiva y algunos datos genéricos que el Gobierno Mundial estaba dispuesto a compartir. Para acceder a él la Marina y el Gobierno exigía una serie de requisitos más relacionados con la utilidad que con el poder, pero estabas segura de que no cualquier tabernero tendría en sus manos uno de esos.

- Nunca había visto uno en persona -reconociste, a lo que correspondió con otra sonrisa, esta llena de orgullo.

- La mayoría de cazarrecompensas se quedan en esta parte -explicó, antes de abrirlo, señalando un marcador que no abarcaría más de una décima parte del libro-. Son criminaluchos de poca monta, lo bastante lucrativos como para vivir más o menos bien sin tomar demasiados riesgos. Aunque tú... -Te señaló con el dedo. Notaba que te estabas aburriendo-. Tú ya eres de ese diez por ciento, ¿verdad? No sonrías como una boba, jovencita, aún estás muy lejos de que abra para ti el libro por la mitad. Es donde están los delincuentes de más de veinte millones.

Bufaste.

- Depende mucho de tu habilidad, claro, y de qué se te dé bien. Normalmente para cazar se escoge una presa propicia, alguien a quien tus destrezas sobrepasen. ¿Qué se te da bien, muchacha?

Mientras tanto tú atendiste a su pregunta acerca de la bebida. ¿Nunca había probado el alcohol antes? Te quedaste mirándola por un instante, antes de responder:

- Se trata de un gusto adquirido. Al principio cuesta hacerse, pero con el tiempo la sensación de ardor va desapareciendo y solo queda su sabor. -Te detuviste un momento y, tras cruzar miradas con el tabernero, le preguntaste algo que creías os interesaba a los dos-: Oye, ¿de dónde es esa ropa? No lo había visto en mi vida.

Observó con curiosidad el enorme volumen que el hombre había sacado. Estaba segura de que si intentaba usarlo de arma contundente, sería capaz de noquear a alguien con él. La verdad es que no tenía claro qué había en ese libro o para qué servía. Esa ominosa manera de llamarlo no le decía nada, si es que se suponía que debía hacerlo. Entonces el dueño lo abrió y comprendió que era: era un registro de criminales, con datos sobre los crímenes que habían cometido e información útil. Necesitaba echarle una mano a algo como aquello. Seguramente se quedaría desactualizado pronto, pues al fin y al cabo todos los años nuevos nombres se sumaban o desaparecían de la lista, pero debía ser igualmente una herramienta terriblemente útil. ¿Habría algún criminal por aquella zona?

- Se me da bien pelear tanto con mi arco como con mi katana. Aprendí a tirar con arco antes que a leer. ¿En esta isla hay algún objetivo?

- Cuando un criminal con recompensa por su cabeza asoma sus narices por esta isla, no pasan cinco minutos antes de que algún cazador se pegue a su culo. Este es buen lugar para conseguir información, compañeros y suministros. Para cazar, no tanto.

Pues vaya, había hecho todo el viaje cruzando Paraíso para que ese no fuese un buen lugar para comenzar. Sin embargo, ya que estaba podía aprovechar el viaje para escoger una presa e ir a por ella. Se le empezaban a agotar los ahorros que le había dado su padre, iba a necesitar cazar algo pronto. Se giró hacia la chica cuando le contestó a lo de la bebida, y se fijó más en ella. El tabernero había insinuado que era una cazadora de recompensas también. Sin embargo parecía tan pequeñita y frágil que se le hacía difícil imaginársela combatiendo. Conocía a muchas guerreras amazonas bajitas o delgadas, pero todas tenían un cuerpo más fuerte y musculoso. En cambio, aquella chica parecía que fuese a quebrarse si la tocaban fuerte.

- Estas son ropas de Wano, la tierra de mi padre. Son raras, ¿verdad? Yo estaba acostumbrada a vestir como mi madre, como las guerreras amazonas, pero cuando fui a vivir a Wano mi padre insistió en que me vistiese como la gente de allí - se encogió de hombros - La gente de Wano es extraña. Se creen que hombres y mujeres tienen que llevar vidas diferentes y que los hombres deben ser los guerreros. Ah, por cierto, mi nombre es Hatsume - le tendió la mano amistosamente - ¿Realmente eres cazadora?

Atendiste a la conversación entre la muchacha y el tabernero. Ella era extremadamente inocente, pero el hombre parecía contento de poder dar explicaciones casi obvias, como si se recrease en ellas con cada palabra. Al fin y al cabo los taberneros eran normalmente gente sociable que gustaba de largas conversaciones con una buena bebida, sobre todo los que decidían ganarse un sobresueldo como mercaderes de información. No te parecía mal, de hecho te resultaba entrañable ver aquella escena, pero sobre todo la mirada de desconcierto de aquella persona que no parecía saber nada del mundo.

Sin embargo lo más interesante llegó cuando contestó a tu pregunta y explicó que el origen de su ropa estaba en Wano, una isla de la que alguna vez habías escuchado muy lejanamente pero de la cual solo tenías claro que estaba más allá de la Red Line, en la segunda mitad del Grand Line. Habías leído sobre que el estilo katana de los sables provenía también de esa isla, pero no tenías claro el cómo ni el porqué. Aunque lo que te llamó la atención no fue que proviniese de una isla extraña, sino que los roles de género le resultasen extraños. Tú sabías que existían y, aunque los ignorabas, que a alguien le resultasen ajenos...

- ¿Amazonas? -Nunca habías oído hablar de una tribu de solo mujeres; no al menos fuera de los mitos-. ¿Existen las amazonas? ¿Y cómo...? No importa.

Afortunadamente te diste cuenta a tiempo de que muy probablemente se reproducían como cualquier otro ser humano, aunque tenías ganas de saber si tenían a los hombres como ganado o los mandaban a otra isla nada más nacer. ¿Sería así como nacían los travestis en la isla de Momoiro? Te sonaba un poco retorcido, pero una científica jamás descartaba una hipótesis, por estúpida que fuese, sin una constatación empírica. Y aunque Hatsume podía ser considerada la prueba empírica se trataba en femenino a pesar de que ella misma había dicho que en Wano los hombres eran guerreros. Necesitabas, pues, más datos para contrastar.

- Sí, soy cazadora -dijiste, con cierto desdén. De verdad, ¿tu ropa de chica dura y aun así no notaban que eras cazadora?-. ¿Acaso no lo parezco?

El tabernero negó inmediatamente con la cabeza, riéndose cuando le pusiste morritos.

- Por suerte para el oficio no es fácil distinguir a un cazarrecompensas de un civil. -Su tono calmado y cortés casi relajó tu ceño fruncido, pero aun así tu expresión de indignada se mantuvo un poco más-. La mayor parte del trabajo de un cazarrecompensas se basa en sentarse en tabernas, pedir alcohol barato y fingir que se bebe mientras se atiende a los cuchicheos del lugar. Vosotros los jóvenes creéis que es tan fácil encontrar un criminal como llegar a una isla y señalarlo con el dedo, como si fuese a aparecer mágicamente ante vuestros ojos porque sí... Niña, no me señales. -Te apartó el dedo con su propio índice-. Como os decía, vestirse con sombrero de diez galones y un poncho para que te reconozcan allá donde vayas no es la mejor idea. Un cazador de éxito, igual que un delincuente, se reconoce únicamente por las canas.

Asentiste lentamente a las palabras del hombre. Tenían sentido, teniendo en cuenta que ya bastante peligroso era el mundo para aun encima pintarse una diana en la espalda. De hecho, Cactus Island parecía en muchos aspectos una isla totalmente normal en la que un pirata podría cometer el fatal error de emborracharse hasta las trancas y acabar en prisión o algo peor. Sin embargo, sentías mucha curiosidad acerca de Hatsume.

- Soy cazadora -repetiste-. Y de las buenas. Pero dime, ¿es cierto que las amazonas se cortan un...? No, no importa. ¿Cómo viste una amazona? ¿Cómo se conocieron tus padres? ¿Eres un chic...? No, espera, esa no. Ha sido muy desconsiderado -te disculpaste-. ¿Tú también eres cazarrecompensas?

- No, no lo pareces - dijo a la vez que el tabernero negaba. Entonces este último empezó con una explicación de lo más interesante. Así que pasar desapercibido era importante para un cazador... sin embargo, ¿qué diferenciaba a un cazador de un civil? ¿Qué clase de ropas debía evitar? ¿Las suyas estaban bien o debía buscar a una sastre hábil? ¿Y qué clase de extraña costumbre era esa de sentarse en sitios a beber y hablar? No la entendía. El mundo fuera de Amazon Lily era muy raro. Al parecer la clave era no llevar un... ¿poncho? ni un... sombrero de diez algo. No sabía qué eran esas cosas, pero tomaba nota. Llevar sombreros era mala idea. Retiró la mano al ver que la chica no la aceptaba. Igual no era la manera correcta de saludarse en aquel sitio, aunque le sorprendió que ni siquiera se presentase. ¿Tan diferentes eran sus culturas? Entonces se dio cuenta de que la cazadora estaba vomitándole preguntas como si fuese una ametralladora.

- Ahm... no sé si la mutilación ritual es cosa de vuestra cultura, pero nosotras no hacemos esas barbaridades. Salvo que te refieras a cortarte el pelo o las uñas, claro, somos gente aseada. Normalmente nos vestimos con ropa de cuero de reptil, en dos piezas. Llevamos ropa bastante más ligera que en otras partes del mundo, aunque claro, en Amazon Lily hace bastante más calor y la selva nos protege del sol, así que no hace falta ir totalmente envueltas en telas como si estuviésemos en plena estación del frío de Wano - estaba segura de que la "estación del frío" tenía otro nombre, pero no lograba recordarlo - Mis padres se conocieron cuando ambos viajaban como cazadores de recompensas. Mi abuelo paterno era cazador, y mi padre siguió su ejemplo. Con respecto a qué soy, no tengo problema a contestarlo. No hay una palabra correcta, o al menos no la he oído. Simplemente no soy ni hombre ni mujer - se encogió de hombros - Pensaba que era una mujer hasta que las amazonas se dieron cuenta de que mi cuerpo era el de un hombre. Pero al salir de Amazon Lily me di cuenta de que aunque mi cuerpo era de hombre, me parecía físicamente mucho a una mujer. Y no he encontrado nada en que me parezca por carácter a esas extrañas criaturas llamadas hombres. Sin ánimo de ofender - le dijo al tabernero - Y sí, soy cazador. O al menos tengo el carnet. Ahora me falta empezar a cazar.

Le había hecho muchas preguntas de golpe. Podía entenderla, él también había sentido mucha curiosidad y confusión la primera vez que salió de Amazon Lily. Para ella debía ser parecido al encontrarse con una persona de una cultura que no sabía que existía. O al menos de la que parecía haber oído bastante poco y cosas muy poco acertadas. Pero ya que se había tomado la libertad de preguntar tantas cosas, él no iba a ser menos. A su alrededor se había formado un pequeño corro de curiosos, incluido el tabernero, que parecían muy interesados en ellas. Tosió y continuó, intentando ignorarlos.

- ¿Cómo te llamas? ¿Cómo puedes llevar ropa tan incómoda a una pelea? ¿Por qué vestís diferente hombres y mujeres? ¿Con qué te cuidas el pelo para que te quede tan bonito? Y, finalmente, ¿de dónde sale esta extraña costumbre de reunirse en un sitio cerrado a beber? ¿Es alguna clase de rito social? ¿Por qué no hacerlo al aire libre? ¿Por qué bebidas calientes que te ponen nervioso o frías que arden en la garganta y embotan los sentidos? ¿Por qué no agua?

Al parecer no necesitó que completaras la pregunta para deducir de qué estabas hablando. En tu cabeza no se trataba de algo ritual, sino más bien práctico, pero en realidad te alegrabas de que no fuesen mutilándose fuese por el motivo que fuese. Hatsume fue respondiendo a tus preguntas una a una, añadiendo incluso información que no habías solicitado pero que sin duda agradecías, a pesar de ver bastante obvio que guardasen cierta higiene y un tanto casquivano eso de que fuesen ligeras de ropa por la isla adelante. El calor y la sombra no eran, bajo ningún concepto, motivo válido para vestir de cualquier forma. La virtud y, sobre todo, la decencia, eran valores a preservar por encima de todo.

- Bueno, en realidad hay una cosa... -comentaste-. Anatómica, como una salchicha que...

La risa del tabernero te interrumpió cuando empezaste a hacer gestos con las manos, dibujando un pene en el aire. La verdad es que seguramente desde fuera se tratase de una escena graciosa, pero no pudiste evitar dirigir una mirada de reproche al hombre, que sin ninguna vergüenza dibujó un pene con una gota de agua sobre la barra. A pesar de la indecencia no podías sino admirar que fuese capaz de conseguir semejante nivel de detalle con un simple rastro de agua. Aunque no te dio tiempo a decirle nada; sin aún haber decidido si lo abroncarías o lo felicitarías por su talento, recibiste una avalancha de preguntas solo comparable a la que tú acababas de hacerle. Era lo justo, al fin y al cabo.

Atendiste a todas y cada una, reflexionando sobre ellas. Algunas te costó mucho llegar a una respuesta coherente y otras, simplemente, no tenías forma de contestar. Simplemente nunca te lo habías planteado, aunque tras un rato en silencio finalmente hablaste:

- Me llamo Alice. Casi siempre. -No tenía gracia-. Y esta ropa no es incómoda. La camiseta es ancha, la falda me permite moverme con libertad y... -No continuaste-. Y esta no es mi ropa de pelear, es ropa cómoda de viaje. Hay que ir arreglada, en cualquier caso, aunque sea con un estilo más relajado. Aunque eso supongo que tiene que ver con la otra pregunta. -Miraste al tabernero, todavía dubitativa; ¿Cómo responder?-. Hombres y mujeres vestimos diferente porque en general somos diferentes. No hay mucha gente andrógina y... ¿Culturalmente nos hemos hecho a ello? La verdad es que no sé cómo empezó todo, pero la mayoría de la ropa femenina busca potenciar el atractivo de tu cuerpo mientras que la masculina es, en cierto modo, más práctica. Creo. La verdad es que no tengo ni idea, pero ellos tienen bolsillos en los pantalones y yo tengo algunos tan ceñidos que como sude la gota hace relieve. -Definitivamente necesitabas practicar tu capacidad para hacer chistes; no funcionaba-. Lo de mi pelo...

Le explicaste detalladamente el ritual. Cada paso que seguías durante los cincuenta y siete minutos exactos desde que empezabas a lavártelo hasta que lo aclarabas por última vez, incluyendo mascarillas, geles, champús y cremas. También el orden, tiempo de cada uno, la técnica de masaje mediante la cual extendías cada uno de los productos y hasta la fuerza que aplicabas con las yemas de los dedos en las partes finales de la melena, mucho más delicadas y expuestas. Puede que olvidaras mencionar que solo lo lavabas lunes y jueves a no ser que te vieses obligada a lo contrario, pero no era tan importante.

- No tengo ni la más remota idea -respondiste, finalmente, encogiéndote de hombros-. Supongo que es un rito social como cualquier otro, pero da temas de los que hablar y así se rompe el hielo de cara a conocer gente nueva. Y lo de beber alcohol... Aparte de que cuando te acostumbras sabe bien la bebida hace que te sientas más valiente y segura de ti misma, casi invulnerable. Todo parece posible cuando has tomado la cantidad justa, y normalmente termina siéndolo. ¿En Amazon Lily no tenéis alcohol?

Te quedaste a la espera de su respuesta, pero de golpe un ruido sordo se escuchó en el exterior y, tras este, un estallido. El aire que entró por la puerta de pronto se sintió cálido, trayendo aromas de humo y carne quemada. Tuviste que contener una arcada, pero te levantaste inmediatamente del asiento y echaste a caminar para ver qué demonios había pasado fuera.

- Que sí, que tengo pene - respondió con naturalidad.

Decidió guardarse para sí mismo sus conclusiones por no ser ofensivo, pero tras esa explicación empezaba a entender que las amazonas se quedasen en su isla e impidiesen a los extranjeros entrar en ella. Básicamente las mujeres tenían que estar guapas y los hombres podían vestir como les resultase más cómodo. No podía estar más en desacuerdo con aquella forma de pensar. Además, ¿dónde le dejaba eso a ella? ¿Tenían normas morales para los que no encajaban como hombre ni mujer o simplemente no les importaban lo suficiente como para haberles tenido en cuenta? Por otro lado, salvo por aquellas simpáticas personas del tren que le habían invitado a visitar su isla, no había encontrado a nadie que pareciera salirse de los roles de género. La parte del tratamiento del pelo era más interesante, aunque era un nivel de mantenimiento exagerado. Debía admitir, sin embargo, que evidentemente daba sus frutos. Tomó nota para cuidar su pelo de una manera similar, aunque con menos pasos.

- ¿Alcohol? Ah, así que eso es alcohol. Sí, hay, pero me fui de Amazon Lily con catorce años, y el licor de bayas es solo para las adultas. En Wano beben... sake. Mi padre me lo dio a probar, pero me supo tan mal que perdí el interés.

Una corriente de aire cálido recorrió el bar precedida por un sonido sordo que retumbó en el pecho de Hatsume. Se levantó de un salto, dejó unas monedas sobre la barra y echó mano a su arco. Algunos clientes se habían puesto también alerta, mientras que otros se limitaron a echar una ojeada a la puerta y seguir a sus asuntos. ¿Serían problemas? Sería preferible averiguarlo por sí misma a descubrirlo por las malas. A lo mejor podría decirle a Alice que fuese con ella. Así podría descubrir cómo se movían las mujeres con esos trajes. Tal vez en algún momento quisiera probar uno.

- Puede que alguien necesite nuestra ayuda. ¿Vienes? - preguntó, haciendo un gesto hacia las chirriantes puertecitas con el arco. Habían quedado moviéndose en el sitio tras la corriente de aire. Alice le siguiese o no, en cuanto le contestase se dirigiría a la salida sacando una flecha del carcaj. En la calle le recibió una humareda enorme y un montón de siluetas de gente. Se escuchó una segunda explosión y la onda expansiva le hizo tambalearse. Entonces alguien gritó - ¡Cuidado con la ardilla! - Hatsume no tenía ni idea de qué era eso de las ardillas, pero sonaba a algo muy peligroso - ¡En guardia, Alice! ¡Una ardilla!

Los gritos del exterior te pusieron alerta. Casi sin pensarlo, mientras caminabas, sacaste un par de cuchillos de debajo de la falda. En medio de la urgencia Hatsume, que se te adelantó, desenfundó su arco y preparó una flecha enfrentándose a la densa humareda que se había formado en el exterior. No te inspiraba ninguna seguridad perder un sentido en el exterior, pero tampoco era como si tuvieses elección: El humo estaba penetrando rápidamente a través de las puertas oscilantes, por lo que muy pronto tampoco verías nada ahí dentro. Salir se consumaba, pues, como la opción más viable.

Entonces llegaron más gritos. Por la urgencia del aviso no prestaste especial atención a las palabras, pero tras unos segundos en guardia mientras el polvo en el exterior se iba disipando caíste en lo absurdo de tener cuidado con una ardilla. Tampoco comprendías el peligro que podía ver Hatsume en una alimaña, por lo que bajaste las armas lentamente, sin perder la guardia.

Quizá fue eso lo que te salvó, porque poco antes de poder ver con claridad lo que estaba sucediendo un ser enorme saltó contra ti. Lo esquivaste a duras, rozando una suave cola larga y peluda. Debía medir al menos dos metros, y desde luego no parecía un simple animalejo. Se estampó contra el porche del saloon, reventando varias tablas de madera, y se despegó de ellas provocando más de un crujido. Más por desgracia que por suerte el rápido movimiento dejó entrever una figura humanoide, extremadamente musculosa y... Oh, no.

- ¡Eso no es una ardilla! -gritaste-. ¡Es un furro!

Pareció apaciguarse momentáneamente, dirigiendo miradas alternativamente a Hatsume, la multitud que se iba arremolinando y a ti misma. En realidad sí que se trataba de una ardilla, en cierto modo: Un furro ardilla, claro. No se trataba de un usuario, pues podías ver los ojos saltones que caracterizaban la caricaturesca feralización furry, y la cola se mantenía estática en una posición vertical. La sonrisa de su cara contrastaba enormemente con los bufidos profundos y acelerados que salían de su cuerpo. Ancho como un armario, tras verse rodeado, escaló la taberna y se marchó saltando entre edificios. Más confusa que asustada -aunque bastante asustada- te diste la vuelta para comprobar qué había sucedido.

El polvo por fin se estaba asentando, y en el suelo había al menos tres cadáveres. Al menos había dos torsos y medio reconocibles. Restos mortales de gente salpicaban el suelo, los muros exteriores e incluso la ropa de alguna gente. Te costaba creer que los dos hechos pudiesen estar relacionados, pero en cuanto te acercaste algo más pudiste ver que los restos de un carro -y un burro- también estaban esparcidos por ahí.

- ¿Qué acaba de pasar? -preguntaste a una mujer de aspecto recio, sombrero de diez galones y poncho cuya cara estaba totalmente ensangrentada-. ¿Necesitáis ayuda?

Esperabas poder hacer algo, pero también y sobre todo saciar tu infinita curiosidad. Y, seguramente, la de Hatsume.

- ¡Es horrible! - contestó la mujer de ropa rara - ¡Furmitri se ha escapado de su jaula! El pobre estará asustado y perdido.

Hatsume estaba demasiado ocupado viendo la masacre como para procesar las palabras de la mujer. Había visto heridas feas antes, y muertos también, pero aquel nivel de carnicería era otro asunto totalmente distinto. Notó su estómago quejarse y no pudo evitarlo: se inclinó y devolvió. ¿Había sido el asco y el shock o era por la horrenda bebida de antes? Se limpió la boca y se incorporó tosiendo, con los ojos humedecidos. Así que aquello era la clase de horrores que hacían que tuviese que haber gente que cazase gente.

- ¿Estás bien? - le preguntó la mujer.

- Sí, esto no es nada. Tenemos que cazar a esa bestia antes de que cause más daños - respondió, aún impactada.

- ¿Esto? Esto no ha sido cosa de Furmitri. ¡No haría daño a una mosca! Bueno, igual a un mosquito sí, los odia. Han sido ellos.

Entonces señaló a un grupo de hombres que se alejaban calle abajo. Melenas largas descuidadas, dientes desiguales y sucios, todo se parecían entre sí, llevaban una especie de pantalones azules con tirantes (muchos de ellos sin camisa). Todos llevaban una cantidad innecesaria de armas de fuego consigo y uno de ellos llevaba una bandera negra con una calavera rodeada por una serpiente amarilla. Iban montando mucho escándalo, riéndose a carcajadas y tirando esferas metálicas con hilos en llamas contra edificios.

- Ah, esos. ¿Y quiénes son?

- ¡Piratas! ¿No ves el jolly roger?

- ¿Qué es eso del jolly roger?

- ¡La bandera, cazurra! ¿De qué agujero has salido?

- Del de al lado de tu sombrero - respondió - ¿Te lo ha hecho tu madre? Aunque no estás tan horrenda como esos exhibicionistas. ¿El pecho al aire? Menudos pervertidos.

Ah, así que los piratas solían llevar todos la misma bandera. ¿Para qué? ¿No era más fácil para su trabajo que nadie supiera que eran piratas? En cualquier caso, era hora de pararle los pies a aquella gente. Se acercó a ellos a pasos rápidos y echó mano de su katana. Se inclinó sujetando la vaina con la mano izquierda y el mango con la derecha, preparada para atacar.

- Kuchibue no ken...

En un iai, lo vital era la velocidad. Situarse cerca del enemigo y desenvainar antes de darle tiempo a reaccionar, lanzando un corte certero y brutal. Así pues, se impulsó hacia delante con la pierna izquierda. No contó con que la derecha le traicionase. El pie le patinó sobre unas piedritas y, en lugar de impulsarse contra el suelo para echar a correr, trazó un arco ascendente hacia atrás. De la misma manera, impulsada por la inercia, la cara de Hatsume trazó un arco descendente hacia delante... y se estampó contra el suelo.

- Otra vez no...

Atendías a sus palabras, pero con cada segundo que pasaba ibas siendo más y más consciente de su cara. Al principio lo grave de la situación te hizo ignorarlo, pero ya no podías más. En cuanto Hatsume entró en escena te apartaste abruptamente y diste un par de vueltas, tratando de respirar el aire cada vez menos viciado. Al parecer la ardilla, llamada Furmitri, no era la responsable de todo aquello sino los piratas que correteaban de un lado a otro por toda la isla.

- Menos mal que es la peor isla para que vengan, ¿no? -soltaste con cierto desdén-. Si llega a ser la peor no quiero ni imaginarme cómo estaríamos.

Casi preferiste ignorar el nulo conocimiento del mundo -y el sentido del humor un poco atrofiado- de Hatsume. Ya habías podido comprobar su escaso conocimiento de un sinfín de cosas, aquella no era sino una más. Casi te sorprendía que hubiese encontrado Cactus Island, visto lo visto, pero era enternecedor que alguien hubiese pasado su vida entera sin toparse con cosas como los piratas, o el whisky. Bueno, el whisky estaba bien, pero los piratas... Bueno, a la vista estaba lo que significaban.

Para bien o para mal el samurái pareció reaccionar más rápido que tú. Antes de que hubieses preparado las alas de la libertad pudiste ver cómo comenzaba a recitar un mantra mientras sujetaba con firmeza el mango de su katana. Decidido, dio un paso adelante y resbaló torpemente, cayendo contra el suelo. Solo verlo te dolió, aunque para ti cualquier caída parecía siempre más grave de lo que era para la mayoría. Aun así, te acercaste a él.

- ¿Necesitas ayuda? -preguntaste, tendiéndole la mano y dejando que tu interior se volviese oscuridad. Al fin y al cabo, si tiraba demasiado fuerte podría romperte.

Aceptase tu ayuda o no acto seguido era momento de volar. El primer riel se disparó contra un edificio cercano y al retraerse te llevó consigo. Apuntaste al siguiente para seguir avanzando y, en apenas unos segundos, aterrizaste grácilmente -no sin dolor- delante de los piratas, frenándoles el paso.

- Alto -ordenaste.

Por un momento se pararon, pero a reír. Tu cara era poco imponente y te superaban enormemente en número. No reconocías a ninguno de ellos de ningún cartel, pero siempre estaba la posibilidad de que fuesen novatos -lo cual también explicaba que estuviesen asaltando Cactus Island-. Avanzaste un par de pasos hacia el más cercano y, sin decir nada entre medias, le clavaste un cuchillo en la pierna.

- ¡Tomadme en serio, leches!

Te apartaste rápido para evitar que el chorro de sangre desde su muslo te salpicase, poniéndote en guardia para lo que te pudiese venir ahora. Ya no había risas, solo crispación, preocupación por el compañero que se desangraba y una bastante intensa pulsión hacia tu cara.

- Gracias...

Aceptó su mano con la diestra y con la izquierda se apoyó en el suelo, levantándose. Le dolía la nariz y la mejilla. Bueno, le dolía toda la cara y la espalda tras el tortazo que se había pegado, pero sobre todo esas parte. Notó algo húmedo y cálido en el labio y al llevarse la mano a la boca, se dio dio cuenta de que sangraba por la nariz. No tuvo mucho tiempo a quejarse o sacar su pañuelo, pues Alice había empezado a usar un extraño aparejo para... ¿Volar? disparando cuerdas con ganchos que se recogían solas. ¿Era eso el extraño poder de las frutas demoníacas de las que le había hablado su padre? O a lo mejor era un aparato "menáquico", como los trenes. No tenía muy claro cómo funcionaban, pero un amable señor que revisaba los billetes le había explicado que no había magia implicada y que no podía sentarse encima de su maleta y rodar pasillo abajo.

- Wow, eso ha sido muy guay.

Recogió su katana del suelo y la envainó. Lástima que Alice no fuese muy imponente, pues aunque la ejecución y la entrada habían sido de diez, su voz y rostro no eran... bueno, no es que no fuesen intimidantes, es que posiblemente una lagartija enfadada hubiese sido más aterradora. Consecuentemente los piratas se rieron, y Alice reaccionó dándole una puñalada a uno de ellos. La cosa iba a ponerse fea pronto, eso podía verlo. Daba igual las diferencias culturales, estaba más que segura de que unos tipos como esos no iban a reaccionar amablemente. Más si las historias sobre piratas de su madre y su padre eran ciertas. Sacó el arco, colocó una flecha y tensó la cuerda, atento. En el momento en que uno de los piratas fue a sacar una pistola, Hatsume apuntó y soltó. El proyectil se le clavó en el antebrazo, haciéndole soltar el arma con un grito. Lástima, quería darle en la mano, pero con tanta gente no había tenido buen ángulo de tiro.

- ¡Hay otro gracioso detrás!

- Panda de pervertidos piojosos... ¡cogedme si podéis!

- ¡Eh, soy un saqueador honrado, no un pervertido! - respondió uno, muy ofendido.

Intentaría desviar la atención de tantos como pudiera de Alice. Era cazadora, así que debía saber defenderse. Además si las cosas se ponían feas tenía ese artefacto para moverse por el aire y huir. Sin embargo, tanto si luchaba como si huía, dudaba que lo fuese a tener fácil contra tantos. Si era lista, podría llevarse a al menos unos cuantos y darles guerra desde lejos usando el arco. "Si tuviese un arco serpiente esto sería mucho más sencillo..." Sin embargo había tenido que renunciar al suyo tras ser expulsada de las Kuja, una vez descubrieron que su cuerpo era de hombre. Así pues, corrió hacia un edificio, saltó apoyando la pierna contra la pared y se impulsó lo suficiente para agarrarse con la mano libre a un toldo. Este se balanceó y dobló peligrosamente, pero se las arregló para subirse. Una bala rebotó en la pared cerca de él, sobresaltándolo. Se giró colocando otra flecha en el arco y disparó, no hacia dos piratas que se acercaban a él, sino a uno que le daba la espalda y atendía a Alice.

- ¡Culebrillas! ¡Venid a mí!

El toldo era un mal punto de tiro. No era estable y no tenía claro si aguantaría su peso mucho tiempo. Además no le ofrecía cobertura más que visual, necesitaba ascender a un punto más alto. Se impulsó en la tela y se agarró al borde del tejado. Lanzó el arco hacia arriba y usó ambas manos en el ascenso. Todo iba bien hasta que apoyó el pie en el barde del tejado, donde inadvertidamente había goteado sangre al subirse. Por suerte el resbalón fue nuevamente de frente, acabando de cara contra el suelo para regocijo general de los piratas, que empezaron a reírse con ganas.

- Au... mi nariz otra vez no...

- ¡Mirá lo ka esho la niñata! -gritó uno, despreocupándose de su compañero-. ¡Ha matao' a Billy!

- ¡Sigo vivo, ¿qué coño te pasa?! -preguntó el otro entre jadeos a medida que su piel se iba poniendo más y más lívida.

El mismo que había anunciado la muerte de Billy sacó un trabuco de doble cañón y le pegó un tiro sin dudarlo. Tú observaste horrorizada sus sesos desparramarse, dando un saltito en el sitio al principio y reprimiendo una nueva arcada después.

- Odio que me lleven la contraria -soltó, despectivamente-. Zi lo irió una puta ninia no es digno de loh pirata Montgomery, ¡loh piratah má bravo del Sou Blu!

Oh, no. Reconociste ese nombre. No estaban en los carteles porque aquella banda era demasiado grande para registrarlos a todos. Venían de una remota y casi deshabitada isla en el South Blue, y nadie sabía cómo hacían para reclutar constantemente hombres jóvenes en una tripulación que, según el cartel, ya llegaba a los quinientos miembros. No se le daba mucha importancia dado que solían caer como moscas, pero aquel grupo siempre resurgía, más violento y feo cada vez.

- ¡Matadla y violadla!

- ¿En ese orden? -preguntó uno de ellos.

Otro disparo.

El que parecía estar al mando no se andaba con bromas. Tampoco parecía estar en pleno uso de sus facultades mentales, pero si bien te daba curiosidad la marea de hombres ligeramente atrofiados y bastante pestilentes que se te vino encima captó tu atención. Diste un paso atrás, guardando los cuchillos y de aparentemente ninguna parte se materializó en tu mano, envuelta en un halo de oscuridad, una hoja de acero negro. Te pusiste entonces en guardia y ellos dudaron, al menos el tiempo justo para que una flecha atravesase el antebrazo del más expeditivo mientras se llevaba la mano a los pantalones. Evitando pensar en si iba a pegarte un tiro o había decidido invertir el orden que había impuesto su jefe lanzaste un tajo horizontal a la altura del abdomen. No pretendías dar a nadie, tan solo mantener la distancia que habías conseguido. Necesitabas llegar a un lugar donde las diferencias de número no importasen, pero no parecía haber muchas. Quizá lo mejor era mantener las distancias y evitar ser rodeada mientras el samurái okama se ocupaba del trabajo duro.

O también podías ignorar cualquier clase de pensamiento racional y abalanzarte sobre ellos como una loca. Con un movimiento de cadera desplegaste la cuerda, que apenas se tensó dejaste retraerse. Era arriesgado, mucho, pero aprovechaste la inercia del movimiento y lo inesperado de tu despegue para trazar una media luna con la hoja, hiriendo el pecho de uno y el brazo izquierdo de otro antes de aterrizar detrás de ellos, más o menos a la misma distancia y justo a tiempo para ver cómo Hatsume volvía a caerse.

- ¡Tómate tu tiempo! -le gritaste-. ¡Yo por aquí voy bien!

Se levantó algo aturdido, con la nariz goteando aún más sangre. Recogió el arco y colocó rápidamente una flecha, girándose y apuntando hacia abajo. Un pirata estaba apañándoselas para escalar, sujetando una navaja excesivamente grande con sus podridos dientes. Un certero disparo en el brazo y el hombre se cayó con un grito, dándose un golpe bastante feo. Con suerte solo estaba noqueado. Sí, eran criminales y si los mataba intentando detenerlos no estaba mal, pero si podía evitarlo mejor. Comenzó con una salva de nuevos disparos, haciendo volar las flechas contra los piratas. Parecía que Alice se desenvolvía muy bien con su espada de aspecto extraño y sus cuerdas auto-retráctiles, e incluso le dijo que no se preocupase por ella. Sin embargo, no podía dejar a su suerte a otra guerrera junto a la que estaba luchando o estaría atentando contra el bushido. Así pues, siguió apuntando a piratas cercanos a ella para atraer al mayor número de ellos posible.

Lo que, por supuesto, implicaba que él pasaba a estar en problemas. Y cuando las balas y cuchillos empezaron a volar en su dirección, decidió que era el momento de moverse. Corrió a lo largo del tejado, colocó dos flechas en el arco y saltó hacia el siguiente edificio, girándose en el aire y realizando un disparo doble contra la masa de piratas de la calle. Sin pararse a mirar si había acertado, siguió corriendo. La estructura de las calles de aquella ciudad era muy irregular, similar a la del poblado de Amazon Lily, así que su intención era moverse en círculos en torno a la zona en que estaba Alice para no alejarse mucho. No tenía tantas flechas como para dar cuenta de todos, pero al menos esperaba reducir su número antes de pasar a la katana. De todos modos con la ingente cantidad de piratas iban a necesitar un plan mejor que una estrategia de golpea y corre constante.

Por suerte o por desgracia, otros la tenían por ellos.

- Oshe hermano, ¿ké eh ehto?

- Parese un gato de goma, Maikel.

Una especie de figura de goma con forma de cabeza de gato rosa había caído desde el cielo, rebotando por el suelo hasta parar entre los piratas. Uno de ellos se detuvo a cogerlo y la observó, confuso. Entonces la cabeza emitió un maullido adorable y ¡PAM! Al momento siguiente un buen número de piratas estaban en el suelo, derribados por la detonación. Hatsume se detuvo de golpe, confusa. ¿Qué acababa de ocurrir?

- Huh. Eso ha sido conveniente.

Entonces cayó una cabeza más. Y otra. Y otra. Y se empezó a desatar un caos de explosiones por toda la calle. ¡¿Quiénes eran los chalados responsables y por qué no se moderaban un poco?!

- ¡ALICE! ¿QUÉ ESTÁ PASANDO? - gritó, intentando hacerse oír por encima del ruido.

Hatsume seguía a lo suyo, y tú tenías problemas más urgentes en los que centrarte. Ya era casi tradicional que te olvidases de vigilar lo que estaba a tu espalda, pero si cabe era más tradicional aún que detrás de ti hubiese alguien justo para aprovechar el hueco que tus descuidos dejaban. En concreto, el cabecilla de la banda no dudó en apresar tus brazos desde detrás, cerrando por encima de tu nuca una presa con los dedos. Sin embargo, esa vez el miedo no te heló la mente: Concentraste fuerzas y te mentalizaste para el dolor mientras doblabas la rodilla en una fuerte coz que impactó contra su entrepierna.

Te dolió. Siempre que volvías oscuridad tus huesos los sentías romperse con mayor violencia; afortunadamente, solo era mental. Con el tiempo te habías ido acostumbrando al dolor, que poco a poco se convertía sin más en un factor más con el que lidiar: Calibrar el cansancio, el tamaño del arma, cuánto podías soportar antes de colapsar... Nada fuera de lo común, en realidad.

Te alejaste unos pasos de él y volviste a interponer la espada para marcar distancias. Se iban acercando, claro, pero tú ya más precavida intentabas mantenerte fuera de peligro. Ni siquiera te estabas fijando en lo que hacía Hatsume hasta que escuchaste una explosión, y miraste. Él parecía estar igual de confuso que tú, pues te preguntó por ella. Sin saber qué responder buscaste con la mirada su origen. No fue muy difícil: Montado sobre una especie de aerodeslizador con forma de tostada untada de mermelada por ambas caras y despidiendo una estela de humos de todos los colores, un humanoide embutido en traje ajustado negro -por los bultos del pecho podría ser mujer, por el abultamiento que recorría la mitad de su muslo era muy hombre- y un casco grotesco que pretendía emular a un gato sonriente. Reía con maullidos insidiosos muy veloces, y cuando vuestras miradas se cruzaron aventó un pequeño gato rosa. Y otro, y otro más.

Algo te dijo que no era buena idea quedarte ahí. Retrocediste un par de metros, pero aun así la explosión te empujó con fuerza. Cuando te levantaste, más que dolorida, optaste por ignorar a los piratas y te encaramaste a los tejados, buscando a la persona de género confuso que estaba sembrando el terror por la villa. Llegaste a plantearte si no sería alguien a quien el samurái conociese debido a sus particulares atributos, pero entonces un nuevo gato cortó tu pensamiento. Con la pluma de la espada lo bateaste y se lo mandaste de vuelta, aunque estalló antes. En el suelo, los piratas gritaban:

- ¡Ehtá ahí! -te señalaron, pero tú tenías cosas más importantes en las que centrarte. ¿Por qué demonios estaba sucediendo todo aquello? La invasión pirata, el gato negro, Furmitri...

Lanzaste un gancho al edificio donde estaba Hatsume y aterrizaste a su lado, señalando hacia el hombre volador.

- ¿Lo ves? -dijiste-. Eso está pasando. Y tenemos que derribarlo.

Así que eso era lo que ocurría. Una persona gato negra sobre un pan pringoso que tiraba cabezas de gato de pega que se rompían violentamente y hacían mucho ruido. El mar era verdaderamente un lugar extraño y misterioso. En cualquier caso, ese aunque ese tipo les había ahorrado parte del trabajo tumbando a muchos de los piratas, también había atacado a Alice, y dudaba que a las personas que vivían por allí les gustase que les destrozasen sus viviendas. Evidentemente iba a tener que hacer algo, pues sus actos eran cuanto menos criminales. O eso creía, no tenía claro cómo eran las leyes de aquella isla y si alguna prohibiría tirar cabezas de gato que rompían todo a su alrededor, pero seguramente las autoridades agradecerían no tener a un minino tan problemático suelto. ¿Sería habitual que hubiese tantos problemas en una ciudad al mismo tiempo? En Amazon Lily y Wano no era tan exagerado.

- No parece que este vaya ser un problema que vayamos a resolver por la fuerza. Esa cosa parece rápida. ¿Tienes idea de cómo hace para volar y si se le puede hacer caer?

La respuesta de Alice fue intrigante, pero no cuestionó su lógica. Al fin y al cabo, parecía tener más idea que ella de qué estaba ocurriendo allí. No tenía muy claro qué era la mermelada, pero supuso que sería aquel pringue rojizo que tenía por ambos lado la rebanada de pan tostado. Tenía sentido pensar que era algo que se comía. Para quitársela iba a tener que ser astuta y buscar una manera de hacerle bajar la guardia. ¿Pero cómo? Igual con agua, pero no parecía el plan más factible, tanto porque dudaba que fuese a acercarse a amablemente a esperar que le lavase su vehículo, como porque no tenía tanta a mano. Si pudiese cortar una de las caras del pan... Entonces tuvo un momento de iluminación. "Recuerda las enseñanzas de Miyato. Un samurái hábil no necesita estar al lado de su enemigo para cortarlo."

- Sígueme la corriente - dijo a Alice en el tono más bajo de voz posible y apenas moviendo los labios, especialmente considerando que le pudiera oír pese al ruido de las cabezas explosivas. Entonces se guardó el arco en el carcaj, casi vacío ya, y de repente desenvainó su katana y apuntó con ella a la cazadora - ¡Al fin has bajado la guardia! - gritó con todas sus fuerzas - ¡Mi nombre es Iñaki Montoia! ¡Tú mataste a mi sobrino! ¡Prepárate a morir, con el gran gato negro de testigo!

Aunque había sido ciertamente teatral, había intentado sonar impresionante. Había leído en el tren un libro bastante raro pero divertido en que sucedía una escena similar, y le pareció una buena fuente de inspiración. Por algún motivo, sin embargo, los piratas las miraron, se miraron y echaron a reír.

- ¿Quiereh ayuda, Iniaki? - preguntó uno riéndose.

- ¡Mi nombre eh Iniaki Montosha! - se burló otro.

La treta había sido muy improvisada y casi estúpida, pero no es como si hubiese tenido tiempo a planear algo mejor. Y realmente había un componente de genialidad en aquella idiotez, pues la situación resultante fue tan inesperada que la persona gato se detuvo a ver qué ocurría. De repente soltó un maullido de confusión tan realista que tuvo que morderse la lengua para aguantarse la risa. Era el momento, ahora o nunca. Realmente no había llegado a dominar aún esa técnica del todo, pero era un situación de riesgo. Esperaba que todo el entrenamiento fuese suficiente. Se giró repentinamente, dejando de apuntar a Alice, y agarrando la katana con ambas manos lanzó un corte horizontal contra la tostada. No fue tan espectacular como las ondas que creaba su padre, pero era algo. La pequeña onda pasó raspando la tostada y le cortó la mitad de la superficie de la cara inferior. Por un momento chasqueó la lengua, pensado que no había sido suficiente, pero entonces ocurrió algo sorprendente: el pan empezó a girar enloquecidamente sobre sí mismo y la persona gato salió volando con un maullido alarmado.

- Si le quitas la mermelada por un lado, caerá por el otro.

No era momento para chistes; mucho menos al lado de un chico que no sabía lo que era una ardilla. Sin embargo, de todas las cosas que podrías haberte imaginado que pasarían a continuación no esperabas que fuese a suceder justo aquella. En realidad, de todas las cosas que no esperabas que sucediesen, esa era probablemente la segunda que menos esperarías. ¿Cómo demonios una persona que no sabía nada del mundo podía estar recitando una reinterpretación de La princesa prometida? No era la mejor versión, claro, pero sí una lo bastante competente... Más o menos. ¡Pero tenía que ser él Íñigo!

- Te equivocas -Te llevaste una mano al pecho-. ¡Yo soy tu sobrino! Únete a mí y juntos gobernaremos los siete mares como maestra y aprendiz. ¡Lucas! Ayúdame a derrotar al emperador.

Pareció que la interpretación combinada de ambas obras llamó la atención del gato cósmico mientras provocaba las risas de aquella panda de estúpidos. Imitaban a Hatsume con sorna, como si siquiera entendiesen que un sobrino no debería llamarte papá. Aun así te comiste la vergüenza cuando el samurái tomó la iniciativa con seriedad, adoptando una postura digna y levantando su katana para generar una onda cortante que silbó hasta que el estruendo de la carrocería reventando inundó el ambiente. Gran parte de la mermelada salió despedida, pero partes de la cubierta más sólidas quedaron por un instante colgando hasta que se reventaron contra el suelo, dejando a la vista el corazón de cables e intrincados mecanismos que, como era de esperar, comenzaron a fallar. La máquina se volvió loca y el gato negro, asustado, debió saltar de ella hasta un tejado cercano.

Suspiraste con cierto alivio, pues sin su aerodeslizador ya no representaba un peligro tan alarmante para la isla. Aun así, llevaba en las manos aún un gato rosa que lanzó contra vosotros de nuevo. Si bien apuntó mal y este casi desintegró a los piratas del suelo pudiste verlo preparar otro. Se armaban retorciéndoles el pescuezo, y estallaban unos cinco segundos tras el lanzamiento. Saber cómo funcionaban los explosivos era el primer paso para evitarlos, pero por desgracia no era el único. Ni siquiera era el más importante, y no habrías apostado tus piernas a que su radio de efecto fuese lo bastante corto.

- ¡Dame esa cosa infame! -gritaste. Me gritaste.

En tu mano libre se materializó una pistola. Odiabas el dolor del retroceso, su sonido, el olor a pólvora... Aun así apuntaste sin dudarlo hacia la pequeña bomba rosa mientras generabas un área de absorción en tu mano. Disparaste un tiro y diste exactamente en el blanco, haciendo que la bomba le estallase en las manos. Sin pararte a comprobar su estado te diste la vuelta por instinto, lanzándote al suelo viendo que Furmitri estaba cargando contra ti.

- ¡¿Qué coño?! -No entendías qué pasaba, pero te dolía el hombro como un infierno y habías evitado a la ardilla por los pelos-. ¡Hay que detener a esa cosa!

No entendías por qué aquella noche seguía persiguiéndote, o si siquiera tenía que ver con aquella noche. ¿Por qué demonios un puto furro estaba atacándote?

En unos momentos empezaron a ocurrir muchas cosas que Hatsume no entendió. Primero la tostada empezó a hacer ruidos y volar erráticamente echando luces parpadeantes por el lado del corte, de donde le asomaban cosas extrañas que no deberían estar dentro de un pan. De hecho, empezaba a dudar que fuese pan. Finalmente, se estampó contra una pared y cayó al suelo. Tras eso, la persona gato intentó lanzarles otra bomba, con tan mala puntería que le dio a los piratas bajo ellos. Salvo que ese hubiese sido su objetivo desde el principio. Aunque no tenía pinta de que fuese una finta. Entonces la mano de Alice comenzó a emitir negrura y de ella salió un artefacto... ¿cómo se llamaba? con el que disparó a la persona gato. La bala dio en la cabeza de pega que estaba armando y esta estalló violentamente, dejando a su portador... ¿portadora? ¿portadore? sobre el tejado, con la ropa chamuscada y feas heridas.

- Au, mis oídos...

Tantos ruidos fuertes estaban empezando a dolerle. Tal vez por eso no se fijó cuando Furmitri cargó a Alice hasta que estuvo prácticamente encima de ella. Empuñó la katana y se dispuso a cargar, cuando recordó que la señora con mal gusto le tenía aprecio. No podía matar a un ser que tenía pinta de animal y que al parecer era la mascota de alguien. No salvo que no le quedase más remedio. Le dio la vuelta y pasó a sujetar el arma con el lado sin filo mirando hacia el frente.

- Habrá que devolverlo a su jaula - le dijo a Alice - ¿Cómo has hecho lo de ese arma?

Observó a Furmitri mientras ese gruñía y babeaba haciendo sonidos muy perturbadores. Por algún motivo, aquella criatura le ponía muy incómodo y le provocaba intensas ganas de tirarle una cerilla encendida encima. Tuvo un escalofrío e hizo un gesto de asco. La verdad es que no tenía muy claro cómo lidiar con esa situación. Aprovechando su duda, Dimitri soltó un gruñido y se tiró encima de él. Hatsume intentó defenderse, pero cayeron sobre el tejado en un caos de brazos y piernas. No pudo evitar soltar la katana en medio de la confusión. Entonces se dio cuenta de varias cosas: primero, que el pelaje de Furmitri no parecía natural, era más como un tejido de alguna vestimenta. Y segundo, que le había hecho un candado con las piernas y estaba golpeándole repetidamente el costado con...

- ¡AGH! ¡Está intentando aparearse conmigo! ¡Suelta, bicho!

Empezó a darle puñetazos y codazos en la cara, tratando de sacarse a Furmitri de encima, pero no había manera. Intentó meterle los dedos en los ojos, y entonces se dio cuenta de que eran de pega. ¡¿Era una persona en un traje?! ¡Era una persona en un traje!

Dolorida, te costó levantarte. Aun así lo hiciste deprisa, consciente de que en cualquier momento de duda Furmitri podría aprovechar para echársete encima. Los furros habían demostrado ya en English Garden unas cualidades sobrehumanas y aquella ardilla parecía estar muy por encima de ellas, si cabe. Se había lanzado desde ninguna parte aprovechando el momento exacto, y si no hubiese sido por el hormigueo repentino, probablemente te habría derribado -con las consecuencias que eso podría haber tenido-.

- La llevaba... ¿Guardada? -contestaste, sin estar segura del todo de que fuese una respuesta coherente. Pero por lo menos era más rápido que explicarlo todo-. ¡Ten cuidado con él, es muy...! No importa.

Los furros parecían incapaces de controlar su libido. En un momento de descuido Hatsume acababa de descubrirlo, sufriendo una especie de pinza que le había hecho con las patas mientras... Pusiste los ojos en blanco por un momento, asqueada. Por lo menos no te estaba haciendo caso en ese momento, lo que te permitió estabilizarte y dejar que el dolor se disipase. Te tomaste tus segundos para que el hombro dejase de arder; se te había raspado un poco la piel, pero no era en ese momento lo que más importaba.

Comenzaste a caminar, al principio con piernas temblorosas y luego con la seguridad que solo tu inconsciencia garantizaba, convencida por completo de que aquella idea iba a funcionar. Mientras el samurái luchaba a golpes por su libertad tú te acercabas cautelosamente, esperando el momento oportuno para moverte. Fue cuando le golpeó la cara con las manos que diste un veloz paso adelante y agarraste el pelo sobre su cráneo. No viste sus ojos por debajo de la máscara, pero supiste que la persona tras ella miraba hacia ti. Podías sentirlo. Cuando tiraste trató de detenerte con ambas manos, pero era demasiado tarde: Las zarpas chocaron entre ellas, sonando como un aplauso almohadillado. Te quedaste con la cabeza de Furmitri en la mano mientras el horror acudía al rostro de su recipiente.

- ¡Mi fursona! -gritó-. ¡Me has decapitado, devuélvemela!

- Tendrás que atraparla tú mismo -respondiste.

¿Era una buena idea jugar al pilla pilla con Furmitri? Había demostrado sus reflejos, resistencia y velocidad. Sin lugar a dudas era temible, pero antes de que se abalanzase sobre ti tú ya estabas volando con las alas de la libertad, contando hasta tres una vez empezó a correr.

- ¡Cógela! -gritaste a Hatsume-. ¡Hay que meter su cabeza en la jaula!

Era hora de jugar.

La estrategia de Alice había sido un éxito. En el momento en que Furmitri se quedó sin la cabeza del traje entró en pánico y Hatsume pudo deshacerse de su candado. Se levantó apresuradamente mientras recogía su katana y se alejaba por el tejado. Pero entonces Alice pasó a una estrategia que no convencía en absoluto a Hatsume: pasarle la cabeza. Trató de agarrarla al vuelo, pero tenía la katana en la diestra, así que se le escapó y tuvo que hacer malabares para volver a atraparla. En el proceso, descuidó donde pisaba y metió un resbalón otra vez, cayendo de bruces justo al borde del tejado. Un tropezón afortunado, pues Furmitri pasó justo por encima de él y se estampó contra la pared del edificio de enfrente.

- ¡Joder! ¡Eso ha estado demasiado cerca!

Entonces escuchó una risa de fondo. Allá a lo lejos estaba el capitán de los piratas Montgomery, riéndose ruidosamente y haciendo gestos obscenos.

- ¡Recordareih ehte día como er día en que casi atrapaih ar capitá Montgomery!

Y salió corriendo calle abajo, en dirección al puerto. Por un momento le tentó irle detrás, pero Furmitri seguía siendo un problema. Se incorporó y echó a correr hacia otro edificio cercano, saltando a su tejado. El maldito pervertido del traje de animal (¿furro, había dicho Alice?) se recuperaría y volvería a perseguirle pronto, pero no iba a dejarle conseguir la cabeza. Le hizo un gesto a Alice para que estuviese lista para recogerla en cuanto la lanzase. Entonces escuchó los gruñidos salvajes y el correteo de Furmitri acercándose. Envainó la katana y se colocó en un ángulo para que su perseguidor viese su lado izquierdo, mientras sujetaba la máscara contra su cuerpo con el derecho.

- ¡Alice! ¡Agarra!

En el momento en que agarró el objeto, Furmitri se tiró tras él y lo cazó al vuelo, sin miedo de volver a caer de los tejados. Como había supuesto, le importaba más la máscara que su propia seguridad. Había entrado en pánico y dejado de razonar. Pero el objeto que Hatsume había lanzado no era la máscara. Era su carcaj. Mientras Furmitri chillaba de frustración cayendo, el samurái lanzó la máscara hacia la chica rubia.

- ¡Adelántate! Le estorbaré un poco. Necesito recuperar mi arco - miró la caída que había y al furro levantándose abajo - ¡Yipikayei!

Y con ese grito de guerra, se tiró sobre el furro, listo para caer sobre él y darle una buena ración de puñetazos y patadas. Sabía que no podía con él, había visto que era muy resistente y rápido, pero al menos dejaría a Alice coger ventaja. Furmitri seguramente se destrabaría cuanto antes para perseguirla, así que luego podría recuperar el carcaj del suelo y perseguirle.

Con el tiempo habías aprendido a moverte bien en los rieles. Te balanceabas con confianza por el aire, atenta a todo lo que te rodeaba, casi liberada de la presión en tierra. La fuerza del aire producía presión, sí, pero ni de lejos la que sentías sobre tus rodillas al caminar, y además ibas más rápido. Estabas lista para recoger la cabeza de Furmitri en cuanto Hatsume te la pasase y... ¡El puto pirata!

Frenaste en un tejado cercano, mirando con cierta impotencia cómo el capitán Montgomery se alejaba corriendo no sin antes recordaros que había logrado escapar. En realidad que huyesen era un éxito en todos los aspectos, pero de alguna forma el tono con el que lo gritaba, que se hubiese tomado la libertad de agarrarte o que hubiera pretendido... En fin, que hubiese dicho lo que había dicho te molestaba enormemente.

- ¡Voy a cazar a ese hijo de puta! -anunciaste, mirando cómo corría por las calles hacia el mar-. Hoy no se escapa ningún paleto.

Entonces llegó la cabeza. Por poco se te cae al suelo, pero fuiste capaz de cogerla al vuelo. Furmitri te miraba con odio, aunque no pudo abalanzarse sobre ti porque el samurái se lanzó contra él, iniciando una pelea extraña en la que Hatsume lo golpeaba y la ardilla, con notoria falta de desagrado, jadeaba. Preferiste no preguntar; también sabías que tu tiempo era limitado, que en cualquier momento el furro se liberaría de su captor o algo peor y volvería contra ti. Tenías que hacer algo audaz e inesperado. Miraste a todas partes, buscando la jaula, y entonces tu cuello se dobló por instinto hacia un lado.

Por un momento fue como si todo se congelase. Un mechón entero de tu cabello volaba por el aire y una bala estaba pasando por delante de tus ojos. La esfera de metal siguió su curso, y tú te diste la vuelta. Quizá habían pasado dos segundos, tal vez diez. La tensión te había congelado de pronto; ¿cómo demonios habías evitado eso? En la calle, todavía a distancia pero con su arma desenfundada, Montgomery te miraba.

- Ninguna puta se mete con la mama! -gritó-. ¡Como te vuerva a ve te...!

Un chillido bastante afeminado salió de su boca cuando el garfio de las alas de la libertad atravesó su mano. Enganchaste el otro cable a un edificio cerca de él y lo recogiste, aterrizando a su lado. Había soltado su pistola, que yacía en el suelo mientras su mano sangraba, y sin mediar palabra le pusiste en la cabeza la máscara de Furmitri. Pronto el furro se liberaría e iría en busca de su cabeza, cual jinete decapitado, asaltando a quien la portase. Diste un empujón al paleto al mismo tiempo que escuchaste un gruñido rabioso, y dirigiéndolo como si se tratara de un simple burro, arreaste con el cable que aún se mantenía en su mano para que fuese hacia la jaula.

- ¡Arre, mi mulo endógamo! -gritaste-. ¡Arre!

Furmitri reaccionó a su asalto de una manera extraña. En lugar de resistirse, comenzó a gruñir y hacer ruidos raros, dejándose golpear. Tras varios golpes, Hatsume se detuvo, muy extrañada y confusa. No entendía qué estaba pasando y tenía una sospecha muy negra en la mente.

- ¿Por qué... reaccionas así?

- No pares - dijo Furmitri, colorado - Me gusta mucho.

Hatsume sintió un escalofrío y se apartó del furro, asqueada. ¿Qué diablos le pasaba en la cabeza a aquel hombre? Furmitri le lanzó un beso y se levantó de un salto, echando a correr. ¡Mierda! Normalmente era ella la que jugaba con la gente y les engañaba, pero esta vez la habían cogido con la guardia baja. Recogió su carcaj, metió apresuradamente las flechas que se le habían caído y se lo colgó al hombro, tras lo que echó a correr tras Furmitri.

- ¡Alice! ¡Va tras de ti! - gritó.

Entonces vio un espectáculo de lo más curioso: Alice había atrapado a Montgomery (o al menos creía que era él) y le había puesto la cabeza de Furmitri. Parecía que lo estaba guiando de vuelta a donde habían visto a la mujer del sombrero, donde debería estar la jaula. El plan era bueno, pero Furmitri era muy rápido: los cogería antes de que llegasen. ¿Qué hacer en ese caso? Normalmente usaría el arco, pero la idea era no hacerle daño. Entonces, al mirar a su alrededor, vio una cabeza de gato que aún no había explotado. Podía aprovecharla. Recogió una tabla de madera de entre los escombros de una explosión, corrió hacia la cabeza y colocó la tabla encima, orientándose hacia Furmitri. Se subió agazapado y dio una patada contra la tabla, aplastando la cabeza. El resultado fue mucho más eficaz de lo que había esperado. El trozo de madera se hizo pedazos y él salió volando, estrellándose contra la espalda del furro y derribándolo.

- ¡Tú no vas a ningún lado! - exclamó, haciéndole un candado en torno a la cintura con las piernas.

Ahora solo quedaba que Alice aprovechase para llegar hasta la jaula. Furmitri se incorporó pese a tener a Hatsume encima. Intentó sacudírselo, pero el joven se agarró también con los brazos fuertemente. No iba a dejarse soltar. Su montura debió decidir que era preferible seguir corriendo tras la cabeza y ya luego librarse de él, pero Hatsume se encargó de hacerle la vida imposible, dándole patadas, cabezazos y usando su peso para desequilibrarlo. Alice no parecía muy rápida (menos teniendo que guiar a Montgomery), pero con eso el terreno de juego quedaba igualado.

- ¡Au! ¿Pué parar? Ya me muevo -protestó Montgomery.

- Da gracias porque no te lo haya metido por el culo -contestaste.

Arreaste una vez más el cable, que se movió por la herida abierta, rozando la carne viva. No podías hacer eso mucho más, pues a cada segundo que pasaba estaba más claro que Furmitri podía llegar en cualquier momento. No era que no confiases en Hatsume, pero la fuerza el hombre ardilla había demostrado estar más allá de vuestro entendimiento. Enfrentarlo era una cosa, pero no soñabas con derrotarlo. Al menos, no mientras herirlo no fuese una opción. Estabas segura de que podrías partirlo a la mitad si te hacías bien a su patrón de movimientos, pero no era momento de pensar en eso.

Al oír una explosión echaste la vista atrás por un momento, más por precaución que por preocupación, pero solo incrementó la sensación de urgencia: Hatsume estaba montado sobre Furmitri, que corría fingiendo que el samurái no se encontraba sobre su lomo, si bien la expresión de su rostro era, cuanto menos, confusa. ¿Correr hacia su cabeza o saltar sobre alguien que parecía tan interesado en él? Habías visto ese comportamiento en los clanes de English Garden, que se ocultaban en las sombras de la noche de Towerbridge para dar rienda suelta a sus más oscuras fantasías, siempre rodeadas de pelo y lubricantes con base de aceite.

- ¡A la derecha! -exigiste, esa vez golpeándolo con la hoja de la espada entre los omóplatos.

El capitán gruñó pero acató la orden, y el olor a ceniza y carne quemada te alertó de que estabais ya muy cerca de la jaula. Tú podías oír los fuertes pasos de la ardilla tras de ti, también sentir su respiración agitada. Hiciste un esfuerzo por no mirar la sangre que había por el suelo o los pedazos de carne que la gente del lugar aún no había recogido. Pero la jaula estaba muy cerca, casi a nada... Pero Furmitri estaba casi a tu altura. Te planteaste hacer uso de eso, pero habría volado en mil pedazos a Montgomery, así que en su lugar saltaste sobre él y quedaste sentada sobre su cabeza. Con la espada más o menos evitabas que el furro se acercase más, mientras con la cuerda te asegurabas de guiar al pirata cada vez que tenías un momento para desviar la mirada. Sin embargo, en un acto de terrible imprudencia, te dio un fuerte manotazo en el costado que te hizo perder el equilibrio.

La idea seguramente le habría salido bien de no ser porque tu reflejo fue retraer el gancho de su mano mientras lanzabas otro para no caer directamente al suelo. La mano de Montgomery sufrió un corte más o menos limpio pero calló arrodillado. Con su parón, Furmitri saltó sobre él, dispuesto a recuperar su cabeza; aunque, cuando lo hizo, pareció más interesado en comenzar a desabotonarle la ropa y frotarse contra él.

- ¡Lo ha reconocido como uno de los suyos! -explicaste, gritando. La ardilla estaba demasiado ocupada como para hacerte caso, así que te descolgaste del arnés y pusiste pies en tierra. Te ardían las costillas-. ¡Hatsume, la jaula!

Retener a Furmitri fue una auténtica pesadilla. Saltaba, se revolvía y lanzaba codazos y puñetazos. Hatsume no se quedaba atrás, devolviendo tanto daño como podía. Sin embargo, era un poco complicado cuando su rival estaba en traje peludo y esponjoso, que amortiguaba excelentemente los golpes. Hatsume era fuerte, pero no tanto. Finalmente, Furmitri se liberó y lanzó a la cazadora a un lado, que acabó rodando y dándose un golpe contra una pared. En un momento estuvo de vuelta en pie, llevada por la adrenalina a ignorar el dolor y a actuar rápido. Pero era tarde. El furro estaba ya cargando hacia Alice, quien había sido derribada por Montgomery. La guerrera palideció y en un acto guiado por el miedo sacó el arco y una flecha. Si Furmitri recuperaba su máscara volvería a huir; era preferible dispararle en una pierna y lesionarlo.

- Pero... ¿qué diablos?

Furmitri había comenzado a desnudar a Montgomery y restregarse contra él. El aterrado pirata comenzó a resistirse y pedir ayuda, pero eso solo pareció excitar más al furro. Hatsume tensó su arco, dispuesto a detener a Furmitri y evitar que siguiese aterrando a Montgomery, pero se detuvo al oír a Alice. La jaula... ¡claro! Podían matar dos pájaros de un tiro. Sin embargo no tenía ni idea de dónde podía estar.

- ¡¿Dónde está?! - gritó para hacerse oír sobre la voz de Montgomery.

En cuanto Alice le señaló la dirección correcta, comenzó una furiosa carrera. No tenía mucho tiempo. Si Furmitri perdía el interés en Montgomery, lo perderían; Alice le había parecido estar demasiado cansada para retenerlo. ¿O tal vez dolida? No le había visto heridas, pero parecía estar sufriendo. Entonces llegó al fin al punto de partida: la carnicería frente al lugar donde la gente se reunía a beber. La mujer de sentido de la moda dudoso seguía por ahí, con la jaula abierta.

- ¡Necesito eso! ¡Tenemos a Furmitri y necesitamos retenerlo antes de que escape!

- ¡¿Tenéis a Furmitri?! ¡¿Está bien?! - exclamó, sorprendida y preocupada.

- ¡Sí! Está... bueno... ¡está agarrando a un hombre!

- Oh, no.

Parecía que comprendía la situación, pues le ayudó a levantar la pesada jaula y ambas corrieron de vuelta hacia Alice, sujetándola cada una por un lado. A llegar a la carrera, la cazadora apartó a Montgomery de una patada y junto a la mujer del sombrero gigante aprisionaron a Furmitri, quien comenzó a emitir lo que Hatsume entendía que era una imitación de ruidos de ardilla. Desenvainó su katana y se acercó a Montgomery, apoyándosela en el cuello antes de que pudiera huir.

- Quítale la máscara y dásela a tu... mascota - le dijo a la mujer - Este es nuestro.

- De acuerdo - respondió ella - Gracias por vuestra ayuda, y siento los problemas que Furmitri pueda haberos causado.

Hatsume asintió y miró a Alice. Al fin había terminado esa locura... por ahora al menos.