La manzana podrida [Pasado] [Naipe - Rokuro]

El final de la misión le había dejado un mal sabor de boca. Tras tanto esfuerzo finalmente no encontró a los legionarios desaparecidos, y aquello le frustraba. Sin embargo, la oleada de desapariciones también se había detenido, por lo que finalmente el caso se cerró, dándolo por inconcluso. Un final agridulce. Jamás sabría qué había ocurrido, qué se escondía bajo aquella isla tan rica y ostentosa, pero al igual que muchas otras cosas que desconocía no podía hacer nada por arreglarlo. Ningún hilo del que tirar, ninguna pista. Todo rastro se había enfriado, y ahora solo le quedaba esperar por la siguiente misión.

La misión no tardó mucho en aparecer. A oídos de los informantes del Gobierno Mundial había llegado el rumor de que una célula revolucionaria operaba en la isla. ¿Dónde? No se sabía. Se decía que planeaban un atentado. O quizás estuvieran preparando el secuestro de un alto cargo para organizar un intercambio de rehenes. Había quién decía que la marina albergaba a los revolucionarios, y que la Liga y la Revolución se iban a aliar para derrocar al Gobierno Mundial. Sin duda, la información era escasa, confusa y de poco fiar, pero no por ello dejaba de hacer saltar las alarmas del gobierno y de la agencia de inteligencia. Por ello el Cipher Pol le ordenó investigar el asunto, aprovechando su paso por la isla.

Era de día, temprano en la mañana, y Rokuro seguía vistiendo su ropa de incógnito: una sudadera blanca con la palabra «MARINE» escrita en ella, grande y azul. Llevaba a Susurro de Oscuridad en la espalda, y Takarashi se posaba en su hombro con un antifaz del mismo color que las letras de la sudadera, que casualmente coincidían con el mismo tono de azul que lucían los marines en su uniforme. Para Rokuro, moverse en una isla fuera de su jurisdicción, era un asunto muy serio. Normalmente prefería los trabajos rápidos en los que requería ocultarse y no salir a la luz, pero no siempre podía tener lo que quería. En realidad, casi hasta agradecía aquella misión. Era tan sencilla que casi podía considerarla un descanso de su trabajo, aunque no por ello se iba a relajar. Aquella misión era una segunda oportunidad para enmendar su último trabajo, por lo que investigaría todo lo que creyera necesario hasta averiguar la verdad oculta tras la verdad, y actuar en consecuencia.

Sin embargo, no sabía por dónde empezar. Buscar la constatación de un rumor desde cero en una isla desconocida era como buscar una aguja en un pajar. Una aguja que podía no existir. Por ello, decidió que debía ir descartando opciones y reducir su zona de trabajo. Pero ¿cómo? Aquella era la cuestión.

Si algo me gustaba más que  las empanadas de la isla de Pucci, era sin duda alguna, el olor a pólvora quemada sobre un pedernal. Mi pasos me habían llevado, nuevamente, a una isla donde probar suerte. Me encontraba ataviado con mis mejores galas de esmoquin negro con chorrera blanca al cuello, si hay que ir elegante  a los sitio se va; aunque la gente me miraba como si no tuviera gusto o algo por el estilo, pero, ¿ que sabrán ellos?. Fuera como fuera me encontraba en un callejon de la ciudad gastronómica, bastante apartado, "charlando" con un tipo que se hacía llamar Tsuro, y al que el pobre le habían apuñalado hasta doce veces en el vientro, y aún así el pobre seguía vivo.

Así que nada, guardé el puñal, no sin antes limpiarlo sobre sus ropas. El pobre hombre pensó que todo había acabado y bastaban unos segundos más para que falleciera a causa de las heridas. Justo cuando iba a meter el puñal en el bolsillo interno de la chaqueta le dije.

-Ah, cierto, perdona mis modales, que las cosas hay que acabarlas bien- le dije antes de dar un último corte al cuello de izquierda a derecha. Una vez el hombre fue con el dios al que le rezara volví a limpiar el puñal. Lo guardé y me llevé todo lo de valor que pudiera tener aquel tipo. Un reloj, unos cuantos berries, unos puños de plata..¡Oh y vales de comida para la isla! ¡Hoy es mi día de suerte!. Me guardé todo en los bolsillos del pantalón, salvo los puños, que me los coloqué en mis mangas. Tras esto di la espalda al cuerpo y saqué de otro bolsillo un pequeño frasco de píldoras, tomándome cuatro de golpe.

-Así mejor...bien, hora de usar estos vales.

-Si, bueno, parece que vas a comer gratis.

-Por lo menos nadie le ha visto esta vez.

-Tenéis razón, creo que estoy perdiendo facultades. Quizás me esté volviendo loco.- le dije a las voces antes de ponerme a caminar saliendo del callejón y mezclándome en la multitud.


Como era obvio destacaba por encima de muchos, primero por el maquillaje y segundo por el traje, pero bueno...había tipos más raros por el mundo y no pasaba nada, sino que eran almirantes o piratas. Miré los vales y parecía que estaba cerca de uno de los restaurantes de sushi más reputados de la isla, había que probar.

-Umm sushi....¿sabrá mejor que el humano? Solo espero que no sepa también a pollo.

Así que con paso alegro, moviendo los puños hacia arriba y abajo, continué caminando por las calles.

«Si tuviera acceso a la información del registro civil de esta isla, todo sería más fácil» razonó Rokuro mientras vagaba por la isla, sin rumbo fijo. En su anterior misión se había colado en el cuartel marine sin ser detectado, aunque se vio obligado a provocar un revuelo para hacerlo. Intentar colarse en otra propiedad privada del gobierno no iba a resultar tan fácil, y si no podía hacerse con la información sobre edificios abandonados o que últimamente hayan cambiado de mano de forma sospechosa su trabajo pasaría a ser muy tedioso. «Supongo que tendré que hacerlo a la antigua usanza» decidió, resignado.

Sin duda alguna, su especialidad dentro del cuerpo de inteligencia era la neutralización y recuperación o sustracción de bienes estratégicos. O sea, el robo y asesinato. Y, gracias a los cursos de formación del Cipher Pol, tenía nociones sobre otras ramas como la infiltración o la contrainteligencia, pero debía admitir que la adquisición de información no era su fuerte. Hasta el momento nunca había contado con algún informante de confianza, y no era experto en sonsacar información a los demás a través de la labia. ¡Ni siquiera tenía labia! Aunque lo que sí tenía era inteligencia. No necesitaba información muy concreta, ni tampoco grandes pistas; solo le hacía falta un pequeño hilo del que poder tirar, una simple indicación que poder seguir, y el resto iría rodado. Estaba seguro.

Sus andanzas le llevaron hasta una calle de locales orientales. El aroma de las fuertes especias le inundaba la nariz y su estómago comenzó a rugir. ¿Cuándo fue la última vez que había comido? «Debería comer algo —se dijo mientras oteaba entre los distintos letreros buscando uno que llamase su atención—. Quizás hasta pueda buscar información por aquí.»

Caminando por la calle, Takarashi chilló en dirección a uno de los restaurantes. Parecía sencillo, pero los clientes no paraban de entrar y salir, todos ellos con cara de satisfacción. Rokuro confiaba en el plumífero, y aquel lugar le daba buenas vibraciones. Se acercó y observó que se trataba de un restaurante de sushi de Wano. Entonces rememoró la comida de su isla natal, tan similar a la gastronomía waniense, y en ese momento ya había tomado la decisión.

—Hoy nos vamos a dar un banquete —le dijo al águila—. Vas a comer todo el pescado que quieras y más. Llevamos mucho tiempo sin darnos un capricho, y va siendo hora de que te recompense por tu arduo trabajo.

Takarashi chilló, emocionado, y juntos entraron al local.

Me dispuse a entrar en aquel restaurante donde la gente entraba y salía. Seguramente allí servían buena comida, además, si hay mucha gente eso significa que hay ambiente. No pude evitar esbozar una sonrisa mientras mantenía el vale con el nombre del restaurante en la mano, como cuando a alguien le tocaba la lotería.  Entré en el establecimiento, y aparte de la cara confusa y con cierta preocupación del metre, me dispuso en una mesa en el centro de la sala. Esta estaba bastante llena, y por si no fuera poco había bastante movimiento de platos que salían de la cocina llenos y volvían a ella vacíos. El metre me entregó una carta, me recomendó un vino y yo no dudé en adelantarme y colocar el  vale de comida sobre la mesa. La sorpresa del metre fue mayúscula cuando vio que en dicho vale estaba manchada su esquina de sangre.

Me di cuenta de que había caído en eso, así que era hora de pensar algo rápido. Las voces no tardaron en aparecer.

-Dile que es kétchup, que se te ha derramado al venir de otro restaurante.

-No seas bobo, dile que es pintura, que te manchaste sin querer en la calle.

-Di lo que quieras pero por todos los dioses, no la cagues.


Me quedé pensativo por unos segundos mientras las escuchaba, y fue entonces cuando sonreí  y con tono super amable le dije al metre.

-Es sangre.


Un facepalm sonó por triple dentro de mi cabeza, mientras que el camarero se quedó con una cara de sorpresa y sin saber muy bien que hacer. Aún así, y viendo el tipo de clientela que le habría llegado a este hombre antes que yo, cogió el vale sin mucho miramiento.

-Un chuletón de buey poco hecho, que sangre y esté acompañado de unas patatas panaderas- le dije mientras ojeaba la carta- Ah y para beber..no sé, sorpréndame.

Le entregué la carta manteniendo aquella sonrisa de dientes amarillos. El metre cogió la carta, asintió con la cabeza todavía confuso y se dispuso a ir a la cocina. Yo por mi parte cogí la servilleta de la mesa, la estiré y me la puse a modo de babero. Tras eso me puse a escuchar a la banda que tocaba al fondo del local. Eran buenos, y fue entonces cuando pude ver una cara conocida dentro del restaurante....¿Viny?...

Por dentro el local parecía más grande que desde fuera. Era amplio y espacioso, y estaba a rebosar. Había multitud de clientes sentados en sus mesas, conversando, comiendo y riéndose a carcajadas mientras los camareros se movían con gracia entre los comensales, haciendo esfuerzos para evitar tirar las bandejas repletas de sabrosos platillos.

Al parecer el menú era de lo más amplio. Rokuro vio cómo los camareros portaban platos de carne de res, bandejas de cochinillos asados, grandes fuentes de ensaladas exóticas y hasta ollas llenas de sopas o consomé. Aunque, desde luego, no faltaba la especialidad de la casa: el sushi. En el centro del restaurante, dentro de un habitáculo rectangular sin paredes, había un cocinero rodeado de fogones y mesas de trabajo que no hacía más que dar un espectáculo mostrando sus habilidades culinarias preparando los platillos estrella del lugar. Sin duda, se lo tenían bien montado.

—Muy buenas, señor —dijo una voz que le hizo volverse. Provenía de un hombre bien vestido al que rápidamente identificó como el encargado de la sala—. ¿Tenía reserva?

—No —respondió el peliblanco.

—Muy bien, muy bien —El hombre comenzó a escribir en un cuaderno que debía ser la agenda del local. En sitios como aquel era habitual que llevaran una gestión precisa de los clientes—. ¿Y cuántos comensales?

—Dos —dijo de inmediato—, yo y este pequeñín —Señaló con un dedo a Takarashi, que no pasaba desapercibido en su hombro.

El hombre frunció el ceño. Desde que había entrado Rokuro se había percatado de que no le había quitado el ojo de encima, y ahora sabía por qué.

—Me temo que el pájaro no puede entrar, señor...

—¿Y por qué no puede entrar? —preguntó, inquisitivo, obviando a propósito la pregunta por su nombre. Cuántos menos datos diese, mejor.

—Porque... Es un animal... Y me temo que aquí solo pueden entrar perros guía o animales de terapia...

—Pues es un águila de terapia. ¿Te sirve? —Giró la cabeza para observar la sala y señaló una mesa libre—. Mira, allí hay un hueco, me sentaré allí.

Rokuro le lanzó una mirada que no dejó discusión y, sin pedir permiso, fue hasta la mesa y se sentó en ella. Varias personas se le habían quedado mirando, pero no le importaba. Rokuro solía tener mucha paciencia, pero no soportaba los desagravios hacia su compañero.

El encargado se le quedó mirando unos segundos hasta que le hizo señas a un camarero, que se le acercó, entonces le susurró una cosa al oído y ambos desaparecieron en el interior del local. En ese instante se percató de que iba a tener problemas, pero pensaba disfrutar de la comida antes de que los hombres volvieran.

Escuchaba un jaleo en la entrada mientras no le quitaba la vista a Viny de encima. Parecía que un cliente con un pollo en miniatura sobre el hombro no podía comer  en el local con el bicho. Bueno, eso no era justo. He visto muchas veces cerdos bien vestido entrar a comer a restaurantes y los camareros nunca les dijeron nada. Aquello me mosqueaba, pero lo primero era lo primero. Caminé a paso acelerado a la mesa donde estaba Viny. ¿Quién era este tipo? Muy simple, un capullo que me iba a vender algo muy preciado, algo pequeño, sabroso y amargo. Y seguramente alguien se pregunta si tenía dinero para pagarle tal objeto...obviamente no pero eso era secundario. A mi nadie me la juega si no la juego yo antes, pues Viny me había fastidiado el chiste de robársela sin pagar...ya que él se largó con el trofeo. Así que era hora de cruzar opiniones.

Estaba comiendo solo y no tardó en girar su cabeza y verme, haciendo que el tenedor con el trozo de chuleta que tenía  a punto de meterse en la boca callera a su plato, provocando un pequeño estruendo. El hombre trató de levantarse rápido pero yo con gran soltura la agarré del hombro y lo volví a sentar en la silla.


-No , no no no, Viny ¿ Esa es manera de saludar a un viejo amigo? Ya ni me llamas, y ni te preocupas por mi corazón  y yo tampoco pregunto por tu hermano.

-No tengo hermano- dijo Viny resignándose a estar sentado.

-Ni yo corazón- le dije con una gran carcajada mientras le daba con mi mano dos palmadas en su pecho- Ay Viny Viny, creo que me debes algo ¿ te acuerdas? Tuviste la mala educación de irte sin completar nuestra quedada. Eso es de muy mala educación ¿sabes? Lloré mucho por ti, y por mi jugoso y amargo premio- cogí el tenedor del plato de Viny- A veces me parecía escucharte dar alaridos en la lejanía mientras te perdía.

Fue entonces cuando clavé el tenedor en la mano de Viny contra la mesa, lanzando este un gran alarido en mitad del restaurante.

-Si, exacto, un alarido así- le dije antes de agarrarle la cabeza con mi mano mientras que con la otra sostenía el tenedor contra su mano.- ¿Dónde está lo mío?.

Los camareros no tardarían en salir en bandada para ver lo que pasaba, pero yo los ignoré, ya que estaba centrado en Viny, incluso, el cliente con el pollo en el hombro dejó de ser de mi interés unos segundos.

-¡Aagggg la tienen ellos, se la vendía ellos!.

Suspiré mientras me mantenía en la misma posición.

-Viny me gusta jugar a los pronombres, pero creo que no es el momento ¿ no crees?- le susurré- ¿No ves que estos cotillas nos están mirando?-le dije en alusión a los comensales. -Se un poquito más preciso, o si no, lo voy a ser yo.

- Se llama Striker, un gilipollas de la revolución, me pagó bien por ella y aún la tiene- jadeó- quiere vendérsela a otros revolucionarios para no sé que combate de no se que hostias. ¡Te juro que es todo lo que se, ahora por favor suéltame la mano!.

-Y esta en....-le maticé con suma calma mientras giraba un poco más el tenedor en la herida abierta.

-¡Cerca de los muelles, en una casa abandonada, de fachada color verde junto a la plaza de los lores, es todo lo que sé Naipe, te lo juro!.

Sonreí, y tras escuchar aquellas palabras di un tirón rápido del tenedor liberando a aquel tipo.- ¿Ves? Cuando colaboras  me caes bien amigo mío. Ahora acábate el chuletón o se te va a enfriar.

Me giré para disponerme a volver a mi mesa, pero en el último momento me giré sobre mis talones y le volví a decir a Viny.

-Ah, y como se te ocurra decir algo....un tenedor será lo más pequeño que te meta por el culo. Besis.

Dicho esto volví a mi mesa, y la comida estaba dispuesta.....pero los camareros no tardaron en venir a junta mía a pedirme explicaciones.

Rokuro caminó calmadamente hacia la mesa. En el recorrido hasta ella se cruzó a los últimos comensales que se encontraban abandonando la mesa, aparentemente satisfechos, y se sentó cuando los camareros todavía se encontraban retirando los platos sucios.

Los camareros le miraron, se miraron entre sí, y le volvieron a mirar, pero continuaron haciendo su trabajo. Sin duda, la presencia del ave no era de su agrado.

Rokuro suspiró.

No le gustaba buscarse problemas, pero cuando se trataba de defender a su compañero no atendía a razones. Takarashi tenía tanto derecho como cualquier otra persona a entrar y comer allí, incluso era más limpio que muchas personas que había conocido Rokuro, y le daba rabia que no le permitieran el paso. «Maldita sea, no debo buscar problemas» pensó.

Entonces escuchó un grito de dolor que le sacó de sus pensamientos. Un hombre de aspecto extravagante había atravesado la mano de uno de los clientes con un tenedor mientras le amenazaba. Rokuro, presto a intervenir a pesar de hallarse en territorio enemigo, se contuvo al escuchar la conversación. «No fastidies...» Takarashi debió sentir su emoción puesto que lanzó un chillido agudo y batió las alas. ¿De verdad había tenido tanta suerte? En aquel momento poco le importaba la comida; tenía que seguir aquella pista.

—Bueno, amiguito, la comida tendrá que esperar —le acarició el pico—. Sé paciente. La recompensa llegará.

Entonces el peliblanco fue a levantarse, pero al alzar la vista hacia la salida pudo ver cómo dos hombres grandes y fornidos avanzaban en su dirección. Enseguida, como si lo hubiera planeado desde el principio, bajó la mirada y rebuscó bajo su sudadera hasta encontrar un pergamino. Discretamente, lo desenrolló bajo la mesa y de él empezaron a surgir una gran cantidad de ratas negras. Gracias a los poderes de su akuma hizo que se dispersaran rápidamente en torno a la gran sala y, casi al mismo tiempo, comenzaron a trepar por las patas de las mesas hasta invadir los deliciosos platos del local. Se escuchó un primer grito agudo seguido de decenas de ellos mientras los clientes se levantaban, histéricos, lanzaban la comida al suelo y empezaban a correr asustados.

Cuando algunos ratones abordaron al chef de sushi que seguía representando su espectáculo con los cuchillos y el pescado, este los atacó como si fueran un ingrediente más. En el momento en que fueron cortados en dos, cuatro, ocho y aún más pedazos, los roedores explotaron en nubes de tinta. Rokuro observó sus fluidos movimientos, pero decidió que no era el momento de examinar sus habilidades, aunque sin duda sabía lo que se hacía.

En aquel momento se había extendido el suficiente revuelo para Rokuro poder salir sin que le detuvieran. Enrolló nuevamente el pergamino y se movió entre la marea de personas histéricas. Esquivó con facilidad a los matones escabulléndose entre la gente y, finalmente, salió del local.

Una vez fuera muchos de los comensales habían sacado sus Den Den Mushis para llamar a emergencias. Claramente estaban descontentos con la plaga de ratas, y aquello le costaría muy caro al restaurante. «Eso por no dejar pasar a Taka» se dijo.

Se alejó rápidamente de allí y sin dudar ni un segundo se lanzó en busca de la dirección que había gritado aquel lastimoso hombre. El arlequín había logrado hacerle cantar fácilmente, y sabía qué debía darse prisa si quería llegar antes que él. No sabía cuáles eran sus intenciones, pero están seguro de que no eran buenas.

Corrí como alma que llevaba el diablo hasta divisar aquel edificio que me habían señalado. ¿Por qué todos los bobos siempre van a estos sitios para hacer intercambios? Da igual. Me quedé en la esquina de un edificio que daba al frente del almacén, donde un guardia, de brazos cruzados hacía guardia. El lugar estaba vacío, no había gente paseando por la zona, lo cual era bueno.

-¿Táctica del enfermo?

-Táctica del enfermo- susurré antes de comenzar a toser como un poseso mientras me acercaba al guardia de la entrada.

Con mi mano en la boca, tratando de taparme la tos, me puse casi enfrente del guardia, el cual me miró con cara de pocos amigos sin mover ni un solo músculo. En el momento en que tosía más fuerte y me dejé caer hacia él para apoyar mi otra mano en su hombro, el guardia lanzó un leve quejido de protesta.

-Oiga ¿que hace? ¿Se encuentra mal? Vaya al doctor, esto es una zona restringida.


Fue entonces cuando me recompuse y me quedé mirándolo mientras suspiraba, dando a entender que me había recuperado de la tos, y le propiné un rápido puñetazo en toda la frente dejándolo inconsciente y cayendo al suelo como un chorizo parrillero.

-Creo que ya me encuentro mejor- le dije antes de chequear sus bolsillos y la pistola que llevaba al cinto. Hecho esto entré en el almacén. Estaba oscuro, se escuchaban murmuros al fondo de las estanterías de la gran sala rectangular que era el sitio. Una tenue luz iluminaba el fondo, donde se podía ver una docena de tipos con gabardina, y en el centro, dos que parecían ser los jefes, uno era Striker.

"Bingo" pensé para mi mientras me escabullía como una rata por entre los pasillos de las estanterías con objetivo de acercarme poco a poco. Cuando estab lo suficientemente cerca podía ver como estaban haciendo el intercambio de lo que parecían berries, armas, algunas mercancías de lujo y, de entre todas las basuras allí presentes....estaba lo mío, en un precioso cofre de ébano, el mismo que había perdido a manos de Viny.

Cabe decir que pude escuchar que hablaban sobre la Revolución, La Legión y otras cosas que me importaban entre cero y nada. Mi objetivo era recuperar lo mío...así que.... me dejé ver.

-¡Buenos días caballeros!