La velada del año [Alice-Hayden]

- Me aprieta un poco -protestaste.

- ¡Ay, querida, lo siento! -se disculpó Madamme Lafleur-. Guardé tus medidas de la última vez, ¡pero no me dijiste que habías crecido tanto!

En aquella ocasión la Mascarada no te había cogido desprevenida. La fecha había sido anunciada hacía poco, pero tú ya habías contactado con la modista meses atrás por carta, tanto solicitando uno de sus famosos vestidos como asegurándote de que en esa ocasión tendrías uno único y personalizado para ti. No es que el que habías comprado hacía un año hubiese estado mal, ni mucho menos, pero eras consciente de que Lafleur era una artista: Si alguien podía asegurarse de sacar el máximo partido a su aguja, era ella, y aunque habías conocido a una joven costurera muy habilidosa, Madamme estaba al tanto de la moda local de manera que podía garantizar la adaptación de tus sugerencias a un estilo más apropiado para la fiesta que estaba a punto de celebrarse.

- Este año hay mucha fruta en el mostrador -explicó-. Y estás más estilizada, diría yo. -Te midió una vez más, cerciorándose de que en efecto así era-. Apenas un centímetro de contorno, ¡pero eso hace una diferencia grotesca! Más aún teniendo en cuenta unas peticiones tan concretas como las que me hicisteis, Mademoiselle Wanderlust. Un corsé de varas...

- Me habría vuelto a dejar moretones por todas las costillas -completaste con tono cansado.

Desde el otro lado del espejo la mujer, alta y regordeta, te miraba con cierta lástima.

- Ciertamente, no es lo ideal teniendo en cuenta vuestra condición -apostilló-. Por suerte en mi taller hemos estudiado las botas que nos enviasteis y hemos podido replicar su funcionamiento casi por completo. ¿Queréis ver vuestros zapatos de cristal?

Asentiste. Madamme Lafleur no solo era la mejor sastre de Lvneel y una de las mejores de todo el North Blue, sino que poseía una pequeña factoría de talentosos artesanos -no tan exquisitos como ella- que la ayudaban a cumplir los tiempos de cuanto noble requería sus servicios. La mayoría de los pedidos se conformaban con la excelencia que ofrecían sus asistentes, y solo quienes no os conformabais con menos que la perfección pagabais los elevados precios de la cabeza del local. Y en aquel caso mereció la pena, porque cuando contemplaste por primera vez esas sandalias de tacón imposible, arboladas en filigranas de transparencia azulada y con la impecable liviandad del vidrio no pudiste sino emitir un chillido ilusionado. La mujer, con una sonrisa orgullosa, sacó un pequeño martillo de nácar y golpeó el tacón.

Vibró. Chilló. Emitió el mismo sonido agudo que un cristal emitiría, como si fuese el de una copa de finísimo vidrio templado. No entendías cómo había conseguido aquello, pero era increíble. Extendiste la mano lentamente hasta tocarlo; se sentía frío, y duro, y agradable y perfecto. Era mejor a cómo lo habías imaginado.

- ¿Pero y lo otro? -preguntaste-. ¿Podré llevarlos?

Metió una mano en el delantal, sacando una suerte de bola transparente. Una gelatina, más o menos, que se bamboleaba. Tenía alguna que otra pelusa que se le había pegado por permanecer ahí dentro mucho tiempo, lo cual era algo desagradable, pero aun así Madamme lo extendió hacia ti.

- Por resumir, esta esfera es una especie de suela, o un protector si lo preferís llamar así. Solo que en lugar de estar en el zapato, debéis colocároslo en el pie antes de calzaros.

Ante tu expresión confusa agarró la esfera, mostrando su elasticidad, y de inmediato introdujo la mano en él, estirándolo casi hasta que su codo quedó dentro de una finísima pátina apenas visible.

- Como un calcetín de gel -dijiste.

- Como un calcetín de gel... Invisible -contestó.

- Es increíble -admitiste.

- Para eso pagáis, Mademoiselle. -La voz de Lafleur era una mezcla de orgullo y codicia. Te tenía aprecio, pero más se lo tenía a tu cartera-. Aunque os advierto que el tacto es peculiar. Tiene que serlo para agarrar bien independientemente del calzado. Aunque, por otro lado, casi no se ve. Si lleváis medias sería imposible discernirla.

Saliste de la tienda bastante feliz. En unas horas podrías recoger tu vestido arreglado, los zapatos y esa cosa para poder llevarlos sin hacerte daño. Quedaba apenas un día para la Mascarada y ya lo tenías todo listo. Solo esperabas que no te volviese a arruinar la velada una nueva fuga de prisión.

A penas tenía días libres y, cuando los tenía, no sabía en qué ocuparlos. Su vida más allá de la marina estaba algo vacía y no tenía mucho que hacer, lo cual hacía que esos días en concreto fuesen extremadamente aburridos para él. Se encontraba en la terraza de una heladería intentando lamer el helado de diecisiete bolas que se había pedido, las cuales aguantaban en perfecto equilibrio aunque pareciese que se iban a caer en cualquier momento. No apartaba la mirada del libro que estaba leyendo: "Cuentos del Mentiroso Noland". No era un cómic de Smiley-man, pero... No, no era un cómic de Smiley-man, era incapaz de captar su atención. Finalmente, aquello por lo que estaba esperando ocurrió.

—¡Al ladrón! ¡Al ladrón! ¡Me han quitado mi bolso!

Y una figura encapuchada de negro pasó corriendo por delante de él. Su sonrisa se ensanchó, mostrando aún más sus dientes afilados. Tiró el libro a un lado y se levantó, metiéndose todo el helado en la boca. Empezó a correr detrás del ladrón que llevaba el bolso con la boca llena de helado y el cucurucho sobresaliendo. El ladrón tomaba todos los giros que podía, tal vez con la intención de despistarle. Aquello le irritó un poco, pues necesitaba una línea recta lo suficientemente larga como para poder acelerar con el fuego y así alcanzarle por fin. Hayden sorteaba obstáculos y personas que había por medio, así como cosas que le tiraba el ladrón desde delante.

Y por fin se dio la oportunidad. Entró en una calle amplia y recta. El fuego empezó a aparecer detrás de Hayden y saltó, propulsándose hacia delante como un cohete. Le dio al ladrón un rodillazo en la nuca que lo tiró al suelo y aterrizó, deslizándose medio metro en la tierra. Se acercó al ladrón y le quitó el bolso tras esposarle las manos detrás de la espalda.

—Efftaff deffenido, cuaffquieff coffa que digaff ffofrá ffer uffaffa eff ffu ffoffra —dijo con el helado en la boca todavía.

—... ¡¿Qué?! —exclamó el ladrón.

Hayden tragó todo de golpe y le dio un escalofrío. Cerró los ojos y se dio golpecitos en la cabecita.

—Aaaah, cerebro congelado. Perdón. Estás detenido blablablabla, deja de robar, tonto. Y ahora... —se paró y miró a su alrededor. Todo el mundo les miraba curiosos—. ¿Dónde está la mujer a la que has robado esto? Debería haberme quedado con su cara antes, mierda.

El hotel estaba a solo unas manzanas. Caminabas distraída hacia él, pensando en el vestido -mucho más bonito que el del año pasado- y repasando mentalmente los diagramas que llevabas semanas proyectando. Esta vez no eran relojes sino bocetos anatómicos de danza recogidos de libros, y memorizarlos te ayudaba de cara a una pequeña ambición que tenías en mente, un proyectito que muy pronto llevarías a término. Sin embargo mientras estabas con la cabeza en las nubes tu cuerpo seguía en el suelo y alguien con no muy buenas intenciones se acercó a ti sin que apenas te dieses cuenta.

Tu primera reacción ante cualquier forcejeo era dejarte ir: Aunque podías forzarte a pelear la delicadeza de tu cuerpo te había llevado a tomar por costumbre no arriesgarte a romperlo. Quizá por eso a pesar de llevar el bolso bien sujeto el hombre que ahora corría alejándose te lo había quitado con un simple tirón. Tu primera reacción fue gritar un sonoro "mierda" y correr detrás de él, pero era muy rápido y tú no podías poner tanta presión en tus piernas. Quizá deberías haber sacado las alas de la libertad para perseguirlo, pero dañaban la piedra al clavarse y por un ratero no merecía la pena el destrozo. Dudabas incluso que la Marina viese proporcionada esa persecución, y no querías meterte en líos cuando tenías el baile en apenas unas horas, así que hiciste lo único que podías hacer en esa situación: Gritar.

- ¡Ayuda! -rogaste-. ¡Al ladrón! ¡Me han quitado mi bolso!

Alguna gente miró. Muchos de los que te escucharon dejaron de caminar, siguiendo la trayectoria del ratero con la mirada mientras cuchicheaban entre ellos. De entre todos ellos, sin embargo, un niño comiendo un helado se lanzó a la carga sin dudarlo -tampoco soltó el helado, pero eso es otra historia-. El carterista se metió por un callejón; el niño lo siguió, era rápido. Tú acabaste entrando también, aunque no supiste cuando empezaron a virar por dónde iban y saliste a la paralela, donde más pronto que tarde la persecución volvió a la normalidad... O no, porque el chico empezó a emanar fuego como si se tratase de un cohete y terminó por atrapar al delincuente sin dificultades. Era usuario.

Llegaste justo para ver cómo se tragaba el helado de golpe, reprimiendo un gesto de desagrado. Había sido como ver comer a un ganso en una granja de foie gras solo que con menos plumas, y su discurso posterior fue si cabe tan elocuente como el de uno. Con todo, te acercaste sonriente.

- Está aquí -contestaste a su pregunta-. Ese bolso es mío; un Vic Lutton de la colección invierno-primavera de hace dos temporadas con el forro interior personalizado para estampar mis iniciales.

Tenías muchos bolsos, algunos más a la moda y más sencillos de conjuntar, pero ese era con diferencia el más cómodo de todos y en relación volumen-almacenamiento sin duda el mejor. a veces, de hecho, lo llevabas dentro de otros bolsos más grandes cuando no combinaba con tu ropa.

- Muchas gracias -dijiste, extendiendo la mano-. ¿Podrías... Devolvérmelo? Te daré una buena recompensa, te lo prometo. Un helado más grande, si quieres, o lo que os guste a los chiquillos.