Buscando revolucionarios. (maki y bleyd) [privado, pasado]

El Oficial Makintosh contemplaba con orgullo el navío del que era dueño. El Su Majestad Derian I, Reina de los Ghouls y Salvadora del Mundo Patrocinado por Refrescos de Cola "La Zurrasca", abreviado como el Derian I para los amigos, surcaba los mares como un dios viviente, proclamando su dominio sobre todo y todos. No solo era capaz de navegar por el agua gracias a sus misteriosos motores, sino que, si hacía falta, se podía utilizar en tierra con la misma eficacia e incluso más. El mecanismo que proporcionaba tal gloriosidad era difícilmente comprensible por la mente de su dueño, y seguramente por la de cualquier otro. Los marines debieron abandonarlo en aquel almacén por esa razón.

Era el vehículo perfecto para el Oficial Makintosh, capaz de transportar al nuevo alto cargo de la Revolución allá donde se le necesitase. Y es que el Oficial Makintosh era un hombre importante, muy importante y, lo que es más, no se le había subido para nada a la cabeza, como decían las malas lenguas.

Sí que había realizado algunos cambios, claro. Para empezar prefería que se le llamase Oficial Makintosh, sin acortar. En realidad antes exigía ser llamado Señor Nuevo Oficial Augustus Fantástico Makintosh, pero a la gente se le olvidaba, así que lo dejó en Oficial Makintosh. También había incorporado los accesorios adecuados a su vestuario para dejar clara su nueva posición: llevaba gafas de sol negras que le daban un aspecto de férrea severidad, y una boina roja con un alfiler dorado en forma de rodillo. El detalle más importante fue cuando hizo camisetas con su cartel de recompensa y obligó a sus nuevos subordinados a ponérselas. Era grandioso ver literalmente su rostro en los corazones de sus seguidores.

-Me encanta el olor de la Revolución por la mañana -dijo el Oficial Makintosh con la mirada perdida en el infinito. Llevaba diciendo eso cada veinte minutos toda la mañana, porque se lo había oído decir a alguien y le había gustado. Y esa actitud de firme y disciplinada  despreocupación pegaba mucho con su nuevo look-. Convertiré la armada en un verdadero ejército invencible -afirmó, mesándose el bigote. Oh, sí, el Oficial Makintosh se había dejado bigote.

-Di que sí, Maki, yo confío en ti -dijo Margaret, su amiga imaginaria que se sentaba frente al Aro de Control del barco.

-Oficial Makintosh.

-Eso, Oficial Makintosh.

Cada vez que lo oía se le erizaba la fina película fría y húmeda que le recubría la piel. No se esperaba su ascenso después de fracasar en el rescate del pirata, pero por lo visto había hecho méritos como para ganárselo. Los de arriba debían haber visto su determinación, bien recompensada con un cargo de oficial.

Estaba tan sumido en sus pensamientos y en el sonido de la gran bandera revolucionaria ondeando al viento que no se dio cuenta de que tenía visita hasta que ésta abordó su barco como si nada.

-¿Quién eres tú? -quiso saber el gyojin. El olor a comida le asaltó con fuerza, pero no dejó que le distrajese. Sin importar lo que hubiese traído, el hombre de la cesta podía ser un enemigo.

El Oficial Makintosh miró con desconfianza al recién llegado. Parecía sospechoso, aunque no sabía muy bien por qué. Lo cierto era que daba igual, porque en el cursillo rápido para oficiales que le dieron se decía claramente que había que mirar mal a todo el mundo. Lo que no especifica era lo que hacer si alguien aparecía en su barco con una cesta de picnic. Vale, era un intruso y eso, pero llevaba comida. El fino olfato de Maki detectó una mezcla de productos cárnicos de esos que a los cadetes no solían darles en el comedor de la base, así como eso que el extraño llamaba "cupcakes" y que resultaron ser magdalenas. Su instinto le decía que debería echarlo de allí a empujones después de un discurso sobre la seriedad de la Revolución, pero el hecho de que no llevase comida a bordo decantó la bañanza hacia el lado de los tacos.

-Yo soy el Oficial Makintosh -se presentó. Margaret le hizo un gesto amistoso por haberse acordado de los modales.

Lo cierto es que le resultó sorprendente que adivinase que era un revolucionario. Estaba claro que no era un marine, y tampoco había ninguna bandera pirata en su barquito. En lugar de eso, ondeaba la de la Revolución, esa especie de cosa parecida a un dragón que provenía de hacía cien años y que ya no significaba gran cosa. Aun así, quizás él no hubiera podido deducirlo.

En vez de pensar en cosas difíciles, metió las manazas en la cesta de picnic y escuchó la presentación del desconocido sin dejar de comer. Incluso le dio un poquito a Rudy. Y entonces vio al bicho.

No tenía ni idea de qué era, y no había reparado en su presencia hasta que no se le cayeron las gafas al coger una magdalena. Eran muy molonas, pero las puñeteras gafas no valían para ver. El animal se movía de aquí para allá desperdigando su perfume por todas partes. Olía bien, eso desde luego, y una parte del Oficial Makintosh quería estrujar a aquella cosa. La otra parte se fijó en que era de color rosa.

-Oh, oh -dijo Margaret con su imaginaria voz-. Allá vamos.

-¡¡¡AHHHH!!!

El Oficial Makintosh saltó como un resorte en cuanto su cerebro procesó el color del pelo de aquella cosa peluda. Tenía muchos motivos para que el rosa le aterrase, por supuesto, y el hecho de que no se le ocurriera ninguno en ese momento no significaba nada. Solo sabía que tenía que alejarse de él lo antes posible. Se escondió detrás del Aro de Control y le lanzó un chorizo al animal para que se entretuviese y le dejase en paz.

-¿Qué es esa cosa? Fuera, fuera, flus, bicho, flus.

Después hizo un gesto contra el mal de ojo que le había copiado a una vendedora de hierbas y agarró a Rudy, su rodillo mascota y guerrero honorario de la armada, para defenderse.

-Margaret, ¿está loco este tipo? -preguntó el Oficial Makintosh.

Obviamente, no necesitaba decirlo en voz alta, así que lo pensó. Eso bastaba para comunicarse con Margaret, ya que uno de los dos, no estaba claro cuál de ellos, era imaginario. Su amiga observó atentamente al recién llegado. El tal Bleyd Bleyd Master -se había presentado así, por lo que debía ser un nombre compuesto- parecía demasiado tranquilo. Se le había acercado sin más a pedirle formar parte de la Revolución, casualmente cuando el Oficial Makintosh estaba en mitad de una cruzada para reclutar nuevos miembros. ¡Y encima con comida! Era demasiado bueno para ser verdad. Y si algo le habían dicho en la Escuela Exprés de Oficiales a Distancia del Instituto Ojo de Mono era que si algo parecía demasiado bueno para ser verdad, seguramente no lo fuese.

"Y más si nos pasa a nosotros", se dijo. "A lo revolucionarios nunca nos pasa nada bueno".

Eso solo le dejaba dos opciones. La primera de ellas: que el tal Bleyd estuviese loco.

Suerte que Margaret siempre llevaba consigo su detector de cuerdos. El Oficial Makintosh le pidió un detector de locos, pero su amiga le dijo que eso era una locura. El detector de cuerdos ululó -estaba programado para usarse discretamente en el bosque, así que sonaba como un búho- cuando lo apuntó contra el hombre de la cesta, así que no debía estar loco. Eso significaba que se enfrentaba a la segunda opción.

-¡Es una trampa! -gritó el Oficial Makintosh de repente, dando un respingo. Entonces se dio cuenta de que no debería haberlo dicho en voz tan alta, y trató de disimular-. Así se llama mi barco. Mi barco respetuoso de la ley, el ¡Es una trampa!. Bienvenido.

"Uff, ahí has estado ágil, Augustus". Ahora solo tenía que desenmascarar al impostor. Seguramente fuese un marine o un cazador atraído por su reciente recompensa. Si quería tomarle el pelo lo iba a tener difícil, y no solo porque el Oficial Makintosh no tuviese pelo. Estaba decidido a hacer que diese un paso en falso y se revelase como un mentiroso, así que comenzó a idear un plan.

-Bueno, si quieres unirte a nosotros tendrás que pasar algunas pruebas. La primera es... es... Aguantar la respiración bajo el agua más que yo -Y dicho esto, descolgó la escalerilla de madera, dejó a Rudy al cuidado del barco y se tiró al agua, donde mantuvo la cabeza sumergida a la espera de ver si Bleyd podía ganarle.

El Oficial Makintosh se dio cuenta un poco tarde de que iba a ser una competición muy pero que muy reñida. Por un lado, él era un gyojin. Su especie vivía bajo el mar en una amplísima mayoría, y se sentían tan cómodos bajo el agua como un pájaro en el aire. Bueno, excepto uno de esos pajarracos raros que no podían volar; esos no debían sentirse cómodos en ningún sitio, seguramente. Por otro, su oponente era humano, esa extraña clase de criatura que podía morirse literalmente por casi cualquier cosa. Algo tan inofensivo como el mar podía ahogarlos, porque eran incapaces de respirar bajo el agua. El Oficial Makintosh jamás había entendido cómo habían sobrevivido tanto tiempo.

A simple vista, tal y como se le ocurrió pensar un segundo después de tirarse al agua, era un duelo desigual. Sin embargo, el Oficial Makintosh había vaciado casi por completo una de las cestas de picnic del tipejo del poni, y empezaba a notar las consecuencias. El estómago le pesaba una barbaridad, y se sentía muy pesado. Y eso que él era muy ligero por naturaleza. Eso tal vez sirviese para igualar la balanza.

O no.

La curiosa estrategia del tal Bleyd le pilló por sorpresa. No se esperaba que intentase hacerle cosquillas -algo que, por otro lado, ni siquiera estaba seguro de si tenía-. Su cuerpo gelatinoso y resbaladizo no era el más adecuado para las cosquillas, y tampoco mucha gente había intentado hacérselas. Era algo nuevo para él, así que reaccionó con la mesura y calma que uno atribuiría a un oficial del Ejército Revolucionario: le sacudió un puñetazo al humano.

Fue instintivo, inmediato. Extendió el puño con toda la fuerza de la que fue capaz para apartar a aquel hombre-cosquillas. No quería hacerle daño, pero no había tenido tiempo para pensar. Fue como aquella vez en que Marlon el Inofensivo le dio un susto en el pasillo.

"A lo mejor tenía que haber pensado otra prueba".

El Oficial Makintosh, ebrio de victoria, volvió a su barco. Trepó por la escalerilla que había dejado descolgada, ignorando la habitual sensación que le producía salir del agua. Era como adentrarse en un ambiente desconocido, antinatural, a pesar de que estuviera ya más que acostumbrado. Antes de subir a cubierta se cuidó muy bien de que el animal rosa no anduviese correteando por ahí. Ese maldito color... En la naturaleza no existía el rosa, eso lo sabía todo el mundo, así que, ¿por qué demonios había una criatura de ese color? Ya se lo advirtió su tío Cornelius: "Augustus, nunca te fíes de lo que haya allá arriba", le decía constantemente, señalando con el dedo hacia la superficie. "El mundo de aire está lleno de cosas aterradoras".

Por suerte no había rastro del... ¿perro? Había supuesto que era un poni, pero esas cosas no eran rosas. Una vez había visto ponis en la feria de Baltigo -los niños y Maki se montaron sobre ellos hasta que el que montaba él se derrumbó agotado-, y todos eran marrones, negros o blancos. Bueno, y había uno azul, pero eso se debió a un accidente en la peluquería de animales. Sí, seguramente fuese otro animal. Y después de haber visto a un perro salchicha estaba seguro de que cualquier cosa podía entrar en esa categoría.

El Oficial Makintosh disfrutó del frescor del aire en contacto con su cuerpo húmedo. Esas brisas le habían asustado mucho la primera vez, pero ahora era fuerte, invencible, capaz de soportar cualquier brisa. Contempló a Bleyd. El humano lo había intentado, pero estaba claro que no estaba a su altura. ¿Qué clase de revolucionario no podía respirar bajo el agua?

-Creo que casi ninguno puede, Augustus -apuntó Margaret, escuchando su pensamiento. Literalmente.

En cualquier caso, era un requisito indispensable. O al menos pensaba asegurarse de que lo fuera a partir de ese momento. Cualquier recluta tendría que aguantar la respiración durante una hora o sería expulsado de la armada. "Duro pero justo", pensaba el Oficial Makintosh, que volvió a ponerse su boina y se encendió otro puro.

Y entonces el humano dijo que se iba.

El Oficial Makintosh se quedó horrorizado. No se había dado cuenta de que iba a perder a su primer recluta. No, no, no, no, no, no, no, no. Ni de coña. Si empezaba perdiendo a un candidato para la Revolución su reputación se resentiría. Oh, sí, pensaba ser duro como el que más, un líder de hierro y con menos piedad que pelos en la cabeza, pero si el primero era descartado tan fácilmente, todo el mundo le cogería manía. Sería como esos profesores a los que todos los alumnos odian, como el malo de las obras de teatro contra el que todos luchan. No, su plan era empezar suave y luego imponer su férrea voluntad. No podía permitirse perder a Bleyd todavía.

-Espera, espera. Esta prueba no cuenta. Es que... era de prueba. Así que no vale. La prueba de verdad es... es... Oh, ya lo tengo. Tienes que luchar contra esos marines -El rollizo dedo gelatinoso del gyojin señaló al barco marine que navegaba por babor.

"Uff, qué suerte que haya aparecido", pensó durante el medio minuto en que otra parte de su cerebro procesaba que los marines eran los malos y que tenían cañones, espadas y otro montón de cosas duras y afiladas. Él solo tenía una enorme bandera que lo identificaba como su enemigo.

En cuanto fue consciente de ello, se arrepintió de haber hablado. ¿Por qué no había propuesto una carrera o un concurso de comer tartas? Luchar, cómo no. ¿Qué iba a hacer? Si Bleyd luchaba y ganaba, el Oficial Makintosh quedaría como un tonto o un debilucho por quedarse solo mirando. Pero si él también peleaba... bueno, tendría que pelear, y eso no le atraía lo más mínimo. Las batallas solían acabar con alguien herido, incluso sangrando. ¡Y bien podía ser él!

-Va... vale -dijo. "Ahora no puedes echarte atrás, Augustus"-. Si vences a más... a más marines que yo... pues eso. Serás admitido.

"Jooo, espero que no hayan traído los cañones".

Los marines empezaron a disparar antes de lo que el Oficial Makintosh había predicho. La primera salva de artillería surcaba el aire y él aún no se había mentalizado para la batalla. Primero tenía que meditar, luego trazar un plan, comer algo, echar una meadita nerviosa y preparar otro plan por si acaso. Luego cantaría un poco para afinar la garganta por si tenía que gritar pidiendo ayuda, y después otra meadita nerviosa.

-Maldita sea. ¡Margaret, guarda esa bandera! ¡Les está enfadando! -le gritó a su amiga imaginaria. El enorme estandarte que ondeaba sobre su barco, con el dragón de la Revolución pintado en él, era un objetivo perfecto en mar abierto, y a los marines parecía darles ánimos.

Pero Margaret no consiguió agarrar las cuerdas. Lo intentó varias veces, miró al gyojin y se encogió de hombros. Tal vez se debía a que Margaret era imaginaria. "O igual la bandera es imaginaria", pensó. Lo cierto es que nunca había estado muy seguro de si Margaret existía o no. Pero si no existía, ¿cómo podía tener novia?

En cualquier caso, daba igual. Se guardó la boina y las gafas en el bolsillo, se atusó el bigote con decisión y se lanzó al mar decidido a entrar en batalla. Bueno, primero se lanzó para salvar el pellejo y huir, aunque se aproximó al barco marine para luchar cuando recordó que no podía abandonar su propio navío. Por suerte Rudy iba con él, fiel y dispuesto a pelear, metido en su bolsillo trasero. Juntos iban a acabar con todos los marines a bordo, los aplastaría con sus poderosos puños, emergería del agua como un ser de leyenda y...

La cubierta estaba demasiado alta.

El Oficial Makintosh salió a la superficie con un grito de guerra naciendo en su garganta llena de agua salada, los puños apretados y el corazón encogido de aprensión pre-batalla. Incluso había echado una de sus meaditas nerviosas mientras nadaba. Pero nada de eso importaba. Se había encontrado con el casco azul y negro del buque de guerra, totalmente liso y húmedo, resbaladizo como el culo de una medusa. Sus manos no encontraban agarre alguno, y cada vez que intentaba trepar hasta la cubierta, resbalaba y caía al agua patosamente y sin causar daño alguno.

"Vale, esto no me lo esperaba".

En las historias era más fácil. Un gyojin se tiraba al agua y trepaba al barco de forma ambigua y poco clara. ¿Por qué a él no le salía? Era tan injusto...

Desde arriba le llegó una voz humana. Era un marine que acababa de asomarse para ver a qué se debía el ruido que el Oficial Makintosh estaba provocando.

-¿Qué es eso?- preguntó a sus compañeros-. Creo que hemos topado con una bolsa o algo.

-No sé, pero no nos molesta -dijo otra voz-. Déjalo ahí.

Y ahí se quedó, chapoteando y lanzando maldiciones que no servían de nada. Vaya día estaba teniendo...

Oh, qué gloriosa batalla. El olor de la pólvora, el fresquito del agua de mar, el ruido atronador de los cañones, los abordajes emocionantes con vehículos aéreos... Era una lucha que pasaría a los anales, sobre la que se escribirían canciones y se harían chistes usando la palabra "anales". Oh, qué gloriosa batalla.

Lástima que se la estuviera perdiendo.

Hasta el momento, la participación del Oficial Makintosh se había reducido a acciones meramente anecdóticas: flotaba, intentaba trepar por el casco del barco marine, se apartaba cuando caía algún cuerpo y se dejaba zarandear por el agua que movían los balazos de la artillería. A ver, no podía decir que estuviese incómodo, pero así difícilmente iba a ganar. Debía derrotar a más marines que el tal Vleid -aún no tenía del todo claro cómo se deletreaba su nombre- si es que quería demostrar quién era el jefe en la Revolución. Por otro lado, quería que se uniese a él, así que tal vez debiese dejarle ganar. Que disyuntiva tan cruel tener que decidir entre la victoria y otro tipo de victoria.

Así que ahí estaba, flotando. No podía decir que fuese muy emocionante, pero tampoco iba a quejarse mucho. De todos modos tampoco quería pelear. Le gustaban muy poco las balas, y le gustaban muy muy poco las balas que iban hacia él. Y esos marines parecían muy enfadados, a juzgar por lo violentos que se habían puesto. Por desgracia, era un oficial, y tenía un deber que cumplir como tal.

-¡¿Hola?! -chilló-. ¿Puede recogerme alguien? ¡Venga, subidme!

"No, Augustus, así no", se dijo. "Demuéstrales quién manda aquí". Era cierto. Tenía que hablar como el Oficial Makintosh, no como simplemente Maki.

-¡Escuchadme, jauría de ratas apestosas! -bramó el oficial-. ¡Soy el Oficial Augustus Makintosh, y os ordeno que me subáis a ese barco para poder haceros pe...! ¡Ahh!

El oficial se calló de repente cuando un marine herido le cayó sobre la cabeza, hundiéndole y haciéndole tragar agua. ¿Cómo osaba interrumpirle en mitad de su discurso? Oh, ahora sí que estaba enfadado. Se lo iba a hacer pagar a esos bastardos. Ya lo verían... En cuando pudiese subir al barco.

"Esto no está funcionando", se dijo el Oficial Makintosh. "¡Me estoy perdiendo la batalla!". Sin embargo, a pesar de que no luchaba con nadie, libraba su propio combate a muerte contra las leyes de la física. Por desgracia, todos sus intentos para subir a cubierta habían resultado del todo inútiles. Se sentía frustrado y cansado, consciente de que estarían todos esperándole para empezar a pelear. De repente, un ruido como de disco rayado sonó en su mente y sus recuerdos recientes -adecuadamente modificados por los filtros de su mente- pasaron frente a sus ojos como un flashback en una obra de teatro.

Plan 1: El Poderoso Augustus, con su frondoso bigote resistente al agua, decide hundir sus dedos en el casco del barco y escalar a base de fuerza bruta. Su estrategia, tan infalible como inteligente, se fue al traste cuando descubrió que la parte baja del casco era de metal.

Una cortinilla de estrellas cruzó su mente para dar pie a un nuevo recuerdo.

Plan 2: Usando sus últimos chicles de fresa ácida, el Gran y Sublime Señor Maki treparía pegándolos para poder escalar hasta llegar arriba del todo. La estrategia, aparentemente sin fallos, se vio truncada cuando olió los chicles y se los comió antes de darse cuenta.

Cortinilla de estrellas.

Plan 3: Picos, cuerdas, botas con pinchos y un gorro de lana le permitirían llegar a la cumbre en un plazo inferior a tres días. ¿El fallo obvio? Que al Asombroso Maki le daba cosilla eso de las alturas.

Cortinilla de estrellas.

Plan 4: Trepar por la cadena del ancla... El barco no tenía el ancla echada.

Cortinilla de estrellas.

Plan 5: Ante el total y rotundo fracaso de todas sus estratagemas, el Majestuoso Oficial Makintosh decidió volver a su propio barco a observar a Bleyd desde allí y fingir que ésa era su intención desde el principio.

El Oficial Makintosh volvió al presente. Allí estaba, en la proa de su embarcación, con la boina calada en la cabeza y un puro apagado en la boca porque le había sido imposible encenderlo. Casi mejor; él no fumaba. Desde allí, con los brazos cruzados en actitud de epicidad, observaba aparentemente impasible cómo el humano despachaba a los marines. Esperaba dar una imagen tan buena como se imaginaba. Y que no se notase el frío que tenía.

El Oficial Makintosh contemplaba el combate con gesto serio y una canción en el corazón. Una canción seria, ruda y firme sobre un lugar en el que imperaba una ley de hierro que era mantenida por un grupo de gente que combate el crimen con una combinación de sombreros anchos y artes marciales. El Oficial Makintosh era un melómano.

Estudió cuidadosamente la forma de luchar de Bleyd -un nombre que en su cabeza sonaba con "v" y con "i"-, analizando con meticulosidad cada movimiento, cada gesto, cada estratagema que empleaba para dar cuenta de los marines. Y sí, el Oficial Makintosh podía oír con claridad lo que decía a pesar de la distancia, tan grande era su profesionalidad. Ciertamente, se las estaba arreglando bien... para ser un humano. Un humano con un perro rosa, sí, pero humano al fin y al cabo.

-Eres demasiado severo, Augustus -le reprendió Margaret.

-Puede. O puede que el mundo entero sea demasiado blando.

"Toma ya. Buena frase", se felicitó. Ya empezaba a hablar como un buen oficial.

Bleyd volvió al barco confiado en haber acabado con todos los adversarios. Si lo que decía era cierto y podía hacer cosas como crear ilusiones o inventarse palabras como "hacienda", tal vez fuese útil para la armada. Aunque solo fuese como carne de cañón. Dios sabía que iban a necesitar mucha carne de cañón. Aun así, cuando le preguntó si podría ser digno de unirse a la Revolución, el Oficial Makintosh lo meditó unos segundos.

-Hmm... has podido encargarte de casi tantos marines como yo, lo cual es un gran logro. Tú solo podrías derrotar a gran cantidad de enemigos y enfrentarte a agentes de alto rango. Hasta sabes hacer magdalenas. Pero no puedes respirar bajo el agua. No sé...

¿De verdad necesitaban a otro humano en su bando? Es decir, los humanos estaban desfasados. Si les metías la cabeza en un cubo de agua, se morían, y además solo los había de unos pocos colores muy repetitivos. No estaba seguro de si pegaba adecuadamente con los revolucionarios. ¿Y si tenían que empezar a vivir bajo el agua por... por algo? Ah, ahí tendría que cuidar de él. No, desde luego no era muy conveniente. Y sin importar lo fuerte que fuese, tenía una mascota aterradora.

Vale, decidido, no lo aceptaba. ¿Cómo debería decírselo? De forma dura y clara, por supuesto. No, no, eso era una mala idea. ¿Y si le azuzaba a su bestia? Maldición, eso no lo había pensado. Había dejado que ese engendro campase a sus anchas y no había allí ningún perro más grande que pudiese defenderle. Eso sí que era un problema... ¡Y encima era ya la hora de comer! Seguro que todo el lío de decirle que no lo admitía le llevaba un buen rato. Joo, con el hambre que tenía...

-Vale, ¿sabes qué? Que sí, que te acepto oficialmente en el Ejército Revolucionario --dijo el Oficial Makintosh. Era lo más cómodo-. Bienvenido a la guerra, muchacho.