[Privado - Nailah & Zane] Una propuesta casi decente en la isla de los limoneros.

Era de día y las corrientes de aire llevaron a los hermanos de la tormenta a una isla muy particular. Desde la lejanía, o eso pudo contemplar Zane gracias a su vista de pájaro, se trataba de una ínsula muy pequeñita, del tamaño, quizá, de una de las ciudades más grandes de cualquier isla. ¿Cien? ¿Doscientos metros cuadrados? Más no; era imposible. La banda aún continuaba un poco tocada por la marcha de Katharina y Luka, ¿el culpable? Su capitán, claro estaba. Había que ir a por provisiones, pero pocos eran los que verdaderamente querían hacer esa labor de buena gana, y el pelirrojo no se atrevía a pedirle a nadie que fuera y quedarse el en el barco. No es que reinara la anarquía, sino que, en momentos puntuales, el recuerdo de esos dos tripulantes afloraba y traían pequeñas riñas entre algunos miembros de esa extraña familia que formaban los Arashi.

—Nailah, ¿me acompañas a comprar provisiones? —le preguntó, en cuanto llegaron al puerto. Allí se varias banderas negras. Una de ellas pertenecía a Marcus “La lanza Jones”, un gran y temido pirata que iba solo de un lado para otro. También estaba la de Mary “la gata Smith”, una temida pirata que hacía poco tiempo que había llegado al nuevo mundo; una novata podría decirse. Así como otras tantas banderas capitaneadas por piratas menores—. Y así nos damos un paseo, que hace tiempo que no hablamos.

¿De qué quería hablarle? Zane se había quedado sin una de sus tempestades y la había elegido a ella. Quizá no fuera una bestia parda como lo era Luka, allá donde estuviera, pero era muy fuerte a su manera. Tenía ingenio, don de gentes y sabía cómo coaccionar a un almirante de la marina un tanto salidorro. ¿Qué más se le podía pedir a un próximo oficial de cubierta? O eso era lo que pensaba el pelirrojo.

—Zi quiere, yio voy contigo hefaso —intervino Manué.

—No hace falta hombre, tú descansa que esta noche la has pasado en vela de vigía. —le dijo Zane, intentando esquivarlo. Lo cierto era que sus ronquidos se habían escuchado hasta en el último rincón del Kin no Otome, llegando a superar al de los gigantes—. Si de pedirle a Nai que venga es porque tengo que hablar con ella de un asunto privado.

—Ay bribonaso —volvió a intervenir Manué.

—No es lo que piensas —El capitán carraspeo la gargata—. Si alguien quiere bajar que lo haga, pero tiene que estar aquí en dos o tres horas porque tenemos que partir. Sin embargo, han de quedarse siempre cinco personas para proteger el barco, ¿vale? Podéis turnaros o quedaros. Aunque intuyo que alguno no se moverá de aquí —dijo, observando como Spanner ya había cogido un libro.

Nailah ese día estaba a fuego con la cocina. Llevaba un tiempo probando nuevas recetas y experimentando con algunos alimentos, pero nunca terminaban de gustarle. Por suerte tenía al grandullón de Marc para echarle una cuando fuera necesario y, aunque su compañero le echara queso a toda la comida. Uno se acababa acostumbrando. En cierto modo hacían muy buen equipo en la cocina y si alguna vez fueran a un concurso en equipo, ganarían con creces.

Como siempre, su ego estaba subido al máximo y solo por ella misma. Una vez limpió todo el desastre de la cocina salió a cubierta para despejarse un poco de su trabajo. Al parecer estaban llegando a una isla que la pirata desconocía. No tenía ganas de bajar así que cuando se iba a retirar al camarote la voz de su capitán llamó su atención. Se giró y arqueó las cejas al ver que este le pedía que compraran provisiones juntos.

En un momento dudó en aceptar aquella proposición, pero negarse hubiera sido tontería por lo que asintió con la cabeza. Mientras el barco atracaba, Nailah aprovechó para ir a su camarote y recoger sus dos espadas favoritas. Las acomodó en su cintura y quitó de su bolsillo la cartera que aun poseía del almirante Al Naion, al que había robado antes del casi fin del mundo. No era plan de llevarla y perderla por ahí; además, no tenía dinero, solo una foto suya y una tarjeta de un club de señoritas. Quizá algún día podría encontrarlo en aquel local.

Regresó a la cubierta y la pasarela ya estaba bajada. Dio un salto y se posó sobre las tablas salientes del muelle, esperando con ansia al pelirrojo.

-¿Qué tan importante es lo que tienes que decirme para no hacerlo en el barco? Tu no eres precisamente de esos que van con secretismos - comentó con un poco de jocosidad mientras empezaba a caminar. - A todo esto, hay bastante que comprar así que espero que hayas traído dinero suficiente. Me gasté parte de la comida que quedaba hace tan solo unas horas y ha quedado inservible - tras eso se llevó la mano a la nunca como si se arrepintiera.

—¿Dinero? —comentó extrañado, metiendo la mano en los múltiples bolsillos internos que tenía su hakama. Era raro que el pelirrojo llevara algún tipo de moneda o billete, después de todo era de esas personas que le gustaba tomar las cosas prestadas por tiempo indefinido. Sin embargo, gracias a dios encontró un pequeño fajo junto a una pequeña petaca medio vacía—. ¿Con cincuenta mil berries tendremos para todo? —le preguntó, lanzándoselo y evadiendo la primera pregunta durante un rato más.

Aquella pequeña ciudad, que parecía más un pueblo muy grande, era preciosa. Completamente llena de casas de paredes blancas impolutas, con techos de adobe muy bien cuidados. El suelo de las calles era de piedra antigua, y todas convergían en una gran plaza, en cuyo centro había una fuente de donde parecía abastecerse todo el mundo; por la cantidad de personas que estaban yendo con su cántaro a ella. Además de eso, lo que más gustaba era el olor a cítricos que desprendía todo el lugar.

—¿Te apetece que tomemos algo allí? —le preguntó, señalando una cafetería decorada de manera muy vistosa, con barriles pequeños pintados de colores chillones como asientos y mesas circulares con una vela en el centro—. Es lo mejor para lo que quiero comentarte.

Zane se adelantó y cogió asiento. La ubicación daba de frente con la gran plaza, y podían verse a los chiquillos jugar. En otros locales había mucho jaleo, como si estuvieran de fiesta, pero él, en ese momento, necesitaba tranquilidad.

—¿Qué les pongo? —preguntó el camarero. Era un hombre que podía definirse como apuesto. Era alto, de ojos verdes y cabello y tez castaña.

—A mi ponme una cerveza tostada, de barril si puede ser. Y pon algo para picar.

Una vez pedido, suspiró.

—Es precioso el lugar, ¿verdad? —le preguntó, mirando como dos niños jugaban—. Lo he estado pensando desde que Katharina y Luka se fueron. ¿Qué somos? ¿Hacia dónde nos dirigimos? Como banda me refiero. Se supone que somos una familia, o que debemos tratarnos como tal. Pero… —hizo una pausa—. No sé. De ella me lo habría esperado, pero de Luka… Ha sido un duro golpe. Llevo semanas pensándolo, y creo que tú eres la persona idónea. Nailah —Pero entonces, llegó el camarero y los interrumpió.

—Aquí tienen —dijo, colocándolo todo sobre la mesa—. Si necesitan algo, solo tienen que llamarme —Y le guiñó un ojo a Nailah.

—Aquí la gente ya no respeta nada —se quejó con tono jocoso. Bueno, a lo que iba. Nailah, creo que eres la única persona en el mundo que merece convertirse en la tercera tempestad de la banda. Eres fuerte, habilidosa y, al contrario que el resto, no te enredas en líos tan fácilmente. Si lo deseas, desde este momento te convertirás en una oficial. En la tempestad del desierto, Sabaku no Arashi.