Braudnombreraro y Raion vs. Bernard Van Halen

Apareció de golpe Raion, el león, lanzando un ataque a Bernard. El corsario detuvo el ataque con facilidad y soltó su mini-discursito como respuesta a su amenaza, por lo que Braud se colocó en posición, colocando una mano abierta con los dedos flexionados hacia delante, un puño cerrado hacia atrás y las piernas separadas y flexionadas. Tensó los músculos, haciendo que estos se marcasen todavía más. Todavía no iba a activar su aura potenciadora, debía comprobar de que era capaz el tipo antes de nada, mientras este se encendía un puro. Si utilizaba aquel arma de cobardes sería un problema, pues el gigante tenía pocas formas de defenderse ante disparos de aquel tipo. Sin embargo, el corsario se llevó las manos a los bolsillos y sacó lo que parecían ser dos bolas de metal.

El gigante frunció el ceño y vio como el hombre las lanzaba. Antes de que las bolas cambiasen de tamaño, el gigante ya había dado una fuerte zancada a un lado, recorriendo una gran distancia con sus largas piernas. La bola, que debía alcanzar el metro de diámetro, pasó por debajo de su brazo levantando viento y haciendo un extraño ruido. A duras penas la había esquivado. No perdió un solo segundo y flexionó las piernas, dando un gran salto con una potencia que agrietó el suelo.

Saltó hacia delante, buscando acortar las distancias entre el gigante y el Guerrero del Mar. Llevó el puño hacia atrás y descargó un golpe directo hacia su cabeza. Buscaba no solo dar con toda su fuerza sino dejar caer todo su peso sobre Bernard. Lo más probable es que, de esquivarlo, el golpe impactase en el suelo y lo rompiese considerablemente, haciendo una demostración de su fuerza, lo cual esperaba que como mínimo pudiese amedrentar al hombre que con tanta confianza lanzaba bolas de hierro de aquella manera.

La velocidad de reacción de Bernard le pilló desprevenido, y recibió de lleno su patada en el pecho. Durante apenas un instante el león se quedó sin respiración, aunque antes de aterrizar con estrépito al lado de Braud ya la había recuperado. El Shikibulai, sin inmutarse, se encendió un puro con gran parsimonia para, acto seguido, sacar lo que parecían dos esferas metálicas y lanzar una contra cada uno de ellos.

Las esferas crecieron durante su trayecto hasta alcanzar un tamaño más que respetable. Avanzaban con velocidad y, dado su tamaño, aparentaban ser bastante peligrosas. El mink, arma en mano, trazó un veloz arco con esta que generó una potente onda cortante dirigida a la esfera. Mientras Braud saltaba se preparó y, una vez este se hubo lanzado hacia Bernard para asestarle un puñetazo descendente asumió su forma elemental. Rodeó a los otros dos combatientes y atacó desde atrás, avanzando a gran velocidad hacia el fumador.

De ese modo, cuando su adversario se viese forzado a esquivar el puñetazo de Braud él le golpearía desde retaguardia, cerrándole su principal vía de escape y obligándole a dividir su atención entre los ataques de los dos cazarrecompensas. Buscaría cortar su espalda con su arma, hiriéndole y minando su resistencia. El combate acababa de empezar, si, pero ¿qué mejor que empezarlo con ventaja?

—Predecible… —comenta con absoluta arrogancia, contemplando como Braud se abalanza sobre él.

El Ouka se saca el puro de la boca y lo lanza directo contra Braud. Este comienza a creer y crecer hasta que su tamaño supera al del propio semigigante. Su puñetazo da contra el puro, que explota en todas direcciones, con la mala fortuna que unas candentes cenizas caen tanto sobre Bernard como Raion, cuyo ataque falla y golpea en el brazo de Bernard haciéndole un simple rasguño.

Ante aquello, el Shichibukai toca con su mano tu hacha, la cual aumenta de tamaño considerablemente hasta hacerla imposible de usar durante el combate; al menos por el momento.

Bernard da un poderoso salto hacia el aire y comienza a dar pequeños golpecitos hasta posicionarse a un par de metros de vosotros. Mientras se alejaba, ha sacado una de sus pistolas automáticas y os ha disparados sus balas. Dos se aproximan hacia Braud, una parece estar envuelta de pequeños rayitos de color azul, mientras que la otra no parece tener nada raro.

Otro par se aproxima hacia Raion, pero están haciendo una extraña curva que hace que una vaya haciendo una parábola hacia tu cabeza, mientras que la otra va hacia tu costado. Estas balas, si te fijas, son algo extrañas. La primera de ellas tiene una luz parpadeante, que emite un sonido cada vez más agudo, mientras que la segunda está envuelta de un aura negra que quizás deberías esquivar.

¡Por cierto! Tal y como todo lo que tiene este señor entre las manos ha aumentado su tamaño, y cada proyectil es de unos 75 centímetros de largo y unos diez de ancho.

La reacción de Bernard fue, cuanto menos, sorprendente, y dejó claro que era un usuario de Akuma no mi, así como cuál era su poder. Que las esferas que había lanzado anteriormente se hubiesen agrandado no era una propiedad de las mismas sino el fundamento de los poderes del Shikibulai, quien para defenderse de Braud lanzó y agrandó su puro. Las escasas cenizas que cayeron sobre él, pese a que quemaban ligeramente, no frenaron su ataque que, no obstante, no logró dar de lleno a Bernard, alcanzándole solo en el brazo. La visión de la sangre de su enemigo, aunque fuera en tan pequeña cuantía, encendió el ánimo del mink, cuyo espíritu de lucha rugía con ímpetu.

Sin embargo casi al mismo tiempo su arma se agrandó tanto que le resultó imposible sostenerla, cayendo al suelo. El león gruñó. No sabía cuánto podían durar los efectos del poder de Van Halen, pero esperaba que fuese poco. No poder utilizar su arma predilecta era una considerable desventaja, aunque en caso necesario su cuerpo era en sí mismo un arma casi tan letal como Stormbringer.

Bernard entonces saltó en el aire y se impulsó en el mismo varias veces hasta elevarse un par de metros por encima del nivel del suelo y desde allí disparó en dos ocasiones a cada uno de los cazarrecompensas. Las balas, cómo no, crecieron en el aire. Las dos que se dirigían hacia el león llevaban una trayectoria parabólica, lo que dejaba un modo bastante sencillo de evitarlas. Además parecía ser lo más conveniente, pues una de ellas emitía un extraño pitido como si fuese alguna clase de bomba, mientras que la otra brillaba con un resplandor negro que daba muy mala espina.

Por lo tanto el león tomó su forma elemental y se dirigió hacia delante a tanta velocidad como pudo alcanzar, lanzando así mismo una corriente de aire con todas sus fuerzas hacia Bernard. Y tras la corriente, esperando que el Shikibula no pudiese reaccionar a ambas cosas, iba él. Con la cabeza por delante como si de un misil humano se tratase, canalizando su electro a través de la misma y envolviendo todo su cuerpo en la casi invisible armadura de su voluntad.

El tipo lanzó su puro y este se volvió enorme enseguida, recibiendo de lleno el puñetazo del gigante, que lo hizo añicos al no ser más que tabaco y papel. El gigante aterrizó en el suelo, derrapando en el mismo con los pies y mirando de nuevo a su contrincante que parecía haber manipulado de alguna forma el arma del león, la cual se volvió lo suficientemente grande y pesada como para que Raion pudiese llevarla. El gigante corrió entonces hacia la misma, que había quedado clavada en el suelo, y la cogió por el enorme mango.

Braud no era alguien que le gustase utilizar armas, pero aquel tipo se había puesto a volar como los puñeteros pájaros y necesitaba algo con lo que darle y aquello era perfecto. Además, el gigante tenía cierta experiencia con hachas. En su juventud, en Lerngaf, solía participar en unos juegos conocidos como "parte el tronco" que consistía en partir un tronco por la mitad a hachazos en el menor tiempo posible y el primero en conseguirlo ganaba el encuentro. Braud siempre se había quedado a unos cinco segundos del récord de la villa, el cual todavía tenía su hermana pequeña.

El hombre le disparó. Las balas aumentaron de tamaño, lo cual tal vez fuese un problema. Sin embargo, al volverse tan grandes, si bien podían dañar más superficie podían llegar a perder letalidad. El gigante se envolvió entonces de su aura rojiza que potenciaba su fuerza para poder levantar bien el hacha y, rapidamente, colocó esta delante de si mismo. Una de las balas golpeó el hacha en un fuerte sonido metálico mientras que la otra rozó su hombro. Y quien dice rozó dice que se llevó consigo un pequeño trozo de su carne y lo dejó sangrando.

Sin embargo, aquello no era todo. En el momento que la enorme bala tocó su hombro, sintió algo recorrer su brazo. Algo que ya había sentido antes. Apretó los dientes por el dolor mientras sentía que aquello le entumecía los músculos de la extremidad. Sin embargo, el dolor le hacía sentir más vivo. Apretó con fuerza el hacha y aguanto, sintiendo el olor de su propia sangre, que lo impulsaba a una mayor violencia. Llevó el hacha hacia atrás y, con toda su fuerza potenciada, la lanzó contra el hombre que levitaba a escasos metros de ellos. Sabía que el león tenía el poder de convertirse en viento, por lo que debería estar bien. Y además, el ataque de Raion debería distrarle lo suficiente como para que el hacha le de, o viceversa. Fuera como fuese, la sed de sangre del ogro aumentaba.

Bernard está mostrando un temple y una calma que es digna de admiración, digna de uno de los siete señores de la guerra del océano. Y parece estar atento a todo lo que le rodea, sin dejarse desconcentrar con nada.

Raion, tú te impulsas en tu forma elemental muy rápidamente hacia Bernard, envuelto en rayos y haki de armadura. ¿Qué es lo que ocurre? Bernard te ha visto luchar y sabe que eres muy propenso a volverte tu elemento cada vez que tienes una oportunidad, y en el momento en el que estalla su proyectil unas pequeñas virutas se clavan en tu cuerpo. Estas te hacen sentir algo débil durante un instante, y hace que el golpe que ledas el Ouka pueda ser parado tan solo con una mano. No obstante, la electricidad de tu ataque parece que le ha molestado mucho, tanto que puedes contemplar como un alarido de dolor nace en su garganta y se propaga por los alrededores. Si te fijas bien, tienes en tu lumbar, en la parte posterior de tu hombro derecho y tu pantorrilla izquierda tienes unas pequeñas virutas de color gris azulado, que hace que hace que te sientas ligeramente débil y que no puedas usar bien tu fruta del diablo. Quizás alejarte un poco y quitártelas sería una buena idea.

Braud, como el bruto que eres coges el hacha con todas tus fuerzas y la lanzas hacia Bernard. Raion está en medio, pero el arma lentamente, a medida que avanza, va cogiendo su forma original. Pero Braud no tiene muy buena puntería así que el envío sale desviado y se clava en el pecho de un pirata que andaba por allí. ¡Ya te vale tío!

Roland salta hacia atrás y dispara una bala, cual se abre creando una red para intentar apresar a Raion. Tras eso, empieza a correr hacia Braud, desenfundado otra de sus armas y disparando a bocajarro al semigigante. Son un total de seis balas: dos de ellas completamente normales, una cuarte que se prende en llamas muy calentitas, quizá demasiadas, una que tiene un ligero color morado y hedor a muerte y una última que de dar en un objetivo creará al instante un polímero que se endurecerá hasta el punto que será relativamente difícil de romper.

Por cierto, Raion la sexta bala ha cogido una curvatura muy extraña y va hacia ti. Yo que tú esquivaba.

¡Ah, se me olvidaba! Todas la balas han crecido hasta tener un tamaño muy absurdo, casi tanto como el de el proyectil de un lanzamisiles.

Cuando los pequeños fragmentos del proyectil explosivo llegaron hasta él se clavaron en su cuerpo pese a haber adoptado su forma elemental. El león, confundido, continuó con su ataque pero su fuerza se vio considerablemente reducida. El Shikibulai detuvo su puñetazo con gran facilidad, aunque su electro sí que logró afectarle de forma significativa. Era probable que sufriera importantes problemas de movilidad en el brazo con el que había bloqueado su ataque durante un tiempo, lo que podían aprovechar a su favor.

Sin embargo lo más urgente en aquellos momentos era retirar las esquirlas de metal procedentes de la bala que se habían incrustado en su piel, pues desde que lo habían hecho no solo parecía no poder utilizar adecuadamente los poderes de su akuma, sino que sentía una extraña sensación de intensa debilidad. Para ello se alejó varios metros y comenzó a quitárselas de encima una por una, primero la de la pantorrilla, después la de la zona lumbar y por último la que se había alojado en su hombro derecho.

Acto seguido, viendo que no le iba a dar tiempo a recoger nuevamente su arma antes del siguiente ataque de Bernard, se deshizo otra vez convirtiéndose en viento para esquivar la red que le había lanzado para justo después golpear el aire con fuerza con su puño izquierdo de forma que se crease una poderosa onda de choque que avanzó al encuentro de la bala.

Estaba pudiendo defenderse de los ataques de Bernard, si, pero pese a tratarse de un combate dos contra uno el Shikibulai parecía en control absoluto de la situación. Debía encontrar la manera de darle un vuelco y decantar la balanza a su favor. No podía fallar, no si quería seguir vivo el tiempo suficiente para vengar a su amada Dana.

Había fallado al lanzar el hacha. Aquello sería un problema, después la iría a buscar para devolvérsela al león, el cual parecía estar teniendo sus propias dificultades. Bernard había vuelto a tierra y estaba empezando a correr hacia el gigante, que empezó a hacer lo propio, con sus enormes zancadas. El guerrero del mar sacó su arma y lo apuntó, como llevaba haciendo ya hacía un rato. Braud creó en cada una de sus manos una bola de Meteoro Impacto, dispuestas a ser lanzadas. Las balas de aquel hombre eran grandes, por lo que eran fáciles de ver venir.

Sin embargo, disparó demasiadas. La primera, aumentada, golpeó su hombro derecho y la segunda su costado. Al tener un tamaño aumentado no lo atravesó como haría una bala normal, pero si que lo detuvo en seco. Apretó los dientes por el dolor. Era muy probable que le hubiese roto algunos huesos. Con un rugido lanzó ambos Meteoro Impacto hacía las otras dos balas que se acercaban hacia él, golpeándolas y haciéndolas chocar en el aire.

Una de ellas fue desviada hasta chocar con el suelo lejos de allí, mientras que la otra explotó en un muro de llamas entre los dos. Sin embargo, Braud siguió corriendo. Se internó en el muro de fuego, sintiendo el calor, sintiendo como empezaba a quemar su carne. ¿Por qué había hecho algo tan loco y suicida? Porque un único dolor extendido por todo su cuerpo era más fácil de soportar que el dolor de los huesos rotos, al menos para él, y el fuego tocando su carne ahogaba el dolor de sus huesos.

Salió por el otro lado con la piel en llamas. El dolor, además, aumentaba su adrenalina. Le hacía luchar con más fiereza y potencia, aunque solo fuera un poco. Y esperaba que aquel acto de valentía y locura fuese suficiente para sorprender al wachanuko, que debería encontrarse al otro lado del muro de fuego. Nada más llegar al otro lado, Braud ya estaba con un puño hacia atrás. Apretó los dientes, escupiendo sangre entre los mismos pero aguantando todo lo que podía, y dirigió un puñetazo directo al rostro de su enemigo, con todas sus fuerzas ahora potenciadas por el aura.

No soy un experto extirpando esquirlas de metal mezclada con kairoseki del cuerpo, pero algo me dice que es difícil quitarlas todas en el lapso de tiempo que hay entre lo que te alejas y el disparo del bueno de Bernard. Es decir, consigues quitarte la del hombro y la de la pierna, pero la de la espalda te cuesta un pelín. Crees que te la has quitado, pero cuando tratas de volver a tu forma elemental te das cuenta de que no lo has hecho y tan solo te da tiempo a echarte a un lado y hacer que la red atrape la mitad de tu cuerpo. Es una red normal y corriente, de un metal ligero, la cual al abrirse hace que te caigas al suelo y, por la gracia de la diosa fortuna, hagas que esquive el segundo proyectil que destroza una maceta gigantesca al impactar en ella.

¡Vaya! Braud, algo me dice que has perdido todos los pelos de los brazos, las piernas y el pecho… Vamos, que te ha salida barata la depilación veraniega, incluso has perdido algo de piel y unas pompas surgen en tu piel. Yo que tú, si sobrevives a esto, me bañaba en cremita anti quemaduras y aloe vera. ¡Ah, se me olvidaba! Digamos que, aunque no te han atravesado, una de ellas te ha jodido el hombro derecho y te cuesta levantar el brazo.

La bala que olía a muerte ha dado contra el suelo, junto al polímero que ha emergido en el suelo y el fuego empieza a crear una sustancia ligeramente tóxica que parece afectaros a todos un poco, notando como un extraño quemazón en vuestro interior. No os preocupéis, vuestro complejo sistema inmunitario hará que no muráis, pero os ralentizará un poco.

Asimismo, el puñetazo de Braud golpea a Roland, cuyo estómago parece ennegrecido y resiste el golpe, aunque eso no implica que no salga volando un par de metros.

Parece que el golpe le ha hecho efecto. Os mira con asco y de su bolsillo saca una especie de cocha, que de saber de su cultura os dais cuenta que es un dial skypiano. Este crece hasta tener el tamaño de un retrete perfecto para Braud y empieza a lanzar ondas cortantes en todas direcciones, incluida la suya. Aunque las para con sus armas, que emiten un color negro.

La última esquirla, la de la espalda, se resistió lo suficiente como para que no le diese tiempo a evitar ser atrapado por la red. Por suerte esta le hizo caer al suelo, esquivando involuntariamente la bala disparada por Bernard. El león, cubriendo sus garras de Haki, logró salir de la red y ponerse en pie, no sin antes asegurarse de haberse arrancado de una vez por todas la esquirla. Estaba bastante hundida en la piel de su espalda, por lo que tuvo que hurgar bastante con una de sus zarpas. El dolor que sentía era atroz.

El mink rugió de ira. Aquel tipo parecía estar jugando con ellos y, aunque habían conseguido dañarle en más de una ocasión, daba la sensación de estar controlando el combate a su antojo. Sin embargo el fragor de la batalla, así como la visión y el olor de la sangre, habían ido progresivamente encendiendo los ánimos de Raion hasta que finalmente se entregó a la lucha sin miramientos. Todo lo demás, incluso el intenso dolor que sentía, pasó a un segundo plano.

Una de las balas del Shikibulai había producido, al impactar contra el suelo, una sustancia que, cuando la respiró sin darse cuenta, provocó que el mink comenzase a notar una fuerte quemazón en la garganta y en el pecho. Todo su cuerpo quemaba. Con esfuerzo, manipuló el viento a su alrededor para intentar que se moviese y renovase continuamente, de forma que el que hubiera en torno a él y a su amigo Braud fuese limpio. Aún así había resultado molesto, y se notaba ligeramente más lento que unos momentos antes.

Entonces su oponente sacó una extraña concha que creció hasta alcanzar un tamaño más que respetable para, acto seguido, comenzar a lanzar ondas cortantes indiscriminadamente en todas direcciones. El león, poseído por las ansias de batalla, pasó a su forma elemental cuando se halló lo suficientemente cerca de Bernard se volvió corpóreo nuevamente y, cubriendo todo su cuerpo de Haki, descargó una serie de patadas, puñetazos y zarpazos con todas sus fuerzas, dirigidas hacia diversos puntos de la anatomía de su enemigo. Varias de las ondas lanzadas por la concha gigante le alcanzaron mientras tanto, pero entre su Haki y el nivel de concentración en la batalla que tenía en ese momento, los cortes pasaron prácticamente desapercibidos para él. Varios de ellos eran profundos y sangraban notablemente, pero apenas los sentía, tal era su euforia por el combate. Estaba en su salsa.

El grito de Braud cuya piel había sido acariciada por el fuego retumbó por el aire como el poderoso rugido de una bestia. Sus ojos estaban en blanco y su respiración era un rugido, echando cálido vaho con cada exhalación, como un animal rabioso. El dolor de las quemaduras y el del hombro activaban su instinto más primario, un instinto que no cesaría hasta que su presa se hallase derrotada y muerta. El gigante se sentía de nuevo como cuando participaba en las mejores luchas del coliseo. Como aquella vez que un hombre capaz de manipular el fuego le dio uno de los mejores combates de su vida.

Pero si bien el guerrero del mar había demostrado un nivel de poder superior al de aquella persona, el gigante no lo respetaba en lo más mínimo. Aquel combate, por bien que se lo pasase, por mucho que hubiese llegado al extremo de su instinto salvaje, no iba a ser recordado por Braud. Se perdería en su memoria, un recuerdo recóndito del cual solo queda el resultado: El cadáver de un mentiroso y un tramposo. Apretó los puños, tensando los músculos al máximo, sintiendo todavía más el dolor del hombro que sirvió como una inyección de adrenalina, y gritó al cielo con furia.

—¡Brüthgael es el más fuerte que hay!

Aquella extraña habilidad. Aquel poder que hacía que se volviesen negros y adquiriesen una dureza como la del metal. Aquel poder que el hombre oso tenía, que Bernard posee. Braud, hasta ahora, no lo había pensado ni se había percatado, pero en aquel viaje algo había nacido dentro de él. Una férrea voluntad por querer superar a todo el que le rodea. No tener que volver a mirar a nadie desde abajo. Que todo aquel que mire al gigante... tan solo pueda ver su espalda.

El guerrero de los siete mares sacó algo de su bolsillo y lo agrandó. A Braud no le importó. Tensó los músculos, marcándose sus venas en los mismos, casi pareciendo que estos aumentaban de tamaño. Buscaba endurecer su propia piel tal como los demás lo hacían. Su compañero de caza se abalanzó contra su presa y Braud hizo lo mismo, caminando hacia delante. No era una carrera, no era un salto, sino un caminar rápido. Cada paso hacía temblar el suelo un poco más.

Las ondas cortaban su piel. No tenía intención de esquivarlas, pues quería poner a prueba si era capaz de endurecerse. Apretaba los dientes, escupiendo sangre entre ellos con cada onda que lo golpeaba. Aquello tan solo se añadía a su dolor, empujándole más fuerte hacía su meta. Las ondas a lo mejor hacían que se detuviese un segundo, pero no permitía que los cortes lo detuviesen. Ya se preocuparía del dolor más tarde. En cuanto llegó a Bernard por un lado, mientras este conectaba la lluvia de golpes del león, llevó el puño izquierdo hacia atrás.

El aura rojiza que lo rodeaba empezó a moverse por todo su cuerpo hasta concentrarse en su puño. Brillaba como una potente llama roja y opaca que iluminaba al gigante desde atrás, haciendo que sus ojos brillasen con furia como los de un depredador. El ogro movió los pies en el suelo, agrietando el mismo con su propio peso y su fuerza. Su voz, gutural como un rugido, empezó a hablar:

—Plutón... —Y, con todas sus fuerzas, llevó el puño hacia delante— ¡¡IMPACTO!!

Las llamas del aura se intensificaron con el golpe, en un último fogonazo antes de apagarse durante horas, como siempre que hacía ese golpe. El gigante había apuntado a su cabeza, buscando dar el golpe más devastador posible mientras estaba distraído luchando contra el león. Aquel puñetazo, el Plutón Impacto, era mucho más potente que sus golpes potenciados por el aura de forma normal, por lo que si no era capaz de matarlo, como mínimo lo dejaría lo suficientemente tonto como para no poder seguir combatiendo.

Parece un ataque casi ensayado. Raion consigues acercar a él a gran velocidad, logrando esquivar casi todas las ondas cortantes debido a tu forma elemental. Sí, he dicho casi todas. Debido a tu nivel, el dominio de tu fruta aún no es perfecto y alguna de ellas te da y te hacen daño, aunque eso no impide que le ataques. Tu consecución de golpes es demasiado rápida para Bernard que, pese a que es capaz de soportar tus ataques, notas como la sangre cae por todo su cuerpo. No obstante, la cercanía hace que recibas un balazo en el abdomen que te hace retroceder. Está alojada en tu interior, pero no ha tocado ningún órgano por suerte.

El shichibukai ha estado tan entretenido con el mink, que no se ha percatado de lo que se le venía encima: un musculoso, enrojecido, peludo y ensangrentado semigigantes, que ha perdido una oreja y cuyo cuerpo ha parecido brillar durante un instante de color metalizado, que le ha golpeado con todas sus fuerzas. Trata de interceptar el golpe, pero es tan potente que Braud puede notar como su brazo se rompe, así como choca contra la cara de Bernard, enviándolo lejos de allí, casi sin poder moverse. Trata de levantarse, pero es incapaz de realizar ningún movimiento.

Vosotros dos también estáis cansados, porque no habéis parado de combatir desde que comenzó esto. Los músculos están resentidos, tenéis heridas de todo tipo, aunque debido a la adrenalina del momento es pronto para notar el malestar.

Sintió el puño impactar con el músculo de su presa. Después con su hueso, el cual no tardó en quebrarse ante su presión. Su cráneo fue el siguiente en recibir el golpe, deformando su rostro cual barro de moldear. El cuerpo del guerrero salió disparado, rodando e impactando contra el suelo hasta aterrizar varios metros de allí. La luz volvió a los ojos de Braud, habiendo terminado por fin con su presa. Aún así, la adrenalina seguía corriendo por sus venas y todavía el dolor le era ajeno. Aunque no tanto. La sangre brotaba del agujero donde antes estaba su oreja, manchando su cuello hasta llegar a su hombro. Su otro hombro, también herido, sangraba de la misma forma derramándose por su brazo.

Jadeaba con profundidad. Miró a Raion un instante mientras poco a poco iba recuperando su estabilidad. Empezó a caminar hacia el cuerpo de aquel cuyo nombre ya había olvidado debido a su pobre y cobarde actitud. Llegó a su lado y se inclinó a su derecha, dejando una rodilla en el suelo. Buscaría entonces coger su cabeza con ambas manos, una por arriba y otra por la barbilla, buscando acomodarlo cerca de su pecho.

—Podrías haber ganado, tenías todas las papeletas, pero... cometiste el mayor error que podrías imaginar: Cabrearme.

Y entonces le rompería el cuello de un tirón seco con ambas manos en direcciones contrarias. Se sacudió las manos y se levantó para después coger el cadáver, de haber podido romperle el cuello, y cargárselo al hombro bueno. Entonces le diría a Raion que le siguiese, pues él también tenía derecho a cobrar recompensa y llevarse algo de reconocimiento. Lo llevarían entonces hasta el barco marine más cercano, tirando el cuerpo a los pies del primer marine de rango alto que encontrasen.

—Aquí tenéis al traidor. Quiero su puesto.

Para Braud, aquel hombre tenía un puesto que no merecía. Si bien había conocido de la existencia de esos rangos ese mismo día, lo poco que le habían contado le parecía totalmente en contra del comportamiento del hombre. El gigante no conocía nada más del puesto, por lo que muy probablemente no cumpliese ciertos requisitos aún habiendo demostrado superioridad frente a aquel tipo, por lo que no le darían el puesto. Sin embargo, se sintió obligado a pedirlo, con la intención de demostrar como llevarlo con propiedad.