¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? [Alice - Nia]

Por una vez habíais ido un paso por delante. Jacques Leroy no había podido ocultarse durante mucho tiempo, y en esa ocasión habías conseguido que mordiese el anzuelo. Gracias a un cebo bien hilado, algunos de los muchachos se habían puesto manos a la obra en tierra para hacerlo asomarse mientras tú, discretamente, esperabas a que su barco zarpase hacia uno de sus refugios en medio de cualquier blue. Solo que esa vez saliste detrás de su navío sin dudarlo, consciente de que estaba allí huyendo como la rata que era. Pero no iba a ir lejos antes de que lo atrapases.

La persecución duró tres días y cuatro noches. De no ser porque querías atrapar al capitán habrías hundido su nave. Después de tanto tiempo y tantos fracasos, tantos errores y peor aún, tantas cosas que habían salido mal porque él había sido más cauto que tú audaz, lo tenías donde querías. Casi. El Olympus era veloz, más que su galeón, pero no te pusiste en línea de abordaje para evitar daños innecesarios en el casco o directamente jugártela con la esperanza -fundada- de que no lograría hundiros. No querías correr riesgos. Sencillamente lo cercabas poco a poco para evitar que huyese hacia la Reverse Mountain, aunque cuando viste hacia dónde se dirigía te diste cuenta de que habrías preferido acabar en cualquier isla perdida del South Blue a ese lugar.

Solo habías oído hablar del lugar, pero era suficiente para reconocerlo. Sus costas apestaban a jazmín y mandarina, a especias y a cordero, a exotismo y cuentos para dormir. Casi podías escucharlas tablas y mizmares, y habría sido un lugar de ensueño para visitar de no ser por un detalle: La teocracia sardiana. Dirigida por un gran sacerdote que promulgaba doctrinas fervientemente misóginas, Sardia despreciaba a las mujeres y reservaba para ellas un papel no muy distinto al de un animal cualquiera o un esclavo; una vida dedicada a satisfacer los deseos de hombres ruines que solo gozaban con sus pipas de opio y derrochando dinero en prostíbulos y harenes. Una visión quizá un tanto visceral y sesgada, pero el disgusto se sumaba a la frustración a medida que el barco acortaba millas hacia la costa.

- Es un movimiento a la desesperada -comentó Zion por la mañana. Tú lo mirabas sin entender del todo. Él sonrió-. Sardia pertenece al Gobierno Mundial, pero son bastante más estrictos con el robo. Si se está arriesgando a perder una mano antes que enfrentarte es porque tiene miedo.

- O un plan -respondiste-. Igual sabe que soy yo. Tendría sentido, llevo años tras él. Podría tener contactos en la isla, un piso franco, aliados...

- No creo que sea eso. Intentó moverse hacia los Blues primero. -Su voz estaba llena de confianza en sí mismo, esa aura que poseía muy poca gente y sentaba bien todavía a menos-. Su plan es que no te atrevas a bajar.

- ¿Debería importarme?

Debía. Cuando desembarcaste un mantón escarlata hacía las veces de velo y capucha, cubriendo parte de tu rostro, y un vestido de cuello alto cerrado en broche tapaba gran parte de tu piel. La tela ennegrecida te caía casi hasta los tobillos mientras tratabas de recordar todas las normas que debías cumplir una vez estuvieses allí: No hablar con hombres, no hablar en general, no hacer ruido, vista al suelo, caminar a menos de siete kilómetros por hora -extrañamente específico- y sobre todo, no mostrar nada más de lo meramente necesario: Manos y rostro, a lo sumo. Y ya tentabas a la suerte con eso.

Esperabas que siendo extranjera las reglas fuesen algo más laxas contigo, aunque no tenías demasiada fe en ello. Por el momento tenías que pensar: ¿Cómo ibas a preguntar a nadie sobre lo que fuese si no podías hablar? Suspiraste, despertando la mirada iracunda de un hombre que caminaba, y agachaste la vista con algo de pudor. No importaba; podías rastrearlo.

Mira que me habían mandado misiones raras, pero mandarme a la caza de un criminal en una isla donde la misoginia era algo normal, así como que las mujeres fueran poco menos que mercancías intercambiables era ya el acabose. Mi superior, el comodoro Kyle, tras los buenos resultados cosechados en la misión que tuve hace unos meses, a la cual llamamos "Ave Rapaz" me "ofreció" como voluntaria para esta misión. Creo que alguien debió decirle al comodoro que no era la mejor idea del mundo mandar a una mujer a una tierra donde prácticamente las "odian" sea la mejor opción del mundo mundial, y menos si era una puñetera recluta.

Pero bueno ahí estábamos, yo con aquel pasaje que me dejó en el puerto árido más a la capital, la cual estaba en el centro de una gran oasis, de los pocos que había en aquella tierra de arena y sol. Como era obvio no tenía calor alguno, y llevaba esta vez un atuendo de lino negro fino tapándome casi todo el cuerpo, así como un velo del mismo color. Había que pasar desapercibida, así que entrar en ese sitio con el uniforme de la Marina no era una opción, y menos cuando estaba en territorio del Gobierno Mundial. La idea era que la captura fuera para la Marina y así el gobierno no se llevara el mérito. A pesar de todo seguía pensando que no era buena idea enviarme a mi a solventar el problema.

No tardé mucho en llegar a la capital, ya que me había sumado a un grupo de guiris que seguían una caravana camellera que se suponía a ir a la ciudad, pues eran mercaderes. En todo momento procuré que el cabello no se me saliera por el velo, ya que esta gente era tan atrasada que si me vieran el pelo rojo, de seguro me quemarían en una hoguera...je je quemarme a mi...¿pero que se piensan que soy, ese creído de Hayden?. La verdad es que quería un ascenso como el comer, para que negarlo, pero bueno, lo primero es lo primero, cumplir con mi cometido. Quizás podría darme una vuelta por los mercados, normalmente siempre se acaba viendo cosas raras por el lugar, ya que lo de hablar en mi condición no era una opción, apreciaba mucho mi cabeza.

Así que nada , fingí dar vueltas por el mercado, haciendo lo mismo que pudieran hacer las otras mujeres allí presentes. Pensé en si era buena idea entrar en una taberna...pero creo que iba a ser que no. Cachis, las tabernas tienen mucho que contar siempre..dioses ¿ que hago? Parezco una avispa dando vueltas alrededor de un caramelo caducado.

Los Jardines era quizá la ciudad más grande en la que habías estado nunca. Sabías que en Water Seven también vivían varios millones de personas, y Marblesquare en Towerbridge era también un distrito extremadamente poblado, pero lo de aquel lugar no tenía ningún sentido: Allá donde alzases la vista -siempre que no hubiese un hombre cerca para ordenarte agachar la mirada con modestia- veías gigantescas masas de ladrillo y adobe, mármoles terrosos y monumentos gigantescos más esculpidos que construidos en arenisca blanca, que destacaban enormemente entre cualquiera de los demás que pudieses ver. También estaban las palmeras de las calles y algún que otro cerezo del desierto, pero lo más llamativo era el Gran Templo de Magnet.

Aunque su nombre oficial era el Gran Templo Santuario había sido enterrado en ese lugar Magnet, el primer gran sabio que había surgido de la revolución sardiana. Casi querías escupir cuando pensabas en cómo una de las islas más avanzadas del Grand Line se había visto relegada a una teocracia criminal; aunque evitabas meterte en la política de cualquier región, no podías sentirte tremendamente vejada por lo que veías a cada paso en aquella ciudad: Mujeres vestidas con largos mantos que cubrían todo salvo sus ojos, miradas aterradoramente despectivas de ancianos cuando los tacones de tus sandalias repicaban en los suelos de cerámica y gigantescos tapices en cada edificio público con representaciones del sumo sacerdote y del falso dios al que adoraban. Te decías que si al menos fuese el verdadero tendría más sentido, pero habría seguido sin tenerlo.

Con todo no querías perder el foco. Leroy sabía lo que hacía, y aunque tenía sentido lo que Marcus había dicho no era improbable que tuviese un piso franco en algún lugar de la ciudad. Si eso sucedía no tenías más remedio que ser paciente y esperar un paso en falso, lo cual te obligaba a ser más paciente que él -cosa que no eras-, por lo que la mayor parte de tus esperanzas residían en que tuviese que ocultarse en el desierto. Era una esperanza vana, en cierto modo, porque el desierto era enorme y terriblemente hostil -no tan hostil como la ciudad, pero mucho más peligroso para la salud, en realidad-.

Meneaste la cabeza tratando de despejarte. El tintineo de tus pendientes pareció lo bastante molesto como para que un hombre se fijase en ti, aunque en lugar de ira encontraste una mirada maliciosa. Tus ojos viajaron por cada esquina hasta que te percataste de que sin querer habías entrado en un gran bazar. Las calles no estaban atestadas por el momento, pero sí había unas cuantas mujeres que en susurros trataban de comunicarse modestamente con los responsables de los puestos.

- ¡Hola amiga! -saludó tras atusarse la perilla-. Tú no eres de aquí, ¿verdad? Ese pañuelo no esconde bien dorado de cabello, ni bellos ojos que quedarían perfectos junto a estas esmeraldas. -Unos pendientes aparecieron en su mano con un gesto digno de los grandes prestidigitadores. Casi supiste al momento que se trataba de un carterista, o un estafador-. Por muy poco pueden ser tuyas.

- Son falsas -dijiste, secamente. No tenías claro si lo eran; desde luego estaban muy conseguidas de ser el caso, pero por cómo le cambió la cara asumiste que así era.

- ¿Cómo osas dudar de mi honor? -preguntó, asqueado-. ¡Encima una mujer, hablando en pleno mercado! Tus mentiras perturban la paz de Nuestro Señor.

Alguna gente alzó la mirada. Debían conocerlo, porque volvieron rápido a sus quehaceres. Unos pocos se quedaron más tiempo mirando, pero miraban hacia ti. Era cierto que habías hablado y eso estaba oficialmente prohibido. Más o menos, por lo que veías, pero sí que se veía bastante mal. Te encogiste de hombros.

- Mira, tengo cosas que hacer -susurraste-. Por desgracia para mí en esta isla no valgo nada, pero por desgraciadamente para ti no creo un trilero como tú sea mucho más valioso. Pero necesito un guía y alguien que hable por mí.

- Olvídate. -Escupió en el suelo. Al menos tuvo la cortesía de hacerlo a un lado-. No pienso obedecer a una mujer. Y Dios se apiade del que tenga a bien caer tan bajo. Ya encontraré otra clienta más dispuesta... Y con menos cara de ramera.

Se dio la vuelta, empezando a marcharse. Tú tuviste que contenerte para no darle un puñetazo, pero pudiste refrenarte. Suspiraste lo más suave que pudiste. Por lo menos te había dado una idea.

En el mercado había de todo, y eso era cierto, desde baratijas emulando el oro hasta...¿Camellos y monos? Dioses, ahora se entendía la peste que había por el lugar. La verdad es que nada de allí me  provocaba que quisiera comprar algo tan simple como podía ser un melocotón, y menos después de haber visto a un mono darle un lametón en un descuido del tendero y volverlo a colocar entre su género. De verdad ¿porqué no tiraron una bomba en este sitio? Que ascazo. Bueno da igual, la prioridad era encontrar un hilo del que tirar, y la verdad es que estaba siendo una búsqueda infructuosa. Ya no solo porque mi género era poco menos que una afrenta a su dios, sino porque tampoco es que tuviera margen de movimiento para hacer cosas. Quizás si buscaba ayuda de alguna de las nativas, pues imaginaba que entre ellas si podían hablarse, al menos en "pettit comité" ya sería algo.

Fue entonces cuando, mientras pululaba por los tenderetes, un tipo alzó la voz por encima del resto. Parecía estar con una mujer vendiendo, o tratando de vender la mierda que trataba de hacer pasar por oro poco menos.. La muchacha que estaba escuchando toda la basura que salía de su boca; que si su honor, que si eso era mentira bla bla bla, claramente no era de aquí. No es que fuera algo  importante, pero no puede evitar despertad mi curiosidad, puesto que ¿ Cuántas mujeres vienen aquí de turistas por voluntad propia? Sería como pedir a un cerdo que pase unas vacaciones en un matadero. Así que o una de dos; o esa chica no era una nativa, o era alguien que podía permitirse el lujo de estar ahí por algún motivo que se me escapaba.

No sé si era muy buena idea, pero procedí a seguirla cautelosamente. Trataba de mantener una distancia prudente mientras me hacía la bailonga mirando tenderetes y otras basuras del lugar como si aquí no pasara nada. Aún así creo que esta misión me iba a dar un gran dolor de cabeza. Si algo tenía claro es que no podía fallarle a mis superiores, y menos a Al, que al fin y al cabo fue el que me otorgó la piedad que otros no em dieron en su momento. La verdad es que agradecía no tener aquella púa/ chip en mi cuerpo ya. Había aprendido la lección, y aún así con gusto incineraría a todos estos imbéciles de este trozo de arena al que llaman país, pero...estaba reformada. Soy marine, soy justicia y he venido a hacer las cosas bien.

De seguro que el criminal este tendría ojos en todos lados, y me apostaba también a que ya habrían notado algo raro, pero imaginaba que la liebre no había saltado. Bueno, fuera como fuera seguí a aquella mujer que había sido vilipendiada, y esperaba que me llevara a algún sitio interesante. Si por el contrario estaba equivocada y era una simple nativa, bueno, pues a buscar un nuevo hilo del que tirar. Lo que no iba a hacer era quedarme quieta papando moscas en aquel sitio o contrayendo alguna enfermedad por el aire viciado.

Quizá la primera interacción había sido lastimosa, por decir algo amable, pero ahora tenías una información que antes no: Había tahúres por el bazar que estaban dispuestos a hablar con mujeres. Aunque era probable que muchos se comportasen como el que acababas de toparte, alguno que otro seguramente fuese un poco más laxo en todas las aristas de su moralidad. No mucho, quizá, pero lo justo para ejercer de acompañante, intérprete e incluso guía. La cuestión era cómo ibas a apañártelas para encontrarlo lo más deprisa posible; no podías esperar tener la misma conversación con todo el mundo hasta que uno de entre todos repentinamente resultase ser lo bastante flexible como para aceptar cobrar de ti por fingir ser tu guardián y protector.

Caminaste por el mercado despreocupadamente. El sonido de tus tacones era escaso comparado al tintineo de metales y balanzas, a los gritos e ofertas e incluso a los susurros escasamente susurrados de algunas mujeres que ya tenían cierta confianza con los comerciantes. Algunos tenían incluso ayudantes, adolescentes que estaban encantados de ganarse una propina ayudando a llevar las abundantes compras de las amas de casa, mientras que en otros puestos alguna mujer había en la parte de atrás realizando las labores auxiliares que el local requería. Embutidas en esos largos trajes que las hacían parecer bolsas de basura... Pero bueno, tampoco podrías hacer nada.

- ¿Manzanas? -susurraste delante de un anciano en una pequeña tienda esquinada-. Puedo pagar.

- No eres de aquí, ¿verdad? -preguntó él-. En Sardia no hay manzanas, jovencita. Hace cuarenta y siete años el sacerdote Magnet las prohibió porque le recordaban a un pecho.

Entrecerraste los ojos con suspicacia. Siempre te había resultado fácil leer lo que se ocultaba tras las palabras de la gente, y sentías cierto resquemor en él mientras hablaba. No sabías hacia qué, pero tampoco resultaba muy difícil de imaginar.

- Hace falta una mente muy sucia para ver esa semejanza -comentaste-. Impropio de un hombre de dios.

- ¡Ha! Cuidado con lo que dices, muchacha. Podrían colgarte por decir esas cosas. Además... Dios abandonó estas tierras hace casi sesenta años, el día que permitió a los habbalhíes tomar el control.

Era mucho más directo de lo que habrías esperado. Te gustaba, en realidad, pero también te preocupaba. Tragaste saliva mientras cavilabas por un instante, si bien ya imaginabas cuál debía ser más o menos la historia de ese anciano. Con un poco de suerte él estaría dispuesto a ayudarte o conocería a alguien que pudiese hacerlo.

- Señor, ¿podría pedir su ayuda? -te decidiste a preguntar-. Un criminal peligroso se ha escondido en esta isla y no podré encontrarlo si alguien no habla en mi nombre. -Bien pensado podrías haber solicitado a Fred que te acompañase, pero no habías caído-. Si no lo atrapo podría significar una terrible noticia para mucha gente que quizá muera en el mar por su culpa.

- Puedes pedirla. Y yo puedo no ayudarte. -Soltó una risotada-. Pero entra a mi tienda; cerraré un rato y tomaremos té. También puedes decirle a tu escolta que venga, no hace falta que se quede fuera.

Hiciste una mueca de incomprensión.

- ¿Escolta? No vengo con... -Te diste la vuelta, mirando hacia donde señalaba el hombre-. ¡¿Nia?! -gritaste. Mucha gente se giró hacia ti, y sonreíste nerviosa-. Perdón. Nía, ¿qué haces aquí?

Aquel taconeo atraída miradas indiscretas, pero imaginaba que aquella mujer lo sabía...o no, lo que acentuaba que fuera una extranjera. O al menos eso seguía intuyéndose debido al taconeo de sus pies, cosa que yo había procurado ser más fina y llevar sandalias, silenciosas como un muerto. El problema no fue seguirla sino ver como muchas miradas indiscreta se posaban tanto en ella como en mi. Vamos ,seguro que aquí muchos tenía que decir algo, y seguro que para mal. La verdad es que ya estaba deseando salir de aquel pozo de mierda, a pesar de que la misión era vital. Ciertamente había más cosas que hacer, pero no sé por que ese criminal traía tanto de cabeza a la Marina, quizás porque siempre se les escapaba en la cara.

Aún así seguí a la chica, la cual se paró a hablar con un tipo, y no sé muy bien que murmuraban, quedándome a distancia poyada contra una pared como si nada. Todo seguiría yendo como la seda hasta que aquella mujer gritó mi nombre con absoluta sorpresa, haciendo que las miradas del bazar se pusieran sobre ella. ¿Era tonta o que? No es la mejor idea ponerse a gritar de sorpresa en ese lugar en concreto. Igualmente lo sorpresivo en sí no fue que gritara, sino que parecía ser que me conocía. Mi pregunta era ¿ La conozco yo?. Y dioses si la conocía. El único rostro que no quería volver a encontrarme en mi vida aparece allí, frente a mi...era Alice.

No tenía muy buenos recuerdos de ella, aunque bueno, tuvo un gesto que me cambió en parte la vida. A raíz de haber matado a aquel superior aquel fatídico día. Alice, era una cazadora, o al menos eso recordaba. ¿Estaría aquí por turismo o trabajo? Ni idea. Así que quizás a mi pesar, o quizás para mi buenaventura me acerqué a ella ajustándome el velo para que no se me pudiera reconocer, salvo ella claro está.

-¿Alice?¿Eres tú?- dije sorpresiva antes de devolverle la pregunta como buena mujer de la costa- Eso podría decirte yo también a ti ¿ que haces tu aqui? ¿ De paseo? Admito que nunca imaginé que pudieras venir a un sitio como este.

Fuera como fuera la agarré de la mano y me la llevé a una de las callejuelas de suministro del bazar, vamos, lo que se traduce por uno de los callejones de los tenderetes, lejos de la vista y oídos de toda aquella morralla del bazar. Esperaba respuestas,, y la verdad tampoco estaría ponernos al día la una a la otra. Había pasado mucho tiempo, y esperaba que aquel encuentro no deviniera en matanza. Pero antes de hacerlo miré con curiosidad desde el borde de una esquina para garantizar que no nos veía ni escuchaba nadie.

No hubo opción a responder a sus preguntas. Antes siquiera de poder hacerlo tiró de tu mano -con bastante menos delicadeza de la que te habría gustado- y te arrastró hasta un callejón menos concurrido, lleno de portezuelas que parecían almacenes y algún que otro contenedor de residuos. Por suerte, aunque había un olor raro, estando tan cerca de la calle principal los inciensos y especias enmascaraban gran parte del hedor. Con todo cuando tuviste la oportunidad te soltaste, no de forma violenta pero sí un poco ansiosa.

- ¡Nia! No seas bruta -protestaste-. Podrías haberme dislocado algo. O peor, rompérmelo. ¡Y me iban a invitar a té!

Suspiraste. Nia podía ser brusca, pero te caía bien. Me había ocupado de no contarte lo que había pasado, aunque a mí me seguía dando mala espina. Para ti, sin embargo, encontrarla después de tanto tiempo era una grata sorpresa. Aunque estabas loca por preguntarle qué demonios hacía una marine en medio de Sardia. Una mujer marine, para ser más exactos. O a lo mejor había dimitido, igual que Berry, o se había cambiado de bando... No, no creo que fuese eso. Aunque de serlo todo sería mucho más fácil porque Nia no sería una mujer sino la Autoridad. En cierto modo, al menos. En cualquier caso, tras unos segundos decidiste contestar:

- Pero si este lugar es el sueño de toda chica. Tiene playas excelentes, uno de los mejores tés de Grand Line y si me oyen hablar en voz alta podrían decapitarme -ironizaste-. ¿Quién no querría estar aquí para unas buenas vacaciones? Además... -Te tocaste la nariz antes de continuar en un susurro-. He seguido a un pirata hasta aquí. Es la primera vez que consigo cercarlo sin que se escape a un Blue y no pienso permitir que esta vez se salga con la suya.

Jacques Leroy era una de las razones por las que habías acabado en el South Blue hacía tiempo, también una de las que te había llevado a regresar al North Blue. Siempre había ido un paso por delante desde que sabía que lo buscabas; siete intentos de darle caza, siete estrepitosos fracasos en los que no habías sido quién de llevarlo ante la justicia. Sabía moverse por entre las rendijas del sistema, colarse allá por donde asomase la corrupción e incluso tenía títulos comprados en islas lejanas para retirarse discretamente cuando todo se le salía de las manos. De hecho, aunque Marcus había sido optimista tú no estabas segura de que realmente no tuviese un plan para escapar de nuevo.

Con todo, tenías muchas más opciones de atraparlo que nunca aunque fuese solo porque habíais llegado casi a la par y sabías que nada ni nadie, a excepción de él, había abandonado el barco. Como mínimo estaban esperando a que te marchases, y con un poco de suerte sería una medida desesperada para intentar salvarse.

- Se llama Jacques Leroy -explicaste-. Solía ser uno de los mejores estafadores de su isla hasta que tuvo que hacerse pirata, aunque tampoco se le da mal del todo matar. Setenta asesinatos contabilizados en los últimos seis años, aunque se estima que si cuentan barcos hundidos podría aproximarse a las doscientas víctimas. ¿Y tú? ¿De turismo como aquella vez en Little Paradise?

La verdad es que le había dado un tirón de los buenos; pero era necesario, y además fue por la propia inercia de mi preocupación a que nos pudieran ver, o peor, reconocer. Sería muy extraño que vieran a dos mujeres cuchichear en mitad del bazar, así que creo que haberla metido en aquel callejón fue lo mejor que pude haber hecho. Me llevé las manos a la cintura para responderle, si bien no seca, algo tajante.

-¿De verdad te ibas a llevar a los labios lo primero que te ofreciera un hombre en esta isla? -dije con cierta sorpresa arqueando una ceja, para luego cambiar el tono a uno más amable- ¿Que haces aquí? Admito que serías la última persona con la que esperaba encontrarme por este sitio.

Escuché sus palabras de ironía mientras seguía echando un vistazo a la calle principal, antes de volver a ocultarme en el callejón. Parecía que la joven quería pillar a un pirata. ¿Sería por motivos de trabajo?¿ Y en esta isla? Vete tu a saber cuán interesante debería ser para que Alice se moviera hasta aquí, a pesar de que la idea le gustaba tan poco como a mi. Sin embargo cuando dijo su nombre no pude evitar mirarla con sorpresa. ¿ Ella también? ¿Jacques Leroy? ¿De los Leroy Merlín? El mundo era un puñetero pañuelo.

-Setenta y uno- le corregí- El otro día nos dejó un regalo cerca de aquí.

Vaya, parecía que ambas ya teníamos un objetivo común, pero el de Alice difería un poco del mío. Yo lo quería con vida, y ella probablemente, muerto. Igualmente Alice no parecía haber cambiado...ni tampoco olvidado; pues no tardó en recordarme lo acontecido en Little Paradise.

-Ya he saldado mi deuda de aquello, estoy limpia, y pretendo seguir estándolo- le dije antes de volver a echar un vistazo a la calle- Y no, no estoy de turismo, sino de misión, al igual que tu podría decirse. Da la casualidad de que la Marin quiere a ese tipo entre rejas también, por todo lo que has dicho más el asesinato producido el otro día. Me enviaron a capturarlo vivo, y ahórrate la broma por favor. -Suspiré- Pero no tengo ni una puñetera pista con la que empezar, y esta isla no es que ayude demasiado .

Eché un vistazo a mi reloj, el cual estaba tapado por la túnica previamente.

-Y viendo como funciona este tipo...diría que tampoco tengo demasiado tiempo. Quizás podemos "ayudarnos" mutuamente, pues ambas queremos a ese tipo. Lo que difiere es como lo queramos cada una. Así que si quieres podemos colaborar- le dije antes de volver a llevarme las manos a la cintura- Ah y por cierto, aunque parezca raro, me alegra volver a verte.

Claro que me alegraba volver a verla, ya que de buenas a primeras no me apuntó con una pistola en la cabeza, y eso ya era algo.

- Era té, no su pene -protestaste-. Y parecía amable...

No tenía caso llorar por la leche derramada, así que sencillamente escuchaste a Nia explicarse. Al parecer Leroy había dejado un regalito en alguna parte poco antes de que comenzaras su persecución. Debía ser un pez gordo para que la Marina osase interceptarlo en una isla del Gobierno Mundial, y que fuese ella y no otra persona quien debía seguirlo perfectamente podía buscar que nadie allí reparase en ella: Una mujer, por muy extranjera que fuese, no sería tomada demasiado en serio en ese lugar y podría moverse con mayor facilidad aun si encontrar fuentes le resultaba más complicado. En realidad tenía cierto sentido, aunque tú no te habrías conformado con una persona de estar al mando: Habrías enviado toda una unidad logística formada por mujeres y quizá algún hombre que utilizar de señuelo. ¿Quizá ellos ya habían pensado en ello? Quién sabe.

En cualquier caso algo que dijo Nia te hizo arquear una ceja. Yo escuché en silencio, cerrando mi mente cuanto pude. Acababa de confundir Little Paradise con English Garden, y claramente se refería a cuando había asesinado a su superior. Nunca debería haberla dejado tomar esa decisión, pero para ser justos creí que haría lo correcto. Tú, por tu parte, te quedaste mirando hacia ella con cierta curiosidad sin comprender del todo lo que estaba queriendo decir, pero al mismo tiempo no sabiendo si querías preguntar. De hecho, optaste por no hacerlo.

- ¿Por qué iba a parecerme raro? -preguntaste-. ¿Esperabas algo más ese día o...?

Te había dado un beso en la mejilla y se había marchado sin mucho más, despidiéndose sin mirarte. ¿Había pretendido convertir ese beso en algo más? Te ruborizaste por un momento con tu propia elucubración y rápidamente meneaste la cabeza para desechar esos pensamientos. Sí, Alice, eras muy guapa. No, Alice, no todo el mundo quería llevarte a la cama. Nia había sido educada y seguramente fuese costumbre en su isla natal despedirse así. Nada indicaba que quisiese nada más allá. Lo cual en cierto modo te aliviaba.

- En cualquier caso, he invertido mucho tiempo en Leroy. -Tenías apuntes de todas sus rutas favoritas, los asesinatos con sus móviles, las consecuencias, rumores... Probablemente había sido tu presa más esquiva hasta el momento-. Podemos colaborar para que sus fechorías concluyan aquí, pero voy a entregarlo y a cobrar por su cabeza. Sé dónde ha atracado y si quieres desarticular su tripulación puedo ayudarte. Sin embargo, no voy a conformarme con migajas; he venido a por el premio gordo.

Extendiste la mano para cerrar el trato. Asumiste que a Nia le valdrían los miembros de su tripulación para interrogarlos, por lo que era un buen trato. Además, entregarlo vivo al Gremio -lo cual no era una posibilidad del todo realista, pero sí una idea factible- podía conducir a ese resultado también. En cualquier caso estabas preparada por si aquello se convertía en una competición por quién lo atrapaba antes.