Misión en Arabasta: ¡El comodoro vago! Gusi y Kai]

Un hombre dormía roncando a todo volumen junto a la puerta de un bar, en pleno centro de Nanohana. A pesar de que era la hora más calurosa del día y que en aquel lado no daba la sombra, no parecía molesto. De hecho, ni siquiera estaba demasiado vestido. Sólo llevaba consigo unos pantalones holgados blancos, un cinturón rojo de tela sin hebillas y un chaleco blanco abierto que dejaba su torso al aire. No llevaba nada como calzado. Tenía las mejillas ligeramente sonrojadas, como si hubiese bebido bastante, aunque estando al sol bien podía ser por el intenso calor. Era un tipo joven bastante musculoso, con cicatrices que evidenciaban que no se trataba de una persona normal y corriente. Tenía el pelo largo y despeinado, de un tono oscuro.

La gente que pasaba lo miraba con una mezcla de curiosidad y temor. Sus ronquidos eran tan intensos que casi parecían rugidos, y como se paraba de vez en cuando, le metió un par de sustos a algunos de los que pasaban por la calle. Entre las pintas y el hecho de que estuviese durmiendo al mediodía junto a una taberna parecía alguna clase de mendigo o de borracho. Y de hecho la mayoría de la gente lo creían. Sólo unos pocos se darían cuenta de que no era lo que parecía, por pequeños detalles. Sus ropas, aunque desgastadas, eran claramente de practicante de artes marciales. Y aunque tuviese el pelo largo y descuidado, iba perfectamente afeitado. No era un vagabundo. Además, las marcas y cicatrices de su cuerpo eran otra prueba de que era alguna clase de combatiente.

Kai bostezó sonoramente y se frotó los ojos. Se había quedado dormido. Miró a su alrededor. "Parece que ya debe ser la hora de comer, a juzgar por el sol. Por otro lado, se está cómodo." Pensó. ¿Para qué levantarse aun? Volvió a acomodarse contra la pared y cerró los ojos de nuevo. Para otros haría un calor infernal, pero para él aquello era apenas una brisilla amodorrante. Le habían encargado hacerse cargo de un grupo de bandidos junto con un grupo de reclutas que habían trasladado a la isla para ello, pero, ¿por qué apurarse? Ya los derrotaría después de la merienda. De repente el estómago le rugió con fuerza. Tal vez debería plantearse levantarse e ir por algo de comer...

Estaba a punto de quedarse dormido de nuevo cuando escuchó una voz a su lado. Alguien decía algo a gritos insistentemente... ¿llamaban a alguna persona? Bueno, seguro que no iba con él y que ya se callaría. Sin embargo, el hombre aumentó el tono de voz. ¿Qué clase de mala educación era aquella que un oficial marine ya no podía tomarse una siesta en mitad de la calle? Ya podía bajar el tono de voz. Enfadado, frunció el entrecejó y se dio la vuelta, siguiendo con su siesta. Fue entonces cuando empezaron a sacudirle el hombro y a intentar moverlo. En un acto reflejo, le dio un fuerte puñetazo a la persona que intentaba despertarlo, tras lo cuál bostezó con fuerza y comenzó a frotarle los ojos. ¿Quién habría sido tan estúpido para molestarle mientras dormía? Se estiró con un gruñido y abrió los ojos, para ver un curioso espectáculo. Un grupo de marines mirándole con cierto temor, y uno de ellos estampado contra una pared. Parecía que tal vez le debiera una disculpa a alguien.

- Oh, vaya - dijo, un tanto avergonzado - Lo siento, cabo - continuó, al reconocer las insignias del hombre.

El hombre se desencajó del pequeño cráter, sangrando, y caminó tambaleando hacia el frente. Sangraba por varias heridas, pero a pesar de eso intentaba mantenerse en pie. Hizo el saludo militar mientras un hilillo de sangre le bajaba por el rostro. Pues vaya, sí que era disciplinado.

- Lo... lo siento, Comodoro Kai-dono. ¿Permiso para ir a la enfermería?

- Permiso concedido - masculló, llevándose una mano a la cara y suspirando - Vosotros, el resto. ¿Qué hacéis aquí?

Los marines se miraron entre ellos, como intentando decidir silenciosamente quién respondería. De repente uno se adelantó llevándose la mano a la frente y dijo:

- Somos el pelotón formado para ir a dar caza a los bandidos, Comodoro. Esperamos sus órdenes.

Kai examinó a las tropas durante unos segundos, con el rostro inexpresivo. Ninguno de ellos tenía pinta de parecer especialmente duro ni hábil. Activó su mantra para intentar ver el poder de su "presencia", pero no destacaban demasiado. ¿En serio le habían encasquetado a una panda de novatos? Y aun por encima ni siquiera había podido comer aun. Incapaz de mantener la cara de póker por más tiempo, suspiró con fastidio y volvió a llevarse la mano a la cara. "¿Qué he hecho yo para merecer esto? Aun encima estos idiotas son... ¡responsables! Aun ni los he convocado para comenzar la misión y ya están acosándome para ello." Decidió que lo mejor que podía hacer era intentar escaquearse e irse al bar a beber y zampar a gusto.

- Bien hecho por avisarme, soldados. Ya podéis retiraros - dijo, dándose la vuelta en dirección a la taberna.

- Eh... disculpe, Comodoro. ¿No se supone que deberíamos ir a la misión? - ante la pregunta del marine, Kai comenzó a caminar más rápido - ¡Comodoro! ¡Señor! Es que... son órdenes del Vicealmirante Al Naion.

"¡Mierda! ¡Maldito Al! Ya ha vuelto a encargarme el trabajo que no quiere hacer" pensó, parándose en seco. Lo malo de estar en una flota llena de vagos era que nadie quería trabajar. Todos se dedicaban a pasarse las misiones entre ellos, hasta que tarde o temprano acababan pillando a alguno con la guardia baja (como le había pasado a él hoy) o hasta que Arthur las acababa haciendo. Ahora sabía lo que sentía el renacuajo pelirrojo... siempre terminaba con el trabajo de todos. Por otro lado, culpa suya por no disfrutar más de la vida como ellos y ser también un vago. Se giró, suspirando de nuevo, y se puso frente al pelotón rascándose la cabeza. Uno de los reclutas se le acercó, tendiéndole su capa blanca de oficial, y el marine se la echó por los hombros. En ese momento se fijó en un chico muy bajito de pelo azul que estaba entre las filas.

- Niño, este no es lugar para jugar. Vuelve a tu casa antes de que te hagas daño. Pelotón, ¡avancen!

Cuando se estaba girando, escuchó una voz firme a sus espaldas llamándole. Se giró, y aun pasaron un par de segundos durante los cuáles Kai giró la cabeza de un lado hacia otro intentando buscar el origen del sonido, antes de que se le ocurriera mirar hacia abajo. El que le hablaba era lo que antes había confundido con un niño, y que por su voz bastante más grave que la de uno (aunque no tanto como la de un adulto) identificó como simplemente un adolescente demasiado bajito. Vaya con el chaval, era una fiera. A pesar de saber que se trataba de un alto rango y de haberle visto estampar a un oficial contra una pared con un movimiento involuntario, se atrevía a mostrarse desafiante. Era incluso más loable teniendo en cuenta que el Comodoro medía dos metros de altura, y casi uno de hombro a hombro, frente al recluta que medía menos de metro y medio y era más bien delgado. Una sonrisa feroz se dibujó en el rostro del oficial, que comenzó a reírse alegremente.

- ¡Me gustas, chaval! Tienes agallas. Tú y yo vamos a llevarnos bien.

Se arrodilló para ponerse a su altura y le puso el puño para chocárselo. Procuraría no hacer mucha fuerza, no por infravalorar la de Gusi, si no porque sabía de sobra que si se pasaba era capaz de hacerle daño sin querer. Últimamente se había hecho muy fuerte, especialmente tras los entrenamientos en Underwater Terminal, y aun no estaba acostumbrado del todo al rápido aumento de poder que había experimentado. Una vez hiciese el choque de puños con él (o no, en caso de que no quisiese), se levantaría y comenzaría a guiar al pelotón por las calles. Desconocían dónde se ocultaban los bandidos, pero por suerte Kai contaba con un conocido en esa ciudad. O más bien un conocido de Hozan-sensei, un antiguo alumno suyo llamado Taro. Los monjes del Sokudan se ayudaban entre ellos, así que si Taro sabía algo de los forajidos, sin duda se lo contaría. Era probable que supiese algo, dado que regentaba una taberna en los bajos fondos de la ciudad. Guió el pelotón hasta las cercanías y acto seguido les indicó:

- Caballeros, los hombres respetables no frecuentan esta zona de la ciudad. Y los marines no somos bien recibidos. Así pues, aguardad aquí. Conozco a una persona que me dará la información que necesitamos, pero dudo que lo haga si aparezco con todo un regimiento a su puerta - entonces señaló a Gusi - Tú te vienes conmigo. Tapa todos los símbolos de la Marina que lleves encima.

Se quitó la capa de oficial y se la tendió a uno de los reclutas para que se la guardase hasta su retorno. Sin ella parecía poco más que un buscabullas o un matón, vestido únicamente con su chaleco, los pantalones desgastados y unas sandalias de madera. Perfecto para entrar en aquella zona de la ciudad sin levantar sospechas. Gusi llamaría algo más la atención, pero aquel era un momento perfecto para enseñarle un truco o dos que posiblemente le ayudarían en un futuro. Aprovechó para contárselos antes de llegar a la zona más marginal:

- El truco cuando quieres ir de incógnito es tu actitud. La gente se fija más en ti si parece que quieres ocultar algo. Hay diferentes maneras de evitarlo, cada cuál más apropiada según el lugar, pero lo principal es no sólo mantener la calma, si no exteriorizarla. Si parece que actúas con naturalidad, que estás en tu ambiente, es menor la probabilidad de que se fijen en ti.

Kai podía ser un vago, un borracho, un irresponsable y un tanto bromista y despistado a veces, pero no era tonto. Había ascendido desde recluta hasta Comodoro en menos de un año gracias a su enorme habilidad para el combate, pero también por su habilidad como espía y asesino. El motivo por el que había ascendido tan rápido, desconocido para todos excepto para un puñado de altos rangos, era que trabajaba en secreto para el Cipher Pol como agente especial. Y le habían reclutado por muy buenos motivos. Cuando trabajaba en serio, era muy eficiente y profesional. A medida se adentraban en los barrios bajos, las casas y edificios estaban más descuidados y destartalados, y el ambiente era más lúgubre. Finalmente llegaron a un edificio con pinta de estar casi en ruinas con un letrero en la puerta: La Tortuga Degollada. "¿Por qué tanta insistencia en ponerle nombres de animal seguidos de "degollado" a las tabernas de mala muerte?" se preguntó Kai, mientras abría la puerta. El lugar no tenía mucho mejor aspecto dentro que fuera, aunque al menos no parecía estar a punto de derrumbarse. Había tres hombres bebiendo en una mesa, y nadie en la barra a parte de un hombre gordo tras esta limpiando un vaso. Kai se sentó frente a él con una sonrisa.

- Buenas, vengo buscando a Taro.

El otro apenas le dirigió una mirada, antes de volver a lo suyo y mascullar:

- ¿Y a mi qué me cuentas? Si no vas a pedir nada, piérdete gilipollas.

Kai cerró el puño, haciendo fuerza para tratar de controlar su ira. "Calma... has venido aquí a hablar con Taro, no a pegarte con sus empleados." Suspiró profundamente, y dijo:

- En ese caso, tomaré una cerveza.

El hombre lo miró de nuevo, con cierto enojo, y comenzó a llenar una jarra entre maldiciones. Escuchó un leve sonido mientras el camarero estaba de espaldas a él que indentificó como un escupitajo. "Se la ha buscado... voy a enseñarle a ese cretino a no joder a Kai." En cuanto el camarero puso la jarra sobre la barra, lo agarró por la muñeca y tiró de ella. Acto seguido, dio un fuerte puñetazo sobre la barra justo al lado del brazo del hombre, partiéndola por la mitad en medio de un fuerte estruendo. Entonces miró al gordo con una inmensa ira y le dijo:

- Si vuelves a intentar tocarme los cojones o a escupir en mi bebida, lo que rompa no será un cacho de madera como esa mierda que llamáis barra. Será tu puto brazo. Ahora ve a llamar a Taro antes de que decida arrancarte la polla, dársela de comer a los cerdos e ir a buscarlo yo mismo.

Soltó bruscamente al tipo, el cuál pálido de la impresión salió corriendo hacia la trastienda. Automáticamente la expresión de cabreo desapareció de la cara del oficial, que esbozó una sonrisa de triunfo y le guiñó el ojo a Gusi:

- A veces la única manera de hacer a cretinos como este que te entiendan es hablarles en su mismo idioma. Por supuesto en ningún momento iba en serio, aunque de haberme presionado tal vez le hubiese saltado un diente o dos - le susurró.

Mientras el camarero se escabullía, notó una intención hostil a su espalda. Se giró rápidamente, y vio a los otros tipos del bar acercarse. Suspiró, algo cansado. ¿Es que no se iban a parar hasta que tuviera que darle una paliza a alguien? Iba a prepararse para ponerse firme con ellos también, cuando Gusi se le adelantó. No lo hizo demasiado a la hora de ponerlos en su sitio, pero cometió el error de amenazarlos de muerte. "No amenaces con algo que no vayas a hacer" pensó Kai. Eran marines, no matones de barrio bajo. No podían ir desnucando a cuanta persona les molestara. Por suerte, bastó con las palabras del recluta y una mirada furiosa del gigantesco oficial para que decidieran volver a sus asientos. Fue entonces cuando escuchó una voz poco amistosa a su espalda:

- ¿Quién es el que está montando un escándalo en mi bar?

Al girarse, se encontró con un hombre de mediana altura, delgado y calvo. Iba vestido con ropas típicas del lugar, pero su tez clara y su acento lo delataban como un extranjero. Para una persona normal no hubiera destacado demasiado, pero para Kai eran evidentes algunas señas que lo delataban como un combatiente. Lo más obvio era su presencia; podía percibir con su mantra que su poder superaba ampliamente al de todos los presentes excepto él. Lo siguiente era su constitución delgada y fornida, al tiempo que proporcionada. ¿Un propietario de un bar en tan buena forma? Definitivamente, tenía que ser Taro.

- ¿Taro-san? - preguntó.

- Sí, soy yo. ¿Quién narices eres y por qué estás causando problemas en mi bar? - dijo, cruzándose de brazos.

- Mi nombre es Kai, y fui aprendiz de Hozan-sensei, igual que tú. He venido a solicitar tu ayuda como camarada y monje del Sokudan. Disculpa por el jaleo, tu camarero intentó tocarme la moral. No te preocupes, pagaré los desperfectos. - respondió.

Para darle más verosimilitud a sus palabras, realizó el saludo típico de su gente, juntando el puño derecho con la palma izquierda. El hombre arqueó una ceja y lo observó por unos instantes, asimilando la información, y aparentemente decidiendo si creerle. Finalmente cogió una cerveza y se sentó en la barra.

- Así que alumno del viejo, ¿eh? Eso cambia las cosas. Sin embargo, lo primero es lo primero. Dame el dinero que necesito para arreglar esto y podremos hablar.

Kai rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar su dinero. Sacó un puñado de billetes y se los tendió, acercándose bastante para susurrarle al oído:

- Necesito saber dónde encontrar a esos bandidos que acechan últimamente por la zona.

- No se dónde se refugian, pero por lo que se rumorea, están preparando un golpe para hoy mismo. Nadie sabe dónde será, pero me jugaría el cuello a que su objetivo es la carretera del norte. Cada pocos días llegan cargamentos de las minas de Alubarna para ser vendidos entre los comerciantes que visitan el puerto. Hoy se supone que llega una caravana con hierro y estaño - murmuró Taro.

- Gracias por tu ayuda. Cuando vuelva de encargarme de mis asuntos, tal vez te haga una visita si tengo tiempo.

- Muy bien, pero a la próxima no causes más destrozos. Y si ves a Hozan-sensei mándale recuerdos de mi parte.

Con un último gesto de despedida, le dio una palmada en el hombro a Gusi para indicar que se iban y se dirigió al exterior del bar. Ahora les tocaba reunirse con el resto e ir a probar suerte a la carretera. Aun dando por hecho que la información fuera correcta, eso no aseguraba que fueran a encontrarse a los forajidos. Y no había tiempo de ir a preguntar a algún organismo oficial a qué hora se suponía que iba a llegar la caravana. No les quedaba otra que avanzar a ciegas y rezar para no encontrarse con una emboscada.