The woman who seeks demons see demons everywhere || Privado Dark, Katharina

Mirándose en el espejo, veía el reflejo de su alma. De la persona que un día fue y se coronó como la mano derecha del rey de los cazadores. Elevó la mano lentamente y deslizó los dedos ante el cristal, notando el frío en sus yemas. "Yo podría haber sido el rey de los cazadores, pero decidí apartarme y quedarme en su sombra." se dijo a él mismo en voz alta. Antaño fue el hombre que partió la séptima isla del cielo de un solo puñetazo. Aquel poder, la pika pika no mi, ya no era suyo. Ahora, irónicamente, era de un marine que estaba de lado a lado ayudando como podía. Una causa justa y noble. Se la merecía más que él, el cual tenía al fin y al cabo un poder acorde a su personalidad. El del demonio. No había sido nunca una buena persona, a pesar de haber salvado las siete islas de arriba de perder contra el imperio. Él había hecho aquello porque era el único que podía hacerlo. Si en aquel lugar y en aquel momento alguien le hubiese podido reemplazar, lo habría hecho encantado.

Salió de su cuarto tras vestirse con calma. Ya no necesitaba vestirse como tal: podía tener el aspecto que quisiera cuando lo desease. Pero aún sentía el placer de deslizar las prendas ante su piel. De atar su pelo y cuidarlo con el peine. Habían ciertos placeres humanos que todavía compartía. Ya que al ser la bestia de fuego, él ya no era la persona que creía que era. Sus días de tontear con Ivan habían acabado. Con la memoria recuperada y un juicio a la vuelta de la esquina solo le quedaba comportarse como el hombre que era. Y por eso mismo había llamado a una de las últimas personas que todavía no le había contado aquello. Habían pasado meses, pero no se sentía aún del todo preparado para verla una vez más. Había mantenido cierto gusto y atracción cuando estaba amnésico: sin recordar a Louise, Katharina era una mujer de lo más atractiva. Y sin contar su poder o hazañas, fueron cosas que le habían hecho suspirar más de una vez por amor. Pero ahora ya no sentía nada de aquello. Solo sentía una poderosa aliada y amiga en su bando. Y los nervios que perdía cada vez que trabajaban juntos, la sensación de tener que controlarlo para que no la cagase no se volvería a repetir.

Se encontraba en Lëxius, justo en el puerto de la isla. Esperando delante de la nave de Xiba y a órdenes prácticas para subir hacia el cielo. Iba a enseñarle algo que tenían en común: Norin. Y no lo tenían en común como algo de casualidad. Las siete islas del cielo pertenecían anteriormente a un archipiélago cercano a Lëxius. Los nobles de las islas se habían encargado de crear su propia edad oscura con la información de por qué volaban o qué relaciones políticas tenían con la isla de la bruja. Pero se iba a encargar de volver y empezar a trabajar de alguna forma. Norin le había arrebatado a su primogénita, a Louise, a Ashley... Y no iba a salir indemne. Iba a volver con su derecho de emperador, linaje de sangre azul y reclamar lo que era suyo. El trono. Pero para crear una democracia estable en la isla. Para dar a todos los pobres y desdichados un lugar en el que vivir. Norin se había degradado al imperio, todo lo que había luchado el moreno durante casi toda su infancia, adolescencia y adultez. Y a pesar de tener una ira creciente que se agitaba con las voces de su demonio, estaba del todo sereno.

Era de noche y podía notar la brisa chocar contra su tez. Llevaba el kimono de cuando fue el emperador. Era una marca de su familia y linaje y lo portaba con orgullo. No tenía las placas de las armaduras pero la tela era exquisita, digna de un noble. Se podía notar en cada bordado que los mejores sastres de Norin habían trabajado en él. Él miraba a la luna llena con los brazos metidos en las mangas. No sabía cuánto tardaría Katharina, pero en cierto modo tenía su propia paz.

Porque antes de la tormenta, siempre había una calma absoluta.

El mundo veía con ojos de admiración y pavor en partes iguales al recién coronado ‘hombre más fuerte del mundo’. Más allá de las recompensas materiales, lo que ofrecía el Torneo del Milenio era una reputación como ninguna otra. Los guerreros más fuertes del Nuevo Mundo acudieron a ese escandaloso evento. No había más que nombres famosos y aterradores en la tabla de clasificación, y de entre todos ellos fue solo uno que se alzó victorioso: Therax Palatiard.

Si bien se alegraba porque su antiguo compañero de banda se titulase como el ‘hombre más fuerte’, también se sentía profundamente indignada y humillada por haber quedado séptima en la tabla de posiciones. Los jueces eran todos unos inútiles que no tenían ni puta idea de cómo valorar un combate, sin embargo, no le eximía de responsabilidad. Debió haber sido más fuerte, más rápida y astuta, debió haber sido imbatible. Ni siquiera tuvo la oportunidad de enfrentarse a los más poderosos, como el resucitado Dexter Black o el famoso Zane D. Kenshin. Era normal que apretase la empuñadura de Fushigiri con frustración, después de todo, había perdido sin haber peleado con los verdaderos monstruos del Nuevo Mundo.

Soltó un suspiro y retomó la caminata silenciosa por las desoladas calles de Portland; ya a esa hora todos dormían. Vestía un precioso kimono de seda negro con una multitud de pequeños puntitos que simulaban estrellas, mientras que otros bordados recordaban las constelaciones vistas en el firmamento. Fushigiri reposaba envainada, siguiendo los movimientos de la espadachina. El cabello le caía laciamente hasta casi la cintura, respondiendo ante los pasos de Katharina y moviéndose en un vaivén, de allá para acá. Las getas de madera hacían un sonido hueco al pisar la calle adoquinada, y su característico sombrero de bruja era sacudido de vez en cuando por la brisa nocturna. También llevaba un haori plateado que hacía buen juego con el resto de la vestimenta. Y no se había olvidado de Arugoriashito, su queridísima guadaña transformada convenientemente en un wakizashi.

—¿Qué querrá este hombre…?

El famoso pirata Dark E. Satou le había llamado a su línea de contacto directa, convocándole porque supuestamente tenía algo que hablar con ella. No le había visto en un buen tiempo —algunas semanas, puede que más de un mes—; quizás tenía un trabajo entre manos y necesitaba ayuda para realizarlo. Esa era la relación que tenía con él: socios de trabajo. Le intentaba respetar como las circunstancias lo permitían y, aunque no sintiese un especial apego hacia él, le estimaba lo suficiente como para separarse temporalmente de sus compañeros para responder a su llamado.

Había un solo hombre en el puerto, uno con vestimentas muy parecidas a las que llevaba la bruja, pero no podía tratarse de Dark. ¿Dónde estaba su cabello blanco y su aire de tontuelo? No, la figura que estaba allí parecía mucho más… solemne. Llevó la mano a la empuñadura de Fushigiri cuando sintió la grotesca presencia que desprendía la silueta, pero la retiró tras descubrir que tenía el mismo aroma que la del pirata. «¿Qué está pasando aquí…? Tampoco ha pasado tanto tiempo como para que fuese un hombre completamente nuevo…», se dijo a sí misma, acercándose con paso lento pero seguro hacia él.

—Eres Dark, ¿verdad?

Notó de lejos su presencia acercándose. Era tan abrumadora como siempre pero podía sentirla como si de fino viento se tratase viniendo hacia él. Conforme más cerca estaba, más fuerte notaba la corriente. Era mucho más perceptible a la voz de las cosas desde que había recuperado la memoria, y ahora entendía que había sido un estúpido con ella. Antes no la sentía de la misma forma, y había sido un loco incluso haciéndole chantajes emocionales. Por suerte había sobrevivido a la experiencia ya que Katharina a pesar de ser una persona fría, tampoco era una asesina sin razones de peso. Igualmente tenía que tener cuidado, ya que su voz se mostraba cautelosa, casi con cuidado. Y no quería forzar su mantra, pero estaba muy seguro de que estaba agarrando un arma.

—Sí, lo soy. He leído en el periódico lo del torneo. Lo siento. —Le contestó una vez llegó a su altura. Sacó a Haruno Rö con cuidado y la clavó en su lado, elevando las manos brevemente.

Recordó cómo perdió ante Leon en el último torneo en el que participó. Horriblemente más débil que él, pero aún así, los jueces le dieron la victoria. Ahora mismo veía aquello con otros ojos, unos de indiferencia. Antaño fue la razón por la que decidió retirarse para vivir con Kazumi, pero ahora se sentía algo agitado por no haber podido participar. No hubiese tenido ninguna oportunidad sin haber recuperado la memoria, pero... Hubiese sido de lo más interesante. Se mantuvo un rato más mirando al horizonte sin girarse. Después lo hizo y esbozó una pequeña sonrisa, algo vaga. Se apartó un mechón de pelo del medio de la cara y lo amarró detrás de su oreja para que aguantase.

—Gracias por venir, Katharina. Estás preciosa. Pero ese no es el caso, te he llamado por algo que interesará tanto a ti como Lëxius —señaló hacia arriba—. Ahí está el lugar donde crecí. Y según tengo entendido estuvieron afiliados a este gobierno antes de la edad oscura.

Bajó la mano y volvió a girarse, mirando hacia el cielo. Había algo más profundo que subir a conquistar la isla. De hecho podía verse una figura larga y serpentina. No se podía distinguir bien pero si era algo que estaba a diez mil metros de altura más o menos y podía verse a nivel de mar... Era algo grande. ¿Y en quién podía confiar él para tumbar una cosa de ese calibre, o por lo menos reconocer qué era? Katharina. Aunque su ego muy seguramente estuviese jodido y torcido del tema del torneo, cosa la cual no podía culparle ya que sabía exactamente cómo se sentía perder... No creía que fuese débil, no para acabar en esa posición. Estaba muy seguro de que Katharina podía entrar en un "top" de gente más fuerte del nuevo mundo. Además de que muy seguramente, en ese torneo había gente que tendría el despertar de la fruta. Y la bruja no lo tenía, o por lo menos creía que no.

Llevó las manos a su lumbar y entrecruzó los dedos, mirando de reojo a la pirata. Anteriormente se notaba asfixiado a su lado, pero aquel muy seguramente ya no era el caso. Haber recuperado su memoria y haber entrenado estos meses le habían puesto en un nivel completamente distinto. Lógicamente había aún una brecha visible entre el poder de los dos, pero el moreno sabía que podría alcanzarla en uno o dos años. Igualmente tenía que acercarse un poco a ella y no parecer una persona totalmente distinta. Porque aunque no lo fuese, realmente era mucho más serio que cuando tenía el pelo blanco e iba haciendo locuras por los mares.

—Me gustaría contar muchas cosas, pero simplemente diré dos por ahora. He recuperado mi poder y mi memoria. Esa es una. Y la segunda... Se vienen tiempos oscuros, Katharina. Si me acompañas a la nave subiremos hacia Norin y te explicaré por el camino.

Si se sentía más tranquila, volvería a envainar la Saijo Ö Wazamono y procedería a abrir la compuerta de la nave para acompañarla dentro y poner el piloto automático hacia Norin.

Chasqueó la lengua y volteó la mirada hacia otro lado. Quería convencerse a sí misma de que el Torneo del Milenio no significaba absolutamente nada. Si lo hiciera, ¿por qué Dexter Black no ocupaba el primer lugar? ¡Ni siquiera estaba Zane dentro de los dos primeros finalistas! Definitivamente algo anduvo mal con ese evento, pero comenzaba a ser hora de superarlo y continuar con su vida. Si carecía de una fuerza arrolladora para deshacerse de sus enemigos en menos de un minuto, la conseguiría. No habría hombre ni mujer que pudiese oponerse a la fuerza de Katharina von Steinhell, y para ello debía esforzarse como nunca. Si bien estudiaba todos los días e intentaba mantenerse en forma, llevaba varios meses sin un entrenamiento real y serio, algo que pretendía solucionar.

Miró el oscuro cielo cuando Dark mencionó que provenía de una isla flotante sin dar demasiado crédito a sus palabras. ¿Un cacho de tierra relacionado con Lëxius? De ninguna manera, ya habría encontrado evidencias que le diesen solidez a la hipótesis de su compañero. Sin embargo, tampoco debía descartar la idea puesto que, si algo hacían los académicos, era considerar todas las posibilidades por muy absurdas que pareciesen. Si había algo allá arriba, querría verlo con sus propios ojos. Y comenzaba a imaginar los motivos de por qué le había convocado en Portland.

—Enhorabuena por tus grandes logros —le felicitó la bruja, pudiendo sonar solo un poco sarcástica. Aunque no lo hacía con intenciones—. Ahora entiendo por qué luces tan… diferente. ¿Dejaste de ser el niño irresponsable que solía meterme en problemas? —le preguntó con una sonrisa burlesca.

Muchos hombres presagiaban tiempos oscuros desde eras antiquísimas, y la mayoría de ellos se habían equivocado. Había veces en las que ella misma creía que la oscuridad crecía poco a poco, infectando los cimientos que sujetaban el mundo. Una oscuridad llamada Orden Carmesí. Sin embargo, todo parecía indicar que únicamente estaban enfocados en mantener el monopolio de lithium y poco más. No tenía demasiada idea de qué planeaban esos psicópatas, pero tarde o temprano lo acabaría descubriendo. Ellos más que nadie debían pagar por la muerte de Freya.

—De acuerdo, te acompañaré. Ya me contarás los detalles cuando hayamos subido a tu… ¿nave? Nunca he estado en una isla del cielo, así que discúlpame si me muestro un poco escéptica.

Él había cambiado, y quizás por ello, hasta la bruja se dedicó a bromear brevemente. Aquello le agradó, contestándole con una pequeña carcajada y una ligera sonrisa. Se mostraba escéptica con una isla justo encima de la suya, pero era la realidad. Así que aprovechó para contestarle con un tono quizás más relajado que el de antes.

—Nee, gracias. Digamos qué... Irónicamente, los problemas que te pueda causar ahora será por retomar viejas responsabilidades —exclamó con una sonora carcajada—. No es mi nave, pero podemos subir. Tardará un rato en elevarse, quizás toda la noche.

Señaló con la mano haciendo un gesto para que pasara primera y después pasó él, pulsando un botón y cerrando la compuerta detrás de ellos. Una vez dentro, la guió la sala común, donde habían sofás y de todo para sentarse. También había una pequeña bodega que había metido él, además de lo que pidió la misma en la taberna de Lëxius cuando se conocieron. El moreno, irónicamente, tenía una gran memoria a pesar del problema de la amnesia, por lo que pequeños gestos como ese eran posibles gracias a eso. Se colocó en el sofá y soltó un largo suspiro, apartando la parte de arriba del kimono y empezando a juguetear con el anillo de su cuello como hacía siempre.

—Verás, hace treinta y dos años lideré un ejército en Norin. Gracias a ello, pudimos ganar una guerra contra el imperio que empezaba a alzarse contra la isla —aprovechó para encenderse un cigarro sacando una llama del dedo y soltar una larga bocanada de humo—. Y no solo eso, sino que gané una posición social exquisita. Hace poco volví y me di cuenta de que alguien estuvo suplantando mi identidad. Y no solo eso —señaló por el ojo de buey hacia la figura serpentina gigante—... eso está amenazando tanto las islas del cielo como todo el conjunto inferior. Es... gigante. La cosa más grande que haya podido ver en mi larga vida.

Se llevó la mano al mentón y volvió a aprovechar para pegar otra calada. La verdad es que le perturbaba, muchísimo. Acabó apagando el cigarro en un cenicero que estaba colocado en la mesa y cruzó sus piernas, apoyando uno de sus brazos en el reposabrazos y acomodando la postura un poco para quedar encima del sofá semitumbado. Si no se acomodaba y descansaba un poco ahora a lo mejor en el futuro próximo se arrepentiría. Se llevó la mano a la cara y echó su pelo hacia delante, concentrándose y viéndose a él mismo saliendo despedido hacia atrás con heridas graves. Llevaba unos días teniendo las mismas premoniciones así que tendría que fiarse en el destino y estar lo más preparado posible.

—Ahora cuéntame tú... ¿Cómo te va? ¿Qué tal te sientes? Si es que quieres hablar de ello, claro —le ofreció mientras elevaba el brazo que mantenía reposado para descansar su mentón en él—. Nos queda una noche por delante, así que si no quieres dormir, por lo menos hablemos.

Agradeció con un gesto de cabeza la cortesía del pirata mientras caminaba hacia el interior de la nave. Dejó que este le guiara por los engorrosos pasadizos hasta llegar a una sala confortable, cálida y bien amoblada. Tomó asiento en el sofá y se acomodó en él, buscando la postura perfecta. Sacó la Varita Mágica de Burbruja y canalizó el haki a través de ella, apuntando hacia la mesa de centro y conjurando dos tazas de té humeantes. Mediante un fabuloso espectáculo de luces y colores, acompañó las bebidas con todo tipo de manjares: brownies de chocolate blanco, muffins de avellana y las infaltables donas. El Emperador de Tlaseseyan no imaginaba cuán agradecida estaba la hechicera por haberle regalado semejante artilugio.

—¡Esto es el paraíso! —comentó con una sonrisa de entusiasmo, mientras sus iluminados ojos en forma de estrella parecían devorar los pasteles sobre la mesa—. ¿Quién diría que existe un objeto como este? Es uno de mis más preciados tesoros.

Le dio un mordiscón al muffin de avellana y entonces escuchó las palabras del pelinegro. Habló sobre lo que hizo en el pasado, dándole a entender que era un hombre con bastante más edad que ella. Y, por supuesto, no dejó pasar el encendido del cigarrillo. «Así que ahora puede generar fuego… Lo tendré en cuenta», se dijo a sí misma. Dark señaló algo que la bruja no conseguía ver, algo que se escondía en el cielo oscuro e infinito. Para poder visualizar lo que el pirata le estaba mostrando debía alterar sus propios ojos y, la verdad, estaba más interesada en la comida que se zampaba cual guerrero tras una gran batalla.

—Así que quieres que te acompañe a una isla del cielo para hacernos cargo de un monstruo gigantesco, ¿verdad? —Katharina soltó un largo suspiro—. Puedes contar conmigo, no hay nada que mis espadas no puedan cortar.

«¿Que cómo me siento…?». La bruja no era de esas mujeres que reparase demasiado en sus sentimientos, así que no tenía una respuesta demasiado cierta para esa pregunta. Estaba decepcionada consigo misma, sí, pero no era algo que admitiría en voz alta. Era reservada con sus pensamientos y sentimientos, se guardaba todo para ella sola y se limitaba a una sola respuesta, como si estuviese programada para ello.

—He estado bien, gracias por preguntar —contestó, le dio un sorbo al té y se volvió a acomodar en el sillón—. Tengo una interminable lista de cosas pendientes por hacer; conseguir un ejército figura dentro de las más importantes. Los preparativos para la guerra van bien, aunque con un ritmo preocupante… Enfrentarse a un Emperador del Mar no es una tarea sencilla y no me puedo permitir fallar. —¿Desde cuándo confiaba tanto en Dark como para contarle sus planes?—. Ah, y no te preocupes. A estas horas suelo estar estudiando, así que si quieres dormir… Aunque me gustaría que me respondieras algo: ¿por qué dices que esa “cosa” es una amenaza para todos?

—Esto... está... increíble —exclamó mientras se retorcía en el asiento degustando el brownie—. También es mi hora de estudio. Si puedes hablar mientras lees, por mí encantado —le comentó sonriendo.

La verdad es que Dark era un hombre serio de norma general. Pero estar con sus amigos o probar comida exquisita rompía el esquema de su personalidad. Bajó la comida con varios sorbos a la taza de té y suspiró aliviado después, llevándose la mano al estómago mientras sonreía. Volvió a colocarse en la misma postura de antes y sacó un libro de debajo de un cojín que ponía claramente inscripciones en el lenguaje de los poneglyph, lenguaje que entendía perfectamente. Estaba refinando su estudio hasta el punto de poder leerlos como si fuese su lenguaje natal. Anotaba a su derecha las descripciones lógicas de lo que componía cada símbolo y posibles traducciones. Estaba muy cerca de dominarlo completamente. Pero siempre le quedaba hueco para seguir escuchando a su amiga.

—¿Enfrentarse a un emperador del mar? —Preguntó frunciendo el ceño mientras ensalivaba su dedo y pasaba página—. No creo que tengas nada con Zane, era tu anterior capitán. ¿Berthil? Conocido o amigo de Dexter, sería una locura desafiar a esa persona. Julius... No sé, la verdad. Actúa bastante neutro por ahora, pero sé que está haciendo movimientos por los encargos que van saliendo. Así que solo me queda Émile.

Cerró el puño. No se había cruzado nunca con Émile, pero sí había oído hablar de él. Había conocido de refilón a Karl y era un gran hombre. Según tenía entendido era... ¿Su hijo? Compartían apellido, por lo menos. Pero estaba seguro de que no heredó la voluntad de su padre, aunque había estado muy desconectado del mundo. Viendo la forma en la que hablaba Katharina y conociéndola ligeramente pudo intuírlo. Algo en su piel se le erizó y acabó esbozando una pequeña sonrisa. En sus días de cazador habría agarrado a aquel chico por el pescuezo y lo habría pateado hacia Impel Down. Pero ahora la cosa era distinta y tanto su mentalidad como posición no era la misma. Así que se limitó a asentir con la cabeza y elevar la mirada de su libro para dirigirla a la pirata.

—Gracias por la confianza —exclamó mientras seguía con los ojos clavados encima de ella. Se le podía notar serio—. ¿Necesitas ayuda? Estoy seguro de que tienes poderosos aliados, pero nunca te va de más tenerme en tu bando. No soy excepcionalmente fuerte, pero algo podré hacer —le comentó, esperando que le creyese.

Aunque para qué engañarnos, seguramente Katharina le habría sentido ya. Además de que ya se resistía sin dificultades al aura de pesadez de la mujer. Así que siguió leyendo, mientras degustaba de vez en cuando más pastelitos. Al fin y al cabo no podía decir que no a aquello, el dulce iba bien para activar la mente. O eso tenía entendido de un famoso detective que murió hace unos años. Chasqueó la lengua y se dispuso a responder la última pregunta.

—Porque en cinco años bajará de los cielos, con el ejército más grande que puedas imaginar. Llevan treinta años reuniendo personas y entrenándolas para tener una casta de guerreros imparables —le comentó sin quitar la gravedad de sus palabras—. Y ese hombre... La serpentina gigante... Creo que es igual o más fuerte que Dexter Black —acabó diciendo con el ceño fruncido.

«Necesito un año o dos para llegar a mi límite. Ahí me podré enfrentar sin problemas a la serpentina... O eso creo. El problema es... ¿Deberíamos atacarla ahora?» se acabó preguntando.

¿Nada con Zane…? Bueno, eso no era del todo cierto. Si bien no le consideraba un enemigo y estaba mucho más cerca de tenerlo como aliado, jamás olvidaría las palabras que le dijo aquel día en que decidió que era hora de dar un paso al lado. Berthil, por otro lado, había reemplazado a Black cuando este fingió su muerte. Podía ser una locura desafiar a semejante monstruo, pero no era razón suficiente para no hacerlo. Simplemente no tenía nada en contra de él, de hecho, tenía una opinión relativamente buena de él. Julius tampoco suponía verdaderos problemas para la hechicera, siempre y cuando se mantuviese ocupado con sus cosas… Así que sí, solo quedaba Émile.

—Tendré la cabeza de Émile antes de que sepa que voy tras él —aseguró la bruja con una sonrisa rebosante de confianza—. Y toda ayuda es bienvenida, Dark. Por el momento no tengo un ejército propio, pero estoy trabajando en ello. Tengo varias cosas pensadas y es cuestión de tiempo para completar la primera fase de mi plan.

Escuchó la respuesta de Dark y su rostro se iluminó. «¿Una serpiente más fuerte que ese monstruo de Black? Quiero ver algo así», se dijo a sí misma. En el Torneo del Milenio no tuvo la oportunidad de enfrentarse al hombre más fuerte del mundo ni tampoco a Zane. De vez en cuando necesitaba desafíos así, pruebas que le muestren su verdadera fuerza. ¿De qué le servía medirse con cualquier idiota que apenas sabe empuñar un arma? «Un desafío real, no un jodido torneo en el que unos putos jueces decidan los resultados. Si mis combates hubiesen sido reales, todos mis oponentes habrían acabado muertos». Ignoró por el momento la importante pregunta de por qué Dark sabía con tanta exactitud eso, pues la emoción al enfrentar un obstáculo inimaginablemente difícil…

—Quiero comprobar con mis propios ojos la fuerza del monstruo del que hablas. Ya veremos tú y yo qué tan bien entrenados están estos “guerreros imparables” —respondió finalmente.

La bruja sacó un libro desgastado, viejo y de tapas negras. Las páginas amarillentas y delicadas guardaban un sinfín de secretos oscuros, magia tan negra como la noche que se cernía sobre la nave. Esperaba encontrar algo allí sobre el codiciado Despertar. Últimamente sus estudios no estaban sirviéndole demasiado para reinventarse, así que tampoco tenía muchas esperanzas. ¿Su problema? Ya no sabía cómo continuar hacia delante, se había quedado sin ideas. Quizás no lo admitiría en voz alta, pero deseaba encontrar las respuestas en Norin.

Soltó un largo suspiro tras escucharla y cerró el libro con un movimiento de mano, dejándolo encima de la mesa y llevándose las manos a la espalda mientras caminaba hacia uno de los ojos de buey. Sentía las palabras de Katharina resonando en su cabeza y quizás lo osada que estaba siendo ante los yonkous. No dudaba de que estuviese al nivel de estos, es más, creía con firmeza que hasta lo mejor era más fuerte que más de uno, pero la preparación debía ser casi impecable. Sino, tanto ella como toda la gente que fuese a su lado estaría asistiendo a un suicidio colectivo. Entonces... ¿para qué quería serlo? ¿Era tan importante estar en el punto de vista de todo el mundo? ¿Necesitaba que su ego se saciase de esa forma? Eran preguntas que no diría en voz alta, pero que simplemente se cuestionaría y respondería solo. A lo mejor buscaba la posición social que otorgaba aquel rango para realizar cosas aún más grandes.

—Yo también ardo en deseos de comprobar al nivel en el que estoy —le comentó, casi decepcionado de los meses que había pasado desde que recuperó la memoria.

Quitando de la gente que ya conocía, no había conocido un rival digno que le hubiese hecho sudar. Era extraordinariamente fuerte y su crecimiento iba en un nivel totalmente distinto. Y encima ahora volvía a tener una fruta del diablo, una que le daba mucho más juego que la pika pika no mi. Elevó la mano y la dejó reposar en la ventana, observando hacia el exterior. La figura serpentina ya no estaba ahí, cosa la cual le extrañó por un momento. Frotó brevemente sus ojos y de repente sintió algo increíblemente devastador. Tuvo que llegar a apoyarse para mantener el equilibrio. ¿Qué estaba sintiendo? Era algo tan exageradamente fuerte que le hacía vibrar la misma sien. Entonces por un segundo, vio algo moverse a una velocidad absurda, casi rompiendo la barrera del sonido. Corrió hacia la compuerta de la nave y se desequilibró, escuchándose un molesto pitido por todos los lados. Golpeó el botón con fuerza y voló hacia fuera, esperando que Katharina le siguiese. Entonces le vio.

—No sois bienvenidos a mi cielo —dijo una figura encapuchada que parecía volar en el sitio.

Fue a levantar la mano pero de un ágil movimiento le cortó el brazo, casi sin notar que lo había hecho hasta que pasaron unos segundos.  «Esto no puede estar pasando. ¿Quién mierda es este? ¿Es la figura serpentina?» se preguntó hacia dentro mientras endurecía la herida para no desangrarse y mantenía la compostura como mejor podía. Al fin y al cabo estaba en una situación en la que no quería parecer débil.

—Es mi cielo más que tuyo, impostor —le contestó sin mostrar ningún tipo de miedo.

—Ahora ya nada te pertenece, traidor. El mundo pagará por tus pecados y el linaje que has creado —respondió antes de desaparecer.

Se giró y volvió a entrar hacia la nave, deshaciendo el endurecimiento y empezando a ver cómo se regeneraba el brazo.

—Vaya, parece ser que esto es peligroso de verdad. ¿Lo has sentido? —le preguntó mientras miraba fijamente a la bruja—. ¿Crees que puedes con él?

Una vez había dicho que la magia era el arte de hacer realidad los sueños con tan solo desearlo. Los límites de esta estaban definidos únicamente por ella misma, pero hoy en día la magia tomaba un sentido completamente diferente. Había perdido sus poderes, bueno, la mayoría de ellos y apenas era una sombra de lo que alguna vez fue. Quería encontrar lo que fue arrebatado de sus manos, y no me refiero a esa fuerza monstruosa capaz de lograr lo que fuera. Era algo mucho más… abstracto, deseaba hallar el sentido que había olvidado hacía tanto tiempo que ni siquiera sabía en qué momento comenzó a olvidarlo. «¿Qué es la magia…?», se preguntaba muchas veces sin llegar a ninguna respuesta en concreto.

Intentaba estudiar todos los días, esforzándose más que nadie con la intención de descubrir todos los secretos de su fruta del diablo. Reflexionaba a diario sobre los orígenes de sus habilidades, pero últimamente comparaba sus propios poderes con los que muchos guerreros poderosos del Nuevo Mundo tenían. Y empezaba a llegar a una conclusión que no le gustaba nada, pero que debía aceptar si es que quería continuar perfeccionándose. Durante mucho tiempo se había puesto una venda en los ojos que no le dejaba ver una verdad que estaba ahí, al alcance de su mano. Su fruta del diablo no era la única “cosa mágica” del mundo, sino que todos los poderes provenientes de una lo eran. ¿Cómo explicaba, entonces, el hecho de que una persona pudiese transformarse en electricidad? ¿O convertirse en una criatura sacada de leyendas?

«Resulta… extraño que, a fin de cuentas, todas las habilidades de las frutas del diablo sean, de alguna u otra forma, magia. Y me siento una idiota al darme cuenta de esto tan tarde», pensó mientras miraba las hojas del Necronomicón, aunque no leía nada.

Sus pensamientos fueron interrumpidos de pronto por una presencia devastadora, tanto que era imposible no sentirla aun sin estar concentrada en ello. De inmediato cogió a Fushigiri y se levantó del cómodo sofá, siguiendo al pirata. No tenía idea de lo que estaba allí fuera, pero estaba segura de que representaba un peligro para todos los de la nave. Muy pocas veces había sentido una presencia tan poderosa, una que rivalizaba con la del propio Zane. Así que reunió energía mágica e hizo nacer dos alas emplumadas y blancas de su espalda, recordando la apariencia de un ángel.

El cielo estaba oscuro y apenas podía ver la figura que estaba a pocos metros de ellos. El ruido de la nave tampoco permitía escuchar demasiado bien las palabras que salían de su boca, pero estaba segura de algo: definitivamente no estaba de su lado. Y sus sospechas quedaron comprobadas cuando la criatura cercenó un brazo de Dark como si no supusiera ninguna dificultad. Entonces, la espadachina desenfundó a Fushigiri y la empuñó con ambas manos. El arma era casi tan grande como ella misma, pero podía blandirla con suma facilidad. El pirata volvió a intercambiar palabras con él y cuando Katharina se dispuso a atacar, la sombra del cielo había desaparecido.

—Sí, lo he sentido. Es fuerte, mucho… —contestó una vez en la nave, frunciendo el ceño y fijándose en el brazo de Dark—. Supongo que no lo sabré hasta que lo intente, pero ahora no deberíamos hablar de esto. ¿Cómo estás tan calmado tras perder un brazo? Ve a la enfermería o algo.