[Pasado/Privado][Yoko y Akagami] La Princesa y el Dragón

Nieve y frío. Todo aquello hasta donde alcanzaba la vista estaba bañado por aquel agua blanca y congelada. El viento helado se desplazaba por entre los árboles con un suave susurro, meciendo aquellos mechones cobrizos con él, que cubrían de forma intermitente unos ojos brillantes como el mismo Sol. Una figura solitaria se mantenía erguida sobre el mar de nieve, con la mirada perdida, recuerdos inundando su mente y un colgante aferrado con fuerza en su diestra.

Ya habían pasado 4 meses desde la muerte de Mikoto, pero la herida aún no había cicatrizado. Apenas comenzaba a sanar. El recuerdo del Demonio permanecía aún vivo en la mente y el corazón de los Red Demons, un recuerdo inmortal, que ellos mismos se ocuparían de transferir al resto del mundo. El actual Capitán se había trasladado al Reino de Sakura, separándose de la banda durante una semana para visitar la isla donde un ejemplo a seguir, un líder, un hermano había fallecido.

La blanca capa ondeaba débilmente al son de la brisa. El pelirrojo alzó la cabeza, mirando ahora hacia las nubes desde las que se precipitaban los infinitos copos de nieve. Un largo y pesado suspiro emergió de entre sus labios al tiempo que guardaba el colgante en uno de sus bolsillos, a salvo del mundo.

- Aún tenemos la esperanza de que todo esto no sea más que una pesadilla, Capitán -susurró para sí mismo- Pero no lo es.

Se giró y puso rumbo a la ciudad más próxima, Robelle. Se encontraba en la zona más aislada de la isla invernal, apartada del resto y casi incomunicada. Un lugar idóneo, tal vez, para el motivo de su viaje. No quería tener encuentros indeseables, y mucho menos llamar la atención por la zona. Su fama no era igual que la de Mikoto, pero podrían relacionarle con él fácilmente. Caminó por las calles de la ciudad, casi desérticas, como si de una ciudad fantasma se tratase. O al menos así pensaría si no pudiera ver el color de las llamas dentro de los hogares, aportando a las familias una calidez que escaseaba en aquel lugar a través de una chimenea.

Entró en la primera posada que vio. La sala del comedor estaba, al igual que las calles, vacía. Habló con la posadera, reservando una habitación donde pasar la noche. Tras pagar se dirigió a una de las mesas más apartadas, al lado de una pequeña ventana empañada. Se recostó en el respaldo de la silla, haciendo que esta se inclinase levemente y cerró los ojos, dejándose llevar por los recuerdos.

- Habitación reservada, espero que disfrute de su estancia en Robelle -contestó la posadera, en un tono amable y cálido.

El pelirrojo se limitó a asentir y se dispuso a sentarse, aunque apenas llegó a dar un par de pasos. La puerta se abrió súbitamente y, para cuando quiso mirar quien había entrado, se encontró tirado en el suelo, con una chica de cabello rojizo, bastante joven (seguramente, más que él), sobre él. Sus ojos anaranjados se fundieron con los suyos, dorados como el propio oro, manteniéndole la mirada. "¿A qué viene tanta prisa?" es lo que le habría preguntado a continuación, pero la pelirroja comenzó a hablar antes. El joven dragón alzó una ceja y asintió a su pregunta.

No le dio tiempo a decir mucho más, pues casi al instante dos hombres armados irrumpieron en la posada. Por lógica, debieron ser los mismos que la habían estado persiguiendo y parecía que no pensaban desistir. No tenía ni idea de los motivos, pero acababan de perturbar la tranquilidad que andaba buscando y, aunque en su expresión no lo mostrara, eso le molestaba profundamente.

- Disculpa -fue lo único que hizo, tomando a la chica por los brazos y ayudándola a levantarse mientras él hacía lo mismo.

Caminó con total tranquilidad hacia ellos, sin dejar de analizarles con la mirada. Una especie de maza y una daga, esas eran sus armas. "Y yo pretendiendo pasar una temporada tranquilamente". Suspiró pesadamente y se paró a unos dos metros de ellos. El de la daga no tardó casi ni un segundo en lanzarse a por él, arma en mano, trazando una trayectoria directa al estómago del pelirrojo con esta. Un ágil golpe en su muñeca hizo que el ataque se desviase hacia un lado y, acto seguido, llevó la mano a la cara de su agresor, sujetándole con firmeza y estampándole contra el suelo bruscamente, con un sonido seco.

El de la maza se dispuso a golpearle en la cabeza en ese mismo instante, pero el pelirrojo la detuvo con la mano libre, aún agachado. Se incorporó lentamente, mientras el otro hacía fuerza para intentar zafarse... Sin grandes resultados. Lo cierto era que el chico apenas sentía resistencia alguna, mientras que su rival estaba usando ambas manos y, probablemente, la mayor parte de su fuerza para tratar de apartarse. Una media sonrisa, leve, se dibujó en el rostro del dragón que, en un rápido movimiento, empujó la maza, haciendo que esta golpease con fuerza la cara del bandido. Este cayó al suelo casi al momento, dolorido y probablemente con la nariz partida. El chico desvió entonces su mirada a la joven, con total inexpresividad.

- ¿Estás bien? -preguntó en un tono calmado, ya sin dar mucha importancia a ambos hombres que no parecía que fuesen a levantarse durante un buen rato.

Le mantuvo la mirada a la chica mientras esta le contestaba. En cierto modo le aliviaba que estuviese bien, pese a no conocerla de nada. ¿Por qué la estaban persiguiendo? ¿Sería una criminal o algo así? Muchas preguntas rondaban la mente del chico. Ante su muestra de agradecimiento, el pelirrojo se limitó a negar con la cabeza, al mismo tiempo que hacía un gesto con la mano, quitándole importancia a la situación.

- No tienes por qué darlas. En cualquier caso habrían causado alboroto, y eso me molesta -respondió en un tono algo más tranquilo y menos serio (dentro de lo que cabe) que la vez anterior, ya más calmado tras la pelea.

Se fijó en cómo la chica se llevaba la mano al estómago, donde parecía haber recibido algunos golpes. O al menos eso dedujo por la mueca que hizo. La tabernera comenzó a sacar los cuerpos de los bandidos de su posada, notablemente cabreada. Mientras tanto la chica se había presentado, y aunque no era muy de socializar con casi nadie, supuso que lo correcto sería hacer los mismo. "Eso me habría dicho Anna" pensó mientras se disponía a presentarse.

- Souh... Aunque me conocen más por "Akagami". Puedes llamarme como prefieras -respondió.

Acto seguido el chico cogió una de las sillas y la puso frente a la suya, en la mesa que había escogido y donde se encontraba antes de que la chica "cayese" sobre él. No dijo nada, pero aquel gesto parecía una invitación hacia la pelirroja para que tomara asiento junto a él. Acto seguido volvió a sentarse en el mismo sitio, ya con la silla colocada con anterioridad por la chica, cruzado de brazos.

- ¿Sabes por qué te perseguían? -preguntó directamente- Es raro que aparezca gente así en zonas tan apartadas.

Sacó de la pequeña bolsa que llevaba atada al cinto un cigarro, el cual posó entre sus labios y estaba a punto de prender con sus poderes, pero se dio cuenta de que aquello podría asustar a la chica, o incluso suponer un peligro importante. No tenía ni idea de quién podría ser la chica y, pese a que no parecía ser una amenaza, nunca se era lo suficientemente precavido. Por otro lado estaba la posadera, que de verle lanzar llamas probablemente se alarmaría y el rumor se extendería como el agua entre las rocas. Decidió hacerse el remolón y buscar si tenía cerillas o algo con lo que encender el cigarro, sin éxito. Hizo una leve mueca de desagrado y chasqueó la lengua, quitándoselo de los labios y apoyando la cabeza sobre una mano.

El pelirrojo escudriñaba con atención a la chica, recorriendo y analizando cada detalle de su rostro, como si quisiera memorizarlo para no olvidarse de él en un futuro. La escuchaba hablar mientras volvía a guardar el cigarrillo en la bolsa. "Supongo que tendré que aguantarme" pensaba sin apartar la mirada de ella. Fue entonces, mientras relataba lo sucedido, cuando una palabra sacó de su calma al pirata. "Cazadora". ¿Aquella chica era una cazarrecompensas? No mostró cambio alguno en su expresión, aunque desde luego la relativa confianza que empezaba a tener con ella se había esfumado por completo.

Aquella inocente sonrisa, esa forma de hablar tan despreocupada y amable... La verdad era que no le cuadraba en la imagen que tenía de un cazador. Una vez más las apariencias engañaban y el chico se alegraba de haber sido precavido y haber ocultado sus poderes. Ahora solo faltaba un detalle importante por conocer: ¿Cuál era el motivo de su visita a la isla?

- Y si vuelven, les volverá a ocurrir lo mismo -añadió el pelirrojo a su comentario, tratando de aparentar normalidad.

De nuevo se quedó mirándola, pero esta vez su mirada se posó en los ojos de la pelirroja. Tan... Dorados. Por algún extraño motivo transmitían paz, confianza, consuelo... Pero no podía pensar en esas cosas. Los cazadores siempre le habían parecido gente despreciable. Para él no tenían principios. Solo se movían por su propia codicia y eso le daba asco. No había demasiada diferencia entre ellos y los nobles ante los ojos de Akagami. Suspiró cuando la chica hizo referencia a estos.

- Bueno... Hay gente que me llama "Ojos de Dragón" por ellos. Supongo que... Es algo difícil de ver -contestó con un tono de voz calmado- Digamos que... He venido a visitar a un viejo amigo.

En parte, aquello era verdad. No pensaba darle ningún nombre, ni siquiera decirle quién era ni nada que pudiese darle una pista sobre su condición de pirata. No era lo más adecuado por el momento. Ahora era el momento de descubrir algo más de ella. Se apoyó con ambos brazos sobre la mesa, posando su penetrante mirada sobre la de ella, con su habitual expresión seria.

- ¿Y por qué has venido hasta aquí? -comenzó- ¿Algún criminal o algo por el estilo?

Comenzaba a percibir el aroma de la chica, levemente, al haberse acercado un poco más. Era bastante agradable. Dulce, tal vez. Un olor que podría distinguir fácilmente de volver a ser consciente de ello en otro momento. Ladeó ligeramente la cabeza mientras esperaba su respuesta.

La chica parecía algo distraída, observando los cuadros que había. Tal vez algo lujosos en contraste con la humilde posada. En cuanto le hubo preguntado ella se apresuró a contestar. "Del desierto, ¿eh?". Trató de imaginarse aquél lugar, pues nunca había estado en ninguno aunque tenía una ligera imagen de ello. Arena allá donde alcanza la vista, extremo calor... Estaba seguro de que se sentiría bastante a gusto en un lugar así. El chico se perdió unos instantes en sus pensamientos, pero la siguiente respuesta le sacó de estos. Una cazadora que no cazaba... ¿Eso podía existir?

De alguna forma la inicial hostilidad que había comenzado a nacer en el pelirrojo se disipó tras escuchar su respuesta. Tal vez tuviera una visión errónea de cómo eran los cazarrecompensas... O mejor dicho: de cómo eran TODOS. Aquella chica parecía ser una excepción, aunque decirle aquello no serviría para ganarse la confianza del dragón. No por el momento, aunque sin duda su actitud se volvió algo más... "Cordial", dentro de su forma de ser. La chica le preguntó entonces si siempre era así, a lo cual el pelirrojo respondió alzando una ceja.

- ¿Así de serio? -preguntó, ladeando levemente la cabeza, pues no comprendía demasiado bien a qué se refería- No entiendo muy bien a qué te refieres... Pero supongo que sí.

El chico en verdad no era consciente de lo distinto que era su carácter en comparación con los demás. Siempre había sido así. La amabilidad, las demostraciones de cariño y demás muestras de afecto no eran cosas que floreciesen muy a menudo en él, ni siquiera cuando se encontraba con Anna. Suspiró pesadamente y miró por la ventana. Había dejado de nevar. Se incorporó lentamente, apoyándose con las manos en la mesa.

- Supongo que está bien, no tengo mucho que hacer en lo que resta de día -comentó mirándola de nuevo a los ojos, esbozando una sonrisa casi imperceptible.

Se acercó hacia la puerta, suponiendo que la chica le seguiría y se dispuso a salir a la calle. Comenzaron a caminar por entre los edificios. Hacía frío, pero el viento había cesado y eso hacía que la sensación fuese mucho menor que hacía un par de horas. Los pasos de ambos iban dejando huellas en la nieve que inundaba el suelo. Tal vez fuese buena idea dar un paseo por los alrededores, por lo que se lo propuso con un gesto al tiempo que le preguntaba sobre su isla natal. Sentía curiosidad.

- Cuéntame más sobre los desiertos. ¿Dónde están? Tal vez pueda ser interesante visitar esa isla algún día.

El chico escuchaba con atención la descripción de la pelirroja, lo cual le hizo tener una idea algo más clara de cómo podría ser aquella isla. ¿Calor sobre la piel? Le agradaba eso. Siempre le habían gustado los climas cálidos, pues detestaba el frío. Aquello había surgido, tal vez, a raíz de las bajas temperaturas a las que estaban las celdas en las que dormía cuando era un simple esclavo. Sin embargo, hacía mucho tiempo que había dejado de sentir frío, al menos no con tanta intensidad. Aquello podía verse claramente solo con ver los ropajes que llevaba en aquel momento. Lo único que cubría su torso era una camisa de manga corta y algunas partes de la capa. Cualquiera habría pensado que estaba loco, pero para él la temperatura era totalmente normal, ni frío ni calor. Ventajas de ser un dragón.

- Arabasta... He oído hablar de esa isla. Dicen que es una de las islas más grandes de todo el Grand Line -comentó, mirando de lado a la chica, ahora con una expresión algo más amable- Sería interesante recorrerla. Tal vez puedas guiarme en un futuro.

Poco a poco la amabilidad y alegría de la chica iban haciendo mella en su fría coraza, aunque aún le quedaba un largo camino a la pelirroja para poder ganarse su absoluta confianza. Se quedó mirándola al ver cómo se adelantaba, corriendo. "¿A dónde va?" se preguntaba mientras la veía inclinarse para coger algo de nieve. Mientras comenzaba a darle forma le hizo una pregunta. Una pregunta que causó que su mirada se ensombreciera por un momento.

- Yo... No lo se -respondió desviando la mirada hacia un lado, justo en el momento en que sintió algo golpear su vientre.

El chico dio un pequeño respingo, alarmado por un instante al pensar que la chica le había tratado de atacar, aunque se relajó al ver que solo le había lanzado algo de nieve. Alzó una ceja, mirándola mientras empezaba a hacer otra bola más. Akagami hizo lo propio, recogiendo algo más de nieve que ella y dándole forma, aunque esta comenzaba a derretirse en el mismo instante en que la cogió. Su temperatura corporal era algo más alta de lo normal y aquello era el efecto evidente.

- Bueno, creo que deberías acostumbrarte si vas a pasar un rato conmigo -le respondió, esbozando ahora una sonrisa no demasiado amplia, pero que la chica podría notar fácilmente.

Echó el brazo en el que sostenía la nieve hacia atrás y le lanzó la bola antes de que se derritiese más, directa hacia el pecho de la chica de forma completamente involuntaria. No tenía muy buena puntería y, aunque con armas arrojadizas pudiese defenderse, aquella bola era algo completamente extraño para él, motivo por el cual erró la dirección, pues su intención era lanzársela al mismo sitio que hizo ella.

Vio cómo la bola impactaba a la altura del pecho de la chica, la cual pareció sentir algo de dolor ante el impacto, cosa que intuyó por la expresión de su rostro. Tal vez se había pasado de fuerza. "Mierda, fallé" pensó para sí mismo al tiempo que se rascaba la mejilla con un dedo, mirándola a los ojos mientras se acercaba con una sonrisa. No comprendió bien su comentario (pues era bastante cortito con aquél tipo de cosas) pero negó con la cabeza.

- Nunca he lanzado algo así -comentó señalando la nieve con un dedo.

Entonces la chica le tomó de la mano, cosa que le hizo arquear una ceja mientras la mirada. ¿Para qué lo hacía? Al parecer la chica se había dado cuenta de que la nieve comenzó a derretirse al entrar en contacto con su mano. "Eso no es bueno... Espero que no sospeche nada" pensaba sin apartar sus ojos de ella mientras hablaba. Ahora que estaba más cerca podía apreciar sin problemas todos sus rasgos, al igual que cuando la chica chocó con él en la posada. La mayoría de las personas dirían que se trataba de una joven bastante atractiva, cosa que, en parte, Akagami también comprendía. Sin embargo, no había tenido nunca sentimientos de atracción hacia nadie, o al menos no siendo consciente de que se trataba de eso, por lo que no sabía qué podría significar aquella sensación.

- No he hecho nada. Simplemente mi temperatura corporal es algo más elevada de lo normal -respondió encogiéndose de hombros, sin darle mucha importancia para que la chica no tratase de descubrir más.

De nuevo la pelirroja insistió en su carácter serio y, antes de que pudiese siquiera replicar, le lanzó una bola de nieve al rostro. Cerro los ojos y negó con la cabeza al tiempo que llevaba las manos a su rostro para limpiarse. Entre aquello y las palabras de la chica aquello parecía más un reto que un simple juego. De nuevo se inclinó para recoger algo de nieve, haciendo una bola la cual lanzó varias veces al aire, evitando así que se deshiciese.

- Siempre puedes intentar que me adapte a ti, aunque te aviso de que no será fácil -la miró desafiante, aún con una leve sonrisa- Y puede que mi carácter sea así... Porque soy un dragón -dijo en un tono que denotaba claramente que estaba bromeando, aunque aquella afirmación fuese cierta.

De nuevo le lanzó la bola, pero esta vez se pasó de fuerza. El "proyectil" salió disparado, rozando la mejilla de la chica al pasar rápidamente a su lado y estrellándose contra uno de los árboles que se encontraban detrás de ella. Hizo una mueca. "Me pasé de fuerza... Debo tener más cuidado" pensaba mientras se acercaba un poco para comprobar que la chica estuviese bien.

- Espero que no te haya dolido... Creo que este tipo de juegos no se me dan bien -respondió echando un vistazo a su alrededor, mirando la nieve.

Suspiró algo... ¿Aliviado? Al saber que la chica se encontraba bien. Sin embargo, estaba claro que se había excedido con la fuerza empleada en el lanzamiento. Aquella marca rojiza en la mejilla de la pelirroja lo delataba. La chica se aproximó a él, aunque esta vez el joven dragón se mantuvo en guardia, por si volvía a lanzarle otra bola de nieve a la cara. Notó su penetrante mirada, sin apartar sus ojos de los de él. Le recordaban a los de Anna, aunque fuesen de un color distinto. Era como si gozasen de voluntad propia, y aquello le llamaba la atención. La pelirroja comenzó a hablar, haciendo alusión a la broma anterior. "Realmente ha pasado como una broma" pensó mientras la escuchaba. Al parecer no creía en ese tipo de cosas y, tras escucharla, el pelirrojo no pudo evitar sonreír levemente.

- Bueno... -comenzó, poniéndose de lado a ella y mirando hacia el cielo- No sabría cómo contestar a eso. ¿Que si creo en esas historias? Mi opinión es que la realidad muchas veces puede ser más sorprendente que la ficción. Pero no, no afirmaría la existencia de esas criaturas, o al menos no de esa forma -decía mientras escogía sus palabras con cuidado- Sin embargo, tampoco diré que no existan. Mi opinión es que forman parte de este mundo, pero están escondidos -hizo otra pausa más y señaló el pecho de la chica con el dedo indice, dándole un pequeño toque- Aquí.

Sonrió, sabiendo que aquello confundiría a la chica. Sintió su mano en el hombro y se quedó mirándola. Eran más pequeñas que las de él, pero no parecían débiles. Solo... Delicadas, tal vez. Cerró los ojos un instante y al abrirlos llevó la mirada al frente. Comenzó a caminar a un ritmo tranquilo, metiendo las manos dentro de los bolsillos del pantalón sin siquiera decirle nada a la pelirroja, aunque esperaba que le acompañase. Le apetecía recorrer aquel lugar. La inicial melancolía y tristeza que provocaba aquella isla en él se había ido transformando poco a poco en paz y calma.

La compañía de Yoko le ayudaba, en parte, a sobrellevar su estancia allí. Tal vez le aportase un calor mejor que el de sus llamas. Un calor que podría llegar a descongelar la fría coraza que le cubría por completo. Aunque aquello sería algo que solo el tiempo podría decir.

- ¿Cómo es tu maestro? -pregunto con curiosidad. Si ella tenía aquella forma de pensar, tal vez ese hombre fuera otra excepción entre los cazadores, aunque no confiaba mucho en ello.

El chico miraba de vez en cuando a la pelirroja mientras caminaban. Había algo extraño que le obligaba a hacerlo, pero no entendía qué era. Sin duda la había dejado algo descolocada tras su opinión sobre los dragones y eso, en parte, le había divertido. No solía tener ese tipo de conversaciones con sus compañeros, aunque disfrutaba cada vez que salían temas similares y les dejaba dándole vueltas al asunto. Escuchó con atención la descripción de su maestro. "Agradable y fuerte, ¿eh? Eso está por ver" pensaba sin apartar su mirada de ella. No tenía tan claro como la pelirroja que se fuera a llevar bien con él. Ni siquiera sabía si quería conocerle, pues parecía ser alguien importante para la chica y de no congeniar probablemente terminasen peleando.

Se quedó observando cómo recogía la nieve que caía del cielo sobre sus manos. Desde luego se notaba que no estaba acostumbrada a ver ese tipo de cosas. Miró hacia un lado y pudo ver cómo se habían alejado del pueblo. Entretenidos en su charla no se habían percatado apenas de ello. La voz de la chica volvió a captar su atención y este la miró. Parecía tener frío, pues comenzó a frotar sus brazos con las manos, tratando de entrar en calor. De repente la chica se puso frente a él y se quedó mirándole fijamente. Una extraña sensación recorrió todo su cuerpo y por algún motivo comenzó a ponerse nervioso. "Hipnotizar... ¿Mi mirada?" se preguntaba mientras.

La chica se apartó de él, ruborizada, y volvió hacia el árbol en el que se había apoyado con anterioridad. Volvió a sugerir la opción de continuar el paseo, a lo que el chico respondió, ya algo más tranquilo, de la siguiente forma:

- Claro. Podría ser interesante... En ninguna de las veces que he estado en esta isla me ha dado por explorar la zona. Tal vez encontremos algo -añadió mientras se acercaba a ella- Oye, ¿te encuentras bien? Tienes las mejillas rojizas -comentó, inclinándose un poco para estar a su altura- Y... Pareces tener algo de frío.

Ladeó un poco la cabeza, pensando que tal vez la chica se había resfriado o empezaba a encontrarse mal por las bajas temperaturas. Él no lo notaba, pero para ella debía de ser bastante horrible, más aún si estaba acostumbrada al calor del desierto. Se irguió y, colocando una mano en el hombro de ella, la pegó a él, rodeándola con el brazo a esa altura y cubriéndola un poco con la capa. El chico tenía una temperatura corporal algo más elevada, por lo que pensó que podría ayudar a hacerla entrar en calor, obviamente sin darse cuenta de la situación que aquello provocaría.

- Así no pasarás frío, creo -le dijo mirándola desde arriba- Bien, ¿continuamos?

Y acto seguido se puso a andar junto a ella en el caso de que no se separase. Pese a no notar el frío, si que sentía cierta calidez al tener tan cerca a la pelirroja, incluso siendo su temperatura corporal más elevada que la suya. Le resultaba, por decirlo de alguna manera, agradable estar así. Puede que incluso más seguro. Fueron avanzando por el bosque, rodeados de nieve y de los árboles en los que se refugiaban los pequeños animales que habitaban aquella zona. Un pájaro llegó volando y se posó sobre la cabeza del pelirrojo. Alzó la mirada, parándose.

- No soy un árbol...

El pelirrojo alzó una ceja sin desviar su mirada de la pequeña ave. Tenía bastante aprecio por los animales, en especial por los pájaros. Sus alas... Eran la máxima expresión de la libertad en el mundo que les había tocado vivir. Sin barreras, sin obstáculos... Algo de lo que hasta hacía algunos años había carecido por completo. Se inclinó ante el gesto de la chica para quedar a su altura, facilitándole el llegar hasta el pequeño animal. Observó de nuevo su rostro con detenimiento mientras ella se lo quitaba de la cabeza, sosteniéndole entre sus manos y mostrándoselo.

- No creo que el mar sea apropiado para un pájaro tan pequeño -añadió el joven dragón ante su comentario mientras acercaba un dedo hasta la cabeza de este, acariciándole suavemente.

Iba a cogerlo cuando la chica se lo ofreció pero, antes de que pudiesen reaccionar, el pequeño pájaro echó a volar de forma un tanto torpe. ¿Tendría algún problema en las alas o le costaba alzar el vuelo por su cuenta? En cualquier caso había comenzado a alejarse de ellos y la pelirroja salió corriendo tras él. Akagami no puedo evitar esbozar una leve sonrisa, aunque ella no sería capaz de verla, mientras comenzaba a seguirla a un ritmo más tranquilo. Quedó sumergido en sus pensamientos al tiempo que caminaba. Aquella situación no era para nada normal en él... Nunca había pasado un rato tan agradable con alguien ajeno a su tripulación, y mucho menos con una mujer. Estaba claro que no era un galán y, por lo general, era un tanto brusco con ellas. Sin embargo, con Yoko era diferente. No se sentía incómodo en ningún sentido. Ni siquiera necesitaba pensar demasiado sus acciones. Podía comportarse con naturalidad sin que aquello estropease el momento.

Cuando volvió en sí la había perdido a la pelirroja. No esperaba que fuese a alejarse tanto... Había comenzado a nevar con mayor intensidad, lo cual provocó que comenzara a preocuparse. "Esto no me gusta" pensaba al tiempo que echaba a correr en busca de la chica. Sus sentidos eran más agudos que los de una persona normal, por lo que empleaba vista, olfato y oído para tratar de localizarla pues su rastro se había desvanecido por culpa de la nevada. Sabía la posición relativa en la que se encontraba en ese momento, pero debía encontrarla a ella primero. "¿Dónde se ha metido?".

Fue entonces cuando la escuchó llamándole. Su tono le alarmó, pues parecía asustada. Aquello le hizo acelerar el ritmo, corriendo en la dirección de la que provenía su voz mientras imploraba en silencio porque no le hubiese pasado nada, que se encontrase bien. Era extraño, pues nunca había tenido aquella sensación de angustia que en aquel momento oprimía su pecho. La preocupación comenzaba a dominarle, pero pronto llegó hasta la posición de la chica.

- ¡Yoko! -la llamó en un tono algo elevado mientras se acercaba rápidamente hasta ella, recorriéndola rápidamente con la mirada por si estaba herida o algo peor- ¿Te encuentras bien?

Su corazón latía a toda velocidad, incluso tras haberla encontrado. Jadeaba ligeramente, provocando que se formase bao con su aliento mientras esperaba su respuesta. Casi sentía como si el corazón fuese a salirse de su pecho. ¿Por qué estaba tan alarmado? La verdad es que no le importaba en absoluto, pues todas sus preocupaciones se volcaban ahora en saber el estado de la chica, de la cual se encontraba ahora a escasos centímetros mientras la nieve no paraba de precipitarse sobre ellos.

No pudo evitar soltar un leve suspiro de alivio ante la respuesta de la pelirroja. Por un momento había pensado que se habría topado con algún animal o que tal vez había sufrido algún tipo de accidente. Saber que no era así le tranquilizaba en parte, pero su corazón se negaba a calmarse. ¿Por qué seguía tan alterado? Estaban muy cerca el uno del otro, y esa sonrisa... No era capaz de apartar la mirada de sus labios, que dibujaban una perfecta curva en su rostro. Demasiado perfecta, tal vez. Sin poder evitarlo, al joven dragón se le formó otra similar, tal vez algo estúpida. No tenía ni idea del por qué, pero era algo que escapaba a su control. No se había sentido de aquella forma jamás en toda su vida. ¿Qué tenía aquella chica para provocar esas reacciones en él?

- No... No hay de qué -dijo torpemente, pronunciando las palabras a una velocidad tal vez demasiado lenta, como si no pudiera concentrarse.

La chica desvió la mirada, pero él fue completamente incapaz de hacerlo. Se quedó observando sus mejillas, que comenzaban a tomar cierto tono rojizo. Probablemente debido al frío... O eso creía él. Poco duró aquel pensamiento en su mente, pues se quedó absolutamente en blanco con lo que ocurrió a continuación. Casi se había quedado petrificado cuando la chica volvió a mirarle, dejando sus rostros muy cerca de nuevo. Ambas miradas se cruzaron y parecía que no podrían despegarse al tiempo que la distancia se iba disminuyendo, llegando casi a rozar sus labios. No podía pensar con claridad y notaba sus mejillas arder. ¿Se estaba sonrojando? Su rostro adoptó la tonalidad de un tomate maduro cuando la chica se separó repentinamente. La sensación que había recorrido su cuerpo era totalmente desconocida para él. No tenía forma de explicar aquella fuerza que le atraía hacia ella, que le obligaba a no querer separarse de la pelirroja.

La nieve ahora caía más numerosa. Llevaba nevando así desde hacía un buen rato, pero no se había percatado de ello hasta ese preciso momento. Tampoco le importaba, pues todos sus pensamientos estaban centrados ahora en la chica. Tan perdido en su mente se encontraba que por poco no escuchó sus palabras. "Deberíamos seguir... Pero, ¿y si yo no quiero?" pensaba, sintiendo el ferviente deseo de permanecer allí con ella eternamente. Llevó la mirada hacia la Luna, forzándose a separarla de la pelirroja por unos segundos. Se alzaba llena y resplandeciente sobre ellos mientras un oscuro y a la vez hermoso manto la acompañaba, bañado por diamantes que invadían por completo el cielo.

- Sí que lo es -dijo en un susurro casi imperceptible mientras sus iris reflejaban la tenue luz de los astros.

Volvió a mirarla, esta vez posando su mirada en los dorados ojos de la chica, que durante todo el día habían atraído a los suyos con una fuerza irresistible. ¿Qué debía hacer? El pelirrojo comenzaba a sentir incontables impulsos que le imploraban que hiciese algo. ¿Y por qué el tacto de sus labios, que había sentido durante apenas un instante, no se iba de su mente? No podía retener el deseo de terminar lo que ella había comenzado, pero no sabía si debía hacerlo. Al fin y al cabo, ella se había apartado de él antes. ¡Ni siquiera sabía cómo dar un beso! A veces su torpeza en ese tema le frustraba, pero algo le decía que no podía echarse atrás. Se rascó la mejilla con un dedo, desviando por unos segundos la mirada antes de devolverla a ella.

- O-oye... Yoko... -comenzó en un tono ya de por sí bastante bajo, pero que comenzó a decrecer a medida que pronunciaba las silabas de su nombre.

- Pero no era un miedo como el de los cuentos de terror, era más bien un miedo psicológico en lo que temía lo que fuese a pasar.

La chica le había devuelto la mirada y, tras ello, le había hecho un gesto para que guardase silencio. Aquello le había descolocado ligeramente, pues no comprendía demasiado bien la situación. ¿Cómo debería actuar? Aún podía sentir su corazón acelerado, sin dejar que se tranquilizase ni por un momento. La verdad era que quería finalizar con aquella situación, sin importarle asumir las consecuencias que ello conllevase, pero la pelirroja le sorprendió con un simple gesto. Había tomado su mano, sintiéndola algo fría en comparación con la suya pero, al mismo tiempo, cálida. Una sensación similar a la que tuvo cuando la rodeó con su brazo para tratar de hacerla entrar en calor. Tiró de él mientras se sentaba, por lo que hizo lo mismo, quedando ambos sobre la fría nieve mientras los copos seguían descendiendo sobre ellos sin descanso.

Ladeó levemente la cabeza sin dejar de mirarla. Tras aquello se había formado un silencio interminable, o al menos así le pareció a él. Puede que solo hubiesen pasado unos cuantos segundos, pero no parecía que fuese a tener fin. El pelirrojo trataba de pensar una frase, unas palabras que ayudasen a romper con aquella violenta situación, pero no le salía nada. Tal vez no habría podido romperse aquel silencio de no ser por las repentinas palabras de la chica. Unas palabras que no terminó de comprender demasiado bien. Aquello era una señal que le estaba dando... ¿O no? Realmente se maldecía a sí mismo por ser tan sumamente torpe. Sentía aún el tacto de su mano entrelazada con la suya mientras la pelirroja se acercaba un poco más a él. ¿Miedo? ¿A qué podría tenerle miedo? Nada podría ocurrirle ahora, pues él se encontraba con ella y no permitiría que algo malo le ocurriese, aunque tal vez no se refiriese a ese tipo de miedo. No, definitivamente se trataba de algo distinto. Casi de forma involuntaria el pelirrojo se acercó a ella también, reduciendo aún más la distancia que les separaba mientras la miraba a los ojos, que parecían haber adoptado un brillo mayor en la oscuridad. Como dos soles en medio de la más absoluta oscuridad.

- No debes tenerlo -comenzó el chico, en un tono que parecía algo más calmado que las veces anteriores, aunque realmente no lo estuviese- Yo estoy contigo -siguió, trazando una pequeña sonrisa en su rostro mientras entrelazaba sus dedos con los de ella de forma completamente inconsciente- Y mientras así sea, no dejaré que nada malo ocurra.

Su voz sonó cálida y amable, inspirando, tal vez, tranquilidad y seguridad. Estaba completamente dispuesto a cumplir aquellas palabras, sin importar la situación en la que se pudiesen encontrar. Seguía con sus ojos clavados en los suyos, sin ser capaz de desviar la mirada y sintiendo tanto su respiración como los latidos de su corazón debido a la proximidad, con apenas uno o dos centímetros separándoles a ambos. "Tal vez no se fíe de mí" pensó, sintiendo entonces una fuerte angustia oprimiéndole el pecho. Realmente, ambos eran completos desconocidos, no sabían prácticamente nada el uno del otro. Todo había sucedido muy deprisa, pero aun así, el pelirrojo estaba seguro de que podía depositar toda su confianza en ella. Algo en su interior se lo decía. Solo quedaba por saber una cosa... ¿Lo haría ella también?

Como había supuesto, no se trataba de miedo a que pudieran causarle algún tipo de daño en ese momento. Era como si tuviera miedo al futuro, o más bien, a que él pudiera hacerle daño con el tiempo. Sus ojos permanecieron clavados en los de ella, como si estuviesen esposados a ellos y fuesen incapaces de separarse. Trataba de pensar alguna forma de conseguir que perdiera aquel miedo, de lograr que la chica confiara plenamente en él. No estaba seguro de cómo podría hacerlo. Desvió la mirada por un instante hacia sus manos, aún unidas. Era una sensación muy agradable la de tener en contacto su piel con la de ella, suave y delicada... Incluso más cálida que la suya, o así lo sentía él.

Sus pensamientos fueron interrumpidos justo cuando estaba a punto de empezar a hablar. Sintió cómo se separaban sus manos, pero se desvanecía la separación entre ellos. La chica le había abrazado y mantenía la cabeza apoyada sobre el hombro del pelirrojo, el cual sentía su corazón acelerarse más que las veces anteriores. No pudo hacer más que rodearla entre sus brazos, apretándola ligeramente contra él mientras le transmitía su calor. No estaba acostumbrado a las muestras de afecto, aunque era agradable estar así junto a ella. Las manos del chico recorrieron la espalda de la pelirroja mientras este permanecía con aquella pregunta en la cabeza. ¿Podría prometerlo? Su vida no había sido más que promesas. Promesas que deseaba cumplir, pero que hasta la fecha no había podido llevar a cabo. Su mirada se desvió entonces hacia el pelo llameante de la chica al tiempo que escuchaba con claridad su respiración y sentía su aliento sobre el hombro. La respuesta era más que clara.

Terminaron el abrazo, el cual había durado escasos segundos pese a que para él hubiese pasado una eternidad. A su lado el tiempo se detenía, como si un reloj dejase de funcionar y ello influyese en el mundo. El reloj había vuelto a ponerse en marcha y la cuenta atrás comenzaba. Se encontraban de nuevo a la misma distancia que antes del abrazo, tan inapreciable y casi inexistente. Ella esperaba su respuesta. Él no tardaría más en dársela.

- Te lo prometo.

Lentamente sus manos comenzaron a ascender, posándose tras unos segundos sobre las mejillas de la pelirroja. Las recorrió con los dedos, con la misma delicadeza y el mismo cariño que tendría un artista con sus obras, como si acabase de encontrar un tesoro. Y en parte, así era. Su respiración se aceleró al tiempo que tragaba saliva. Estaba nervioso, pero no le importaba. Ya no habría lugar para el miedo, el dolor o la impotencia. Ahora lo único importante eran ellos dos, juntos en medio de la noche, sin más compañía que la nieve, la Luna y las estrellas. Los ojos de ambos parecieron brillar con luz propia mientras el pelirrojo comenzaba a recorrer la distancia que les separaba, dejando apenas unos pocos milímetros entre sus labios. Cerró los ojos tras una inapreciable pausa, fundiéndose con ella en un suave y dulce beso, sellando aquel vínculo que había surgido entre los dos. Una agradable calidez recorrió su pecho a la par que un nuevo deseo surgía en su interior: que ese momento no terminase nunca. Ya no sentía nervios ni miedo alguno. Solo la encontraba a ella en sus pensamientos y, tal y como había dicho, únicamente la Luna y las estrellas serían los testigos de ello.