Vacaciones en Fucsia [Privado] (Pasado) Yachiru y Ragnar

El despertador empezó a sonar "guro guro, guro guro, guro guro".
-Maldito caracol...
Dije molesto aún medio dormido. Parecía ser que el caracol había dejado de sonar, pero de repente ese sonido infernal volvió a golpear mis tímpanos: "guro,guro, guro guro, guro guro".
-QUE TE CALLES JODER!
Grité enfadado al mismo tiempo que golpeaba con el puño cerrado al caracol de forma descendente. Esta vez sí, el caracol se había callado... normal, sus restos estaban esparcidos por toda la mesilla de noche y la pared. Joder... cada día la misma mierda... ya eran cinco las noches que llevaba durmiendo en ese hotel y cinco eran los caracoles que habían acabado "rotos". Me quedé mirando fijamente al techo de la habitación durante unos segundos, disfrutando del silencio que se había producido. Al cabo de unos segundos me levanté de la cama y me vestí, me puse los calzoncillos, seguidamente unos amplios pantalones blancos, después mis botas negras, las cuales me llegaban hasta las rodillas y de golpe paré de vestirme. Con el torso al descubierto salí a la terraza de la habitación, pues necesitaba algo de aire fresco, las vistas eran geniales, todo era verde, prado y árboles, aparte de eso solo habían unas cuantas vacas pastando, en el horizonte se podían observar un par de molinos y una pequeña caseta... aquello realmente me encantaba, unas pequeñas vacaciones no me irían nada mal después de lo sucedido en la anterior isla...

Tras inspirar profundamente me adentré de nuevo en mi pequeña habitación y terminé de vestirme. Me vestí una camisa negra, sin mangas, un poco amplia, la cual dejaba una pequeña parte del pecho al descubierto, seguidamente até una faja verde alrededor de mi cintura la cual sujetaba y unía la camisa y los pantalones. Como de costumbre, me puse mis guantes marrones, largos sin dedos y los até para que quedaran bien sujetos, por último agarré mi bandana y la puse en mi cabeza. Ya estaba listo para irme. Cogí a mis tres espadas, las cuales estaban apoyadas en la pared que se encontraba al lado de la puerta, las puse en mi faja y salí de la habitación.

Bajé las estrechas escaleras para ir a la planta baja del edificio, esta no era muy grande, el color de sus paredes era granate oscuro, y estas estaban llenas de cuadros de paisajes y algún que otro retrato. En el centro de esta había una gran alfombra redonda, con unos dibujos realmente extraños, parecían animales retorciéndose entre sí... algo un poco perturbador. La decoración era más bien rustica, con unas pocas sillas y mesas de madera para sentarse, una estantería, también de madera, llena de libros y objetos varios bastante raros e interesantes, pegado a la pared más alejada de la puerta se encontraba un gran mostrador, como no, también de madera, en el cual detrás se encontraba la anciana dueña del hotel sentada en una pequeña silla, normalmente llevaba las gafas puestas y estaba leyendo libros. Aquel era un lugar muy tranquilo y con no muchos clientes, por lo que se podía permitir aquél lujo.

Cuando logré llegar a aquella sala me dirigí hacía la puerta, la vieja dueña como de costumbre estaba leyendo, no obstante enseguida supo que había entrado en la sala, supongo que debido a mis constantes bostezos. Cuando llegué a la puerta la abrí y salí al exterior de aquel edificio. Aire fresco… pensé tan solo salir del hotel. Di un último bostezo y me puse a caminar en dirección al bar en el que había desayunado esos pasados días. La verdad es que tenía bastante hambre, las tripas me rujían y tan solo con pensar en carne… la boca se me hacía agua… Al crearse la imagen en mi cabeza de un trozo de carne bien estofado empecé a caminar más rápido, pues mi hambre había aumentado de golpe.

Mientras caminaba, me fijé en una chica la cual estaba sentada bajo un árbol, estaba en una pose realmente rara, así que sin pararme, apreté los ojos para ver mejor la escena. Efectivamente, se trataba de una niña, de pelo azul y un metro y medio de altura. Estaba hecha una bola, con las mejillas infladas y el ceño fungido.  -Parece ser que los padres de este pueblo no conocen el significado de la palabra guardería. Dije para mí mismo mientras continuaba caminando dirección al bar.

A los pocos minutos, ya me encontraba allí, aquel no era el bar más elegante del pueblo, ni tampoco el mejor, pero desde luego la comida estaba buena, y aquello era suficiente para mí. Entré en el local, “El Sombrero de Paja”, aquel era su nombre, puesto en honor a la tripulación de los Mugiwaras por lo visto, su capitán, Luffy, vivió allí. El local no era muy amplio, todo estaba hecho de madera, tanto el suelo como las paredes, incluso el techo. Las mesas eran de madera, altas, con una unía pata situada en medio del mueble hecha de metal, lo mismo pasaba con las sillas, tan solo tenían una pata, también de metal, eran altas, al igual que las mesas, y el asiento estaba hecho de una piel de color rojizo. En las paredes, se podía contemplar la bandera de la tripulación de sombrero de paja y  cuadros con las fotos de los diferentes integrantes de la banda, entre ellos el de Roronoa Zoro, el cual siempre me quedaba contemplando al entrar al local. La barra era larga y de una madera de claro color, llena de las mismas sillas que se encontraban en las mesas. El local lo llevaba un antiguo pirata, un espadachín, al igual que yo. Por lo visto gran admirador de la tripulación de Monkey D. Luffy. Desde el primer día que entré al bar hice buenas migas con él, supongo que porque ambos compartíamos profesión.

Entré en el bar, estaba totalmente vacío, pese por un camarero que se encontraba detrás de la barra limpiando copas. Él y yo no teníamos muy buena relación a causa de un accidente hace dos días, así que simplemente cruzamos nuestras miradas de forma retadora para seguidamente saludarnos con la cabeza y olvidarnos del otro. La verdad es que eran tempranas horas de la mañana, por lo que aquel detalle no era muy extraño. Me acerqué a la barra, no veía al dueño del local, así que pegué un fuerte grito llamando al viejo lobo de mar que llevaba el negocio.

-LEORIOOOOO!

Tras gritar con fuerza aquél nombre escuché el sonido de las puertas del bar abriéndose, cosa la cual llamó mi atención. Eran tempranas horas de la mañana y aparte de mi persona, era difícil de ver a alguien por el lugar. El bar no tenía muy buena reputación, tan solo unos pocos valientes iban al local, puesto que eran un lugar en el que se idolatraba a una banda pirata, esto era algo que le causaba muchos problemas tanto a Leorio, como a cualquiera que pisara aquel bar. Desde burlas de los habitantes de la isla, hasta constantes visitas de marines con ganas de buscar problemas. No obstante, eso no le importaba a Leorio, él era un hombre de carácter fuerte y por mucho que le despreciaran o le hirieran él continuaría fiel a sus ideales, hasta el final.

Al escuchar el sonido de las puertas abrirse giré mi cabeza en dirección a la entrada, se trataba de la misma chica que me encontré instantes antes hecha una bola bajo aquel árbol. Si ya me sorprendía el hecho de que alguien entrara en el bar, el detalle de que fuera ella la que entrara me dejó aún más sorprendido, tal vez me llevé una idea equivocada de ella.  Al entrar, preguntó por el servicio, el camarero, que se encontraba detrás de la barra, le indicó el camino incorrecto, e inmediatamente ella fue hacía allí. Cuando la chica se alejó, el camarero y yo  intercambiamos miradas y seguidamente ambos sonreímos de forma picara, tras aquello, ambos volvimos a lo nuestro.

Pasados unos segundos de aquel intercambio de miradas, Leorio apareció de una puerta la cual se encontraba detrás de la barra. Él era un hombre que rondaba los cuarenta años aun así, ya tenía alguna que otra arruga en la cara, debía de estar sobre el metro ochenta y cinco, se trataba de un hombre alto y con la musculatura más bien de un guerrero que la de un tabernero. Con los ojos del mismo color que el oro, pelo rojo de punta y una barba de chivo. Iba vestido como de costumbre, con una camisa de color blanco con las mangas arremangadas metida por dentro del pantalón solamente por un lado, una corbata de color negro, unos pantalones del mismo color y para acabar, unas zapatillas, también negras.

Al verme, una gran sonrisa se dibujó en su rostro, la verdad es que desde que llegué a aquella isla, ambos habíamos entablado una relación bastante buena. Se acercó hacía a mí, y desde detrás de la barra, empezó a hablarme con el mismo énfasis de siempre,

-RAGNAAAR! Que tal has dormido hoy?

La energía que tenía a tan tempranas horas de la mañana me resultaba ciertamente impresionante, era como si no necesitara dormir o algo por el estilo, aun despertándome, le respondí.

- Por lo veo no tan bien como tu…

Leorio sonrió de forma picara, seguidamente, sacó una botella de sake y dos vasos,  llenó a ambos hasta arriba, cogió uno y me acercó el otro.

- Si no recuerdo mal, hoy te marchabas de la isla, no es así?

Al ver que aún se recordaba de aquel detalle,  sonreí de forma vaga.

-Así es, veo que los años solo te pasan cuenta en las arrugas de la cara.

La misma sonrisa pícara apareció en la cara de ambos, brindamos y dejamos los vasos en la mesa, mientras que Leorio los llenaba de nuevo miró a mi espada de mango verde Bagami y con total sinceridad me contó algo.  

-No te voy a mentir, desde el primer día que entraste por esa puerta no pude evitar mirar esa katana, había un viejo lobo de mar, al igual que yo, que llevaba una espada con exactamente el mismo mango… supongo que solo se trata de una casualidad. Pero la curiosidad me está matando, me permitirías  verla mejor?

Su petición me pareció algo extraña, pero realmente me fiaba de él, así que cogí  a Bagami junto a su funda y la puse sobre la mesa, mentiría si dijera que no sentía curiosidad. Pues aquella era la espada que me entregó mi maestro, y era poco lo que sabía de ella. Con suerte, Leorio podría decirme algo más de ella.