Pesadilla rosada[Moderado rango 2 - Ragnar]

Abrí mis secos ojos poco a poco... ¿Dónde cojones me encontraba…? La tenue luz del sol se habría paso por la pequeña habitación a través de un estrecho agujero, dirigiéndose directamente a mi desorientada y cansada tez. Me levanté del incomodo suelo, al parecer me encontraba en una celda, una en la que jamás había estado. A pesar de estar preso no había esposa alguna en mis muñecas. Joder… no lograba recordar nada. Revisé mis pertenencias, tan solo encontré una pequeña botella de agua, no había ni rastro de ninguna de mis preciadas espadas. Al darme cuenta de eso le asesté un puñetazo a la desgastada pared, acompañado de un fuerte grito de furia y segundos más tarde una ensangrentada mano. Me dirigí a la anteriormente nombrada ventana y observé el paisaje, tan solo pude ver el enorme y deslumbrante sol desplazándose poco a poco, marcando el paso del tiempo. Tras unos minutos contemplando el exterior me di por vencido y me aparté de la abertura, fui hacía los barrotes de la celda para examinar lo que había más allá de estos.

Tan solo eran perceptibles dos objetos tras el frio metal: Uno de ellos era una gran mesa de madera sobre la cual se encontraban mis tres espadas. Al verlas sentí sentimientos opuestos en mi interior. Por una parte estaba feliz de ver que mis viejas katanas estaban a salvo, por otra, furioso por no saber quién era el capullo que me las había arrebatado; el otro objeto era una vieja puerta, la cual, daba la casualidad que se estaba abriendo al mismo tiempo que yo la observaba. De detrás de esta apareció un hombre vestido de mujer realmente mal maquillado. “Joder, que esto no sea un juego sexual…” Pensé al ver a aquel individuo acercarse hacía mí.  Cuando nos encontrábamos cara a cara me hizo una pregunta. -¿Quién eres tú y qué haces aquí? Te cazaron llegando repentinamente a la playa sin saber tu motivo. Playa, playa, playa… pensé cabizbajo tras escuchar sus palabras. Mierda, seguía sin recordar nada, alcé mi decidida mirada hacía el rostro de aquel hombre y me dispuse a contestar su pregunta con una deshidratada voz. –Mi nombre es Ragnar, Ragnar Asborn, y sinceramente no sé qué hago aquí, he perdido la memoria. El último recuerdo que tengo es el de estar navegando hacía Shima No Tsumi y de golpe… aparecer en esta celda. Dime, ¿Dónde estoy? Le pregunté mientras le observaba con cierta curiosidad.

Después de que ese curioso hombre escuchase mi sincera respuesta, se quedó pensando algo durante unos largos segundos, seguramente sobre que hacer conmigo y mi inoportuna amnesia. Cuando el individuo salió de aquel estado dubitativo se acercó a la gran mesa donde se encontraban mis tres katanas y las cogió, seguidamente se me acercó y abrió la celda en la que me encontraba encerrado para que le siguiera, no sabía muy bien a donde quería llevarme pero que tubiese mis espadas no me hacía nada de gracia. "Acompañame y no trates de hacer nada raro. Por el momento me quedaré con tus armas pero no te preocupes, si haces las cosas bien las recuperarás y saldrás de aquí ileso."

Cuando escuché aquellas palabras la expresión de mi rostro cambió radicalmente, de calmada y despreoucupada cambió a una un tanto más furiosa. Él salió por la puerta y empezó a caminar, cuando vi su reacción no pude evitar decir algo en voz alta y bien claro al mismo tiempo que apretaba mi puño y bajaba la cabeza. -¡Eh, tú! ¡No tengo ningún problema en seguirte! No obstante... Alcé la cabeza de golpe y en un tono más elevado continué la frase. -...¡Tengo que pedirte que me devuelvas mis espadas, no quiero tener que tomarlas a la fuerza! Yo no quería meterme en problemas, no tenía nada contra aquel travesti, a pesar de eso el alma de un espadachín reside en sus espadad y no podía dejar que nadie me las arrebatase.

A pesar de encontrarme prisionero, aquel individuo estaba cuidando de mis espadas de una forma bastante buena, eso me tranquilizaba bastante, no obstante seguía con mi intención de recuperar mis katanas cuanto antes. Cuando el hombre escuchó lo que le dije pude notar como daba un paso más fuerte de lo normal, me preguntaba si se habría enfadado por mi petición. A parte de aquel gesto no reaccionó de ninguna otra forma ante mis palabras, simplemente continuó caminando, intentando ignorarme por completo. Esto iba a ser más difícil de lo que me esperaba…

Al ver que no me hacía caso empecé a seguirlo, a los pocos segundos caminando llegamos a una gran plaza vacía. Mas travestis empezaron a ocupar el lugar, al parecer aquello era una especie de juicio, pero aún no me habían dicho por qué me juzgaban. Él hombre que portaba mis espadas se dio la vuelta y me dijo algo. “Ya hemos llegado a nuestro destino. Respecto a tu petición te diré que esta especie de juicio es precisamente para ponerte a prueba y saber si puedes recuperarlas o no. La única forma que tienes de recuperar tus armas es alcanzándome en una carrera que empezará nada más digas si estás de acuerdo o si quieres enfrentarte a un método más complicado y para nada aconsejable para recuperarlas.”

¿Una carrera, un juicio, poder recuperarlas? Cuando escuché que dijo que había posibilidades de no recuperar mis espadas no pude contenerme. – ¡ESCÚCHAME BIEN! ¡NO PIENSO CORRER NINGUNA CARRERA NI HACER NINGUNA PRUEBA DE MIERDA, DEVUÉLVEME MIS ESPADAS, AHORA! –Después de eso alcé mis puños de forma hostil, poniéndome en pose de combate. El combate sin armas no era mi especialización, no obstante estaba dispuesto a morir por cada una de esas espadas, sobre todo por Bagami, esa katana era más importante para mí que mi propia vida. –No me obligues a tomarlas por la fuerza… - Terminé la frase con una desafiante mirada llena de odio. Me había cansado de jueguecitos.

La reacción de aquel travesti fue la esperada, se molestó ante mis palabras. Apretó sus dientes fuertemente, produciendo un leve pero molesto ruido a causa de la fricción entre ambos colmillos. Tras aquello, él se acercó a una especie de mesa, no se trataba de una normal. Rodeándola, se hallaba una vitrina transparente y sobre este mismo cristal se podría observar como una jaula de acero reforzaba la seguridad del mueble. El travestido dejó mis tres armas allí para seguidamente anunciar la suerte que iba a correr mi persona. “Bien, has elegido el juicio por combate siendo yo, Bartolo Fernández, tu oponente y juez. He de decir que en este juicio no juzgaré solo si logras vencer sino como te desenvuelves en el combate. En función de cómo lo hagas no solo recuperarás tus armas sino que tendrás oportunidad de pedirme algo como recompensa.”

Al escuchar su decisión no pude evitar sonreír de una forma pícara, por lo visto que me hubieran tomado preso no iba a tener solo inconvenientes. Si derrotaba a aquel hombre podría pedir algo como recompensa… aquello iba a ser fácil. Ganaría al extraño individuo, cogería mis espadas, cobraría mi recompensa y me marcharía de aquel lugar, ya había perdido mucho tiempo. Apreté mis puños y me prepare para atacar, pero en el mismo instante que fui a cargar contra mi adversario este desapareció. ¿Dónde había…? Un fuerte empujón a mis espaldas contestó a aquella pregunta antes de poder plantearla si quiera. Tras caer al suelo de cara, apoyé mis brazos en el suelo en forma de flexión, me impulsé hacía arriba para levantarme y le asesté el puñetazo más fuerte que pude. Él era muy rápido, mucho más de lo que yo podía ser y para colmo no tenía a mis katanas conmigo… de todos modos iba a ganarlo, nada podría separarme de Bagami.

De nuevo logró evitar mi persistente golpe sin la más mínima dificultad, casi era como si pudiera transportarse, aquel poder era increíble… No obstante iba a derrotarlo, ya no solo por Bagami, sino por el simple hecho de que era un rival fuerte y si yo lograba derrotarlo… me volvería más fuerte aún. Ahora el okama se encontraba frente a mí, diciéndome que mi maestría en combate sin espadas era pésima y que si lograba derrotarlo me ensenaría a ser tan rápido como él por lo que lanzó ante mí una katana de madera, bastante parecida a una de acero.  

Sin quitarle el ojo de encima a mi adversario en ningún momento, me agaché ligeramente y cogí el arma, si se lo podía llamar así. La empuñé con ambas manos, como de costumbre, y clavé mi mirada en él, ahora mis ojos eran diferentes, mi forma de pensar era diferente, si derrotaba a aquel individuo tendría esa velocidad… tenía que darlo todo. De golpe, la espada de madera se impregnó en un macabro fuego negro. –Yo también tengo mis trucos. – Dije antes de lanzarme a mi máxima velocidad contra él con intenciones de asestarle un golpear horizontal en el vientre. Tenía curiosidad por saber quién iba a acabar más quemado, si él o la espada de madera.