Boss Vacuno (Moderado nivel 2)

Mientras Don Vilencho hablaba, no hice otra cosa que escuchar y aceptar su alcohólico regalo sin llegar siquiera a probarlo, para luego lamentar la distancia entre mi asiento y el próximo. El dar más de tres pasos para llegar a la acolchada superficie la hacía más dura y áspera que la madera en la que reposaba… pero no podía permitirme insultarle de tal forma. Me levanté, tomando mis pertenencias, para poco después dejar caer mi cansado trasero sobre el cómodo relleno del sofá, mirando con interés los artilugios y pantallas. Aquel hombre tenía la situación bastante controlada… a su manera.

Era mi turno para hablar, para responder a su oferta.

-Me trae a su casa, me hace caminar hasta aquí viendo el pesar que me causa dar un sólo paso, me hace bajar escaleras y siquiera me ofrece la confianza de darme su nombre. Usted ha traicionado una confianza que podría haber ganado desde el primer momento si hubiera ofrecido su amistad en vez de un mero trato de negocios. Muestra orgulloso sus ilegales e inmorales actividades para intentar presionarme, para hacerme ver que su poder sobrepasa al mío sin querer dejarme otra opción más que la de colaborar con su sucia persona… Pero usted lo único que hace es ocultarse como una lombriz en las entrañas de su torre mientras sus ojos mecánicos le informan para que pueda hacer su siguiente movimiento sin ningún tipo de riesgo. Usted… no tiene honor.

Podría haber dicho eso, si quisiera morir entre terribles sufrimientos. Esa noche había aprendido que era preciso soportar algunos insultos, y hacía largo tiempo que sabía que en este mundo siempre llegaba el momento en el que el más humilde de los hombres, si mantenía los ojos bien abiertos, podía vengarse de los más poderosos. Debía ser humilde. Debía encontrar a Bill.

-Me gustaría,  primero, expresar la admiración por su sistema de seguridad. Seguro que es un sistema mucho más moderno que los soplones y espías que debe usar el tradicional Cheff- hice un gesto de admiración, una amable inclinación para alimentar su ego con un pequeño tentempié nocturno-. Siguiendo en esa misma temática, antes de que pudiera pensar siquiera en tomar la zona de los Quintano, debo saber cuántos son… quiénes están aquí, dónde están, sus capacidades… ¿Podría facilitarme esa información de su preciada telaraña electrónica? Debo actuar deprisa si quiero asaltarles esta noche.

Esperaba una sonrisa, incluso una cara de espanto ante tal idea. Me acomodé en el sofá, buscando entre las pantallas alguna información de utilidad, algún pequeño vistazo a la vida nocturna de aquella urbe.

-Tengo que aprovechar la protección de Vitto Lluciano mientras dure- expliqué-. Me da a mí que es de esos tipos- odiaba usar semejante calificativo, cuando en verdad debía llamarle caballero- que mantiene su palabra hasta el final, y, como bien ha dicho, no le importará que le arrebate a ese maleducado de Bell, que osó perpetrar la bondad de su establecimiento, todo lo que tiene- agité la copa, mirando su contenido como si fuera la más preciada de las joyas-. En agradecimiento a su… colaboración, dada la prisa que tendrá que darse, moviendo a parte de sus efectivos para traer a los futuros míos, así como el transporte que me ha ofrecido, le daré todo objeto de índole nórdico y/o gigante que haya en las instalaciones de la isla del señor Quintano. Dudo que alguien como usted haya permitido la desagradable presencia de ese intento de mafioso sin que hubiera algo que pudiera ofrecerle, o que temiera que borrara de este mundo antes de ser estudiado y catalogado- me contenté con el olor del licor. Siempre me había considerado como un hombre capaz de moderar sus apetitos a golpe de recia disciplina-. ¿Tenemos un trato?

Y más importante, ¿teníamos un ascensor? Esperaba que el ir a pie hasta el fondo de su torre fuera sólo porque quería darme un tour… Por todos los dioses, que haya un maldito ascensor.

Respondiendo al párrafo hipotético:

-La protección del chef te podría ayudar a entrar, pero claro, si empiezas a atacar a los demás esta dejará de ser efectiva como es normal. Sin embargo, te diré algo, solo porque me caes bien, si te cargas a Bell, el resto se rendirá a ti. Claro, no son de fiar y deberías reemplazarlos rápidamente para no sufrir el mismo destino que el Quintano, pero eso ya sería tu problema. Te ofrezco una veintena de hombres, en su mayoría con pistolas y metralleta, aunque también un francotirador para tu cruzada. Ellos no podrán entrar en el territorio Quintano, pero seguro que puedes planear algo para usarlo o puedes ir por tu cuenta. Ahora mismo Bell dispone de unos cincuenta hombres, en su mayoría matones, su territorio está en decadencia al igual que él. Posee varios locales tapadera, en su mayoría tabernas, además de un par de vehículos. Serias muy bien recompensado por dichos objetos, además de ganar mi respeto. – Usa un mando para abrir una pared, mientras parece ponerse aún más cómodo. – Usa el ascensor, te llevará al taller donde te esperan los hombres que te prometí al principio, los de ahora y tu transporte. Acepta los que desees, al resto mándalos a su cuarto.

Arriba te espera todo, decidas lo que decidas te seguirán o se irán a su cuarto. El transporte te llevará donde quieras y todos te harán caso. Tienes ahora mismo si has aceptado todo un pequeño ejército, atacaras de frente a tu enemigo o usaras la astucia y las estratagemas.

Don Vilencho me cedió una información y unos recursos que, por desgracia, consideraba insuficientes. ¿Qué podían hacer una veintena de hombres contra medio centenar? En mi estado, un ataque y retirada por las angostas, oscuras  y desconocidas calles de Lavengre era impensable. Esta era una batalla que perdería yendo de frente, de costado y por la retaguardia.

Solo quedaba una opción, una que requería tanta suerte como talento. No estaba del todo seguro de tener ninguna de esas dos cosas, pero, como bien dicen, quien no arriesga no gana, ¿no?

El ascensor terminó su silencioso trayecto y abrió sus puertas.  Que hubiera diez personas más además de los veinte trajeados al servicio de aquella tecnológica araña no mejoraba mucho la situación. Si no podíamos igualar su número ni superarles de manera táctica…  Y habiéndose negado mi aliado a proporcionarme armas futuristas, que seguro se guardaba para uso personal… iba de culo.

-Buenas no…-la puerta me interrumpió, cerrándose ante mi pasividad de movimientos para volverse a abrir al acercarme a ella. Eso me pasa por estar tan pensativo, ya me había jodido la entrada-. Buenas noches- repetí-. Soy Alphonse Capone y esta noche se encuentran bajo mi mando.
Dirigí mi vista hacia las fuerzas que, claramente, no eran nativas de la torre. Ante mí, diez guerreros se apostaban sin orden ni disciplina, tan sólo con la barbárica actitud compartida por los duros combatientes de taberna. No los quería.

-Quiero que empecemos bien, así que vosotros diez pasaréis esta noche en diferentes bares y garitos de Bell. Comeréis, beberéis y, sobretodo, preguntaréis, si no la sabéis ya, la divertida historia que ha tenido lugar hoy en el restaurante de Don Lluciano- abrí mi destartalada maleta para sacar el dinero, cinco mil berries por cabeza-. Espero que llenéis las diferentes tabernas con carcajadas. Separaos para cubrir el mayor número de establecimientos, haced amigos y conoced chicas… Os deseo una buena noche.

Esperaría a que se fuesen contentos, todo lo contento que podía estar alguien al que le pagaban por irse de fiesta, para, a continuación, dirigirme a las formales criaturas que esperaban en silencio.

-Caballeros… y damas- añadí, haciendo alusión al trío de mujeres que se repartían a lo largo de la organizada fila- , les espera una serie de extrañas peticiones que no deben cuestionar. Necesito tres personas que se encarguen de colocar dos sillas, cómodas, pero no barrocas, así como una mesa recia en un punto aún por determinar. Preciso de dos encargados en logística que me suministren los mapas del territorio para poder buscar el punto de encuentro con el señor Bell, un lugar límite entre los territorios de las principales familias de la isla. También me hace falta que un grupo de, al menos, cinco personas, se aposten en el que crucen los Quintano al ir a mi encuentro, encargado, simplemente, de tacharme de ridículo por “rechazar” la ayuda de su patrón y pedir tan sólo un par de piezas de mobiliario. Os animo a ser originales pero sinceros en vuestros insultos. ¿Qué más?- me pregunté, revisando la lista mental de atrezzo-.  Necesito una persona que me traiga un reloj, un petardo y una grabadora para que grabe un silencio de unos tres minutos, el tic-tac del reloj durante uno y luego el sonido del petardo como colofón final. Ah, y que coloque la grabadora con cinta bajo la mesa. Eso hacen… once personas. Respecto al francotirador que me prometió Don Vilencho, le quiero apostado en un tejado sobre el que pueda actuar, por si las cosas se ponen feas. Doce… doce personas. Quedan ocho entonces… No, necesito trece… Siete, siete de vosotros me ayudaréis a llamar a todos los locales, para que pueda exigir hablar con “Don” Quintano, convocándole al punto de encuentro que me ayudarán a delimitar la pareja de los mapas. Pensándolo mejor eso es mucha gente… -recapitulé, sin querer perder mano de obra-. Bueno, repartíos ayudando a los demás, pero que tres me ayuden con los den-den mushi.

Cuando quedara uno solo de los muchachos, el cual seguramente creería que iba a poder descansar aquella noche, apoyaría mi mano sobre su hombro con un gesto de confianza y preocupación.

-Y tú, mi querido muchacho, tú tienes el trabajo más importante de todos…- Una llama de ilusión y responsabilidad comenzó a chisporrotear en sus ojos, añadiendo esperanza a la monótona y formal rutina de su "triste" vida-.Tráeme un café, cargado, doble, que tengo sueño. Mejor haz una cafetera llena. Y avisa al chófer, en cuanto tengamos todo listo nos iremos como alma que lleva el diablo. El tiempo apremia…

A cada una de las llamadas de exigencia añadiría tres grados alcohólicos a mi tono, hasta ser un borracho molesto y ruidoso que escupía el nombre de Bell con desprecio y odio.

• -Buenas noches, ¿es este uno de los locales a cargo de Bell Quintano? Bien, ¿le sería mucha molestia decirle que deseo reunirme con él lo antes posible? Soy Alphonse Capone, aunque ya conocerá mi nombre cantado en los alcohólicos vientos de las tabernas. Muchas gracias.
  
  
• -Buenas… noches. ¿Local de Bell? Bien. ¿Puede decirle a su jefe que voy a quedar con él? Me llamo Alphonse Capone, ya habrá oído hablar de mí. Venga, gracias.
  
  
• -“ ‘Nas” noches. ¿Es… es este un sitio de los de Bell? Vale. Dígale que tengo que quedar ya en _______. ¿Que quién soy? ¿Que quién soy?- gritaría frustrado- ¡Soy Alphonse Capone, malandrín! Discúlpeme por haberle… por haberle insultado- me disculparía con un deje de llanto-. Usted es solo un trabajador… Bueno, “pos” eso, lleve el recado.
  
  
• -¿¡Local de Bell?! ¡Bien, no me he confundido!- reiría, con una repetición seca, aguda y casi maniática- ¡Dígale a ese maleducado que… que… que si tiene su par de gónadas intactas que venga a verme! – Taparía el molusco con mi mano- ¿Cómo se llama la calle?- diría en voz alta, permitiendo que se escuchara amortiguada-. En _____. ¡Gracias!- colgué.
  
  - ¡Soy yo, el de antes! ¡Se me ha olvidado, soy Alphonse Capone! ¡Último dignat…- colgué de nuevo. Llamaría a los diez segundos, aprovechando para beber un traguito más del amargo estimulante.
  
  -¡Se ha cortado! ¡Que venga, que venga a mí si se cree tan poderoso! ¡Que venga! ¿Lo tiene? Gracias… gracias. ¡Eh tú, ponme otra copa!- no colgaría, dejaría el den-den abierto-. ¿Cómo que he bebido suficiente? ¡Yo decidiré cuándo he bebido suficiente!- escalfaría parte del café en mi taza, reforzando la interpretación-. Eso está mejor. Ag, me he dejado esto abierto- añadiría con amarga molestia antes de colgar repetidas veces, como un beodo que no atinaba a pulsar el botón correcto.
  

Le aclararía al francotirador, antes de que se marchara a la posición conveniente, que sólo actuara una vez hiciera un gesto muy simple: el dispararle con los dedos al pelirrojo.

Tomaría, además, pidiendo permiso, unas gafas de sol. Me despeinaría y me las colocaría antes de sentarme en la mesa de “reuniones”. Al fin y al cabo, tenía que aparentar ser un tipo en las últimas, entregado al alcohol y dispuesto, prácticamente, a cometer un acto suicida. ¿Ir sólo con un simple tirador para defenderme de cincuenta hombres y un jefe enfadado? Sí, bastante suicida. Esperaba que mi soledad y la elaboración de mi actuación le confiara para acercarse, casi divertido, a ver qué tenía que decir antes de morir.

Notas:

Todos y cada uno de los hombres sale a hacer sus funciones, unos con mejor cara que otros, puede que el café tenga un escupitajo dentro, pero no hay mucho más que contar. El francotirador sale del sitio con una maleta gigante, más de lo que hubieras pensado para un arma de ese estilo. Justo antes de que empieces las llamadas te informan de la ubicación adecuada y de que la mesa ya está allí colocada. Todo parece ir sobre ruedas, las cosas colocadas, las dos primeras rondas telefónicas realizadas, tu café aderezado en tu mano, te encanta que las cosas salgan bien, eh.

Seguramente Don Vilencho haya seguido todos tus pasos con su vigilancia, y eres consciente de ello. No se lo puedes reprochar, a fin de cuentas, son sus hombres, su instalación y hasta puede que parte de su reputación. Tras la última llamada sales con el coche hasta el lugar de reunión. Cuando llegas no hay nadie, no se ve ni un alma por esas calles, lo que es raro pues viniendo en el resto de sitios si que había ambiente. Si te quedas esperando, Bell aparecerá con veinte hombres detrás, su cara hinchada y roja de ira, además de portar lo que parece lanza cohetes, aunque extraño. Cuando llega, lo coloca bajo la silla, se sienta y por un segundo notas un resplandor azul recorriendo todo su cuerpo, pero puede que hayan sido las luces. El mafioso queda esperando que comiences a hablar mientras sus hombres te rodean, parece que tienen intención de dejarte ahí encerrado hasta que acabe la noche.

Todo se preparó acorde a mi secreto y alocado plan, desde las estupendas tazas de café a la mesa en la que me encontraba sentado esperando a los Quintano. La verdad era que hacía frío allí en el cruce de calles, y habría agradecido una cafetera más mientras tamborileaba con mis dedos impacientemente, buscando ritmos para entretenerme en un vano intento de no pensar demasiado. Tenía demasiado claro que si todo esto salía mal estaría más muerto que Gold D. Roger.

Por fin, en la distancia, la marabunta se aproximaba con paso rápido. Bell les lideraba con el rostro iluminado como un rojo faro de ira, y lo que era más preocupante, con un maldito bazooka. Continué con la cabeza gacha, interpretando al cansado borracho que había abandonado todo en su vida, con la pequeña esperanza de que no decidiera practicar su puntería conmigo. Por suerte se sentó frente a mí, guardando la colosal arma bajo su asiento mientras sus hombres formaban un silencioso corral alrededor.

Con tantos ojos observándome no podría recurrir a la teatralidad de la explosión, al buen recurso de infundir su corazón con temor y exponerle como el cobarde que era. ¿Cómo demonios iba a destrozar su liderato? Bueno, no hay mejor recurso que un buen actor.

-Buenas noches- pronuncié lentamente, sacudiendo la falsa embriaguez de mi rostro, el cual rápidamente volvió a su adusto estado-. Lamento profundamente el haberles sacado de su territorio para venir, aunque quizás les esté haciendo un favor. Los Quintano apenas poseen un tercio de esta isla, y lo que poseen es francamente decepcionante debido a una mala praxis. Hoy han sentenciado su destino metiéndose con alguien con quien no debían, con un hombre que puede aplastarles con una simple orden saliendo de sus labios… - hice una mueca de disgusto-. Desgraciadamente ese hombre no soy yo- comuniqué triste y cómicamente-. Yo sólo soy un tío que ha tenido un mal día, un muy mal día por su culpa, o gracias a usted, como quiera verlo- comentaría, esperando ver aflorar la sonrisa de la satisfacción en un rostro en el que sólo encontraba ganas de hacerme daño-. Don Vilencho quería hacer un trato conmigo, un trato que, de todas formas, no me hubiera servido de mucho. ¿Cómo cojones iban a ganar veinte hombres a cincuenta? Si hubiera sabido que sólo movilizaríais parte de vuestros efectivos hasta aquí, habría aceptado. Qué mala pata tengo, ¿verdad?- hice caer mi cabeza, en un rápido y hilarante gesto de decepción-. Pedí tonterías, cosas inútiles que ahora no valen para nada- Sobre todo el francotirador que, suponiendo que se habrá colocado a gran distancia, no encontrará en su limitado ángulo una cabeza a la que acertar con los cuerpos de aquellos matones rodeándonos; nos tapan-. Joder, si hasta había hecho la grabación del sonido de una bomba para jugar con la neurosis de la cena, no me dirán que no soy original- dije, encogiéndome de hombros con una triste sonrisa, intentando mantener la atención del público-. Soy un tío detallista, un organizador experto, un líder nato… sin gente, sin cosas, sin reino- continué, humillándome-. Quizá debí aceptar su oferta, que ya no estará disponible, eso hubiera hecho las cosas mucho más fáciles para todos, pero usted me ofendió…-dije mirando a Bell a los ojos, acusándole, haciendo una pequeña pausa en la que no quería darle pie a interrumpirme-. Soy un hombre de honor, de los pocos que quedan… pero no soy el único. Esta noche vino uno de vuestros hombres a matarme, un joven muchacho que no cuestionó ninguna orden, siquiera cuando fue meterse en las cocinas del Don. La muerte de aquel pobre chico, la caída en desgracia del territorio y la guerra que pronto llegará para aniquilar a cada uno de los Quintano vengando así la falta de respeto hacia los Lluciano, todo eso habría sido fácilmente evitable. Y yo os pregunto: ¿De quién es la culpa?


¿Acaso creías que quería hablar sólo contigo, Bell? Tú ya eres hombre muerto.

Me levantaría, apoyando mis manos sobre la mesa para realzar la grandeza de mis palabras.
-Mi nombre es Alphonse Capone, ¿quién me seguirá y quiénes perecerán?- ¿Tenían realmente una opción? ¿La tenía yo?

Si no funcionaba siempre quedaba apuntarle a la cabeza con los dedos y disparar, si tenía la suerte de que mi tirador se hubiese apostado en un lugar que le permitiera ignorar la cobertura.

Bell se mantiene encendido de ira, pero asombrosamente cauto, alejado de ti. Parece que el miedo que le tiene al cocinero supera con creces la ira, el odio y el asco que siente hacia tu persona. Incluso cuando se siente insultado por tus palabras logra mantenerse sentado a pesar del aumento del cabreo. Sus hombres, sin embargo, se muestran nerviosos desde el momento que nombras a Vilencho. Reducen el circulo a vuestro alrededor, separándose cuatro de ellos a patrullar por las proximidades, posiblemente buscando indicios de los hombres de los que hablas.

Bell mira en repetidas ocasiones su reloj, parece impaciente por que amanezca para poder acabar contigo, tiene su vendetta a mano. Te tiene rodeado, estas solo, se lo has dicho, has rechazado a los hombres, y además lejos de todo, se ha encargado el de que nadie más pase por esas calles. Cuando terminas el discurso y te levantas nada pasa, ninguno de tus enemigos te hace caso, parece que se ha traído a los más leales a su causa. Aunque ese hombre no es de los que tiene mucha paciencia, y con el paso del tiempo lo notas más ansioso. cuando haces el gesto de disparo, suena una potente deflagración casi a la par que un millar de chispas azules saltan alrededor de la cabeza del Don que esta frente a ti. Cuando se disipan, tu enemigo sigue como antes, sentado, rojo de ira y cada vez más ansioso, pero intacto. Al parecer Vilencho no es el único con tecnología.

-Me he cansado de estos juegos, quedan pocos minutos para que salga el sol y termine tu protección, nadie se dará cuenta si lo hago un poco antes ¿no crees? – Te dice sacando una pistola de debajo de la chaqueta. – Pero no seré tan tonto, no bajaré mi escudo. Mis chicos se ocuparán de ti, además sin miedo a darme por muy cerca de ti que me ponga.

Algo interrumpe la orden de Bell, un haz arcoíris que inunda la zona y que os ciega momentáneamente. Cuando tus ojos se acostumbras ves a Vilencho en medio de la mesa sujetando al pobre mafioso por el cuello, y todos sus hombres tendidos en el suelo. Con un *clanc* el cuello del hombre se parte bajo la fuerza del nórdico.

-Siempre fue un impaciente, gracias por la oportunidad que me has dado de hacer esto. Espero que cumplas tu parte de entregar los objetos. Por cierto, yo me daría prisa, aquí solo están dos de sus tenientes. En cuanto esto se sepa cada uno tomara posesión de lo que pueda, y a por lo primero que irán serán los locales de estos dos y el jefe. Con tus hombres y los que te preste podrías defender bien uno, como mucho dos, para hacerte con una porción del territorio, es cosa tuya como hacerlo. Igual que llegó, se marcha tu ¿aliado?

¿Qué vas a hacer, defender uno, dos, tres o irte sin más?

Locales de interés para control de territorio:
2/4 Bares
1/2 Almacenes
3/5 Comercios (tiendas de ropa, libros, ferreterías, etc)
3/4 Prostíbulos

Creía que era mi imaginación, una ilusión provocada por el exceso de cafeína, la falta de sueño y el nerviosismo, pero me equivocaba. Aquel destello azul provenía de un cachivache tecnológico, un escudo sin asa que permitía desviar los proyectiles sin ningún tipo de esfuerzo. Iba a morir apaleado por un puñado de matones liderados por un pésimo lider. Puñetera tecnología... Pero antes de que me diera tiemo a moverme, antes de que me decidiera a luchar como una alimañana acorralada, todo había terminado.

¿Vilencho me había salvado? No, ese bastardo tan sólo me había privado de mi venganza, de mi interrogatorio, de la pequeña posibilidad de encontrar a Bill. Por no mencionar lo más obvio y grave… Nunca me han gustado los farsantes.

Si mi “salvador” se hubiera esperado un poco, permitiendo que aquellos hombres me cogieran , quizás podría haber ordenado otro disparo bajo la silla de Bell, directo al lanzacohetes, pero el “lobo” también era un impaciente. ¿O acaso no había querido dejarme tiempo para que razonara lo del escudo? Si creía que era idiota, tendría que interpretarlo; no pensaba defraudarle.

¿Y qué haría un idiota mientras esperaba a que sus hombres de alquiler volvieran a él?, me pregunté. La respuesta era bien sencilla: “Buitrear”. Rebuscaría entre los cadáveres cosas que llevarme a los bolsillos, desde dinero, a joyas pasando por los den-den que acababan de quedar huérfanos, si es que alguno seguía vivo, por no mencionar el aparato para-balas; el respeto hacia los muertos era reservado para la gente que no intentaba matarme, o para quienes intentaban hacerlo de manera honorable. Luego cogería mi maleta y cargaría el lanzacohetes sobre mi hombro, preparado para la guerra. Para cuando terminé de saquear, los hombres de Vilencho estaban  esperando mis órdenes en una ordenada fila. Me informaron, como las máquinas sin almas que eran, de la logística del territorio, ilustrando sus palabras con un chapucero dibujo.

Había demasiados locales, demasiada gente para un terreno en “decadencia”, al menos teniendo en cuenta que se suponía que sólo disponían de cincuenta hombres, treinta, si tenemos en cuenta las vidas perdidas. Vaya mierda. Siquiera los prostíbulos estaban cerca unos de otros, ¿así como vas a crear un barrio rojo para facilitar el traslado de la carne y asegurar a los clientes su anonimato? Vaya puta mierda de planificación. La organización brillaba por su ausencia, lo único que estaba bien hecho era la casa principal, cuya única entrada era fácilmente defendible, y el tener un almacén justo al lado, probablemente accesible desde el interior de alguno de los apartamentos. ¿Qué clase de maestro criminal vivía en un bloque de pisos? “Maldito payaso”, pensé  frunciendo el ceño, no me quedaba otra que apalancarme en la casa de Bell.

-Chicos, hay que volver a hacer llamadas, así que cada uno cogeréis un den-den e iréis marcando los números de los  locales de Bell para que pueda hablar con ellos. Ahora que él y sus hombres han muerto, yo, Alphonse Capone, les exigiré la rendición completa. ¿Preguntas?- diría contemplando los rostros probablemente confusos de “mis” soldados. Antes había hecho gala de una planificación astuta, de un plan maestro destinado a destruir la moral de sus hombres sin mover un maldito dedo… ¿Y ahora iba a ir simplemente pedirles una rendición? Bueno, tenía una excusa, una muy buena-. ¿Qué? Estoy cansado y no tengo ganas de pensar un plan mejor. No va a ser tan difícil, probablemente muchos se entreguen sin poner muchas pegas.  Pero antes iremos a casa de Bell para tomarla ahora que estará prácticamente vacía, estos tipos seguro que eran su guardia personal…- andaría lentamente de vuelta al auto, arrojando mi maleta al interior y depositando con cuidado el arma de fuego, desde allí añadiría un-. Ah, y echad el cuerpo de Bell en el maletero, necesitaremos un estandarte.

A ver si con un poco de suerte podíamos entrar en la casa tranquilamente, quitándonos todos las gafas de sol, por supuesto, no iba a permitir esa falta de educación en mi nuevo hogar, no a ellos. No tardarían mucho en llegar los rencorosos hombres de los tenientes de Bell para intentar matarme o para mostrarme sus respetos. Repartiría a los soldados por las instalaciones ordenándoles que estuvieran atentos al exterior y me informaran a través de uno, el chico del café, cuyo cometido era más importante: seguir sirviéndome cafeteras. Mientras tanto, yo mismo iría descolgando las obras de arte nórdicas para acumularlas en una de las habitaciones, poco a poco y con mucho mimo, aprovechando de paso para ver si encontraba alguna sala secreta o, lo que era más importante, alguna pista sobre Bill.

-¿Es Don Vilencho homosexual?- le preguntaría al rato a mi suministrador de cafeína-. Lo digo por el arco iris y eso... No es que me importe, a cualquiera con lo suyo, es que este continuo silencio se está volviendo bastante incómodo.

Avanzas rápido hasta la casa de Bell, quitando cinco mujeres, cuyas caras ahora mismo están entre la sorpresa y el miedo, no hay nadie más en la zona. Parece que tenía pensado volver con la mayoría de los hombres, incluso hay champagne del barato en una de las mesas dentro de su cubitera. En la habitación del mafioso encuentras a una joven, que se asusta muchísimo cuando entras, de hecho, se hace tira de la cama donde reposa únicamente con la ropa interior para hacerse un ovillo en una esquina. Las estancias tienen algunas obras curiosas, pero nada que veas y pueda interesar a tu benefactor.

Tras unos minutos, una de las mujeres de tu grupo llega para informarte de que han encontrado la entrada al almacén y de que las chicas que has encontrado fuera de la habitación son esclavas sexuales con residencia fija allí para Bell y sus chicos. Posiblemente el ovillo de la esquina también lo sea. Ahora que tienes la casa, ¿Qué harás con el resto de locales?

Bueno, mientras lo piensas te informan de que tres tipos están en la entrada, desarmados preguntando por ti. Al parecer son matones del escalafón más bajo que se quieren unir a ti. Tienen información interesante de los locales más desprotegidos, por ahora, ya que, si ellos la saben, el resto también.

Mapa:

¿Que vas ha hacer?

Las cosas, aunque habían salido algo mejor de lo planeado, estaban saliendo un poco… rana. Sin obras nórdicas que pudieran interesar a Vilencho, no podría tener la voz cantante en nuestras negociaciones, y no tardaría  mucho en ver que la empresa no valía los activos que estaba invirtiendo en mí.  Mi plan de hacerme el idiota para sacarles de sus casas en bandada y encargarme de ellos rápidamente sin exponer a los inocentes se fue el garete, se había ido desde el momento en el que la estúpida planificación de Bell había repartido los prostíbulos en cada una de las esquinas.

-Se acabó el hacer el idiota- sentencié, apretándome los ojos de pura frustración y estirando mi espalda. Con las ganas que tenía de descansar y mandar todo esto a la mismísima mierda-. En primer lugar, juntad a las prostitutas en la habitación y ponedle unas esposas a esta,  el hacerse la débil teniendo en cuenta que era la favorita de Bell no me cuela; sabe más de lo que parece entre lloriqueos. Para otra vez no exageres tanto tu actuación, rompes el papel. Lo segundo es apostar hombres en la parte norte de nuestro edificio para asegurarnos que nadie pasa por allí, no os pongáis en la esquina u os convertiréis en un objetivo demasiado obvio, limitaos a ir matando a los enemigos que intenten pasar, que no serán muchos. Queda saber si el burdel…

La noticia de los tres hombres en la puerta es bien recibida, la información que traen me es útil, muy útil. Ahora que están desarmados podría parecer que no presentan ninguna amenaza, pero ese era un error que no estaba dispuesto a cometer. Solicitaría una de las pistolas que traían,  cargándola y disfrutando de su peso en mi mano.

-Les agradezco enormemente su colaboración, caballeros, pero por desgracia no puedo fiarme de ustedes…-les apuntaría sin ninguna emoción en mi rostro-. Es broma- diría devolviendo el arma a uno de mis “androides”-. Ustedes tres y las cinco muchachas me acompañarán por el acceso del interior hasta el almacén, donde me ayudarán a ver qué cosas podemos aprovechar. Estarán a salvo hasta que acabe todo esto, todo lo a salvo que pueden estar teniendo en cuenta las circunstancias- comenté con un deje cómico-. Mientras, mis soldados- continuaría, dirigiéndome a los trajeados-, os repartiréis para cumplir las siguientes indicaciones: Quiero a un grupo de tres personas que vayan por la entrada principal del almacén, distrayendo a los pocos que se hayan refugiado dentro, en el caso que los haya, para luego permanecer atentos vigilando la única entrada a nuestro territorio, y pegaos a la pared, por si deciden trepar el muro sur. Dos de vosotros vais a apostaros en la parte norte del edificio para controlar el acceso norte, evitando que los pocos “Señores grises”- dije en referencia al color de la facción en el churri-mapa- que se atrevan a intentar tomar el edificio queden completamente disuadidos a ráfaga de metralla. Diez os iréis al prostíbulo y lo tomaréis para vaciarlo completamente y traer a todas y cada una de las personas hasta aquí. Si hay algún matón, o matona, que no se haya rendido, le ofreceréis la rendición completa o, si la niegan, un balazo. Dos me acompañaréis conjunto a la comitiva sin armas para atacar por detrás a los guarecidos en el almacén, de haberlos,  y posteriormente os marcharéis a las plantas superiores con el fin de controlar la parte sur de nuestro edificio. Eso nos deja con dos miembros aún disponibles… Francotirador, os colocaréis en la azotea  y os limitaréis a informar por den-den de los avances de la guerra, tu arma te hace fácilmente localizable tras el primer tiro y no quiero que malgastes balas tontamente. En cuanto a ti, chico del café, te asciendo a secretario; te encargarás de coordinar la logística con los moluscos y actualizarás el mapa. Eso nos deja con la amiga de Bell colgando… así que los chicos nuevos sin armas os vais a encargar de llevarla, y nada de divertirse mientras- bromearía. Así tendrían las manos ocupadas-. ¿Dudas?

De esta manera concluiría la primera parte de mi plan, asegurando el terreno, la disposición del almacén y la seguridad de aquellas cortesanas. Pero quedaba mucho por hacer, y la noche es joven cuando te has pimplado una cafetera entera tú solito.

El almacén esta vacío, al menos de personas. Entre las cajas encuentras varios objetos de valor, cuadros, estatuas, coas así. Entre ellas una que puede interesarle a tu benefactor, y de la que no apartan los ojos sus muchachos. Aparte de esos, víveres y municiones varias descansan en cajas. Cuando sales del almacén, hayas hecho lo que hayas hecho, están llegando las prostitutas del burdel cercano. Vuelven los hombres que mandaste, dejando ese edificio desprotegido. Desde una de las ventanas te informan de que al menos cinco matones se dirigen a él. Si entran será más complicado entrar, y la ametralladora de la ventana no llega para cubrir la calle durante mucho, en cuanto recarga se podrán colar.

Por lo que informa la francotiradora el resto se sigue peleando, pero no puede acertarte a decir bajas en bandos pues todos están disparando desde coberturas. Los hombres apostados siguen en sus lugares sin más novedades que esa. Una explosión al oeste no hace presagiar nada bueno, puede que alguien acabe de salir de la partida. Aunque los atacantes del burdel siguen avanzando. No tienes mucho tiempo para pensar, actúa.

Había hecho bien en ordenarles el quitarse las gafas en el interior, así pude ver como los ojillos de los robots de carne se distendían al contemplar aquella caja. Era obvio que no la esperaban allí, y que su patrón querría lo que fuese que contuviera más que cualquier otra cosa.

-Muy bien, dado que no hay nadie, soldados fuera- ordené, antes de que pudieran colocar algún robot, dispositivo, o cualquier otro abracadabra científico que les permitiera espiarme dentro de aquel almacén-. Tenéis que subir para controlar la parte sur, así que venga, deprisita- les apremié, para luego dirigirme a mi secretario particular y recibir la información sobre los atacantes grises-. Vale, diles que dejen de disparar y que permitan que se acerquen poco a poco al local, no nos interesa. Ahora, sal de la habitación un segundo- añadí devolviéndole mis gafas de sol y el lanzacohetes, no quería nada de ellos allí.

Si me miraba extrañado y confuso, algo que sería bastante normal, frunciría el ceño para hacer ver que no estaba de broma. En cuanto no hubiera rastro  de Don Vilencho en el almacén, sería el momento para ordenar a mi segundo ejército, pero para ello necesitaría un pionero… Me contuve de dar las órdenes unos segundos más, echando a los tres bandidos sin honor que habían traicionado a sus patrones originales, también podían clavarme un cuchillo a la espalda. Con las seis meretrices, una de ellas atada, podría continuar con mi plan, algo improvisado sobre la marcha.

-Usted- señalé a una cualquiera, usando un amable pero firme tono de interior-, haga el favor de coger esa caja y venir hacia  mí- dije en referencia al gran tesoro que me habían revelado los poco discretos autómatas. En el momento en que se acercara, abriría mis puertas, permitiendo que entrara a mi interior para depositar el tesoro en un hueco que moldearía en la pared. Dentro, mi esencia dada forma la saludaría amablemente e indicaría la salida para que mostrara a los demás que era una acción sin riesgo-. Ahora, cada una tomaréis un objeto, la chica atada cuenta, y os quedáis dentro para estar a salvo. ¿Bien? Perfecto. Y tened cuidado, estas cosas valen más que vuestras vidas.

Sin disciplina ni entrenamiento, imploraba a los dioses para que no rompiesen alguna pieza. Algo frustrado, me quedaría al lado de la puerta para evitar que alguno de los siervos del Don pudiera ver u oir qué se cocía en la sala.  Redistribuiría mi interior para proveer a aquellas muchachas de algún lugar en el que sentarse mientras encerraba las obras con cuidado y mimo para que no se deterioraran, amoldando mi propio ser a ellas. Guardaría con especial celo la caja misteriosa, rodeada por gruesos muros de hormigón.

Entreabrí la puerta, asomándome, mirando al confuso cuarteto mientras las chicas usaban las entradas de mi pierna extendida para acabar su cometido.

-Bueno, ¿cómo va la cosa?- preguntaría aprovechándome del buen uso del ridículo para provocar alguna sonrisa. Para mi desgracia las cosas no iban nada bien, pero al menos las muchachas ya habían llegado a la casa-. ¿Y qué hacéis perdiendo el tiempo? Mandadlas aquí, y dile a todos los hombres que las han traído que se aposten en la puerta principal para apoyar a los del norte, no tomaremos el burdel, pero no dejaremos que otros lo cojan hasta que nos marchemos. Nos basta con tener la casa y así aseguramos las obras para el Don.  Dos del grupo de diez se repartirán por el edificio,  y el resto de la comitiva se unirá a nosotros cinco y el francotirador para ir al siguiente punto a tomar- les miraría aún asomado a la puerta-. Estoy intentando tranquilizar a estas damas, acaban de ser conquistadas por otro mafioso, se creen que las voy a matar o algo peor. ¿Qué os pensabais, que iba a montarme una fiesta privada? Hasta se han escondido- dije, aunque no precisé dónde, o más bien en quién.

Cuando llegaran las demás repetiría el proceso, sin dejar que los subordinados de aquella tecnológica araña de estela arcoíris supieran qué pasaba dentro. Debería de ser más fácil, gracias al ejemplo de las primeras.

Hecho esto, saldría cerrando tras de mí para avanzar a la puerta principal, debía dirigirme con mis hombres, y el coche, a la zona sur para aprovechar que los bandos violáceo y rojo se estarían metiendo de toñas en el cruce de sus territorios. Con un giro a la derecha, y dejando entonces que la facción gris tomara el burdel, bajaríamos la calle.

Si todo salía bien hasta ese punto, bajaría la ventanilla del coche, porque yo no iba a ir andando hasta allí, para preguntar a los autómatas en formación un par de cosillas.

-¿Alguno sabe disparar el lanzacohetes? Vamos a tener que usarlo para abrir el muro y acceder a la zona. Y, otra cosa, ¿alguien sabe dónde está Vilencho? Dada nuestra alianza, encuentro poco reconfortante el que no sepamos nada de él. Y una cosita más… vosotros- dije mirando al trío de malandrines traidores-, ¿de qué facción erais? Voy a necesitar vuestros moluscos personales, si no os es molestia.

Las armas más útiles no son siempre las convencionales… y para demostrarlo tenía mi maleta. Me preguntaba si alguno de los que contaran la historia de esta noche me apodarían como “El telefonista”, “Don Teléfono” o “Don-Den-Den”.

Los hombres sales como les ordenas, incluido el secretario y los tres nuevos. Las chicas tienen algunos reparos al principio, pero al final hacen lo que les pides. Con la segunda oleada es todo más fácil al ser ayudadas por las anteriores. Cuando sales, con el almacén ya vacío, te siguen los que has dicho, cumpliendo las ordenes. De momento va bien todo, aunque sigues sin respuesta a la homosexualidad del jefe. Las chicas dentro de ti parece que se divierten, puede que eso te distraiga un poco.

Cuando llegas al sur, los grises ya deben de haber tomado el burdel, haciendo que la reentrada a la casa de bell sea más complicada. Por otro lado, el hombre de Vilencho, que parece más avispado te dice que eso que le enseñas no es un lanzacohetes, puede ser muchas cosas menos un arma. Los tres desertores son de la facción gris claro, la que está entre tú y los amarillos. Aunque es muy probable que ya sean amarillos o estén muertos. En cuanto a la ubicación de su jefe, en la base bajo la taberna suponen, peor no lo saben seguro. Te recuerdan que no entraba en el trato que él se quedara con la zona, que sería para ti, aunque no pareces quererla. También te dice que la mayoría se pregunta por que no estas cogiendo los locales para afianzarte y solo salvas a las putas, muchos creen que eres algún tipo de degenerado obsesionado con ellas.

Por cierto, no ves gente luchando en la calle que queda delante tuyo, los amarillos y rojos se deben haber matado o entrado en tregua.

Bueno, sabiendo que no tienes explosivo, ¿Cuál será tu siguiente paso?

Mapa:

¿Que aquel objeto no era un lanzacohetes? ¿Que podía ser de todo menos un arma? Apostaba a que si le metía un trancazo en la cabeza con él opinaría de otra manera. Si no era un arma, ¿qué demonios era? Y lo más importante, ¿qué iba a hacer ahora que no tenía ninguna forma de destrozar el muro para acceder al territorio violáceo? Además, estaba el pequeño detalle de aquellos tres imbéciles, no tan imbéciles como creía, que habían abandonado astutamente el peor de todos los edificios para unirse a mí… ¿Cómo sabían entonces los efectivos de cada facción?

Suspiré, intentando exhalar la exasperación que la situación me provocaba. Pedí la pistola amablemente y comprobé que seguía cargada antes de volver a apuntarles.

-Voy a suponer, y espero por vuestro bien que tenga razón, que sabéis el número de efectivos que fue para cada bando, así como sus localizaciones y tal, porque eran cifras bastante simplonas y porque conocéis bien a cada general enemigo. Supondré también que vuestro jefe anterior se habrá anexionado, porque no le queda otra, a la facción amarilla… pero que no le hace ni puta gracia. ¿Por qué pienso esto? Porque el tío se ha encerrado en un antro aislado, rodeado de enemigos. ¿Me seguís? Bien. También supongo que habrán hecho las confirmaciones por teléfono, porque hasta mañana por la mañana… o hoy, que ya es tarde, no se fiará de que las cosas se hayan relajado un poco.  A nadie le gusta discutir las cosas en medio de una calle para que le tiroteen… Bueno, a mí sí, pero me ha salido bien- me resultaba algo difícil hablar cuando estaba pidiéndole por favor a las prostitutas de mi interior que usaran posavasos para un champagñe barato, el cual no sabía de dónde habían sacado, y que dejaran de poner los zapatos sobre mis muebles. Me froté las sienes-. Un momento…

En mis cómodas entrañas, aquellas zorras estaban prácticamente de fiesta, consumiendo mis velas para iluminarse como si fuera un infinito cumpleaños. No podía tolerarlo. Cogí la cubeta con hielo, innecesaria porque se pasaban la botella de unas a otras, y me acerqué a una de mis paredes, creando una oquedad cuadrada para enmarcar el cubo metálico.

-Señoritas…- el tono de interior parecía ser inútil-. ¡Señoritas!- exclamé, intentando reclamar su atención-. Creo que se han tomado mi hospitalidad como una… debilidad, y también creo que están teniendo una actitud irrespetuosa hacia mí, su anfitrión. Por ello, me veo forzado a informarles de que no hay forma de que salgan de aquí si yo así no lo deseo, y que… bueno- aplastaría lentamente el cubo avanzando mis paredes, derramando el frío contenido por el suelo-, no deben poner a prueba mi paciencia. Dicho esto, creo que podemos bajar un poco el tono, comportarnos, usar los posavasos proporcionados y hacer de este pagano jolgorio una bonita y tranquila velada. ¿Bien? ¿Todas de acuerdo? Genial- antes de desaparecer, sólo quedaba una última cosa que decir-. No dispongo de baño, estaría muy feo que orinaran o defecaran en mi casa, así que les pido que hagan un pequeño esfuerzo.

En la tangible realidad dejaría de frotarme las sienes, recuperando la compostura.

-Mis más sinceras disculpas, me había dado una pequeña migraña, pero ya me encuentro mejor- diría, excusándome- . Una vez me confirméis mi sospechas os pediré que le llaméis, diciendo que yo, Alphonse Capone, tiene una oferta mejor que ser un simple subordinado de la facción… Estoy un poco harto de referirme a ellas por colores, ya que parece que sabéis tanto de ellas podéis darme nombres, ¿no? Bueno, eso, que le prometo un territorio digno y defendible si saca a sus hombres del edificio y ataca a los rojos… referíos a ellos por el nombre de su líder,  que están atacando su futuro territorio como podemos escuchar por el ruido tras el muro. Hecho esto, llamaremos a los del territorio atacado para informarles, diciendo que así podrán unir fuerzas con esta peculiar alianza; tampoco les queda otra, parecen estar perdiendo. Obviamente se preguntarán que qué gano yo con esto, así como os lo estaréis preguntando ustedes. Es obvio, dispongo de un edificio de pisos que puede ser convertido en un eficiente y aislado prostíbulo, con cantidad de habitaciones para que las chicas trabajen, sólo le pido que entregue a todas y cada una de las muchachas para convertir mi territorio en el nuevo barrio rojo. Con esta acción barreremos a gran parte de los efectivos del bando carmesí, que parecen haber firmado una tregua, dado que no vemos ningún disparo hacia los “dorados”, haciendo fácilmente defendible un terreno que ya de por sí parecía construido como un fuerte. Ambos ganamos. Si quiere hablar conmigo podéis pasármelo, pero creo que se fiará más de ustedes a pesar de ser unos “traidores”; podéis decirle que simplemente habéis venido a verme para que se convierta en mi mano derecha o algo, o por ver si el edificio estaba vacío para él y que no tuvisteis otra opción, ya a vuestro rollo. Sólo quiero a las prostitutas, se puede quedar el resto, que no es poco.

Me estiraría, algo cansado, en aquel cómodo asiento de la parte de atrás del coche.

-Secretario, el mapa, por favor- le pediría al pobre muchacho-. Ya que disponemos de los números de den-den de los diversos locales, vamos a hacer unas cuantas llamaditas a los norteños, son pocos y no creo que anden muy dispuestos a hacer una alianza con los amarillos cuando, probablemente, la distante explosión, por el humo y tus bonitas actualizaciones del mapa, la hayan provocado ellos. Mírate, si estás hecho todo un artista, has hecho hasta las chispitas que ascienden por el humo, gran trabajo- le dije, levantándole el pulgar como señal de aprobación ¿De dónde demonios había sacado los lápices? ¿Aquí son todos magos o qué? Bueno, yo acababa de hacer desaparecer el contenido completo de un almacén…

-Cinco soldados ayudarán a nuestros nuevos aliados, si acceden a nuestro trato, claro, si no… ¿Alguien sabe trepar muros? Tenemos un coche para usar de improvisado escalón para facilitar el acceso al territorio.

Los tres renegados te miran con cara asustada, parece que tienen verdadero miedo en esos momentos, justo tras oír tus exigencias. El que más ha logrado sobreponerse al mismo te dice con voz tembloroso y casi susurrando que no tienen más información, la que le han proporcionado a tu secretario y que ahora se refleja en el mapa es lo más aproximado que pueden darte una vez han dejado de estar en aquella zona. Y mucha de ella son suposiciones. Lo que, si te puede decir con seguridad, es que los rojos y amarillos, que no sabe quién los dirige, están en tregua por la falta de tiroteo en la calle en la que estáis.

Las prostitutas te miran extrañadas pensando que necesidad tiene de posavasos si están desnudas, muy juntas unas de otras y pasándose la botella sin que toque el suelo. Además, la misma está casi acaba. Tu demostración de fuerza las achanta un poco, de hecho, alguna casi se mea allí mismo, aunque puede deberse a otras cosas. Una vez te vas, siguen con su diversión, aunque, a un volumen más bajo, al menos hasta que empiezan los gemidos.
El mismo que había hablado antes coge el aparato para llamar, peor nadie descuelga, prueba otra vez y nada. Los jefes no responden, eso solo puede significar una cosa, tacha el color del edificio y ponlo amarillo, nuestros jefes han palmado. No eran de los tipos que se rinden fácilmente y si no contestan……muertos o secuestrados, aunque lo segundo es más que improbable.

No tienes mucho para pensar en lo que te ha dicho, una explosión justo al otro lado del muro lanza fragmentos de piedras sobre vosotros, esta va seguida de unos cuantos disparos y gritos y luego nada, silencio. Es muy probable que los rojos ya dominen el sur completamente, de ser así, ya no tienen combates abiertos. Solo queda saber si incumplirán la tregua o tratan de hacer lo que tú quieres, saltar el muro para atacarte a ti. Tu secretario te comunica que los norteños no disponen de conexión, el local con el aparato fue a sido el destruido. o al menos parece pues al no dar tono y la dirección aproximada de la explosión es lo que parece.

Vas a tener que pensar rápido, ellos parece que si tiene explosivos.

¿Por qué no podía tener un poco de suerte por una maldita vez? Bueno, Vilencho había matado a Bell antes de que pudiera hacerme nada, me había librado del intento de asesinato en el restaurante y había gozado de una protección temporal de otro Don… a lo mejor se me había acabado para lo que quedaba de semana.

Respiré hondo, intentando poner en orden mis pensamientos para encontrarme con los cariñosos ruiditos en mi interior. Lo que me faltaba, tener una erección. ¿Qué les pasaba a esas prostitutas? ¡¿Cómo demonios se ponían a follar en esta situación?! ¡¿Es que estaban mal de la cabeza?! Y si… ¿Y si estaban mal de la cabeza? Hmm…

Salí del coche, bastante entusiasmado, quizás demasiado para un pantalón tan estrecho.

-Está bien, chicos, tengo un nuevo plan: nos rendimos.  Pero antes, y dado que la protección de Vilencho no va a ser infinita… Secretario, llama a la casa principal y diles que manden a un informador desarmado para proponer a los del prostíbulo que se unan a mi facción. No hay nadie más que les dé asilo dada la situación… Especifica que nuestro informante vaya desnudo o en calzoncillos, no quiero que haya lugar a dudas de que se trata de un trato justo. Hecho esto, vamos a llamar a las facciones enfrentadas, hay que parlamentar sobre cómo vamos a llevar el territorio- comuniqué, deambulando entre ellos pensativamente-. No, qué demonios… Vosotros tres, ya estáis yendo a contarles que propongo que cada facción nos especialicemos en un negocio para no pisarnos nada. Yo me quedo con las putas, otro con la creación de las drogas y el tercero con su distribución por los locales. Así todos contentos, cada uno a lo suyo, yo más independientemente, pero bueno, seguro que de vez en cuando quieren echar una caladita al aire, así que tendrán descuento. Si acceden, traedme al ganado desnudo y en filita para irlos metiendo en su nuevo corral, y más os vale no dejaros ninguno...  Si es que queréis ser los primeros en mi jerarquía- añadí, convirtiendo la amenaza en una grata promesa-.Estoy dispuesto a hablar con ellos por teléfono o con un emisario desarmado.

Les echaría una ojeada a todos, azuzándoles si era necesario con un par de palmadas para que dejaran de mirarme la entrepierna que había paseado frente a ellos.

Los líderes parecían ser bastante listos, y era bastante probable que aceptaran… porque en menos de una semana, cuando el efecto de los afrodisíacos se pasara y el mono atacara a las pobres criaturas, tendría que volver arrastrándome a ellos a por las drogas, cediéndoles mis negocios sin que hubiesen tenido que malgastar un sólo soldado. Vamos, yo aceptaría con esa pedazo de ventaja, era ganar territorio gratis.

Podría salirme rentable eso de hacerme el idiota lujurioso obsesionado con los cuerpos desnudos. Ya tenía esa fama entre mis hombres, y seguro que los tres cobardicas lo mencionaban recordando la perturbadora visión de mi miembro erecto.

-Soldados, para casita que hay que controlar el avance desde la azotea, ya que existe la posibilidad de que lancen un último ataque ahora que saben nuestra posición actual. Todos estamos cansados- Enemigos incluidos-, pero no hay que confiar que las negociaciones salgan bien- No con mi agotada suerte-. Les disuadiremos de esa idea con un bonito salpicón cerebral, cortesía de nuestro francotirador, si es que llega a hacer falta- entraría al coche de nuevo, sentándome para volver lo más rápidamente posible a mi hogar por el camino que acabábamos de recorrer.

Sólo necesitaba una pizquita de suerte, un pequeño empujoncito de la cansada Dama Fortuna para que todo saliera bien. Todo tenía su lógica, su relación de causalidad... no era como pedirle al azar que una bala rebotara treinta veces para acabar con el malo de turno.

Volvéis dirección a la mansión, pero algo va mal. En medio de la calle de entrada a la antigua casa de Bell yace el cadáver desnudo de uno de tus hombres, no de los de Vilencho. Por las ordenes que distes, debe ser el emisario que debía ver a la gente del norte, aunque la cosa no parece que terminara bien. Además de eso, se escuchan disparos provenientes de la calle del otro lado. Lo más seguro es que tus chicos y los grises se estén disparando. Cuando entras por el acceso casi sois recibidos con una lluvia de balas, menos mal que el que esta apostado es bastante avispado y os reconoce, aun así, el copiloto ha muerto por alguien que disparo antes de preguntar. La próxima vez deberías poner alguna contraseña o algo similar para evitar estos sucesos. Tu benefactor estará muy mosca por la perdida por fuego amigo de uno de sus hombres.

Te infirman de las luchas, no tenéis más bajas que el emisario, y los grises están contra dos bandos a la vez no tardaran en morir. Tu DDM suena, el Amarillo, al que llaman Don Hugh acepta tu oferta, mandará con el emisario todas las prostitutas. Añade también una amenaza, si se la juegas y te pilla fabricando sustancias acabara contigo sin miramientos. Antes de colgar añade un par de instrucciones para solucionar el problema que tenéis con Yin (el gris). La llamada del bando rojo, Don Wolben, no se hace esperar demasiado tras la de Hugh. No le importa quedarse con la distribución siempre y cuando los precios pactados para la compra al proveedor sean fijos y las tarifas de tus chicas a sus chicos sea mínima y fija también.

P.D: considera que los grises mueren este post si quieres, ninguno se rinde.
P.D 2: Puedes hacer cerradas con las negociaciones siempre y cuando se mantenga lo escrito arriba y sean cosas justas para los 3

Al llegar a la casa, cuando por fin pudimos entrar, necesité de un momento para recomponerme. Estaba preparado para la muerte, pero no estaba preparado para que me afectaran. ¿Por qué me importaban las vidas de aquellos mafiosos, traficantes de drogas y armas que no conocían lo que era el honor? Sencillo, porque habían muerto bajo mi liderazgo, y aunque no habría podido evitar una de sus muertes, la otra pesaba en mi corazón.

Los chicos me pasaron una llamada de Don Hugh, el patrón de la facción amarilla.

-Buenas noches, Don Capone- dijo, reverenciándome-. Deseaba comunicarle personalmente- Todo lo personalmente que podía hacer por teléfono-que acepto su oferta. Pero no todo va a ser un camino de rosas…Creo que entenderá que si el trato se rompe, le aniquilaremos sin dudarlo un instante. Como prueba de buena fe le comunicaré que mis hombres van a atacar el flanco izquierdo del local, así que si desea atacarles por la retaguardia, acabaremos rápido con el enemigo. Puede quedarse el local, si así lo desea, se encuentra en su territorio al fin y al cabo.

Asentí, saliendo de mi estupor y le di las gracias. Pronto, antes de que pudiera volver a cuestionar mi buen hacer de aquella noche, la siguiente llamada reclamó mi total atención.

-Buenas noches, Don Capone- repitió como el otro-. Soy Don Wolben, y quiero discutir los acuerdos. No me parece justo que al responsabilizarme de la distribución, poniendo mi pellejo en juego, obtenga tan poco- ¿De la distribución? ¿Tenía un maldito territorio que era un fuerte y no se encargaba de la producción y almacenaje? Ni Bell ni sus lugartenientes tenían dos dedos de frente-. Hablando claro: quiero una tarifa fija para mis hombres, rebajada del precio habitual, para cuando visitemos su local. Yo estaba pensando en un setenta por ciento del precio original, ¿qué le parece?

-Apropiado- dije, esforzándome por no reírme-, pero creo que tengo una oferta mejor. ¿Qué le parece si hacemos que sea un cincuenta por ciento y añade las obras de arte de los locales? Supongo que el almacén contendrá piezas con las que puedo decorar mi establecimiento, y ya sabe que mover las obras de arte sin un tasador fiable las hace casi imposibles de colocar…- tardaba en contestar-. A usted, por supuesto, le saldrán gratis las horas con las chicas, sé que no abusará de mi confianza.

-Trato hecho.

Los últimos guerreros del bando gris murieron vilmente en el fuego cruzado sin llegar a causar una sola baja a sus atacantes. Ahora tenía un local lleno de agujeros de bala, entendí el porqué no discutió para quedárselo. Las caravanas de rameras iban llegando, y las provenientes de la facción roja traían regalos en sus brazos.  Eran cincuenta en total, y veinte de ellas venían cargando diversas obras.

Ordené a mis hombres, a mi auténtico trío de dudosa fidelidad, que fuesen dirigiendo la mercancía hacia el almacén sin entrar, diciéndoles luego me aseguraría personalmente de que estaba todo. Obviamente, cuando entré, les pedí a las muchachas, aunque había también algún que otro chico, que repitieran las acciones que otras como ellas ya habían realizado anteriormente, para así volver a vaciar la estancia. Una vez saliera les diría a los tres imbéciles que guardaran la puerta, evitando que nadie la cruzara, que yo tenía otras cosas que hacer.

Respecto a los hombres de Vilencho, les di las gracias y mis más sinceras condolencias, confirmándoles que podrían llevarse las obras al día siguiente, una vez yo me hubiera marchado de aquella tierra maldita. Les aclararía que no tenía ningún interés en quedarme, y que su patrón podía quedarse con mi territorio en compensación por las dos muertes de aquel día, así como con mis hombres. Era un acto generoso, destinado principalmente a que no tuvieran que asegurarse si había robado algo del almacén; no debían de sospechar al haber dejado mi maleta fuera. Antes de marcharme al puerto para tomar un barco mañanero hacia la isla más cercana afiliada al gobierno mundial, preferentemente un cuartel marine, les pediría un den-den para mantener el contacto.

Una vez me embarcara, confiaba que aquella araña arcoíris no tardaría mucho en llamarme, o peor, en aparecer súbitamente en cubierta como había hecho al salvarme la vida. Decidí recluirme en mi camarote, intentando descansar mientras ponía un poco de orden en mi interior.

-Chicas, os he creado cuartos. Quedaos ahí y, por favor, mantenedlo todo limpio. Tenéis camas para dormir y mañana todo estará solucionado. Voy a sellar las puertas para que no haya fiestas de última hora ni algún otro acto lascivo que luego me vea obligado a limpiar…- las sellaría en habitaciones separadas, equipadas con una cama para que descansaran. Era el momento perfecto para contemplar momentáneamente las obras, averiguar qué había en aquella caja y, más importante, desatar a la puta que tenía que interrogar.

-Por un momento casi me olvido de ti- le dije, generando un martillo de la pared mientras volvía a esconder entre las paredes el último de los tesoros de otra época-. Casi. ¿Vas a decirme todo lo que sabes o voy a ir teniendo que romper cada uno de tus huesos? Ha sido un día largo, y créeme, no me queda paciencia que malgastar contigo.

Tienes bastantes obras y con las chicas ya a buen recaudo, bueno, mejor dicho, uniéndose a la fiesta dentro de ti, les dices a los hombres de Vilencho que estos es suyo. La verdad, no se fían un pelo de ti. Has hecho un trato con dos mafiosos para la repartición, has llenado un almacén de putas y mercancías, saben que lo de antes y las otras putas no están, sinceramente, no pinta nada, pero que nada bien. Aunque te dejan salir de allí en dirección al puerto.

Cuando llegas al puerto no tardas en sentir una mano en el hombro, el Don está a tu espalda y no parece tener una cara muy agradable. Mira el lado bueno, no te ha matado nada más verte.

-Mi querido chico, no me gusta la gente que me la intenta jugar. Aunque, te voy a reconocer algo, me ha sorprendido que seas capaz de ocultar tal cantidad de gente y objetos. ¿Cuál es tu secreto? Se que no han sido túneles, y ni siquiera entendías el escudo portátil asique mediante tecnología tampoco ha sido. ¿Alguna Akuma no mi quizás? -Esperaría tu respuesta, fuera cual fuera. Si no eres convincente te agarraría y lo retorcería haciendo presión en los huesos del hombro, algo muy doloroso. En cuanto quedara satisfecho continuaría. – Me dan igual tus motivos, quiero la mitad de las chicas y la caja. Has hecho un trato y debemos mantenerlo, las damas irán a trabajar al burdel de tu zona, que quedará dirigida por unos de los hombres que te di, sino vuelves, bueno, supongo que lo llamaré Don a él.

Una vez le dieras lo que te pide, te dejaría marchar. La puta de Bell, que supongo no se la darás a Vilencho, te cuenta lo poco que sabe, Bell era pésimo en la cama y no hacia negocios en el cuarto. Imagino que le preguntaras por Bill, a lo que te dirá algunos rumores, poco fundados, de que se encuentra en este mar, pero en que isla es un misterio.

Por un instante pensé que todo había salido bien, que pronto estaría a salvo descansando en mi cama, pero me equivocaba. Me equivoqué. Debía haber intentado otra aproximación, otra táctica para esconderme, como el irme hacia el prostíbulo gruyer mientras dejaba todas las obras menos la caja en el almacén. Ahora era demasiado tarde, y la fría garra de la muerte agarraba mi hombro.

No podía mirar hacia atrás, sabía que me quebraría, que todo en mí suplicaría por hacer un trato para salvar mi patética vida. Estoy sólo en este mundo, sólo y contra él. Respiré, intentando contener las lágrimas; no disponía de mucho tiempo, ni suerte.

-Don Vilencho, por favor, no me interrumpa- le pediría solemnemente-. Lo que tengo que decir es muy importante como para que me rompa el brazo- O algo peor- mientras lo digo…- volví a tomar aire-. Como comprenderá, no podía confiar en usted. No le conozco, no sé cuáles son sus intenciones, ni sé si es un hombre de honor o no. Cumpliré nuestro trato inicial, le daré las obras, todas y cada una de ellas,  y lo que haya en esa caja, pero no puedo entregarle esas vidas. Estas personas, que ya prácticamente han dejado de serlo, necesitan ayuda, una ayuda que pienso proporcionarles. Voy a llevármelas de aquí, voy a entregárselas a la marina o a alguna organización que pueda devolverles sus almas empapadas en drogas, lujuria y a saber qué torturas que han retorcido a esos pobres seres hasta ese punto. Como caballero le prometo que cumpliré mi trato con usted, una vez me asegure de que estén a salvo. Le he dado un territorio, la posibilidad de atacar a los restantes imbéciles que quedan de Bell, la oportunidad de expandirse… pero, repito, no puedo darle unas vidas que no me pertenecen, que no pertenecen a nadie. Tan sólo si hubiera en este grupo de personas gente que quisiera ejercer la profesión por propia voluntad o personas cuyos actos criminales sean tan horribles y cruentos que excusen el convertirlos en poco más que váteres vivientes, entonces, y sólo entonces, podría darle esas vidas.

Sentía como todos mis antepasados me miraban desde el más allá con desprecio. ¿Qué clase de Capone era?

Vilencho te deja hablar, al fin y al cabo, te necesita para saber dónde están las cosas y parece que es lo que vas a hacer. Cuando terminas, se da cuenta de que algo no va del todo bien, no parece que tengas las cosas escondidas en la isla y no llevas espacio suficiente encima como para llevar todos eso encima. Se queda unos momentos pensativos y luego se le ilumina la cara.

-Mis negocios no abarcan la prostitución como bien sabes, has sido tú el único que se ha metido en ese berenjenal con los tratos con los restos de la familia de Bell. De hecho, estoy seguro de que ni siquiera has preguntado a esas damas que llevas contigo si estaban en esos lugares por decisión o por obligación. Sí, ya he averiguado que fruta posees, ha sido complicado la verdad. – Espera a que hagas las oportunas preguntas, a pesar de que pareces muy reticente al principio. Cuando terminas diez de ellas te han dicho que lo hacían por diversión, pues son adictas al sexo por enfermedad y otras 5 que lo hacía por que es un dinero rápido y fácil y la protección de Bell a que no las pegaran hacia rentable el asunto. - Bien, dígales que salgan cada una de ellas con una obra de arte, menos la última que traerá la caja que me pertenece. - Cuando terminan de salir, portando cada una obra de arte y otra la caja. – Señorita abra la caja por favor. – La prostituta abre la caja de madera con algo de esfuerzo, de hecho, tarda un poco más de lo que el Don cree oportuno y se impacienta lo que se nota en la presión de tu brazo, aunque de momento está bien. Cuando por fin la abre, dentro podéis ver un martillo hecho en lo que parece acero de un tamaño considerable. – Ahh, bien, el martillo de Thor de Vlyss Uleh, una obra maestra de hace mucho, mucho tiempo. Ya puede irse señor Alphons, chicas a vuestro lugar de trabajo. No se olvide de darle instrucciones a sus hombres o se olvidaran de usted y de compartir los beneficios de su territorio. Y toma, para que no legues tardé, te lanza un reloj de bolsillo, guárdalo bien, era de uno de los chicos muertos.

Con eso te suelta, recogiendo el martillo como si de una tabla de madera se tratara y marchándose caminando y silbando hacía su casa. Tu coges el barco, hablas con la amiga de Bell y luego las entregas en el cuartel, donde se preguntan que hacer con ellas, aunque eso no te lo dicen a ti claramente.

FIN

Recompensas:

Pequeño territorio en la isla que otorga 500.000 al mes si se pasan a recoger o se reclaman a tus chicos.

3.000.000 en obras de arte

500.000 por la entrega de las putas

Título del “Enfermo de las putas” en el mundo del Ampa de la isla.

Sangre en café: Permite a Boss mantener la concentración incluso sin haber dormido durante un día como si hubiera descansado de forma normal. En combate se traduce en un x3 a reflejos debido a la gran cantidad de cafeína ingerida. Duración dos posts, reutilización, una vez al día.

13 NPC nivel 30 de los que te crearé ficha.

El reloj del caballero