Las misteriosas adivinanzas del saber (privado, pasado, agta y Hardo)

Durante el camino a la isla santuario, Agta y yo decidimos representar la historia ocurrida en la isla Baterilla, solo que en lugar de ser un cuentacuentos y un marine, seríamos un gimnasta acróbata conocido a nivel mundial por ser capaz de saltar un edificio y un agente del gobierno sometido a experimentos científicos para mejorar las habilidades físicas que era capaz de recibir cañonazos sin sentir el menor dolor, romper muros de piedra maciza de 1 metro de grosor de un cabezazo y levantar un barco si se lo proponía.

Nada más llegar, nos dirigimos a una taberna para que pudiera negociar con el tabernero mis servicios de cuentacuentos. Al principio, el dueño del local se mostró un poco reacio a llegar a ningún tipo de acuerdo, pero tras un poco de negociación llegamos al acuerdo que actuaría mínimo una vez al día a cambio de las comidas para mí y mi acompañante, siempre y cuando llenásemos el local, pero tendríamos que pagar el alojamiento. No se habló nada del tema de las propinas, que estaba seguro que me dejarían en mayor o medida (pues siempre lo hacían) así que decidí no comentar nada y quedármelas todas para mí. Agta estuvo de acuerdo con el trato, pues él solía pagar comidas y estancias allá donde iba, por lo que conseguir las comidas gratis le pareció estupendo. Creo que esa vez llegué a un buen acuerdo, cosa bastante rara en mí.

En el lugar, un habitante de la zona nos habló de unos maestros del saber que ofrecían recompensas a quien pudiera resolver sus acertijos y pudiera completar sus pruebas El tipo era un tanto contradictorio, su forma de moverse y hablar era muy jovial y enérgica, sus brazos parecían ser capaces de aguantar largas jornadas de duro trabajo y andaba más o menos erguido, sin embargo su aspecto físico era de una persona vieja. Se le marcaban ya algunas arrugas en torno a los ojos y la comisura de los labios. El color del pelo era grisáceo tanto el cabello, que llevaba recogido en una coleta no demasiado larga, como el facial. El bigote era largo y fino, que le colgaba hasta más abajo del mentón, las cejas muy pobladas y largas que terminaban en punta a la altura de la nariz, y los ojos los tenía entrecerrados, no porque hiciese mucho Sol, si no igual que lo haría una persona de edad avanzada. El individuo poseía una sonrisa simpática y afectuosa, que unido al resto de sus rasgos faciales, le otorgaban un aire de señorialidad y fragilidad si permanecía inmóvil, pues al menor gesto que hacía desmentía por completo que se tratase de un anciano. Tras despedir a nuestro informador, Agta me dijo:

- Hardo, amigo, que te parece si intentamos resolver los acertijos y descubrimos que es el premio. Además es posible que de esto pueda salir otra historia, o nos cuenten alguna esos maestros del saber.

- ¿Qué que me parece? Que estamos tardando en encontrar a esos sabios.

Decidimos separarnos para recoger información más rápido y abarcar más terreno. Me dirigí hacia la zona oeste de la isla preguntando a todos los que iba viendo. Mi ropa llamaba mucho la atención y la gente se quedaba mirándome conforme iba andando. Generalmente cuando preguntaba a una persona, se acercaban cuatro o cinco a curiosear. En alguna ocasión tuve que pedir que hablasen de uno en uno para poder escuchar a todos. Más o menos todos me decían lo mismo: que los ancianos buscaban a las personas y que nadie había conseguido superar jamás sus acertijos y pruebas, que era un ingenuo si pensaba que podría resolverlos. Antes de despedirme, siempre informaba que era un cuentacuentos y que actuaría esa noche en la posada, que estaban todos invitados a venir y pasar una agradable velada.

Decidido a encontrar a alguien que pudiera darme información útil seguí buscando. Se me ocurrió preguntar si había una biblioteca, quizás allí pudiera encontrar algo de información útil. Me acerqué a una mujer que pasaba por la calle. La mujer era de estatura media, pelo castaño recogido en un moño y delgaducha. La cara la tenía alargada con un mentón bastante afilado y unas orejas redondas que destacaban bastante, pues las tenía hacia afuera y al tener el pelo recogido se veían bastante. Los ojos los tenía bastante separados de la naríz, afilada, y eran negros.

- Disculpe señora, ¿podría decirme... ¡Eh, señora! No. Espere, ¡espere!.

Al parecer la mujer era bastante tímida y creyó que la estaba invitando a participar en algún espectáculo y al sentir vergüenza de salir en público se fue corriendo en la otra dirección. Proseguí mis búsqueda y no tardé demasiado en encontrar algo útil.

- Buenos días caballero. ¿Me disculparía un momento? Estoy buscando información sobre los sabios del pueblo.

- Buenos días jovencito. ¿Qué quieres saber exactamente?

- Cómo encontrarlos, qué tipo de pruebas hacen, etc. Acabo de llegar con un amigo y un hombre nos habló sobre ellos. El hombre era de pelo gris, y un tanto contradictorio. Parecía mayor de aspecto pero muy joven de actitud y movimientos. ¿Lo conoce?

- En cuanto a cómo encontrarlos... no sé de nadie que lo haya hecho. Vienen muchos tipos como vosotros preguntando por ellos, pero aún no se de nadie que o haya conseguido. Te diré que la única forma de encontrarlos es ser digno de su atención o al menos eso es lo que dice la leyenda. El hombre que me describes debe ser un forastero en busca de la recompensa, pues conozco a cada habitante de esta región y ninguno se corresponde a esa descripción.

- Qué raro, creo recordar que ese hombre era lugareño de aquí. Me pareció ver como entraba en una casa...

- Muchas gracias por su atención, caballero. Esta noche actuaré en la posada. Está invitado a venir y pasar una agradable velada. No se arrepentirá, se lo aseguro.

Pregunté a un par de personas más de camino a la posada, ya se estaba haciendo tarde, acerca de los sabios y de aquel hombre misterioso. No obtuve nada nuevo sobre los sabios, sin embargo una anciana que estaba sentada en la puerta de una casa debió de oírme preguntar por él, porque al despedir al lugareño me dijo:

- Ese hombre por el qué preguntas, vivió hace mucho tiempo jovencito. Más o menos cuando yo era niña. Vivía en la calle de la entrada del pueblo, en la tercera casa. Dejó el pueblo hace años. Me cuesta creer que siga vivo, supongo que después de sus viajes se quedaría por aquí cerca sin llegar a aparecer de nuevo por el pueblo. En cuanto a los sabios, te diré que nadie ha conseguido pasar sus pruebas. Más que encontrarlos ellos a vosotros, son ellos los que acuden a vosotros y solo si os consideran dignos de su atención. No sé porque voy a contarte esto pero... cuando yo era adolescente, más o menos tendría tu edad, vino un hombre en busca de los sabios. Ese hombre me resultó extraño y lo seguí durante un tiempo. Resulta que sí encontró a los sabios. ¿Cómo los encontró? Bien, cuando llegó al pueblo un hombre, el hombre que tú describes, le dijo exactamente lo mismo que a tí. Sé que los encontró porque poco después me descubrió espiándolo y le ayudé con los acertijos y pruebas. Se fue a los pocos días sin dar demasiadas explicaciones, cabizbajo. Deduje que no había pasado la prueba.

No bien salí de mi asombro por lo que me había contado, me fijé en ella por si tenía que volver a preguntarle poder identificarla. La mujer  estaba sentada en una silla tapada por mantas, tenía el rostro arrugado y ojos grandes y muy abiertos, raro para su edad, pero lo que más me llamó la atención fue el color verde oscuro de su pelo.

- Muchísimas gracias por la información, señora. Ha sido un placer hablar con usted. Por cierto, esta noche actuaré en la posada, si viene le invitaré a lo que pida por la información. Será agradable, espero que acuda gran parte del pueblo. ¡Espero verla por allí!

Tras esta revelación me fui a la posada a preparar mi espectáculo y a esperar a Agta para contarle lo que había ocurrido y que él me contase sus noticias.

La gente había corrido la voz de que un cuentacuentos forastero había llegado al pueblo e iba a actuar en la posada. Todavía no había oscurecido del todo, pero la actividad de las calles era escasa. Al parecer todo el mundo dejó sus quehaceres más temprano de la cuenta, para poder venir a ver mi espectáculo y quien no, estaba recogiendo para volver a casa después de una jornada de trabajo. Desde mitad de la calle ya se podía escuchar el alboroto que había dentro de la posada.

Entré en la posada. Estaba repleta. No quedaba ni una silla libre. El dueño tuvo que sacar algunas sillas rotas que tenía en la bodega y calzarlas con algún taco de madera o apoyarlas contra la pared para poder dar asiento a más gente. Al verme, los lugareños aplaudieron como si la demora hubiese estado prevista y fuese parte del espectáculo. Recorrí el salón con la mirada en busca de Agta. No sabía que tal le había ido el día. Pude verlo apoyado en la barra con una jarra en la mano. Me acerqué a la barra para hablar con él, pero debido a la impaciencia de que iba a ser mi público, decidí esperar para poner a Agta al corriente y que él me contase sus noticias.

- Una jarra de cerveza de cebada. - Pedí.

El dueño del local me la sirvió casi al momento, dejando de lado al resto de la clientela, que no dijo nada al respecto, pues sabían que cuanto antes me sirviese y tomase un trago para refrescar el gaznate, antes daría comienzo la función.

- Mejor será que hablemos después, de lo contrario tendríamos una revuelta. Le dije a Agta riéndome casi a carcajadas, sabiendo que en bien podrían esperar un rato más sin problemas y que en caso de una revuelta, Agta se encargaría de todo. Pero más valía no hacer esperar a la gente, porque un público contento es un público generoso.

Como de costumbre pedí que me hiciesen un hueco en medio. Nada más comenzar la actuación pedí que preparasen alguna diana o cualquier cosa vieja en la pared, pero que pusieran algún taco de madera o corcho debajo para no dañar la pared. Conté nuestra historia contra los piratas, pero con los cambios que acordamos durante el viaje a Takenuma. Fue todo un éxito. No pararon de preguntarme qué tipo de experimentos habían realizado con el marine, qué tipo de entrenamiento seguía el atleta y mil cosas más. Yo me limité a responder que eso eran historias para otro día. Comencé con los malabares. Como de costumbre al principio no se asombraron, pero poco a poco iban sucumbiendo al asombro al verme hacer movimiento cada vez más complicados. Pedí que me dejasen libre más espacio. Pronto, como si de una orden se tratase, todos liberaron casi todo el salón apelotonándose en las paredes, la barra y algunos incluso salieron y miraron por la ventana. comencé a dar volteretas y saltos mientras lanzaba las dagas al aire. Pedí que me lanzasen un vaso y lo incorporé al círculo. Para finalizar fingí que se me caían las dagas, pero antes de que tocasen el suelo las agarraba y lanzaba a la pared, al objetivo que me pusieron. El dibujo esta vez fue una sonrisa.

Se hizo el silencio durante unos segundos. Todos estaban boquiabiertos. La sonrisa, no demasiado grande, sostenía el vaso que me habían pasado entre tres dagas. El vaso estaba algo inclinado, pero no llegó a caer, por poco.

Entre aplausos y vítores me retiré a la barra y pedí otra jarra de cerveza. Cuando la gente comenzó a marcharse y dejó de felicitarme o de querer invitarme, puse al día a Agta sobre lo descubierto durante el día. Intentaba despachar rápidamente a la gente que venía a felicitarme, mientras estaba hablando con Agta, sin embargo cuando tenían la intención de compensarme económicamente el buen rato, les dedicaba toda la atención que merecían. Como bien supuse antes de comenzar, un público contento es un público generoso.
Finalmente, cuando la mayoría de los parroquianos se hubieron ido o ya habían pasado a hablar conmigo pude terminar de contarle a Agta mi encuentro con la mujer de pelo verde oscuro.

Después de poner al día a mi nuevo compañero de aventuras sobre lo ocurrido por la tarde, él me contó que la jovencita con la que había estado durante mi actuación tenía que cuidar de su abuela, que al parecer era la misma anciana que había visto yo por la tarde. La chica era joven y apuesta de pelo castaño y ojos verde esmeralda, buen cuerpo y largas piernas y vestía una camiseta azul con un escote que no enseñaba nada, pero era muy sugerente y daba pie a dejar volar la imaginación pues permitía ver desde el cuello hasta antes del canalillo. Llevaba una falta ajustada en la cintura que se ensanchaba en la parte distal, permitiendo el vuelo de la falda al girarse.

Muy bonita. Tiene buen gusto el marinerito.

Al parecer estábamos invitados a ir por la mañana con ella y su abuela a su pase matutino y a la ofrenda al templo más cercano, lo que podía ser una experiencia única para aprender algo sobre la isla, y sobre los sabios.

- Es muy guapa. Veo que eres igual de rápido en conquistar a chicas guapas que en liquidar piratas... Le dije riendo.

Estuvimos dándole vueltas a que podría ser lo que teníamos que tener para que los sabios nos encontrasen o cómo podríamos encontrarlos nosotros a ellos, a pesar de que nos hubiesen dicho que no podíamos. Después de esto, Agta se marchó de la posada. No supe muy bien hacia donde se dirigía, pero llegó más tarde de lo que yo me fui a la cama. Tras haberse ido, yo me quedé haciendo un rato de trilero y contando algunos chistes a los que quedaban. Finalmente acabé yéndome a la cama.

Subí a mi habitación, me desmaquillé, me puse el pijama y me acosté. A la mañana siguiente me levanté cuando el Sol estaba saliendo, bajé al comedor y vi a Agta terminando de desayunar.

Empiezo a pensar que es él quien saca el Sol, no es posible que se levante siempre antes que yo por muy pronto que me levante. En fin... supongo que será la costumbre del cuartel. ¡Con lo agustito que se está durmiendo!

Pedí el desayuno y le pregunté a Agta cual era el plan a seguir durante esa mañana.