¿Traes nubarrones o cielo azul, brujita? [Moderado Brianna]

Una nube, otra nube, otra más... ¡Ah, y una cuarta! Vuelves a tu consciencia con esa misma imagen, sin saber muy bien qué estas haciendo ni dónde. Y no es que estuvieras precisamente desmayada, no, nada más lejos de la realidad, sino que tu mente había comenzado a volar, traviesa y libre. Te encuentras apoyada con los codos sobre la baranda del barco, mirando al cielo que, poco a poco, empieza a dejarte entrever alguna estrella o punto blanco. Es raro en ti no estar haciendo nada, pero la brisa y el oleaje que te mece te dan una sensación de comodidad completamente sorprendente.

Si tratas de recordar la razón de tu estadía en ese barco, comenzarás a darle forma a la situación que te ha arrastrado a todo esto: se te fue prometido un filón de dinero en la isla a la que te diriges. A pesar de haberte dado razones de peso, lo habían llevado a cabo casi como un secuestro, ya que te habían terminado tomando del brazo y casi llevando a rastras, algo a lo que tú tampoco pusiste demasiada resistencia. ¿Cómo ibas a obtener ese dinero que ya te abultaba tanto en el bolsillo sin siquiera tenerlo aún? Bueno, habían encontrado la oportunidad de que te presentases a dar un concierto en English Garden, rodeada de ricachones, lugar donde te caerían fajos de billetes por montones. Y tú, quizás algo ingenua, ahora te encontrabas en la proa de un barco mercante, rodeada de hombres y mujeres que, aunque amables y educados, no dejaban de ver en ti el símbolo del berry.

Para cuando puedes atisbar el puerto a la lejanía, o lo que es Greyhafen, esas puertas gigantescas que guardan la ciudad, los tripulantes del barco ya están dando vueltas, recogiendo unas cosas y soltando otras en proa. Parece que no es su primera vez en aquel lugar, o al menos sus gestos indican que tienen experiencia, ya que tampoco sueltan ningún comentario de sorpresa por lo imponente de la construcción a la que se dirigen. Sin prisa pero sin pausa, la embarcación termina por alcanzar la costa y, tras pasar un control rutinario, termina atracando. Como si de un fuego que invade el barco se tratase, los mercaderes comienzan a bajar cajas, una tras de otra, de forma increíblemente sincronizada y eficiente, ignorando tu presencia por completo. Si te movieras, tampoco se darían cuenta.

Para cuando terminan de descargar la mitad de lo que ellos ven necesario, uno de ellos, un chaval joven y jovial, te echaría cuentas -si no te habías alejado ya- y comenzaría a hablarte con una voz algo aguda:

-Bueno, ya te hemos traído aquí... Te aconsejaría que buscases ya un hotel, porque lo nuestro va para largo. Tres o cuatro horas hablando con aduanas y más blablablá que seguro que no te interesa. -Se acaricia la nuca instintivamente, mientras que su sonrisa asoma vergüenza- No te preocupes por el precio, seguramente seamos capaces de hacer que el señorito le pague la estancia a posteri-- -Entonces escucharía su nombre en forma de grito, y correría a seguir ayudando.

Te ves libre pues en mitad de una ciudad que no conoces, en el puerto, que constituye la zona sur de la isla. Podrías ir a un hotel, eso está claro, de la calidad que quieras, dar una vuelta por la ciudad, hacer amigos o cualquier cosa que se le ocurra a tu cabecita loca.

Anotación:

Tras aprovechar de forma bastante decente y útil el tiempo, terminas nuevamente en tu habitación de tu hotel que, aunque no parecía especialmente caro, sí que tenía un aspecto decente, tanto exterior como interior. De esa forma, entras a la ducha y, aprovechando la bañera blanca, impoluta y elegante, que te ofrece el propio hotel, te comienzas a dar un relajante baño mientras que el narrador aparta la mirada para no ver nada que no deba. Antes de que puedas hacer nada, escuchas un gigantesco estruendo en el vestíbulo que hacía escasos minutos habías caminado, o al menos parece que proviene de allí. No parece que tal y como estás —aunque estuvieras en cualquier otro estado tampoco— sirvas de mucho para una situación de batalla, si es así, pero no es que estés escuchando tampoco ninguna pelea. ¿No llegan los sonidos hasta tu habitación, por insonorización, o es que realmente no hay nada allí abajo?

Si decidieses bajar, a pesar del tiempo que pudieras tardar en prepararte, verías un escenario bastante extraño: en el vestíbulo del hotel, ante las miradas aterradas y confusas del propio staff del edificio, hay un señor de cerca de cuarenta años, corpulento, moreno, con frondosa barba y largo pelo, sangrando superficialmente por heridas en brazos y cara. Pero, si eso no fuera suficiente para convertir la noche en una rara, está gritando cosas que, a pesar de que parecen tener sentido en su cabeza, no llega a vocalizar lo suficiente como para que te enteres, dándole un tono muy demencial y terrorífico a la escena. Todo esto mientras sujeta a otro chico, este más joven, como de tu edad, que parece ser su misma versión pero retrasada en el tiempo. Este último está inconsciente, con una herida en la cabeza que parece bastante aterradora desde lejos y que, con mis nulos conocimientos de medicina, diría que puede matarle en no mucho tiempo. Parece que nadie se va a acercar a socorrerles ni a enfrentarse hasta que ellos den un primer paso, que tampoco tiene pinta de llegar pronto.

Si por el contrario te quedas en tu habitación, simplemente dormirás —o no— una noche casi del tirón, sin más inconvenientes.

Al verte llegar al hall, el hombre se queda embobado durante unos segundos, pausando ese lapso de tiempo lo que parece ser su griterío. Tras eso, irremediablemente, comienza nuevamente a provocar el estruendo que ya venías anticipando desde el camino, intensificándose cada vez que das un paso. Cuando das un paso hacia él, acortando la distancia que está manteniendo el resto de los trabajadores con el susodicho, parece enseñarte los dientes como una primitiva bestia, pegando al chaval más contra su pecho y haciendo que caigan gotas de sangre. Te gruñe con una voz que, tras ser forzada durante este rato, comienza a sonar ronca y a desvanecerse.

Ante tu comando, un único trabajador, el señor más mayor, comienza a correr hacia la que, por pura memoria y casualidad, cree que es tu habitación, desapareciendo en el momento. Mientras, tú te diriges a ellos y, tras escuchar tu voz, el mayor parece volver a tener raciocinio y se le escapa un suspiro, acompañado de unas lágrimas que recorren de forma copiosa sus mejillas. Cualquiera diría que, tras el momento de furia y enajenación, ha vuelto en sí y es consciente de todo lo que ha sucedido durante ese rato. Entonces, mirándote, asiente y se arrodilla desde su posición, dejando al chico en el suelo con una suavidad extrema y alejándose unos cuatro o cinco pasos.

En ese preciso instante, el mismo currante que había desaparecido vuelve a escena, cargando el maletín que tú habías pedido y con una voz algo ahogada grita:

— ¡M-Me he tenido que cargar la puerta p-pero creo que es esto! — Tiene que hacer pausas para respirar, y se le ve tan fatigado que lo mismo tienes ahora un segundo paciente. Aun así, se las apaña para caminar hasta ti y darte tu material de trabajo. — T-Tome, señorita…

Además, se escucha ahora griterío desde la recepción del hotel, donde pagaste por tu habitación. Si eres capaz de agudizar el oído a la vez que te concentras en el tratamiento del chico —algo de lo que no sé si serás capaz y dejo a tu decisión esta vez— podrías oír cómo están realizando una llamada, con un tono muy alarmado, que consiste únicamente en un reporte de la situación y la dirección en la que os encontráis.

Sorprendentemente, todo sale a pedir de boca, sin más complicaciones que las evidentes. Logras acercarte y suturar la herida sin problemas, todo con la inestimable ayuda de uno de los botones del hotel, más joven que el primero que, aunque inicialmente se muestra reticente a seguir órdenes, termina por ofrecer su socorro tras recibir una mirada fulminante por parte del más mayor. Sujeta la gasa sorprendentemente bien y, al marcharse para ir a por las bolsas de sangre, puedes notar, sin demasiada concentración, cómo el señor mayor se te acerca para ofrecer su ayuda, cosa que no te hace falta, mientras que el resto de encargados del hotel mantienen esa distancia de seguridad durante todo este rato.

Para cuando vuelve el chaval con la tan deseada sangre, el panorama no ha cambiado nada, al menos no a grandes rasgos, porque el chico ya tiene la zona desinfectada. Con la maestría de la experiencia, le pones una vía y, al poco tiempo, parece retomar el color y la mueca de dolor de su cara parece atenuarse, aunque de una forma casi imperceptible. Ahora que pareces tener un poco de tiempo libre mientras la vía hace su propio trabajo, eres capaz de pensar acerca de la conversación que han estado manteniendo en recepción, la cual parece seguir todavía en marcha, a juzgar por el teléfono que sujeta la dependienta que te atendió en su momento. Ahora que tienes un poco más concentración libre, escuchas palabras más concretas, como pueden ser ‘’marine’’ o ‘’estamos esperando’’, algo que da suficientes pistas de lo que parece que está por suceder.

Mientras, el otro hombre que estaba menos herido se toma algo de confianzas con la que parece ser la doctora de la sala y se te acerca, muy lentamente y con gesto inofensivo, parece que con intenciones de que le ayudes un poco a tratar las heridas superficiales que tiene.

Traen al momento los analgésicos que pides y te los dejan al lado, con cierto recelo de acercarse a ti o a los dos hombres que hay enfrente. Con una pasividad y tranquilidad extraordinarias en un hombre que ha aparecido en primera instancia balbuceando cosas sin sentido y amenazando a la gente, se deja realizar todos y cada uno de los procedimientos que puedas hacerle, aun dejando escapar algunas muecas de dolor o suspiros, sin tratar de intervenir en tu oficio.

En el caso del chico herido, no parece que vaya a recaer ni necesitar más ayuda aparte de cuidados comunes, así que cualquiera diría que la situación se ha resuelto de la mejor forma y sin problemas añadidos.

Para cuando te puedes dar cuenta, un sonido de ruedas y herraduras que se están peleando con el asfalto de la calle está acortando distancias con la puerta del hotel y, en cuestión de un cuarto de minuto está en la puerta: un carromato, tirado por sus dos pertinentes caballos de raza, se ha estacionado en la puerta. De él comienzan a bajar un total de cuatro marines, siendo tres de ellos sargentos —a juzgar por sus ropas y de la forma en que se presentan al staff— y el último, de figura más imponente, es un teniente. No tienen rasgos destacables más allá de su uniforme y de que el que ocupa el rango más alto lleva unas gafas de sol por la noche, así que no vale la pena prestarle atención a sus aspectos, sino a sus acciones. Tras las presentaciones debidas, bastante rápidas, se acerca el teniente a ti y al hombre, el cual no tarda en adoptar una postura de pelea, estática. Parece estar preparado para dar batalla aún en su estado, pero por la cara del marine, eres consciente de que no puede existir un enfrentamiento real; demasiado desigualado.

— Señorita, si es tan amable, la marina se hará cargo de estos dos salvajes a partir de este punto. Le agradezco su trabajo y ayuda, cuenta con toda mi gratitud. — Trata de forzar una sonrisa en su cara, pero parece que no le sale del todo bien. — Si me disculpa… — Se acerca esta vez más, forzando una respuesta en el hombre herido, que se lanza a darle un puñetazo. Por sus movimientos sabes que no está muy seguro de lo que hace, ya que su postura tiembla, pero parece decidido a defenderse en aquel caso, a lo que el encargado del orden realiza un esquive y golpea la nuca, dejándolo inconsciente y haciendo que caiga, sin más freno que el mismo suelo. Así, se le abren un par de heridas nuevamente, manchando las losas del líquido carmesí, y el teniente se agacha a recoger ambos cuerpos, uno con cada mano.

A menos que te veas decidida a pararle los pies antes de que se marche, hará eso mismo y dejará el vestíbulo con un ambiente enrarecido, pero más agradable para los trabajadores, que empezarán a esbozar sonrisas tímidas que se desvanecen al mirarlas tú. Así, te quedarías sola allí, como cuando llegaste, pero con sangre por todos lados y tu maletín al lado.

Tras escuchar tu primera frase, el teniente se te queda mirando, clavando sus ojos fijamente en los tuyos, dejando ver una escena bastante tensa para el resto de las personas allí presentes. Parece una guerra de miradas que, para cualquier persona normal, sería una derrota completamente automática. En cambio, tú puedes sentir algo de miedo y te obliga a dudar de si has hecho bien, todo culpa de lo intimidante que resulta ese hombre aun con ese rango que no es tampoco tan alto. Aun así, tú consigues seguir hablando y él, como una persona con ciertos modales, se para a escucharte, sujetando a cada uno de los hombres con un brazo, sin hacer ni un movimiento ni alterando su postura. Para cuando has terminado, asiente de una forma bastante descarada, exagerando el gesto, y comienza a hablar:

— Bueno, viendo que sabes decir más de tres palabras seguidas, dudo que estés relacionada con ellos. Si quieres ayudarlos realmente, pues supongo que te debería dejar, ¿no? — Parece que mientras más tiempo se tire dentro del hotel, más se van a ir desvaneciendo las formalidades. — No tenemos médico, no, así que adelante, acompáñanos, que no quiero tener que lavar luego el carromato porque esté lleno de sangre… — Hace una clara mueca de asco, y esta sí que no se nota forzada.

Te hace un gesto para que tomes el maletín y los sigas, dándose la vuelta y comenzándose a subir a la parte trasera del carromato. Deja entonces, con extremada suavidad mientras te mira, los dos cuerpos en el lado contrario de la carroza, en los asientos más alejados de los caballos, y mira a sus hombres.

— Bueno, son dos y nos acompaña una señorita, así que vamos a estar faltos de espacio. — Una sonrisa burlona se le escapa — Jugad a algo para ver qué dos os quedáis aquí. Además, tenéis que hacer el informe y esas cosas, supongo. — Está disfrutando con la putada que les está haciendo. Te señala pues el espacio libre que está guardado para ti, a su lado. — Ponte cómoda, chiquilla. — Rebusca un poco en el bolsillo, sin apartar sus ojos de los tuyos e, independientemente de dónde estés, saca la mano y te ofrece una caja con regalices negros. ¿Le vas a negar el ofrecimiento?

Terminas el tratamiento del hombre nuevamente, que se queda tirado en el carromato, de una forma ciertamente no parece cómoda. Pero qué coño, está inconsciente, dudo que ahora mismo esa sea una prioridad. Si miras al exterior del carromato puedes ver como los marines se ponen a jugar al Piedra, Papel o Tijeras, quedando un único ganador que, haciéndoles la peseta a modo de broma —o no— se sube al carromato, a tu otro lado. Ahora estás rodeada de dos hombres, fornidos y entrenados, y delante tienes a otros dos manchados de sangre e inconscientes, pero también musculados. Si te fijas ahora en las ropas de los últimos, están lo suficientemente desgarradas como para que no te hayan resultado un inconveniente a la hora de trabajar, pero puedes ver, si juntas los jirones, que se trata de una vestimenta bastante poco común. No es precisamente la indumentaria a la que ya estás acostumbrada en esa isla, que podrías definir como elegante e incluso un poco chapada a la antigua, sino que esta sí que te lleva al pasado, y a lo grande. Es un poco extraña, quizás hasta la podríamos definir como prehistórica, pero el hecho de que esté en tan mal estado no ayuda a mejorar esta idea.

Al ofrecerte el regaliz, lo tomas y te lo metes en la boca, disfrutando del sabor tan característico que tiene, ni más ni menos. Así, se va deshaciendo en tus papilas lentamente, mientras escuchas como el teniente suelta un chiflido a tu lado que te ensordece, y el carromato comienza a seguir con su camino. El choque de las ruedas contra el asfalto irregular, sumado al ritmo algo desperfecto que llevan los caballos al andar, logran que el trayecto no sea para nada cómodo, moviéndose todo el rato de arriba abajo. Para ti es un camino que no es precisamente disfrutable, ya que no es fácil fijarse en lo que te rodea y el vaivén te obliga a chocarte continuamente con los brazos de tus acompañantes, pero el chico herido parece que lo va a sufrir aún más, ya que su cabeza no para de moverse de un lado a otro.

Tras un camino que no parece haber supuesto ningún problema para los marines —quizás porque ya están acostumbrados a ello—, llegas a ver como la base policial en la que ellos trabajan se impone ante ti. Al parecer no hay una organización de marines propiamente dicha en la isla, pero sí unas fuerzas del orden que aprecian la ayuda de estos marines para, en conjunto, proteger toda la isla. El edifico no es precisamente pequeño, como todo lo que ocupa la isla, y puedes ver cómo, a través de las diferencias en los colores y las columnas, se organiza en partes muy bien diferenciadas. Tú, junto a todo el carromato, te diriges hacia el de la esquina derecha que, a juzgar por la cruz que tiene en la entrada, es o la iglesia o la enfermería.

En cuanto se paran los caballos, se comienza a bajar el teniente que, con unos modales que no parece haber tenido en ningún momento, te ofrece la mano para descender cómodamente. Entonces, toma ambos cuerpos y los baja, llevándolos como si de bolsas de patatas se tratasen. Si sigues al señor, entrarás a la enfermería que, ya desde fuera, consta de un ambiente muy ruidoso a pesar de ser ya bien entrada la noche: como si se tratase de un hormiguero muy mal sincronizado, los trabajadores corren de aquí para allá, tratando a los enfermos que ocupan las camillas, siendo estos casi una veintena. ¿Tanto revuelo en una isla tan pequeña? Además, algunos tienen extremidades mutiladas, otros daños en la cabeza. ¿Qué demonios ha pasado allí? Tanto estrés hay por allí que ni se fijan en tu presencia ni en la de los hombres que te siguen que, haciendo lo mismo con el resto, se van hasta un par de camas libres y dejan a los dos heridos.

— Bueno, ahí los tienes. Como ves, vamos faltos de plantel así que te agradezco… te agradecemos la ayuda. — Su tono es más bien indiferente y, tal que así, sin decir nada más, se marcha por donde ha venido junto al otro hombre, suspirando.

A partir de aquí, te ves libre para hacer lo que gustes ya que, si vas a pedir equipamiento, seguramente te lo den, sin llegarse a preguntar quién eres tú ni que haces allí. Además, hay un asiento realmente cómodo al lado de ambos, para poder sentarte y esperar, todo junto a un revistero bastante completito.

Curiosamente, encuentras esa bata sin dueño, que además, aunque te queda un poco grande, te hace el apaño por el momento. Mientras te la pones, te das cuenta de que tiene un maravilloso olor a suavizante de fresa, que no es nada importante para la trama, pero es un bonito detalle. Cuando vas a ver a tus pacientes, siguen ahí, en el mismo estado en el que los dejaste, aunque sería raro que se hubieran movido o cualquier otra cosa.

Cuando vas al centro de todo el meollo y preguntas a una de las enfermeras que va por allí como pollo sin cabeza, esta se para, visiblemente incómoda de estar quieta tras tanto tiempo trabajando. Su culo le dice que se mueva, pero parece ser educada y se sentiría mal ignorándote, así que te contesta con mucha velocidad:

— Hoy se libró una batalla en Voidland, porque al parecer estaban amenazando con atacar la ciudad. — No había tardado ni dos segundos en decir toda la frase. — Mandaron tropas, pelearon y así han terminado, aunque me han dicho que el enemigo está mucho peor. Superioridad de ejércitos. — En cuanto dice esas últimas tres palabras, desaparece a toda velocidad, encargándose de un enfermo cualquiera.

Para cuando termina la conversación, ya te has hecho una impoluta y perfecta coleta, y te lanzas a ayudar a organizar todo el cotarro que tienen montado, pero parece que tienes poco éxito. Aunque se paran a mirarte cuando les hablas, y se nota que te escuchan, simplemente siguen su camino al terminar, volviendo a causar el mismo caos que antes. Al menos ahora tienes acceso a equipamiento clínico real, pero con todo aquel desorden no parece que vayas a tener la oportunidad de hacer nada eficiente ni real con él. ¿Vas a seguir con tu táctica?

Aquel canturreo despreocupado, igual que el de un domador profesional, logra amansar a las fieras que tienes por compañeros de profesión que, aunque no dejan de moverse, se encuentran mirándote fijamente y atentos a la melodía. El ambiente de nervios y tensión, aunque sigue presente en cierta medida, se atenúa lo suficiente como para que vuelvan a estar en sus cabales y, en un momento dado, se paran unos cuantos a mirar alrededor. Estaban tan abstraídos en su trabajo que, en cuanto se han distraído contigo durante un segundo, han perdido la pista de lo que estaban haciendo. Tú, como buena profesional, comienzas a dar indicaciones a aquellos despistados que, algo encantados por tu tono de voz, te hacen caso al instante. De igual forma, los pocos que seguían haciendo su trabajo, al ver que hay un supervisor que logra restaurar un poco el orden en todo el lugar, se dirigen hacia ti para no molestar a los primeros y que sincronices finalmente toda la faena.

En cuestión de dos o tres minutos, cada médico está con su propio paciente y unos se apoyan a otros, estando encargados con una tarea concreta y dejando que cada uno realice su trabajo en su totalidad. Así, rodeados del ánimo de alguien que tiene un trabajo que hacer, se olvidan del sueño y del cansancio, curando de forma frenética heridas y más heridas, y aquellos que terminan se ponen a echar una mano a los que todavía siguen. Con aquel simple gesto has logrado organizar a todo un batallón de enfermeros, deberías sentirte orgullosa. Mientras ellos siguen con unos pacientes y otros, puedes comenzar a escuchar murmullos provenientes de las camas que, en un comienzo, te tocaban a ti: los dos heridos que tú misma has traído hasta aquí. Te puedes fijar perfectamente en que sus ropas, como es normal, no encajan para nada con las del resto que, al tratarse de guerreros, se tratan de armaduras o, en el caso de uno de ellos, un traje.

Si terminas decidiéndote por acercarte, verás como el chaval herido, aquel con la cabeza dañada, está mirando a su alrededor de forma nerviosa, como había hecho el mayor en el hotel. Con ciertas dificultades a la hora de moverse de la cama, seguramente por la falta de sangre, te muestra una mueca agresiva nada más acortar distancias, amenazando con morderte o arañarte como tenga la posibilidad. En cambio, el otro sigue dormido, aunque por sus movimientos cualquiera diría que está por despertarse, ya que no para quieto en la cama.

Viendo tu reacción, temerosa ante sus amenazas, el chaval no sabe si crecerse y seguir en el mismo plan o parar, pero el miedo por haberse despertado en un lugar desconocido le ayuda a decantarse por la primera. Trata de reincorporarse con cierta dificultad, poniendo el pie derecho sobre el suelo y resbalándose por la falta de fuerzas. En cuanto coloca el izquierdo y se ve preparado, prueba a levantarse, pero las rodillas le fallan y termina cayéndose hacia atrás, nuevamente sobre la cama. Incapaz, por lo que ve y nota, de ponerse de pie y poder seguir intimidándote, se rinde y se sienta en la cama, fijándose en el que es el mayor de los dos, que sigue moviéndose entre sueños.

Se le nota algo más relajado, pues ya no se comporta como un simio o un perro que enseña los dientes, pero sigue notándose claramente tenso con la situación; está en un sitio que no conoce, y tampoco sabe la razón de estar allí, ya que se ha pasado todo el trayecto dormido.

Se le nota cómo, a pesar de estar tan confuso como está en aquellos precisos instantes, se esfuerza por calmar un mínimo su mente. Clava sus ojos en los tuyos, mirándote fijamente y, tras un momento en el que te mantiene la mirada sin moverse un ápice, realiza un suspiro increíblemente profundo y alargado. Con ambas manos se comienza a acariciar la cabeza, primero con cierta rudeza, pero en cuanto nota la herida y su tratamiento adopta un trato de suavidad hasta excesiva. Sus ojos, hasta hace un momento intimidantes y salvajes, se inundan con cierta pena e impotencia, ante la mera idea de tener una lesión de aquel calibre. Además, tras fijarse en sus alrededores y ser capaz de discernir que estabais en una enfermería, se le comienzan a escapar una serie de lágrimas, motivo por el cual es incapaz de escuchar tus palabras previas. Su cabeza se nota que, a pesar de no estar en su mejor momento, está procesando todo lo que sucede a su alrededor de forma extremadamente veloz, pero a saber si con eficiencia.

Te mira y, al notar tu mirada, se tapa ambos ojos con las palmas de sus manos, tratando de secar las lágrimas, pero es una tarea imposible viendo a la velocidad a la que se derraman. Unas pocas gotas terminan cayendo en el suelo mientras se escucha al chaval sollozar, al parecer abstraído de todo aquello que le rodea en esos instantes, pensando en todo aquello que le estaba sucediendo sin saber muy bien por qué. Entonces, levanta de golpe la cabeza para observar al hombre dormido y, acariciando su hombro con cierta ternurita y sentimiento, alterna sus ojos hacia ti y, en un rudimentario lenguaje de señas, te trata de preguntar si está bien.

La vida, oh, la vida… El más joven, tras empujar un par de veces al mayor, nota como está despertándose. Con cierta confusión mira a su alrededor, irguiendo la espalda repentinamente y abriendo los ojos de par en par, ignorando al chico que había estado a su lado. Parece que está a escasos segundos de comenzar a gritar y salir huyendo, pero sus pupilas terminan por fijarse en las tuyas y parece que hace un esfuerzo descomunal por calmarse. Suspira una vez, luego otra y finalmente una última, hasta que relaja un poco la postura militar que tenía. Parece, con los dedos, contar hasta tres, y luego mira al chaval, dándole un abrazo cercano y sentido.

Tras eso, vuelve a centrarse en ti y sonríe. Por su mueca, puedes deducir que está aliviado y a la vez contrariado. Le molesta estar allí, está tremendamente incómodo, pero parece ser que tú eres el factor que hace que no cause un espectáculo o desastre en un lugar tan sensible. Las manos entonces se elevan, dejándolas entre él y tú y, concentrándose de una forma que hasta puede parecerte mona, ya que todo él está fijándose en hacerlo bien, comienza a hacer una serie de gestos: primero te señala, después también lo hace con ellos dos y, en última instancia, lo hace con uno de los pasillos de la enfermería. Entonces, coloca una de las palmas plana y horizontal, y la otra mano parece andar sobre esta, alternando entre dedo índice y corazón con velocidad. En cuanto termina, deja de mirar sus propias extremidades para fijarse en ti y sonreír, con una confianza tremenda. Está seguro de que lo ha hecho de puta madre y tú te vas a enterar y acceder, sin duda alguna.