¿Traes nubarrones o cielo azul, brujita? [Moderado Brianna]

Ante la quietud que mantienes, el chico parece no decidirse por qué hacer. A pesar de que seas plenamente consciente, el hecho de que mantenga su mirada fija en tu cara, aunque no en tus ojos, te perturba levemente. No es tan difícil que por la forma de tu cuerpo el chaval haya sido capaz de averiguar dónde debería estar tu cara, pero sigue siendo incómodo que aquella furibunda mirada se clave en ti. Un poco de la saliva propia cae justo a tu lado, sin llegar a dar en tu cuello por simples centímetros. Aguarda con total paciencia hasta el momento en el que tú comienzas a hablar, sufriendo él un ataque de pánico en el que aprieta los dientes hasta un punto que supones doloroso y, entre lágrimas, chilla a la par que acerca el cuchillo.

Cierres o no los ojos, para cuando te puedas fijar en qué sucede a tu alrededor, verás a un señor de porte elegante y caballeroso sujetando la mano del chico con su diestra. Si no fuera por sus extrañas ropas, desgarradas y a juego con las del resto de la tribu, jurarías que puede ser hasta el legítimo príncipe de aquella isla. Sus dientes brillan mientras hace una mueca de esfuerzo para evitar que aquel filo acabe desgarrando tu garganta. Finalmente, termina por pegarle un puntapié en el costado, obligándole a soltar el arma, desmayándose este al momento en el que su cabeza toca el suelo. Si le mirases, notarías sus rasgos finos, que hacen lucir aún más un pelo albino extremadamente fino y sedoso que cae sobre sobre sus hombros. Te tiende una mano mientras te dedica aquella sonrisa brillante, viendo tú en ese momento aparecer a tus dos acompañantes por la puerta, hiperventilando por la carrera y los nervios:

— E… Elm. — Dicha palabra procede de su boca, aunque gesticula con dificultad, exagerando los gestos. — Sooooy… g-guard…ia... — Sus labios se mueven de una forma hasta cómica, esforzándose por emitir los sonidos deseados. — … jeeeeefeeee… — Su cara es ocupada por una sonrisa que se puede catalogar hasta de deslumbrante, llena de orgullo e inocencia por lo que acaba de lograr. — Eeeestar… ¿Bie…n?

Mira hacia su lado, fijándose en el chaval desmayado, todavía en postura fetal por puro subconsciente. Entonces, lo toma con el mayor de los cuidados y lo deposita en su supuesto sitio, colocando su cabeza en una improvisada almohada y acariciando su sien con un gesto honesto y algo penoso.

— Siiiieeeento… — Señala al inconsciente, luego a sus orejas, negando mientras mueve el dedo de un lado a otro. Finalmente, se mueve hasta donde están los otros dos hombres, en la puerta de la campaña, pidiéndote con la mano que te acerques. No es un gesto autoritario, sino más bien feliz. — Jeeeefeeee… — Te señala con el dedo índice de forma clara e inequívoca. — Queee…re…r co…nooocer. — Nuevamente, sonríe y espera a que le sigas o no.

Como era de esperar, habías aceptado su ofrecimiento y, mira tú por dónde, quizás el intento de asesinato ha funcionado para que pierdas aquel sueño que te estaba acompañando. Obviamente aquello no es bueno, porque el cansancio se seguirá acumulando, pero al menos parece que te permitirá atender la reunión con el jefe de la tribu. Si por inercia te dirigieras a la campaña que estaba próxima a la de los heridos, Elm te pararía con el brazo mientras chistea con la lengua un par de veces y, siendo lo más educado posible, te trataría de dirigir hacia una especie de choza construida con pequeños troncos de madera. A pesar de no ser lo más avanzado tecnológicamente, da una sensación robusta y, viendo que allí es donde debe estar el encargado de la aldea, debe ser seguro. ¿Qué tipo de desalmados colocarían a la cabeza de una tribu en una construcción que se pudiera derrumbar en cualquier momento? Su tamaño puede rozar los setenta metros cuadrados, teniendo una antorcha clavada en el suelo, alejada de las esquinas, lo que te permite ver la iluminación desde fuera.

Ya dentro, la decoración es muy simple: inexistente. Está completamente vacío a excepción de una primitiva mesa donde no te puedes hacer una idea de qué se hace y, tras de esta, una silla bastante refinada para el nivel de la tribu. No está completamente pulida, pero aun así se distinguen las patas del asiento y respaldo, por lo que el creador se merece algún halago. Sobre esta, tapándola, se encuentra una mujer que, si la llamases mulata, no te equivocarías para nada. Su piel es del color del chocolate, su pelo azabache, limpio y rizado. Sus rasgos son los propios de una y su cuerpo corresponde también, con unas sugerentes curvas que hacen lucir de forma increíble ese metro setenta de altura que porta. Solo le faltaría cambiar aquellos harapos que a duras penas tapan sus senos y entrepierna por un vestido para ganarse a cualquier hombre con una mera sonrisa.

— ¡E--…Encantada! — Te deja entrar con una sonrisa, hablando en tu mismo idioma en contraste al resto de personas de allí. A diferencia de Elm, ella no se esfuerza tanto, aunque en algunos gallos, letras que se pierden y movimientos de labios se nota que sigue teniendo problemas. — Me han dicho que… que tenías un problema con Ray. — Sus ojos se tornan algo tristones, a la vez que su boca convierte la mueca de felicidad en una apenada. — En esta última guerra… Lo alcanzaron los enemigos. — Fijaba su mirada en la mesa, sin mirarte a ti directamente. Por su tono, parecía poder echarse a llorar en cualquier momento. — Le dieron patadas en la cabeza… Un-a… tras otra… — Un par de lágrimas caen sobra la madera, causando un leve repiqueteo, hasta que ella levanta la cabeza y se frota esos grandes ojos oscuros. — B… Bueno… ¿Cómo te llamas, señor…ita? — Te tiende la mano y, si te acercases, verías a un par de guardias bien armados al fondo de la habitación, acechantes. — Estaría interesada en nombrarte… curandera… de nuestro pue-pueblo…

Puedes discernir un claro gesto de desilusión en el rostro de la señorita que, a pesar de ser claramente heterosexual, quizás te provoca un sentimiento maternal o de otro tipo. Es muy expresiva y se nota a cada palabra que le dices, especialmente cuando realizas esa pregunta que, por el recibimiento que ha tenido, puedes juzgar como peliaguda. La mulata está ahora mirando al horizonte, a través de ti, algo que te puede recordar al chico de antes, Ray. De hecho, cada vez se asemeja más al muchacho, ya que su hueso maxilar se está marcando en su rostro, fruto de apretar los dientes sobremanera. Está tensa y, aunque no fueras psicóloga —ni aunque no tuvieras estudios de medicina—, no sería difícil discernir que ahora mismo está muy tensa.

— Verás… — Fija sus ojos azabaches en los tuyos, sin un ápice de duda. Su presencia es intimidante, eso está claro. No por nada es la matriarca de toda la tribu, ¿no? — Ayer decidimos… d--… declarar la guerra… nuevamente. — Con tus habilidades actuales de psicóloga, eres capaz de asegurarte que, por ahora, no ha mentido. Y, a partir de este punto, tampoco lo hará. — ¿P-- Por qué? — Es obvio que está acostumbrada a que le pregunten por qué es ella la que comienza los ataques a pesar de la clara desventaja que tienen como personas poco civilizadas. Se le escapa una sonrisa manchada por completo de impotencia, levantándose de su asiento mientras se apoya en la mesa con las palmas en señal de enfado. Camina a tu lado, poniendo una mano justo en tu cadera para guiarte a la salida. — M-- Mira… esto. — Hace un barrido con el brazo, señalando el escenario que, a pesar de la oscuridad de la noche, eres capaz de vislumbrar eficientemente. — No… No tenemos nada. — Y, en gran parte, era cierto. Los árboles se contaban por unidades, y quizás esa razón convertía a la choza de la jefa en un tributo digno de los dioses. — Ni… animal…es, n-- ni animales, ni plantas… — Solo había un triste prado que no daría ni para alimentar un rebaño de ovejas, lo que dificulta en gran parte que cualquier animal se asiente allí. — Nos arr--ebataron… todo. — Hace especial énfasis en esa última palabra.

Entonces, de la misma forma cálida y simpática, te señala que vuelvas a entrar a la lumbre de las antorchas y de las fogatas. — Bueno… ¿Entiendes… ahora por qué vale la pena… poner la vida de nuestra g--ente en juego? — Sin alimentos, solo era cuestión de tiempo de que aquella tribu muriese, así que parecían haber decidido fallecer en guerra, intentándolo, que sucumbir al hambre de los peores cobardes. — ¿D--De verdad que no nos quieres… ayudar? — Es consciente de que está usando el chantaje emocional, y lo notas en sus ojos, pero es el único sentimiento o pensamiento negativo que has podido captar de ella desde que la has conocido. Parece que está preocupada únicamente por sus gentes y, para cuidarlos, está dispuesto a dejar su orgullo atrás para lograrlo. Incluso negociar contigo de esta forma tan… personal y penosa.

La mujer se apoya en la parte frontal de la mesa, apoyando las palmas a cada lado de su torso, dejando caer parte del peso sobre esta mientras te mira fijamente, asintiendo mientras te escucha. Con dicho gesto no se refiere a que esté de acuerdo con tus respuestas, ya que tampoco tiene ninguna certeza de que estés diciendo verdades, sino recalcar que te está escuchando con su total y completa atención. En el instante en el que acabas, supone que es su turno para hablar y cesa de mover la cabeza para esbozar una sonrisa que, aunque no sabes por qué, está vacía en algún aspecto.

— No… No necesitamos gue--rreros. — Niega con la cabeza repetidamente, mirando al suelo, hasta que pasan diez segundos y se fija en tus ojos, demostrando una voluntad férrea. — Necesitamos ayuda. Apoyo. — Las tres palabras las pronuncia de forma impecable, lo que ayuda a que el mensaje tenga más peso. Entonces, haciendo gala de unos modales reprochables, levanta la mano derecha de la mesa con la mayor de las suavidades, como acariciando la madera, y te señala con el dedo índice. — A ti, p--por ejemplo. — Aquel dedo que parece estar acusándote no baja en ningún momento, sino que permanece ahí, marcando justo en la dirección de tu pecho. — Algui…en que proteja a los habitantes… de la villa. — Te mira fijamente, esperando a cualquier tipo de reacción de tu parte y, en cuanto llega, se ríe brevemente. — No para siempre. S-Solo hasta dentro de dos días. C—Cuando acabe… la guerra. La última.

En cuanto termina de hablar baja el dedo, esperando a que le des una respuesta. Por el otro lado, aquel hombre que te ha acompañado te observa y, con un par de gestos, trata de indicarte que el chico sigue durmiendo. Mejor dicho, inconsciente. — ¿Quie…eres q-que te… avis--semos c-cuando desp…ierte? — Ambos parecen que están esperando a tu respuesta.

Niega en rotundo en cuanto mencionas la posibilidad del pacifismo. Normalmente la guerra solo se evitaba cuando ambos tenían algo que perder, tratando de actuar prudente frente a una situación peligrosa. Pero en esta situación, y solo te hacía falta mirar por la salida para ver que, en comparación a English Garden, faltaba mucho camino por parte de aquella tribu como para alcanzar la igualdad. Solo con un grupo de arcabuces serían capaces de dejar fuera de juego a aquella villa por completo o, juzgando por completo por las apariencias, eso es lo que te parece a simple vista. De hecho, la señorita —de la cual no sabes el nombre todavía, por cierto— siquiera va a decir nada respecto a ese punto.

Cuando aceptas ser la curandera de la villa, los ojos de la mujer brillan como si de una increíble estrella en la Tierra se tratase. Parece que si apagases la antorcha, aquellos dos orbes que presiden la cara de la morena serían capaces de iluminar toda la estancia sin dificultad. Al sacar a colación el tema de hacer daño a otras personas, ella lleva sus manos al pecho, mostrando la palma, como un ladrón que trata de asegurar al policía que no ha hecho nada malo. Se muestra completamente inocente y a la espera de que termines para poder participar en la conversación.

Cuando te das la vuelta y miras al albino para afirmar a su propuesta, le arrancas una sonrisa. Luego, al darte la vuelta y preguntarle cómo puedes ayudar a la jefa de la tribu, haces lo mismo con ella y, con aquellos dientes blancos y llamativos respecto a su tono de piel comienza a contestar tus dudas:

— Eres nuestra curand…era… — Niega con la cabeza un par de veces. — No se nos ocurriría ni ponerte en peligro ni enfre--ntarte a nadie… — Mientras más avanza la conversación, más parece que ella se está acostumbrado a utilizar aquel lenguaje, que seguramente hubiera cogido polvo desde que alguien que lo usase se presentó allí. — Que…remos… que seas nuestra represent…ante. La que delate nuestro sufrim--iento a todos los habita…ntes. — Su rostro se empapa de seriedad, clavando sus ojos en los tuyos mientras su sonrisa se evapora. — Quiero que, además de curar a los heridos, puedas ser nuestro segundo… plan. — Junta las dos palmas a la altura de su pecho, en un gesto de rezo, aunque también puede ser entendido como un gracias. — Si las armas fallan, que puedas… conven--cerles. Gracias. — Asiente con la cabeza de forma respetuosa y hace un gesto, por el cual los que te habían acompañado se preparan a llevarte a una pequeña choza hecha con pieles que, sorprendentemente, es inodora. Dentro hay dos sacos de dormir tirados, bastante rudimentarios, aunque parece ser que ninguno de los dos está ocupado y alguien te dice que seguirá así por un tiempo. Además, en la esquina hay instrumental de piedra, metal y hasta cristal en una caja que está claro que ellos no han tallado sino robado o conseguido por otros métodos. Quizás te puede servir de algo, no sé. Aunque una jornada de sueño reparadora tampoco sería una mala opción.

La señorita mulata asiente varias veces en cuanto escucha tu pregunta, con una sonrisa amplia, para responder con una única frase, corta pero llena de matices:

— Somos los Al'shavi. — Se limita a decir eso, momento en el que deja el trabajo de llevarte fuera de la habitación a los dos guardas que te habían llevado hasta allí. Está claro que aquel nombre no te suena de absolutamente nada y, peor aún, tampoco es que hayas podido escucharlo en ningún momento. Ni en otra isla —lógico, por otra parte— ni en English Garden, por lo que aquel grupo es desconocido.

Por el otro lado, cuando llegas a la habitación te pones mano a la obra y, aunque un médico te pondría mala cara de ofrecerle ese instrumental, logras algo que vale la pena. Mejor que tener las manos vacías será, eso desde luego. Tienes aquellas vendas que, aunque algo más rígidas de lo debido, pueden cumplir su función. También unas tijeras y bisturí que podrían cortar mejor y de forma más pulcra, pero no sería normal quejarse en aquella situación, igual que con las pinzas. Es obvio que no se puede hacer, por más que tengas el conocimiento y la destreza, equipamiento completamente perfecto sin ningún tipo de medio, además de que los materiales no son los más adecuados. Aun así, logras conseguir tus propias medicinas primitivas, aunque algo te dice que quizás ha sido una tarea un poco peligrosa y arriesgada si tenemos en cuenta tu falta de conocimiento acerca de biología, botánica o química. La mano derecha se está enrojeciendo levemente, pero no mucho más.

A pesar de la molestia o preocupación que te pueda causar, logras dormirte, obviamente fruto del cansancio acumulado a lo largo del día. Pero verás… Quizás esta mal dar por hecho que logras dormir tanto tiempo. Te despiertas a mitad de la noche, ya que te has girado y has rozado algo con la mano derecha de tal forma que te ha molestado. Si la miras estará hinchada y entumecida y, con toda seguridad, eres capaz de imaginarte que has tocado alguna planta que te ha provocado una urticaria. A menos que tengas alguna alergia, has manipulado una planta venenosa y, si se le puede sumar al problema —quizás no es tanto una suma sino otro gran problema por sí solo—, un par de ojos te observan desde la esquina. No son de animales, ya que solamente los puedes ver por el hilillo de luz de luna que ilumina la estancia y, si eres capaz de mantener la calma y agudizar la vista, verás un cabello rubio. No reaccionará a nada que hagas, aunque le vayas a pegar.

Apenas había podido dormir cuando sintió un escozor extraño en la mano, un dolor que la hizo abrir los ojos y mientras se quejaba se sentó en la improvisada cama y se miro la mano. En la oscuridad no podía ver mucho así que suspirando la palpo y notó que estaba hinchada y también un poco caliente. La sentía entumecida y supuso que seguramente alguna de las plantas que había tocado era venenosa. Suspiro de forma larga y entonces se fijo en que había algo extraño en la tienda. Al fijarse mejor pudo distinguir dos ojos que la estaban mirando. Se levanto corriendo algo alterada cogiendo el bisturí que había hecho para defenderse. Al ver que no se movía creo una puerta para atravesar la tiendecilla y salir.

Iría a buscar ayuda, estaba segura de que habría algún guardia despierto haciendo eso justamente, guardia. Busco por la aldea hasta encontrar uno y rápidamente le contó la situación — hay alguien en mi tienda, no se quien es... — se la notaba bastante asustada con la idea de que alguien hubiera entrado sin permiso. Después mientras el guardia iba a ver lo sucedido ella iría a buscar un poco de agua fresca con la que limpiarse bien la mano, eso la ayudaría con la hinchazón y a aliviar el dolor y ese calor que sentía. Después preguntaría si en la aldea conocían alguna planta para aliviar aquello.

Por el momento se acerco de nuevo a la tienda buscando al guardia para ver si este había sacado de allí al intruso o si al menos habían averiguado quien era. Estaba un poco asustada todavía, si alguien más iba a dormir allí al menos podrían haberla avisado ¿no? Menudo susto que tenía en aquel momento en el cuerpo la pobre doctora.

Logras evadir la situación que se te plantea, escapando de la tienda mientras dejas a aquel señor dentro, totalmente inmóvil. Encuentras un guardia que te atiende y que, muy nervioso por la situación que te atañe, podrías decir que hasta preocupado, asiente y sale corriendo hacia donde estabas durmiendo. Por el otro lado, tú vas a una fuente de agua fresca y tratas de refrescar la mano, logrando atenuar los síntomas a pesar de que siga aun enrojecida y, peor aún, algo entumecida. En cuanto te acerques a preguntar a cualquiera de la aldea, aunque no entiendan muy bien tu dialecto, solo les hará falta ver la zona afectada para asentir un par de veces y decir dos simples palabras:

— Archinotea ascoriensis. — Que, curiosamente, es el nombre científico de una planta que hay por aquella zona. ¿Cómo demonios saben ese dato y, más aún, cómo se utiliza? Bueno, supongo que la costumbre y la necesidad hacen fuerte a las personas y a un pueblo.

En cuanto vuelvas a tu actual lugar de residencia, verás cómo el guardia está parado en la puerta, asomándose una y otra vez a la tienda pero sin hacer nada. Si llegas hasta allí verás que la estancia está absolutamente vacía y, peor aún, el hombre estará aterrado. Sus ojos estarán abiertos de par en par y se estará mordiendo un labio, mirándote fijamente mientras no sabe cómo reaccionar. No sabes qué ha pasado, pero el interior de la tienda de campaña está absolutamente igual que lo dejaste a excepción de que ya no hay nadie en la esquina. Al poco rato se acercará Elm, el guardia albino, y te mirará preocupado.

— ¿Qu…é h--a pa…sado…? — El guardia a tu lado se apresurará a dar explicaciones en un idioma a base de gruñidos del que tú no puedes entender más que algunos gestos universales. — ¿D-De… nue--vo? — Te pondrá entonces una mano en la cabeza. — No,,, se... p--reocupe, señorita. S--Seguramente... imagin...aciones... suyas. Quiz...Quizás cansa--ncio. — El asustado hombre trata de mantener un porte serio, aunque entre gesto y gesto su miedo asoma. Elm, en cambio, se limitará a mantener una mueca de amabilidad que no es del todo verdadera mientras te insta con gestos a volver a dormir. Como psicóloga, te puedes percatar de que algo no va bien y hay alguna mentira ahí suelta. Bueno, quizás varias. — Oh, ¿qu…é t--e… ha p…asado en… la… mano? — Se fijará en cuanto te muevas en aquel enrojecimiento, con un gesto algo consternado.

Le dieron el nombre de una planta que podría ayudarla, era bastante impresionante el hecho de que aquellas personas supieran el nombre científico de algo así. Esperaba que la llamaran de una forma extraña y rudimentaria, pero sabiendo que aquella planta estaba en los alrededores no tardaría mucho en encontrarla. Suspiró de forma leve y entonces escucho las explicaciones que le estaba dando el guardia que si no recordaba mal se llamaba Elm. Suspiro ante esas palabras, Brianna no estaba loca y sabía perfectamente lo que había visto. Miro de reojo al guardia dejando claro que no se creía ni una sola de las palabras que le estaba diciendo.

— Si voy a ser su curandera, me gustaría saber las cosas Elm, no me gustan las mentiras... — suspiro de forma larga y se alejo un par de pasos de ellos — buscando plantas para hacer algunas medicinas parece que toque alguna venenosa, iré a buscar un poco de Archinotea ascoriensis, me han dicho que es buena para esto — suspiro de nuevo y entonces simplemente busco algo con lo que alumbrarse mientras buscaba la planta para arreglar su mano. Le estaba empezando a preocupar un poco el entumecimiento que estaba sintiendo y cuanto antes se librase de eso mejor que mejor.

Después pensaría en la forma de encontrar a aquel hombre que la había estado viendo en la cabaña, sabía quien era, le había visto otra vez, había sido aquel hombre que había pronunciado su nombre dentro de la improvisada enfermería de aquella aldea. Eso la había puesto un poco nerviosa y que encima estuviera allí mirándola la había puesto aún más nerviosa. Quería pillar a ese hombre y hacerle unas cuantas preguntas, tal vez lograría sacar algo en claro, pero por ahora tenía un extraño sentimiento en el pecho, un sentimiento terrible que la atenazaba y no le gustaba un pelo.

La fachada de Elm tiembla por unos segundos, dejando ver cómo pierde el control de sus cejas y sus emociones se reflejan en su rostro. En cuanto se percata de lo que pasa, suspira y vuelve a su aspecto habitual, sereno y seguro de sí mismo. Comienza a hablar nuevamente, esta vez mucho más compuesto, con un tono totalmente neutral y una notable facilidad para decir las palabras en comparación a la anterior:

— Si… Si necesitar p-planta, nosotros… tener. A-Alma…cén. — Señala a una tienda de campaña distinta de un tamaño decente donde puedes ver contenedores, aunque a esta distancia difícilmente te puedes percatar de lo que hay allí. — Yo… no mentir. P-Preferir no d-decir verdades malas. — Si le clavas la mirada, le increpas o cualquier cosa por el estilo, cerrará los ojos y suspirará nuevamente. Para cuando los abras, descubrirás un ápice de terror en sus pupilas. — S-Ser fantasma… Siempre que vamos… — Hace un gesto muy visual con las manos, como una explosión. — Puff, des-desaparece. — Esta vez sí que está diciendo la verdad o, como mínimo, la mayor parte de su relato es cierto. A pesar de lo extraño de la situación y la opinión que te puedan merecer aquellas entidades, parece estar seguro de lo que sale de su boca.

Luego de eso, se apresuraría a caminar hacia la estancia que te señaló segundos antes mientras que el guardia se quedaba en la puerta de tu diminuta casa. Entraría y rebuscaría entre unas cajas y otras, encontrando más temprano que tarde una planta formada por enredaderas largas, gruesas y resistentes, elevándola para mostrarla. Por tus conocimientos puedes descubrir que se trata de lo que buscas y de cómo realizar el remedio para aliviar el estado de tu mano, así que más te vale darte prisa antes de que pierdas por completo la movilidad. Un médico manco no suele ser muy útil, aunque solo sea temporal. En cuanto tengas el vegetal en tu poder, Elm te mirará durante unos cuantos segundos antes de decidirse a hablar:

— Muchos guardias… e-en tu puerta. T-Te acomp…añaré y d-dormirás bien. — Bueno, parece decidido a darte una noche de descanso porque, aunque no seas capaz de advertirlo por la posición de la luna, todavía queda mucha nocturnidad por delante. A pesar de ello, hay movimiento en la aldea y realmente parece que es de día, ya que nadie para quieto. Extraño.

Por un momento se sintió un poquito mal por decirle las cosas así a Elm, pero estaba cansada y el cansancio en ocasiones no era un buen consejero. Aún así le pidió nuevamente y de forma mas amable que le dijera que ocurría con aquel hombre que había estado en su tienda. Cuando escucho que era un fantasma suspiro levemente, ella no creía que fuera un fantasma, había sido demasiado real y esos ojos sabía a quien pertenecían. No obstante no diría mucho mas por el momento, prefería encontrar a aquel hombre a la mañana siguiente y aclarar los problemas que tuviera y de paso averiguar que era lo que quería de ella.

Siguió al guardia hasta el almacén y tras coger aquella planta se preparo el remedio tradicional para poder aplicarlo en la mano y que desapareciera el efecto del veneno. Sabía que tardaría un poco, pero que a la mañana siguiente estaría bastante mejor. Suspiro levemente y entonces volvió a su tienda en compañía de Elm — ¿ocurre algo? hay mucho movimiento en la aldea — intentaba hablar despacio para que el guardia la pudiera entender bien mientras se quedaba en la puerta de la tienda esperando una respuesta.

Dependiendo de lo que le dijera tal vez les propondría ayudar o se iría realmente a dormir, el cansancio no era un buen aliado cuando eres médico y aunque estés acostumbrado al estrés, a la presión y al dormir poco, de vez en cuando uno necesita recuperar fuerzas o las cosas podrían tornarse verdaderamente peligrosas. Fuera como fuese, por el momento esperaría una respuesta hacía su pregunta y luego vería que decisión era la más acertada para ese momento.

Bueno, ante el ceño fruncido de Elm puedes asegurar que no se ha tomado bien el suspiro o, mejor dicho, que no reacciones como sería lógico ante la afirmación de que has compartido estancia con un fantasma. De todas formas, se limita a callarse mientras te mira, dejando el tema apartado para no levantar ampollas ni tener problemas con la que ahora es la curandera del pueblo. Te lleva al almacén y allí tomas la dichosa planta, creando el remedio allí mismo mientras el guardia se apoya en la puerta y espera a que termines. Te lleva al terminar nuevamente a tu campaña como si de la escolta de la mismísima reina de English Garden se tratase. Te escucha mientras hablas y se para justo frente a la puerta, mirándote mientras enarca una ceja.

— Jefeeee… — Hace una pausa mientras notas que sus ojos se van directamente a la choza de la líder. — Y-Ya te… d-dijo… — Baja la mirada, fijándose en las rocas justo debajo de él. — Guerra. Mañana. — Parece ser que son dos palabras que está acostumbrado a decir. O, como mínimo, las tiene muy claras. Suspira y sube el mentón para fijarse en ti. — P-Preparar… armas. — Se toca la cabeza dos veces con el dedo índice. — E-Estrategia. — Da un paso atrás, dejándote ver el movimiento de gente llevando cajas, algunos moviendo personas inconscientes de una tienda de campaña a otra y unos cuantos entrando a la sala de enfermos. — Tú dormir mejor… Estar c-cansada, seeeeguro. — Te señala aquella triste cama improvisada con una sonrisa mientras hace un gesto a varios soldados para que se aposten en la puerta en caso de que decidas dar la noche por finalizada. Aunque la mano molesta menos ya, sigue salvándote de que tus párpados caigan finalmente, solamente pesándote como dos cortinas de acero.

Desde luego las cosas parecían ajetreadas y mañana tenía que estar en perfectas condiciones por si llegaban heridos, que estaba segura de que le llegarían si iban a la guerra. De algún modo hubiera preferido que esa batalla no se llevara a cabo, no quería que aquella buena gente perdiera la vida de aquella forma. Pero tampoco se podía meter tanto en un asunto como aquel, estaba preocupada pero aún estándolo no podía hacer mucho más de lo que le habían pedido. Un leve suspiro salio de sus labios mientras asentía, se notaba la preocupación en su mirada pero ya no había más que pudiera hacer.

— Ojala las cosas se pudieran hacer de otra forma, buenas noches Elm, cuidado mañana — tras aquello se metería en su tienda y se acostaría nuevamente para ver si conseguía dormir un poco más. Pretendía levantarse temprano para tenerlo todo preparado para el momento en que empezaran a llegar los heridos. Por lo tanto, cuando se levantase iría a la tienda que al parecer usaban como enfermería, hospital o lo que fuera y prepararía algunas cosas para tenerlo todo bien organizado, sobretodo para separar a los heridos por gravedad y poder atenderlos. Estaba un poco asustada, un poco nerviosa y preocupada por todos los habitantes de aquella aldea y cruzaba los dedos por que las cosas salieran mejor de lo que parecía que iban a salir.

Cuando te despides, Elm se limita a levantar el brazo y darte las buenas noches con su sonrisa, que tantas veces has visto hasta el momento, ignorando el comentario acerca de una alternativa. Parecen tan seguros del futuro que no se lo plantean, aunque quizás ya lo han hecho varias veces. Entras a la tienda en la que duermes y, a tu paso, un grupo de cuatro hombres se frenan justo frente a la puerta, lanza en mano y apoyada en el suelo, asegurándote que a menos que suceda algo realmente extraño estarás protegida por lo que queda de noche, especialmente de fantasmas.

Se te cierran los ojos pasados menos de cinco minutos, casi me atrevería a decir que uno debido al terrible cansancio que cargas sobre los hombros. En tu corazón deseas despertarte temprano, junto a tu grupo, pero es cierto que no le has pedido a nadie que te levante a una hora concreta —aunque dudo que entiendan de horas— ni tienes ningún artefacto contigo que te prometa lo que deseas. De todas formas, no sufres demasiado tu error pues el propio bullicio de la aldea no tarda en hacer que levantes los ojos. No eres de sueño pesado y, aunque lo fueras, es imposible que el ruido al otro lado de la entrada no te haga reaccionar. Si te asomas a la puerta de una forma u otra, podrás ver entre las piernas de uno de los soldados —sí, todavía apostados— lo que está sucediendo en la aldea: la gente camina de un lado para otro portando cajas, camillas van de aquella tienda para la otra, otros tanto ponen armas a punto… Sucede lo mismo que la noche anterior, esta vez multiplicado por varias veces ya que se suma el hecho de que hay niños de aquí para allá, también ancianos y gente con ciertas carencias de uno u otro tipo.

Como tu trabajo que es, te levantas, haciendo que los guardias te saluden a modo de buenos días y se disipen por toda la aldea, ayudando con las labores más arduas. Tú te diriges a la tienda de campaña donde primeramente entraste, todavía colocada al lado de la que impera aquel anciano, esta vez algo más vacía por alguna razón. Parece que han llegado un par nuevos, aunque su gravedad es algo que se puede poner en duda: son rasguños y algún pequeño corte la razón de su venida. Podrías encargarte rápido de ellos dos y luego hacer una de las tantas cosas en la aldea que tienes a medias, si la memoria no me falla. Ah, y no te has dado cuenta, pero tu mano ya está bien.

La verdad es que había logrado dormir bastante bien aquella noche aún después de todo lo que había sucedido con su visitante nocturno y el resto de "aventuras" que vivió por la noche. Por suerte su mano se encontraba bastante mejor y decidió que tras arreglar un poco sus cosa en la tienda que usaban de hospital iría a ver a aquel anciano que el otro día no había podido revisar. Después preguntaría si el muchacho que casi la mata había despertado y se encontraba un poco mejor. Aún quería ayudarle y como no estaba del todo segura de como podría hacerlo, tenía que probar algunas cosas.

Tal vez si se acercaba a él de forma un poco más tranquila y menos invasiva no se sintiera atacado y aceptara su toque. Pero tras saber lo que le ocurría realmente algo le atenazaba el pecho. Tenía que conseguir ayudarle de alguna forma, aquel chico no merecía vivir eternamente con miedo por las barbaridades que unos desgraciados pudieran hacerle en una batalla. Entró entonces en la tienda del anciano y se acerco un poco a ver si había alguien a quien pudiera preguntarle sobre el estado de aquel hombre. Tal vez simplemente fuera un hombre demasiado mayor y por eso estaba en cama, pero nunca estaba de más preguntar.

— Disculpa, ¿que le ocurre? — hablaba despacio para que pudieran entenderla, parecía que había un guardia o algo parecido aunque no estaba del todo segura. Espero una respuesta, dependiendo de la respuesta se acercaría al hombre para poder analizar su estado y averiguar que le estaba ocurriendo a aquel pobre hombre. Aún tenía que revisar al chico y también tenía que buscar a aquel chico rubio que se había colado en su tienda. En algún momento tenía que averiguar que era lo que ocurría con ese tipo y quien era o mejor dicho por que conocía su nombre.

Te das un corto paseo por la aldea con un simple y claro destino: la tienda de campaña que está próxima a la de los enfermos, ocupada con aquel hombre mayor que vistes de soslayo cuando llegaste por vez primera. Un par de guardias parecen salvaguardar la puerta de que entre nadie sin acreditación o un permiso explícito y, cuando te ven de lejos, dudan un segundo pero terminan por apartar las armas y darte paso sin más. Un par de hombres y una mujer de avanzada edad están alrededor de la cama del hombre, la cual sí que es un lecho en condiciones. No un colchón al uso como el que habrás utilizado tú, pero se acerca más al reposo que un simple saco de dormir. Todos ellos están hablando entre sí con un claro gesto de pesadumbre y, en cuanto escuchan tus palabras, bajan los ojos para mirar fijamente al suelo mientras la conversación cesa. Si llamamos ''conversación'' a un cúmulo de gestos. Pueden pasar hasta una veintena de segundos en silencio cuando la mujer levanta la mirada y clava sus menudas pupilas, fruto de la edad, en las tuyas, sin mediar palabra. Es un lapso de tiempo bastante tengo, pero en un momento dado sus labios se separan:

— Éeeeeeel… — Lo señala y, con la diestra asemeja un pico que se abre y cierra. — haaaaablar p-por… — Se señala a sí misma y luego a los otros dos hombres. — Éeeeeel… — Cierra los ojos y notas que, por alguna razón, le cuesta levemente respirar, apretando los dientes en señal de esfuerzo. Luego, una ligera lágrima corre por la mejilla y encuentra su fin en la barbilla, desde donde cae. — Lleeeeeev…ar… esta n-noche… Muerte. — Rompe a llorar y, si te fijas en el par de acompañantes, estarán manteniendo un porte, pero sus ojos estarán indiscutiblemente rojos. Si te acercas al anciano puedes verificar que el rigor mortis está haciendo aparición y, de aquí a que termine el día, seguramente el proceso finalice. — Ent-Enterrar… — Dice, entre lágrimas, la mujer, permitiendo que algunas entrasen en su boca y mojasen sus agrietados labios envejecidos. Parece haber sido una gran pérdida.

Al escuchar aquella respuesta se sintió terriblemente mal. Se sentía culpable pues tal vez podría haberlo ayudado si se hubiese acercado a la tienda antes. Suspiro con un gran pesar y se disculpó ante la pobre anciana — lo siento mucho — parecía que aquel hombre era muy querido y de alguna forma le hubiera gustado poder ayudar, pero los acontecimientos habían sido complicados y ella misma se había sentido abrumada y confusa el día antes. Aún así eso no haría que se sintiera mejor, pues si tan solo se hubiese acercado a la tienda la noche anterior podría haber ayudado al pobre hombre o tal vez no, pero al menos lo habría intentado.

Se despidió de la señora pues no quería molestar mientras estaba en su duelo. Marcharía entonces en busca de aquel chiquillo que casi la mata el día anterior. Había tenido muchas emociones y demasiadas cosas en la cabeza y tenía que empezar a tener claras las prioridades. Sabía que en cualquier momento se desataría la guerra entre aquel clan y English Garden y de alguna forma quería ayudarlos, llegarían muchos heridos y antes de que eso ocurriera quería ver si podía al menos hacer algún avance con el chiquillo.

Le buscaría y preguntaría donde se encontraba aprovechando que ahora conocía su nombre y de alguna forma sería más sencillo. Llevaba con ella un plato de comida que le habían dado los de la aldea como desayuno, tal vez el olor a comida le ayudará un poco a acercarse al chico. Aunque aún no estaba segura de poder hacerlo, al menos lo intentaría antes de ver si encontraba al rubio, por qué si, aún seguía muy escamada con aquello.

La búsqueda que emprendes con el muchacho que te amenazó encuentra su final pronto; más bien en cuanto entras a la campaña contigua a esa en la que estás ahora mismo. De ser así, verás que hoy está algo más calmado y, por qué no pecar de optimistas, bastante más vacío que ayer. Algunos de los pacientes —si logras hacer memoria los que tenían un mejor estado de salud— parecen haberse marchado, por lo que el espacio a repartir es mayor y la tranquilidad que se respira, también. Aquellos que son más amigos entre sí parecen haberse pegado para hablar y el ambiente realmente ha mejorado, parece más una consulta que una sala de espera hacia la muerte, así que se podría decir que en ese aspecto ya has marcado la diferencia.

— ¡Eeeeh! — El chaval de ayer, aquel con daños serios, te saluda con la mano de forma tímida, pero bastante revitalizada para alguien que estuvo coqueteando con la muerte un día antes. Si te acercases no diría nada más, sino que se limitaría a mirarte con una sonrisa mientras sigue tumbado en el suelo, débil pero vivo.

De todas formas, si has venido a por aquel chaval, sigue estando en dicho edificio, destrozando la atmósfera con sus gemidos ahogados y sus vaivenes. Parece haber tomado fuerza desde ayer y en dicho paciente no es precisamente algo bueno: está andando de un lado para otro, molestando a muchos y hasta pisando a alguno al ser poco consciente de lo que hace. Susurra en un volumen realmente bajo algunas palabras o, mejor dicho, sonidos que, al no ser un lingüista, no tienen significado real para ti. Si huele la comida, como instinto básico que es, se quedará mirando fijamente al plato, sin hacer nada más que simplemente estar atento.

Cuando entró en aquella cabaña supo que había dado con el chico en cuestión. Suspiro un poco nerviosa ante la idea de que pudiera volver a atacarla, pero bueno, si quería ayudarlo tendría que arriesgarse, ya sabía que debía hacerlo con más cuidado que el día anterior. Cuando escucho aquel saludo giro a ver quien la había saludado y sonrió al ver al chiquillo, le dedico una dulce sonrisa al ver que se encontraba mejor. Aún necesitaba reposo pero al menos no tenía un pie en el otro barrio. Se acerco un poquito al chico y dejo que oliera la comida. Al ver como se quedaba quieto se acerco un poco, pero no demasiado e intento acercar su mano a la mano de él.

Había dejado la comida a un ladito sobre una especie de mesa para que no pudiera tirarla si realizaba un movimiento brusco. Acerco suavemente la mano hasta la mano de él y rozo sus dedos intentando ver como se comportaba. Lo haría de forma muy lenta y tenue para que sintiera que era la mano de otra persona y que estaba intentando tratarle con cariño, que no pensaba hacerle daño, que lo único que quería era que la acompañara. Si lograba que no reaccionara mal ante aquel leve contacto intentaría seguir acariciando su mano, cada vez mas superficie hasta probar a agarrarla. De nuevo esto lo haría muy lentamente y sin apretar, para demostrar que no buscaba herirlo en ningún momento.

Si lograba hacerlo, le llevaría hasta la mesa muy despacito y le ayudaría a tomar asiento, el olor a comida le indicaría que le estaba llevando hasta donde procedía aquel delicioso aroma y esperaba que eso le hiciera entender que solo quería que comiera. Tal vez con ese tipo de gestos, poco a poco, pudiera ganarse su confianza. Si relacionaba comida y caricias con su aroma, era posible que poco a poco pudiera confiar más en ella y que de esa forma la dejara revisar sus ojos y sus oídos y así determinar que era lo que ocurría y ver si era capaz de arreglarlo, aunque era posible que los daños fueran irreparables y eso en cierta forma la hacía sentir bastante impotente.

Permanece completamente inmóvil, como si aquello que se encontrase justo frente a ti más que un ser humano ahora sea una estatua de cera realista a más no poder. Está atento a todos lo que le rodea, aunque al carecer de dos sentidos le es realmente difícil poder atender a algo más que la comida. Solo presencias con un fuerte olor deberían llamar atención y, extrañamente, sientes que sus ojos, blancos, se han fijado en ti por completo. Mientras más te acercas para acariciarle la mano, más puedes sentir cómo está clavando sus pupilas en tu cabeza y, en cuanto la mano está por tocarle, baja la cabeza repentinamente hacia la suya propia, la cual está a escasos centímetros de ti. El ambiente se ha vuelto pesado repentinamente; nadie en la tienda de campaña están hablando y se limitan a mirar la escena que está aconteciendo, quién sabe si por miedo, curiosidad o morbo.

Dejas la comida en una pequeña plataforma ahí dispuesta para que los médicos —aunque más bien se deberían llamar chamanes— de la aldea puedan poner el instrumental. Tu extremidad se aproxima a la ajena con la lentitud y tensión de una novela de terror, ante la atenta mirada —si se considera mirada— del chaval, hasta que por fin lo tocas y este hace el amago de apartarse pero termina por quedarse en el sitio, enseñando los dientes pero sin moverse. Se frota entonces el costado, como si quisiera mostrarte las consecuencias de la patada que recibió por parte de Elm y, segundos después, pareces ser capaz de acariciarla. Todos sus músculos están tensos a más no poder, pero aun así parece forzarse a no hacer nada y comportarse.

Le puedes llevar hasta la mesa, apartándose un poco todos los enfermos para evitar accidentes indeseados y, en cuanto lo empujas a sentarse, notas como sus puños se aprietan, pero termina por hacer caso. Mira el plato de comida como si se fijase a través de él y, en un momento dado, puedes ver cómo su nariz se deforma, mostrando una especie de protuberancia rosada. Para cuando parpadees, habrá desaparecido y el chico estará comiendo con cierta facilidad. Si te fijases nuevamente, puedes ver que cuando se lleve la comida a la boca por vez primera, empezará a llorar silenciosamente, pero sin frenar el desayuno. Tiene hambre y, poco a poco, parece que el nudo en su garganta se desvanece. Segundos después, despega los ojos del plato para fijarse en ti y esta vez sí notas que no está errando en la dirección, dedicándote una sonrisa bastante torcida y algo manchada de comida, para luego volver a devorar lo que le has dado.