[Moderado - Nivel 4] Hora de probarse [Misión Revolucionaria - Alice]

-Gracias -respondí con una sonrisa cordial ante otra voz que me deseaba buena suerte. Tenía la certeza de que llegaría el momento en que me haría falta un poco de buena estrella.

Estiré los bordes de mi falda de color granate y también las arrrugas de la camisa blanca que llevaba. Se hacía raro llevar aquella ropa, era como si no fuera yo. Me llevé una mano hasta la cara, pero me detuve antes de rascarme la mejilla. "No Alice, ahí tampoco deberías tocar." Llevaba algo de bronceador para ocultar la cicatriz de la quemadura y también para que mi tez pareciera un poco más oscura. Todo por ser semejante a uno de esos mercaderes que traían productos de islas tropicales. Suspiré. Lo de los difraces todavía no era lo mío; demasiado incómodo. Incluso debía llevar mis katanas de forma que no fueran visibles. Bendita fruta. Ojalá nadie se acercara lo suficiente como para chocar conmigo; eso pensaba.

Eché un vistazo a mi alrededor. Las órdenes estaban claras, pero el camino a seguir era algo que tenía que descubrir sola y empezaba en un lugar desolado. Una casa de subastas de esclavos cerrada, por suerte, aunque quién sabía por cuánto tiempo. Esto iba pensando mientras me bajaba. Mis pensamientos ya iban a toda velocidad y chocaban unos con otros y contra las paredes de su pequeña cárcel, mi cabeza. "Si se va a producir la entrega del cargamento en algún lugar, o bien será en un sitio apartado de la vista de los habitantes de Shabaody, o será a plena luz del día y en un lugar concurrido, de incógnito, tal como vamos nosotros."

Me paré en seco. ¿Cuál era la senda correcta? Me habían transmitido que era probable que sí fueran disfrazados pero, ¿por dónde tirar? Podía estar en cualquier parte, donde menos me lo esperara, incluso en esa casa de subastas que tenía enfrente, aunque dudaba que fuera así. La revisaría rápido de todos modos para ver si encontraba algo interesante y luego me iría.

En una ciudad siempre había unas pocas personas que tienen oídos y ojos en todas partes. En vez revisar cada lugar, cada almacén, me dirigiría hacia alguno de los puertos secundarios e iría preguntando quién era el que mandaba allí con alguna excusa que tuviera que ver con mi tapadera. Me parecía mejor que ir a ciegas.

El camino fue sencillo y por lo visto alguien como yo (o alguien como la persona que estaba fingiendo ser en aquella misión) no llamaba demasiado la atención de la gente de ese lugar. "Perfecto" pensé para mí, sin saber si era ironía o iba en serio. "No hay grandes altercados." ¿Eso era bueno? Desde luego sí para los habitantes, pero no aportaba pistas para mí, ni indicios de que fuera a producirse el desembarco. Yo caminaba por allí, fingiendo fijarme en las cosas en las que se pararía un turista curioso, o alguien que reconoce el terreno para saber cómo y por dónde puede introducirse en el mercado. Por suerte o por desgracia, la calma llegó a su fin.

Escuché unos gritos y avancé entre la gente, empujando a algunos para abrirme paso y llegar más rápido hasta la fuente de ellos, pero fingiendo que no había sido yo e intentando que nadie viera de forma extraña que tuviera tanta prisa. ¿Sospechosa? Naaaah, que va. Bueno, puede que un poquito. Me pasé en seco y me decepcioné bastante al llegar hasta un pequeño puesto donde un pescador vendía sus presas del día. ¿De qué día? Bueno, a juzgar por las quejas en forma de gritos que emitía un cliente junto al puesto, puede que no los hubiera capturado esa misma jornada en que los intentaba vender. Me giré para irme por donde había venido, pero titubeé y miré hacia atrás de nuevo. Puede que fuera una tontería, pero me daba un poco de pena el chico que estaba intentando devolver aquel pescado. Así era yo, Alice L. Turner, al defensora de causas perdidas. Me acerqué a ellos con indecisión, dudando por no saber si debía meterme en aquel asunto. Bueno, fuera como fuera, quizás podría preguntarles a ellos sobre lo que estaba (o mejor dicho, a quién) estaba buscando.

Me interpuse entre ambos, mirando al pescador.

-Sinceramente señor, no sé cómo está de precio el pescado por estos lares, pero me parece algo abusivo que le cobre tanto -le dije al vendedor, intentando eliminar toda la posible acritud de mi tono.

Ya me imaginaba que lo único que haría sería decirme que no tenía ni voz ni voto y que me largara, además de que ya era un poco tarde para hacer reclamaciones sobre el precio. En fin, tampoco perdía nada. Quizás el chico albino estuviera más dispuesto a darme alguna información a cambio, aunque el vendedor seguramente era a quién debía preguntar... Ir en contra de mis principios no era algo que pudiera saltarme a la primera.

Había recibido una infinidad de miradas lascivas desde mi pubertad, ay, bendita pubertad, pero me estaba dando tanto asco aquel señor... En mi cabeza no dejaba de resonar "me está mirando, me está mirando, me está mirando" sin parar. Mis mejillas se tiñieron de rojo, aunque empezó a ser difícil saber si era por verguenza o por rabia. Apreté los puños, inspiré, expiré... no podía tirar por la borda la tapadera, ya estaba llamando demasiado la atención. Aish... qué paciencia había que tener con algunos.

-No soy su novia y seguro que puede defendeser solo perfectamBueno mira, qué más dá -le respondí poniendo los ojos en blanco. Seguro que nada de lo que dijera iba a cambiar demasiado aquella situación. -El caso es que todo ha acabado bien. -Le dirigí una mirada gélida y hablé con voz alta y clara, para que otros pudieran oírlo varios metros a la redonda y quedara en evidencia: -Y deja de mirarme las tetas de una puñetera vez. O al menos intenta hacerlo de forma un poco más sutil.

Me di la vuelta para hablar con el chico de pelo blanco. Sus mejillas parecían un poco amoratadas, como de haber estado bajo el agua helada un largo rato. Curioso, no hacía frío ni le habían pegado ningún golpe, así que, ¿qué era eso? No podía entenderlo. Tampoco era algo que importara demasiado, así que lo ignoré, o por lo menos lo intenté. Dinero devuelto, problema solucionado, eso era lo que importaba.

-No hace falta agradecer nada, Hans. Yo soy... Alice -me presenté, segura, tendiéndole la mano. -Oye, ¿estás bien? ¿Te pasa algo en las mejillas? -le pregunté, alzando la otra mano para tocarle una de ellas, pero bajándola antes de llegar a hacerlo.

Mejor que no me pasara con las confianzas o me acabarían llevando a la tumba. Lo cierto es que quería dejarlo en paz, pero es que me llamaba mucho la atención. Nadie me conocía demasiado por aquellos lares, iba disfrazada y tampoco es que hubiera dicho mi apellido, así que no era un gran peligro. Suspiré, preparando para lanzarme al abismo.

-En fin, me pregunto si puedes ayudarme. Estoy buscando a la persona que controle el comercio en este puerto -bajé la voz-, y que no lo haga necesariamente por la vía legal -le dije, mirándolo a los ojos y de forma seria. -No intentes mentirme sobre eso, siempre hay alguien con esas características; alguien que lo sepa todo sobre cómo se mueve el dinero aquí. Soy mercader de una isla de verano y me gustaría introducirme en el mercado, ya sabes -traté de sonar natural. -Por cierto -susurré, curiosa-, ¿de qué es la llave? -pregunté, señalando a su cuello.

Sus gestos lo delataban, no hacía falta ni ser psicólogo para darse cuenta de eso. Solo con ser un poquito observadores, algunos ya tendrían mucho ganado. Y aún así ese tipo de gente escaseaba... El caso es que podía deducir un par de cosas.

-¿Un cofre? ¿De esos que tienen tesoros? Que lindo -dije sonriendo. No me caía mal el chico, la sonrisa solo era falsa a medias. -Está bien, está bien. -Levanté las manos al decir esas palabras. -No pregunto más, parece algo muy secreto e importante.

Llegó una niña pequeña a la que el chico presentó como su hermana y ambos me hablaron. Tartamudeé un poco, intentando escoger las palabras. La verdad es que no sabía a cuál de los dos hacerle caso antes. Me agaché un poco para hablarle a la hermanita. No convenía caerle mal a una hermana pequeña, podían hacerte la vida imposible.

-Sí, tu hermano es muy muy fuerte, es solo que yo pasaba por allí en el momento más oportuno. -No estaba bien destrozarle las ilusiones a una niña pequeña, ¿verdad? Me sonrojé un poco; por fortuna el maquillaje oscuro no dejaría que se notara. O eso esperaba. -Pero no, Illy, no somos novios.

Me incorporé y miré a Hans.

-Y sí, quedamos en el embarcadero pero... -hice una pausa, sin saber bien cómo soltar lo que quería decir -tampoco hace falta que vengas si no quieres, no te sientas obligado. Aunque no me vendría mal la información, no te ayudé por eso.

Sin más que decir, me di la vuelta y me fui, en busca de algún sitio tranquilo donde comer y hacer que pasaran las horas hasta la noche.


Me senté en el embarcadero, con las piernas colgando sobre el agua. ¿Un poco peligroso? Sí, puede ser. Aunque más me asustaban las tablas blandas y endebles por la humedad, o la ausencia de luz. Tarareé una canción. ¿Vendría Hans o tendría que buscarme otra salida?

Podía oír las pisadas, pero no me giré de inmediato; quería que estuvieran más cerca. Solo balanceaba los pies adelante y atrás, despacio, casi rozando y rompiendo la superficie del agua. ¿Asustando algún pez perdido en busca de comida tirada en el muelle? Ahora en serio, contaba con Hans, pero los otros pasos no eran los de una pequeña niña. Los miré. Vale, sí, uno de ellos era un chico albino muy lindo y el otro... No sé, simplemente alguien muy alto y que tenía pinta de ser fuerte. Ahhhhh. Por eso resonaban sus pisadas y hacían temblar las tablas sobre las que estaba sentada. Mientras se acercaban y Hans decía unas palabras, yo rascaba con una uña en la madera. Hacía pequeñas rayas, apuntes sobre lo que pensaba de aquellos dos. Era mi nueva manía, un código que no se pudiera descifrar fácilmente y en el que estaba trabajando. cada vez tenía más combinaciones de palabras. ¿Pero de qué servía si no me lo podía llevar? Suspiré. Bueno, al menos habría dejado mi marca. Insignificante.

Volví la vista al mar y al reflejo de la luna en el agua.

-Perdón por la desconfianza cuando he sido yo quién os ha traído aquí... ¿pero cómo sé que puedo fiarme de vosotros? -Mi propia pregunta me hizo querer escribir en código "van a querer matarme por esto", pero no lo hice. -Hoy en día es raro encontrarse a alguien que vaya por libre y no pertenezca a ningún bando. Lo mismo esto podría ser una trampa. -Suspiré de nuevo, con desenfado. -Aunque no estoy en posición de quejarme, ¿verdad? Mejor que deje ya los discursos.

Me levanté como pude intentando no hacer ruido con las espadas, y me sacudí la falda. Quería anticiparme a sus posibles exigencias aunque significara perder algo, para ganar algo más grande. Últimamente utilizaba una filosofía de poker allá donde iba, y no me resultaba demasiado mal.

-La cuestión es, estéis en el bando en que estéis, ¿vais a perder la oportunidad de sacar tajada?

El anzuelo ya lo había lanzado. Ahora solo quedaba... ¿esperar a que picaran?

-A saber qué piensas que busco, Hans -dije, entre risas para romper la tensión del ambiente. -Lo siento, es que acabas de sonar tan serio... Aunque supongo que yo tampoco me quedo corta cuando quiero. Pero sí, por mucho que deba ser un secreto, son asuntos que suelen filtrarse rápido.

Hubo un intercambio de miradas entre los dos y el grandullón tomó el relevo. "Pa-parece que sabe quien soy..." Abrí bastante los ojos; aquello no me lo esperaba. Lo de Banaro no había sido algo demasiado reseñable, una pequeña revuelta a nivel local. Y el hecho de ser reconocida por alguien con quien no había tenido trato directo era muy extraño. No tenía muy claro si me hacía mucha gracia la verdad. Estaba demasiado acostumbrada a ser una sombra en la que nadie se fija.

-Se ve... que todavía no puedo engañar a ojos que ya me han visto antes, ¿eh? Y menos con un poco de bronceador y un cambio de ropa.

Me rasqué de forma inconsciente la mejilla de la cicatriz, para después darme cuenta y frotarme la piel para igualar un poco el maquillaje. Estaba un poco nerviosa. De todas los opciones posibles, de todas las situaciones hipotéticas, esa era una que no había planeado. Al menos no daban la impresión de ser hostiles, e incluso parecían bastante amigables y dispuestos a ayudar. O bueno, Güten. Hans daba la impresión de ser inocente en ese sentido. Por qué me metía en esos berenjenales... ¿No tendría una buena vida siendo una camarera itinerante como hasta el momento? Las circunstancias no me habían dejado seguir.

-¿Qué chicos? -pregunté, alzando una ceja. -Solo quiero información y no negaré que no me vendría mal un poco de ayuda, pero tampoco es necesario que os impliquéis si no queréis. Sigue siendo mi cometido y yo la responsable de que salga bien o mal.

Dijera lo que dijera, aceptaría ir con ellos para saber de qué iba todo aquello. ¿Sería buena o mala idea meterme en la boca del lobo?

Hans parecía todavía más nervioso que antes. ¿Me estaban engañando? ¿Sería así todo el tiempo? ¿O acaso el asunto era demasiado importante como para confiárselo a cualquiera? Llevábamos ya un buen rato tanteando el terreno, viendo hasta dónde podíamos ceder y haciendo las perguntas que creímos convenientes. Un tira y afloja tan extraño... Y aunque yo misma trataba de aparentar seguridad, el hecho de que fuera una de las primeras misiones serias que llevaba a cabo, además de la poca información de la que disponía, hacían que el corazón estuviera a punto de salirse por mi boca. Y casi lo hizo, cuando oí las palabras de Hans, pero por el mero hecho de que me esperaba una panda de malotes, no unos voluntarios con buen corazón.

No pude evitar enternecerme por un momento.

-Yo... Yo también me dediqué a eso durante un tiempo cuando empecé en la revolución, pero no aquí sino en Water Seven. Os sorprendería la cantidad de gente que se queda fuera del sistema. -Me mordí el labio. -Sé que es un trabajo duro, pero vale la pena.

Sentí los ojos llorosos por un momento, aunque me había llevado también buenos recuerdos de aquel lugar. Ya habia pasado un tiempo de eso... Las agujas del reloj nunca paraban y notaba que los segundos se me escurrían entre las manos. Al menos estaba haciendo algo útil. "En fin, supongo que de perdidos al río, ¿no?" Extendí mi mano para estrechar la suya.

-Sí, ese es mi objetivo y sí, acepto. Y ahora, ¿cuál es el plan?

Les dirigí una sonrisa radiante, como si estuviera deseosa por pasar a la acción de una vez, después de tanta charla que al fin y al cabo era culpa mía. Tras pensarlo un par de segundos, la disimulé. No quería que acabaran pensando que tenía malas intenciones, o que solo quería la información y los dejaría tirados. Si necesitaban ayuda, se la daría, siempre y cuando no fuera en contra de mis ideales.

No negaré que ese rato que pasamos caminando (un cuarto de hora, ¿quizás?), me estuve preguntando hasta qué punto era lo más inteligente que podía haber hecho, y mirando a todas partes para encontrar posibles vías de escape, alguna ayuda externa en caso de que saliera mal... Supongo que las manías nunca se pierden, y parte de las paranoia siempre queda en la memoria. Me mantuve en silencio gran parte del camino. Tampoco es que hubiera mucho que decir, o eso pensaba.

Por fin llegamos. Los edificios en ruinas o destartalados empezaban a ser una constante en mi vida, y aquel no era muy diferente. Lo único que esperaba del restaurante abandonado es que todavía hubiera un poco de comida, porque pronto tendría hambre. Estaba absorta observando el lugar y la aparición de la hermana de Hans casi me provoca un infarto. ¿Volvería a mirarme mal por robarle a su hermanito? Solo me fijé en cómo Hans me abría la puerta y pasé bastante de la niña.

Nada más entrar me puse a mirar cada interior del local hasta que... me encontré con otras tres personas, los compañeros que quería que conociera, supuse, y que me ayudarían también a completar la misión. El que más llamaba la atención era un bufón que jugaba con un cuchillo y me ponía nerviosa. Daba la impresión de que en cualquier momento se cercenaría un dedo.

Me quedé paralizada por un momento, sin saber muy bien si acercarme a saludar, quedarme callada... Después de eso decidí que lo más inteligente era quedarme cerca de Hans, ondear la mano y murmurar un "hola" en dirección a los presentes. Esperaba que alguno de mis acompañantes decidiera contarles quién era en lugar de tener que hacerlo yo, o que los demás pregunten, aunque seguramente ya les habrían hablado de mí.

Tras las presentaciones que debería haber o tras un silencio tenso, pregunté:

-Y bien... ¿cuál es el plan exactamente? Vosotros tenéis más información y conocéis mejor la isla, así que la pelota está en vuestro tejado.

Lo estaba, sí. Aunque a mí no me gustara nada admitirlo.