Decisiones y una gran recompensa. (Moderado nivel 5) (Alice)

Querida Alice, espero que te encuentres muy bien el día de hoy. Agradezco totalmente que hallas tomado la iniciativa y decidieras dar un salto a tu primer moderado que será tomado por mí. Te diría quien soy, pero perdería totalmente el sentido y el misterio, así que no te lo diré.

Bueno ojeando un poco lo que has pedido en tu moderado he de admitir que me ha sorprendido un poco bastante, no es nada concreto y aun no sé qué quieres ganar o que quieres perder. Esto me hace pensar que estas abierta a cualquier posibilidad y a experimentar cualquier circunstancia.
Así que vamos a darle caña.

Ah sí, he leído tu ficha y me he mantenido al corriente de todo lo que has hecho hasta ahora. Seré honesto contigo, no soy tu mayor fan, pero si admito que lo que escribes hace que me sienta dentro de tu historia y me sienta parte de ella. Aunque te invito a que sigas dándole caña, ya que me agrada la manera en que te expresar y das todo en cada palabra. Te aplaudo y te felicito por ello

Dicho esto, bienvenida a mi moderado, y tu camino a un posible infierno.


Te encuentras en Isla Copo. Te has tomado unas merecidas vacaciones de una semana (un benefactor desconocido te las has patrocinado) Te doy totalmente libertad de decirme que tal han sido tus vacaciones en esta isla, pero todo parte a que te encuentras en una taberna. En esta taberna te encuentras parada frente a una enorme cartelera llena de wanteds de piratas. No sabría decirte que te trajo a mirar fijamente cada uno de ellos. Entre ellos, podrías encontrar figuras como Freites D. Alpha y Claude Von appetit, ambos superando la jugosa recompensa de 200.000.000. Aunque por otro lado, tienes unas recompensas más normalitas, como puede llegar a ser el terror rojo, un gyojin pez espada que no supera los 50.000.000 y también Maverick “el terror profundo” segundo al mando de la tripulación del terror rojo y gyojin calamar, ostentando unos 40.000.000.

En los dos primeros casos, ambos piratas son conocidos por rondar el paraíso. Alpha vive derrocando a otros piratas y gobiernos en tiranía. Esto hace que la marine actué antes de que se vuelva un peligro antes de ser incontrolable. En caso de Claude, un pirata prometedor cuyas hazañas no para de surcar los rincones, un capitán inigualable y de leyenda (según los mismos rumores que él cuenta) El legendarios basilisco de Theselia.

Por cierto, el cantinero te llama Alice. - ¡Señorita! Su pedido está ya listo. – Observas la barra y puedes ver lo que parece ser tu desayuno. Te diré la hora, son las siete de la mañana.

La decisión estaba tomada: Ibas a adentrarte en el Paraíso. Tras una serie de pintorescas aventuras que jamás habrías esperado vivir te sentías más segura de ti misma, y desde que dejaste Hallstat definitivamente no querías tener un hogar fijo durante mucho tiempo. Llevabas demasiado tiempo asentada, querías ser nómada por una temporada. Habías practicado maniobras para realizar en el pequeño barco y habías hecho los cálculos de dinámica para el ascenso a través de la Montaña Invertida. Tenías todo preparado para embarcar, pero antes... Unas vacaciones.

En realidad llamarlo vacaciones habría implicado que tus últimos viajes respondían a trabajo más que a placer, y aunque en cierto modo así era no querías asumir que la caza de criminales era, al menos en principio, un trabajo. Desde luego, no era como cualquier otro: Rastrear, pasar horas en tabernas bebiendo con gente, visitar hoteles lujosos y conocer gente importante que debía afrontar algún que otro problema delicado y, sobre todo, la adrenalina. El dinero que predeciblemente se ganaba no significaba nada para ti que, de casarte, tendrías todo el que pudieses soñar y más, pero la adrenalina no se podía pagar. Puede que por eso estabas en medio de una taberna en isla Copo y no en la cafetería del parador en el que te habías alojado. En vez de un croissant de mantequilla elaborado a mano habías pedido una dona rellena con no muy buena pinta y un café latte se había convertido en un triste café con leche y algo de espuma. Pero daba igual, porque tu corazón palpitaba con ilusión mientras mirabas el panel de recompensas que se ubicaba en la pared más occidental del local.

Podías ver muchas cosas interesantes, pero entre ellas te llamaron dos especialmente: Un niño de aspecto salvaje que sobrepasaba por poco los doscientos millones y una chica pelirroja que rozaba los quinientos. Por algún motivo ninguno de los dos parecía peligroso, y aunque en la parte de atrás explicaba que el niño se peleaba con otros piratas o asaltaba islas de dudosa moral y la mujer era un hombre -ser un travesti, por suerte, no era delito- capitán de la "ficticia banda pirata más estúpida de todos los tiempos", te costaba creer que el primer cartel tuviese la foto correcta; del segundo te costaba creer que esa chica de verdad hubiese hecho algo de lo que su cartel ponía: Todo parecía tan estúpido como su propia cara. Llegado el momento, si eran reales, cazarlos sería fácil.

Apuntaste mentalmente sus nombres y precios, marcando al moreno como primer objetivo para hacerte un nombre, y estuviste a punto de coger el cartel del "Terror Rojo", un ser mitad hombre mitad pez. Era la primera vez que veías uno, y seguramente habrías podido atraparlo, pero entonces el mesero dijo tu nombre y te diste la vuelta, con una sonrisa tierna que difícilmente alguien podría averiguar cubría el dolor que te producía caminar.

- ¡Yo soy! -exclamaste, caminando tranquilamente hacia él con las manos tras la espalda. Cuando recogiste tu pedido te inclinaste hacia delante levemente, para evitar que nadie más escuchase-. Muchas gracias, señor. ¿Cuánto es?

Tras pagar te sentaste en la barra e, intentando conversar con el tabernero, señalaste con la cabeza al tablón.

- Algunos de esos dan miedo. -Diste un tímido bocado al bollo, disimulando que te resultaba algo insípido-. Menos mal que no está ninguno aquí, o qué horror.

Nota para el narrador:

El cantinero te regala una mirada con amabilidad, Alice, Es un hombre medianamente mayor de unos cincuenta y algo, muy bien vestido y ya se le puede notar ya unas cuantas canas. – De dar miedo es una cosa, señorita. – Te dice. Luego aprovecha un momento para servirse a el mismo un poco de té, por el olor puedes asumir que es te de hierba buena. El olor te genera calma y te hace sentir como si estuvieras en una hermosa pradera verde. – Y realmente temerles es otra cosa. Al menos en el caso de Freites D. Alpha. De hecho, usted se encuentra en el mismo banco donde él se sentó, comió y pago la cuentas de todos. El chicho suele venir al North Blue en búsqueda de nuevos miembros para su banda. No me sorprende, este océano es conocido por ser el más fuerte entre los cuatro blues. Y no me sorprendería que en ya se encuentre aquí.

>En el caso de Claude, he odio rumores que vienen y van. Dicen que el Basilisco ha venido al North Blue en búsqueda del mismito señor de la guerra, Alpha. Según los rumores, se trata de una revancha, entre los dos grandes piratas. Aunque no se sabe dónde ni cuándo.

El cantinero toma un poco del té y mira fijamente a la cartelera. Puedes notar algo de nostalgia en su mirada y de hecho puedes verle hacer un claro suspiro melancólico. Luego prosigue con sus palabras.

- En el caso del Terror rojo y su segundo al mando. Se encuentran rondando los pares cerca de la isla de Karakura, Johota y Flavance. Dicen que ya han formado un asentamiento en una de estas tres islas. Pero, nada son simplemente rumores.

Pero rumores muy concretos y precisos ¿No te parece? Algo te dice que este tabernero no es un simple tabernero ¿Quizás sea algo más? No lo sé, ya es cuestión de ti si te interesa indagar. Por otro lado, terminas de comer mientras el hombre te platica todo aquello.

Ahora, es tu turno.

El hombre parecía ya algo mayor. Pelo encanecido, quizá ya más ralo que tupido, hablaba con amabilidad. También con inocencia. Arqueaste una ceja, pero preferiste no interrumpirlo; aun si una persona valía tanto dinero no implicaba que siempre estuviese cometiendo fechorías. Era coherente que el anciano sintiese cierta simpatía hacia su persona, y pensar que solo por un pensamiento se convertía automáticamente en enemigo resultaba pueril además de inadecuado. No tenía culpa, al fin y al cabo, de haberse dejado engañar por él; sin embargo, que el cantinero lo reconociese dejaba clara una cosa: Ese niño era el verdadero Freites D. Alpha.

- Vale doscientos millones de berries, señor -dijiste, fijando la mirada en él. También parpadeaste un par de veces-. ¿No le incomoda un poco que alguien pueda valer tanto? -Acercaste un poco la cabeza hacia él, inclinando el cuerpo-. Para tener esa recompensa hay que haber hecho cosas terribles. Como la... -Señalaste al cartel, pero recordaste un detalle clave-. El chico ese. El que parece una chica. ¿No tiene miedo de que en un mal día la tomen con usted?

Trataste de recitar mentalmente los delitos de cada uno, al menos los que aparecían en la parte trasera de su cartel de busca y captura. ¿Cómo podía valer doscientos millones un justiciero? Si alguien solo desbancaba piratas nadie tenía motivos para odiarlo, mucho menos para considerarlo un delincuente. Era más probable que se tratase de un sociópata impredecible cuyos delitos eran tan graves que los habían ocultado tras una cortina de humo para no asustar al grueso de la población. También podía ser, puestos a especular, que hubiese adoptado isla Copo como base temporal y le interesase mantener a la gente tranquila para poder seguir apareciendo por el lugar.

En realidad te planteaste muchas cosas, pero paraste para dar un trago a tu café con leche. La mirada del tabernero era nostálgica; ¿Tal vez fue en su día un pirata?


Casi te atragantaste con la bebida. Si habías sido tan estúpida de caer en una taberna pirata podías estar en serios apuros, pero también podía traerte grandes oportunidades de negocio. Si trababas amistad con esa gente podías, quizá, emborrachar a unos cuantos, y una vez hecho eso... Era todo sencillo. Aun así la idea no te encantaba; ¿dónde estaba la emoción en eso?

- Me alegro de que ninguno esté por aquí, la verdad -le confesaste. En parte era cierto, pero por otro si podías tirar un poco del hilo no le harías ascos-. Me dan miedo los piratas.

Técnicamente te daban miedo, lo cual era cierto. Por otro, la caza te suscitaba ilusión. La gente en esos carteles era demasiado grande; o bien eran extremadamente violentos o sumamente poderosos, o ambas, y no querías enfrentarte a esa gente sin estar preparada. Aun así apuntaste el dato: El niño viajaba frecuentemente al North Blue. Eso era bueno, dado que podrías tenderle una emboscada en la Montaña Invertida. Cuantos más datos tuvieses más eficientemente podrías darle caza en su momento.

- Por cierto, señor... -Juntaste los dedos como una niña traviesa, poniendo morritos-. ¿Tienen relojería en esta isla?

-Por supuesto que me incomoda que valga tanto, señorita – Te dice con tranquilidad. -  Si no estuviera retirado, yo mismo hubiera ido a cazarlo hace rato. Se nota que sería un total desafío al igual que el pirata Claude. – Aquí es cuando te das cuenta que el señor que tienes en frente es un cazador de recompensas retirados. Tratas de reconocerle ahora que te has dado cuenta de este pequeño detalle. Tratas de atar cabos y luego te das cuenta de un tatuaje de un lobo persiguiendo a la luna que tiene en su antebrazo derecho, ya que este tiene las mangas recogidas.

Has escuchado la descripción de ese tatuaje antes, piensas y piensas finalmente recordándolo. Este hombre es Hanibal Rush, un antiguo cazador de recompensas de renombre conocido por grandes hazañas como derrotar a los piratas del caníbal enloquecido y al mismito titán de las profundidades Mautilus, un gyojin ballena.

-No podemos juzgar a las personas por sus acciones, señorita. Cada quien decide el camino que toma. Y todos desconocemos la circunstancia por la cual estas… poderosas personas toman un “camino del mal”. Aunque, no soy quien para juzgarlo.

Cuando le preguntas por una relojería busca en una de las cajuelas te entrega un mapa del pequeño pueblo donde te encuentras. Te indica que existe una tienda de reloj justo al norte casi a la salida del pueblo, y prosigue a hacer sus tareas de cantinero una vez te ha terminado de ayudar.

¿Qué haras? ¿Aun te interesa platicar con el antiguo cazador de legenda? ¿Te dirigirás a la tienda de reloj? Tic tac, el tiempo corre y yo sigo arrojando dados secretos.

- ¿Un desafío? -repetiste, a modo de pregunta, sin terminar de comprender-. ¿Eso es lo único importante? Ni el peligro para la gente, ni lo que pueda valer, ni el castigo que pueda merecerse... ¿Solo importa que sea desafiante?

En realidad te sentiste un poco hipócrita. Tú no habías comenzado a moverte por el camino de la caza por una convicción ética -si bien te preocupaba lo peligrosa que pudiese ser una tripulación pirata lo bastante nutrida- sino por pura emoción. Precisamente a causa de la emoción que habías sentido en el combate cercano contra aquel hombre. Sin duda era un factor importante, y aunque el dinero te veía bien, había formas más sencillas de conseguirlo, mucho más seguras y seguramente que no implicasen un riesgo constante para una muñequita como tú. No podías enfadarte con él, por eso al menos. Por lo otro, sin embargo...

No te molestaste en disimular tu molestia. Frunciste el ceño, lo que chocaba un poco con tu sempiterna sonrisa. ¿Cómo podía estar diciendo algo así? Precisamente alguien que ya había dedicado su vida a la caza en su momento. Debía haber perdido compañeros, perseguido villanos, sufrido heridas y muchas más cosas que tal vez ni siquiera llegabas a plantearte. Todavía estabas empezando y había muchas cosas que aún no comprendías, pero había una que sí tenías claro, y no se aplicaba solo a la caza: Se aplicaba a la vida.

- Si no juzgamos a la gente por sus acciones, ¿cómo las juzgamos? -quisiste saber. Le diste un bocado más a la dona; antes de marcharte era más correcto terminarla, aunque no fuese particularmente sabrosa-. Si sabemos que lago está mal, ¿qué importan las circunstancias? Da igual cómo lo haya podido pasar una persona; si aceptamos que la maldad campe a sus anchas no podemos exigirle a nadie que se comporte bien. -Te encogiste de hombros. Tardaste unos segundos en continuar; se te rompía un poco la voz, y continuaste con un hililo modesto-: ¿Si ser un hijo de puta no tiene consecuencias cómo evitaremos que lo sea todo el mundo, señor?

Tal vez la justicia te importase más de lo que creías. En cierto modo todo en tu vida había girado en torno a evitar las cosas injustas a las que tu familia te iba sometiendo, y siempre habías tratado de hacer tu existencia un poco más justa. No habrías decidido cazar si no fuese el Gobierno Mundial quien pusiese las normas; no ibas a convertirte en una sicaria en manos de cualquiera, y si pudieras evitarlo... No querías matar. Dinero y justicia. Dos buenos motivos, al fin y al cabo.

- Precisamente porque lo han decidido es nuestro deber juzgarlo. Porque si no lo juzgamos, algún día decidirán algo contra nosotros. -Te levantaste del asiento y sacaste la cartera, cabizbaja-. Estaba todo muy bueno, muchas gracias.

Dejaste suficiente para cubrir el desayuno y la propina del hombre. Lo cierto era que te había decepcionado su actitud, pero tampoco podías recriminarle que no hiciese nada; no conocías sus circunstancias. Al fin y al cabo, la pasividad no era algo malo, y si él había elegido dejar la caza no eras nadie para recriminárselo. Pero te decepcionaba. Si no te lo impedía, saliste a la calle en busca de la relojería. Estabas de vacaciones, querías algo bonito.

Desde mi mesa te aplaudo, joven promesa de la cazeria. Me gusta como llevas los sentimientos de tu querida Alice. Puedo sentir en carne propia cada palabra y cada gesto. Cada murmuro y cada recuerdo. Casi lo logras, casi logras hacerme tu fan y formar parte de las filas de gente gritando por tu arte, mi querida usuaria.

Pero no, aun no me tienes. Sonrió ante ti admirando como hacer todo y cada uno de estos momentos tan especiales y haces que quiera entrar allí a Alice, pero ser bueno no forma parte de mi naturaleza como narrador.

Porque al igual que tú y yo sabemos, no está bien juzgar a alguien por las circunstancias.

El ex cazador te agradece por la propina y antes de retirarte te dice unas últimas palabras. – Yo comencé la caza por mi familia. Viven muy bien gracias al dinero que recolecte de mis tiempos en servicio. Ellos se encuentras lejos y yo aquí por decisión propia, Ya que decidí disfrutar los pocos años de vida que me quedan aquí. - Allí es cuando te das cuenta que probablemente el señor tenga alguna clase de enfermedad o algo puedes intuir. Quizás esa sea rea la razón por la cual se retiró. – El mundo no es blanco ni negro, señorita. Es gris. Un gris que puede variar de tono dependiendo de la situación. – El té arroja un papelito con un número de DDM anotado en él. - Si necesita un favor no dude llamar a este número. Dígale que es de parte de Hanibal. – Y tú, te retiras.

Los niños juegan. Las personas caminan y la nieve no para de caer. Dime una cosa, Alice ¿Cómo vas vestida hoy? Espero que lleves algo para el frio. Admiras la preciosa vista del pueblo con mucha ilusión, de hecho, sientes que te hace olvidar un poco el casi mal rato que has pasado. Es normal en isla copo, todas las personas que vienen aquí vienen a buscar un poco de paz y tranquilidad. Aliviar ese estrés que puede llegar a causar la vida. Y quizás, tan solo quizás, tener un hogar aquí nunca sea tan malo.

Llegas a la relojería. Un joven semi-gigante te recibe con una sonrisa. Muy elegante y vestido como un técnico de relojes, (obvio, es una relojería) - ¡Bienvenida, joven! – Te dice sonriente el semi-gigante – ¿En qué puedo ayudarrrte el día de hoy? – Te das cuenta que posee un extraño asiento y marca mucho las erres al hablar.

La respuesta del viejo cazador te chocó. No porque no le hubieras preguntado, que en parte te sorprendió; tampoco porque no tuviera mucho que ver a simple vista sino que, más bien, te resultó extraño que una persona decidiese abandonar a su familia para pasar sus últimos años de vida alejado en una isla alejada en medio del North Blue. No entendías muy bien el razonamiento de, para alguien que hubiera luchado siempre por su familia, abandonarlos en el momento en que por fin podría estar con ellos. El hombre estaba en su derecho, claro, pero había tomado una decisión muy egoísta.

- El mundo no es blanco ni negro, tiene razón -habías dicho al recoger el número de den den mushi. Pensaste de inmediato que no tenías uno, pero claro, en Hallstat habías olvidado llevártelo contigo. Tendrías que coger uno en algún vivero, o en una tienda-. Pero si el crimen queda impune se vuelve un poco más oscuro.

Agachaste la cabeza, agradeciendo el contacto mientras se cerraba la puerta. Podía venirte bien, pero en ese momento solo querías huir; recordar que eran unas vacaciones y huir de ahí. Te colocaste bien la bufanda para que no se colase nada de viento, e incluso vestiste un gracioso gorrito con ojos de panda en la parte superior. Y orejitas. Las orejitas eran importantes. Tu abrigo era una suerte de gabardina blanca, peluda y rellena con una pequeña capa de plumón entre la piel y el forro. La llevabas cerrada por botones de nácar y guardaste tus manitas en unos guantes de color burdeos, a juego con el vestido que llevabas ese día, con más escote del que sería aconsejable para una isla en pleno invierno.

Mientras ibas en busca de la relojería, sin embargo, el malestar se fue desvaneciendo. A pesar del frío tu ropa te cubría casi perfectamente, y el panorama que veías en las calles resultaba francamente enternecedor. Los niños jugaban con trineos mientras los más mayores hacían muñecos de nieve de todas las formas y tamaños, desde las figuras de bolas hasta espectaculares esculturas glaciales... Copo no tenía por qué ser un mal sitio, al fin y al cabo.

- ¡Buenos días! -saludaste al entrar en la relojería. Era de buena educación al presentarte en cualquier parte, y te sentías mucho mejor tras el paseo. Incluso cuando te tuviste que pellizcar ligeramente las sonrojadas mejillas para recuperar la sensibilidad, fue casi agradable. Casi. Porque lo cierto era que caminar por la nieve era bastante más agotador que sobre el pavimento, y dolía.

El dependiente resultó ser un hombre enorme. Joven, pero enorme. En cierto modo agradeciste el ya estar ruborizada cuando imaginaste el destrozo que podía hacer su... Bueno, eso. Que era enorme. Pero parecía amable. En realidad, no parecía que hubiese nadie particularmente antipático en la isla. Quizá por eso acogían incluso a piratas. Igual por eso hasta los justificaban.

- Muchas gracias, solo quería echar un vistazo. -Te acercaste al mostrador un poco. Era demasiado grande para ti-. Pero si me ayuda... Suelo llevarme un reloj de cada isla que visito, y me gustaría uno que plasmara la esencia de esta isla al máximo.

En realidad era la primera vez que ibas a hacerlo, pero ahora que lo habías pensado lo continuarías hasta tener un mapa lleno de relojes.

El semi-gigante te observa por unos instantes, Alice. Presta totalmente atención a lo que le dices y se fija en los primeros modelos de los relojes que te pueden llegar a llamar la atención. – Entiendo, entiendo… En su caso podría recomendarle un reloj de bolsillo que pronto debería llegar en el cargamento de la mañana. – Observas que se fija en uno de los tantos relojes que están en el lugar. – En una hora debería estar mi pedido, siempre son puntuales.

De repente, un DDM que está a un costado de ustedes comienza a sonar. Él te pide que lo disculpes un momento. Atiende el teléfono y lo escuchas tener una conversación de lo más normal y tranquila. Luego, escuchas la triste noticia de que el cargamento que estaba dirigido a isla Copo había sido saqueado por el grupo de piratas del terror rojo. Observas al gigantón poner cara triste y negar con la cabeza.

-Lamento decirle que no podre entregarle el reloj prometido. – Te dice el grandote con clara tristeza en sus ojos. – Resulta que un grupo de piratas comandados por un tal terror rojo ha asaltado el barco. Era una lástima, junto con el reloj venían un par de herramientas importantes.

Lo observas encogerse de hombros por un momento. ¿Qué harás? ¿Lo dejaras pasar o será momento de tu primera caza?

Era normal que los relojeros tuviesen un taller alejado de su local, un espacio en el que guardar sus creaciones fuera del alcance de los ladrones. También era habitual que se comprasen a un taller externo, pero dado que el grandullón pensaba en uno muy específico asumiste que él, o algún compañero de su negocio, lo había fabricado. Te gustó que te dijese eso, aunque pensaste con cierta suspicacia que tal vez había encontrado en tus ojos verdes y mejillas sonrosadas la cara de una pánfila a la que estafar, pero preferiste no ser tan desconfiada. ¿Por qué el tabernero te enviaría a un lugar donde pensaban timarte? Más teniendo en cuenta los precios que podías ver en el lugar.

- Muchas gracias -contestaste, asintiendo-. Por cierto, ¿cómo es que eres tan alto? -En realidad, tras haber conocido a Illje y a los pequeños Bandle, podías asumir que en el mundo había muchas formas de vida inteligentes más allá del ser humano. Seguramente él perteneciese a la legendaria raza de los gigantes de los cuentos nórdicos que alguna vez habías llegado a leer.

En cualquier caso, como vino se fue. La ilusión que sentías pronto se rompió cuando el señor lamentó no poder venderte el reloj. Al parecer habían asaltado el cargamento que estaba a punto de llegar, y para más colmo había sido el temible Terror Rojo, el capitán hombre-pez que habías visto junto al niño y a la chica pelirroja. Valía cincuenta millones, y tenías claro por qué: Si se dedicaba a asaltar navíos en medio del mar probablemente el precio por su cabeza se hubiese disparado según las riquezas que hubiese saqueado. Aunque darte cuenta de eso te hizo vacilar por un momento: ¿Le traían el cargamento desde otra isla? ¿Cómo podía estar seguro de tener el reloj ideal para ti si debía venir en barco? Lo miraste con cierta molestia en el rostro.

- Disculpa, no soy la clase de chica a la que puedas contentar con un reloj hecho en serie -dijiste, inflando los mofletes-. Tiene que ser algo que me recuerde a esta isla, pero exclusivo. Como... ¿Tienes un papel?

Sacaste de tu bolso un lápiz. Siempre llevabas material de escritura y dibujo encima, por si hacía falta, y trazaste un boceto de bolsillo con esfera en volumen y mecanismo expuesto, simulando la nieve caer.

- No tiene que ser tan complejo como este, pero algo por el estilo. Y... ¿Podrías dejarme el den den mushi? Puedo ayudarte con tu problema... Creo.

Si te daba el caracol marcarías el número que te había dado el viejo cazador. No sabías hasta qué punto podría valer de algo, pero de lo que estabas segura era de que si te lo habían dado era para algo. Y nunca se debía desperdiciar una oportunidad de que un relojero te debiese un favor. Aunque fuese perdiendo el de un jubilado.

- ¿Hola? -dirías, si alguien contestaba-. Llamo de parte de Hannibal, necesito ayuda con un pirata.

-¿Qué porque soy tan alto? ¿Nunca ha visto a un semi-gigante, señorita? – El vendedor de relojes se muestra un poco confundido ante tu pregunta. Incluso te es algo curioso para ti, habiendo ya conocido a una semi-mink como Illje ¿no es ya un hecho para ti que existen muchos tipos de humanos? Bueno al menos se supone eso.

- No quise hacerle enojar, señorita. Pero si me permitiera explicarme. La mano de obra y los diseños de cada reloj provienen de mí. Y yo he nacido en esta isla. – Cuando le pides el papel te extiende uno. Observa como trazaste tu dibujo prestando atención a cada detalle. Lo observas asentir afirmando que podría fabricarte aquello y, cuando le pides el DDM. Te lo entrega.

- ¿Hola? – te dice una voz femenina del otro lado, Suena como la de una mujer. Por el tono calculas unos treinta años. – ¿Hannibal? De acuerdo. Ve al centro de la isla y busca una roca en forma de lobo. – Y te cuelga.

Es bastante curioso todo lo que esta ocurriendo. Repasemos un momento ¿Si? Todo comenzó en una lugar donde solo te disponías a desayunar. Al parecer el viejo cazador de recompensas retirado ha simpatizado contigo y te ha pasado una especie de “contacto”, que vamos, ni tu misma sabes si confiar en el del todo no. El chico del reloj ha tomado tu pedido y se pone a manufacturar tu pedido una vez le pides que todo sea material local. –Lo tendré listo en dos días- Te dice el semi-gigante. Aunque esta lo otro, el pirata que anda azotando estas aguas y robando a quien no debe.

¿Qué harás, Alice? Me gustaría decirte que tienes que seguir la pista a un conejo blanco pero, te toca seguir la pista a un lobo feroz.

Sin mencionar al tiburón.

¿Semi? ¡¿Eso era un semigigante?! Es decir, ese ser de casi cuatro metros si no más, ¿no era un gigante por completo? Te quedaste embobada mirándolo, ojiplática, sin ser capaz de imaginarte algo más grande que él y evitando llevártelo a terrenos donde, directamente... No. ¡No! ¿Cómo podía haber semigigantes? La madre moriría. Te dolía solo de pensarlo; te dolía a morir. No eras racista, pero había cosas que no deberían existir; pobre madre.

- Está bien; ¿dos días, entones? -Le tendiste la mano buscando cerrar el trato. Nadie rompía un trato cuando primero se cerraba a través de un viril apretón de manos, incluso si uno de los caballeros era una mujer. Padre te lo había enseñado.

En cuanto a la respuesta que obtuviste cuando llamaste al aliado de Hannibal... Eso no te resultó tan agradable. Querías ayudar al relojero -que, dijera lo que dijera, era un gigante-, se había portado bien contigo y se había propuesto hacerte un reloj a mano sin poner ninguna pega. No se merecía ser asaltado por un grupo de criminales sin escrúpulos, mucho menos por escoria pirata. Sin embargo, todo parecía demasiado oportuno: El teléfono de un cazador connivente a la piratería, un ayudante misterioso que te citaba en un lugar que no conocías y una banda pirata que había asaltado justo al relojero que te habían recomendado. ¿Te estaban tendiendo una trampa? No, no tenía sentido; nadie sabía que eras cazadora, o al menos nadie que estuviera en la isla. Sin embargo... Había una cosa que empezaba a perturbarte.

¿Quién te había invitado a la isla? Lo habías aceptado sin preocuparte demasiado porque total, tenías recursos si se trataba de alguien peligroso. Habías necesitado unas vacaciones, pero, ¿qué pasaba si de pronto Lewis intentaba tenderte una trampa? No terminabas de entender por qué él podría necesitarte hoy por hoy, pero aun así seguías con miedo a que fuese detrás de ti; tu huida implicaba más una brecha en su orgullo que una pérdida real, y sobre lo irracional nada tenía gobierno.

- No parece buena idea alejarme de la ciudad con este tiempo -dijiste-. Pero algo se me ocurrirá. Volveré en dos días, se lo prometo.

Te despediste con una leve inclinación y optaste por volver a la taberna. Si nada te lo impedía, necesitabas hablar con el tal Hannibal. Necesitabas saber en quién podías confiar antes de dar un paso adelante tan arriesgado.

- Señor Hannibal -dirías al llegar, asegurándote de susurrarlo acercándote a él tras revisar que no hubiese oídos indiscretos-. ¿Quién está al otro lado de la línea? He tenido que llamar, y no parece fiable.

Cuando llegas a la taberna, te das cuenta que Hannibal ya no está, encuentras a un joven d cabello negro muy normalito. De unos quince años aproximadamente. – El señor Hannibal se ha tomado el resto del día para descansar. – Te dice muy amablemente el pequeño. Por otro lado ¿No tenias tu un mapa? Si te tomaras el tiempo a revisaras resto del mapa de la isla, te darás cuenta que muy cerca del centro de la misma puedes encontrar un dibujo de un lobo rojo.

Por cierto, si te tomas el tiempo para preguntarle al pequeño cosas sobre Hannibal, te responderá. – Lo lamento mucho, señorita. Solo soy el encargado del almacén y le cubro cuando tiene cosas que hacer o cuando desea tomarse el día. Aunque eso sienta bien para mi, gano dinerillo extra. – Se nota que hannibal trata muy bien al chico, o al menos puedes intuir eso, el joven no refleja ni una pizca de desprecio en sus ojos cuando habla de su jefe.

Tic, tac. El tiempo corre.

Cuando llegaste a la taberna todo tomó un cariz terriblemente extraño: Hannibal no estaba; había decidido que abrir la taberna era suficiente trabajo por el resto del día, dejando a un mozo de almacén a cargo para irse a descansar a poco más de las siete de la mañana. Aun así escuchaste atentamente lo que te decía por si resultaba útil, pero no sacaste nada en claro. ¿Quién demonios era ese chico? Un simple mozo con la confianza del anciano, o al menos con la suficiente como para que lo dejase a cargo de su negocio. O no, la verdad era que el viejo cazador te resultaba cada vez más extraño.

- Entonces... ¿No está aquí? -La pregunta era más retórica que otra cosa. Ni siquiera esperabas saciar tu curiosidad con una nueva explicación. Se te había escapado por, simplemente, pura incomprensión.

En ese momento una revelación acudió a tu mente. El anciano te había dado un mapa. Al principio habías creído que se trataba de un callejero local, pero con la mano libre de guante percibiste en tu bolsillo una doblez. ¿Una doblez? Eso significaba que no estaba extendido. ¿Cómo podías no haberte dado cuenta? Sacaste el papel y desdoblaste cada una de sus caras hasta tener delante un plano completo de la isla, en toda su extensión. Y ahí, en ese punto concreto casi en el centro de la isla, estaba la roca.

En realidad no había nada que incitase a pensar que una marca de lobo en un mapa estuviese referenciando a una piedra con forma de lobo, pero preferiste asumirlo de esa forma. Aun así, ¿hasta qué punto querías alejarte del pueblo para ponerte delante de un desconocido? Arriesgarte a que te estuviesen tendiendo una trampa, aunque creyeses que podrías sobreponerte, era un movimiento estúpido. Al fin y al cabo, si la ayuda que hubieses necesitado fuese urgente no podrías haber ido hasta allí. No, definitivamente tenía que ser una trampa.

- Está bien, no pasa nada. Muchísimas gracias.

Algo desanimada dejaste la taberna, preocupada por la situación. ¿Podrías dormir en la isla si de verdad te estaban persiguiendo? La intranquilidad te carcomía, acechante, mientras volvías a guardar la mano en el guantecito. Miraste a todas partes buscando una cafetería; tenías que pensar un plan de acción. Pero ni de broma ibas a ir hasta una puñetera roca lobo.

¿Me permitirás buscar esa cafetería junto a ti? Te diré algo, Alice. Eres una de las personas más curiosas que ha venido a mi dungeon. Eres increíble, interpretas muy bien lo que significa y lo que es esta pequeña cazadora. Y tanto que imaginarme caminar contigo buscando un lugar para que ordenes tu pensamiento, me llena de una alegría y un sentimiento tan profundo, que te lo voy a conceder.

Encuentras una linda cafetería. Una señorita muy linda y de cabelleras rubia será quien te atienda aquí. ¿Qué vas a ordenar? Pues yo ya me encuentro a tu lado acompañándote, aunque no puedas verme. Después de todo soy tu narrador. Inmerso en lo profundo de esta historia de una señorita que trata de escapar de su pasado a toca costa. Pero escapar de tu pasado no será tan fácil ¿No es así? Aunque personalmente hablando, no creo que tus familia este aquí. Al menos no por ahora. No conozco tan a fondo los detalles pero, sé muy bien que nunca te has permitido estar mucho tiempo en ningún lugar por miedo a ser atrapada nuevamente. Pero yo te hago una pregunta, bueno en realidad tú mismas te la haces: ¿Qué harías si el peligro viene hacia ti?

Tantas preguntas corre por tu mente justo ahora, Alice. Pero yo te pregunto a ti ¿Cuántas son realmente? ¿Quién eres? Sé que eres mucho más que lo que he leído en tu ficha. Siento que mientras más te narro, mas conozco de ti. Eres un océano profundo de misterios y realmente deseo describir todo, absolutamente todo. Deseo romper tus límites y desgarrar tu alma en un desafío único donde se vea a prueba de lo que realmente estas hecha.

Pero eso puede ocurrir aquí, o en otro lado. Por ahora, sigamos tomando te y repasando tu plan. Aunque tu no me puedes ver.

-Disculpe ¿Está ocupado este asiento? – Te dice una agradable ancianita, le calculas unos setenta.  Esta vestida con un enorme abrigo blanco bastante afelpado. Su mirada es tierna y su cabellera está totalmente llena de largas canas lizas, pero esta de igual manera está bien cuida, ya que notas que está sujeta con un moño.

Caminar entre la nieve resultaba relajante; también te ayudaba a replantearte la situación en la que estabas. ¿De verdad tenían sentido tantas precauciones? Era cierto que Velkan se había acercado lo bastante como para haber podido atraparte, pero habíamos superado ese problema. Habíamos sobrevivido a muchas otras cosas desde entonces; ¿por qué debías huir? No era como si fueses a dejar de moverte con una cierta seguridad, pero no todo tenía por qué ser una conspiración en tu contra. Y si lo fuese, si en algún momento te vieses superada por la situación... Sabes que estoy aquí, ¿verdad?

Qué tonto; ni siquiera puedes oírme.

En tu mente, o más bien en la parcela que controlabas de ella, no tenías esa seguridad realmente. No podías huir, y no todo el mundo caería por una patada en la entrepierna. No siempre serías capaz de dar un buen disparo y, para ti, huir no era una opción. No porque no estuvieses dispuesta hacerlo, sino porque no podías. Tal vez tus huesos soportasen una breve carrera de unas decenas de metros, ¿pero de verdad eso te bastaría para escapar si realmente estuvieses en peligro? No, claro que no. Y sin saber que estaba yo cubriendo tus espaldas, sin saber que estaba sumergido en la oscuridad para proteger tu luz... ¿Cómo culparte por tomar tantas precauciones? Hasta tú, que siempre eras la más audaz de los dos, concluiste en ese razonamiento.

Entrar a la cafetería fue... Curioso. Comparado con la taberna, se trataba de un lugar mucho más acogedor, y en contraposición al anciano, una muchacha rubia te recibió. Pediste un té con pastas y un pequeño cupcake que se veía mucho más apetecible que la dona; luego te sentaste. Ah, sí, y una anciana te pidió sentarse junto a ti.

Por un momento miraste hacia otras mesas, preguntándote si tan abarrotada estaba como para necesitar el lugar o solo necesitaba un rato de compañía. Era muy habitual, sobre todo en los ancianos, buscar gente con la que pasar el rato, y aunque no estabas acostumbrada a ello sí sabías que ese comportamiento era relativamente habitual en los espacios que últimamente frecuentabas. Por tanto, y dado que era una improvisada reunión social... Optaste por lo que habría hecho cualquier otra persona.

- Puede sentarse, si lo desea -aceptaste, con una sonrisa-. Pero para eso debe primero decirme cómo se llama; no podría permitir que una desconocida se siente a mi mesa. Dios sabe los peligros que acechan por ahí fuera.

Te reíste, más para demostrar que era una broma que porque tu comentario fuese particularmente ingenioso, y te levantaste mientras esperabas a que ella se sentara. Igual que tú vestía un largo abrigo blanco y, a juzgar por su cabello blanco, en algún momento de su juventud hubiera sido rubia. ¿Te estaba visitando el fantasma de las navidades futuras?

- Hace un tiempo horrible ahí fuera -comentaste, encogiéndote de hombros-. Le vendrá bien tomar algo caliente, y a mí un poco de compañía.

En realidad también querías emociones fuertes, pero cuando no tenías el control de la situación procurabas no forzarlas. Caminar por la cuerda floja podía resultar muy estresante cuando se hacía sin red.

-¡Oh! Por supuesto. Que pocos modales tengo. – Te dice mientras toma asiento. – Soy Margarat, la alcaldesa de este poblado. – Vez a la anciana levantar la mano y llamar la atención de la rubia. – ¡Sophithia! Lo mismo de siempre, por favor. – Margarat posa su mirada en ti, prestando totalmente atención a lo que le comentas. – Si, hace un tiempo un poco lamentable estos días. Pero nada que una buena taza de café no pueda arreglar ¿No lo crees? – Si, es verdad, el tiempo no favorece a nadie. Menos a una persona como tú, Alice. Y sé que lo sabes mucho mejor tu, Miles. Porque yo sí puedo verte. Intrépido y poderoso guardan de esta delicada doncella casi de porcelana. Puedo sentir tu desconfianza a todo lo que te rodea, o quizás debería decir, lo que rodea a Alice. Me gustaría que me recordaras un poco solo una cosa ¿Qué significa Alice para ti? Si me das una respuesta buena y que me convenza, tirare un dado de buena suerte, te doy mi palabra.

- Pequeña Alice – Te dirá, en caso que te presentes a ella. Si no cambia tu nombre por un “señorita”. – ¿Te encuentras bien? - ¿Acaso tu expresión le genera preocupación? No lo se, pero definitivamente no tienes buena cara ¿Quizás sean muchos pensamientos? Ya me dirás

La anciana se llamaba Margarat. Un nombre curioso, desde luego, y un cargo importante: Se había sentado frente a ti nada más y nada menos que la alcaldesa de la villa. No estabas muy puesta en todos los modelos de gobierno local, pero se eligiese por sufragio o fuese una delegada del gobernador -si es que la isla tenía algo como eso- ostentaba un puesto de responsabilidad y prestigio. No terminaba de importarte demasiado, pero nunca estaba de más hacer cartera de contactos por si en algún momento lo llegabas a necesitar. Tal vez esa era la única lección que habías aprendido de Lewis.

- Alice -contestaste, con una leve inclinación de cabeza-. Encantada.

Esperaste por cortesía a que tomase asiento para acto seguido sentarte tú. En English Garden solías ser la primera en sentarte y levantarte, la que gozaba de la potestad para ordenar cuándo se podía o no comer -casi siempre-. También en Hallstat había sido así. Por eso, aunque la costumbre despertaba esa pulsión en ti, ese tibio placer de ser quien estaba por encima, recibir la cortesía de terceros siendo una doña nadie resultaba plácido. Tenías muy clara qué opción preferías; al final del día, por eso lo habías dejado todo atrás, ¿no?

Para mí... Es cierto que no tenía muchas opciones más allá de aceptar seguirte en tu aventura. Podía ir contigo o forzarte a una vida de infelicidad que yo no habría querido para nadie. Y es que al final, ¿tenía yo algo que decir? Bien era cierto que a veces podía dar pequeños empujones a tu mente, pero el control que poseía sobre ti era temporalmente demasiado limitado. Y, aunque no lo fuese, ¿qué era yo sin ti? Soy apenas una conciencia en tu mente, poco más que una disociación perversa de tu psique. Solo soy la respuesta de una niña a un trauma que no podía asimilar. A veces hasta he llegado a preguntarme si no debería hacerte ver lo que sucede, esforzarme en comunicarme contigo para que pudieses superarlo, ¿pero qué sería de mí entonces? ¿Moriría, o me fundiría contigo? Si eso sucediera, tú tendrías que cargar un peso todavía mayor. Y eso no podía permitirlo.

De todos modos, algo interrumpió la corriente de mis pensamientos. Poco importaba qué o cómo me sintiera yo respecto a ti, el mundo seguía girando. Y la anciana pareció darse cuenta de que estabas preocupada. En cierto modo agradeciste que alguien tuviese la empatía para ver por debajo de tu sempiterna sonrisa, pero al mismo tiempo fue algo que te preocupó. ¿Cómo podías llegar a explicárselo? Optaste por dejar ver solo la parte más superficial del problema, explicándole la Odisea del reloj.

- Verá, Margarat... Me siento un poco insegura. Es la primera vez que viajo tan lejos de casa -lo cual era, en verdad, cierto- y me produce cierto miedo que el Terror Rojo ronde la isla. Parece un ser peligroso, y me comentaron hace un rato en un local que ha asaltado un barco.

Tal vez ella tenía más información al respecto. Preferiste no mencionar por el momento al sospechoso tipo de la roca lobo; podía tratarse de alguna clase de forajidos y tal vez te metieses en líos si creían que te relacionabas con ellos.

-Es normal sentirnos inseguros lejos de casa, Alice. Es nuestra zona de confort después de todo.- Te dice la amable señora. Luego, llega la rubia con todo lo que habéis pedido ambas. – Y si, definitivamente entiendo tu preocupación. Y desde que nuestro antiguo guardián ya no puede protegernos, poco a poco nos sentimos más a la merced de los piratas. Esperemos que la marina haga algo con esta chusma – Te cuenta un poco de cómo han sido los últimos años en la isla. Un lugar tranquilo donde nada ni nada ocurría. Visitas y turismo que era de costumbre. De hecho, te narra la leyenda de un curioso conejo blanco con traje que corre por los bosques de este lugar. Dicen que sea capaz de verlo y seguirlo encontrara un increíble tesoro.

Aunque es un cuento de niños. Pero igualmente para mi suena como una emocionante aventura.

- Es una lástima que el cáncer esté a punto de tomar la vida de nuestro guardián. – Te dice con una mirada bastante melancólica, dando un sorbo a su tasa de café. – La conversación esta siendo amena para ti y quizás te permitas atar uno que otro cabo suelto.

Aunque te digo yo, esta sería una increíble oportunidad para saciar tu curiosidad.

- Sí, supongo -contestaste. No te sentías muy apegada a English Garden, mucho menos a Hallstat. No era alejarte de un lugar de confort que no existía lo que te hacía sentir insegura, sino el peligro que parecía haber surgido de pronto en medio de la isla. Un pirata de más de doscientos millones, una banda que debía valer al menos cien millones de berries... Isla Copo había resultado ser un lugar más peligroso de lo que podías imaginar. Aunque en cierto modo comprendías que para alguien que llevaba toda una vida ahí no resultase tan arriesgado a priori.

Sin embargo habló de otras cosas que te llamaron la atención. No tanto el conejo, que si bien era una leyenda curiosa las había muy similares repartidas en el folklore de muchas otras islas, sino la existencia de un guardián de la isla. Más aún, que estaba muriendo de cáncer. No eras tonta; sumaste dos y dos, asumiendo que el tabernero -siempre era el tabernero- era un héroe de años pasados, fuerte y recio, que custodiaba la isla para evitar que los truhanes como el mismo Freites D. Alpha o el Terror Rojo asaltasen el lugar. Quizá sentarlos a su mesa era parte de una estrategia para evitar que las tierras de Copo fuesen atacadas: Ser amable con aquellos a los que estaba demasiado viejo y enfermo como para detener. No obstante, eso no parecía que funcionase tan bien con el extraño híbrido de hombre y pez. Quizá por eso se había ido Hannibal; podía ser que su descanso se debiese al ataque.

¿Pero de verdad él podía ser el guardián? Alejado de su familia y condenado a últimos años penosos en el lugar, no te tenía sentido que hubiese renunciado a todo para apartarse de todo lo que amaba. Al menos, no si no tenía un motivo oculto detrás para cuidarla. En realidad, estabas juzgando mucho sin realmente saber qué pasaba en la isla; decidiste que tal vez lo mejor sería preguntar:

- ¿El guardián es un hombre anciano? -No supiste por qué tu primera pregunta fue esa-. Con un tatuaje de lobo en el brazo, ¿tal vez?

Sin embargo quién protegiese la isla no era algo que te importase demasiado. Te daba pena si Hannibal era el protector, pues pronto caería por su enfermedad y la isla quedaría desprotegida. Aun así la alcaldesa parecía confiar en el Gobierno Mundial, por lo que no debía ser más que un bache pasajero. Pero lo que te había traído a la isla sí te hacía preguntarte muchas cosas.

- Por cierto... ¿Es habitual que la gente regale viajes a otras personas? -Te diste cuenta al momento de lo mal formulada que estaba tu pregunta, así que optaste por explicarte un poco mejor-: Verá, me ha invitado alguien a esta isla, pero no sé quién. Al principio lo acepté porque... No sé ni por qué, en realidad, pero me pareció buena idea. Pero están pasando muchas cosas en la isla hoy y me da miedo de haber entrado en una trampa. ¿Usted sabe algo?

Tal vez no te sentías con tanto miedo como querías hacer ver, pero sí que la intriga martilleaba en tu nuca sin compasión. Querías saber por qué te habían llevado hasta ahí, porque quien lo hubiese hecho podía encontrarte. Y si podía encontrarte... Podía ser peligroso.

-¡Oh! ¿Así que has sido tú has ganadora?  - Te dice la anciana con cierto entusiasmo. – Sí, he sido yo.  Suelo regalar invitaciones a personas desconocidas para que vengan a disfrutar de la tranquilidad de esta isla. – Te sonríe tiernamente, añadiendo. -  Mi compañero siempre le entrega cartas a personas que necesitan calmar su alma con la tranquilidad de la nieve.  – Cuando dice esto último. Puedes ver como ella observa detrás de ti, en un árbol. Puedes ver en una de sus ramas a un águila de color blanca. Esta te mira directamente a los ojos, como si pudiera ver a través de ti. Incluso tu Miles, puedes sentir que te está observando fijamente.

-La última vez vino una familia que necesitaba unas vacaciones. Anteriormente a eso fue un adinerado señor que ha montado un negocio de aguas termales aquí. Como te podrás dar cuenta, ha sido una manera de mantener el turismo de la isla bastante a flote, ya que cuando la gente comienza a hablar bien de este lugar, los turistas vienen más seguidos.

Cuando le mencionas a Hannibal, ella no puede evitar  reírse un poco. – Si, el solía serlo. Pero digamos que desde que esta ya cerca de morir y ha tenido esa “visión” no ha parado de buscar algo.

Algo… me pregunto que será ese algo. Incluso teniendo en cuenta las cosas con las que has estado lidiando algo, te dire que no puedes evitar sentir empatía por la gran ancianita. Personalmente opino que la manera de mantener el turismo a flote en la isla es bastante original y, si ella muy bien gasta dinero, el turismo se encarga de hacerlo recuperar.

-Hablando del rey de roma. – Ella te señala atrás de ti. A lo lejos observas Hannibal montado a caballo. Cabalgando directamente hacia el bosque, en dirección al sur.

Cuéntame, pequeña dama ¿Qué vas a hacer?

Arqueaste una ceja ante su reacción. Al parecer esa mujer era la responsable en última instancia de que nos encontrásemos ahí, aunque de alguna manera no te terminaba de molestar. Bueno, en realidad no tendría por qué molestarte en primer lugar; de hecho, que se tratase de la inocente invitación de una anciana hacía que, en cierto modo, tus preocupaciones se desvaneciesen. No del todo, porque si dejases de estar preocupada no lo estaría yo, pero se moderaban hasta el punto de que por lo menos tú, de forma consciente, eras capaz de ignorarlas.

- ¡Gracias al cielo! -exclamaste, llevándote la mano al pecho. Emitiste un ligero silbido mientras expirabas, relajándote-. De verdad que estaba empezando a preocuparme. No debería viajar sola, ¿sabe? Pero tras tanto tiempo necesitaba viajar. Ver mundo, descubrir qué había fuera de casa... Ya tengo una edad para vivir mi propia vida, tomar mis decisiones y... -Te callaste de golpe. Tal vez estabas hablando demasiado-. Muchas gracias por la invitación.

Miraste a tu espalda por un momento, hacia donde señalaba la anciana. Más allá de la ventana, sobre una de las ramas de un árbol nevado reposaba un águila blanca. Nunca habías visto una y menos esa, pero tal vez por eso su mirada pareció atravesarte con poder inconmensurable. Llegaste a creer que veía a través de ti, y debo de reconocer que incluso yo me sentí un poco sobrepasado. Cómo un ave era capaz de provocarnos eso escapaba a mi comprensión, pero preferimos no preguntar. Había otra cosa, no obstante, que sí tenías que preguntar: ¿Qué demonios pasaba con Hannibal?

Al parecer sí era el guardián de la isla. Bueno, había sido. En palabras de la señora, había tenido una suerte de visión o algo. Teniendo en cuenta su enfermedad no descartaste que fuese un subproducto de la lechuga del diablo, esa diabólica planta que consumían algunas malas gentes en English Garden. Aunque a ti siempre te había dado mucha curiosidad y, a juzgar por sus efectos, tal vez te habría ayudado a sobrellevar los dolores de tu cuerpo.

- ¿Qué demonios acabo de ver? -preguntaste, girándote de golpe hacia Margarat-. ¿Pero no estaba tan enfermo ese hombre? ¡Se va a matar!

Habrías salido corriendo, pero correr no era lo tuyo. El anciano se dirigía hacia el sur de la isla y tú, llevada por la curiosidad, desplegaste el mapa que te había dado para ver qué demonios podía haber ahí. Aunque creías recordar que el puerto se encontraba por esa zona; igual estabas confundida.

- Qué hombre más raro.

Pues sí, estabas algo confundida. El puerto queda al lado contrario, Alice. Allí según tu mapa puedes encontrar dibujado un lago en la dirección que el tomo. Y antes que te lo preguntes, está bastante alejado de la marca del lobo que tanto te asusta ir. La ancianita atrás de ti ríe un poco y te dice- No es la primera vez que lo hace. Por cierto, gracias por tus lindas palabras. Agradezco que te preocupes por mí.

La anciana paga la cuenta y procede a retirarse. Si no tienes nada más que añadir se despedirá y se retirara. Luego, la sigue la ave.

La curiosidad te carcome, Alice. Sabes muy bien que el antiguo cazador de recompensas no es malo pero su manera de pensar no termina de agradarte. Pero… ¿es realmente malo? Tu sabes que no y, Miles, después de haber escuchado todo hasta ahora, tú también sabes que no lo es. Pero igualmente es solo eso, curiosidad ¿Que vas a hacer?

La anciana ignoró tu pregunta con una respuesta críptica. ¿Cómo que solía comportarse de esa forma? Un hombre enfermo, o supuestamente enfermo, que salía al galope como si nada importase. ¿De verdad eso era algo habitual? Y encima te contestaban como si ese hombre fuese un maníaco o un loco que tenía a media isla acostumbrada a sus excentricidades y estupideces. Encima de eso tras decirte eso pagó sus consumiciones y se fue como si nada, dejándote con la cara de incomprensión más genuina que habías puesto en mucho tiempo. Si tenías alguna duda acerca de que todo aquello fuese o no una trampa se despejaron todas de golpe: Tal vez no lo fuese, pero todo era demasiado casual para ser cierto, y empezaste a hilar más pensamientos inconexos.

Suspiraste, derrotada e insegura. ¿Qué era el águila que te miraba desde el árbol? ¿Cómo te habían encontrado? Los lobos parecían ser el quid de la cuestión: El lobo de Hannibal tatuado en su brazo, el lobo del mapa que marcaba el lugar donde un desconocido esperaba que fueses sin darte ningún dato ni garantía... Todo parecía estar mal, o al menos no demasiado bien; ¿de verdad habías estado tranquila en algún momento? Porque si lo habías estado hacía un momento, el pánico te había golpeado de nuevo desde detrás, con más fuerza que antes.

Temblaste por un momento, incapaz de controlarte, hasta que fuiste capaz de agarrar la mesa con ambas manos y apretar hasta que respiraste no pocas veces contando hacia atrás, cada vez más despacio. ¿Dónde te habías metido? Te costó recuperar la compostura más de lo que te habría gustado, y desde luego mucho más de lo que podías permitirte. Parpadeando muchas veces para mantener los estímulos que recibías al mínimo te levantaste. No temblaste, pero te tambaleaste un momento, y te acercaste con el mapa al mostrador.

- Disculpa -dijiste, tratando de llamar la atención a la camarera-. Sophia, ¿verdad? Necesito un favor.

En realidad no era exactamente un favor, pero verbalizarlo te estaba costando más de lo que imaginabas. No entendías nada de lo que estabas viendo en el mapa, y tal vez la ayuda de una local pudiese servirte.

- ¿Me podrías explicar el mapa? -En teoría tú comprendías las cartas de navegación con facilidad, pero ni siquiera sabías el punto cardinal en el que se encontraba el pueblo. ¿Estabas al norte o al sur? Porque la relojería estaba al norte, casi al límite del pueblo, y la roca de lobo fuera de este, ¿pero hacia dónde? Hacia el sur había un lago, pero no tenías muy claro si de pronto habías perdido todas tus nociones de orientación porque todas las referencias que tenías parecían imposibles de relacionar-. No me estoy enterando de nada, debe ser que estoy un poco despistada. ¿Todo lo que se vea me lo cuentas, por favor?

Muy amablemente la rubia procede a ayudarte, Alice. – A ver… - Le muestras el mapa y en consecuencia es ella también se muestra confundida. – Que raro. – Ella corre rápido a buscar un marcador. Al regresar se procede a marcar el lugar correcto donde estarías ubicada. – Nosotros estamos aquí. En el centro – Ella marca exactamente el centro del mapa. De hecho, te muestra un mapa que ella misma tiene. Solo coincidiendo con la relojería. – Mmmmm… es extraño. – Siguen comparando un rato los mapas y de repente ella dice. - ¡Ah! Ya recuerdo. Este lugar que marca un lago en tu mapa no lo marca en el mío, porque es un mapa actualizado. El lago está completamente congelado y los turistas los utilizan para patinar sobre el hielo. – La marca del lobo es de una roca esculpida por un turista hace unos años atrás. Pero en los mapas no sale por que ya no es un punto de referencia turístico. Es simplemente una roca que utilizamos para los cuentos de terror de nuestros chicos. – Aclara tu duda y en efecto el puerto queda en la dirección que tu sabes, pero en la orilla de la isla. Donde tú te encuentras en un poblado un poquito más metido el centro que lo recuerdas. Es normal que por lo aleatorio de la situación y los nervios, se te olvidara ese pequeño detalle

Te das cuenta por ti misma que tienes una antigüedad única. Un recuerdo del pasado de alguien. Un mapa que recalca una historia. Recuerdos del pasado. El tesoro de alguien.

Sigue nevando, Alice. Sigue nevando.