[Privado Zane & Spanner] El camino de la espada.

La corriente de aire que bordeaba Wano y sus islas vecinas producían un poderoso viento que le hacía ir más y más rápido, algo que le gustaba al suzaku, pero que no parecía encantar tanto al único tripulante que tenía sobre su lomo. Bordeó la isla de sus amores, aquella que aguardaba también a la única mujer que había conquistado su corazón en muchos años, pero no quiso poner un pie allí porque no sabría si soportaría otra despedida con Sakura, así que cerró los ojos y voló directo a Hakuoki.

-¿Has visto como he mejorado mi maniobrabilidad de vuelo?

Bromeó, recordando la última vez que estuvieron los dos ahí, surcando la gran bóveda celeste. Aquella era la primera vez que pisaba aquella isla, cuyo aspecto desde el cielo era similar a Wano, por no decir igual. El mismo tipo de arquitectura, las mismas costumbres, las mismas calles; todo era idéntico. Sin embargo, faltaba el encanto que tenía la otra isla, quizá fuera por el cariño que le tenía a la isla de su infancia, pero no era una isla fea. Siguió las indicaciones que le iba dando Spanner, aterrizando en una zona poco urbanizada y sin mucha gente.

-¿No hubiera sido más fácil aterrizar en la puerta de la ciudad? –le preguntó Zane, mientras volvía a su forma humana.

Sin embargo, alguien de allí los vio. Una mujer vestida con un kimono anaranjado de trabajo, la cual portaba una cesta de mimbre repleta de mazorcas de maíz muy bien colocadas, acompañada de un niño pequeño que jugaba con un kendama de madera absorto de todo lo que le estaba sucediento.

-Tú… Tú… -repetía la mujer, señalando a ambos piratas.

-¿La conoces Spanner?

—Odio volar, ¿lo sabías? -respondió a la broma del pelirrojo.

Aunque no estaba seguro siquiera de que se le hubiese oído. El viento lo golpeaba durante el vuelo y no le dejaba ni ver. No pudo descansar la vista hasta que por fin aterrizaron en Hakuouki, en una zona apartada. Spanner bajó del lomo de su capitán mientras éste adoptaba de nuevo su forma base. Descansó las piernas y se colocó bien el kimono, pues se lo había puesto para no llamar la atención en aquella isla, donde particularmente se lo buscaba.

—Por eso mismo -respondió a la pregunta del capitán, utilizando de ejemplo a la mujer que los había detectado como respuesta. Spanner se limitó a llevarse el dedo a los labios, en señal de silencio. La mujer, algo sorprendida, cogió la mano de su hijo y se alejó-. En esta isla es donde gané la subida de recompensa durante aquellos dos años, lo mejor es pasar desapercibidos. Ah, y… no menciones que eres de Wano.

Empezó a caminar hacia las afueras de la ciudad, dirigiéndose a aquel lugar, esperando que el capitán pirata lo siguiera. Poco a poco se adentraban en el bosque, alejándose de los caminos marcados por los gobernantes de la isla y adentrándose cada vez más en lo desconocido, mientras el pelimorado le contaba al antiguo supernova el motivo sobre su última petición.

—La mayoría de gente en la isla es contraria a la decisión del gobernador de separarse de Wano y unirse al gobierno mundial. Sin embargo, cuando ocurrió, los habitantes esperaban que el shogun evitase la separación, destronando al gobernador de Hakuouki… mi tatarabuelo. Sin embargo, no lo hizo. No movió un dedo por Hakuouki y sus gentes se sienten traicionadas. No quieren formar parte del gobierno mundial, pero ya no quieren volver al país que les dio la espalda. Y… ya hemos llegado.

Llegaron a lo que parecía ser la entrada de una cueva… acomodada. Tenía una puerta bien colocada en la entrada, como si alguien la hubiese convertido en una casa o guarida. Fuera habían cañas de bambú y monigotes de práctica, a la par que habían restos de los anteriores monigotes cortados en el suelo. Spanner miró alrededor, buscando con los ojos a los que fueron sus compañeros durante dos años.

—¡Hermano! -gritó una voz a sus espaldas, desde lo alto de un árbol-¿Te has traído al novio?

-Técnicamente no soy de Wano –le dijo, cruzándose de brazos, contemplando como la mujer que estaba absorta mirándolas se iba por el camino que había venido a pasos ligeros, como si huyeran de ellos.

Tras eso, con mucha cautela, comenzó a seguir a su segundo de abordo por aquella isla. No sabía mucho de ella, salvo las historias que le habían contado Spanner y la gente de Wano durante los casi dos años que pasó allí. Llegaron hacia una zona boscosa que iba en ascenso por la ladera de una montaña. A medida que ascendía podía contemplar la isla de Wano en la lejanía. «Tan cerca y al mismo tiempo tan lejos» se dijo, añorando todo lo que había tenido que dejar allí. Sin embargo, al mirar a su amigo, se sentía agradecido por lo que tenía y había vuelto a recuperar.

-Según tengo entendido, el shogun estuvo en jaque durante mucho. Los Aruba no es que tengan muy buena fama que se diga –dijo, subiendo una roca de un salto-. Es más, tuve que partirle la cara a un primo lejano tuyo, Lucius, no sé si lo conoces.

Poco después llegamos a la entrada de una cueva con una especie de zona de entrenamiento en el exterior, muy al estilo wanense. Zane meció la cabeza de un lado a otro, con signo de negación, pensando que, pese a estar enfadados, los dos países eran más iguales de lo que creían. Que si se sentaran sus líderes a hablar sobre una mesa, en un país neutral, posiblemente llegarían a un acuerdo. Y entonces, una joven llamó su atención. Era una chica de piel morena, cabello largo de color morado sujetado con una cola alta y cuerpo de infarto; al menos en apariencia. Vestida con un atraje naranja y negro, parecido al de los ninjas.

-Lo siento querida, pero tú tendrías más oportunidades conmigo que él. Eso si te portas bien, claro.

Dicha aquellas palabras, el pelirrojo le guiñó un ojo a la muchacha, mostrando su sonrisa más pícara.

—Me gusta tu capitán, hermanito -dijo Neko mientras bajaba del árbol y se acercaba a Zane, mirándolo a los ojos-. Pero cuando puedas dile que me gustan más femeninas.- Tras eso le dio un golpe en la nariz al pelirrojo con el dedo índice.

—¿Has visto a Satoshi?

—Está cazando -dijo volviendo a mirar al pelimorado-. Volverá en una hora, puede que menos. De mientras podemos hablar, me venís que ni pintado para un plan que se me ha ocurrido.

Con un rápido movimiento la muchacha ya estaba rodeando con los brazos a ambos piratas, estando entre ellos. Los movió hasta el interior de la cueva, que estaba igual que la última vez que el pirata había estado allí. Si bien la entrada era la de una cueva normal, al poco de entrar el aspecto de su interior ya era totalmente distinto. Parecía una casa totalmente normal, con la única diferencia de que las paredes eran de piedra natural de la cueva. Mesas, cojines para sentarse y una iluminación decente, incluso para una cueva sin ventanas. Al fondo de la amplia sala estaban las jaulas, ahora vacías, a un lado se encontraban los futones para dormir.

—¿Ya quieres robar algo?

—Me conoces demasiado bien, hermanito. ¿Me vais a ayudar?

—Depende de lo que diga Zane. Nosotros hemos venido principalmente para hablar con Satoshi. Quiero pedirle que…

—¿Qué se case contigo?

La pálida cara del muchacho se puso roja como un tomate de repente. Fingió una tos mientras se ocultaba la cara con el brazo.

—N… no. Que se venga con nosotros.

—¿Quieres quitarme a un miembro de la guardia?

—Tu guardaespaldas es Toshinori, el mío Satoshi, ¿recuerdas? Simplemente le he hablado de él a Zane y quiere conocerlo para pedirle que venga con nosotros.

—Ya, sí. Seguro que es idea suya- dijo la ninja repartiendo un bol con arroz a cada uno.

Spanner volvió a sonrojarse. Cogió su bol y los palillos y empezó a comer, intentando alejarse de la conversación. La ninja miró al capitán pirata:

—He visto tus carteles -dijo mientras de dentro del traje se sacaba un cartel enrollado y se lo daba-. Mucha recompensa significa que te persiguen mucho. Protegerás bien a mi hermanito, espero.

-Si sirve de algo, soy el emperador de los okamas -le dijo, guiñándole un ojo después de que ella posara su dedo índice sobre su nariz; aunque aquello se lo tomó más como una broma que como una indirecta sutil.

El brazo de la joven rodeó el cuello de Zane y el de su segundo de abordo, la joven era alta para ser una mujer, y eso le gustaba. Ella iba regodeándose de camino a la cueva, soltando alguna que otra coña mientras que se metía con su hermano, algo que hizo mucha gracia al pelirrojo, pues le recordaba a la relación que había tenido él con Orzech hasta que se hizo pirata. Se adentraron en una cueva, cuyo interior recordaba al de una casa normal y corriente, que había aprovechado la estructura natural del abrigo de aquella montaña para crear un hogar cálido y acogedor.

-¿Ayudarte? -intervino, cruzándose de brazo-. ¿Y yo que me llevo a cambio?

Sin embargo, su pregunta quedó eclipsada durante un instante en el que la joven insinuó que Spanner tenía pareja, y no una femenina.

-O sea, ¿tengo un cuñado y no me has dicho nada? -inquirió con cierta desazón. No sabía si eran celos o, simplemente, que su mejor amigo no le había contado nada sobre que tenía una relación formal con alguien-. Pues habrá que dejarle las cosas claras -bromeó, viendo como Spanner se sonrojaba-. Y sí, gatita, ha sido mía. Ando creando una flota, y solo quiero a los mejores hombres.

La joven de cabellos morados sonrió ante mi afirmación, aunque no pareció gustarle que Zane le llamara gatita. Sin embargo, aquello no impidió que dejara de lado sus modales como anfitriona, ofreciéndoles asiento, un buen cuenco de arroz blanco, así como una pequeña botella de sake y miró al capitán pirata.

-Seiscientos millones tampoco son tantos -dijo, sin mirar el cartel. Pero entonces se percató de algo que le dejó sin palabras un instante-. ¿Seguro que es un cartel de verdad o es otra de esas falsificaciones con mi cara?

-Llegó hace dos días, junto al de mi hermanito y al del resto de tu banda. Y te postulaban como al pirata más cerca de convertirse en un emperador del mar.

-¡Vamos! -exclamó el pelirrojo, enseñándoselo a su segundo de abordo-. Mil quinientos millones, así sí. Aunque eso de próximo emperador… -hizo una ligera pausa-. Aún me falta mucho. De no ser por tu hermanito, quizás Dexter Black me hubiera rematado en la guerra de Gray Rock, aun me falta un buen trecho.

Fue entonces cuando un joven cargando un jabalí de casi dos metros entró por la puerta.

-Ya he vuelto -dijo, poniendo al bicho sobre el suelo.

Él y Spanner cruzaron miradas, y un gesto de felicidad se iluminó en el rostro de ambos. No había duda, aquel debía ser Satoshi. El joven se presentó a Zane y se sentó con ellos a comer. No dijeron nada durante unos minutos, así que el pelirrojo sacó conversación.

-Bueno, Neko -dijo, dando un sorbo de sake-. ¿qué es lo que quieres robar? ¿Y por qué necesitas nuestra ayuda?

-El tesoro nacional de Hakuouki -contestó sin andarse por las ramas-. Porque, aunque podría hacerlo sola, con vuestra ayuda y el poder de mi hermanito será más fácil.