[Primera Ronda] Dexter Black vs. Bleyd

¡Comienza el de menor nivel!

Repasó mentalmente todo su equipo. El filo a la cintura, un pacificador y la vieja confiable -igual le servía de algo-; Rubí y Zafiro en las muñecas, protegiéndole los antebrazos; Nadia en la mano, como siempre, y el extraño colgante V.O.Z. al cuello. Sobre los hombros llevaba el H.A.D.A. y en los bolsillos algún que otro objeto que seguramente no utilizaría, como el kawaiizador o su mechero. Se había planteado llevar el colmillo de sierpe al torneo, pero al final había optado por dejar la mano de plata libre. Todo estaba en orden.

- ¿De verdad vas a llevar eso? -preguntó indignada Mufasa mirándolo de arriba a abajo, con desaprobación en los ojos.

- Sé que es solo un torneo amistoso, pero Nadia me ha acompañado a todas mis aventuras desde hace ya quince años...

- ¡Me refiero a eso!

Dexter miró hacia un lado, siguiendo la amarra hasta un viejo barco. Las velas estaban a punto de rajarse por completo y la madera crujía a cada paso. También olía a podrido, por lo que seguramente ni siquiera aguantase todo el camino. Sin embargo, aunque se había quedado la Joya como barco personal, no iba a entrar a una isla desconocida con su lujosa nave. "¿Y que se raye?", había pensado. Los jóvenes no sabían ni atracar, y no pensaba arriesgarse; aún le faltaban un par de vueltas al mundo para tener que cambiarlo.

- Está un poco viejo, ¿y qué?

- No puedes navegar en eso -le reprendió-. ¿Qué imagen vas a dar? Tienes un prestigio, una imagen que mantener, un...

- Tienes razón, pero mi plan nunca ha sido navegar en eso. -Entonces, solo entonces, levantó la mano. El barco estaba amarrado a él.

Seguramente fue la situación lo que hizo a Argie no decir nada, apabullada, mientras Dexter alzaba sin dificultad la nave. Tal vez que no estuviese en el mar sino en tierra era un sutil aviso de lo que estaba por venir.

- Volveré tarde. No me esperes para cenar, y acuesta a los niños.

Escuchó un chillido histérico cuando todo pasó, pero fue tan breve que apenas pudo reaccionar a él. Dexter ya había salido volando tras el barco, que se movía a una velocidad cuanto menos absurda tras haberlo lanzado. El aire era tan fuerte que apenas podía abrir los ojos, pero tiró de la cuerda hasta montarse sobre la ajada cubierta y entonces disfrutó del vuelo mientras duró.

Pero no duró mucho.

Fue un viaje tranquilo, rápido y hasta cierto punto agradable. La inercia del barco hacía que poco a poco y cada vez más su temperatura aumentase, pero el frío de la atmósfera al mismo tiempo hacía que este proceso se ralentizase, de modo que no fue hasta casi el final de su viaje que el barco prendió en llamas. Y en ese momento, la verdad, el fuego era el menor de sus problemas.

El impacto fue tan potente que toda una duna se volatilizó en el aire, creando un cráter de arena alrededor del pequeño barco en llamas del que salió un Dexter ileso. ¿Su secreto? Había aplaudido justo antes de aterrizar, que siempre funcionaba para evitar percances. Pero lo importante era que, pese a todo, había llegado con total exactitud al inicio del torneo. "Bueno, con siete segundos de retraso", admitió cuando vio a Bleyd totalmente cubierto de arena. Seguro que eso no le gustaría demasiado. Sin embargo, se puso frente a él y le dio la mano con educación.

- Que gane el mejor -deseó, aunque no quería enfrentar su poder contra el ingenio de aquel loco. Todo podía salir muy mal.

El apretón de manos selló el final de aquella amistad. Si había algo que a Dexter le molestaba era un luchador deshonesto; y cuando se vio a sí mismo tirado en el suelo, ensordecido y cegado, casi le pudo la ira. Confiaba, o al menos había confiado en que su compañero no intentaría acabar con él mediante una estrategia cuanto menos sucia. Podía esperar eso de cualquier desconocido, pero le dolía recibir ese trato de Bleyd en medio de lo que se suponía era un torneo amistoso.

Pero mantuvo la calma.

Sabiendo a qué debía atenerse giró el zafiro del V.O.Z. mientras encajaba un duro golpe del revolucionario. Pudo sentirlo, aunque no le dolió tanto como sentirse traicionado, y siguió observando cómo la pérfida estrategia de Bleyd continuaba. Primero llegaba la sordera, y para eso ya estaba preparado; para la ceguera intentó esperar al momento oportuno, cubriéndose los ojos con la larga chaqueta negra doblada en cuantos pliegues pudo. También cerró los ojos hasta que el brillo cesó y se preparó para la embestida del hombre, dejando de nuevo la gema en su posición original. Odiaba no escuchar.

Se mantuvo estoico, tratando de que sus labios no se curvasen en una mueca de furia mientras serenamente se dejaba atizar. El primero llegó a su mandíbula, pero un apenas perceptible movimiento de su cuerpo le ayudó a mitigar bastante el daño. Bloqueó con la mano de plata la patada alta que volaba hacia su cabeza. Estaba esperando el momento, sabía que en algún momento se precipitaría, y cuando lo vio en posición de carga se preparó. Iba a acabar con ese combate todo lo deprisa que pudiese.

Dejó caer a Nadia, que tocó el suelo casi una vez todo había terminado. Dexter esperó hasta el último momento, viendo cómo la rodilla se acercaba peligrosamente hacia él en un imprudente salto. Cincuenta centímetros, y apenas una décima de segundo después, tres. Esperó a que fuesen milímetros, un tiempo de reacción tan bajo que nadie podría siquiera soñar con poder aprovecharlo... Salvo él. Movió la cabeza, dejando que la pierna pasase rozando su oreja, y sin darle tiempo a siquiera darse cuenta de que había entrado en punto ciego trató de abalanzar sus manos sobre la armadura a la altura del gemelo. Lo hizo con tanta fuerza que podría haber tumbado un edificio, y tenía las garras del dragón posicionadas de tal forma que sabía podía atravesar casi cualquier material con ellas.

Sus manos habían ido tan veloces que nadie, absolutamente nadie, podría haberlo visto sin acudir a la clarividencia. Si lograba atraparlo descargaría toda la potencia de Zafiro sobre la armadura, tratando de provocarle una sobrecarga, mientras con ambas garras intentaría hender el material hasta clavar las uñas en la carne. Pero sin darle un respiro y, sobre todo, sin esperar ni un solo instante desde que lo hubiese agarrado empezaría a dar vueltas en círculos como si fuese un lanzamiento de martillo. Una vuelta, dos, tres y hasta diez antes de hacerle colapsar llevando suficiente sangre a su cabeza. No necesitaba saber médico para saber que la fuerza centrífuga jugaría una terriblemente mala pasada a Bleyd.

Esperaba que sus cosas, si todo había salido bien, saliesen volando antes de que él, finalmente, lo soltara con toda la inercia acumulada haciéndolo salir volando. Probablemente sobreviviese, pero esperaba que aprendiese una valiosa lección.

Tras ello recogió sus cosas. Desempolvó el H.A.D.A. y se la colocó de vuelta sobre los hombros. También pasó la mano por Nadia, listo para el siguiente asalto si es que Bleyd todavía se atrevía a pedir más.

Había conseguido agarrarlo, pero por algún motivo Bleyd era mucho más ágil de lo que parecía. Girando a aquella velocidad infame, sujeto por las garras de dragón -no quiso ni plantearse lo resistente que debía ser aquella armadura para no colapsar como sí hacían edificios enteros ante ellas- y enfrentándose a una corriente cuyo recorrido debería penetrar en sus sistemas como mínimo... ¿De dónde había sacado la mantequilla? Dejó de pensar en lo extraño de aquel movimiento para cuestionarse por qué Bleyd llevaba mantequilla encima. Aunque eso era lo que, en realidad, despertaba la primera de sus preguntas. ¿Cómo hacía para engrasarlo? Ya no solo la flexibilidad llevando armadura que demostraba, sino la destreza que demostraba poder aplicar con tanta precisión la mantequilla sobre sus dedos.

Además, tampoco entendía cómo pudo librarse de él con un simple tirón sin descalzarse en el proceso. ¿Y eso era un cuchillo? Lo tenía en la bota, pero no le había prestado demasiada atención. Al final pagar un poco más por el doble cuero servía para algo, pero lo más raro era que Bleyd hubiese logrado lanzárselo estando atrapado, aunque eso explicaba que hubiese perdido tanta fuerza para lograr un tiro certero.

La granada del revolucionario estalló. ¿Cuándo la había puesto ahí? ¿Estaba infravalorando las dotes y habilidades del hombre de la armadura? Dejando de lado sus extraordinarias habilidades, ¿Cómo había decidido que le vendría bien dejar caer esa clase de proyectil justo debajo de él? No llegaba con ser un genio táctico; había que ver el futuro para poder planear con un mínimo chance de éxito aquello. Y como Dexter sí veía el futuro dio un pequeño salto para que la energía de la explosión se lo llevara con ella, evitando la flecha.

- La verdad, creo que nadie habría estado preparado para eso.

Afortunadamente le había dado tiempo de recoger sus cosas mientras Bleyd cargaba el arco, pero volvían a estar llenas de polvo y la misma metralla que se había pegado a su pecho. Con un movimiento de la mano, en cualquier caso, se las quitó, dejando ver el poco efecto que tenía aquello sobre su cuerpo.

- Solo demuestras la cucaracha rastrera que puedes ser -le dijo. Su tono denotaba cierta lástima-. Yo no he venido a una guerra, Bleyd, he venido a un torneo. Si hubiese pensado que esto era una guerra habría traído tecnología que deja a tu pequeño cañón como el juego de niños que es. Si creyese que aquí necesito para ganar algo más que el cuerpo que he trabajado años habría traído un ejército conmigo, y no te enfrentarías a un dragón solitario. Si esto fuese un juego sucio ahora mismo podrías estar muriendo de treinta formas diferentes. Pero yo no necesito atacarte a traición mientras te doy la mano, ni negar tus sentidos. ¿Esto es lo que quieres? -Desenfundó el Pacificador y disparó su modo lanzamisiles hacia la derecha. Una explosión sobrecogedora reventó la duna más cercana, y Dexter enganchó de nuevo el arma a su cinto-. Puedo adaptarme y ser más destructivo que tú. Puedo ponerme una armadura que no atravieses y utilizar una espada capaz de cortarte en dos aunque lleves diez armaduras como esa. Todos hemos evolucionado, pero algunos no queremos perdernos en el camino. ¿Qué es lo que más temes, Bleyd?

Dejó de contener su presencia. La arena aguantaba bien el impacto de su Haki del rey, reparándose rápidamente cada pequeña grieta que su voluntad provocaba. Bleyd estaba delante, suficientemente cerca como para verse afectado por aquello. Iba a verse morir. ¿Devorado? ¿Aplastado? ¿O electrocutado hasta la muerte? La muerte que más terror le inspirase entraría en su cabeza como un sutil recordatorio del poder al que no debía tentar. Por su parte, él cargó contra Bleyd.

Fue... Veloz. También fue extraña. Podía asumir el daño que intentase hacerle durante ella, pero sus cargas eran veloces y salvajes. Él nunca había optado por correr, sino que saltaba, y con qué fuerza lo hacía. Su cuerpo se embaló como un cohete, tan veloz que apenas sí podía percibirse. Sin embargo el objetivo no era Bleyd, sino el suelo bajo sus pies. Nadia golpeó con furia, haciendo colapsar la superficie de combate con tanta facilidad que la arena se convirtió en poco menos que arenas movedizas. Una vez logró frenar era hora de la segunda ofensiva:

No quería darle margen de maniobra, y en cuanto paró inició un movimiento instantáneo cuyo único fin era aplicar la misma garra que usó en su pierna, aquella vez contra el visor. Por muy resistente que fuese, sería lo más frágil de toda la armadura, y desde allí atacaría.

No se dio cuenta en un primer momento, pero al razonarlo no entendió muy bien qué acababa de suceder. Justo en el momento en que Dexter había liberado su Haki del rey Bleyd había sufrido una extraña sacudida, como si una criatura invisible lo hubiese empujado rompiendo toda lógica posible. Aunque después de lo de la mantequilla ya se esperaba cualquier cosa. Él, por su parte, ciego de furia, había saltado sin darse cuenta contra la anterior ubicación del revolucionario, fallando por completo ambos golpes. Pero eso no era lo más preocupante.

Bleyd gritó de pronto, un gañido barbárico y desesperado que lo cogió totalmente por sorpresa, lanzándose contra el vacío y dando golpes a diestro y siniestro en el aire. La criatura con la que luchaba, de haber existido, debía ser enorme teniendo en cuenta cómo se movía el pobre loco. Por un momento le dio lástima aquella paranoia en la que vivía el mercenario; sintió pena de que alguien tuviese que sufrir aquella suerte de esquizofrenia, pero por otro lado que estuviese completamente ido explicaba los constantes volantazos del revolucionario a lo largo de su vida. Lo conocía desde la guerra de Síderos, y si bien le había salvado la vida dos veces había demostrado, o por lo menos así lo reportaban las noticias, una conducta errática y extraordinariamente peligrosa tanto para él como para el resto de la sociedad.

Era... Como un ejercicio de mímica. Bleyd había interpuesto furiosamente su hoja contra el aire, frenándola en seco como si realmente hubiese chocado contra algo. Estaba en medio de una vorágine destructiva que tenía como víctima el aire, aunque seguramente él estaba viendo algo que le daba pavor. Incluso cabía la posibilidad de que él aún lo considerase amigo y estuviese vengando la muerte, una tercera que en aquella ocasión no habría podido evitar. Pobre, pobre Bleyd.

- La gente muere, Bleyd -dijo, finalmente, como un recordatorio para el guerrero de que seguía ahí, detrás de él. Ya bastaba de pelearse con sombras que no existían, al final terminaría por agotarse-. Llevo muchas vidas a mis espaldas, pero tú eres quien menos derecho tiene a juzgarme por ello. Nunca he pedido a nadie que muera por mí, y si he tenido que verme en la obligación de dejar morir a alguien ha sido por salvar a más gente. No pude solucionar Mariejoa solo, pero al menos hice algo. Y si tú durante tu patética vida hubieses tratado de ayudar a alguien en lugar de sobrevivir como un simple carroñero oportunista tal vez te pesaría un poco toda la gente a la que dejas morir.

Tenía ese debate consigo mismo muy a menudo. ¿Cuántos habían muerto por seguirlo? Sin duda menos de los que había salvado. ¿Había valido la pena? Para él, claro que no. Él seguía sufriendo la pérdida, él seguía ahí intentando ser fuerte por todos los que eran débiles, él estaba vivo para acordarse de todos los muertos a los que tanta gente debía la vida. Pero no iba a tolerar que nadie, por muy loco o imbécil que fuese, mancillase sus memorias.

- Solo eres un crío inmaduro y egoísta metido en una armadura. No tienes otra cosa que un sinfín de armas pensadas para matar brutalmente a quien se te ponga por delante. ¿Hoy venías a matarme? Eres la misma escoria contra la que finges luchar, un parásito que marcha de cuerpo en cuerpo mientras lo toleren y le den algo a lo que agarrarse. Porque no eres nada más, y empiezo a dudar de ese supuesto corazón de oro que parecías tener. Hasta el demonio puede vestirse de santo, ¿verdad? No sé si me das más pena o asco.

Posicionó sus manos, adoptando forma de garras nuevamente. Nadia estaba clavada a su lado, pero en esa ocasión no pensaba utilizarla. Como quien rasga el cielo arañó el aire con furia y un total de siete ondas cortantes se dirigieron contra Bleyd. De forma casi instantánea, más veloces que un simple parpadeo, suficientemente fuertes como para hacer hundirse un edificio. Daba igual cuán resistente fuese aquella armadura; iba a destruirla. Y al hombrecillo dentro de ella iba a enseñarle una lección.

Se quedó patidifuso. Bleyd seguía inmerso en aquella pelea consigo mismo, peleando contra el aire y sin cejar en su empeño de destruir a un enemigo que, indudablemente, no estaba allí. En medio de aquel movimiento descabezado y sin sentido había logrado mitigar, o esquivar, de forma milagrosa las ondas que había lanzado, haciendo que a lo lejos una avalancha de arena se viese disparada a lo lejos, tan veloz como un huracán. Cómo se había librado de sus golpes solo podía responder a la más afortunada de las suertes, pues estaba claro que, de una forma o de otra, el delirio del mercenario lo había vuelto errático.

- En fin, ya cuando te calmes seguimos -concedió.

Mientras Bleyd saltaba de un lado a otro, cargando sin cesar contra las dunas y en medio de temblores infernales, Dexter arremolinó arena con su viento hasta formar una especie de sillón. Etéreo, sí, pero con una chispa lo suficientemente potente... Tardó un instante en descargar tanto voltaje como para que la arena se calentase, y en su trono de cristal se sentó para ver aquel macabro y ridículo, pero sobre todo triste, espectáculo.

¿Cómo podía enfadarse con un hombre que ni siquiera era consciente del mundo que lo rodeaba? Su estrategia había pretendido ser vil y traicionera, ¿pero cómo culparlo? Toda una vida, tal vez, de guerra interminable, había dado como resultado una mente frágil que solo veía dos escenarios posibles: Matar o morir. Años y años en los que todas sus armas y aptitudes se habían puesto de lado de la simple supervivencia. De adaptarse. De evolucionar. Como una cucaracha, sí, ¿pero no lo hacía eso noble en el fondo? No entendía la diferencia entre un torneo y la guerra, claro, pero había entrado en aquella forma de histeria por un amigo. O, por lo menos, eso había gritado.

El revolucionario estaba dándolo todo en su disputa: Haki, energía, pasión... Estaba mostrando devoción por quien fuera que había visto desaparecer frente a aquellos enfermos ojos, y casi por un momento se alegró de que aquellos poderosísimos golpes se los estuviera llevando el aire, sin tener que pensar una forma de defenderse. Aunque las ondas expansivas que rodeaban cada nuevo impacto amenazaban con despeinarle la melena, lo que habría sido sin duda un contratiempo importante.

"Vale, igual debo intervenir", pensó cuando el estruendo pudo escucharse por todas partes. Había sido como un zumbido molesto al principio, pero el chillido de la arena al explotar por la presión de un calor instantáneo casi le hizo pegar un brinco. No podía dejar que alguien tan mentalmente inestable tuviese un artefacto potencialmente letal entre manos. Es decir, ¿qué clase de payaso imbécil iba por ahí con un mata-mata sabiendo que tenía problemas mentales? ¿Acaso no le importaba el riesgo en el que ponía a los inocentes al cargar con eso siendo una bomba de relojería? Esa irresponsabilidad, esa imprudencia... No era el Bleyd Master que había conocido en Síderos. El que consideraba su amigo no habría usado un arma de semejante envergadura si no estuviese totalmente justificado. Y quería pensar que habría tomado la buena decisión de haber estado loco.

- Tienes diez segundos para soltar eso, Bleyd -dijo seriamente-. No estás en condición de luchar. Por favor, no me hagas sacarte de aquí a la fuerza.