Prometeo
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
I
-Eres consciente, ¿verdad?
Prometeo miró con el semblante serio a su creador, el doctor Weidenberg. Lucía como un hombre serio y reservado, alguien a quien no le interesaba hacer amigos ni fingir amabilidad. Tenía el rostro arrugado como evidencia de que el tiempo no perdona a nadie, y el cabello corto y blanco como una nube de verano, fino como los pistilos de una flor. Detrás de sus ojos profundamente celestes y almendrados almacenaba la sabiduría acumulada por más de cincuenta años de exhaustivo estudio, de una sincera y apasionada dedicación por la ciencia.
-Sí, volveré a ser considerado un arma humana –contestó, su voz áspera y tosca resonando en la oficina del doctor Weidenberg-. Además, habrá aún más razones para mi captura y no tendré una vida tranquila. Sin embargo, estoy preocupado por usted y Elizabeth. Si me ayuda, se convertirá en el enemigo del Gobierno Mundial, ¿cierto?
-Solo si me descubren, aunque estoy dispuesto a pagar el precio -dijo el doctor, su espalda apoyada en la muralla y los brazos cruzados-. Salvaste a mi hija y me curaste del alzhéimer. No me iré de este mundo sin antes haber devuelto los favores que me hicieron.
-¿Está seguro de querer hacer esto? -preguntó una vez más para estar seguro, pero solo recibió una mirada severa devuelta-. De acuerdo, que así sea. ¿Qué debo hacer?
-Verás, tu situación es... complicada. Debiste haber muerto hace muchos años, intuyo que poco después de haber abandonado la celda de cristal donde estabas expuesto a condiciones específicas. Sin embargo, de alguna manera te las arreglaste para que la enfermedad degenerativa no acabase con tu cuerpo artificial. Me gustaría saber cómo impediste que tus huesos se erosionaran y tus músculos se desgarrasen, pero me tendrás que contar en otro momento –comenzó el doctor Weidenberg, mostrando fotografías y gráficos en una gran pantalla de la sala-. Puede que hayas sobrevivido, pero el daño celular se ha masificado por tus órganos y tejido muscular. Si no fuera por tus huesos fuertes y resistentes, te habrías desplomado y serías incapaz de caminar. La buena noticia es que el daño no es irreparable. Si las cosas salen bien, en un año habrás recuperado la mitad de tu fuerza y podrás enfrentar el repugnante ejército de la Reina Bruja.
Prometeo asintió con la mirada seria y un dejo de preocupación, y pensó en las personas que podría salvar de la maldad de Katharina von Steinhell. Había visto a la mujer hacía más de una década en Wano. En ese entonces, el mundo era una amalgama de elementos caóticos y despiadados, pero incomparable con la amenaza de la Reina Bruja. Miembros de diferentes facciones se enfrentaron entre sí por el control de islas estratégicas como el Archipiélago de Shabaody o la tierra de los samuráis. El revolucionario recordaba con temor el efímero encuentro entre el Comandante Supremo y Katharina que, afortunadamente, acabó sin muertes ni destrozos. Había visto una pizca de bondad en su mirada, una diminuta gota de cordura y preocupación por sus compañeros, pero algo había cambiado en ella, algo le había empujado a atacar sin mesura al Gobierno Mundial y a cualquiera que se metiera en su camino, fuera inocente o no.
-¿El mundo podrá resistir? -preguntó Prometeo, buscando esperanza en la respuesta del doctor-. A pesar de que el Gobierno Mundial es el enemigo del Ejército Revolucionario, no me agrada la idea de que muera gente inocente.
-No es cuestión de si el mundo puede resistir o no los ataques de la Reina Bruja, debe hacerlo -contestó con firmeza-. Nadie quiere imaginar un mundo gobernado por esa mujer despiadada, aunque tampoco serás tú quien nos libre de su maldad. Una vez recuperes tu fuerza serás indudablemente poderoso, pero no lo suficiente para vencer a ese monstruo.
-No lo sabré hasta intentarlo, doctor. Las personas, la gente que vive el día a día de la mejor manera que puede, están cansadas de las guerras y la destrucción. Quiero que todo esto termine y la paz perdure por siglos –dijo Prometeo, frunciendo el ceño y notándose contrario a la opinión del doctor.
-Escúchame, Prometeo. Si quieres suicidarte en una batalla imposible contra la Reina Bruja, eres libre de hacerlo, pero antes de hacerlo debes recuperarte. ¿Quieres mi ayuda? Bien, tendrás que aceptar mis condiciones. -El revolucionario miró al doctor con genuina sorpresa-. Formo parte de una de las unidades principales de investigación del factor linaje y la modificación genética del Gobierno Mundial, por lo que cuento con su patrocinio. Puedo acceder a financiamiento casi ilimitado; sin embargo, mis manos están atadas y mis acciones restringidas a los caprichos del Gorosei. El Gobierno Mundial vigila los movimientos de sus científicos a través del Cipher Pol y, si se enteran de que estoy ayudando a un miembro del Ejército Revolucionario, las represalias serán duras.
-Eso significa…
-Eso significa que, mientras trabajemos juntos, no podrás ver a Elizabeth -sentenció el doctor Weidenberg.
Elizabeth Weidenberg era aquel ser de luz que había liberado a Prometeo al mundo real, era la mujer que amaba, la mujer por la que insistía permanentemente en actuar con bondad y respeto. Cada vez que pensaba en ella una sonrisa tierna se asomaba en su pálido e inexpresivo rostro. Dejar de verla sería duro pero necesario. Necesitaba sanar su cuerpo y recuperar sus poderes, tanto para proteger a Elizabeth como para luchar contra las fuerzas de la Reina Bruja, pero también porque no quería morir. Hacía unos años le hubiera dado igual acabar con su vida, pero ahora… Ahora había gente a la que amaba y deseaba cuidar, y muerto sería incapaz de ayudar a nadie.
-El Gobierno Mundial conoce mis lazos con Elizabeth, sabe que fue ella quien me ayudó a escapar del laboratorio y que forma parte del Ejército Revolucionario, doctor.
-Lo sé, Prometeo. Si nos descubren y conseguimos escapar, usarán a Elizabeth para llegar a nosotros y lastimarnos -aseguró el doctor como si conociera a la perfección los métodos del Gobierno Mundial.
-De acuerdo… Le pediré a mis hombres de confianza que oculten y cuiden a Elizabeth. -El revolucionario cerró los ojos y se masajeó la frente, esperando encontrar claridad en aquel simple gesto-. Esta… ¿Esta es una decisión egoísta, doctor?
-Si quieres ser humano, uno de verdad, deberás tomar decisiones egoístas y cuestionables. -El doctor caminó hacia el ventanal con vistas al fondo marino, iluminado solo por las luces de la estación submarina-. Te debo mis recuerdos, Prometeo. Olvidé a mi hija y tú me la trajiste de vuelta. Recompensaré tus esfuerzos sin importar el precio y así podrás proteger el mundo en el que vive Elizabeth. Mi niña… Ella lo es todo para mí, estoy seguro de que lo entiendes, después de todo, yo te creé.
II
El doctor Weidenberg era un hombre difícil de comprender. Había hecho un montón de experimentos e investigaciones bastante cuestionables bajo las órdenes del Gobierno Mundial en nombre de la ciencia, pero también había ayudado en muchas otras cosas. Aun así, luego de que le diagnosticaran alzhéimer, fue declarado como incompetente y fue obligado a entregar la carta de renuncia. Sin posibilidad de encontrar trabajo ni financiamiento para sus investigaciones se encerró en casa. Al principio compartía con su familia y los pocos amigos que tenía en los espacios comunes de la casona, pero luego se aisló en la oficina. Los próximos cinco años se volvieron difusos e inentendibles, en algún momento olvidó quién era y los días dejaron de tener sentido; ni siquiera se enteró de la situación de su hija. Eventualmente, la demencia habría matado al doctor, pero resultaba irónico que su propia creación, un ser humano artificial diseñado para la cacería de revolucionarios, le hubiera curado.
Luego de recuperarse por completo, hacía poco más de dos años, elaboró un enrevesado plan para lastimar al Gobierno Mundial por su traición y convenció a sus antiguos jefes que era apto para volver al trabajo. Las negociaciones fueron duras e intensas, duraron meses, y al final acabó en una buena posición como líder de un equipo de investigación. Sin embargo, fue imposible recuperar el puesto que antaño había ocupado puesto que ahora un tal doctor Xuan estaba a cargo. La buena noticia es que, gracias a su vasta experiencia como genetista, le otorgaron un puesto equivalente y lideraría su propio proyecto de investigación, además le dieron la posibilidad de elegir la totalidad de su equipo de trabajo.
El laboratorio se encontraba bajo tierra en una isla desértica, fría como si nunca hubiera sido calentada por el sol, ventiscosa como las cumbres de las montañas. La sección del doctor Weidenberg era un anexo submarino del edificio principal, enlazados mediante un túnel de un kilómetro y medio y con una única salida. Como los trabajadores estaban acostumbrados a ver cuerpos con sábanas blancas encima de camillas no hacían preguntas, por lo que fue fácil colar a Prometeo, aunque mantenerlo oculto sería bastante más difícil. Por supuesto, todo estaba dentro de los planes perfectos del doctor Weidenberg.
El genetista afirmaba conocer a la perfección el cuerpo de su creación, incluso su registro genético. Aseguraba que absolutamente todo, cada inscripción y proteína, estaba en su cabeza y solo necesitaba cerrar los ojos, concentrarse unos segundos y podía visualizar el cuerpo de Prometeo como si lo tuviera frente a una pantalla. No obstante, modificar genéticamente a un individuo artificial era más difícil que entrar al menú de edición de personaje de un videojuego y editar sus rasgos. Se trataba de una labor minuciosa y lenta, pero ya había trabajado antes en vectores no virales capaces de transformar características específicas del cuerpo humano, así que podría ahorrar unos cuantos meses.
Para que los legionarios de la estación ni los agentes del CP sospechasen de Prometeo había diseñado una especie de terapia de modificación genética que cambiaría su rostro. El doctor Weidenberg rechazaba la cirugía plástica al considerarla como una práctica mundana y rudimentaria. Por el contrario, iba a darle a Prometeo algo más interesante que solo una cara nueva: la capacidad para modificarla. En principio, se trataba de una versión simplificada de la polimorfia facial. Esta tenía un rango restrictivo de acción y no iba a ser fácil conseguir un buen nivel de control muscular, pero serviría para que no le relacionasen con Prometeo “El Fénix”, ese molesto teniente del Ejército Revolucionario.
Prometeo pasó los primeros cinco días dentro de las instalaciones privadas del doctor Weidenberg donde nadie, ni siquiera sus trabajadores de confianza, podía entrar. El revolucionario exploraba los instrumentos que su creador utilizaba en sus investigaciones y había leído ya un libro de modificación genética que estaba en las estanterías. Al doctor no le gustaba que nadie toquetease su colección personal de libros e incluso había pensado en prohíbeselo, pero Prometeo necesitaba adquirir más conocimientos en un tiempo récord puesto que, eventualmente, tendría que enfrentar a los entrevistadores. Incluso con ello en mente, el doctor Weidenberg le prohibió tocar ciertos tomos con la excusa de que eran demasiado avanzados para alguien como él. Sin embargo, Prometeo ignoraba las órdenes de su creador y seguía su espíritu rebelde y fogoso como buen revolucionario.
Una semana sin Elizabeth a su lado era como caminar descalzo sobre esquirlas afiladas, zarandeado por vientos helados y sumido en la oscuridad, pero se mantenía firme y continuaba con sus obligaciones. Desde que se casó, los sentimientos hacia aquella inigualable mujer no habían hecho más que intensificarse. Al comienzo, cuando eran unos jóvenes de veintitantos años, podía soportar sin problemas largos meses en su ausencia, pero esa capacidad había desaparecido. Por supuesto, contaba con el apoyo de su esposa, lo que hacía algo más soportable la situación.
Un día, Prometeo se encontraba en la biblioteca personal del doctor Weidenberg. Se trataba de un espacio rectangular y soportado por grandes pilares de cemento revestidos con madera, esto solo por motivos estéticos. Había estanterías de roble repletas de libros de filosofía, medicina e ingeniería, aunque los tomos más importantes se encontraban en la vitrina de madera de ébano. Había solo unas pocas ventanas que tenían vistas al fondo marino de la isla, por las cuales se dejaban ver todo tipo de peces, entregando un paisaje increíblemente bello. Unas pocas plantas fluorescentes crecían encapsuladas en cristales templados, casi recordándole lo que era estar preso. En particular, Prometeo estaba sentado con un libro de bioingeniería frente a él y un montón de hojas apiladas ordenadamente con tantísimos apuntes y cálculos matemáticos, todos hechos con su puño y letra.
La sesión de estudio fue interrumpida por la aparición del doctor Weidenberg, llevando su ceño fruncido a todas partes. Miró con desaprobación a Prometeo, pero no dijo nada. Hacía días, se habría quejado y le habría expulsado de inmediato de su biblioteca por tocar uno de aquellos tomos prohibidos; sin embargo, poco a poco se mostraba más flexible frente a los gestos rebeldes de su propia creación. ¿Tenía motivos para impedir que estudiara de aquellos libros avanzados? Por supuesto que sí: él los había escrito. El contenido que estaba plasmado en aquellas hojas gastadas y antiguas era peligroso, tanto que se encargó de quemar todas las copias salvo los manuscritos originales.
-¿No crees que esa es lectura demasiado avanzada para ti? -le preguntó el doctor, apoyándose en la pared y los brazos cruzados.
-Intento entender los fundamentos de la inserción de vectores no virales para la modificación genética en proteínas específicas, aunque no tengo muestras experimentales y solo puedo basarme en informes y fichas realizadas por otros colegas –respondió el revolucionario, su voz áspera resonando por la habitación-. Además, toca ciertos temas éticos que…
-Cuando domines los fundamentos te entregaré unas muestras para que las analices y experimentes -le interrumpió el doctor sin cambiar su semblante severo-. Tengo noticias para ti, Prometeo. He convencido a los directivos de que necesito más personal y te he colado como mi asistente personal. Habrá preguntas y será difícil pasar desapercibido, pero con la modificación facial y el expediente que elaboré para ti estoy seguro de que lo conseguirás.
-¿Y cuáles son mis tareas como asistente, doctor? He dedicado los últimos diez años a mi matrimonio y he descuidado mis estudios, puede que no esté a la altura de lo que se requiere –confesó Prometeo con un dejo de vergüenza.
-No necesito tus justificaciones. Aprenderás en el camino mientras examino y trato tu cuerpo –contestó el doctor Weidenberg-. Tu llegada oficial está programada para la próxima semana, quiero que te dediques a tus estudios: no puedes parecer un junior cualquiera, ¿entendido?
Había pasado ya una semana desde que tuvo aquella conversación con el doctor. Se encontraba en la biblioteca exclusiva con un montón de libros sobre el escritorio. De pronto, el hombre ataviado con una bata de científico entró con el ceño fruncido.
-¿Vas a manosear todos mis libros? -le preguntó con notorio disgusto-. ¿Acaso esos libros no son demasiado complejos para alguien que ni siquiera ha cursado un pregrado?
-Sí, lo son. No entiendo el funcionamiento de los circuitos genéticos sintéticos para la regulación metabólica, pero lo entenderé luego de días de estudio. Por otro lado, leí su tesis doctoral relacionada con la terapia génica con vectores virales personalizados, y la encontré fascinante -respondió Prometeo con una sonrisa tímida en el rostro, sonando tan modesto como de costumbre.
-Ya veo… Tiene sentido que hayas sido quien encontró la cura al alzhéimer -susurró el doctor de brazos cruzados-. Préstame atención un momento, Prometeo.
-¿Qué sucede, doctor?
-He conseguido contratarte como ayudante de laboratorio, por lo que me ayudarás en mi investigación y tendrás libre acceso a ciertas instalaciones del edificio. Una vez la polimorfia facial sea funcional te presentaré al equipo -le informó el doctor, su expresión tan severa como siempre-. Eso sí, deberás cumplir estas dos órdenes en todo momento: primero, permanecerás lejos de los legionarios y agentes del Cipher Pol; segundo, siempre que puedas evitarás al doctor Xuan.
-Eso significa que tendré que intensificar mis jornadas de estudio… Bien, le aseguro que seré un buen aporte a su investigación, doctor -respondió Prometeo, levantándose de su asiento y mirando con firmeza a su creador-. Y gracias.
-¿Hm? ¿Por qué me agradeces?
-Por haberme dado la vida, doctor.
III
Prometeo continuó con los estudios, pasándose horas frente a los libros del doctor Weidenberg y anotando una infinidad de apuntes, posiblemente entendibles solo para él. Tenía buena letra y era ordenado con la distribución de la información, pero utilizaba tecnicismos creados por él para acortar definiciones o planteamientos. No solo había dedicado horas al estudio de la bioingeniería y modificación genética, sino que también a tópicos filosóficos y éticos que planteaban límites interesantes sobre la mutación del ser humano. ¿Cuánto era admisible? ¿Y de qué manera comprometía a la sociedad? Si la modificación genética en humanos vivos se permitía y comercializaba, la desigualdad se dispararía en riqueza económica y cultural y biológica, por lo que había que tener cuidado.
Pasar tantas horas encerrado en un lugar podía ser aburrido y abrumador para las personas, pero no para Prometeo. Había pasado una buena parte de su vida, más de la mitad, atrapado en una celda de cristal suspendida en una cámara oscura y vacía. Además, como homúnculo tenía una esperanza de vida desproporcionadamente superior a la de un humano, por lo que estar un par de semanas dentro de la misma habitación se sentía tanto como pasear al perro después de llegar del trabajo. Echaba de menos a Elizabeth, por supuesto, pues ni siquiera podía comunicarse con ella. Intentó enviarle cartas como siempre lo había hecho, pero fueron interceptadas por el doctor y este las mandó a guardar. El hombre no quería ser el malo de la historia, sin embargo, debía tomar ese papel; lo estaba haciendo por la seguridad de su hija. También echaba de menos hablar con otras personas. El único hombre al que veía parecía estar enfadado con él todo el tiempo y no importaba cuán bien hiciera su trabajo, el doctor Weidenberg encontraba un detalle que criticar.
La buena noticia es que la modificación facial había terminado y los resultados eran impresionantes. Frente al espejo, Prometeo apenas se reconocía a sí mismo. La modificación genética mediante la inserción de vectores no virales era más eficiente que la cirugía plástica y, cómo no, una técnica más sofisticada que la intervención manual en el cuerpo. Las facciones del revolucionario se habían tornado más afiladas y maduras, como las de un hombre entrando a los treinta años, y su cabello blanco y soso se había convertido en una bien cortada cabellera rubia. Prometeo estaba seguro de que sería difícil relacionarle con el revolucionario del cartel, así que era momento de presentarse oficialmente como el asistente del doctor Weidenberg. El único problema es que no encontraba la manera de volver a su antiguo rostro ni cambiar el actual.
Que nadie le hubiera visto aparecer por la entrada principal sería raro, pero muchas cosas se mantenían en secreto en el laboratorio submarino, por lo que nadie haría preguntas. Aun así, Prometeo había escrito una lista interminable de posibles situaciones inconvenientes para él y el doctor. Tenía una especie de guion para actuar cual NPC de videojuego, aunque esperaba no tener que usarlo.
Se vistió como a Elizabeth le hubiera gustado: una bonita camisa blanca sin ningún diseño en especial, una corbata negra y una chaqueta del mismo tono, además de unos pantalones de seda. Los zapatos bien lustrados reflejaban con elegancia la luz blanca de la habitación, mientras Prometeo comprobaba que todo estuviera bien con su apariencia.
Llegó el momento de presentarse.
El doctor Weidenberg había metido a Prometeo en el equipo de investigación como uno de sus asistentes personales, pero debía presentarse a los exámenes protocolares. En realidad, eran entrevistas orientadas a conocer y conectar con los nuevos miembros del laboratorio. Sin embargo, se rumoreaba -se daba por hecho- que servían para evaluar a los trabajadores y eventualmente usar aquella información para fastidiarlos de una u otra forma. Prometeo se había preparado para responderles a los humanos pedantes y fracasados, descritos en palabras del doctor Weidenberg, y estaba seguro de que podría responder facilidad las preguntas teóricas y prácticas.
Había abandonado las instalaciones privadas del doctor por primera vez en más de una semana y media, por lo que respirar aire nuevo era como recibir las caricias de una brisa primaveral, aunque en el fondo el aire fuera el mismo. El doctor le condujo a la sala de espera, donde le recibieron como una celebridad. Primero lo miraron con confusión, preguntándose si de verdad se trataba de Heinrich Weidenberg, y luego de comprobarlo se le acercaron para llenarle de preguntas. Mientras que el doctor era tratado con respeto y admiración, Prometeo era foco de miradas despreciadoras y recelosas. Después de interactuar tanto tiempo con seres humanos era fácil darse cuenta de los sentimientos que impulsaban a las masas, y solo pudo sentir decepción hacia aquellos que trabajarían en un proyecto tan importante.
-Primero examinarán tus conocimientos y luego pondrán a prueba tus habilidades prácticas -dijo el doctor tras conseguir alejarse de los trabajadores-. Me preocupan las preguntas que te harán en la entrevista libre.
-Voy a estar bien, doctor. No mencionaré nada sobre mi oficio ni que sané su alzhéimer como lo acordamos -respondió Prometeo casi en un susurro, aun sintiendo las miradas inquisitivas del resto de trabajadores.
-No es eso, solo que…
-Prometeo, adelante -interrumpió la secretaria, llamando al revolucionario sin buscarle con la mirada y su voz aguda y respingosa sonando por la habitación.
-Estaré bien -volvió a decir Prometeo y caminó hacia el pasillo.
IV
Prometeo atravesó un pasillo bien iluminado y todo hecho de vidrio templado, dejando vistas al fondo marino. A pesar de que no caminó más de un minuto, se sintió una caminata larga e incómoda, como si de alguna manera predijera que las cosas no saldrían bien. Se detuvo unos cuantos segundos frente a la puerta de madera, ancha y alta con un pomo hecho de cobre, y entonces la golpeó con suavidad. Prometeo hizo caso a la voz femenina y madura que le invitó a pasar y entonces entró.
La oficina era un lugar amplio y bien cuidado con un hermoso tapete color vino tinto. Frente a Prometeo se ubicaba un largo escritorio de madera con unas cuantas sillas elaboradas con sumo detalle. Unas pocas plantas en las esquinas adornaban el interior y las ventanas daban vistas al fondo marino. Luego de echarle un rápido vistazo a la oficina, el revolucionario se detuvo en las tres personas que lo miraban con gestos analíticos.
Había una mujer de aspecto sereno sentada en la izquierda que, detrás de sus gafas rectangulares, se hospedaban unos profundos ojos grises que parecían guardar la sabiduría que había acumulado con el paso de más de medio siglo de dedicado estudio a la ciencia. Su nariz parecía un gancho, un tanto curva hacia abajo y relativamente fina, que calzaba a la perfección en su rostro con forma de diamante. Llevaba una bonita melena negra que caía como una cascada hasta los hombros, y una cadena de plata descansaba en su cuello.
A la derecha de la mujer, se hallaba un hombre de unos treinta y pico años con expresión amable y juguetona, como si la entrevista fuera una especie de juego para él. Tenía los ojos largos y delgados, un tanto achinados, y de un intenso color marrón oscuro que se confundía con el negro. Quizás unos lentes le hubiesen dado un aspecto más intelectual, pero puede que ni siquiera fuera a necesitarlo. Su cabello negro lo llevaba desordenado más como una peluca a medio cuidar que pelo real.
Y, por último, a la derecha se encontraba un señor de la edad del doctor Weidenberg y con un semblante tan serio que daba la impresión de estar permanentemente enojado. Sus cejas blancas eran tan tupidas que apenas dejaba ver sus pequeños ojos celestes, los que recordaban dos diminutos botones en medio de un rostro escuálido y marcado por el paso del tiempo. Tenía una nariz alargada y recta que estaba en contacto con un espeso bigote del mismo color que las cejas. Bajo el sombrero de copa negro caían unas pocas mechas canosas.
-Bienvenido, bienvenido. Toma asiento, por favor –dijo el hombre del medio y Prometeo hizo caso-. Tú debes ser Klaus Hebbel, ¿no? El doctor Weidenberg te recomendó personalmente para el puesto, así que esperamos mucho de ti. Yo soy el doctor Xuan y la persona que está a mi izquierda es la fantástica doctora Isabella Alighieri, y el señor de mi derecha es el doctor William Hawkins.
-Es todo un honor estar frente a figuras tan emblemáticas dentro del mundo científico. Agradezco infinitamente la oportunidad que se me ha brindado -respondió Prometeo, su voz áspera imposible de ocultar, y haciendo caso a las escasas sugerencias del doctor Weidenberg: hablar con elocuencia.
-Seguro que sí, seguro que sí -dijo el doctor Xuan con una sonrisa indescifrable detrás de su expresión juguetona-. Comencemos con la entrevista, ¿va? Tu puesto será el de asistente de laboratorio y, además de preparar las muestras y mantener en orden los laboratorios de las instalaciones submarinas, deberás ayudar al doctor Weidenberg con todos sus requerimientos. No es necesario que le sirvas el café ni que envíes sus cartas, aquí respetamos a los académicos y esas labores se las dejamos a los... sin futuro, ¿entiendes?
A Prometeo no le gustó la manera en que el doctor Xuan se refería a aquellos que decidían un camino diferente al de las letras y la ciencia, pero ocultó la molestia y continuó escuchando.
-Antes de que comiences oficialmente nos gustaría hacerte unas pruebas. Como te recomendó el doctor Weidenberg estamos seguros de que serán un juego para ti, pero los protocolos nos exigen hacerte ciertas... preguntas, ¿estás de acuerdo?
—Claro, comencemos cuando ustedes lo deseen—contestó el revolucionario.
El doctor Hawkins acomodó unas hojas de papel sobre la mesa y entonces miró con expresión estudiosa a Prometeo.
-Bienvenido, señor Hebbel. Mi nombre es William Hawkins y soy experto en bioingeniería de células eucariotas. Dicho esto, me gustaría saber si está familiarizado con la técnica CIPR-Cas9. ¿Podría explicarnos los mecanismos moleculares detrás de la técnica y de qué manera se utiliza para modificar el genoma de células eucariotas?
Prometeo frunció ligeramente el ceño y su mente comenzó a trabajar, buscando la información adecuada en el mar de conocimiento que había adquirido las últimas semanas. Tenía una base sólida relacionada al linaje y la genética que había fortalecido con los libros del doctor Weidenberg, pero aquella pregunta era realmente específica. Creía que la pregunta estaba orientada a descartar fraudes de científicos reales, de personas que se habían dedicado enteramente a la ciencia, y así lo haría ver. No recordaba las iniciales ”Cas9”, pero el resto de la técnica le era familiar por lo que se arriesgaría con su respuesta.
-La técnica CRISPR-Cas9 es un sistema de edición genética basado en una endonucleasa Cas9 que se guía hacia secuencias específicas de ADN mediante ARN complementario. Una vez dirigida a la secuencia deseada, la Cas9 crea un corte de doble cadena en el ADN, que luego puede ser reparado por la célula a través de los mecanismos de reparación del ADN. Esto permite la introducción de modificaciones precisas en el genoma.
Prometeo sorprendió a los entrevistadores con sus respuestas certeras, específicas y elocuentes. Cada caso planteado era difícil de resolver ya fuera por las limitaciones tecnológicas presentes en la humanidad o por los desafíos éticos que, según pudo ver el revolucionario, los tres entrevistadores tenían distintos “puntos críticos”.
Las pruebas prácticas, por otro lado, fueron bastante más sencillas de lo que pensó. Tuvo que trabajar rápidamente con muestras genéticas de baja calidad, es decir, con cadenas proteicas en mal estado y difíciles de ver en el microscopio electrónico. Además, debió organizar una estantería con muestras, libros y utensilios de laboratorio. Se tardó unos cuantos minutos más de lo deseado, pero los entrevistadores quedaron conformes con la calidad de su trabajo, por lo que hicieron la vista gorda de lo mucho que se tardó. Prometeo estaba acostumbrado a realizar trabajos rigurosos y detallados, aunque increíblemente lentos.
Finalmente, llegó la prueba ética.
-Lo has hecho excepcionalmente bien y estamos contentos con tus aptitudes, joven Hebbel -comenzó la doctora Alieghieri-. Es una pregunta sencilla de formular, pero difícil de responder. Adelante, doctor Xuan.
-Es un caso hipotético, futuro colega, así que no te preocupes porque nada de esto es real. -El entrevistador sacó una hoja de papel y comenzó a leer-. Estamos en guerra y nuestro equipo de investigación ha desarrollado una droga que vuelve fuertes e inteligentes a nuestros soldados. Tan solo un hombre bastaría para derrotar a cien piratas o a cien revolucionarios, a cien soldados enemigos. Sin embargo, para producir esta droga debemos extraer el líquido cefalorraquídeo de… prisioneros, delincuentes sin posibilidad de reinserción. Además, el efecto de la sustancia dura una semana, por lo que nuestros hombres mueren de cansancio tras su uso. -Una sonrisa macabra se dibujó en el rostro del entrevistador-. De algún modo, el Ejército Revolucionario sabotea nuestras instalaciones y eres el único científico disponible para producir esta droga. Sabiendo que debemos ganar la guerra y, a cambio de consumir una vida de poco valor, puedes salvar a mil inocentes, ¿qué es lo que harías?
Prometeo frunció el ceño, dejando en claro que no le había gustado en lo absoluto el caso hipotético. La situación planteada presentaba un conflicto entre dos principios éticos fundamentales: la utilidad y la dignidad humana. Podía considerarse una acción ética y correcta puesto que produciría un mayor bien para el mayor número de personas; a cambio de unas pocas vidas se podrían salvar muchas otras más. No obstante, el revolucionario creía que todas las personas tienen un valor intrínseco y deben ser tratadas como fines en sí mismas, no como medios para alcanzar un objetivo. ¿Qué tan correcta sería la extracción forzada del líquido cefalorraquídeo de los prisioneros? ¿Acaso era moralmente aceptable sacrificar sus vidas para beneficiar a otros? Para algunos la respuesta es sí, después de todo, nadie cae en prisión por ser buena persona.
Por otro lado, el hecho de que la droga provoque la muerte por cansancio en los soldados añadía una dimensión adicional al caso hipotético. Si sacrificar a hombres posiblemente malvados (los prisioneros) es aceptable para algunos, ¿qué hay de los soldados que, en principio, son buenos hombres? ¿Sería correcto someterlos al agotamiento extremo después de utilizar la droga, tratarlos como herramientas desechables en lugar de seres humanos con derechos y dignidad? En un mundo en guerra la línea entre el bien y el mal puede volverse difusa, y la urgencia por obtener una ventaja sobre el enemigo puede llevar a justificar acciones moralmente cuestionables.
Había tantísimas preguntas difíciles de responder que chocaban directamente con las creencias de Prometeo que, por sobre todas las cosas, se consideraba un defensor de la humanidad. ¿Pero a quién debía defender? ¿A los delincuentes y soldados? ¿O a los miles de inocentes que podrían ser salvados? ¿Debía decantarse por el utilitarismo en vez de la dignidad humana? Puede que como científico trabajase en un laboratorio, lejos del campo de batalla y sin interacción directa con los soldados, pero no habría ninguna diferencia entre ser quien jala del gatillo.
El revolucionario tomó aire y soltó un suspiro.
-En primer lugar, ¿quién decide quiénes son los “delincuentes sin posibilidad de reinserción”? ¿Y qué garantías hay de que han recibido un juicio justo y equitativo antes de ser utilizados como sujetos de experimentación? -Prometeo notó que al doctor Xuan se le borraba la sonrisa juguetona y le miraba con seriedad, mientras llamaba la atención del doctor Hawkins-. Utilizar a la población vulnerable y marginada plantea serias preocupaciones sobre el abuso de poder y la discriminación, ¿no? Además, ¿qué mensaje enviaríamos al mundo sobre los valores y principios del Gobierno Mundial? ¿No se supone que somos mejores que los piratas a los que queremos capturar?
-Responde la pregunta sin más rodeos -dijo el doctor Xuan.
Prometeo, con una mirada firme y resuelta, respondió al doctor Xuan:
-Detendría la producción de la droga de inmediato. No puedo participar en un proceso que sacrifica la dignidad y el valor de la vida humana. Como médico y científico, estoy comprometido con el principio fundamental de que todas las vidas son igualmente valiosas y merecen ser protegidas. -El revolucionario notó la decepción en el rostro del doctor Xuan-. ¿Qué es lo que haría? Buscaría alternativas para abordar este desafío, salvar vidas y ganar la guerra.
-Respuesta equivocada… Te daremos los resultados dentro de una semana.
*****
Tras una semana de la entrevista, el laboratorio notificó donde, oficialmente, formaba parte del equipo de investigación como asistente de laboratorio. A pesar de contar con el invaluable respaldo del doctor Weidenberg, que de alguna manera garantizaba la entrada al trabajo, se alegró como un universitario aceptado en la universidad de sus sueños. Soltó una sonrisa de oreja a oreja, tan sincera como el brillo de sus ojos, y le dio la noticia al doctor Weidenberg.
-Claro que no podía ser de otra manera—respondió el hombre con expresión fría, aunque estaba orgulloso de su creación-. Has superado la parte fácil, aún hay mucho trabajo por hacer. ¿Crees que estarás a la altura? Ten por seguro que no será fácil.
-No sabré hasta intentarlo -dijo Prometeo con tal sencillez-. ¿Cuándo comenzaremos con el tratamiento? Mientras menos tiempo pase en las instalaciones del gobierno, más seguro será para nosotros.
-Estoy preparando los vectores no virales para modificar tu ADN y la cura a tu enfermedad degenerativa va por buen camino. Si no tenemos contratiempos, comenzaremos el tratamiento dentro de dos semanas.
-¿Dos semanas? De acuerdo. ¿Qué debo hacer mientras usted trabaja en el tratamiento?
-Me ayudarás, claro. Es demasiado trabajo para hacerlo yo solo y por eso te he contratado –respondió el doctor-. También quiero que conozcas al resto del equipo, al menos a las personas en las que confío, venga.
- Peticiones:
- Solicito un power up especial en Intelecto, el cambio de físico de Prometeo y que cuente como 1 de 3 roles para sacar objetos épicos.
Me he inventado lo de la polimorfia facial no como un implante ni mejora, sino como una alternativa a la cirugía plástica para cambiar el rostro de Prometeo.
Buenos días cacho de carne, soy tu brillante moderador robótico y vengo a darte tu merecido. Comencemos:
En primer lugar, me gusta. No voy a decir mucho porque, aun teniendo un cierre menos redondo que el resto de la historia, lo achaco a la pretensión de continuarla (en una posible trilogía, deduzco por las peticiones). Me gusta cuando se introducen doctores en la historia de Prometeo, porque tienen ese carácter litúrgico que auspicia una conversación con Dios. Me falta, quizá, que Prometeo salga un poco de su zona de confort pero está muy bien.
Te llevas lo que pides, pero no puedes cambiar de rostro libremente. Te llevas también 566px y 57 doblones.
Un saludo, y hasta que nos volvamos a ver.
En primer lugar, me gusta. No voy a decir mucho porque, aun teniendo un cierre menos redondo que el resto de la historia, lo achaco a la pretensión de continuarla (en una posible trilogía, deduzco por las peticiones). Me gusta cuando se introducen doctores en la historia de Prometeo, porque tienen ese carácter litúrgico que auspicia una conversación con Dios. Me falta, quizá, que Prometeo salga un poco de su zona de confort pero está muy bien.
Te llevas lo que pides, pero no puedes cambiar de rostro libremente. Te llevas también 566px y 57 doblones.
Un saludo, y hasta que nos volvamos a ver.
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