Prometheus D. Katyon

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Características
fuerza
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Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
—¡Capitán, Capitán! —gritó el vigía—. ¡Niebla a babor!
Salí a la cubierta. Me estaba echando una siesta después de haberme atiborrado a cerveza y comida, pero la voz de mi hombre me despertó. En la cubierta la tripulación estaba haciendo sus quehaceres diarios mientras algunos de ellos observaban boquiabiertos la espesa niebla.
No era una niebla normal. Era gris y negra como el humo de las fábricas, y amenazaba con engullirnos y hacernos desaparecer en su profundidad. Sin duda, Grand Line era un mar peligroso. Sonreí.
—¡Tripulación, a vuestros puestos! —ordené a voces—. ¡Arriad la segunda y tercera vela y agarraos a dónde podáis!
Fui directo a timón, de dónde aparté con brusquedad a Francisco. Era capaz de manejar el barco en situaciones normales, pero la marea comenzaba a embravecer y el manto oscuro de la niebla se acercaba cada vez más rápido.
Tomé el control de los mandos del barco y giré el timón todo a estribor. El barco comenzó a girar y a tumbarse sobre un lado mientras mis hombres intentaban no rodar por el suelo. ¡Por mi tribu, esperaba que hubiesen atado bien la mercancía! Más les valía, o si no la niebla les iba a parecer un juego de niños a mi lado.
El timón intentaba volver a su posición. Lo sujeté con toda mi fuerza y me esforcé por mantener el giro del barco todo lo posible. A lo lejos, también intentando huir de la niebla, pude distinguir la silueta de otro barco. En realidad no estaba seguro de si huían de la niebla o de nosotros; al fin y al cabo los barcos piratas eran de temer, y el mío más que ninguno.
Una vez el barco se estabilizó algunos hombres sonrieron aliviados, mientras que otros aplaudían y vitoreaban. Aquella muestra de aprecio y reconocimiento me agradó, debo reconocerlo, pero no dejé que se me notase. Era el Capitán, y tenía que hacerme respetar y temer. Si creían que bajaba la guardia por esa clase de acciones, dejarían de respetarme y tenerme como yo quería. Y eso no iba a pasar.
—¡Vamos señoritas! —grité nuevas órdenes—. !Esto no ha acabado, vamos a abordar ese barco!
Haber escapado de un peligro no implicaba que no me lanzara de cabeza a otro. La diferencia entre los piratas mediocres y yo era que yo no descansaba, y aquella no era la excepción. Puse rumbo hacia el desconocido navío y alenté a la tripulación a prepararse para abordarlo. De esta íbamos a salir ricos.
Salí a la cubierta. Me estaba echando una siesta después de haberme atiborrado a cerveza y comida, pero la voz de mi hombre me despertó. En la cubierta la tripulación estaba haciendo sus quehaceres diarios mientras algunos de ellos observaban boquiabiertos la espesa niebla.
No era una niebla normal. Era gris y negra como el humo de las fábricas, y amenazaba con engullirnos y hacernos desaparecer en su profundidad. Sin duda, Grand Line era un mar peligroso. Sonreí.
—¡Tripulación, a vuestros puestos! —ordené a voces—. ¡Arriad la segunda y tercera vela y agarraos a dónde podáis!
Fui directo a timón, de dónde aparté con brusquedad a Francisco. Era capaz de manejar el barco en situaciones normales, pero la marea comenzaba a embravecer y el manto oscuro de la niebla se acercaba cada vez más rápido.
Tomé el control de los mandos del barco y giré el timón todo a estribor. El barco comenzó a girar y a tumbarse sobre un lado mientras mis hombres intentaban no rodar por el suelo. ¡Por mi tribu, esperaba que hubiesen atado bien la mercancía! Más les valía, o si no la niebla les iba a parecer un juego de niños a mi lado.
El timón intentaba volver a su posición. Lo sujeté con toda mi fuerza y me esforcé por mantener el giro del barco todo lo posible. A lo lejos, también intentando huir de la niebla, pude distinguir la silueta de otro barco. En realidad no estaba seguro de si huían de la niebla o de nosotros; al fin y al cabo los barcos piratas eran de temer, y el mío más que ninguno.
Una vez el barco se estabilizó algunos hombres sonrieron aliviados, mientras que otros aplaudían y vitoreaban. Aquella muestra de aprecio y reconocimiento me agradó, debo reconocerlo, pero no dejé que se me notase. Era el Capitán, y tenía que hacerme respetar y temer. Si creían que bajaba la guardia por esa clase de acciones, dejarían de respetarme y tenerme como yo quería. Y eso no iba a pasar.
—¡Vamos señoritas! —grité nuevas órdenes—. !Esto no ha acabado, vamos a abordar ese barco!
Haber escapado de un peligro no implicaba que no me lanzara de cabeza a otro. La diferencia entre los piratas mediocres y yo era que yo no descansaba, y aquella no era la excepción. Puse rumbo hacia el desconocido navío y alenté a la tripulación a prepararse para abordarlo. De esta íbamos a salir ricos.
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