Dos tontos muy tontos: Electric boogaloo (Priv- Pasado)

Cuando me alisté en la Marina, lo hice con la intención de vivir aventuras. Rollo dar palizas a maleantes que amenazaran a los inocentes, salvar a niños de incendios o ayudar a abuelitas y evitar que un ladrón les robara el dinero del mes. Pero no. Me encontraba en el cuartel marine  de una isla en medio de ninguna parte fregando el maldito piso. ¿Quién se lo iba a imaginar, eh? Llevaba años formándome para participar en alguna misión interesante pero aún no confiaban lo suficiente en mi. Quizás habría influido en que me hubiera comido medio almacén de comida hace un tiempo o que perdiera una simple carta que tenía que entregar a mi jefe que contenía información clasificada. Tonterías. Yo estaba preparado para ir a hacer cosas de marine. Eran ellos que estaban equivocados. Sonriendo, mojé una vez más la fregona y me dispuse a quitar una mancha extraña en la pared. Estaban perdiendo la ocasión de poner a alguien como yo a currar de una vez. Saqué mi walkman y comencé a escuchar  a uno de mis grupos favoritos, los Plane Rocks. Así al menos estaría más animado.

Fue darle al play y la música rock me motivó. Comencé a fregar con más rapidez y ganas. Hasta que llegó un punto donde me uní al canto. Algunos reclutas que pasaban por allí se me quedaron mirando. Algunos se reían y otros se me quedaban mirando negando con la cabeza. Yo estaba tan enfocado en la música que les ignoré y seguí moviéndome al ritmo de la guitarra. Fue hasta que topé con algo duro detrás. Me di la vuelta y... ahí estaba mi jefe. El comodoro  Fausto Rougier. Era un hombre de unos cuarenta y tantos con muchas cicatrices en la cara y un espeso bigote. No tenía una buena cara.

- Ya estás de nuevo haciendo el imbécil, recluta Donovan. Eres un marine, actúa como tal - Dijo con un tono de enfado.

- Usted perdone, comodoro Rougier. Es que la música me puede demasiado y así se me hace menos cansado realizar las tareas que tan selectivamente me ha mandado a hacer - Respondí con una sonrisa.

El comodoro suspiró.

- Tienes suerte de que seas hijo adoptivo del ex vicealmirante Donovan, de no ser así, te habría mandado a un entrenamiento disciplinario hace tiempo. En fin, tengo una tarea para ti que no tiene que ver con labores de la base - Sacó una carta - Por insistencia de tu  padre, te voy a mandar a una misión de captura junto a otros reclutas. Es un criminal de poca monta que se escapó de un barco de prisioneros , así que espero que te lo tomes en serio por una v... -

Antes de que pudiera terminar la frase, ya había saltado a darle un abrazo y a coger la carta.

- ¡No se arrepentirá señor! ¡Yujuuuuu por fin una misión en serio, voy a por mis cosas! - Como una exclamación salí corriendo a mi dormitorio para prepararme dejando al comodoro atónito a mi extravagante personalidad.

No es fácil explicar por qué me encontraba en aquella isla. Bueno, en verdad sí. No hacía mucho que me había emprendido en un gran viaje en busca de mi objetivo en la vida —literalmente, porque no sabía qué quería hacer en la vida—, y sin saber cómo había llegado a Greenlyn.

Tengo que admitir que el viaje no fue fácil. Me costó mucho despedirme de papá y de todas nuestras mascotas. «Animales míos, busca los tuyos» decía sin dejar de tener razón, aunque no por ello se me hacía más fácil irme. Durante años había vivido en plena naturaleza junto a papá nuestros amigos, las mascotas, pero hasta yo me daba cuenta de que había crecido y no podía quedarme allí para siempre. El mar me resultaba desconocido, aunque no le tenía miedo, y todas las historias que papá me había contado de pequeño sobre sus aventuras de joven habían calado en mi cabeza, haciendo que tomase la decisión de zarpar al mar. No sabía muy bien qué buscaba, pero me daba igual; la vida no se planea, se improvisa.

La verdad es que Greenlyn era bonita. No era tan salvaje como la isla de papá, pero había enormes zonas verdes y una multitud de animales extraños. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue aquello a lo que llamaban «poblado». Nunca había visto tantas casas juntas, y menos aún tantas personas. Había montones de ellas, como una gran manada de cerdos.

—Eh... ¿Hola? —me dijo un hombre cuando lo observaba atentamente transportar una caja en dirección al mar—. ¿Estás perdido?

—No, no. Solo estoy admirando el lugar —expliqué con una radiante sonrisa en la cara.

—Sí, seguro... —dijo sin convencimiento—. Bueno, ten cuidado. He escuchado que un pirata se ha escapado y vaga libre por ahí.

Mi cara se iluminó aún más si podía ser. ¡Un pirata! Mi padre me había hablado sobre ellos, y a mí me parecían sorprendentes. Me preguntaba... ¿Sería capaz de conocerlo?

—¡Muchas gracias, buen señor! —le dije de corazón—. ¡Me acaba de alegrar el día! ¿Hay algo que pueda hacer hacer por ti?

—No, yo llevo esto al barco y me voy, no quiero encontrarme a ese rufián.

Me despedí y enseguida emprendí la marcha en busca del pirata. Con mis dotes de cazador, no iba a tener ningún problema, y quizás pudiera pedirle que me contase sobre su vida. ¡Qué interesante!

Estando en mi habitación, cogí todo aquello que creí necesitar para mi misión. Víveres, esposas, mi walkman para poner música de persecución, vamos todo aquello que merecía la pena pillar. Lo metí todo en una mochila grande para después cargarla en mis hombros. Era hora de salir de caza. Estaba realmente feliz de que por fin me hubieran asignado una misión que no fuera un puto coñazo. Salí corriendo al pasillo dando saltos de alegría. Atravesé los pasillos de la base hasta salir de la misma. Pero se me estaba olvidando algo... ¿Acaso me había olvidado de mis gafas de sol? Me llevé las manos al pecho. Pues no. Estaban ahí. Bueno, si fuera importante no me hubiera olvidado, ¿cierto? De todas formas, continué corriendo por el camino al pueblo más cercano. Pero antes... tenía que cambiar el agua al canario. Uno no podía hacer bien su trabajo sin aliviarse un momento. Así pues, detuve mi andanza y busqué el mejor árbol que podía. El elegido fue un roble que sobresalía por el camino de tierra.

Mientras silbaba y aliviaba mi carga, escuché acercarse a un par de personas. Me di prisa para terminar y devolver a mi amiguito a su jaula. No me gustaría que algún lugareño me viera la herramienta y se formara una mala opinión de la Marina. Se acercaron dos hombres calvos y feos, pero tenían pinta de ser buena gente. No tenían buena cara y parecían estar de mal humor. Sali a su paso para ver que necesitaban, ya que estaban caminando hacia la base.

- ¡Buenos días, caballeros! ¡Veo que necesitan algo! ¿En que les puedo ayudar? - Pregunté con una sonrisa

- ¿Eres un marine de esos? Necesitamos a los tuyos. Alguien nos está robando la cosecha. Y como siga así nos vamos a arruinar. ¿Verdad Vermuncio? - Dijo el calvo de la derecha.

- En efecto, Segismundo. Ya tenemos una mala época en nuestras granjas como para encima estar pendientes de mangantes - Comentó escupiendo al suelo - A ver, zagal. ¿Puedes encargarte de buscar al responsable? Hay un par de huellas que comienzan en la granja del amigo Vermuncio. Y se adentran en el bosque -

- ¡Ningún problema, señores! ¡Este es un trabajo para el bueno de Artorius! - Hice un gesto con el puño! - Les traeré a ese rufián y lo juro en nombre de la justicia -

Acabante de hablar, los señores me indicaron que tenía que seguir el camino y atajar hacia la derecha en un cruce. Aquello podía ser una pista de mi amigo el pirata fugitivo. Raudo, corrí por el sendero.

¿Cuál es el truco para ser un buen cazador? La paciencia. Perseguir a tu presa es un proceso que puede llevar días, incluso semanas. Sin embargo, yo no perseguía a aquel hombre para darle caza, sino para charlar con él. Quería escuchar sobre sus andanzas y descubrir nuevas historias además de las que le había oído a papá.

Así que no extremé precauciones. ¿Para qué ocultarme y andar con cuidado cuando quiero que mi objetivo sepa que lo estoy buscando? No creía que quisiera escapar ni mucho menos.

Cuando digo que no extremé precauciones, lo digo en serio. En cuanto encontré lo que me pareció un posible rastro a seguir, anduve hasta el bosque más cercano y comencé a llamar a gritos al pirata.

—¡Eh, tú, hombretón! —gritaba con fiereza a través de la flora para hacerme escuchar—. ¡Muéstrate de una vez!

Antes que nada debo de explicar que me había pasado toda la vida en una isla viviendo con una única persona que era algo excéntrica, y mi experiencia a la hora de llamar a animales o personas me decía que si hacía lo mismo con los demás acabarían por aparecer. Así que seguí gritando.

—¡Vamos, ven ya! —gritaba a pleno pulmón—. ¡Si no vienes me vas a obligar a ir a por ti!

Lo único que me extrañaba era el otro par de huellas que buscaba. El señor de la aldea me había hablado de un solo pirata, y por lo que sabía no tenía ningún compañero. Quizás había obtenido uno recientemente, o quizás el señor se había equivocado. ¡Podía deberse a tantas cosas! Así que no le di demasiada importancia y continué con mi misión.

—¡Vaaaamos! —apremiaba al pirata—. No tengo todo el día, ¿sabes? Bueno, en verdad sí, pero no quiero estar todo el día detrás tuyo. Tengo una vida que vivir, y esas cosas.

Llegó un punto en el que comenzaba a pensar que quizás el pirata era sordo. ¿Por qué no aparecía ante mí? A pesar de aquello, no me rendía. Si no se mostraba, no me quedaba más remedio que buscarlo con más ímpetu. Porque otra cosa no, pero a cabezonería y habilidades de rastreo no me ganaba nadie, a excepción, tal vez, de papá.

—!Venga, date prisa! —seguía diciendo a voz viva a través del bosque. Qué ganas tenía de encontrarme con el pirata.

Mis pasos me llevaron hasta el susodicho cruce. Miré a ambos lados por si venía alguien o alguna carreta, lo que fuera. Padre me había enseñado a que había que mirar a ambos lados antes de cruzar. Giré hacia la izquierda rumbo a las granjas. Me pregunté si el pirata era fuerte. Sería una buena oportunidad y un empuje a mi carrera si el pibe era un peso pesado. Algunas noches soñaba con que, algún día, me convertiría en un almirante y tendría muchos discípulos de alto rango. Je, ya me encargaría de volver ese sueño una realidad. Era sabido que los almirantes tenían un nombre de un animal y un color asignados como alias. ¿Qué podía ser yo? Hmmmm... Me gustaban las jirafas pero... creo que un nombre así sería muy estúpido. Tenía que pensar en un animal chulo y un color que pegue. Me rasqué la cabeza, intentando inspirarme, hasta que llegué a las granjas. Eran bonitas. Estaban cada enfrente a la otra, a cada lado del camino. Rodeadas del denso bosque. En una estaban cosechando maíz y lechugas y en la otra uvas y tomates. Me comenzó a rugir el estómago.

- Maldita sea... me está comenzando a dar hambre. Tengo que evitar mirar la comida o de lo contrario me meteré en un apuro - Dije mientras acariciaba mi estómago - Tranquilo amiguito, después te doy lo tuyo. Estoy trabajando ahora -

Me dispuse a comenzar mi labor y examiné el suelo alrededor en busca de las huellas. Me dio la impresión de escuchar a alguien gritando. Pero no sé si eran imaginaciones mías o simplemente era el viento jugándome una mala pasada. Luego de unos minutos caminando alrededor de las cosechas, encontré el rastro de huellas y las seguí. Aparte unos helechos y me metí de lleno en el bosque. El sonido de los pájaros era tranquilizador. Pero.... el puto polen de las flores silvestres atacó a mi pobre nariz, obligándome a estornudar. Espero que si el bandido estaba escondido en la maleza no me hubiera escuchado. Continué siguiendo las huellas, atravesando plantas, saltando árboles caídos y atravesando un riachuelo. Pero no encontré nada.


Me daba la sensación de que estaba dando vueltas y me había perdido. Pero no pasaba nada. ¡Un marine siempre encuentra a los criminales! Mi sentido de la justicia actuaría como mi brújula en aquel lugar donde la naturaleza reinaba. Continúe mi marcha, animado. Fue entonces, que escuché una voz chillona y unos pasos detrás mía. ¿Sería acaso el pirata? Me escondí dentro del tronco de un roble grande y esperé a que pasara. Cada vez su voz estaba más cercana pero era tan molesta que me jodía los oídos. ¿Este hombre es siempre tan chillón? Parecía un murciélago en celo. Cuando estaba ya cerca, salí de mi escondite y le planté cara.

- ¡Alto ahí, bribón! ¡El gran Artorius D. Donovan te derrotará y te llevará de vuelta! - Reí quitándome la camisa y mostrando mis hermosos músculos.

Andaba tranquilamente por el bosque mientras llamaba al pirata. Paso a paso, avanzaba siguiendo la pareja de huellas que tan visiblemente habían dejado. Sinceramente, a quiénes les pertenecieran esas huellas no debía de tener ni la más remota idea sobre ocultar su rastro. Las huellas eran tan llamativas que hasta un niño pequeño, ciego y sin brazos podría seguirlas.

Mi voz atravesaba la verde arboleda a mi paso mientras giraba la cabeza de izquierda a derecha buscando al hombre sin ley. Lo cierto es que no se me había pasado por la cabeza que no quisiera ser encontrado, y me extrañaba mucho que no respondiese a mi llamada. Es decir, estaba gritando mucho. Y cuando digo mucho, me refiero a que mis gritos eran tan estridentes que hasta los animales más cercanos salían correteando asustados.

En un momento dado me percaté de que un par de huellas cambiaban de dirección. Tras pararme brevemente a meditar sobre la trayectoria de las huellas, deduje que las del pirata debían ser las que seguían de frente, así que no me detuve.

—¿Por qué no apareces? —preguntaba en voz alta—. A lo mejor eres tímido y... ¡Ah! —Un hombre apareció de repente, dándome un susto de muerte.

Lo observé rápidamente. Era alto, me atrevería a decir que más que papá, y tenía un cuerpo formidablemente esculpido. Era fuerte, sin duda, y eso siempre era digno de admiración. Aún así, me había asustado, y eso no estaba bien.

—¿Pero a ti qué te pasa? —le pregunto medianamente serio. No me gustan los sustos—. Has dejado a mi corazón galopando. ¿No sabes que esa no es forma de presentarte ante los demás?

Entonces habló y comenzó a quitarse la ropa. No voy a negar que aquello me preocupó; todos saben lo que ocurre cuando te encuentras a un hombre desnudo en el bosque. Pero no me amedrenté y me quité mi chaleco de cuero a la par. Si quería una competición de cuerpos desnudos le iba a dar guerra.

—Soy Idrik Jahak, y seré yo quien te derrote y te lleve de vuelta... —pensé unos segundos en qué insulto emplear para él— ¡Hombre peludo! —Sí, esa había tenido que dolerle.

La verdad, no sabía qué quería decir con llevar de vuelta, pero no iba a perder en aquella extraña competición forestal. Nunca le ladres a un padre si no estás dispuesto a ser mordido.

- Eres muy pequeño para ser un granuja... pero tienes buen gusto para las palabras y unos buenos pectorales, muchacho - Dije abriendo mis brazos para mostrarle mis jodidos y trabajados biceps - Parece que quieres una competición de quien es más fornido y varonil, por mi vale -

Con ligero movimiento de brazos, me puse de lado e hice fuerza para posteriormente, sacar a relucir mis triceps y mis pectorales. Este cuerpo musculoso no era solo para fardar, también era para llevar justicia a donde hiciera falta. Y ahora hacia falta para ganar un concurso de poses contra un supuesto criminal. Un poco más y podía ser mi hermano pequeño. Pero no iba a tener piedad. Sería también una falta de respeto hacia mi contrincante que no fuera con todo. Posteriormente, me llevé las manos a la cabeza e hice fuerza en mis abdominales. Había tardado años en crear a esos pequeños. Y todas las hostias que había recibido en esa zona como parte del entrenamiento. Por fin había merecido la pena tanto dolor y sufrimiento. El Sol se filtraba a través de la copa de los árboles. Y allí estábamos dos rivales. En medio de la naturaleza. Con nuestros cuerpos hablando entre ellos. Solo habría un ganador y sería yo. Tenía más músculos y no parecía que el pirata fuera más fuerte que yo. Así que estaba con ventaja. Pero no iba a despreciar a mi oponente. Esa clase de errores eran imperdonables.

- Atento a esto, pequeño - Comenté con una sonrisa pícara y haciendo un esfuerzo en las piernas logré romper mis pantalones y mis calzoncillos dejando ver al descubierto, mis elegantes y fuertes piernas - Esto es el resultado de años de entrenamiento. ¡JAJAJAJA! - Reí poniendo mis manos en mis caderas mientras mis vergüenzas disfrutaban de la brisa del bosque.

No había que preocuparse, por suerte tenía mudas en la mochila. Aunque me daba igual estar desnudo. No le veía nada de malo o raro. Pero a la mayoría de la gente parece molestarle y, en algunos casos, me denuncian y me llevo una bronca monumental en el cuartelillo. Simples ignorantes que no sabían apreciar la belleza del cuerpo humano. No había nada de que avergonzarse. Habíamos llegado así al mundo. Esperaba que mi rarito amigo no se espantara también al ver semejante visión de la naturaleza.

- ¿Que? Sin palabras, ¿verdad? Si comes mucha verdura y bebes mucha leche a lo mejor algún día podrás tener un cuerpo como este, mi amigo renacuajo -

Asombroso. Realmente asombroso. Había visto pocos cuerpos desnudos, al menos humanos, y menos tan bien trabajados. Su cuerpo parecía esculpido por los mismos dioses, y sus músculos parecían hablar por él. Sus músculos me contaban que había trabajado de forma muy ardua, y que había pasado por toda clase de situaciones que lo habían convertido en el hombre que se mostraba ante mí. Sin duda, era un rival digno, y cada vez me sorprendía más.

—El integral... —murmuro casi boquiabierto cuando destruyó sus ropas con la mera presión de sus músculos. Aquello casi hizo que me rindiera. Casi. Sin embargo no existía nada que lograse que me retirase de la competición. Ni una gigantesca mole peluda y musculosa con sus partes nobles al aire.

Lo observé, y me adelanté un paso. Mi cuerpo no era tan grande como el suyo, pero lo había construido a través de largos años de supervivencia en medio del bosque y toda clase de ambientes hostiles. Me di la vuelta y levanté mis brazos en una pose triunfal a la vez que giraba una de las piernas ligeramente. Mi espalda se tensó, a la vez que mis bíceps y glúteos. Además, usando una rápida maniobra digna de los mejores nudistas, llevé raudo una mano a mis calzones y en segundos me encontraba tal y como había venido al mundo, mostrando todo mi cuerpo. Volví a aquella posición y me mantuve unos segundos, dejando claro que no me iba a rendir. Al terminar, me coloqué de frente y levanté mis brazos, llevando las manos hasta la nuca mientras hacía fuerza a la vez con todos mis músculos.

Por último volví a cambiar de postura, esta vez adoptando una más relajada pero mostrando mi cuerpo en todo su esplendor. Casi de lado, mostrando mi erguido glúteo y mis pectorales respingones, llevé mi brazo hacia mi cabeza. Con un gesto esplendoroso agité mi melena a la vez que una suave brisa soplaba de frente. Mi cabello rubio se reflejó bajo la luz del sol, y mi mirada, generalmente distraída y despreocupada, se volvió ruda y fiera. Una sonrisa se apoderó de mi boca, y sonreí con fuerza. Comencé a llevar todo mi cuerpo al límite, mostrando cada pequeña fibra que se había desarrollado gracias a mi estilo de vida, y por un momento me sentí más grande que mi rival, a pesar de mirarle desde abajo.

—Los mejores venenos matan con una sola gota —repliqué ante su manera de llamarme renacuajo.

El muchacho quedó sorprendido de mis hermosos músculos, normal, había pasado años formando mis pequeños chicos malos. Me alegraba que el hombrecillo tuviera buen gusto. Sin embargo su voluntad, casi destrozada, volvió a resurgir cual ave fénix. Tendría que hacerlo mejor si quería llegar a mi nivel. Aquel ladronzuelo me sorprendió. Realizó posturas dignas de un culturista profesional. Sobre todo, me encantó la parte que con solo un ligero movimiento de manos, se quedó con nada puesto. Dejando su virilidad al descubierto. Pero para rematar su actuación, dejó que su largo y sedoso pelo se moviera a la par que el viento del bosque. Y esa sonrisa de confianza, esos músculos que aunque no eran tan grandes como los míos, se notaba que el muchacho llevaba también un estilo de vida donde llevaba su cuerpo al límite. Asombroso, espectacular. Me sentía orgulloso por tener a tal hombre, no muchacho, como rival. Lágrimas de júbilo brotaban de mis ojos ante tal espectáculo. No pude evitar aplaudir con ganas, como cuando has visto una película que consigue hacerte sentir emocionado.

- Ahora somos hermanos... - Dije mientras mis lágrimas seguían cayendo como agua de Mayo - No me importa si eres un criminal, después de que nuestros cuerpos hablaran el uno con el otro he sentido una conexión a nivel personal -

Después de tanta bravía y testosterona, no iba a apresarlo. No se merecía eso. Ya encontraría alguna excusa para con el Comodoro. Me negaba a creer que tal hombre pudiera ser un criminal prófugo. Esa clase de hombría no podía pertenecer a escoria de la sociedad. Me encargaría de que volviera por el buen camino. Que dejara atrás sus delitos y se volviera una persona de bien. Ahora éramos hermanos de distinta madre y padre. O quien sabe. Los caminos de la vida son raros y podríamos haber salido del mismo agujero donde nace la vida. Ahora, en mitad de la naturaleza, dos hombres mostraban sin pudor sus cuerpos y solo se escuchaba la quietud de la madre naturaleza.

- Ven conmigo a la Marina, podemos salvar a inocentes y vivir aventuras inimaginables. ¿Qué me dices, amigo? No... ¡Hermano! - Pregunté extendiendo mi mano con una sonrisa cálida como el primer Sol del Verano.

Era extraño. Aquella era mi primera vez viendo a aquel hombre, y aún así, nunca en la vida había sentido nada parecido por ninguna persona. Vale, no había conocido a demasiadas personas a lo largo de mi vida. Incluso he tratado con más animales que hombres. Pero aún así... Sentía que había algo especial. Algo... fascinante y cautivador. No podía explicarlo.

Aunque mis lágrimas no se derramaron, me sentía igual que aquel hombre. Mi hermano. ¿Cómo había dicho que se llamaba? ¿Artorius? Era un buen nombre. El nombre de alguien fuerte. Se había ganado mi aprecio, y sobre todo, mi respeto.

—No sé qué tonterías dices sobre ser un criminal —dije algo confuso—, pero acepto —En mi boca se dibujó una fiera sonrisa, demostrando mi determinación, a la vez que estrujaba mi mano contra la suya. Lo habíamos pactado, ahora no había vuelta atrás.

La verdad es que no hacía falta demasiado para convencerme de acompañarle. Tal y como había deducido antes, tenía el aspecto de un hombre que había vivido mil y una aventuras. Y eso era exactamente lo que estaba buscando. Vivir al límite superando toda clase de obstáculos, luchar por mis sueños y por los de mis camaradas y lograr vivir una vida plena. Y aquel era el comienzo.

—Tiempo muerto, chicos —dijo una voz que provenía del interior del bosque—. ¿Pero qué coño hacéis? ¿De verdad sois tan tontos? He salido de mi escondrijo solo para comprobarlo.

Entre el follaje apareció un hombre de estatura media, con ropas deshilachadas con un patrón de rayas horizontales blancas y negras, casi como una cebra, y mucho vello facial. También parecía que llevaba mucho tiempo sin cortarse su canoso cabello.

—Primero el renacuajo empieza a gritar en medio del bosque —comenzó a decir—, que viendo tus pintas tampoco me sorprende mucho. Pero es que encima el otro, quién dice ser marine, en vez de perseguirme, ¡se desnuda y comienza a hacer toda clases de poses ridículas! De verdad, chicos, si esto era una estratagema para hacerme salir, sois los mejores actores que he visto en mi vida. ¿Qué tenéis en el cerebro, serrín?

Parecía indignado y extrañado, como si no entendiera lo que había ocurrido y tuviera que cerciorarse de que no estaba loco. Lo miré, doblando ligeramente la cabeza hacia un lado.

—No entiendo el problema —dije tranquilamente. Entonces até cabos—. ¡Espera! ¿Tú eres el pirata!

Solté la mano de mi nuevo mejor amigo y me giré hacia el pirata. Había decidido unirme a la marina, y sabía por los cuentos de papá que las gaviotas perseguían a los piratas, pero eso no me iba a detener a la hora de lograr mi principal objetivo.

—¿Puedes contarme sobre tus aventuras? Porfa, porfa. Tengo muchas ganas —Mis ojos relucían como chiribitas—. Y ya después te apresamos y te llevamos a una cárcel, o algo.

Mi ahora hermano de sangre, de otra madre y otro padre, había aceptado de buena gana dejar atrás su vida pasada y poner sus habilidades en manos de un bien superior. La justicia, esa dama a veces cruel, pero necesaria para hacer moverse los engranajes del mundo. Ahora la Marina contaba con un soldado más. Pero no uno cualquiera, sino alguien especial que podría marcar la diferencia. Estaba seguro de eso al cien por cien. Pero nuestro momento hermoso y especial había sido interrumpido por un hombrecillo que había salido de la maleza. Parecía una jodida cebra por su vestimenta y pinta. Su cabello canoso parecía ser el pelo de la espalda de una. ¿Cómo se atrevía a molestarnos en un momento inolvidable? Esperaba que tuviera un buen motivo para su osadía. Y resultó... ¡que era el pirata! Entonces mi compañero era inocente.

- ¿Eres inocente, mi hermano? ¡¿Como he podido estar tan ciego?! - Exclamé mientras golpeaba mi cabeza repetidas veces contra un árbol a modo de castigo por mi tremenda estupidez, que había ensuciado el nombre de mi amigo del alma.

- Sois una panda de imbéciles... Mira que han perseguido todo tipo de personas pero jamás había visto a gente con tanto aire en la cabeza - Dijo el pirata mientras se ponía la mano en la cabeza - Tanta estupidez me está dando cefalea -

- ¡Ya que eres el villano que ha escapado de la justicia y encima robado la comida a la pobre gente, yo, Artorius D. Donovan llevaré tu culo a prisión para que pagues tu deuda con la sociedad! - Exclamé dándome la vuelta con la frente llena de sangre y mi pequeño amigo apuntándole


- No tengo ganas de volver a ese infierno, y tu, niño - Dijo apuntando con el dedo a mi hermano - Soy un asesino, no un jodido escriba. He matado a muchas personas, ganándome una cifra de ocho millones de berries por mi cabeza. Veamos si un marine estúpido y un criajo salvaje pueden llevarme de vuelta a prisión - Dicho esto, se puso a cuatro y comenzó a transformarse en una jodido hibrido entre hombre y cebra.

- ¡¿Que cojones es eso?! ¡Como mola! - Grité mientras me brillaban los ojos ante tal transformación.

- Soy usuario de la uma uma no mi: modelo cebra. Me llamo Zebra, El Rayado. ¡Vais a morir! - Nada más acabar, cargó a gran velocidad hacia nosotros .

Mi nuevo hermano, sin entender bien por qué, se sobresaltó y se alarmó cuando descubrió que aquel hombre era un pirata. ¿Acaso me había confundido con él? Ya había que tener pocas luces. En fin, le seguía prefiriendo a él en vez de al rayado.

—Ea, ea —repetí tranquilamente mientras golpeaba suavemente su espalda con la palma de mi mano cuando empezó a golpear su cabeza contra el árbol—. Ya pasó, ya pasó.

Entonces aquel hombre habló, y Artorius le respondió nuevamente. Ahora sí que la había hecho. Por lo visto no sólo era un pirata, lo que en realidad me importaba poco salvo por mi sed de historias, sino que además había robado comida. ¡Comida! Había muchas cosas que podías robar, pero comida... Aquello era imperdonable.

—¡Y yo le ayudaré! —dije, copiando la pose de mi hermano y enfrentando al criminal. Sus delitos resultaban abominables. Ya no lo hacía por lo recién adquirido puesto en la Marina, ahora era una cuestión de principios.

Aquel hombre no parecía retroceder ante nuestra hombría y, lejos de inquietarse, realizó algo realmente extraño. Su cuerpo empezó a crecer y a transformarse, cambiando por completo su forma. Ahora parecía un... ¿Hombre caballo? ¡No! ¡Un hombre cebra! Si no lo veía no lo creía.

—Espera, ¿es una cebra y se llama Zebra? —pregunté al aire, sin dirigirme a nadie en concreto—. Y después a nosotros nos falta aire.

Me hubiera reído de mí propio chiste, pero no tuve tiempo. Con aquel cuerpo mitad hombre mitad equino, el pirata corrió hacia nosotros, con intención de embestirnos. Por mi parte flexioné las piernas y salté hacia un lado. Me encontraba en cueros, pero aquello no me iba a impedir pelear. No era la primera vez que combatía sin mi ropa, y seguramente no fuera la última.

Rodé por el suelo en busca de mi arco, el cual había lanzado al desnudarme en la competición de músculos.

—¡Detenlo! —grité a mi hermano en cuanto agarré mi arco. Confiaba en su fuerza y su poderío físico, y si alguien era capaz de sujetarlo e impedir que se moviera para asestarle un tiro, era él.

Yo aproveché para situar una rodilla sobre el boscoso suelo, recoger una flecha, tensar el arco y apuntar. Lo detuviera o no pensaba disparar contra aquel hombre, o criatura, o lo que fuera. Y quizás después me lo comiera. La carne de caballo es muy buena y nutritiva.

El extraño hombre cebra se abalanzó con rabia hacia nosotros con la furia de un potro de feria. Aquel hombre no sabía a quienes se enfrentaba. Ahora con mi nuevo mejor amigo conmigo, no había pirata que pudiera con nosotros. El poder de la amistad, de la hermandad y sobre todo, de la justicia, era mucho más fuerte que la maldad. Iba a reírme de la ocurrencia de mi amigo, pero el extraño furro no nos había dado ese lujo. Mi joven colega rubio se hizo a un lado a coger su arma. Yo me reí a carcajadas. Era hora de poner a prueba mi entrenamiento contra un peligro real. Estos años soportando el adiestramiento de mi padre y de la Marina misma. Era hora de empezar a hacerme un nombre. Mi vista se posaba en el horizonte, concretamente en el trono de Almirante. Mi gran ambición era escalar puestos en la jerarquía y ahora, era la ocasión de probarme a mí mismo. Si podía seguir ese sueño o de lo contrario era un gran soñador. Sin miedo en mi cuerpo, poniendo toda mi fuerza en mis piernas, puse mis grandotas manos en frente. Con la clara intención de detener su carga puse manos en sus... ¿hombros? Bueno, el caso es que me atreví a intentar detener su avanzada.

El impacto dolió, ¿cómo carajos iba a saber que una jodida cebra sería tan pesada? Casi me lleva por delante y me arrastró hacia atrás pero hice un gran esfuerzo hasta que logré pararle. Eso si, me dolían un huevo las manos y los brazos. Pero mi sonrisa no se me borraba aunque aquella maniobra me hubiera dejado sudando. Había logrado al menos detener su carga, pero solo habíamos comenzando la pelea. A saber que otros trucos tenía sobre la manga. Aproveché que mi hermano iba a intentar dispararle con las flechas así que me mordí los labios e hice fuerza para que no pudiera escapar.

- ¡Déjame ir, malnacido! - Exclamó con ira - ¿¡De verdad crees que un par de novatos pueden contra mi?! -

- No soy un simple novato, pienso volverme alguien grande el día de mañana. ¡Y un maldito pirata con una recompensa tan pequeña no me va a detener en mi viaje! - Grité con una sonrisa burlona - ¡Hermano, aprovecha y dispara! ¡Intenta no matarlo si puedes! ¡Un Marine de verdad no mata así como así! - Saqué más fuerza, intentando retenerlo el tiempo suficiente teniendo absoluta fe en mi camarada y si las cosas iban mal, bueno, habría que llevar la justicia a puño limpio.

Sabía que podía confiar en Artorius. Gracias a su valiente agarre, obtuve el tiempo necesario para alcanzar mi arco y apuntar con él.

Sus amplios músculos fueron llevados al límite mientras el hombre cebra le empujaba con toda su fuerza, pero haciendo gala de todo su poder lo detuvo, sujetándolo con la suficiente fuerza como para detenerlo.

La orden fue clara: no matar. Por lo general no me gusta matar por placer, tan solo en caso de necesidad, ya bien sea por hambre o por defensa propia. En este caso la defensa propia estaba más que justificada. Por todos los animales equinos, aquella maldita cebra intentaba matarnos. Sin embargo, según Arto los marines no asesinaban a los criminales, y si ese caballo a rayas tenía alguna parte humana, por muy criminal que fuese, debía de respetar los designios de la marina. No es la opción que yo habría elegido; muerto la cebra se acabó la rabia. Suponía un cambio en mi forma de actuar, pero aún así tensé el arco, apunté y disparé contra sus cuartos traseros.

Cómo ocurría con la gran mayoría de equinos, su fuerza provenía de sus grandes y prominentes patas, especialmente las traseras. Sabiendo eso, la mejor opción para conseguir dominar a la criatura era atacar a esa zona. La flecha atravesó su nalga izquierda.

—Tss —murmuré por lo bajo. No era dónde esperaba acertar. Volví a cargar el arco y lancé una vez más, teniendo más suerte—. Ahora, Arto, ¡es tuyo!

La flecha se clavó en su gemelo izquierdo, haciéndole emitir un sonido que era una mezcla entre grito de dolor y relincho inquieto. Sí, las flechas en el culo duelen. Bueno, en general las flechas en cualquier sitio duelen. Y no le quedaba nada cuando se las tuviese que quitar, ahí vería las estrellas. No querría estar en su pellejo, la verdad.

Enseguida arrojé el arco y volví a rodar por el suelo para buscar mis cuchillos, que habían salido volando junto al taparrabos en el mismo instante en el que me había puesto serio durante el concurso de músculos. Estaban justo al lado de los calzones, y los recogí con rapidez para acercarme raudo al animal. Realmente pensaba en dejarle a Arto el resto del trabajo; poco más podía hacer ya. Sin embargo, era precavido, tal y como había aprendido en la selva, y si por algún casual la cebra conseguía escapar me arrojaría sobre ella con presteza para cortarle los tendones.

¿Drástico? Sí. ¿Efectivo? También.