[Pasado] Misticismo y Horror [Sowon-Prometio]

El sol, el molesto sol, astro insolente que como los insectos busca secarle y dejarle marchita. La mujer bebía un poco de agua, mientras los pescadores se dedicaban a buscar su comida tal vez la tranquilidad le agobiaba e incluso comenzaba a ponerle impaciente. Giró su sombrilla entre sus manos delicadas cual porcelana, levantó su mirada, mientras un pez era arrastrado fuera del agua por uno de los aldeanos.

Suspiró llenando nuevamente su calabaza, recordando el infierno que había pasado en Wano, debatiendo en su cabeza si todos esos niños estaban condenados a seguir con un trabajo que duramente cubriría sus estomágos en los meses de invierno. Paseó entre las personas, luciendo como un bicho raro entre tanta humildad. Su kimono de flores, su forma de moverse, delicada y serena pero con un rostro que delataba una personalidad más bien dura. De no ser por sus facciones que le restaban unos cuantos años, muchos le asociarían con alguna de aquellas viejas amargadas.

No era un secreto que no estaba en ese lugar por gusto, buscaba algo pero nadie se atrevía a indagar en su tarea. Había escuchado los rumores, sobre que en esa isla estaba lo que necesitaba, llegar ahí le había resultado sencillo tras convencer a unos pescadores era complicado negarle un viaje a una mujer tan bonita y apetecible. Entró en un pequeño puesto de la isla, una improvisada y humilde parada, donde los viajantes charlaban sobre los secretos de la isla.

Las leyendas de las montañas, los rumores de tesoros y lo que más le interesaba el paradero de esa dichosa fruta. Dirigió su atención al dependiente, una afilada mirada con sombrío porte atravezó al hombre que pareció perdido entre el temor y la atracción.

—Vengo de muy lejos porque escuché sobre los rumores... Quisiera saber mejor, si es que no le molesta repetirlo, cuál es el lugar en donde esconden esa fruta...—

La mujer suspiró moviendo su cuerpo con gracia, apoyando suavemente su mano sobre la madera de la barra y recortando distancias, si no fuese por su aparente edad y belleza bien podría tratarse de una víbora buscando clavar sus colmillos en la jugular del pobre trabajador.

—E-esto, s-son solo cuentos de un niño... p-pero asegura que la vieron en las montañas aunque cuando fueron a la cueva no había nada... d-de verdad...—

Sowon retiró su mano de la barra, girando su cuerpo mientras lentamente comenzaba a retirarse. Le gustaba trabajar sola, pero aquel día deseaba tener un acompañante o mejor dicho un muñeco que le pudiera alivianar la carga. Se giró de costado, dejando a su perfil embellecerse por la luz del atardecer que acariciaba su rostro de terciopelo.

—Entonces supongo que iré a dar un vistazo, después de todo, me niego a irme con las manos vacías...—

Expresó tratando de llamar la atención de algun tonto, todos los peces picaban con la carnada indicada. Y una chica joven, atractiva y sola en las montañas era una especialmente deliciosa. La mujer se preguntaba si debería desollar al pez o si simplemente estaba pescando como deporte y lo liberaría tras obtener lo que tanto buscaba.

Las olas se encontraban tranquilas en aquel momento, el Sol pegaba mucho menos que de costumbre en la cubierta, había podido pagar un pasaje en un barco pesquero para ir a una isla que desconocía, la oferta había sido buena así que no había hecho más preguntas, pero el puerto lucía menos que prometedor. Pagué la mitad que restaba de la cuota de berries que me restaba por dar y me adentré en la peculiar isla. Parecía que las nubes poblaban constantemente el cielo de aquel lugar, algunos rayos de Sol se escapaban tímidos por algunas rendijas que las densas nubes dejaban, pero más allá de eso la luz no llegaba al territorio.

-¿De aquí partirán después a otro sitio? -pregunté un poco decepcionado al pescador

-No, muchacho -respondió mientras sacaba una caña de pescar con una forma curiosa- rondaremos esta isla pescando por un largo rato.

Tomé una paleta de cereza y me la comí, al menos así podría alegrar un poco mi llegada. Me encontraba varado en una pequeña isla sin mucho qué hacer, hacía un poco de frío y había mucho tiempo que matar, quizás podría ir al pueblo en búsqueda de un buen cigarro o una preciosa dama, aunque en un puerto pesquero no parecía muy probable encontrar esto último.  Me adentré en las lodosas calles del pueblo y vi cuchicheando a un par de señoras que cargaban cubetas con pescado sobre sus cabezas. Las señoras murmuraban sobre una extranjera que vestía prendad extrañas y llamaban una promiscua por su apariencia, al parecer era una mujer muy bella de la cuál pensaban que terminaría seduciendo a sus maridos; no los hubiese culpado si lo hubiesen hecho.

-Por pura casualidad -saboreaba mi paleta- ¿hacia dónde se ha ido esa extranjera? -pregunté por curiosidad.

-Ha estado hablando con los pescadores, mira que insinuarse así los hombres -dijo una- al final ha decidido adentrarse a la montaña, menuda mujerzuela -agregó la otra- pero mejor por nosotras si aquella suripanta se pierde en esos bosques -complementó con una sonrisa la primera- fíjate que ocupar el pretexto de andar buscando una fruta, ¿a quién se lo ocurre cuando hay suficientes tiendas para comprar? -finalizó tajantemente la otra.

Agradecí la información del par de señoras chismosas me habían proporcionado y me dirigí a las faldas de la montaña, ¿qué haría una mujer guapa buscando un fruto en el bosque? Quizás era una especie endémica, rara y de gran sabor, también quería probarla.

Silencio, los murmullos y rumores sobre ella no le molestaban apenas tomaba su tiempo para preocuparse por inseguridades ajenas. Observó las montañas, escarpadas, toscas toda una prueba de que incluso la naturaleza le guardaba rencor. Giró su sombrilla, mientras estudiaba la forma de escalar, un mechón de su cabello se deslizo por el costado de su rostro. Como si presintiera que alguien se estaba aproximando, giró su rostro levemente escrudiñando con la mirada el sendero, no tuvo que mantener su mirada antes de ver una figura aproximarse.

Le estudió, comía un dulce mientras caminaba de manera despreocupada, por su vestimenta podía ser un militar o alguien entrenado. Tal vez era su fortuna sonriendo, tal vez era su perdición, estaba sola y aparentemente desprotegida. Un paso en falso y podía terminar con su cabeza colgando en una pica, guardó una mano en su kimono sujetando una de sus espadas, aparentarlo hacer ese gesto por el simple viento leve del lugar.

—No esperaba visitas, ni mucho menos curiosos, pero si tus pasos te trajeron ante mí puede ser el destino o quizás una cruel broma de esta isla a una dama desesperada al darle falsas ilusiones. No me esperaba a tan glorioso caballero, puede que en verdad vengas por voluntad pero ¿Y si quieres también esa Akuma no mi?—

La mujer hizo una reverencia al principio, avanzando con paso firme pero elegante, recortando distancias poco a poco. Como si estuviera midiendo terreno, tal vez aparentando ser un espectro con aquel rostro estoico y mirada afilada que mostró seriedad al mencionar el tema de la Akuma no Mi. Curvó sus labios, rojos por el labial en una sonrisa, relajando su aparente enfado para dar paso a un rostro hermoso y cautivador.

—Pero si prejuzgase a tal caballero con apenas verlo, estaría siendo demasiado irrespetuosa, una deshonra a mis modales y obligaciones como dama. ¿Puede que hayas venido por mí? Para ver mi sonrisa, para cuidarla y protegerla de los peligros... Me inclino a darte el beneficio de la duda...—

Bajó su sombrilla al ver que el sol ya no era un problema, guardando esta en un dobladillo de su espalda. Dejando su mano libre para extenderla y dirigirla a la mejilla de su inesperada visita, buscando tocar con sus dedos de terciopelo las teclas adecuadas para ganarse su favor o al menos intentarlo. Mantenía su espada aferrada a su otra mano, aún escondida entre su ropa, por si los planes llegaban a torcerse.

—Se dice que el diablo sabe por viejo más que por diablo, me he preguntado si usted sería tan amable de darme su nombre. Verá, para una dama hablar con un extraño se siente como una constante tensión. Pero si vamos a proseguir con este ameno paseo, necesitaré su colaboración...—

Y así había llegado a recortar distancias lo suficiente para mirarle a los ojos, mientras su cabello negro ondeaba suavemente gracias a la brisa del lugar. Sowon no aparentaba ser ninguna amenaza, de hecho no lo era, pero su poca preocupación le llevaban a abordar a los extraños como si en verdad fuese un problema. Y tal vez podría llegar a serlo, si podía poner sus manos sobre esa dichosa akuma no mi de una vez por todas...

Las emipinadas montañas cubrían el horizonte, riscos escarpados y rocas que parecían que podrían caerse en cualquier momento, En cuestión de minutos alcancé a aquella dama de ropas extrañas, vestía un hermoso kimono que contrastaba con su blanca piel, no podía negarlo: era una mujer preciosa, sus facciones tan finas encajaban a la perfección con su tersa piel y sus ojos, perfectamente grises, reflejaban un pequeño reflejo de crueldad, aunque es podía pasarlo por alto. Vaya, así que la mujer quería una akuma no mi, esa era la fruta de la que hablaban las señoras, algo no encajaba con la mujer del kimono. Su actitud parecía tensa y cortante, estaba seguro que ella tenía algo más entre manos, algo que no me quería contar. Se acercó cuidadosamente hasta que pude echarle una mirada completa a su rostro... ¿qué más daba? Todos cargamos con secretos incómodos que no queremos revelar y si esos secretos venían en una presentación tan hermosa como esa, yo no me iba a quejar.

-Prometio -dije tratando de apartar mi vista de ella- no pareces ser el tipo de persona que va por frutas del diablo.

Es cierto, lucía como toda una delicada damisela en apuros, de aquellas que narran en los cuentos y necesitan ser salvadas por su príncipe azul, pero no podría estar más alejada de la realidad, alguien que está recolectando frutas del diablo no podría ser una persona que necesitaba ser protegida con alguien. No veía con malos ojos acompañarla en su travesía, en el mejor de los casos podríamos tener un picnic bajo los árboles y, en el peor de ellos, espera... ese no era el mejor de los casos. El verdadero mejor era que tuviéramos un picnic romántico bajo las estrellas, que la fruta fuera parte de un tesoro enorme y nos mudáramos a vivir como reyes a una isla lejana; sí, ese era verdaderamente el mejor de los casos.  ¿Y qué tal acerca del peor? Prefería no pensar en ese por el momento.

-Podemos ir juntos si te place -dije devolviendo la reverencia- pasa que acabé en esta isla por error y no tengo mucho que hacer- terminé mi paleta- aunque me gustaría saber su nombre de la misma manera, señorita del kimono.

El bosque parecía un sitio denso y lleno de vida, quizás también podría encontrar algunos especímenes curiosos que quisieran acompañarme en mi viaje. Aún así, tenía una ligera sensación de que no todo marcharía perfectamente.

Sowon dedicó una sonrisa al escuchar su nombre y la pregunta, decidió sacar su mano del kimono para que ambas estuviesen visibles al no ver intenciones de amenaza por parte del hombre. Levantó la mirada ante la obvia afirmación, sin perder aquel temple estoico y elegante con cada movimiento de su parte, no solía recaer en lo frágil que muchas veces podía verse. Abrió su boca para volver a hablar, esta vez con un semblante más relajado pese a que sus palabras denotaban cierta impaciencia típica y justificada al estar oscureciendo de manera precipitada en la isla.

—No lo soy, pero esta en particular es especial para mí y mi trabajo. Soy sastre, aunque también me dedico a la herrería. He buscado esta fruta por varios meses y es la primera vez que me confirman su ubicación de manera tan directa. Dicen que quien la consuma podrá generar telas de su cuerpo y algunas con patrones imposibles para la mayoría de humanos, un poder que sin dudas impulsaría mi negocio. Imagina poder diseñar una bufanda y que tuviese el aspecto del mar o una textura fantasiosa... Además podría adornar mis espadas con fundas exóticas.—

Explicó con seriedad mientras se daba la vuelta, observando las inmensas montañas y el bosque que se levantaba frente a su ser. Dudó el camino a tomar, los rumores mencionaban que la fruta estaba en las montañas y quizás custodiada por algunos criminales menores nada que supusiera una amenaza para una persona como ella. Giró su cabeza, dedicando una dulce mirada ante la idea de avanzar juntos, los juguetes siempre se ofrecían sin mucho problema pese a que ella solo le interesaba la fruta y no se comprometería a ayudar o permanecer a su lado tras obtenerla.

—Shinozaki... Shinozaki Sowon... ese es mi nombre dulce caballero de promesas dudosas. No puedo decir que me encanta la idea, soy más una mujer solitaria, pero en una isla como esta y dado el riesgo que conlleva perder algo que busco desde hace mucho tiempo deberé tragarme mi orgullo y aceptar su generosa oferta. Solo debo informarle que es posible que las cosas no sean tan agradables, si la información llegó a mis ojos es porque sus portadores intentan colocarla en el mercado negro. Puede que no seamos bien recibidos, pero por una vez voy a confiar en su aparente experiencia.—

Se presentó cerrando sus ojos para volver a girar su rostro y señalar sutilmente el sendero que conducía al bosque. Inició la caminata esperando que el hombre la siguiese, tal vez para seguir presumiendo su figura y despejar los miedos que el sujeto pudiera tener sobre una isla desconocida.

—Sabe, me han comentado que su sabor es horrible, pero a cambio dan habilidades muy peculiares. Nunca pensé que estaría tan cerca de ese objetivo, si podemos capturar a su líder me vendrá bien para dar un impulso a mi negocio. Según su cartel vale un medio millón, no es mucho, pero tampoco soy tan fuerte como para ir por criminales de mayor monto. ¿Usted a qué se dedica?—

Extendió un arrugado trozo de papel amarillo a Prometio mientras analizaba el camino a seguir, no era muy buena en esos entornos salvajes, por lo que esperaría indicaciones antes de tomar una acción. El silencio le impacientaba, bebió algo de agua para calmarse, retirarse no era una opción había llegado a por la fruta y no se iría sin ella aunque si lograba llevarse a ese hombre para cobrar algunos berries tampoco se negaría.

Desconocía si Prometio era algun bandido, un cazador, un militar o algun turista algo descuidado. Tampoco le hacía mucho ruido, no podía estar preocupada por la moral de su compañero cuando uno de las mayores búsquedas de su vida estaba a solo pasos de culminar. Su rostro tras beber algo de agua se mostraba renovado, quizás debería tratar de no hablar tanto, su garganta tendía a secarse con relativa facilidad.

Vaya, no sólo era una hermosa mujer, también era una hábil sastre y herrera, quizás  podría pedirle que me hiciera una espada si le ayudaba a cazar a aquel criminal, era un pago justo si al final del día no cumplíamos mi fantasía del picnic. El clima de aquella isla era raro, parecía que estaba anocheciendo, pero apenas un par de horas atrás hacía un Sol resplandeciente en alta mar, cúmulos de nubes casi negras cubrían toda la isla, esperaba que no lloviera porque no era el mayor fanático de la sensación de traer los pies mojados. Me llevé otra sorpresa mientras caminábamos a la falda del risco, aquella mujer era también una cazadora de recompensas, tenía la sensación de que no sería la primera vez que encontrara una chica guapa con esa profesión.

-Me dedico a... -me pregunté a que me dedicaba en ese momento- estoy entre trabajos, podría decirse -me había planteado ser un gran pirata, pero hasta el momento no tenía ni siquiera un barco, mucho menos una tripulación- vaya, con esa recompensa podrías hacer un gran banquete, puedo ayudarte con eso -además si agregaba que era un criminal, quizás quisiera ir por mi cabeza, aunque claro, aún valía nada- me considero hábil en el uso de la espada.

Aunque quizás los matones que había eliminado junto con Mako, sí pudiesen contar como un crimen, habían sido efectuados en lo que parecía una isla sin ley, por lo que no estaba seguro que en lugares así, la fuerza de la ley castigase los crímenes. Estaba por comentarle que, en efecto, las frutas de diablo no tienen un sabor particularmente agradable, pero me gustaba mantener el poder de la ryu-ryu como un as bajo la manga y si revelaba mi habilidad, perdería la ventaja del factor sorpresa. Observé el trozo de papel donde estaba el bandido tras el cuál estábamos, tenía el cabello desordenado, carecía de algunos dientes y su rostro era plano, por no decir bastante olvidable. Bueno, si al menos eran todo un grupo de bandidos podría quitarles parte su motín, si es que tenían uno.

Comenzamos a adentrarnos en el bosque que nos conducía a nuestro destino, enmedio de los frondosos árboles la visibilidad era aún menor, había sido un error adentrarnos sin ningún tipo de linterna o algo parecido. Recordé que cargaba un encendedor entre mis cosas para cuando un gran tabaco se me cruzara, lo prendí e iluminé un poco nuestro camino con la flama, aún así no podíamos ver mucho. Comenzaron a sonar extraños sonidos provenientes de varios arbustos, ¿eran animales, ladrones o quizás algún guardabosques? Alumbré hacia la dirección de donde provenían los ruidos.

Nunca había temido de la oscuridad, ni de los molestos ruidos nocturnos, se sentía en plenitud ante los brazos de las sombras mientras avanzaban. Tal vez por eso dedicó algunas palabras en el trayecto, referidas al modelo de vida de Prometio, era inusual encontrar a alguien que se dedicase a alternar de trabajos en una isla que este había admitido como desconocida y que tal vez llegaba por mera casualidad.

—No suena a una vida muy segura, pero no habría que preocuparse cuando sabes blandir una espada. Puedo hacerte una si puedes costearla, tal vez esos bandidos tengan bastante para darte el lujo de portar una de mis bellas creaciones. Lamento no poder darte una gratis, pero recién estoy iniciando con la labor de vender. Espero no sea un inconveniente.—

Expresó con una mirada serena, denotando la pasión y las horas que conllevaba la creación de un arma personalizada, no era un tema personal si no mero negocio y en aquel mundo rara vez se encontraba algo sin gastar dinero. Esbozó una sonrisa ante los sonidos, tomando levemente una de sus armas que emergió como una aguja desde su kimono.

El mechero iluminaba parcialmente el metal templado con patrones de damasco, una pieza de acero que se volvía fina cuanto más avanzaba parecida a la filosa punta de una aguja. La mujer, mantenía el arma extendida, pese a que lentamente la acercó frente a su rostro provocando que la tenue luz del mechero se proyectara en la hoja e iluminase una silueta humana por unos segundos.

—Oh, mira que espiar a una mujer y su cita en el bosque, pequeño pervertido... muy mal, deberé enseñarte modales.—

Su voz se tornó fría, helada, mucho más que el viento de las nubes al compás de que su lento y sofisticado movimiento se apartó por unos instantes de aquel plano existencial. Sowon se movió con velocidad, brindando a Prometio un primer plano de una fugaz y precisa estocada que atravezó la carne del hombre con una facilidad inhumana.

El acero perforó como un aguijón el hombro del sujeto empalando a este contra un tronco. Fue un movimiento que solo tomó unos segundos, pese a que el golpe no era realmente fuerte, la precisión y destreza de la mujer fueron sobresalientes. Ahora sostenía al hombre levemente suspendido en el aire, incrustado contra el fino roble a la par que otra espada emergía lentamente del kimono. Un estilo de dos espadas, los movimientos lentos y gráciles de la mujer volvían a la par que sonreía al ver la sangre correr por el filo de su espada.

—Supongo que hablarás, no quisiera extenderme mucho cuando ando en compañía de un caballero. Soy una mujer impaciente ¿Sabes? Y he estado buscando esto durante meses, conozco tu rostro, estás identificado como un miembro de los bandidos que intentan vender la fruta... ¿Dónde esconden a Jeremiah y la fruta? No aceptaré berrinches, eso sería, lamentable...—

Ensartó la otra espada en la pierna del sujeto, nuevamente apuñaló con facilidad, aunque al momento de retirarla la curvó antes de hacerlo, suspirando ante un sonido grotesco de la carne al separarse y la sangre al salpicar, por fortuna apartó su kimono de ser manchado. El bandido mantenía las lágrimas, tal vez por poco tiempo ya que la espada avanzaba lentamente para perforar una de sus manos, la voz de la mujer volvió a hablar, esta vez en un tono más ameno y dulce.

—Tal vez, quieras hablar con mi amigo, aunque yo no tengo muy claro que sea la mejor opción... alguien que come dulces, puede que sea peligroso~ —

Bromeó con su mirada fija en el bandido, alargando aún más el momento, deteniendo la punta de su espada contra la palma de su mano y rotando esta suavemente, adentrando el metal en su piel como una aguja sin sangre pero punzante y dolorosa como una patada en las partes bajas. Sowon no estaba dispuesta a matarlo, al menos hasta no obtener respuestas, y si había más escondidos sufrirían el mismo destino o quizás uno peor si es que Prometio saltaba en su defensa de darse la situación.

Era uno de los bandidos de la montaña. Acto seguido, Sowon se lanzó por los aires con suma gentileza y elegancia, parecía una bailarina en su coreografía, lo que hizo después no encajó para nada en el concepto de bailarina. Lanzó un par de estoques al, debo decirlo, pobre bandido y terminó colgando del árbol con un estoque clavado en su hombro. La caza recompensas mostró ninguna piedad y mucha crueldad torturando al ladrón que había estado espiándonos, sus gritos resonaban por todo el bosque, pero él se negaba a revelar la ubicación de sus compañeros.

-Basta -dije mientras tocaba el hombro de Sowon- sus gritos alertarán a todo el bosque y, con la poca visibilidad que tenemos, me gustaría no revelarles nuestra posición- me acerqué lentamente al sitio donde estaba torturando al bandido- pongámosle fin a su miseria.

Lancé un corte que atravesó su garganta de lado a lado, había aprendido bien a ubicar la aorta para que murieran rápidamente. El pobre bandido se ahogó con su sangre y en un par se segundos sus ojos se pusieron en blanco.

-Vaya, lamento interferir con tu metodología, pero verdaderamente no quiero que sus compañeros sepan exactamente en dónde estamos. -le dije mientras sacaba un dulce de mi bolsa- toma un chocolate por la intromisión -le dije lanzando una sonrisa-

Lo cierto es que los bandidos no podrían estar muy lejos, pero evitar un ataque sorpresa facilitaría mucho nuestra tarea. Seguimos adentrándonos en el bosque, el ruido de los búhos, grillos y cigarras sonaban por todo el bosque en conjunto, sonando así como una sinfonía de la naturaleza, formaba un gran ambiente.

Estaba por entablar una conversación más cercana con Sowon cuando de nuevo volví a escuchar ruidos entre la densa vegetación, esta vez no tuve tiempo ni de alumbrar porque un sujeto salió proyectado directamente hacia mí lanzando un puñetazo. Di un pequeño salto hacia atrás tomando distancia para esquivar el golpe, pero su brazo alcanzó a impactar de todas maneras mi cachete, ¿por qué? Estaba seguro de que había retrocedido lo suficiente para evitar su ataque, la pequeña flama del encendedor iluminó su cuerpo: ahora entendía porque, aquel sujeto tenía unos brazos larguísimos, al parecer tenía dos codos. Desenfundé mi espada con la mano que tenía libre y me preparé para el duelo. Sonaron un par de pisadas más por los arbustos, no estaba sólo, al parecer sí habían escuchado los alaridos del sujeto empalado. ¿Acaso también serían hombres de brazos extra largos o serían personas normales?

La mujer dirigió la mirada ante tal atrevimiento, tocarle el hombro e interferir en su manera de actuar, sin lugar a dudas su mirada tenía un tinte rojizo como si su sed de sangre estuviera dispuesta a salir de su cuerpo y devorar a ambos hombres. Aunque se limitó a dar un chasquido con su lengua, un leve sonido de fastidio, para guardar sus armas tras ver a su presa desangrada en el suelo. No sin antes limpiar sus filos con sutiles sacudidas, no iba a manchar su hermoso kimono por la sangre de una basura de las montañas, prefirió cerrar la boca mientras emprendía nuevamente el camino. A veces no le preocupaban cosas como llamar la atención, exponerse al peligro era algo que hacía a diario, tal vez su definición de arriesgado rayase en el suicidio absoluto. No tomó en cuenta una emboscada, ni una trampa, tal era así que siguió como si nada hubiera ocurrido en aquellos segundos donde su rostro disfrutó con los aullidos de dolor del pobre hombre que intentó espiarlos. Al menos el chocolate no estaba derretido, era bueno tener algo en el estómago para no ingerir tanta agua sin ningún otro ingrediente, tal vez demostraba aún más la falta de reparo en su seguridad comiendo el dulce de alguien que había conocido a escasos minutos de iniciar su viaje.

Casi se sentía en el aire, ese miedo, ese rostro tan perfecto e inmaculado rebosante de terror mientras sus armas gozaban pinchar la carne. Ensartando finos palillos a aquel que se asemejaba más a un cordero que a un hombre a ojos de la mujer. Estaba por hablar cuando fueron atacados, esta vez por una persona de brazos largos, Prometio había visto el golpe más aún calculó mal la distancia. Normal, debido a que ella jamás había visto a una persona de esos rasgos, aunque cuando el mercenario desenvainó sus armas esta se colocó delante de él y extendió su mano indicando que se detuviera.

—Jeremiah es un racista conocido, no reclutaría a un brazos largos a los que ve como simples mutantes sin cerebro, creo que hemos sido víctimas de un malentendido. Señor, agradecería que se disculpase con mi compañero y diga a sus amigos que pueden salir, no somos bandidos ni mucho menos, venimos a darle muerte a un enemigo en común. Este hombre de aquí, si nos llevan a su escondrijo prometo que no contaré a nadie sobre ustedes... No quieren eso ¿Verdad? Que los aldeanos se enteren de su existencia, Jeremiah les amenaza con iniciar nuevamente la discordia entre su pueblo y la aldea costera. Pero yo les ofrezco librarse de ese canalla, seguir su vida secreta y no entregarles a cambio de un simple paseo. ¿Qué me dicen?—

Sowon levantó el cartel frente a la cara del brazos largos, quien hizo una señal para que otros de su estirpe salieran de los arbustos, mirando el cartel. No parecían muy contentos al ver la cara del bandido, asintiendo con su cabeza y hablando entre ellos en un idioma que la mujer desconocía eran listos para no revelar sus intenciones. Finalmente uno tomó la palabra, el primero que atacó que al parecer conocía la lengua común que la gente hablaba fuera de su tribu.

—Aceptamos, no queremos guerra con nadie, nos obliga a vigilar el sendero para no contar esta verdad. Nos pone nerviosos porque han venido varios humanos en estos días por su recompensa, pero nadie sale de esa cueva, si siguen derecho podrán ver una cueva iluminada y dentro está su banda. Es donde no quiere que dejemos pasar a nadie, pero si ese humano pudo resistir mi golpe, podrá encargarse bella mujer. No podemos guiarles como tal porque tiene vigilantes para que no hagamos nada fuera de sus órdenes, pero si podemos darles luz.—

Encendieron una antorcha cada uno de los hombres, revelando un aspecto curtido en batallas pero vendados, como si en ese tiempo hubieran tenido que lidiar con bastante trabajo y las heridas no terminasen de sanar dado el poco descanso al que estaban sometidos bajo amenaza. Sowon tomó una de las antorchas y le indicó a Prometio que le siguiera, saliendo finalmente del bosque tras pasar unos cuantos árboles. Frente a sus ojos el lugar parecía mucho más pequeño con luz, e incluso pudo ver a la distancia la luz proveniente del interior de la cueva, tal como los brazos largos dijeron, se agachó observando que una sombra se acercaba a la entrada, era el infeliz de Jeremiah que analizaba con su mirada el lugar.

El bandido escupió el suelo mientras se rascaba la cabeza, uno de sus hombres se acercó, solo para que este comenzara a gritar y gruñir por lo que sea que le hubieran dicho. Hablaba que nunca venderían la fruta y que el plan era matar a todo comprador en el bosque, si alguno llegaba a la cueva se encargarían de retenerlo y pedir un rescate. Como era de esperarse, no le gustaba jugar limpio y aprovechaba cualquier cosa para ganar dinero fácil. Al parecer su última víctima había escapado de la cueva y por ese motivo se encontraba tan molesto.

—Bien, al parecer puede que haya rehenes, pero no me preocuparía por eso. El objetivo sigue siendo la fruta, el resto solo es secundario, no conozco cuantos bandidos tengan ahí dentro pero con suerte serán unos diez. Tú eres el que parece más familiarizado en estos casos, odio admitirlo, pero has pensado bien lo de degollar al bandido antes de que llegasen más. Me inclinaré a hacer las cosas a tu manera... por ahora—

La voz denotaba impaciencia, ansiedad, tal vez hasta un ego gigantesco que le costaba expresar su inferioridad. Bebió un trago más de agua, simplemente para hacer tiempo, aún le quedaba un poco más, pero deberían encargarse de aquello rápido si no deseaban estar peleando hasta el amanecer.

Aquel grupo de brazos enormes parecía estar amenazado por le sujeto que Sowon buscaba, si los veías con detenimiento tenían caras largas y llenas de remordimiento, parecía que la vida no había sido nada amables con ellos, por alguna extraña razón que desconocía habían sido exiliados de la isla por sus propios pobladores. Sentí pena por ellos, me recordaron a mí y al trágico momento cuando fui forzado a dejar mi tierra natal, me dejaba un mal sabor de boca abandonarlos a su suerte, pero eliminando a esos bandidos podríamos ayudarles de cierta manera.

-Tengan por seguro que me voy a cargar a ese inepto -dije mientras tomaba una de las antorchas proporcionadas por los brazos largos- vivan libres -no había podido evitar empatizar con ellos.

El camino hacia la guarida de los bandidos no fue tan largo como esperaba, con una luz que alumbraba el sendero era mucho más sencillo poder seguir el camino a Jeremiah. Cuando estuvimos a una distancia considerable de la cueva, mi acompañante y yo nos agachamos y nos ocultamos detrás de unos arbustos frondosos. De la entrada salió un hombre desagradable, su rostro era igual al de su cartel de se busca, el desagradable bandido discutía con uno de sus subordinados y le reclamaba por algo que no le gustaba, parecía que uno de sus rehenes había huido de su guarida y esto lo había hecho entrar en cólera.

-Bueno, podríamos empezar -agradecía el voto de confianza de mi guapa compañera- en este momento están distraídos por la huida de su rehén, un ataque rápido y certero podría acabar con ellos con esta confusión -había participado en entrenamientos de rehenes en la academia, sabía que ese era el momento de actuar- llegaré primero yo y luego tú usaras esas delgadas espadas para acabar por la espalda con tantos como puedas, seguramente terminaremos por enfrentarnos a su líder juntos, así que no gastes tanta energía en los debiluchos -sonreí antes de empezar nuestra pequeña incursión- terminando este asunto podríamos tomar un buen trago en el bar -finalicé guiñando un ojo.

Apagué mi antorcha para no llamar la atención de todos y me acerqué tranquilamente a la entrada de su guarida, como si de uno de los potenciales compradores de la fruta me tratase. Me paré seguramente frente a la banda de delincuentes y les lancé un amigable saludo.

-Buenas, buenas Jeremiah -dije con una falsa sonrisa- he venido a comprar la fruta, me he enterado que tiene muy buen sabor.

-Ahora no tengo tiempo para ti, imbécil -respondió enojado.

-Parece que no lo has entendido, he venido e comprarla y no me iré con las manos vacías -dije mientras ponía la mano sobre una de mis espadas, alardeando que portaba un arma.

El líder de los bandidos, impaciente como pude prever, mandó a sus esbirros para encargarse de mí. Era el momento para brillar de mi hermosa acompañante.

El plan del hombre tenía sentido, había que admitirlo, un señuelo nunca estaba mal y más cuando la carnada saltaba sola a la boca del pez. Si debía tomar algo con aquel sujeto para recompensarle o incluso acostarse con él no le tenía el menor reparo, después de todo en su mente solo estaba el objetivo de apoderarse de esa fruta. Las palabras sobre ser libres todavía sonaban en su mente, había pocas personas que usaban esa frase, o era un revolucionario o era un pirata, en cualquier caso podía ser su presa en un futuro y esto más que incomodar a Sowon le gustaba en gran medida. Quizás el hombre le superase en mucho, pero si podía verle en acción contra Jeremiah y su banda podría aprender de este.

—Por mi parte encantada, buscaré un lugar por donde sorprenderlos, no creo que te resulte un problema. En cuanto al resto de la noche podemos ir a un bar o a un hotel, mientras consiga la fruta y el dinero estoy dispuesta a todo.—

La mujer habló con un tono divertido, pero su rostro no mostraba signos de sonrojo o vergüenza, era una mujer bastante sincera y directa en aquel tipo de situaciones. Imitó el gesto apagando su antorcha y siguiendo al hombre como una sombra, empalando sin que este pudiese notar a dos bandidos que estaban dispuestos a los costados para emboscar a los caminantes.

Sowon no dijo nada, trabajaba más bien sola y no alardeaba de sus logros innecesariamente, tampoco pedía reconocimiento si no era meramente necesario. En aquel momento tenía otra cosa en mente y su ego solo se alimentaría si ponía sus manos en esa dichosa akuma no mi.

Tras la pequeña charla, el bandido había reaccionado tal y como lo imaginaba, enviando a sus hombres y refugiado como un cobarde. La mujer tardó unos segundos en emerger por la espalda de Prometio como si se tratase de una aparición espectral, se movía con suma elegancia apuñalando con sus armas a los oponentes uno a uno con una precisión casi inhumana.

En apenas unos segundos, los bandidos se encontraban tirados e incapacitados en el suelo de la cueva, con la mujer usando sus espadas como agujas de coser para dar el último golpe a cada uno. Mostrando en su rostro una simple frialdad, incluso cuando la sangre amenazaba con salpicar su rostro se mantenía estoica como si de verdad fuese un pálido fantasma.

—Jeremiah, lo único hermoso de este encuentro es que podré cobrar bien por tu cabeza, será un corte limpio te necesito reconocible. Puedes darme la fruta o puedes enfrentarte a dos, decidas lo que decidas no vivirás para ver la luz del día. La pregunta es si quieres una ejecución lenta o una rápida, digamos que no coincidimos en los métodos...—

La voz de la mujer resonó fría y cortante, tanto que incluso el bandido tragó saliva al cruzar miradas con la cazadora y luego llevó su mirada al hombre. Conocía que la mujer podía ser un problema, aunque tal vez fuese la guardaespaldas de un noble y ese sujeto pese a su aspecto no era tal problema, además le intimidaba ser ensartado por alguna de esas agujas que goteaban con la sangre de sus hombres.

Comenzó a cargar contra Prometio ignorando a Sowon cuando pasó por su lado, esta no reaccionó, simplemente le dejó pasar ya que conocía que su compañero así lo hubiera preferido. Avanzó sorteando los cuerpos hacia el interior de la cueva, desencajando al bandido quién se giró deteniendo su carga y sacando su garrote golpeando el suelo.

—¡¿Adonde vas zorra?! ¡¿Acaso dejarás morir a tu amigo así?! Y ese lugar está prohibido, es donde guardamos los tesoros y yo tengo la llave. Nadie entra más que yo.—

La mujer se giró con una mirada gélida, guardando sus armas dentro del kimono y dedicando una sonrisa con sus labios pintados.

—Te has equivocado en dos cosas, no es mi amigo y el único que va a morir serás tú... yo no daría la espalda a un oponente~—

Suspiró volviendo a voltear su mirada y continuando con su avance, si no podía forzar la cerradura debería esperar a que Prometio le consiguiese la llave pese a que era muy mala esperando.

Tras la pequeña distracción que había creado y, la actuación tan previsible de Jeremiah, los bandidos se lanzaron hacia mí. Sowon aprovechó la ventana que le había proporcionado, se lanzó por los cielos con mucha elegancia y eliminó uno a uno a los esbirros del líder con una gentileza digna de apreciar. Quizás no era la mujer más fuerte, pero verla asesinar era toda una obra de arte: sus movimientos parecían coordinarse con la misma corriente de aire. Admiré los asesinatos cometidos por la cazadora, ella se hizo de de palabras con Jeremiah y lo dejó pasar directamente hacia mí, le daría las gracias por tenerme la confianza de eliminarlo en cuanto acabara con él. Al parecer mi apariencia no le intimidaba tanto como las espadas de mi compañera, tendría que mostrarle lo terrorífico que podría llegar a ser. Solté una pequeña risa.

El pequeño escalofrío de mi fruta recorrió rápidamente mi cuerpo: mis ojos se afilaron, mis uñas cambiaron por garras, los dientes se hacían puntiagudos, mi cuerpo se recubría de escamas y la insignia de los dinosaurios, su cola, brotó. Lentamente comencé a notar como la cara llena de confianza de Jeremiah comenzaba a deshacerse, sus ojos se abrieron tanto que parecían que iban a salirse, su rostro se desfiguró lleno de preocupación. No le di tiempo al bandido de pensar cuando ya preparaba mi ataque, incliné un poco mis dos rodillas, tomé con mi mano derecha la empuñadura de mi espada y con la izquierda la funda. Inhalé una gran cantidad de aire.

-Flare -dije mientras daba mi gran primer paso, en un abrir y cerrar de ojos me había puesto a las espaldas del bandido. A simple vista sólo parecía que me había transportado dejando una rastro de luz detrás de él.

-Me diste un buen susto imbécil -dijo el bandido mientras sonreía un poco- aunque seas una aberración de la naturaleza lo único bueno en ti es tu velocidad -concluyó con unas carcajadas algo forzadas.

-Candy cane -chocó la guarda de la espada con la funda. Salieron flamas despedidas de su abdomen, al igual que una cantidad considerable de sangre, Jeremiah cayó sin realmente haberse dado cuenta de la técnica que lo había alcanzado. Caminé lentamente hacia él.

-La, la -trataba de hablar mientras se ahogaba con su sangre- se la ha llevado el que escapó -escupió más sangre- imbéciles -terminó de vomitar la sangre que tenía en el estómago.

Abrir la puerta no fue demasiado complicado usando las espadas como ganzuas improvisadas, poco a poco fue cediendo ante su técnica manual, para tras unos segundos encontrarse recorriendo la sala del tesoro. Había buenas cosas, pero por más que buscase la dichosa fruta no estaba en ningún contenedor, en ningún cofre. Arrojó una caja vacía contra la pared, su rostro se ensombreció a la par de que su poca paciencia se quebraba como cristales. No consentía tanto esfuerzo para nada, salió de la bóveda con un rostro salpicado por la ira. Sus bellas facciones acrecentaban más el enfado, era como un pequeño ángel preparado para chillar, e incluso con eso daba miedo acercarse hasta ella.

—No está, ¡No está! ¿Acaso te crees que vine a jugar para que unos tontos se dejasen robar? ¿Cómo uno de tus rehénes puede colarse y robarte pedazo de carne hinchada? Es inaceptable, una broma de mal gusto. Juro que en otra vida hubieras pasado meses antes de morir... pero ahora llevo prisas, solo necesito tu cabeza, en cuanto a tí Prometio, agradezco tu colaboración y apreciaría si tienes una forma en esa elegante apariencia de encontrar a quién robó la fruta.—

La mujer clavó una de sus espadas en el cuello de Jeremiah, acabando su sufrimiento al dividir su cabeza del cuerpo que rodó por el interior de la cueva antes de detenerse al chocar con el cuerpo de uno de los bandidos. Limpió sus armas, levantando luego con una mano la cabeza del hombre desde su cabello, una escena un tanto grotesca para una dama como ella.

—Debo decir que esperaba algo bajo la manga, pero no un usuario de akuma, eso me hace sentir mejor. Al menos sé que no desearías arrebatarme la fruta al no poder consumirla por tu cuenta. Además que ese tipo es mucho más raro que la que yo estoy buscando.—

La mujer dedicó una sonrisa, como si la revelación más que intimidarle le agradase, en aquella situación que Prometio se revelase como usuario era la única buena noticia de la noche. Mordió su labio inferior mientras volvía sus ojos a la cueva, comenzaba a frustrarse tras tantas vueltas. Comenzó a caminar hasta la salida, incluso con un dinosaurio no se aseguraba nada, podría haber perdido la fruta para siempre.

Respiró profundamente, invadiendo sus pulmones con el aire nocturno, debía calmarse y pensar con claridad. Exhaló despacio, sujetando más fuerte la cabeza de Jeremiah, contando mentalmente, número a número buscando encontrar algo de paciencia en el infierno que ahora era su mente. Se relajó, escuchando los sonidos de los insectos, abrió sus ojos, buscando una luz entre tanta oscuridad.

Un sonido, unos pies descalzos, se giró arma en mano y con un preciso movimiento detuvo la punta a céntimetros del cuello de esa figura. Moviendo la misma hacia la luz. Iluminando la fruta que llevaba en su mano, no había sido mordida, los ojos de la mujer brillaron debió suponer que un adinerado no escaparía tan fácil por la montaña ni por el bosque.

—La fruta, dámela...—

Exigió con elegancia haciendo al hombre retroceder hasta estar completamente dentro de la guarida, rodeado de cuerpos de bandidos. Tendría su buena acción del día, en lugar de matarle, pero si amagaba con comer la fruta no dudaría en apuñalarlo o dejarlo como comida al dinosaurio. Su rostro reflejaba la impaciencia, era un momento que había esperado durante meses, los patrones de la fruta parecían bellos espirales rodeados de tela. Los cuales lentamente se expandían hasta caer en las manos de aquel sujeto de ropas polvorientas tras el cautiverio, lentamente la espada se acercaba a la jugular se notaba que Sowon estaba perdiendo la paciencia.

—Prometio...—

Comentó lanzando una mirada al dinosaurio, una que claramente pedía su intervención si es que no deseaba ver algo como lo ocurrido en el bosque o incluso una escena peor. Claramente la mujer no se iría del lugar sin la fruta, era todo o nada para el trabajo de meses plagados de rumores y farsas. La fruta finalmente era la verdadera, estaba solo a un paso de ser suya y nadie se lo iba a impedir. Menos un polvoriento sujeto que había caído en una trampa tan obvia.

Ahora todo tenía sentido, el despreciable Jeremiah había sido robado por su propio rehén, algo de esperarse en un ladronzuelo de su talla, por eso se encontraba tan enojado con la vida, pero en serio ¿Quién en su sano juicio deja que una persona captiva le robe su tesoro? No sabía si el ladrón era una persona muy ágil o si simplemente el bandido era muy estúpido.

No tardé mucho en darme cuenta de lo encolerizada que se encontraba mi bella acompañante. Salió pegando de gritos y con sus finos rasgos completamente torcidos por su pequeño ataque de ira, al parecer llevaba buscando esa fruta por algún tiempo. En un dos por tres, mientras maldecía a Jeremiah, le rebanó la cabeza, esta vez sin mucha gentileza.

-Te agradezco la confianza, Sowon -respondí mientras le devolvía la sonrisa- lo cierto es que nunca le quitaría sus preciados bienes a una chica tan guapa como tú -quise guiñarle el ojo, pero recordé que en mi transformación de dinosaurio probablemente eso no lucía muy encantador -ahora bien...

El sonido de unos pies descalzos corriendo por la tierra puso los pelos de Sowon de punta y casi al unisono amenazó con la espada a un pobre hombre que llevaba trapos rotos y sucios como prenda. Aquel sujeto parecía aferrarse a la fruta, la luz de la cueva le iluminó la cara, parecía enojado y con un poco de miedo del arma con la que Sowon le apuntaba. Pero su mirada no era la de alguien con temor a ser asesinado, parecía más la de alguien que temé por perder un bien.

-Bien, amigo... -dije mientras me acercaba a la escena de la discusión- sé que en este momento puedas estar sorprendido de que un hombre mitad dinosaurio te esté hablando -mr acercaba más con pasos lentos- pero lo creas o no, a pesar de mi apariencia, no soy el más temible de los dos -llegué al lado de la cazadora- mi hermosa compañera -dije señalándola- no es ni por asomo tan paciente como yo, así que te ofrezco una salida fácil de este embrollo -dije mientras le apuntaba con una espada- puedes recuperar lo que te han robado, debería estar entre sus pertenencias, o -volteé a ver a Sowon- dejaré que ella haga se encargue de las negociones -finalicé con una sonrisa.

No es que me desagradara asesinar, creo que me había acostumbrado a eliminar a mis enemigos, pero tampoco me placía matarlos si no tenía una buena razón para hacerlo y, no hace falta decirlo, no me apetecía eliminar al pobre hombre que acababa de ser secuestrado. Si las cosas se ponían turbias, quizás tendría que intervenir, pero pensaba que Sowon era lo suficientemente capaz de manejar la situación. El hombre sonrió de una forma macabra.

Si bien la mujer y Prometio estaban en el mismo barco, siendo que ambos dedicaban halagos cada tanto. En aquella situación, al tener el premio tan cercano, la impaciencia de la mujer se podía palpar en el aire. No importó el discurso, ni las palabras del dinosaurio, apenas el hombre amenazó con morder la fruta fue aatravezado a sangre fría por una estocada directa al pecho. Sowon no iba a permitirse perder lo que tanto anhelaba.

—Es una pena que cuando llegamos Jeremiah ya había matado a un rehén...—

Ironizó la mujer retirando su arma y dejando el cuerpo caer, la fruta rodó hasta sus pies. Lentamente guardó el arma entre sus ropas y levantó el trofeo, su mirada mostraba el triunfo de manera fugaz. No era una fruta que destacase en rareza, poder o incluso ventajas pero le ayudaría en su oficio y también en sus futuros encargos. Acercó sus labios, mordiendo aquel fruto prohibido, con la voluntad suficiente para no escupir por tan desagradable sabor que sin lugar a dudas era lo peor que se había llevado a la boca en toda su vida.

—Puaj, estas cosas necesitan una mejor receta, pero ya está... Ya nadie podrá comerla. Lamento no haber podido salvar la vida de ese hombre, pero estaba dispuesto a comerse la fruta y hacernos perder todo el trabajo. Ahora podemos entregar la cabeza de Jeremiah e ir a ese bar que deseabas, me has sido de gran ayuda esta noche y puedo decir que te debo un favor, una mujer como yo siempre salda sus deudas...—

Se acercó a Prometio, poniendo una mano sobre sus escamas, recortando la distancia entre ellos. Una sonrisa impregnada en sus labios carmesí y la elegancia de sus movimientos, restaban cierto peso a la grotesca escena tras ella de una pila de cuerpos inertes e incluso la cabeza que colgaba en su otra mano. Mirarle a los ojos hacía desaparecer tal escenario, era lo bueno de tener un cuerpo bendecido ante los ojos mortales.

—O puede que desees que la salde de inmediato, un beso, una cita, una noche. ¿Qué pedirás? Yo no tengo límites en recompensar a quienes se desempeñan tan bien en su tarea, todo es cuestión de encontrar el precio justo entre tus intereses y mis capacidades.—

Comentó mientras avanzaba lentamente a la salida de la cueva, deberían volver por el bosque hasta la aldea, por suerte no deberían cargar el cuerpo entero de Jeremiah ya que la recompensa valía incluso por su cabeza al ser una de las más bajas. Posó su mirada en el horizonte nocturno, un paisaje majestuoso entre sombras y sonidos, que podría ser mucho más sisfrutable sin tantos insectos a su alrededor.

Cómo era de esperarse, a la primer señal que mostró el rehén de comer la fruta, Sowon clavó una de sus curiosas espadas en el cráneo del hombre. "Pobre de él" pensé, sólo había tenido mala suerte, ¿quién pensaría que una hermosa dama en kimono estaría dispuesta a rebanarte la cabeza para obtener el tesoro que acabas de robar?

-No pasa nada, no es que me moleste que se tomen las vidas de los demás -dije mientras enfundaba mis espadas- sólo que a mí a veces no me place hacerlo, pero es el curso natural de la vida, morir -concluí lanzando una sonrisa.

Escuché la propuestas de la cazadora, tentadora y muy difícil de rechazar, si no hubiese visto cómo cortaba cabezas de diestra a siniestra, hubiera aceptado sin dudarlo y babeando de placer. Había algo en su forma de matar a sangre fría que me hacía pensar que en la primer cosa que hiciese y no le gustase, no dudaría en empalarme con una de sus armas, lástima.

-Vayamos a cobrar la cabeza de ese asqueroso hombre -dije mientras veía con desagrado lo que quedaba de Jeremiah- después te aceptaré un par de cervezas y un tabaco con el dinero que obtengas -guiñé un ojo mientras deshacía mi transformación de dinosaurio.

Le hice señas a Sowon para que siguiéramos el camino de regreso a la isla, no sabía si ahí podría cobrar la bella cazadora la recompensa por llevar al bandido. Si no, podríamos pasar primero al bar para tomar los tragos antes. Durante el regreso al pueblo nos encontramos a uno de los brazos largos que nos miraba curioso, se preguntaba si podían quitarse la preocupación de Jeremiah de una buena vez por todas.

-Mi bella compañera la trae -dije mientras señalaba la horrible cabeza del bandido- espero que puedan vivir sin esa preocupación, deberían hacerse del pueblo si eso es lo que les place -concluí mientras seguimos nuestro recorrido.

El chico de brazos largos parecía contento con la ejecución de su enemigo, aunque por lo que había entendido, de todas maneras vivían recluidos en las montañas, ¿qué de bueno tendría eso? No me competía a mí sus asuntos, pero no deberían mostrar tanto alivio cuando sus condiciones no habían mejorado tanto. Llegamos a las afueras del pueblo y pocas luces quedaban encendidas, alguna de ellas debía ser un bar.

-Sowon, tú sabrás mejor a dónde ir o qué hacer con esa cabeza.

La mujer dedicó una sonrisa, era un buen sujeto pese a todo parecía intentar no abusar al momento de pedir una recompensa por su esfuerzo. Aquel proceso de mutación de su fruta era bastante hipnotizante de ver, le generaba ciertas dudas sobre que ocurriría si alguien le cortaba parte de la cola en esa forma humanoide, dudaba entre la regeneración o la manifestación de la herida en otra parte del cuerpo del hombre.

Sin embargo, el comentario sobre tomar o no la vida de otra persona resonó un buen rato en su cabeza, incluso tras descender de la montaña. Manteniendo su rostro en una mirada casi perdida, mientras su mente maquinaba sobre la visión del espadachín. Para ella tomar una vida era algo primordial para su trabajo, pero nunca se había tomado la molestia de verlo como el cierre de un ciclo si no más bien como una oportunidad de crecimiento.

Las personas eran objetos, podías romper un objeto e intercambiarlo por bienes, el trueque aplicaba a cada aspecto de su vida. Incluso Prometio podría entrar a ese ciclo y en el futuro pedirle algo a cambio de un beneficio, se mantuvo callada hasta llegar a la ciudad cuando el hombre le preguntó directamente como proceder. Apenas se había percatado de los brazos largos, tan inmersa en sus propios debates, aclaró su garganta para que no saltaran las alarmas en su compañero.

Rodeó con telas la cabeza del bandido para no llenar toda la ciudad de sangre y alejar las miradas curiosas. Tenía el punto de encuentro para entregarlo, aunque le hizo una seña a Prometio que esperase antes de entrar por uno de los callejones de la ciudad y volver a salir por otro, pero sin la cabeza y contando algunos billetes.

—Ya está hecho, podemos tomar algo si así lo desea, disculpe si lo hice esperar pero son algo estrictos con las normas y si llegaba con un desconocido podrían no querer efectuar el pago. Deberíamos volver a la cantina local, antes de que las miradas curiosas nos intenten interrogar por los motivos...—

Explicó con una sonrisa sincera en sus labios, antes de emprender la marcha lentamente para cumplir su parte del trato. Sin dudas podrían darse algún lujo en una aldea tan humilde, sin gastar demasiado de la recompensa, al final del día todo había salido casi como lo pensado. Algún sobresalto en el camino, alguna muerte de más, pero gracias a Prometio la batalla no le había desgastado y se encontraba indemne. Trabajar en equipo era un fastidio, realmente lo era, pero si pensaba en el hombre como una mascota y no como otra voz ordenando cosas se le volvía una tarea más amena.

Recorrimos algunas calles de aquel pueblo, el camino para llevar la cabeza del delincuente era algo revoltoso, quizás para que no cualquier loco pudiera encontrarla. Tuve que esperar a la hermosa cazadora una esquina lejos del sitio de intercambio, había estado vagando sin mucho rumbo entre islas, ya tenía un buen puñado de historias para contar en un taberna. En el poco tiempo que llevaba fluyendo por los mares había conseguido terminar algunas aventuras muy interesantes y había obtenido una mejor perspectiva del mundo, pero no había progresado ni un poco con los objetivos que me había planteado... ¿Sowon podría saber del origen de aquel nombre que parecía maldito? Podría ser que sí, pero al ser una caza recompensas pudiese ponerla en mi contra, decidí no contarle nada. Como si por arte de magia la hubiese invocado con mis pensamientos, ella salió de un callejón y me lanzó una sonrisa.

-No pasa nada Sowon, me alegra que hayas podido cobrar lo cabeza de ese bandido -respondí devolviendo una sonrisa- además, no siempre se puede tener una cita tan peculiar y llena de sangre con una mujer de tu belleza -dije riendo un poco, nuestro paseo por el bosque había sido, en efecto, muy curioso- te aceptaré un par de tragos, me pareció ver un bar de camino aquí, vayamos -dije señalando el camino.

La entrada al bar estaba a un par de calles, el letrero de metal estaba algo oxidado y el interior del lugar bueno, digamos que no era el más bello de todos. Un lugar donde los pescadores iban a tomar cerveza antes o después de sus jornadas laborales. Algunos, recién levantados, se encontraban tomando el primer trago del día, se escuchaba decir a algunos que la pesca era mucho más abundante al amanecer y que por eso estaban bebiendo su elixir tan temprano. Sowon y yo pasamos por la cantina y llegamos a la barra dónde el cantinero nos atendió, no sin que ella atrajera la mirada de todo el mundo.

-Yo quiero dos cervezas -todo va a la cuenta de mi guapa compañera- dije mientras la abrazaba.

-¿Y qué es exactamente lo que hace esa fruta? -me sirvieron el primer tarro y le di un gran sorbo- digo, que una chica tan guapa como tú haya venido a este pequeño lugar -di otro trago al tarro- bueno, no es de mi incumbencia. Brindemos por nuestro triunfo de hoy y bebamos hasta el amanecer -dije sonriente mientras me acababa el primero de los tarros.

Las pocas horas que quedaban de la noche transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos mientras Sowon y yo compartíamos risas y pequeñas anécdotas irrelevantes y muchos tragos más de los que habíamos esperado. Fue una gran noche que acabó conmigo pidiéndole una habitación al cantinero.

-Ha sido todo un gusto, hiccup -había tomado más tragos de los que debía- puedo decir con seguridad que eres la mujer más guapa que he conocido, hiccup -el suelo comenzaba a moverse- si volvemos a vernos, aceptaré la otra propuesta, hiccup -llevé mi mano a la frente y la lancé al aire en señal de despedida.

Cuando recobré mis cinco sentidos me pregunté si volvería a ver a esa caza recompensas.