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La mejor elección [Privado] [Teravan - Iliana] Empty La mejor elección [Privado] [Teravan - Iliana] {Sáb 23 Jul 2016 - 2:48}

A pesar de todo, era un hermoso lugar. Las batallas acaecidas dos años atrás aún dejaban entrever sus desgracias entre las calles y muros de la ciudad. Las gentes aún no habían olvidado, el lugar aún no había olvidado. Hallstat estaba repleto de gente con ansias de gloria, que unos años atrás habían conseguido sus sueños de libertad, al conseguir que Derian Markov se alzase con el poder, venciendo a la nobleza. Sin embargo, el mayor exponente de ese poder había desaparecido, y con él, las esperanzas de muchas personas. Por fortuna, una luminosa presencia ocupaba ahora el trono, que por muchos se creía perdido. Iliana Markov...

Las personas con las que se encontraba portaban el dolor como mueca o como máscara. Las guerras no convenían a nadie, sin embargo, el pueblo era el que más las sufría. En cambio, en todos los ojos brillaba una llama, pequeña, tal vez insignificante, pero intensa como una antorcha en una caverna. La determinación de progreso no había muerto con Derian, sino que su renacimiento descansaba en el regazo de su sucesora. La oposición de Gelvir I no podía durar mucho, y menos cuando Iliana contaba con el apoyo del Gobierno Mundial. La presencia del agente Teravan allí no era casual, sino que portaba un encargo bastante importante. Serviría como un control constante de la emperatriz, así como intentaría recabar información. Dicha tarea había sido encargada a muchos más miembros del CP, sin embargo, sus refinados modales podían diferenciarlo del resto. No solo quería cumplir su misión, quería conocer a la reina. Su curiosidad, por una vez, superaba los límites de su ambición.

Había seleccionado con cuidado su vestuario para el momento. El viaje a la isla no fue del todo agradable, y su trayecto hacia la residencia real tampoco invitaba a la etiqueta, mas supo apañárselas para mantener intacta su figura y la integridad de sus trajes. Para la ocasión había elegido su mejor chaqueta negra, junto con una corbata roja digna de admiración, por sus vivos colores. La camisa blanca lucía impoluta, brillante y distinguida. Debajo de la chaqueta portaba un chaleco, de color gris oscuro, que emitía un aura de confianza y comodidad. Los zapatos, sin embargo, no estaban en muy buenas condiciones, por lo que debería cambiarlos al llegar a su destino. Ya había previsto ese contratiempo, al fin y al cabo, era una reunión importante.

- Identificaos, por favor. - Le solicitó un recio guardia de la entrada. Portaba una lanza de una longitud considerable, y la armadura que lucía no contenía ni una sola mancha en su superficie. No se movía ni un ápice, libre de todo posible temblor o nerviosismo. Parecía estar habituado a las visitas de extranjeros, o tal vez estaba prevenido de su llegada.

- Mi nombre es doble cuarenta y dos. Vengo en nombre de los de arriba. - La consigna universal, si en verdad hubiese una llave para abrir cualquier puerta, estaría compuesta de unas palabras similares a las que acababa de pronunciar. El hombre dio un respingo parecido al chasqueo de una puerta al abrirse. Acto seguido, hizo un gesto con la mano y les permitió entrar, sin oponer mayor resistencia, sin formular más preguntas. Tan solo un comentario salió de su boca.

Qué comportamiento tan singular. No solo se había adelantado un día de la fecha esperada, sino que ni siquiera había dicho su nombre con total precisión. Si alguien había avisado de su llegada, no pertenecía a la Organización. Algo no encajaba, mas no era momento para echarse atrás. La fortuna había escogido bando y, aunque no fuese el suyo, estaba en su mano cambiar el curso de los acontecimiento, una vez lo conociese. En el mejor de los casos, tan solo tendría que escoger bien las palabras. Al fin y al cabo, sus intenciones eran buenas, para variar.
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La mejor elección [Privado] [Teravan - Iliana] Empty Re: La mejor elección [Privado] [Teravan - Iliana] {Mar 26 Jul 2016 - 4:58}

Este camino ya no iba únicamente hacia abajo. Se curvaba, se dividía, subía y bajaba como una serpiente... era como estar en el estómago de un ser gigantesco. Finalmente llegamos a una caverna cientos de veces mayor a la de la estatua. Y no pude creerme lo que veía: ante mi se alzaba una ciudad entera, a orillas de un lago subterráneo. Los edificios en muchos casos estaban total o parcialmente tallados directamente en la piedra. La arquitectura era tosca, sólida y estable. Había una gran actividad, con keyenitas entrando y saliendo de túneles portando presas. Comencé a vagar por las afueras, llevando a cabo una exploración preliminar. Descubrí otra de sus fuentes de alimentación: al vivir en el subsuelo, cultivaban hongos. Tenían campos de setas que alimentaban con cadáveres de ratas y pequeños mamíferos. Al cabo de un rato vagando, la afluencia de keyenitas que volvían a pasar la noche en sus casas fue tan grande que tuve que volver por donde había venido. Aprovechando que no estaba siguiendo a nadie esta vez, aligeré el ritmo y recorrí las cavernas a gran velocidad. Pero me descuidé y me topé con un cazador keyenita solitario. Lo silencié a tiempo antes de que pudiera dar la voz de alarma, y escondí el cadáver tras darme un festín con él, pero notarán su ausencia con total seguridad. Tan sólo espero que lo atribuyan a los riesgos de la caza.

Iliana marcó la página del diario con un cacho de papel y lo cerró, acomodándose en el sillón. Aquel era uno de los legados que le había dejado su padre, el diario de su estancia en Ireos. Una lectura cuanto menos interesante, y que le estaba ayudando a comprender mejor la forma de pensar de Derian y porqué había actuado como lo había hecho en vida. Con un suspiro, se dejó caer sobre el respaldo, agotada. La verdad es que le apetecía beber algo frío para combatir el calor, algo con hielo. Dejó pasear su vista por las recargadas paredes del despacho, decoradas con sus armas, cuadros hermosos y carísimos tapices. Por mucho que hubiese reconstruido el palacio a imagen y semejanza del anterior, no era el mismo. No sólo porque aun con los planos era imposible que quedase exactamente igual, si no por el arte y la decoración. Frente a los gustos más austeros y clásicos de su padre, que había optado por un número reducido de piezas, aunque llamativas y monumentales, Iliana había convertido su morada en una jungla artística. Ya fuese parte de la propia estructura del edificio o añadidos de toda clase, no había un rincón que no tuviese o fuese en sí misma una pieza artística. De repente, mientras soñaba sobre su refresco, alguien llamó a la puerta de su despacho. Rápidamente se puso en una pose más digna de una reina, entrecruzó ambas manos y dijo "adelante" en un tono seguro.

- Majestad... tiene usted visita - dijo el mayordomo.

El tono titubeante de este hizo sospechar a Iliana que algo andaba raro. Es más, no tenía ninguna reunión planificada para aquella tarde. Se suponía que el embajador del Gobierno llegaba mañana. Arqueó una ceja y preguntó:

- ¿Y quién es ese que osa importunarme en mi palacio sin pedir una audiencia?

El mayordomo palideció ligeramente al notar el tono calmado y frío de Iliana, para su experiencia una muy mala señal.

- Los guardias lo han dejado pasar. Creemos que es el Gobierno, pero no se ha identificado. Aun - se apresuró a añadir.

La reina frunció el ceño. No podía arriesgarse a ofender a un posible representante del gobierno, pero recibir a un perfecto extraño... además, a uno lo bastante maleducado como para saltarse todas las normas de educación y el protocolo. Con un suspiro, se levantó y se acercó a una de las armas que había expuestas en la pared, una katana con el mango negro y rojo, con un filo magnífico que parecía refulgir con luz propia. La descolgó agarrándola por el mango, y al instante siguiente el filo había desaparecido. Iliana se enganchó la katana sin hoja a la cintura, tras lo cual se dirigió hacia su mayordomo:

- Lleva a ese hombre al salón, y sírveme un té helado.

Adelantándose a su sirviente y sin esperar su respuesta, salió de la habitación dirigiéndose a la estancia donde esperaría al extraño. Esta se trataba de una sala del té con una elegante mesa de caoba, varios sillones en torno a esta (uno más grande destinado a la monarca) y toda suerte de utensilios y mobiliario auxiliar relacionado con el té. Además, un enorme fresco de un paisaje de montaña de Hallstat se hallaba en una de las paredes, dándole un aire agreste y evocador a la estancia. La emperatriz se acomodó en su sillón, con cuidado para no arrugar la falda, y aguardó. No tardó en llegar una criada con su té, dejándolo en la mesa frente a ella para luego hacerle una reverencia. Apenas le dio un par de tragos, pensando exactamente qué era lo que iba a hacer cuando llegase el invitado indeseado.


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La mejor elección [Privado] [Teravan - Iliana] Empty Re: La mejor elección [Privado] [Teravan - Iliana] {Miér 27 Jul 2016 - 1:17}

Teravan caminó por los pasillos acompañado de un elegante mayordomo. Portaba un traje con aspecto de llevar bastante tiempo de uso, mas era de esperar. Lo último en lo que se utilizarían los recursos del reino tras una guerra es en trajes para los mayordomos. A pesar de ello, su aspecto era impecable. Los pasillos estaban ricamente adornados con obras de arte de la más alta clase, pues tan solo los marcos debían valer una millonada. Teravan se ajustó la corbata, pues no podía permitirse ningún fallo, especialmente en cuanto a protocolo se refería. El mayordomo le solicitó que aguardase en una pequeña sala con un par de sillas. Esperó pacientemente, y la impaciencia ni siquiera tuvo tiempo de acechar. En apenas un par de minutos el mismo hombre le rogó que le acompañase. Tenía un matiz un poco más pálido en el rostro, pero era de esperar. Había sido totalmente desconsiderado aparecer a deshora y sin avisar en el recinto real. Mas, como única excepción, le podían las ganas de conocer a tan extraordinario personaje.

Se detuvieron ante una puerta exquisitamente labrada. El pomo tenía una forma ovalada que sugería motivos florales, una mezcla entre un capullo de violeta con hojas de arce envolviéndolo. Su forma se ajustaba a la forma de los dedos, y las grosellas que lo rodeaban sugerían viveza y animosidad. Del pomo surgían un entramado de ramas de finas curvas, cada una de ellas terminaba en una circunferencia que enmarcaba un episodio nacional. Las mejores batallas de Hallstat estaban retratadas en aquel fragmento de madera de cerezo. El barniz que envolvía la magnífica obra desprendía aromas de té, rosas y grosellas frescas. Alguien que disponía de una puerta así en una sala de estar debía ser grandioso como el mayor de los reyes. Con cada vistazo que ofrecía a su alrededor, más prendado estaba de aquellas estancias.

El mayordomo le abrió la puerta, dio un respingo, pues casi había olvidado su presencia. Pronto se dio cuenta de su ignorancia, recreándose en la vista que ante él se mostraba. La alfombra de vivos colores daba un aspecto jovial y cómodo a la habitación. Las paredes contenían mobiliario destinado a ofrecer la experiencia más exquisita a quien supiese apreciar un buen té. Se congratuló hasta sus más profundos pensamientos ante el buen gusto de la monarca. Las tazas y platos que contenían los expositores y los armarios eran de la más alta calidad. El agente pensó que no era digno ni siquiera de echar un vistazo, a pesar de su alta educación. Una de las paredes no contenía mobiliario, pues presentaba una agreste escena montañosa de Hallstat. Los vivos colores de las florestas se contraponían con los fríos tonos de las montañas. Los azules del cielo se mezclaban con los blancos de los picos. Los pardos de las praderas y animales bailaban con los verdes de las vegetaciones.

Sin embargo, ninguna de estas bellezas podían ser captadas por los sentidos de Teravan. Todo su ser estaba centrado en la visión de la mujer sentada en el gran sillón frente a la magnífica mesa de caoba. En el momento de su entrada tenía los ojos cerrados, lo que le otorgó un aire misterioso que resultaba irresistible. Su rostro traía a su memoria los pinceles de los artistas más reconocidos, para romperlos entre estrepitosos golpes de ignorancia. Intentó recordar alguna escultura que suavizase el ideal de belleza que emitía, mas su fracaso fue rotundo. Ella era naturaleza, y en la naturaleza era ella elegancia y refinamiento. Su rostro era la cascada que descendía entre retazos de un veraniego amanecer. Cuando abrió los ojos, fijándolos en él, estos sentimientos se acentuaron notablemente. Ella cambió de plano, la naturaleza no era un palacio digno. Tuvo que buscar entre los astros al más brillante de los soles. Tuvo que pensar en la más serena estrella, para destrozarla y colocar su mirada en el mismo lugar. Tuvo que retractarse para hacer justicia y olvidar la sensación tranquilizadora que el mar le producía y, al mismo tiempo, tuvo que olvidar la cálida sensación del fuego, tuvo que olvidar su aspecto amenazador y destructivo, pues en un felino se transformaría con su paso por Hallstat. Su cabello, negro como la noche y liso como una pradera sin brisa, caía por los laterales de su tez, enmarcándola en unas alas de oscuridad angelical. Las formas eran suaves, pero a la vez acentuadas. Pensó en la inmensa cantidad de hombres que tendrían que haberse quitado las vidas ante la perspectiva de no poder estar nunca junto a ella. Caviló en la existencia de un ser superior, que debía sentir envidia ante la imposibilidad de mejorar tal creación.

Su olor... Un aroma indescifrable entre las notas de cerezo y violeta. Mas un olor se imponía de forma armoniosa. La Camelia se acababa adivinando entre el vals que sucedía musicalmente en sus fosas nasales. Una sinfonía que terminaba con un crescendo de la flor nacional de Hallstat. La flor que no marchita, la flor que sobrevive al frío y las lluvias del invierno. Su descripción podía aplicarse a su reina. Una vez parecía que ese olor se había impuesto, nuevos matices pedían la mano de la princesa. Bailaban de forma rápida y animada bajo un estrellada noche otoñal, para terminar en un pasional baile romántico, que derivaba en un tango y tornaba al vals. Al fondo de los matices se podían adivinar las sensaciones de la pasión de las sábanas. Una excitación fuera de toda duda que sobrevivía ante la adversidad. La otra cara de la moneda, la contraposición del combate.

Por fortuna el embelesamiento del agente no traspasó exageradamente las barreras del comportamiento. Continuó esbozando su sonrisa cómplice, pues de ninguna forma quería resultar descortés, desconsiderado o insolente. Tan solo podía pensar en la absoluta sumisión que le debía a tal criatura. En cuanto entró en la estancia se arrodilló, colocando un puño en el suelo y el otro brazo detrás de su espalda, con la mano abierta. - Su majestad imperial, os ruego disculpéis a este insolente de interrumpir vuestras esenciales labores. - Dijo con voz calmada y suave. - Mas me he visto obligado a adelantar mi cita con vos debido a la necesidad de observar vuestra grandeza en calidad de sirviente, y no de miembro del Gobierno. - Bajó la cabeza, en señal de respeto. - No esperaba encontrar nada mayor al poder de Hallstat y la grandeza de su monarca, mas me siento profundamente apenado por mi ignorancia, al subestimar vuestra infinita belleza, mi señora. - Hizo una pequeña pausa. - Quería transmitiros mi deseo de ofreceros mis servicios, para que sepáis que siempre hallaréis en mí a un fiel aliado y sirviente. - Añadió de forma educada, sin desestimar la suavidad de su habla. - Así mismo, acataré la pena que vos decidáis, pues mi destino, como mi alma, está en vuestras manos.
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